Remordimiento

No podía apartar de mi mente lo sucedido aquella noche, tenía tal remordimiento de conciencia, que no me habría atrevido a mirar a mi madre a la cara, esa mañana

Quiero compartir con vosotros, los momentos causantes de una enorme angustia y pesadumbre, que propiciaron un  cambio brusco y malhumorado en mi comportamiento, que sobre todo afectaba a las personas más cercanas, sobre todo  a mi  madre y mi novia.

Me presento: mi nombre es Andrés, acabo de cumplir veintitrés años, tengo una novia guapísima o mejor manifestar tenía, y vivo en casa de mis padres.

Lo de casa de mis padres es un decir, porque va casi para algo más de un año que murió mi padre, lo que significa que vivo solo con mi madre a no tener a nadie más de familia.

Aunque la muerte de mi padre fue repentina,  hacía siete años que sufrió una parálisis total del cuerpo debido a un accidente de coche. Esto le ocasionó tener que permanecer inmóvil en la cama hasta que falleció.

Desde el momento que mi padre quedó imposibilitado, mi madre, cuyo nombre es María, tomó la total riendas de la casa, y sin desmayo, aparte de trabajar en una oficina como administrativa, se dedicó por entero al cuidado de mi padre. Yo le ayudaba en lo que podía, e incluso he alternado algún que otro trabajo con mis estudios universitarios, para de alguna manera contribuir en casa en la medida de lo posible. La multitud de gastos que teníamos con la invalidez de mi padre, no nos dejaba llevar una vida muy placentera.

Siguiendo con mi madre, puedo decir que es una mujer todavía muy joven y que físicamente no está pero que nada mal. Su cuerpo es tan atrayente que parecía el de una jovencita. Lo digo, porque sus medidas son similares hasta la que era hace poco mi novia. El parecido era tan grande, que cuando se las veía juntas parecían hermanas.

No se si fue casualidad, o mi inconsciente me llevó hasta encontrar una mujer similar a mi madre, aunque estaba por ver si Raquel podría llegar a tener la entereza y fortaleza, que mi madre había mantenido durante el tiempo que mi padre permaneció inmóvil.

Desde hacía unos pocos meses, yo animaba a mi madre para que cambiara el ritmo de su vida, porque aunque ya mi padre no estaba con nosotros, seguía casi siempre, salvo excepciones, con una especie de vida monacal. Del trabajo a casa y de casa al trabajo.

Nuestra conversación sobre el tema casi siempre era el siguiente:

-Mamá, estoy cansado de verte siempre haciendo lo mismo.

-¿Qué quieres que haga?, yo estoy muy bien así.

-Venga ya. No me puedo creer que sin salir de casa te lo pases bien. Tienes que buscar amistades y desfogarte un poco. Llevas muchos años encerrada.

-¿Tú estas mal conmigo?

-No se trata de eso, quiero decir que todavía estás muy apetecible y  mereces tener nuevas relaciones. Por ejemplo, tengo un jefe que está bastante bien y estaría encantado de salir contigo.

-¿Estas loco? Yo no tengo necesidad de relacionarme con nadie. Para relacionarme te tengo a ti y basta.

-Pero yo, aunque quiera, no voy a poder estar siempre contigo. Ya sabes que Raquel quiere que nos vayamos a vivir juntos.

-Bueno, pues cuando ocurra ya veré que hago. De momento si no te importa, disfrutaré de tu compañía.

-A ver, lo que quiero es que hagas amistad con un hombre que te convenga y de esta manera también podríamos salir los cuatro como parejas, cosa que ahora te niegas a salir con nosotros porque dices que estorbas.

Bueno, bueno…, déjalo estar, que lo que ha de ser ya llegará.

No había manera de sacarla de lo suyo. Me parecía mentira que una mujer con las enormes cualidades que tenía y además un cuerpo tan apetecible, no buscase aunque sea de forma esporádica, algún desahogo sexual después de tantos años que se suponía no había mantenido.

Yo mientras tanto, disfrutaba de su compañía y alguna vez salía junto a ella con mucho gusto, sobre todo aprovechaba cuando a Raquel le era imposible salir por cuestiones de trabajo.

Mi relación con mi novia Raquel era fantástica, nos amábamos y no teníamos ningún problema en nuestro idilio. Practicábamos sexo con asiduidad y disfrutábamos los dos con verdadero placer.

Nunca  habíamos practicado sexo en mi casa y aunque mi madre sabía que nos acostábamos, me parecía violento mantener relaciones sexuales, sabiendo que ella se encontraba allí.

Mi vida iba trascurriendo felizmente. En casa me encontraba muy a gusto con la compañía de mi madre. Mis estudios los había acabado y me permitieron encontrar un trabajo estable, que de momento me proporcionaban unos ingresos aceptables en espera de  ser mejorados. Y aunque ya lo haya mencionado, mi vida amorosa con Raquel era placentera.

Un día mi madre para celebrar su cumpleaños, invitó a Raquel a cenar en casa y aunque yo le insistí que podíamos ir a celebrarlo los tres en un restaurante, prefería preparar ella la cena y al mismo tiempo degustásemos su cocina.

