Relatos por mandato de mi jefe (3)

Este relato lo escribo por orden de mi jefe, es la condición que me ha puesto para no perder mi puesto de trabajo

RELATOS POR MANDATO DE MI JEFE (3)

A veces te despiertas con sensación de euforia, sabiendo que ha ocurrido algo bueno, pero no lo recuerdas hasta que te despabilas totalmente, otras veces es al contrario, sabes que ha ocurrido o va a ocurrir algo que no te gusta y entonces, a mí al menos me pasa así, intentas no recordar, intentas que pase el mayor tiempo posible sin recordar la realidad, para tener un rato más de descanso. Hoy no ha sido ni una cosa ni la otra, la sensación que he tenido esta mañana ha sido de que algo importante estaba por suceder, no sabía si era bueno o malo, pero si sabía que era algo importante.

No han pasado ni diez segundos cuando por fin lo he recordado, "los deberes" , hoy tenía deberes que realizar, enseguida he intentado cambiar "deberes" por "labor o tarea" pero ya no sonaba igual, pensar en los "deberes" me daba morbo, me hacía sentir como si fuese una niña, me hacía sentir como si fuese algo que tenía el deber de hacer por mi bien, o quizá algo que quería hacer para agradarle a él, porque así es como mejor me siento, cuando agrado a los demás, (puta sumisión).

Por las mañanas trabajo media jornada como cajera en un supermercado, salgo a la una de la tarde, lo que me deja bastante tiempo para comer y hacer mis cosas hasta las seis que entro a limpiar la oficina, pero hoy tenía que darme prisa, había muchas cosas que hacer, ir a una farmacia a comprar el dichoso enema e ir a la dirección que me dio mi jefe para recoger el encargo, no sabía si tenían horario continuado así que tenía que apresurarme o quizá no me diese tiempo de ir por la tarde y estar en el trabajo a mi hora. Me pasé toda la mañana pensando en lo ocurrido la noche anterior, no sabría explicar exactamente cómo me sentía, había morbo, excitación, nervios… y vergüenza, muchísima vergüenza, si no fuese por este último sentimiento que envuelve a las demás sensaciones todo sería distinto, en el fondo creo que todo esto me gusta, o al menos me excita, me gusta que tomen las riendas por mí, que me digan lo que tengo que hacer, al menos así lo sentí anoche cuando llegué a casa y comencé a darle vueltas a lo sucedido, cuanto más lo pensaba más me excitaba, verme tirada en el cuarto de la limpieza con él detrás de mí, masturbándome, pellizcándome los pezones, ¡Dios! Me mojo con solo pensarlo.

En cuanto he salido del supermercado me he dirigido a la dirección que me había facilitado mi jefe, estaba en una calle muy céntrica, era un local con una cristalera grande pintada de negro, entré y me fui directamente al dependiente que estaba detrás de un pequeño mostrador, no quería estar curioseando ni toparme con nadie que lo estuviese haciendo. El dependiente era un tipo corpulento, sin llegar a ser gordo, tenía la cabeza rapada, con sombras de estar comenzando a crecerle el pelo, seguro que éste ya no se la cubría por completo y por eso se la afeitaba, llevaba una camiseta negra con el logotipo del local serigrafiado en rosa.

  • Hola –saludé– me han dado esta dirección para que viniese a recoger algo que me entregarían aquí.

  • ¿Y tú te llamas?

  • Raquel, me llamo Raquel –le dije un poco nerviosa.

  • ¡Vaya! Así que tú eres Raquel –me dijo sonriendo– pues sí, tengo una cosita para ti de parte de Manuel y un mensaje también –se agachó detrás del mostrador y me entregó una bolsa que parecía una réplica de su camiseta- ábrelo y lee las instrucciones para que te familiarices y sepas cómo va esto, pero no lo utilices.

