Rememorando situaciones 1.

Ya cumplimos aniversario de...

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1.-

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Aquella tarde de sábado, Mari Carmen y yo estábamos viendo la televisión mientras pensábamos qué podríamos cenar. No era una actividad demasiado perversa, el mero hecho de comer algo antes de acostarnos; aunque precisamente ese día parecía ser el detonante oscuro que nos obligaría a traspasar barreras racionales.

Después de comentar en varias ocasiones las posibilidades que nos ofrecía nuestro ajuar de alimentos en el interior de la nevera, congelador y latas afines de ser abiertas en estos casos, ella tuvo la idea magistral: “podemos cenar fuera y nos olvidamos de tanto rollo”.

Asentí la iniciativa. Estaba claro que no tendríamos consenso y nada nos parecía lo suficientemente estimulante para ser digerido. Las tortillas, clásicas para cuando no sabes que hacer, o tienes pereza, no eran del agrado común; la ensalada disponía del mismo tipo de reconocimiento; así como el bocata, la pizza, el consomé, o la sopita que alimenta las frías noches del invierno.

Para complicar un poco la historia, ya que Mari Carmen era perfecta complicando acontecimientos sencillos, recrudeció sus intenciones proponiendo vivir la experiencia acompañados de alguna pareja de amistades; y al ser ella la protagonista del pretexto, ya sabía con quienes contar: una parejita de nuestra edad aproximada, llamados Pedro y Raquel, que siempre estaban dispuestos a salir de fiesta según sus propias advertencias costumbristas.

¡Claro! Fue llamarlos por teléfono y se apuntaron sin tener que insistir.

En realidad, a mí no me apetecía salir con nadie por ahí. Hubiese preferido una cena solo con mi pareja, pretendiendo con el acontecimiento un motivo más de acercamiento. Últimamente nos habíamos interiorizado demasiado y necesitábamos pequeños alicientes con los que disfrutar un poco de la vida inconclusa en la que estábamos sumergidos.

Supongo que los lectores recordarán los principios de 2020, cuando la pandemia se empezaba a generalizar por doquier menos en nuestro país y todos pensábamos en la ligerísima posibilidad de su afección en nuestro territorio. El domingo anterior había sido 8 de marzo y, precisamente, Mari Carmen acompañada de esta amiga en concreto, Raquel, estuvieron actuando en algunas de las manifestaciones poco definidas de las mujeres reivindicativas.

Ese año, precisamente, decidí no acudir a las protestas sociales. Estaba harto de las confusiones que tanto nos proponen discernir de la realidad pregonada y mis inquietudes habían perdido el estímulo de la lucha; ya que: de la “igualdad” solicitada, las mentes perversas la corrompen sin límite conocido . Además, estas dos amigas son de las que “se dejan llevar” y en más de una ocasión acababan con los pechos al aire, sino desnudas, pretendiendo vincular su pecho descubierto con el del varón. Para ello, es evidente, ya salían de casa sin sujetador ni braguitas. Años atrás, al actuar como lo hacían, o era yo quien tenía que cargar con sus prendas íntimas, o las acababan perdiendo por ahí. Más de una vez aparecían sus bragas en la cabeza de alguno de los tíos que acudían, como yo, a la manifestación. Incluso, en una ocasión, tuve que dejarles la chaqueta y la camisa para cubrir su desnudez, porque llegaron a perder hasta el vestuario, quedando mi cuerpo en la intemperie del frío invierno.

Volviendo al tema de la cena de aquel sábado, salimos de casa a las 20:30 horas hacia un pequeño restaurante casero, situado a dos manzanas y media de nuestro domicilio. El lugar no fue escogido al azar, ya que precisamente queda también a dos manzanas y media del domicilio de la pareja de amistades.

Cuando entramos en el local ellos ya se habían acomodado en una de las mesas del interior.

—¿Qué tal, pareja? —nos saludó Pedro, con la clásica sonrisa de oreja a oreja del hombre enrollado.

Mientras nos sentábamos en las sillas que quedaban libres, admitiendo nuestra buena disposición con los clásicos “bien”, “ya ves”, “aquí aguantando”, etc., creo que fui yo quien tuvo el error de soltar la pregunta a la multitud sin ser consciente de la repercusión que de aquella vulgaridad protocolaria se podría concluir: —¿Y vosotros qué tal?

¡Para que contaros! ¡Aquel fue el interruptor de lo pernicioso!

—¿Nosotros? ¡Muy bien! ¿Verdad Raquel? —empezó a responder nuestro amado “Pedro de los cojones”—. Nos vamos a ir de crucero esta Semana Santa, nos hemos cambiado el coche por uno híbrido para poder entrar en las grandes capitales del estado en modo eléctrico, a ella la han subido de categoría en el trabajo y ahora cobrará más que yo con 15 pagas al año, a mí me han confirmado la adjudicación de un proyecto por el que vamos a barrer todas las carreteras del estado* y voy a ingresar una cantidad de pasta increíble, y no paramos de subir y subir. ¿Y vosotros qué contáis de nuevo?

(Aunque parezca una sandez, en la autonomía de Catalunya es cierto que se barren las carreteras con máquinas barredoras de grandes dimensiones y, precisamente, por este motivo no nos pareció una locura la adjudicación que le otorgaron a Pedro. Precisamente en unas vacaciones, circulando por dicha autonomía, soy testigo presencial del dato afirmado en la carretera C-31.)*

—Nosotros, pues… —balbuceé mirando a Mari Carmen, esperando que a ella se le ocurriera algo con lo que salir del apuro.

