Relatos por mandato de mi jefe (4)

Estos relatos los escribo por mandato de mi jefe, es la condición que me ha puesto para no perder mi puesto de trabajo

RELATOS POR MANDATO DE MI JEFE (4)

Estoy muerta de sueño, anoche llegué a casa pasada la una de la madrugada, además de salir más tarde del trabajo por quedarme escribiendo, me retrasé porque todo lo hacía con más lentitud, tardé algo más de lo habitual en cambiarme de ropa y salir de la oficina, no podía caminar bien, el dilatador me molestaba bastante y cuando llegué a la parada del autobús me di cuenta de que ya había pasado el último y tuve que volver caminando. El trayecto que en circunstancias normales recorro en unos treinta minutos duró algo más de una hora, una hora caminando despacio, una hora sin poder siquiera sentarme en ningún banco porque me era imposible, una hora de suplicio con el culo hecho polvo, una hora renegando de mi estupidez por no haberme ido cuando mi jefe me dijo que podía hacerlo.

Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue quitarme las botas con cuidado y tumbarme en el sofá, no conseguía sentarme, intenté tumbarme boca abajo pero también dolía, así que me puse de lado hasta que encontré la posición correcta y descansé, tenía que sacarme aquello, pero estaba tan cansada que lo único que me apetecía era dormir, me quedé traspuesta y enseguida me obligué a levantarme, fui al cuarto de baño, me quité el pantalón y me puse de rodillas con el culo en pompa apoyando el pecho sobre la tapa del wc, llevé las dos manos hacia el trasero, mientras con una me separaba las nalgas, con la otra intentaba coger la base del puñetero dilatador para tirar de él, ¡madre de mi vida! aquello era un martirio, como si no hubiese tenido ya bastante con la caminata, no había manera de quitarlo sin que me doliese, tenía el anillo del esfínter seco y ahora no estaba excitada, estaba cabreada conmigo misma.

Decidí levantarme y volver al salón a coger el lubricante de mi bolso, qué ridícula me sentía caminando desnuda de cintura para abajo y con aquel redondel rosa entre las nalgas, volví al baño mientras iba abriendo el tubo, me puse de nuevo en la misma posición y con el dedo lleno de gel comencé a embadurnar la entrada del ano y el fino cilindro que salía de él, encogí y relajé las nalgas varias veces para que me fuese entrando el lubricante pero cada vez que las contraía el dilatador se introducía algo más profundo, las dos o tres primeras veces me molestó, pero enseguida se lubricó y comenzó a darme placer, quise parar… de verdad que quise, me avergonzaba con sólo verme en aquella posición dándome por detrás a mí misma, pero al mismo tiempo me daba tanto morbo sentirme penetrada con aquel juguete que no pude detenerme, estuve haciendo el mismo ejercicio durante un buen rato, hacía paradas para que me descansasen los muslos y las nalgas y aprovechaba ese momento para acariciarme la vulva que estaba hinchada y completamente mojada, entonces lo hice… ufffff ¡qué maravilla! me metí dos dedos en la vagina, nunca me había sentido tan llena, notaba como al mover los dedos dentro del coño y presionar hacia las paredes el plug anal se movía dándome una sensación que jamás había tenido, así que intenté hacerlo al contrario, agarré la base del dilatador y con los dedos de la otra mano todavía metidos en la vagina comencé a moverlo, podía sentirlo presionar en mis dedos, me sentía llena… bueno, mejor dicho rellena… como uno de esos patos que ponen en las mesas festivas con una naranja en el culo.

Finalmente me saqué los dedos de mi interior y comencé a frotarme el clítoris pensando en mi jefe, en la forma en que me lo había colocado él, en las palabras que me decía mientras estuvimos en el cuarto de la limpieza, en los azotes que me dio cuando así lo creyó conveniente, ufffffff ¡Dios! esto era sucio, lascivo, morboso… pero me gustaba tanto… mucho más que mi desatrancador, no aguanté ni… no se… no aguanté casi nada… me corrí enseguida, encogiéndome de placer.