No pensaba hacerlo, cogí la bolsa dándole las gracias y salí de allí lo más rápido que pude; así que se llamaba Manuel, qué más me da cómo se llame, si yo tengo que llamarle señor. Después pasé por una farmacia a comprar el siguiente encarguito. Cuando llegué a casa llevaba tal nudo en el estómago que no pude comer más que medio sándwich y un poco de ensalada, me senté en el sofá y abrí la bolsa, dentro había un blíster con un cono de color rosa, era un cono de silicona o algo similar, tenía forma de copa con pie y base pero con el cono invertido, tamaño pequeño decía en el blíster, puffff ¡pues menos mal! Saqué el folleto de instrucciones y comencé a leerlo, se necesitaba gel lubricante para su utilización, miré el interior de la bolsa enseguida y allí estaba, un tubo de gel lubricante, seguí leyendo y muy al contrario de lo que yo me imaginaba, comencé a ponerme caliente, ¡madre mía! Y sólo estaba leyendo las instrucciones.

Una hora antes de salir hacia la oficina, me puse el enema (demasiado personal e íntimo como para contarlo), me esmeré con la ropa interior, no es que tenga mucha donde elegir para algo así, pero no quería volver a pasar por el numerito del día anterior, saqué el conjuntito de encaje verde, el sujetador me une las tetas de tal manera que parece que uso dos tallas más y del tanga no hay mucho que decir, ni siquiera hay mucho que ver, un triangulito pequeño que deja entrever por el encaje que voy rasurada. En la ropa ni siquiera reparé ¿para qué? si iba a llevar la bata.

Mi jornada transcurrió como cualquier otra, pero con los nervios a flor de piel, no levantaba la mirada de lo que estuviese haciendo en cada momento por miedo a toparme con él, estaba deseando y temiendo a la vez que ocurriese lo que se suponía que iba a ocurrir, no dejaba de pensar en ello ¿haría que me lo pusiese yo sola? ¿o sería él el que me lo colocase? ¿Iba a poder escribir hoy? ¿o por el contrario pasaría mi hora extra dilatando mi culo? En fin, que fuese lo que tuviese que ser.

Por fin acabé, quince minutos antes de las diez, su despacho fue lo último que limpié, así que me vio cuando me dirigía a cambiarme al cuarto de la limpieza, entré y me quité la bata para después quitarme el pantalón y el suéter que llevaba, cuando estaba abrochándome la bata de nuevo, la puerta se abrió.

  • ¿Has hecho tus deberes Raquel? –me dijo con voz tranquila, como si ya llevásemos un rato conversando

Volví la cabeza hacia él en un movimiento rápido, pues no esperaba que entrase, asentí con la cabeza y sin decir ni una palabra, porque no me salían, cogí la bolsa y se la entregué.

  • Bien, buena chica ¿has leído las instrucciones?

  • Sí.

  • Perfecto, así te resultará más fácil saber cada paso que vamos a ir dando.

Se puso a mirar el cuarto como si fuese la primera vez que lo viese, miraba cada objeto que había, como si fuese un decorador que busca la inspiración antes de ponerse a trabajar. Entonces cogió un taburete que utilizo cuando tengo que alcanzar las cajas que hay en lo alto de la estantería de almacenaje, lo puso en medio del cuarto y después alcanzó un paquete de bayetas y las colocó encima del taburete.

  • Ponte de rodillas ahí delante –dijo señalando el taburete con el paquete de bayetas encima.

Me quedé mirándole sin decir nada, ya estaba notando como me comenzaba a arder la cara.

  • Raquel… de rodillas, deja la vergüenza de una vez, porque lo único que consigues es pasar un mal rato cuando deberías estar disfrutando.

El muy cabrón llevaba razón, siempre que me excito con algo que se sale de lo convencional, me muero de vergüenza, me masturbo yo sola sin ser capaz de compartirlo con un tío por no tener valor para decir lo que realmente me gustaría hacer. Me tragué mi vergüenza y me arrodillé delante del taburete.

