Religión comparada
Gina e Irene, hermanas de mi esposa Hillary, son dos testigos de Jehová que pretenden convencernos de que sus ideas religiosas son mejores que las nuestras
Este es un pequeño divertimento que "TheSympatheticDevil", el creagor de la serie BimboTech, publicó en su difunta página de Tumbrl. Espero la disfruteis.
Las hermanas de mi esposa hacía unos meses que se habían convertido en Testigos de Jehová y estaban constantemente molestándonos con su afán de convertirnos. Aunque estábamos bastantes satisfechos con nuestra propia religión, tras algunos preparativos le dije a Hillary que invitase a sus hermanas a cenar.
Gina e Irene olfatearon con desaprobación las velas negras que adornaban la mesa. Tenían un olor diferente, ya que Hillary se había pasado la mayor parte del día anterior masturbándose con ellas mientras rezaba a nuestro demoniaco Señor Hautzinamuff para que nos guiase en nuestro esfuerzo. Además, la parpadeante luz que emitían tendía a producir sombras que, algunos podrían decir, simulaban diablillos masturbándose, aunque este efecto desaparecía si se miraba directamente a la llama.
Mostrándome algo azorado, les pregunté si les importaba que abriese una botella de vino. Me aseguraron que los Testigos de Jehová podían beber vino con moderación. Yo ya lo sabía, no tenía intención de emborracharlas. Sólo quería distraer su atención del aderezo de las ensaladas. Había puesto mi especial y propia contribución en él y lo había dejado marinar con la efigie de piedra de nuestro glorioso Señor demoniaco durante toda la noche.
Cuando sus mejillas comenzaron a brillar con ese fervor único propio de los que eran acariciados por los dedos de nuestro Señor Hautzinamuff en sus más recónditos lugares, desvié la conversación hacia temas de actualidad. El matrimonio homosexual había sido recientemente legalizado en nuestro estado y, por supuesto, las hermanas de Hillary no lo aprobaban.
Eso quizás sea aplicable a la homosexualidad masculina – reconocí cuando Gina, indignada, explicaba que las relaciones entre personas del mismo sexo iban en contra de la ley de Dios –. Pero la Biblia no dice nada acerca de las relaciones lesbicas.
Bueno, no de forma directa… - admitió a regañadientes Gina mientras Nuestro Demoniaco Señor bombardeaba su mente con preguntas e imágenes que, sin su ayuda, jamás se hubiese planteado –. Pero todavía… todavía no es…
Y en algunas circunstancias, la Biblia realmente alienta las relaciones lésbicas – dije.
Gina se sonrojó furiosamente y se quedó callada. Irene, sin embargo, contestó tartamudeando.
- ¡No, no! ¿En qué circunstancias?
¿Noté acaso un atisbo de esperanza en su pregunta?
En su mayoría, obligaciones familiares. – contesté –. Toma el libro de Ruth. Cuando el marido de ésta murió y su suegra se quedó sin apoyo, las dos se reunieron y se consolaron entre ellas, en el sentido bíblico. Y Ruth y Noemí continuaron así hasta que Ruth conoció a Booz. Noemí ayudó a que lo montase, si te acuerdas. Hizo que los jugos de Ruth fluyesen hasta que pudiese encontrar a un hombre que pudiese dejarla embarazada. Así que la Biblia reconoce la utilidad de las relaciones lésbicas siempre y cuando siga ocurriendo la reproducción. Eso sí, no entra en detalles de lo ocurrido con Noemí después de la unión de Ruth y Booz, pero creo que es seguro asumir que Ruth no la echó. Probablemente compartió el lecho de su marido con su amante lesbiana.
¡La Biblia no dice eso! – exclamó Irene mientras Gina, atónita, se esforzaba por sacar un ejemplar de la Biblia de su bolso.
Bueno, tienes que leer entrelíneas – admití –. Pero Jehová claramente establece un patrón de damas lesbianas con un único hombre por el bien de la reproducción. Especialmente cuando hay algún tipo de relación familiar. Sólo fíjate en Lea y Raquel.
¿Lea y Raquel? – preguntó Irene.
¡Oh, sí! Las dos hermanas estaban inmersas en unas relaciones lésbicas antes de que Jehová interviniese. Tenían amantes sumisas, Bilha y Zilpa, a las que la Biblia llama “siervas” ( Aquí aparece un juego de palabras casi imposible de traducir. En el original, sierva aparece como “handmaiden”, con lo que el autor juega con el significado de mano (hand) y doncella (maiden) ) por su talento con el puño. Jehová le entregó las cuatro a Jacob para que pudiese montarlas, pero, como es obvio, sólo podía hacerlo de una en una, las otras tres se devoraban las unas a las otras mientras esperaban turno para empalarse en la barra de carne de Jacob.
¿Eso…? ¿eso está realmente en la Biblia? – preguntó Irene boquiabierta, con los ojos muy abiertos y con sus pezones haciendo acto de presencia a través de su sujetador y de su sencillo vestido.