Estuve al menos uno o dos minutos en la misma posición, intentando recuperar fuerzas para poder levantarme, agarré la base del plug anal de nuevo y comencé a tirar de él despacio, haciéndolo girar hacia un lado y hacia el otro, por fin logré que saliese, no sin dolor, pero bastante más fácil que al intentarlo la primera vez, solté el aire contenido y de rodillas me acerqué al bidé, lavé el plug con agua y jabón afanándome bastante en dejarlo como nuevo, después lo aclaré muy bien, tal y como había leído en las instrucciones, leí que era muy importante la higiene, pues claro que era importante, como en cualquier artilugio que te vas a meter por el culo o por el coño; bien, pues ya estaba, lo envolví en la toalla y me senté en el sanitario para aplicarme ahora a mí el mismo procedimiento que le había aplicado a él.

Cuando acabé de lavarme en el baño, recogí todo y sin apenas fuerzas me tiré encima de la cama tal y como estaba, solo con la blusa y el sujetador, me tumbé boca abajo y me quedé dormida, debían ser alrededor de las dos y media de la madrugada.

Esta mañana, mientras estaba en la caja del supermercado me preguntaron varias veces que si me encontraba bien, tenía ojeras y mala cara, estaba agotada y debía tener cara de circunstancia, la verdad es que me pasé toda la mañana pensando en el dilatador, ¿cómo un artilugio tan insignificante puede significar tanto? para mí supone el principio de algo, no sé muy bien de qué… pero creo que es el comienzo de algún cambio importante en mí.

Salí de trabajar a la una del medio día y me fui directamente a casa, tenía que comer y echarme una siesta para poder ir en condiciones a la oficina, me preparé un plato de pasta que comí con ganas, claro… si es que anoche me acosté sin cenar, ¡seré estúpida! en lugar de sentirme mal y avergonzada por mi comportamiento, se me escapó una sonrisa tonta e infantil cuando recordé cómo terminó la noche, ya tenía de nuevo mi conciencia hecha un lío.

Me levanté y recogí la mesa, mientras estaba fregando en la cocina, volví a dar otra vuelta de tuerca a estos pensamientos míos que no me traen más que dolores de cabeza, ahora era peor aún que antes, ahora ya no solo sentía esa vergüenza que me hace ver todo esto del sexo no convencional como algo sucio, ahora tenía miedo de que me gustase la forma en que mi jefe me estaba tratando, lo que había empezado hacía un par de días como un trato algo inusual, se estaba convirtiendo en algo totalmente fuera de lugar, una cosa es tener fantasías mientras te masturbas con que te den unos azotes y otra muy distinta es que te los den realmente, una cosa es soñar con tener sexo anal con un hombre y otra muy distinta que tu propio jefe te introduzca un objeto rosa por el ano. Sí, sí, ya sé que todos los jefes acaban dándote por el culo, pero nunca pensé que sería tan literalmente real.

Otra sonrisa escapada por si misma, sin ninguna orden por parte de mi cerebro. Al acostarme para echarme la siesta fui quedándome dormida con la cabeza llena de imágenes lascivas, obscenas, lujuriosas… no quise apartarlas de mi mente, me lo planteé y no quise apartarlas, ahora iba a disfrutar de ellas… ya me moriría de vergüenza después.

Me desperté unas dos horas más tarde, tenía que ducharme y prepararme para volver al trabajo, ahora me tocaba ir a la oficina a limpiar, mientras estaba en la ducha intenté recordar si había soñado durante la siesta, ¡pero qué va! Nada, no recordaba absolutamente nada… me hubiese gustado despertarme habiendo soñado con él… bueno con los dos… con el dilatador y con mi jefe, salí de la ducha y me sequé mientras pensaba en qué ropa interior me iba a poner, casi toda mi ropa interior son bragas y sujetadores comprados por separado, excepto el conjunto verde de ayer, me compro la ropa interior cuando la veo rebajada o en ofertas que ponen cuando van quedando pocas prendas para liquidar, así que casi nunca llego a encontrar las dos partes iguales de mi talla. Al final me decidí por unas braguitas azul marino y un sujetador negro.