—Yo —intentó seguirme la pobre mujer al verme tan ofuscado en la búsqueda de una respuesta—, he estrenado un nuevo consolador y le concedí a él los honores para desvirgarlo en mi coño —insinuó una proeza con la actividad, señalándome con la mano extendida—. Puede parecer una tontería, pero nos ha unido mucho en la intimidad y es digno de mención.

Como es de suponer, otra cosa no; pero las risotadas se sucedieron por ambas partes.

Estuvimos cenando en plan pica-pica. Tapitas, cervecitas, más tapitas, más cervecitas, y cuando nos dimos por satisfechos, con medio colocón de tanto beber entre risas, llegaron los cafés y las “gotas”.

—¿Vamos a mover el esqueleto? —propuso Raquel, que era la reina permanente de la fiesta allí donde se encontrara—. Podemos ir a la disco de “aquí al lado”.

—Yo no voy vestida para salir a bailar —buscó Mari Carmen una excusa—. Otro día mejor.

—¿Cómo que no vas vestida para ir a bailar? —protestó Pedro—. ¡Te pones la camisa por dentro del pantalón tejano, te desabrochas un par o tres de botones del escote, te quitas el sujetador y estarás de  muerte!

—¡Mira! —se levantó Raquel de la silla—. ¡Solo tienes que hacer esto! —Y copiando las palabras de su pareja le mostró a Mari Carmen cómo estrujarse bien el cinturón para marcar cintura tras clavarse el pantalón en el culo y el coño, estirarse bien la camisa para ajustarla a las curvas, abrir el escote lo suficiente para que casi se viera algo de su interior y, sin dudar, se quitó el sujetador delante de todos.

—Creo que no es el día indicado —correspondí con la negación de mi pareja—. Ya sabéis que a Mari Carmen le gusta salir muy arreglada cuando hemos ido a bailar en alguna ocasión y hoy, es cierto, no hemos salido con esta intención.

—¡Después os quejáis de que no os pasan cosas excitantes! —nos quiso ridiculizar Pedro, dirigiéndose a mí—. ¡Tenéis que vivir el momento! Nos vamos a bailar, pillamos un buen “pedo”, disfrutamos de cómo los salidos babean de los cuerpos y movimientos sensuales de nuestras mujeres al ritmo de la música y, si estamos demasiado borrachos, nos quedamos durmiendo en cualquier rincón de la disco hasta que nos echen.

Claro. Aceptamos la propuesta por compromiso.

—Nos iremos pronto —me susurró Mari Carmen al oído cuando salíamos del restaurante en busca del coche nuevo de Pedro para irnos a la discoteca—. No tengo ganas de fiesta esta noche.

No obstante, el sujetador voló de su cuerpo, la camisa se introdujo en sus tejanos, el escote se pronunció hasta el ombligo y su talante se puso en modo “guarrilla de ligoteo”.

Entramos en la discoteca y todo iba a medio gas. La música era relativamente tranquila; de esa que sin presionar provoca que el cuerpo empiece a generar movimientos sincronizados con los beat de forma instintiva. Nos fuimos a la barra larga (en aquel local hay dos) y pedimos algo de beber. Yo quería solo un refresco de Cola; aunque por las presiones tuve que claudicar al clásico Cubalibre. De ahí nos sentamos en uno de los amplios sofás que quedaban a la izquierda de la pista de baile, según se entraba.

—¡Hoy es noche de chicas! —advirtió Raquel sobre lo que nos esperaba—. ¡Por eso he querido venir! Después hay espectáculo erótico.

—¿Qué tipo de espectáculo? —quise conocer.

—Los sábados alternativos son: o noche de chicas, o noche de chicos —me informó sobre el acontecimiento—. Las noches de los sábados siempre tienen un espectáculo porno-erótico. En las noches de chicas salen tíos haciendo un número de striptease, al que a veces se añaden espontáneos; y en las noches de chicos salen tías haciendo lo mismo.

—¡Qué casualidad que sea “noche de chicas”! —protesté—. Siempre es más halagüeño observar a mujeres desnudas que a hombres.

—Sí. Pero hoy es noche de chicas —afirmó sonriente.

Mientras el  ritmo de la música aumentaba su frecuencia, la gente iba apoderándose del espacio, llegando a completarse el aforo permitido, como cada fin de semana. Las chicas, claro, empezaron a ir a la pista para bailar, con el correspondiente revuelo de moscones a su alrededor.

—A mí me encanta observar como los tíos babean al lado de Raquel —me comentaba Pedro en una de aquellas idas y venidas “bailongas” de las felinas salvajes—. Cuando se pone sensual en la pista siempre acaban queriendo propasarse con ella, con la excusa del ambiente enrarecido, y ella les para los pies. A veces hasta la “magréan” con sus asquerosas manos; pero nunca han sido demasiado severos.

—Es que tu mujer, también, tiene un puntazo de muerte —afirmé observándola en sus movimientos al ritmo consecuente—. Entre las caderas, que las menea con mucha agilidad, y el rebote de sus tetas, con los pezones marcados, pone hasta al más tímido.

—Pues tu mujer no tiene nada que envidiarle —advirtió arrogante—. Con el escote hasta el ombligo, que permite verle las tetas cuando hace giros al bailar, tiene a dos tíos con las pollas tiesas a su lado.