Gina sólo atinó a gemir. Su mano izquierda había encontrado su entrepierna. Hillary cariñosamente ajustó las gafas de su hermana, recordando, sin duda, con cariño la primera vez que desate sobre ella el poder de Nuestro Señor Hautzinamuff.
¡Por supuesto! – contesté –. Todo está allí, un poco después de la historia de las hijas de Lot. Esa sí que la conocéis, ¿verdad?
Ellas lograron… lograron emborrachar a su padre… - balbuceó Irene mientras su propia mano se dirigía hacia su entrepierna.
Y luego… entonces… - continuó diciendo Gina, estremeciéndose con temblores preorgásmicos.
¡Ellas se lo tiraron completamente! – exclamó Hillary, dejando la botella de vino sobre la mesa y extendió sus manos para tomar, desde atrás, las tetas de su hermana.
Gina gimió entregándose a la ola de placer que Nuestro Señor Hautzinamuff le otorgaba.
Pero… ¡Pero eso es incesto! – objetó Irene mirando fijamente las manos de Hillary sobre los senos de Gina con una mezcla de horror y envidia -. ¡Es pecaminoso!
¡Pero todo fue idea de Jehová! – insistí – Jehová eliminó a la madre de las chicas para que éstas no tuviesen impedimento para tener sexo con su padre. Ya mantenían entre ellas relaciones sexuales estando borrachas antes de que su padre decidiera acabar con ellas antes de salir de Sodoma, pero Jehová decidió darle un buen puntapié. En realidad, Jehová es un gran admirador del incesto. Está ahí, en tu Biblia.
No… No es… - trató de responder Irene, sacudiendo la cabeza en una incierta
negación.
¡Aquí, déjame que te lo enseñe! – dije tomando la Biblia que había desechado Gina y mirando el capítulo octavo de “El Cantar de los Cantares” de Salomón mientras Hillary ayudaba a Gina a liberarse de su vestido.
Léelo Irene, léelo en voz alta para que todos lo oigamos – dije entregándole la Biblia a mi cuñada -. ¡Convéncete!
Irene tenía los ojos desorbitados, como platos, pero cogió el libro y comenzó a leer.
- ¡Si tan solo fueses como mi hermano, amamantado por los pechos de mi madre! Entonces, si te encontrase afuera, te besaría y nadie me despreciaría… Yo te guiaría, te llevaría a la casa de mi madre, la que me enseñó. Te daría el vino especiado para beber, el jugo fresco de las granadas… Su mano izquierda estaría debajo de mi cabeza, y su diestra me abrazaría…
Mientras ella leía, me coloqué detrás suyo y acaricié su cabeza con mi mano izquierda al tiempo que sujetaba una de sus minúsculas tetas con la derecha.
¡Oh Señor, Señor, Señor! – exclamó Irene, metiendo su puño en la entrepierna.
Lee para nosotros los versículos ocho y nueve, Gina – dije, dándole el libro a la hermana mayor, ya desnuda, y procediendo a quitarle la ropa a la más joven.
Gina comenzó a leer con una risita fruto del aturdimiento post orgásmico.
- Tenemos una hermana pequeña y ella no tiene pechos. ¿Qué haremos por nuestra hermana el día en que nos pregunte por ello?... Si ella es un muro, edificaremos sobre ella una almena de plata, pero si ella es una puerta, la abordaremos con un tablón de cedro…
Gina y Hillary rieron señalando a Irene.
¡Puede que tengamos que darte una azotaina con una tabla, hermanita! – dijo Hillary.
¡Yo… tengo pechos! – objetó Irene.
Pero son tan pequeños, Irene – le señalé agarrando sus pezones y haciéndola chillar –. Jehová fue muy tacaño contigo en cuanto a tetitas se refiere. Él también fue tacaño con Hillary, pero, ¿te has dado cuenta de lo grandes que las tiene últimamente? ¡Esas son las bendiciones de Nuestro Señor Hautzinamuff!
Mi esposa tomó la Biblia de manos de su hermana y leyó el versículo diez.
- Yo soy un muro, y mis pechos son como torres. Así que a sus ojos me he convertido en alguien en quien encuentra la paz.
Irene miró con envidia las tetas de Hillary.
¿Nuestro Señor Hautzinamuff? – preguntó con labios temblorosos.
¡Nuestro Señor Hautzinamuff! – confirmé, depositando una cucharada del aderezo de las ensaladas sobre la palma de mi mano para después frotarla contra el pecho de Irene, ungiéndola –. El que está Siempre Erecto, El Follador de Almas, El Devorador de la Castidad, El Señor de la Lujuria, ungimos a estas putas para Ti, Nuestro Señor Demoniaco, y te pedimos que entres en ellas para que puedan ser folladas, ¡folladas en cuerpo, mente y alma!
¡Oh, joder, sí! - exclamó Gina mientras Hillary ungía sus tetas tan vigorosamente como yo ungía las de Irene.
Irene miraba desconcertada a sus hermanas.
Tetaaaas… - atinó a decir.
¡Escucha la plegaria de nuestra pequeña hermana, Nuestro Señor Hautzinamuff! – exclamé -. ¡Otórgale las tetas tan largamente negadas!