Revisé el bolso antes de salir de casa, me cercioré de llevar el dilatador y el lubricante, durante el trayecto en autobús me imaginé mil situaciones distintas de que alguien supiese lo que llevaba en el bolso, me imaginé que se me caía y se abría dejando el juguete a la vista de todo el mundo, me imagine que me lo robaban y la risa del ladrón al ver el botín, me imaginé que lo abría para sacar la cartera y el plug anal quedaba a la vista del conductor, me imaginé situaciones surrealistas y algunas tan reales que agarré el bolso con fuerza para que no hubiese forma de que ninguna de aquellas circunstancias, que había fabricado mi mente, se convirtiese en realidad.

Llegué a la oficina a las seis menos diez y fui a ponerme la bata y los zuecos, comencé mi trabajo como siempre, vaciando las papeleras que hay debajo de cada mesa, todavía quedaba bastante gente en el primer departamento por el que pasé, algunas de esas personas me saludan cuando me ven llegar, me acercan la papelera para que no tenga que agacharme bajo la mesa a cogerla y me dan las gracias cuando se la devuelvo limpia, otras, las que menos, saben incluso mi nombre, en cambio hay algunos que mejor ni mencionarlos, actúan ante mí como si fuese una fregona o una aspiradora, ni siquiera se dignan a devolverme las buenas tardes, no sé si es su forma de ser o es su forma de actuar ante una limpiadora, el caso es que aunque yo intento hacer que me da igual, siempre espero que al dar las buenas tardes me las devuelvan y cuando no es así me siento despreciada… quizá no sea esa la palabra adecuada… no, no lo es, me siento ignorada… sí eso… ignorada… y me sienta mal.

Llevaba dos horas más o menos limpiando cuando le vi pasar, esta vez si me miró, yo estaba hablando con una chica que trabaja en el departamento en el que estaba en ese momento, estaba sin hacer nada, pero sólo fue un minuto, entonces fue cuando se quedó mirándome, me hizo un gesto con la cabeza para que fuese hacía él, me extraño mucho, nunca se dirige a mí fuera del horario de nuestro trato, me puse muy nerviosa y me acerqué hacia él, al llegar a su lado me miró de arriba abajo y me dijo en voz baja pero con tono autoritario

  • ¿No tienes nada que hacer? porque si es así me lo dices.

Me quedé mirándole sin saber cómo reaccionar, no podía decir nada, en parte tenía razón, yo estaba de charla, pero sólo había sido un minuto, entonces él sin quitarme la mirada de encima, cogió aire por la nariz, inspirando fuerte, profundo, como si lo estuviese cogiendo para dar un fuerte soplido, pero no lo hizo, con el aire todavía en los pulmones se dio la vuelta y se fue por el pasillo. Las siguientes dos horas se me hicieron eternas, tenía tal estado de nervios que no atinaba a hacer nada al derecho, tenía que repasar mentalmente cada dos por tres qué mesa había limpiado y cuál no, me sentía fatal, no entiendo por qué pero me sentía tremendamente mal, por más vueltas que le daba no entendía por qué coño no me sentía irritada o enojada con él por haberme hablado así, no entendía por qué en cambio estaba enfadada conmigo misma por haberle hecho enfadar a él, por haber hecho que se tuviese que dirigir a mí para llamarme la atención durante mi tiempo de trabajo, seguro que esto es parte de esa mierda de carácter sumiso que tengo, no le encuentro otra explicación.

