Renacer en el Otoño de la vida
Con cincuenta años cumplidos volví a sentir sensaciones que creí olvidadas.
Por problemas de solvencia económica la empresa en que trabajaba, tuvo que hacer suspensión de pagos, yo como afortunadamente llevaba cerca de treinta años de cotización a la seguridad social, me pude acoger a una prejubilación bastante digna, es decir, que aunque con ciertas justezas podía llegar hasta final de mes con la pensión que me había quedado. Además, no tenía muchos gastos, ya que yo a mis recién cumplidos cincuenta años y mi mujer de mi misma edad, vivíamos solos.
Los primeros días de mi prejubilación fueron tensos en lo concerniente a la convivencia con mi mujer, he de reconocer que por culpa mía, nunca he sido un hombre hogareño, nunca he hecho tareas en el hogar y lo que es peor, nunca he sabido hacerlas. Las riñas eran constantes, vuelvo a reconocer que por mi culpa, todo el día en casa sin hacer nada, entorpeciendo las labores de mi mujer cuánto aguantó la pobre aquellos días. Con el transcurrir de los días caí en la cuenta de que aquello no podía continuar así, tenía que amoldarme a las nuevas circunstancias e intentar ayudar un poco en la casa; de modo que le dije a mi mujer que yo haría las compras del mercado mientras ella hacía las labores de la casa, algo es algo Las riñas fueron disminuyendo, incluso teníamos la tarde para charlar un poco o ver la tele, en fin distraernos. Recuerdo que un día a la hora de la siesta nos pusimos cariñosos y acabamos haciendo el amor, cosa que no sucedía desde por lo menos hacía dos mes, a mi con los problemas laborales se me había quitado el apetito y como mi mujer nunca había sido extremadamente fogosa, los días pasaban sin tener relaciones.
Como de costumbre, esa mañana, después de haber hecho las compras del mercado me dirigí a la panadería, que es mi última parada antes de subir a casa. Cuando entré el establecimiento estaba solo, di las buenas tardes (eran las 12:30) con voz alta, nadie salía; recordé que la panadera era un poco sorda, por lo que alcé la voz aún más, al instante se oyó una vocecita responder desde la trastienda, evidentemente no era la panadera
-Perdone señor -respondió una muchacha de unos 25 años que salía con un bebé en sus brazos- es que mi tía ha enfermado y por unos días la tengo que sustituir yo.
No se preocupe, no tengo prisa, continúe con lo que estaba haciendo, puedo esperar.
Verá señor respondió con cierto rubor- estaba dándole de comer a mi hijo
En ese mismo instante la criatura empezó a llorar.
- Por lo que se ve tiene hambre está pidiendo su sustento dije yo, con una sonrisa, para distender un poco la situación-
Como el chiquillo cada vez lloraba con más fuerza le insinué que como sólo faltaba media hora para cerrar (en este pueblo hay la costumbre de cerrar los comercios a las dos de la tarde para reabrirlos a partir de las cuatro la siesta es sagrada, hace mucho calor). Ella no tuvo más remedio que darme la razón, ¿qué otra cosa podía hacer? Viendo que el niño estaba coloradito de tanta irritación, le dije que no se preocupara que yo cerraría mientras ella le daba de comer; de modo que se metió en la trastienda y al cabo del rato el niño se calló, era evidente que ya había conseguido su objetivo.
He de reconocer que me excité, uno de mis anhelos sexuales siempre ha sido el poder besar, mamar, a unos hermosos pechos de mujer lactante, desgraciadamente nunca he podido embarazar a mi mujer, ella tiene un problema en el útero. Mientras cerraba las puertas, muy lentamente, no sabía que hacer para poder ver aquellos pechos que se adivinaban plenos de leche. Pero mira por dónde mientras cerraba la segunda hoja de la puerta de cristal, observé que hacía de espejo ya que en la parte de atrás tenía una contrapuerta opaca ¡Dios, qué suerte! ¡Bendita sea la Divina Providencia! Allí es taba ella dándole de mamar a ese pequeño glotón acaparador. No voy a decir que me empalmé de inmediato, a mi edad no ocurren esas cosas, por lo menos a mi; pero si diré que un escalofrío estremeció mi cuerpo y que un cosquilleo se acomodó en mi entrepierna. Ella no se percató de que tardaba mucho tiempo en cerrar, creo que estaba ensimismada en su cometido e incluso que recibía cierto placer al ser vaciada por aquél, mi envidiado niño; tenía los ojos entreabiertos y una mueca en la boca que no sabría bien definir, creo que se había olvidado de todo. Mientras el bebé succionaba de uno de sus pechos del otro salía como un hilito de leche, estaba a rebosar pero como soy un pusilánime de mucho cuidado, ni se me pasó por la cabeza entrar en acción, me limité a mirar todo lo que pude para después intentar recordarlo todo lo más nítidamente posible. A demás qué opciones tenía de tener éxito en esta empresa prácticamente ninguna, qué le podía decir:
-déjame a mi un poquito, no se lo des todo al niño
O, -quita de ahí al niño, que ya ha tomado bastante, y verás como mama un hombre.
Evidentemente con estas propuestas estaba abocado al fracaso, no tenía nada que hacer. Así que al cabo de varios minutos, no sabía precisar cuántos, tomé la opción de despedirme.
Adiós señora, cierro la puerta y usted ya se encarga de echar la llave por dentro.
Muchas gracias, que Dios se lo pague.