¿La plegaria? – preguntó Irene.
¡Reza, Irene! – insistí –. Reza por tus tetas., ¡Nuestro Señor Hautzinamuff te dará las tetas que deseas!
Yo… Yo… ¡Quiero tetas! – exclamó Irene -. ¡Dame tetas!
Y mientras ella gritaba, sentí como sus diminutas tetas palpitaban y comenzaban a hincharse bajo la palma de mis manos e Irene comenzó a correrse al tiempo que lanzaba una avalancha de vulgaridades y blasfemias, apenas coherentes, que me indicaron que el demonio estaba dentro de ella. Gina, por otro lado, también soltaba una tormenta de juramentos mientras Hillary, debajo de la mesa, azotaba con su lengua el sexo de su hermana.
Solté las tetas de Irene y rápidamente sus manos reemplazaron a las mías deleitándose en el nuevo tacto y volumen de sus pechos. Agarrando una de las manos de mi esposa, la llevé al coñito de su hermana menor. Así, Hillary mantuvo entretenidas a sus dos hermanas mientras yo despejaba la mesa.
La ensalada y el vino habían funcionado tan bien que ahora sólo tenía sentido omitir el plato principal y pasar directamente a los postres.
Traje nuestros dos mejores ídolos. Uno era una imagen de Nuestro Señor tallado en obsidiana, el otro una imagen tallada en rica caoba. Ambos pulidos de forma amorosamente suave, especialmente los enormes y desenfrenados penes de Su Gloria.
Coloqué el ídolo de madera frente a Gina y el de obsidiana delante de Irene. Ambas miraban fijamente, con los ojos bien abiertos, a Su Gloria mientras Hillary las llevaba hacia otro orgasmo.
- Inclinaros ante él, mis cachondas hermanas – les ordené -. ¡Tomad su infernal gloria dentro de vosotras y llenaros de ella!
Pudo existir una ligera duda en ellas, pero la vacilante luz de las velas y el chasquido de los dedos de Hillary fueron demasiado para que aquellas zorras calientes y confundidas pudiesen resistirse. Inclinándose, chuparon los miembros de los ídolos.
Mientras lo hacían, mi esposa se levantó y se despojó de su ropa. En su esplendorosa desnudez, se echó a reír y me besó, encantada de que, por fin, hubiésemos llevado a sus hermanas al redil. Luego, me desnudó dándole a mi polla un rápido baño de lengua.
Creo que esto tiene que ir allí – dijo Hillary, levantando mi polla empapada de saliva señalando el redondeado culo de Gina que había quedado revelado cuando se inclinó sobre su silla en su entusiasta mamada de Su Gloria.
Pero si la puta más vieja toma la única polla, ¿con qué será follada la más joven? – pregunté.
¡Nuestro Señor Hautzinamuff lo remediará! – respondió ella, colocándose un arnés coronado con un largo dildo negro adornado con Símbolos de Nuestro Demoniaco Señor. ¿Puede preguntarse alguien el por qué la adoro?
Y así, juntos, montamos a sus hermanas mientras ellas adoraban a Nuestro Señor con delirante y aislada devoción.
Por la mañana, Gina e Irene pertenecían a Nuestro Señor Hautzinamuff en cuerpo y alma. Pero generoso es Nuestro Señor y por eso supe que compartiría Sus juguetes con mucho gusto.
Levantándome de la cama, tomé una ducha rápida. Había estado despierto toda la noche, aunque, en realidad, no era la primera vez que lo hacía. Su poder me sostenía. Preparé una jarra de Mimosas y la llevé, junto con cuatro vasos, a la cama.
Las tres hermanas se entrelazaban perezosamente, riéndose con la eterna lujuria que es la mayor bendición de Nuestro Señor. Era una imagen extraordinaria. Las tres me sonrieron con
avidez.
- ¡Bienvenido de nuevo, semental! – saludó mi esposa, colocada entre sus hermanas.
Por su Infernal Gracia había logrado satisfacer a las tres esa noche varias veces. El único temor de Hillary era que mis atenciones se diluyesen entre las tres, pero yo me había encargado de poner paz al respecto. Ella estaba feliz como una puta de vacaciones.
Las tres sonrieron hambrientas ante la vista de mi polla asomando a través de mi albornoz abierto. Distribuí las bebidas y propuse un brindis.
¡Por la familia! – dije.
¡Por la familia! – respondieron las tres al unísono riendo. Luego bebimos.
Suspiré y chasqueé los labios tras terminar mi bebida.
- Bueno, Irene, Gina - dije –. Habéis probado nuestra religión. Supongo que es justo que nosotros ahora conozcamos la vuestra.
Las tres hermanas desnudas me miraron desconcertadas.
¡Qué se joda! – dijo finalmente Irene.
¡No, que me jodan a mí! – exclamó Gina para luego echarse a reír.
¡Oh, sí! ¡Y a mí también! – secundó Irene.
¡Qué nos jodan a todas, cielo! – dijo finalmente mi esposa - ¡Qué nos jodan a todas en nombre de Nuestro Señor Hautzinamuff!
¿Cómo podía negarme a ello?