  • Ahora planta las palmas de las manos en el suelo, poniéndote a cuatro patas y apoyando tu abdomen aquí –dijo poniendo la mano sobre el paquete de bayetas– te he puesto esto para que no te hagas daño en la tripa y puedas relajarte mejor.

¿Relajarme mejor? –Pensé–- ni mejor ni peor, no voy a relajarme, lo sé, no voy a poder seguir con esto, seguro que en cualquier momento me pongo a protestar y se acabó todo. Ya me estaba entrando el ataque de pánico, así que tomé aire y adopté la posición que él me dijo, me fui poniendo a cuatro patas y apoyé la tripa en el taburete, con las bayetas haciendo las veces de cojín, con solo estar quieta en esa postura noté como empezaba a palpitarme el coño.

  • Muy bien, ahora separa las rodillas y no te cierres, no voy a hacerte daño, así que si cierras las piernas solo porque te esté tocando, te castigaré.

Abrí las piernas sabiendo que iba a ver que ya estaba mojada, fue decir "te castigaré" y como si hubiese sido la señal de salida de una carrera, empecé a mojarme, yo no podía ni quería decir nada, era mucho más fácil obedecer y dejarme llevar, además él tenía razón, si dejaba la vergüenza a un lado, disfrutaría, pero era tan difícil.

No me quitó la bata; en esa posición, me la remangó hasta enrollarla en mi cintura, quedé expuesta con el culo en pompa, me acarició las nalgas y desde atrás fue pasando la mano hasta el coño por encima del tanga. Vi como se ponía de rodillas a un lado mío, mientras seguía con una mano tocándome desde el culo hasta el coño, con la otra me acariciaba la cabeza para relajarme.

  • Nena –me dijo– vamos a quitar este tanga tan bonito que me traes hoy, porque lo tienes empapado y no es bueno quedarse con la ropa interior mojada ¿verdad?

Yo no contestaba, no podía, ¿qué le iba a decir? Mientras no hablase y tuviese la cabeza agachada sería capaz de aguantar hasta el final, pero no podía hablar, entonces noté una palmada en el culo.

  • ¿verdad?... contesta Raquel… te estoy hablando –otra palmada algo más fuerte– ¿verdad que no es bueno que te quedes puestas las braguitas mojadas?

  • No… ¡Ay! no.

  • Muy bien, así me gusta… que contestes cuando te pregunto, pues venga, cierra un poquito las piernas que te las voy a sacar.

Cerré un poco las piernas, lo suficiente para que me pudiese bajar el tanga, después oí como sacaba las cosas de la bolsa mientras yo seguía en aquella postura, noté como algo frío, muy frío, me caía en la entrada del ano, –el gel, pensé– enseguida un dedo embadurnado en lubricante me rodeo la entrada, me hacía círculos introduciéndose un poco solo de vez en cuando y volviendo a salir, una de las veces entró hasta el fondo, despacio, pero hasta el fondo, no me dolió, volvió a sacarlo y siguió haciéndome círculos en la entrada, de nuevo volvió a entrar y esta vez lo movía haciendo círculos dentro de mi culo, como si estuviese intentando agrandármelo, bueno… en realidad era lo que estaba haciendo, con la otra mano me separó la nalga y noté como me penetraba algo más grueso, no había sacado el dedo pero yo notaba algo más entrándome, me puse en tensión apretando el culo y enseguida noté un azote fuerte.

  • No te cierres –me dijo– lo estabas haciendo muy bien, así que no vuelvas a apretar el culo, no te asustes, ya te ha entrado un dedo muy bien y ahora vamos a meter dos, verás como los acoges sin ningún problema.

Volví a relajar las piernas, el vientre y el culo, no pensaba, no quería pensar en lo que estaba sucediendo, me estaba gustando, ya estaba completamente mojada y me notaba el coño hinchado, así que decidí no caer en ningún sentimiento que me estropease aquel momento.