Me di toda la prisa que pude para acabar lo antes posible, a las 21:30 pasé a limpiar su despacho, era lo último que me quedaba, él estaba muy serio, ni siquiera me miró cuando me dio permiso para entrar, limpié todo menos su mesa, pues él estaba trabajando todavía en ella, cuando salí de allí para ir a cambiarme (bueno, a quitarme la ropa que llevaba debajo de la bata), sin quitar la mirada de su ordenador me llamó por mi nombre y dijo

  • Cuando te hayas quitado la ropa, coloca todo como lo puse yo ayer, ponte en la misma posición y espera a que yo llegue.

Me fui hacia el cuarto de limpieza deprisa, no quería verle así, me sentía fatal por haber provocado aquella situación, en ese momento hubiese hecho cualquier cosa por verle esa sonrisa que siempre me saca de quicio y que a veces me da miedo, porque cada vez que la saca a relucir es porque está maquinando algo, me daba igual… prefería que se riese de mí antes que verle enfadado por mi culpa.

Me desnudé deprisa, me quedé con la ropa interior bajo la bata, coloqué el taburete en medio de la pequeña habitación y le puse el paquete de bayetas encima, saqué el plug anal del bolso y el tubo de lubricante y al igual que el día anterior, me coloqué de rodillas y apoyé las palmas de las manos en el suelo dejando bajo mi abdomen el taburete y allí esperé, se me hizo larga la espera, debieron ser unos cinco minutos pero se me hicieron interminables.

Todo estaba en silencio, no quedaba nadie en la oficina, oí sus pasos acercarse y pararse en lo que debía ser la entrada, la puerta se abrió y me puse tensa esperando cualquier reacción por su parte, oí como la volvía a cerrar y se quedó callado durante unos segundos.

  • Súbete la bata hasta la cintura, quítate las bragas tú sola… y abre las piernas –me dijo mientras le veía solamente los zapatos al acercarse a coger el plug y el tubo de lubricante.

Obedecí… obedecí como si lo llevase haciendo toda la vida, como si aquello no fuese una situación fuera de lo común, como si aquello fuese una orden rutinaria, como si no fuese humillante y degradante hasta lo indecible. Me incorporé y me bajé las bragas hasta las rodillas, me las saqué con una mano mientras la otra la apoyaba en el taburete, me recogí la bata enrollándola hasta casi el borde del sujetador y volví a la posición en la que me hallaba cuando él entró pero con las piernas más abiertas, se puso de pié a mi lado, no se arrodilló junto a mí como lo hizo el día anterior, se inclinó doblándose por la cintura, apoyó una mano en el final de mi espalda y la otra empapada en lubricante me la pasó sin ningún aviso ni cuidado entre las nalgas, de abajo a arriba, dio un par de pasadas y me introdujo un dedo con tal rabia… que me hizo llamarle hijo de puta en mi interior.

Tuve que apretar los dientes para que aquel insulto no saliese de mi boca, pero no fui capaz de mantener el culo sacado y al curvar mi espalda, el ano se me contrajo, noté como me sacaba el dedo con la misma falta de tacto que tuvo al introducirlo y como la palma de su mano abierta caía con fuerza sobre mi nalga, entonces sin dejar de apretar los dientes solté un ¡aayyy! y me atizó con las misma ganas en la otra.

  • Saca el culo y baja la espalda -me dijo con una voz que no parecía la suya- vuelve a quejarte y te pongo el culo de tal forma que no vas a poder volver a sentarte en tres días.

Empecé a gemir, no quería llorar pero aquello se me estaba escapando de las manos, aquello no tenía nada de placer, ni de morbo, ni de deseo, ni lujuria… ni nada, aquello era una situación humillante sin más, me di cuenta de ello porque no estaba mojada, no me palpitaba nada, no se me hinchaba nada, lo único que veía que iba a acabar hinchándose eran mis nalgas por los azotes.