Por el camino a casa el cosquilleo en la entrepierna no había disminuido, más bien se incrementaba, incluso noté ciertos atisbos de un principio de erección, mi cerebro trabajaba de una forma endiablada, no dejaba de hacer extrañas asociaciones de ideas. Cuando llegue a casa fui a la cocina a dejar las compras, allí estaba mi mujer, en los fogones preparando la comida, Me saludó rutinariamente sin darse la vuelta, sin mirarme; me quedé observándola, cuánto tiempo hacía que no la miraba con deseo, llevaba la bata de andar por casa, me fijé en su culo, era grande, pero aún bien formado aquella mujer lactante me había calentado. Me acerqué a mi mujer por detrás y la abracé por la cintura, ella pegó un respingo no se lo esperaba, creo que se asustó.
-¿Qué haces? No estoy para jueguecitos, no ves la hora que es y todavía no está la comida en la mesa.
- Hoy no tengo hambre de comida tengo hambre de otra cosa, -Me sorprendí diciéndole-.
El pene lo tenía medio amorcillado entre los resfregones que le estaba dando al culo y los pensamientos lujuriosos que me había provocado la lactante. Creo que mi mujer se dio cuenta de mi excitación.
-¿Pero que te pasa hoy?, si hicimos el amor hace dos días y últimamente lo hacemos cada dos meses.
Para este momento mi erección era completa, subí las manos hacia las tetas de mi mujer, están caídas, la edad no perdona, mi mujer ya se dejaba hacer, siguiendo en la misma postura le desabroché la bata por la parte delantera mientras seguía rozándole con mi polla el culo, creo que ella empezaba a excitarse también. Nosotros siempre hemos sido muy moderados en lo concerniente al sexo. Pero ese día la cosa no era como de costumbre.
-Puta, mira como me has puesto, - me sorprendí diciéndole- por un momento creí que la había cagado, nunca había utilizado esas expresiones con ella. Para mi sorpresa, ella no me contestó nada. Eso hizo que me lanzara.
-Te voy a follar como nunca te he follado.
Me bajé los pantalones con los calzoncillos hasta las rodillas, mi excitación era tal que aparté con una mano las bragas por la parte de atrás y con la otra enfilé mi polla en el coño hasta que la ensarté de un solo empujón. Le hice daño. Todavía no estaba lubricada. Se quejó profundamente. Yo estaba ido, y agarrado a sus tetas, dando metisacas tremendos y diciendo obscenidades me corrí como un muchachito, no duré ni un minuto.
Lo que había sido un principio de excitación para mi mujer, se convirtió en un suplicio, menos mal para ella que me corrí en un santiamén, comprendiendo que me había excedido, intenté recompensarla, cuando se volvió y le vi en la cara lágrimas, el mundo se me vino abajo. Le pedí perdón de mil maneras y al besarla en lo que pretendía ser un beso de paz, ella se asió a mi y me devolvió un apasionado beso como hacía tiempo que no me daba, ¡se había puesto cachonda! Sería por las palabras soeces o tal vez por la postura (por detrás y en la cocina), no lo sé bien, pero lo que es claro es que estaba calentísima. Yo con cincuenta años, está claro que no puedo echar dos polvos seguidos, así que seguí besándola y acariciándola. Le dije que nos fuéramos al dormitorio, una vez allí, la desnudé por completo empecé besándole el cuello y rápidamente me fui hacia su oreja, se que le excita sobremanera que le meta la lengua allí. Mientras que trabajaba con la lengua su oreja con la mano me fui directamente hacia su ciño, estaba mojada, además de mi semen tenía su lubricación natural.
Empecé a acariciarle el clítoris de forma circular mientras bajaba con la boca a sus pechos me entretuve un rato en cada uno de sus pezones, los tiene duros y grandes. Mi mujer es dura para llegar al orgasmo así que le dije que me masturbara a ver si se me endurecía el pene; no fue posible, estuve a punto de decirle que me la mamara, pero no quería importunarla otra vez, esa práctica le da asco, sinceramente nunca habíamos hecho sexo oral, ni yo a ella ni ella a mí. En vista de que no podía penetrarla y quería que tuviese un orgasmo, baje con la boca desde los pechos hasta el ombligo y desde éste hasta la cara interna de sus abundantes muslos, en un principio ella hizo como un ademán de negarse pero como su excitación iba en aumento se dejó hacer. Al llegar a los muslos, me llegó su penetrante aroma, he de reconocer que me dio un poco de asco, amén de saber que allí estaba mi semen mezclado con sus flujos vaginales, le eché valor y coloque mi boca en su vagina, en ese momento la escuché gemir como en mis 28 años de casado nunca la había oido.
Subí con la lengua al clítoris, lo tenía dilatadísimo, tiene un clítoris muy pronunciado y lo empecé a trabajar, tenía ganas de que se corriese lo más pronto posible, me estaba repugnando aquella mezcla de semen flujos y pelos, por cierto tenía una mata de pelos de no haberse depilado en todo el invierno, así que además le metí dos dedos, a los que imprimí una velocidad considerable; pero no se corría. Yo estaba agotado, a punto de desistir, cuando se me ocurrió una idea que quizás funcionase, saqué los dos dedos de la vagina mientra seguía comiéndole el coño y le introduje uno de ellos en el culo, eso sí, con mucho cuidado, no me costó mucho que entrara ya que estaba muy lubricado, en ese mismo instante, ella paró de gemir por unos segundos, quedó como petrificada, para después prorrumpir en un estruendoso .me corrrrooooo, me corrrrooooo.
Estimados lectores, sé que el relato de lo sucedido con mi mujer no es muy espectacular, pero sin embargo es sincero, y en mi opinión morborso. Tengan en cuenta que somos un matrimonio pueblerino que no tiene experiencia sexual, todo lo que hemos practicado, lo hemos hecho siempre entre nosotros, llegamos los dos vírgenes al matrimonio y no hemos tenido experiencias fuera de él.