¡Era cierto! ¡Mari Carmen estaba rodeada de moscones, y dos de ellos tendían a propasarse, intentando no solo cogerla con sus manos, sino llegar a plantarle los paquetes voluminosos en sus nalgas! ¡Y era cierto también que, entre los movimientos de mi pareja al ritmo de la música y los sutiles roces de las manos ajenas en su cuerpo, con la excusa del baile, en ocasiones se le observaban los pezones al aire libre!

—¿Y a ti no te molesta ver cómo otros disfrutan de tu mujer a este nivel? —le pregunté a Pedro, dudoso y temeroso sobre cómo tenía que enfocar aquella situación extrema.

—Si te soy sincero —admitió—, necesito llevar unas cuantas copitas encima, para divertirme con ello; porque si estuviera en mis cabales, a estos machitos oportunistas les arrancaría los huevos con la mano. ¡Pero cuando venimos es para divertirnos, desconectar de lo bueno o malo de la vida, y disfrutar de las pequeñas cosas! —exclamó sonriente, asumiendo un papel teatral al narrar la confesión—. Después, tras la calentura que ella siente al sentirse una Sex Symbol gracias a estos degenerados, lo caliente que me pongo yo al observar como los pone a todos siendo mía, y la magia de estas gotitas de alcohol que ya forman parte del contenido de mi sangre, llegamos a casa y pegamos unas folladas de muerte.

—Aunque sea tan glamoroso —insistí en mi condición de buscarle pegas al asunto—; ¿no es un precedente, lo que sucede en esta sala de fiestas, para que tilden a tu mujer de “calienta braguetas” en la calle?

Pedro sonrió. —Lo que pasa aquí es algo que se queda siempre aquí —aclaró—. Piensa que, al igual como nosotros ya llevamos algunas copas de más, ellos están igual. El ambiente enrarecido que provocan la música alta y las luces, unido al desconcierto por el consumo de alcohol en dosis elevadas, genera que cuando nos encontremos por la calle, vistiendo como personas normales y actuando como tales, siquiera nos conozcamos. ¿Vamos a bailar?

Me desconcertó. —¿Quieres ir a bailar? ¿Quieres meterte en este tumulto de voraces depredadores de mujeres para, siquiera, podernos acercar a las nuestras? —dudé, sorprendido.

—¡Claro que nos acercaremos a las nuestras! —espetó, mostrándose docente del entorno—. ¡No solo llegaremos a ellas, bailaremos con ellas y disfrutaremos de ellas en la pista; sino que todos los moscones verán que las besamos, las magreamos, nos ponemos como motos, les restregamos el paquete tieso por sus cuerpos y, además, que ellas corresponden con alegría a nuestras iniciativas! ¡Verán que somos sus maridos y se quedarán jodidos porque saben que las chicas follarán esta noche; pero con nosotros!

Fuimos a la pista y, efectivamente, pudimos llegar hasta nuestras correspondientes parejas. Nos aferramos a ellas y no nos cortamos lo más mínimo a la hora de bailar.

La situación llevó a lo inevitable y, entre Pedro y yo, nos cambiábamos las parejas, bailando con nuestras respectivas en el intercambio de dos a dos. ¡Y bailábamos con el mismo énfasis! ¡Al igual como le espachurraba mi polla entre los glúteos de Mari Carmen al ritmo de la música, se la espachurraba también entre los glúteos de Raquel sin pudor ninguno! ¡Al igual como con mi pareja se rozaban las braguetas de nuestros pantalones al bailar pegados; también le rozaba la polla a la bragueta del pantalón de Raquel! ¡Al igual como enzarzábamos las piernas Mari Carmen y yo, clavando su coño en mi muslo y mis huevos en el suyo (tipo baile de Lambada); también lo hacíamos con la amiga de las narices!

Bailando en aquellas condiciones perdí la noción del tiempo, hasta que tuvimos la idea de, claro, beber algo más para refrescarnos. Fuimos, esta vez, a la barra pequeña, nos apoyamos en ella y pedimos las bebidas. ¡Más cubatas!

Me sentía enrarecido, absorbido por una tremenda pasión sexual que me obligaba a desafiar lo permitido, de forma que en ocasiones no solo le metía la mano dentro del escote de Mari Carmen, para rozarle los pezones salvajes y contraídos que lucía, sino que también lo hacía en el de Raquel, a los ojos de Pedro, simplemente con la intención de divertirme según me lo pedía el cuerpo.

De repente la música se paró, se encendieron las luces y desde el púlpito del disc-jockey nos hablaron a todos en los siguientes términos:

“El presidente de nuestro país, ha decretado esta noche el estado de Alarma, con el incipiente toque de queda y el confinamiento de la población en sus correspondientes domicilios, o allí donde se encuentren, porque está rigurosamente prohibido transitar por las calles a cualquier hora del día y de la noche. Para evitar quedarnos sitiados en este lugar, rogamos a todos nuestros clientes que desfilen al exterior para dirigirse a sus domicilios a toda prisa, evitando daños mayores. Disculpen las molestias.”

En realidad, Raquel nos confirmó lo que iba a suceder. —¡Qué bueno! —exclamó sonriente y enloquecida—. ¡Nunca habían empezado el strip con una historia como esta! ¡Es fascinante!

—Me parece que la discoteca ha cerrado —susurré yo, al ver como el mismo disc-jockey que había pregonado el acontecimiento recogía las cosas, en la puerta se situaban los gestores de la sala recomendando a la gente su salida y, como no, las caras de los asistentes demostraban que algo extraño sucedía—. Me parece que no es la forma de presentar a los tíos en bolas; sino algo mucho más serio.