La verdad es que cocinaba muy bien y la cena fue deliciosa. Preparó unos platos exquisitos, que para nada envidiaban a los que realizan los grandes cocineros.

El caso es que comimos y bebimos hasta muy tarde y mi madre decidió que se quedase Raquel a dormir en casa, aludiendo que yo no estaba en condiciones de conducir para acompañarle a la suya.

Quizá porque los momentos que estábamos pasando eran muy agradables,  ni Raquel ni yo  pusimos ningún inconveniente y seguimos prolongando la velada.

Llegó un momento en el que a Raquel le vencía el sueño y quiso acostarse. Mi madre la acompañó y mientras, me preparé una copa, me senté en el sofá y al mismo tiempo me puse unos auriculares para oír un poco de música.

Al poco rato vino mi madre para darme un beso de buenas noches. Me dijo algo que no entendí, porque me lo impidieron los auriculares, y se marchó sin saber que me había dicho.

Cuando me empezó a vencer el sueño y un  poco también la bebida causaba su efecto, me dirigí a mi habitación.

Estaba completamente oscura, no se veía absolutamente nada pero no quise encender la luz, oía la respiración de Raquel y no quise despertarla. Se notaba que estaba en un placentero sueño.

Me acosté desnudo y me arrimé a ella. La cama no era muy grande y mi cuerpo, al estar ella de lado, se unió enseguida a su espalda. Llevaba puesto un  camisón corto que le habría cedido mi madre, y pronto mi mano se colocó en su entrepierna,  mientras mi miembro intentaba esconderse entre sus nalgas. Ella seguía con su respiración acompasada, lo que significaba que no percibía mis escaramuzas.

De tanto rozar mi pene con su pompi este se endureció, con lo que comenzaba a entrarme un ardor corporal que me animaba a seguir. Mi mano se desplazó de su entrepierna hasta sus pechos para detenerse y acariciarlos, dirigiendo después las yemas de mis dedos hacia sus pezones. Estos no tardaron mucho en ponerse  erectos.

Su respiración se iba acelerando y eso me producía una excitación que no había tenido nunca con ella. Esta situación me causaba cierta morbosidad y no pude por menos  intentar con sumo cuidado, ponerla boca arriba.

Seguía dormida. Separé sus piernas con la misma precaución que había tenido anteriormente y  llevé mi boca a sus nalgas hasta que se paró en su vagina. No presté atención a su mata de pelo y mi lengua se iba adentrando suavemente hasta que el flujo que emanaba, me llenó la boca.

Su respiración se aceleró mucho más pero seguía estando dormida.

No podía más. Me puse de rodillas y mi miembro apuntó a su linda cueva. Empecé a introducírselo muy suave. El flujo que derramaba, ayudaba a la penetración y no me costó mucho el tener todo mi pene en su gruta.

Me movía con cierta delicadeza y ella me acompañaba con unos pequeños movimientos de sus nalgas. Me parecía imposible que estuviese dormida. El caso es nunca había experimentado algo parecido y esto me producía una sensación especial que nunca se me había manifestado.

Tenía una agitación tremenda en el cuerpo y llegó el momento cumbre. Recordando que no tenía colocado preservativo, saqué el pene de su vagina y un chorro tremendo de semen se esparció por todo su vientre.

Me eché cuan largo era a su lado, y esperé a que el ritmo de mi respiración disminuyese, para después intentar proceder a limpiar el semen que se había esparcido por su abdomen.

Encendí la luz de la mesilla y cuando me volví hacia ella, una cara de estupor se me quedó, provocando un grito, una exclamación o llamarlo como os venga en gana, que me salió de muy dentro:

-¡Mamá…!

No podía creer lo que veían mis ojos. Mi madre tendida en la cama y yo habiéndola poseído. Al oír el grito ella abrió un poco los ojos y con voz de sonámbula preguntó:

-¿Que pasa Andrés?

Yo estaba atónito y perplejo. No se me ocurrió nada más que preguntarle:

-¿Cómo es que estás en mi habitación?

Ella adormilada respondió:

-Ya te he dicho que os dejaba mi habitación para que estuvierais más cómodos.

Al mismo tiempo se volvió de costado y recalcó:

-A ver si consigo seguir durmiendo, porque no se que me pasa que me encuentro muy alterada.

No me salían palabras para contestarla. Estaba tan apesadumbrado, que lo único que hice es salir de la habitación como un zombi.

Me fui a la ducha para intentar calmarme y después de colocarme la bata que tenía en el baño, me dirigí al salón para sentarme en el sillón y dar rienda suelta a mis pensamientos.

Iba entendiendo casi todo. En primer lugar, cuando mi madre se dirigió a mí para darme las buenas noches, las palabras que me dijo, que no llegué a sentir, se referían al cambio de habitación que había acordado con Raquel, y en segundo lugar el hecho de que no se despertase, era debido a las pastillas que usualmente tomaba para dormir, desde que mi padre tubo el accidente.