Noté como iba entrándome el segundo dedo poco a poco, lubricado, pero dolía, me había dicho que no dolería pero ¡coño! aquello molestaba bastante, yo intentaba relajar el culo para que no me volviese a azotar, ¡puffffff! ahora los tenía completamente dentro, los dejó quietos mientras con la otra mano me acariciaba la cabeza.

  • ¿Has visto, Raquel? ya lo tienes casi preparado para meter tu juguetito, por cierto no me has dicho nada todavía ¿te ha gustado?

  • Sí, ahhhh, sí me ha gustado.

  • Bien… pues vamos a estrenarlo ahora mismo.

Jugó un poco más con sus dedos dentro de mí, y noté como los iba retirando despacito, ¡aaaayyyyy! ¿por qué me dolía cuando los sacaba?, me estaba acordando de mi desatrancador, a veces era tan molesto retirarlo que me lo dejaba puesto hasta que poco a poco iba saliéndose sólo, por fin los terminó de sacar y me masajeó la entrada con otro chorro de lubricante, puso una mano de nuevo en mi nalga y la separó con firmeza.

Ahora sí, ahora venía el juguete, me excitaba mucho saber que iba a meterme aquello, saber que por fin iba a tener el culo en condiciones para después poder follar con un tío, en el fondo le agradecía que estuviese haciendo aquello, si por mí fuese, jamás me hubiese atrevido yo sola. Me puso la punta del dilatador en la entrada y comenzó a introducirlo suave y despacio.

  • Ahora quiero que inspires profundo Raquel –me dijo con voz ronca– y cuando notes que te está entrando relaja el culo, eso te ayudará… si es que necesitas ayuda… porque esto va fenomenal.

Hice lo que me dijo, lo hice al pie de la letra, pero fue inútil, en cuanto aquello empezó a taladrarme, noté como me ardía el ano, como se intensificaba el dolor a medida que iba introduciendo el dilatador.

  • ¡Aaayyyyyy!, no puedo, no puedo, se lo juro no puedo, me duele mucho, mmmmmmm.

No se detuvo, el muy cabrón no se detuvo, lo siguió introduciendo, pero para compensar el dolor comenzó a pasar los dedos de la otra mano por mi coño empapado, los llevó hasta el clítoris y me dio un pequeño masaje, ahora ya no sabía por dónde me venía cada sensación, el culo me dolía y me ardía, pero lo que me estaba haciendo en el coño hacía que olvidase todo lo demás, estaba aturdida, tanto que lo único que podía salir de mi boca eran jadeos mezclados con quejidos.

De pronto noté como se terminó de colar el dilatador, noté que toda la parte más ancha había terminado de entrar y el anillo de mi culo se pudo cerrar, era una sensación molesta, el único placer era el conocimiento de que tenía el culo invadido por aquel juguete, pero me molestaba bastante, ¡por Dios! ¡¿y aquello era el tamaño pequeño?!. Me quedé quieta, intentando adaptarme a aquella invasión, él estaba girándolo despacio y encajándome la base en las nalgas.

  • Muy bien nena, pues ya lo tienes colocadito –me dijo mientras me acariciaba ambos lados del culo con las dos manos– y te has portado muy bien.

  • ¿Seguro… seguro que lo tengo bien puesto? –le dije jadeando y con la voz en un susurro.

  • Perfecto –dijo riéndose entre dientes– ahora levántate con cuidado, recoge todo esto y te espero en mi despacho y por nada del mundo se te ocurra intentar sacártelo… o no voy a ser tan cuidadoso la próxima vez que te lo ponga.

Se fue dejándome allí, a cuatro patas, las piernas me temblaban, no sé si por la tensión acumulada o por el dolor y la molestia que inundaban mi culo, me levanté despacio, poco a poco, incluso me mareé un poco al levantar la cabeza por haberla tenido tanto tiempo agachada, me apoyé en la pared con las piernas un poco abiertas ¿cómo iba a poder andar con aquello dentro?, al cabo de uno o dos minutos, puse en su sitio el paquete de bayetas y el taburete, metí el blíster abierto y el tubo de gel en la bolsa negra y rosa y la guardé en mi bolso.