Nos costó ligeramente reaccionar; aunque salimos al exterior, como el resto de los asistentes.

Fuimos al coche de Pedro y condujo hacia nuestra ubicación, distanciada (como antes he comentado) cinco manzanas, con el restaurante a dos y media de cada domicilio asumiendo su papel de centro neurálgico.

Llegando a su casa, que nos pillaba más de camino, unos policías nos detuvieron. Pedro bajó la ventanilla del auto.

—Lamentablemente no se puede circular por las calles y deben recluirse de inmediato —nos ordenó el agente.

—Los acompañamos a su casa, a escasas diez manzanas, y regresamos a la nuestra. Con el coche es un momento —advirtió Pedro, con la intención de poder acercarnos a nuestro domicilio.

—Lo siento —reconoció el policía—. Esto nos pilla a todos de nuevo; pero las órdenes son estrictas y nadie puede circular por las calles, ni a pie ni en coche, porque estamos en estado de Alarma. Un compañero los escoltará hasta el lugar más cercano con la moto y deberán recluirse todos en él.

—¿Hemos entrado en guerra? —preguntó Raquel, llevada por el impulso que el alcohol ingerido le provocaba.

—No, señora —aclaró el oficial—. Estamos en estado de Alarma sanitaria, por la amenaza del Covid-19. Quizá sea una guerra contra esta especie de bicho. No lo sé. Pero las órdenes son estrictas y, en caso de no ser obedecidas, tenemos la obligación de detener a quienes se las salten y llevarlos a comisaría; por lo que les recomiendo encerrarse de inmediato donde proceda más cercano. Ahora ya les tendría que detener por hacer caso omiso de las normas dictadas por nuestro presidente.

Y efectivamente, un policía con la moto se situó detrás del coche de Pedro para escoltarnos hasta el lugar más cercano: el domicilio de Raquel y de Pedro.

Dejamos el coche en el garaje y subimos a su casa.

—¡Pues yo no me quedo sin sriptease! —exclamó Raquel, muy tocada por la magia de la noche.

—¡Hostias! —exclamó Mari Carmen, condicionada por el mismo efecto enrarecido, truncado sin entender los motivos—. ¡Aquí tenemos a dos tíos guapos, con buenas pollas que mostrar, que nos pueden hacer el strip!

—¡Y una mierda! —inquirí yo, siendo el que quizá estaba menos tocado por la bebida, pese a que tenía efectos meritorios—. ¡Yo no quiero sacarme la “chorra” por las buenas!

—No será por la buenas —susurró Raquel, acercándose a mí de forma temeraria—. Nos calentamos con los strips, os los ofrecemos después nosotras a vosotros, y montamos cama redonda entre los cuatro.

Pedro sonrió. —¿No nos dicen que estamos en estado de Alarma? —propuso complaciente al enunciado—. ¿No sería vivir en estado de Alarma si tú te follas a mi mujer y yo a la tuya? —dudó mirándome y esperando mi complicidad.

—Hemos bebido demasiado y no tiene nada que ver una cosa con la otra —intenté recuperar la conciencia racional clásica que me ampara en estas circunstancias—. Bastante serio es que esta noche no podamos ir ni a nuestra casa. ¿Ponemos la televisión y vemos lo que está sucediendo?

Mari Carmen vino a mí, con una seriedad poco habitual en su rostro. —No sé que encontraremos en la televisión, ni lo que aprenderemos sobre lo que sucede; pero la magia de este momento prefiero conservarla, dejar que todo suceda y que dejemos lo malo para más tarde, o para mañana. Estamos aquí, nos han parado unos policías con órdenes estrictas, y no sabemos si al descubrir lo que está sucediendo nos quedemos limitados mucho más —Miró a Raquel, que estaba mirándose los pezones para espachurrarlos y provocar que se marcaran aun más en su vestimenta—. ¿Tenéis algo de alcohol? Creo que nos falta un puntito para disfrutar de lo que queda de noche —Pidió.

¿Algo de alcohol? ¡Joder! ¡En aquella casa no había nada más que alcohol en sus diferentes formas de destilación!

La mesa del comedor se empezó a llenar de botellas y más botellas, todas ellas esperando a ser ingeridas, con vasos de tubo, cubitos de hielo, y refrescos para crear combinados.

¡Era una locura, sí! Pero la noche prometía, pese a todo lo sucedido.


Tengo que advertir al lector sobre los años de relación que llevábamos Mari Carmen y yo, sobretodo de lo que habíamos vivido:

Sin ser naturistas, íbamos en verano a las playas nudistas de la zona mediterránea, generalmente en la Comunidad Valenciana, alicantina o murciana.

No acostumbrábamos a llevar ropa interior al estar de vacaciones, así como ella vestía generalmente transparencias y escotes sobredimensionados donde dejaba ver sus pechos y, también, faldas exageradamente cortas que enseñaban su culito y hasta su coño, según la circunstancia.

Nos transformábamos en personas tremendamente sociales, hasta el punto en el que hacíamos apuestas sobre “quien ligaba más de los dos”, llegando a provocar situaciones realmente excitantes con nuestras conquistas individuales.

En alguna ocasión, siempre de vacaciones, habíamos tenido sexo contemplativo. Es decir: el ligue esporádico de la noche había acabado en nuestra habitación de hotel y, como es de suponer, ya se sabe a qué. El sexo era contemplativo porque la pareja solo miraba y se calentaba viendo al otro follar.