Rompí a llorar, no me pude contener más y rompí a llorar y entonces algo cambió, su mano dejó de azotarme, se paró y se quedó quieta encima de mi nalga, al instante comenzó a acariciármela como si intentase calmar el dolor que él mismo me había provocado, subió por mi espalda recorriéndola de abajo a arriba y de arriba abajo, llevándola hacia el costado y presionando entre el costado y el taburete haciendo que yo levantase mi abdomen para introducirla debajo y acariciarme el vientre. Y aquello acabó con mi llanto, y con cualquier pensamiento de humillación que hubiese tenido apenas unos minutos antes.

No sé qué es lo que hace cuando me acaricia el abdomen, pero todo en mí se paraliza, todo en mí hace que me concentre en un solo punto, todo desaparece… solo existe su mano y mi vientre acariciado por ella, relajándome, tranquilizándome, calmándome… cuando me tuvo completamente sosegada separó su mano de mi vientre llevándola de nuevo hacia mi trasero.

  • Abre las piernas Raquel –me dijo casi en un susurro– abre las piernas y vamos a poner el dilatador o no servirá de nada el tiempo que pasaste ayer con él.

  • Solo paré para hablar con ella un momento –le dije con la voz casi entrecortada– solo fue un momento.

  • Abre las piernas Raquel –me volvió a repetir con condescendencia– vamos a acabar esto y después vamos a hablar en mi despacho.

  • Vale

  • Esta es la última vez que dices vale Raquel –me dijo sin cambiar el tono de voz– en la hora de nuestro trato el "vale" lo cambias por "Sí, Señor" ¿de acuerdo?

Me quedé muda, ya sabía desde el primer día que él quería que le llamase señor, pero hasta ahora nunca me había dirigido a él de ninguna forma en particular, simplemente le contestaba a lo que me preguntaba sin ningún tipo de tratamiento.

  • ¿de acuerdo Raquel?

  • Sí… sí, Señor

Abrí las piernas y me volvió a lubricar el anillo del esfínter, esta vez con delicadeza, mojándome toda la entrada y haciendo a la vez que yo me mojase por mí misma, introdujo un dedo despacio mmmmmm cómo me gustaba aquello, sin sacar el primer dedo fue introduciendo un segundo mmmmmm molestaba un poco, pero el placer que le seguía borraba por completo esa molestia, los abrió dentro de mí, haciendo el movimiento de una tijera al abrirse y cerrarse, despacio los sacó y volvió a llenarme la entrada de gel, le oí coger el dilatador, me lo acercó al ano e introdujo la punta.

  • Hoy está yendo mejor que ayer… ¿te lo dejaste hasta volver a casa?

  • Sí… mmmm… sí… Señor.

  • Se nota, ¿ves? no tienes más que hacer lo que se te dice y todo va ir bien, como esto –dijo mientras me metía el dilatador hasta el final haciendo pequeños giros hacia un lado y hacia el otro– un solo día y mira qué diferencia, sigue estando muy estrecho, pero bastante mejor que ayer.

¿Mejor? mejor para él, porque a mí me dolió prácticamente igual, lo cierto es que si que tardó bastante menos que ayer en metérmelo, en cuanto lo hubo colocado me cogió las nalgas con las manos y me las masajeó, haciendo círculos con ellas, hacia dentro, hacia fuera, abriéndolas y cerrándolas, me colocó la base para que no me molestase y se levantó.

Se puso delante de mi cara de pié y cogiéndome por la barbilla con una mano y con la otra acariciándome la cabeza me hizo mirarle.

  • Recoge esto y ven al despacho… vamos a hablar –me dijo en tono suave acabando con una medio sonrisa.

Aquello era lo que necesitaba, verle conforme, satisfecho, sólo llevaba tres días hablando con él, tres días en los que había vuelto mi vida del revés, tres días de incertidumbre, nervios, rabia, impotencia y sin embargo… lo que más me satisfacía era verle a él complacido, ¿me estaba volviendo gilipollas? una cosa es tener un carácter débil e intentar agradar siempre a los demás y otra es aceptar todo esto con tal devoción que su satisfacción estuviese por encima de mí orgullo, de mi dignidad, incluso de mi salud mental, porque esto me está dejando la cabeza hecha puré.