“¿Qué había hecho?” me decía. Había violado a mi madre  y era algo que no me entraba en la cabeza.

No dormí en toda la noche y cuando amaneció, antes de que mi madre se levantase, desperté a Raquel y poniendo una disculpa que se me ocurrió en ese momento, le hice levantarse para irnos de casa. Tenía tal remordimiento de conciencia, que no me habría atrevido a mirar a mi madre a la cara, esa mañana.

Aunque a Raquel le pareció indecoroso marcharse sin despedirse de mi madre, le dije que no se preocupase que ya me encargaría yo de disculparla.

A raíz de ese día mi actitud y forma de ser cambió radicalmente. Me volví más arisco, huraño y antipático. No podía apartar de mi mente lo sucedido aquella noche y mi lucha se cernía entre la aberración de poseer a mi madre y el hecho de que nunca había experimentado un placer tan grande.

Mi madre por el contrario, nunca comentó lo que sucedió aquella noche ni me recriminó absolutamente nada, al contrario, se mostraba más tolerante a pesar que yo me mostraba tan intratable.

No me atrevía a pensar que me había enamorado de mi madre y en verdad era eso lo que me causaba toda esa desazón.

Raquel no comprendía nada de lo que me sucedía, pero cansada de mis continuos cambios de temperamento, me solicitó que lo nuestro era mejor dejarlo de momento, y que cuando me estabilizase hablaríamos de nuevo.

No se si era lo que estaba buscando, pero ese día no sabía si echarme a reír o ponerme a llorar.

Cuando llegué a casa y mi madre observó que había en mí cierto nerviosismo, preguntó:

-Andrés, ¿te pasa algo?

-No es nada, simplemente hemos roto Raquel y yo.

No le dejé responderme y me fui a mi habitación. No tardó mucho mi madre en aparecer en ella y sin llamar entró diciendo:

-Andrés, ya sabes que soy tu madre y me tienes para lo que quieras.

Esas últimas palabras me produjeron una agitación en mi cuerpo que sin saber lo que decía, la ordené de malos modos abandonar la habitación.

No tardé mucho en oír unos sollozos que llegaban de su dormitorio y me entró tal desasosiego, que no pude por menos de acercarme a su habitación para disculparme.

Tenía medio cuerpo apoyado en la cama y su cabeza boca abajo se apoyaba en la almohada. Al oírme llegar se incorporó y dejó de sollozar pasándose las manos por los ojos. Me abracé a ella y le dije:

-Perdona mamá, soy un cretino y no te mereces que me comporte contigo como un estúpido.

Ella correspondió a mi abrazo y aunque seguía gimoteando me contestó:

-Perdóname tú a mí por querer inmiscuirme en tu vida, pero es que lo eres todo para mí.

-Tú también lo eres todo para mí mamá, pero es que hay algo que no puedo apartar de mi cabeza y me vuelve loco.

-¿Qué es?, me gustaría mucho poder ayudarte.

-Mira María –por primera vez utilizaba su nombre- no puedo apartar de mi mente lo que pasó la noche que te encontré en mi habitación y supongo que intuiste de lo que fui capaz de hacer.

-Si toda tu preocupación es eso, olvídalo, fue algo que creías realizabas con Raquel. Y no me importó en absoluto haber servido para tu desfogue.

-Pero lo que no sabes es que sentí algo tan extraordinario y diferente, que aunque hago terribles esfuerzos por apartarlo de mi mente no lo consigo. Lucho enormemente pero hay algo que me impide no desearte.

-No te aflijas, me puedes tener siempre que quieras.

¿Que es lo que oía?, el corazón se me aceleraba por momentos.

-Pero eso no creo que esté bien María. Eres mi madre.

-Mira Andrés, yo ya no sé lo que está bien o está mal ni me importa. Después de lo que he pasado con tu padre durante siete años, no creo que haya nadie que se atreva a juzgarme de lo que haga o deje de hacer. Nadie nos ha ayudado en todos estos años, y lo que nosotros hagamos, le tiene a la gente sin cuidado.

Volvía a ser la de siempre y veía en ella esa mujer fuerte que tanto admiraba.

-Entonces, ¿no te importa que yo te desee?

-No es que no me importe, si no que me llena de felicidad.

Aquello era más de lo que podía imaginar. Era un autentico sueño que se podía hacer realidad.

Nos abrazamos y mi boca buscó con ansiedad la suya uniéndonos en un beso apasionado y ardiente.

Nuestros cuerpos se inclinaron para extenderse en la cama e iniciaron una aventura  tan fogosa y desenfrenada, que me resulta difícil describir. Como os podéis imaginar, fue sublime. Nos llenamos completamente de placer, dicha y satisfacción.

Desde entonces, no hemos requerido ni necesitado a nadie para que la felicidad estuviera presente en nosotros y gozásemos de nuestros cuerpos sin escrúpulos ni prejuicios.

Gracias por vuestros comentarios de mi primer relato: “Y dejó de ser mi madre”. Aunque sería de hipócritas no reconocer que gustan más los que te elogian, no por ello dejan de ser importantes el resto. Saludos a todos.