¡Y en alguna ocasión habíamos experimentado tríos, ya fueran “hmh” o “mhm”! Aunque eso solo pasó estando de vacaciones.


Raquel se dedicó a mover todos los muebles del comedor, creando un espacio en el que podríamos reconocer un escenario y que estaría dispuesto, justo, frente al sofá. La idea era que nuestro strip se hiciera en el lugar destinado al efecto y ellas lo observaran cómodamente sentadas. Subió el termostato de la calefacción a 26 grados, puso música de fondo al estilo de jazz tenue buscando el glamour clásico de ciertos temas y sin dilación se sentaron las dos chicas, adoptando posiciones sugerentes.

—¡Ya podéis empezar el despelote! —gritó Raquel entusiasmada.

Miré a Pedro y resoplé. Tenía un punto, era cierto; pero llevarlo hasta aquella magnitud provocaba mi vergüenza.

—Ya sabes que “tiran más dos tetas que un par de carretas” —comentó Pedro al verme en aquella situación—. Si ellas lo piden, tenemos que abandonarnos a sus necesidades.

Me dejé llevar. Siguiendo el compás de aquella música sugerente caminé hacia el lugar indicado, seguido de Pedro que imitaba mis movimientos, y empezó nuestro show.

¡Alucinante! Verlas allí sentadas, con sus escotes, tocándose con cierta parsimonia, pretendiendo entrar en una fase de excitación, al principio controlada aunque con la intencionalidad de que se convirtiera en visceral, ya era por si mismo un motivo de dejadez deslumbrante.

—¡Bailad entre vosotros! —gritó Raquel—. ¡Quiero que me excitéis viendo como vuestros cuerpos se unen y se restriegan el uno con el otro, vuestras pollas crecen y os vais desnudando!

—¡Desnudaros el uno al otro! —gritó entusiasmada Mari Carmen, absorta en la situación—. ¡Y podéis tocaros las pollas!

A mí me cogió por sorpresa, de forma que hasta me cortaron aquellas palabras; pero Pedro parecía en la disposición de seguirles el juego hasta donde fuera oportuno y, sinuosamente, empezó a contornearse a mi lado, a tocarme la espalda con sus manos, a bajar las caricias hasta la cintura y, como si de un ritual musical se tratara, cerrando los ojos, nos cogimos de las cinturas y empezamos a dejar fluir el baile sensual entrelazando nuestros cuerpos.

Primero fueron las camisas, que salieron del alojamiento interior del pantalón. Poco a poco se desabrocharon los botones hasta que fueron cayendo de nuestros torsos, quedándose desnudos. Nuestras caricias, sin perder el compás de la música, se movían entre las espaldas, las cinturas y los pechos que, para mi grata sorpresa, me ofrecían un grado de excitación al ser acariciados.

—¡Besaros! —propuso Raquel, que estaba súper salida y sus manos ya empezaban a reaccionar en consecuencia, acariciándose la entrepierna sin demasiado disimulo por encima del pantalón.

Pedro me besó en el cuello buscando mis sensaciones. ¡Las consiguió el muy cabrón! Con la piel de gallina, hice lo propio acercándome no solo a su cuello, sino también a los distintos sectores sensoriales de sus orejas.

Con los ojos cerrados, ambos nos empezamos a dejar llevar por la experiencia. Solo destacar una sensación curiosa al rozarse nuestras mejillas, por el pequeño resquicio al rozamiento de las barbas afeitadas horas atrás que, incluso, le ponían morbo al asunto. ¡Nunca había besado a un hombre en estas circunstancias eróticas!

—Dejémonos llevar con los ojos cerrados y podrá explotar nuestra sensualidad —me susurró Pedro al oído—. No sé como puede acabar esto, pero me siento motivado.

¡Joder, si se sentía motivado! La tontería de la propuesta de besarnos se convirtió en realidad y sus labios se juntaron con los míos. Las caricias, las sensaciones ya advertidas y la situación enrarecida, fueron motivo suficiente para que aquella proposición absurda empezara a tomar consistencia, sin saber donde se situaría el final.

Nuestras manos aspiraban a más y con las fricciones provocadas por los movimientos de nuestros cuerpos al compás de la música, las pollas se rozaban en ocasiones, provocando que yo sintiera como en su entrepierna se había creado también una erección. ¡Y había un punto en el movimiento de nuestras caderas donde mi polla hacía palanca con la suya y notaba el impacto al ser superado el bulto con la presión!

Noté como las manos de Pedro llegaban a mi culo, aferrando mi cuerpo contra el suyo. ¡Yo lo copié y apreté también sus nalgas, espachurrando mi polla contra la suya, notando como al estar las dos tremendamente erectas se complementaban en un roce pernicioso y abrumador de braguetas!

Y por detrás, sentí como la mano de mi acompañante bailarín penetraba por los glúteos para presionar con su dedo mi perineo. ¡Aquello provocó que mi excitación aumentara, al notar como mi erección se recrudecía!

De repente nuestros cuerpos se distanciaron ligeramente. Resoplé. No entendía nada; aunque tampoco me preguntaba nada. Lo que estaba sucediendo era algo fuera de cualquier sensatez para personas cabales y serias, como lo éramos quienes en aquel escenario nos encontrábamos; pero el grado de excitación era superlativo y, como si me lo pidiera el cuerpo, mi mano derecha bajó a la entrepierna de Pedro, le acaricié la polla tiesa sobre el pantalón, le desabroché el cinturón, solté la presilla del botón, le bajé la cremallera de la bragueta y metí mi mano por el interior de su ropa interior, encontrándome con una tranca vigorosa, dura como lo es el acero, llamándome a descubrir cosas nuevas.