Una vez que llegué al despacho y pasé -después de que me diese permiso- se levantó, vino hacia mí y cogiéndome del brazo suavemente me llevó hasta la silla que yo utilizaba y me ayudo a sentarme.

  • Apoya las manos en la mesa… así, ahora ve bajando despacio… eso es, saca el culo para afuera, no bajes recta, ya está… mejor, mucho mejor que ayer ¿ves?

Se quedó de pié a mi lado, lo cual hacía que para seguir una conversación, yo tuviese que mantener el cuello tenso un poco hacia atrás.

  • Raquel, no quiero volver a verte perder el tiempo –tenía las manos metidas en los bolsillos del pantalón y me hablaba como si separase cada sílaba, como si yo no le fuese a entender lo que me decía.

  • Sólo fue un momento, yo nunca dejo mi trabajo de lado.

  • Bueno… estás aquí ahora porque media hora antes de acabar tu horario hacías lo que no debías.

  • Si… pero… pero yo siempre acabo antes con mi trabajo, siempre me doy prisa para no dejar nada a medias.

  • Ahí quería yo llegar, así que siempre te das prisa, pues en estos dos días que llevamos desde que llegamos a nuestro acuerdo, no has venido media hora antes.

Otra vez tenía razón, como cada vez que me decía algo, pero estos dos días había estado completamente desconcentrada, no daba pie con bola, ni en la oficina, ni el supermercado, ni en casa.

  • No lo he hecho adrede –le dije a media voz– estoy muy nerviosa por todo esto, por eso no me puedo dar tanta prisa.

Ladeó la cabeza, sacó una de las manos del bolsillo y la puso sobre mi pelo acariciándomelo desde el nacimiento de la frente hasta la nuca, cerré los ojos y disfruté… disfruté de su caricia como si fuese un vaso de agua para un sediento.

  • Raquel, quiero que sigas viniendo media hora antes, yo llevo aquí todo el día y no puedo estar saliendo siempre a las once de la noche, es más, en cuanto sepa que tú eres responsable con nuestro trato, saldré incluso antes de que tú acabes de limpiar.

Me vio fruncir el ceño, no sé muy bien por qué lo hice, pero creo que no me gustó que dijese que no estaría, sonrió, se puso detrás de mí y acercando su boca a mi oreja me dijo.

  • No te preocupes, cuando yo no esté siempre te dejaré notas con lo que quiero que hagas o te mandaré mails a tu correo. Ábrelo en cuanto llegues si yo no estoy.

  • Lo haré –le dije casi jadeando, pues que me hablase bajito en la oreja me excitaba mucho.

  • Lo haré ¿qué?

  • Pues lo que me ha dicho.

  • jajajaja, no Raquel no, se dice… Lo haré… Señor

  • Lo haré Señor –le dije con la mente totalmente nublada.

  • Bien… me gusta que seas tan obediente –ahora su voz era ronca y me estrujaba las tetas con las manos– y más me vas a gustar cuando estés totalmente educada.

¡¡Por Dios!! aquellas palabras hacían más que sus manos en ese momento, esa voz ronca junto a mi oreja diciéndome aquello de la obediencia y la educación hizo que mi vulva se mojase como si fuese una ostra gelatinosa y babosa y palpitase muerta de ganas por ser llevada a su boca.

  • Venga… es hora de que abras… el portátil, y te pongas a escribir.

Y dicho esto se incorporó, me miró la cara estupefacta que se me había quedado y se fue a su sillón con esa risilla que suelta entre los dientes cuando ve que me muero de vergüenza.

Y ahí está ahora, sentado, mirándome con su media sonrisa, mientras escribo esto.

Buenas noches a los que estéis al otro lado de la pantalla.