Me metí el tanga por las piernas y al subirlo me di cuenta de que no me podía colocar la tira de atrás entre las nalgas, pues la forma de base de copa quedaba entre ellas como si fuese una ventosa, me lo volví a bajar y también lo guardé en el bolso. Fui hacia el cuarto de baño, despacio, con cuidado, pues no sabía si al hacer algún movimiento aquello me haría daño, cuando llegué frente al espejo me vi la cara, estaba hecha un guiñapo, tenía la cara roja, los ojos brillantes y los labios hinchados, me pregunté si sería por la excitación, por la vergüenza que sentía o por haber tenido la cabeza tanto tiempo boca abajo. Me lavé la cara con agua fría, me peiné como pude con los dedos y me recogí el pelo con el coletero, antes de salir del baño no pude evitar levantarme la bata y girarme para poder ver el aspecto que ofrecía mi culo.

Iba andando despacio por el pasillo, caminando hacia su despacho, si el día anterior me había impresionado andar por allí con solo la bata encima de la ropa interior, lo de hoy no tenía forma de explicarlo, hoy no llevaba ni siquiera bragas, en cambio llevaba un artilugio rosa entre el culo, me parecía ridículo, ¿sería por el color? No, el color me gustaba, el rosa lo hacía menos agresivo, bueno… a mí me parecía menos agresivo el color rosa.

Cuando llegué a su puerta le pedí permiso para entrar, me sonrió y me hizo un gesto con la cabeza para que entrase, yo bajé la mirada, ya me estaba empezando a arder la cara, ya me estaba entrando esta puñetera vergüenza que hace que todo esto me resulte peor de lo que es, me dirigí hacia la mesita donde estaba el portátil que yo utilizaba y bajo la atenta mirada de mi jefe, me acerqué la silla para sentarme, pero al flexionar las piernas para apoyar el culo, me quedé paralizada, no podía, no podía seguir bajando, aquello me invadía hasta las entrañas, el muy cabrón lo vio y se rio bajito mientras me decía.

  • Me parece que ahora mismo te va a costar un poquito sentarte, pero después ni te vas a enterar, mira, hoy sólo te queda media hora, deberías quedarte de pié… o si te pones de rodillas… no creo que te moleste –y ladeó la cabeza con esa puñetera sonrisita que nunca trae nada bueno.

Me quedé de pié, porque lo de rodillas me parecía humillante y bastante había tenido ya por hoy.

  • No creo que pueda escribir nada en tan poco tiempo –le dije– no tengo la cabeza ahora mismo para pensar en nada.

  • Bueno… no hace falta que le des muchas vueltas, podrías escribir lo que has hecho hoy ¿no te parece? el día no ha estado nada mal, a mí me tienes con la polla tonta –me dijo tocándose la entrepierna– y seguro que si lo leo se me va a poner igual que la tenía en ese cuartito tuyo.

Asentí con la cabeza mientras volvía a fijar la mirada en el portátil y comencé a escribir, al cabo de diez minutos terminé arrodillándome pues la espalda me estaba empezando a doler. Mientras estaba de rodillas escribiendo, sonó el teléfono y él lo atendió, no presté atención a la conversación, hablaba con un tono de voz bajo, cuando colgó el teléfono se levantó y vino hacia mí.

  • Raquel, me tengo que ir, puedes quedarte a terminar o puedes irte ya si quieres, pero no quiero que te quites el dilatador hasta que llegues a tu casa, lávalo bien y mañana lo vuelves a traer, no te olvides del lubricante.

Me acarició la cabeza con esa forma suya que tiene de hacerlo, como si yo fuese un cachorro y salió por la puerta.

No… no me fui a casa, estoy aquí de rodillas escribiendo esto.

Buenas noches a los que estáis al otro de la pantalla.