Él copió mi iniciativa yendo ligeramente más allá, dejando caer mi pantalón y mis calzones hasta los tobillos. ¡Mi polla tiesa, estaba a la vista!

Obviamente quise descubrir también su sexo como venganza; pero sus prendas no caían solas, como en mi caso. Quizá era por la condición física, o por las tallas más justas, y tuve que arrodillarme en el suelo para descender su pantalón y sus gayumbos, quedando su polla justo delante de mi cara.

—¡Cómetela! —gritó Mari Carmen al verme en aquella situación—. ¡Pégale una mamada!

—¡Esto es mejor que el strip de la disco! —gritó Raquel—. ¡Allí solo se quedan en pelotas sin sexo explícito! ¡Que se la mame! ¡Que se la mame!

Y se pusieron las dos a canturrear al unísono: —¡Que se la mamen! ¡Que se la mamen! ¡Que se la mamen! ¡Que se la mamen!

Pese a que “las carretas eran tiradas por las tetas de las chicas”, no consiguieron el objetivo. Miré aquella tranca que desvergonzada surgía con fuerza con una forma ascendente y el capullo al aire, me relamí los labios por culpa del deseo oculto que me condicionaba, me dejé dominar por la cordura y me levanté para, eso sí, empezar una guerra de pollas tiesas, usándolas como espadas.

Con movimientos laterales de cintura empezamos a golpearnos polla contra polla, reconociendo cierto placer unido a la actividad, y de vez en cuando incluso nos dábamos estocadas, clavándonos los capullos en el bajo vientre, los muslos e, incluso, en los huevos. ¡Era muy divertido hacer aquello!

Después de jugar un rato a los “espadachines pollones”, nos acabamos de desnudar por completo y empezamos a caminar hacia las chicas, que seguían sentadas en el sofá.

Mari Carmen estaba con las piernas sobre el cojín inferior, abiertas y cruzadas por los tobillos, tocándose el coño por dentro del pantalón desabrochado, con la camisa abierta y mostrando ligeramente sus pechos; mientras que Raquel tenía el pantalón bajado hasta las rodillas, las piernas estiradas (no las podía abrir por culpa del pantalón), le daba al coño con sus dedos de forma salvaje y, ella sí, lucía la blusa totalmente abierta dejando ver sus tremendas tetazas.

¡Ni me había percatado de que Raquel tuviera tanta teta escondida debajo de la ropa! Al ser una mujer de estas que no “sacan pecho”, sino que parece que adoptan una postura como de “chepita”, escondía toda aquella masa voluminosa demasiado bien y no se reconocía abiertamente.

Nos plantamos frente al sofá, de pie, con las piernas ligeramente abiertas, las manos en la cintura para adoptar una postura de prepotencia, y Pedro les recordó lo prometido. —Os toca el strip —advirtió mientras se relamía los labios.

—¡¿Strip?! —exclamó Raquel, levantándose del sofá, desnudándose por completo a toda prisa y afirmando—: ¡Ya tienes tu strip! ¡Ahora fóllame!

—¿Y tu strip? —le pregunté a Mari Carmen, esperando que ella reaccionara.

Mari Carmen se levantó del sofá, cogió a Pedro por la mano para impedir que llegara a Raquel y le susurró sin dejar de mirarme a mí directamente a los ojos. —Desnúdame como has desnudado a mi hombre.

Pedro ni se lo pensó. ¡En dos segundos la tenía en pelotas!

En aquel momento sucedió algo que se me escapó por completo del control habitual que tenemos sobre todas las cosas, y vi como la polla de Pedro, sin pretenderlo, se acercaba despacio al coño de Mari Carmen, mientras que Raquel se ponía en pompita apoyando sus manos en el reposabrazos del sofá, plantándome su coño frente a mi tranca.

Como si fuera una secuencia a cámara lenta, al mismo tiempo que la polla de Pedro entraba en el coño de Mari Carmen, la mía lo hacía en el de Raquel. ¡Y en el mismo instante los dos tocamos fondo!

Desde entonces la cámara lenta dejó de ser efectiva. ¡Era súper excitante estar follando mientras veía a mi mujer follando con otro! ¡Esto no lo habíamos vivido! Los dos manchábamos dándole con suma rapidez al asunto. Yo cogía a Raquel por las caderas como punto de apoyo para poder plantarle las envestidas en plan salvaje, mientras que Pedro tenía a Mari Carmen de frente, con una pierna levantada y sujetada con su brazo derecho, la cogía por la cintura con su mano izquierda, y le daba al movimiento de caderas ascendente con mucha rapidez.

“¡Tremenda follada!”, pensé en aquel instante.

La posición de Raquel exageraba las curvas de su cintura y matizaba con alegría la sinuosidad de sus caderas y de su culo, así como la caída de su espalda, y en los rebotes de mi insaciable mete-saca sus pechos deslumbrantes aparecían por los costados en un movimiento natural provocado por el peso de tanto volumen mamario escondido.

¡Por otro lado, las envestidas de Pedro en el coño de Mari Carmen eran tan intensas que, al clavársela, llegaba a levantarla del suelo, provocando el rebote de sus tetas a cada trancazo!

Así estuvimos varios minutos, sin que las chicas se atrevieran a pronunciar palabra. Nuestros mete-saca eran instintivos, salvajes, viscerales y casi las envestíamos al unísono, con la misma frecuencia en el vaivén. ¡Era abrumador y excitante!

Pedro me miró. —¿Ya? —preguntó esperando mi respuesta.

Yo no entendí si lo que quería era que nos corriésemos los dos a la vez o si lo que quería era provocar un cambio de coño. Como mi grado de satisfacción no llegaba a culminar el deseo del orgasmo, opté por pensar en la segunda iniciativa y respondí: —¡Ya!

Saqué mi polla del interior del coño de Raquel y, sin perder ni un segundo, empecé a conservar la excitación (innecesariamente) dándole al vaivén con mi mano. No me masturbaba para obtener el éxtasis; aunque me apetecía este punto de placer propio.

“¡Menos mal!”, pensé al ver que Pedro hacía lo mismo y sacaba también su polla del interior del coño de Mari Carmen, dándole también a la suya con la mano.

—¿Nos corremos ya? —quiso confirmar Pedro, sin dejar su movimiento.

—Yo todavía no estoy en esta fase —reconocí, viendo como Raquel acercaba su cara a mi polla con la intención de mamármela.

Mari Carmen hizo lo propio con la polla de Pedro y al ver que ella se aceleraba a la hora de mamar, se la enchufé a Raquel entre los labios.

¡Cómo la mama la hija de puta de Raquel (digo “la mama” porque eso es innato en la fémina que lo hace así de bien y es una experta toda la vida)!

¡Quizá fue porque en aquel momento estaba muy excitado por la situación; pero aquella boca parecía haber nacido únicamente para mamar pollas! ¡Qué poderío observar cómo me la comía al compás del rebote de sus pechos al darle con ganas!

¡Y Mari Carmen copiaba la forma de mamármela Raquel, satisfaciendo a Pedro!

¡Joder! ¡A mí nunca me la habían mamado así! ¡Mari Carmen nunca me la mamó con tanto afán e interés como le ponía a la tranca del capullo ese!

Me pudo la visceral motivación al oír cómo Pedro le decía a Mari Carmen: “estoy a nada de llenarte la boca de semen”; y en un momento de ira sexual contenida, aparté la boca de Raquel de mi polla, fui hasta Mari Carmen, la arrebaté de Pedro y me la follé.

Sí. Era tanta la pasión, el desenfreno y lo que mi cuerpo sentía en la aventura caliente que estaba viviendo que, por la propia quemazón, necesitaba catar mi coño conocido. ¡El de Mari Carmen!

La tumbé sobre el sofá y la penetré como un loco salido que es incapaz de controlar sus instintos, buscando el máximo de placer. ¡Y, joder, si lo conseguí! ¡Me pegué una corrida dentro de su coño que acabó cayendo sobre el tejido del sofá de Raquel y Pedro!

A todo esto, Pedro ya había eyaculado sobre los pechos de su pareja.

Cuando el ambiente se tranquilizó los cuatro nos dejamos caer en el sofá, casualmente Mari Carmen sentándose sobre mi corrida húmeda que seguía allí. Incluso saliendo todavía del interior de su coño.

—¿Los strips de los chicos de la disco acaban así? —le preguntó Mari Carmen a Raquel—. Porque de ser así cada quincena te acompaño a la fiesta.

—Acaban de muchas maneras —advirtió la preguntada—. Cuando se calienta el ambiente demasiado, al salir espontáneos luciendo sus pollas, en alguna ocasión han llegado a follar hasta en la pista de baile. Pero lo normal es que se folle en los baños o en los sofás escondidos de la multitud. ¿Ponemos la tele? —propuso Raquel, cambiando de tema—. Ahora ya ha llegado el momento de ponernos al día.

—¿Tenéis la costumbre de follar con vuestras amistades? —se me escapó la pregunta en general, justo, en aquel momento que Raquel proponía lo de la tele.

—No —contestó Pedro, tajante, mientras se levantaba para obedecer a su mujer—. Esto es la primera vez que nos pasa; y es la primera vez que terceras personas han estado así en nuestra casa, en pelota picada esperando ver la televisión.

Se puso el canal 24 horas y entonces nos dimos cuenta de la situación. ¡Era alucinante! ¡Estábamos sitiados en casa de nuestros amigos hasta nueva orden!

—Dicen que se podrá salir para hacer las compras indispensables —reconoció Mari Carmen de lo narrado en el noticiario—. Mañana salimos a comprar y de regreso nos colamos en casa.

—Mañana es domingo y el primer día de todo este desmadre —le recordó Raquel—. Solo se podría ir de compras a las grandes superficies que abren o a tiendas vinculadas a cadenas alimenticias. Mejor que os quedéis aquí hasta el lunes. Así vais al supermercado a tres manzanas y después ya tenéis la excusa perfecta.

—¿Y que haremos aquí encerrados hasta el lunes? —se me ocurrió preguntar.

Todos se miraron y rieron. —¡Follar! —exclamaron al unísono.


Esta historia ha venido a mi memoria porque llega de nuevo el día de las manifestaciones a favor de una igualdad entre géneros y me ha recordado lo que el año pasado sucedió el fin de semana siguiente a la fecha conmemorativa.

Este año no hay demasiados planes al respecto; aunque sé que Mari Carmen y Raquel acabarán encontrando la excusa para salir a la calle y, con la propuesta de la igualdad, enseñarle las tetas a todos los tíos que estén por allí y, a ser posible, su desnudez completa.

Reconozco que la primera vez que lo hizo me dejó perplejo, ya que siempre es recatadita en casa y nunca ha dejado que su desnudez se convierta en pública (excepto cuando vamos de vacaciones por ahí); pero cuando a los derechos se refiere, se tiene que ser permisivo. Después ya esperaba que lo hiciera e, incluso, cuando no lo hacía yo mismo le preguntaba: “¿hoy no enseñas las tetas con la excusa?”; consiguiendo el objetivo. Y cuando ya decidió salir con una única prenda, para sacársela en plan rápido mostrando su desnudez completa, admito que me estimula verla poseída por la vulgaridad de la manifestación, me excita para pillarla después por banda y taladrarla todo lo posible, y hasta tengo la tendencia a trempar solo al recordarlo.

Este año tampoco iré con ella y me quedaré en casa con la tele local puesta. ¡El año pasado sus tetas salieron en dicha televisión! Y las tiene preciosas en la pantalla. Mmmmm…


Después de ver la televisión, serían ya las cinco de la madrugada, todos nos pegamos una ducha y nos acostamos en la misma cama de matrimonio.

Recuerdo que fue apasionante encontrar la manera de acoplarnos los cuatro en una misma zona de descanso de 1’35 metros de ancho. De todas formas caímos rendidos.

Yo desperté a eso de las 11:00 horas y me quedé patidifuso. ¡Estábamos los cuatro en pelotas! Me levanté de la cama y observé el panorama.

Pedro la tenía tiesa mientras seguía dormido. Sería por la erección matinal. Al tenerla inclinada hacia arriba y ser bastante grande, durmiendo cara al cielo, la tenía sobre su vientre llegándole casi al ombligo. Tanto él como yo íbamos completamente rasurados (yo, desde hace un tiempo, me dejo unos cuantos pelos cortos alineados sobre la polla. Lo vi en una de las películas porno que vemos con Mari Carmen y me gustó observar cómo queda el brasileño en un hombre).

Mari Carmen se movía desde la posición fetal en la que nos habíamos acoplado para dormir, seguramente por culpa de que al levantarme la hubiera despertado, y se giró espatarrándose. Tenía el coño brillante, completamente rasurado, y le sobresalían ligeramente los labios menores, notándose la ligera hinchazón típica de la vagina al estar excitada. ¿Qué estaría soñando después de lo vivido? Los pechos, al ponerse cara al aire, se le pusieron como a mí me encantan: redonditos y con la imagen de una semiesfera casi perfecta con el pezón en la parte milimétricamente superior. En realidad tiene un pecho curioso, porque no se le espachurra hacia los lados, ni hacia ninguna parte, sino que adoptan esta posición esférica que es muy excitante.

Y por último, Raquel dormía boca abajo, con una pierna y un brazo fuera de la cama. ¡Claro! ¡Si lo extraño fue que los cuatro llegáramos a acomodarnos! Tenía el culo muy chulo, la verdad. Respingón, mullido, de piel fina y delicada, sobresalía de los potentes muslos que adornaban sus piernas y creaba la montaña que desembocaba en la vaguada de la parte trasera de su cintura y abría la espalda fuerte y ancha que daba referencia a sus curvas corporales de mujer. Debajo de ese torso, dos tetas espachurradas aparecían por los laterales de su pecho, recordando el poderío de dichas protuberancias al tener los brazos levantados y reclinados sobre la cabeza en el cojín.

Me excité y me empecé a masturbar viendo aquella imagen seductora. Y mientras le daba al vaivén, Mari Carmen volvió a moverse, despertó a Pedro, Raquel se giró por culpa del ajetreo y, sin cortarme, seguí con lo mío.

¡Los tres se quedaron a cuadros al abrir los ojos y encontrarme allí, de pie, en los pies de la cama, con la polla en la mano!

—Te quedaste con ganas ayer; veo —advirtió Pedro al verme tan entusiasmado.

Sonreí. —Ayer no me quedé con las ganas —reconocí sobre la follada alocada que pegamos los cuatro—; aunque eso no significa que hoy me hayan vuelto al observaros juntos y desnudos.

La paja se quedó a medias, porque se empezaron a levantar con las correspondientes rutinas matutinas a las que todos tuvimos que sucumbir y, tras las evacuaciones, las duchas pertinentes y los arrumacos consecuentes sin visceralidad, nos vestimos y acabamos desayunando en el comedor.

Desde la ventana observamos al exterior de la vivienda. ¡En la calle no había absolutamente nadie! ¡Los comercios, todos, estaban cerrados a “cal y canto”! ¡La imagen era la de una película de ciencia ficción, similar a la de la película “Soy leyenda” de Will Smith! ¡Era el caos!

Al principio nos invadió a los cuatro una sensación de nerviosismo y, casi de forma instintiva, Pedro conectó la televisión. Lo que se anunciaba era más y más de lo mismo. Estado de Alarma, confinamiento, virus, pandemia mundial, muerte y desesperación, eran los preliminares de cualquier cadena y en todas ellas las palabras mencionadas se sucedían sin control.

—¡Estamos sitiados! —exclamó Raquel—. ¿Follamos para pasar el tiempo? Así no pensaremos en toda esta desgracia.

Los cuatro nos sentamos en el mismo sofá de la noche anterior, donde se observaba perfectamente el manchurrón de mi corrida y, pensativos, nos quedamos en silencio sin responder a la proposición de Raquel.

Eran solo las 13:00 horas y quedaba mucho domingo por delante. Habría tiempo para desmelenarse de nuevo.

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