Relatos por mandato de mi jefe (2)

Este relato lo escribo por orden de mi jefe, es la condición que me ha puesto para no perder mi puesto de trabajo

RELATOS POR MANDATO DE MI JEFE (2)

Hoy es un día difícil, tengo la cabeza hecha un lío, no sé si he hecho bien en aceptar la propuesta de mi jefe, anoche pensaba de manera diferente con el calentón, pero esta mañana cuando me he despertado no pensaba igual, por cierto, el desatrancador se salió sólo, quizá en algún momento de la noche me lo quité medio dormida, no sé, el caso es que estaba a los pies de la cama, lo he metido en la ducha conmigo, esto se está convirtiendo en una relación en toda regla.

Llevo todo el día pensando en qué es lo que podría escribir para cumplir mi parte del trato, pero estoy tan nerviosa que no se me ocurre nada, mi jornada laboral es de seis de la tarde a diez de la noche, bueno… se supone que ahora saldré a las once.

Cuando he llegado hoy a la oficina, he ido directamente al cuarto de limpieza como cada día a ponerme la bata y los zuecos, todo estaba discurriendo de forma rutinaria hasta que estando limpiando en el departamento comercial he visto pasar a mi jefe, mi estómago ha sufrido el vértigo propio de una caída libre en picado, la cara me ha ardido de repente como si me pusiesen un calefactor junto a ella, él en cambio ni me ha mirado, sé que me ha visto, pero su reacción ha sido la misma que las pocas veces que nos habíamos cruzado hasta antes del "trato".

Pasé el resto de la tarde pensando si debería acabar a mi hora para presentarme delante de él lo más tarde posible, o si por el contrario debería darme prisa para acabar con aquello cuanto antes, estaba hecha un manojo de nervios, mientras estuve en su departamento no salió del despacho, cuando llegó el momento de limpiarlo le pedí permiso para entrar y él no hizo alusión ninguna a nuestro trato, se comportó como cualquier jefe cuando tengo que pasar estando el despacho ocupado, me dio permiso para entrar, limpié y salí de allí, al final terminé unos diez minutos antes de mi hora, fui al cuarto de limpieza a cambiarme y me dirigí al temido encuentro.

Llegué hasta su puerta y le encontré como el primer día, con la vista puesta sobre los papeles.

  • Perdón señor –le dije desde el umbral- ya he terminado

  • Pasa –me dijo, comenzando a mirarme de arriba a abajo– ¿Y tu uniforme?

  • Ya me lo he quitado, he acabado de limpiar

  • Pues vuelve a ponértelo, no querrás que alguien pueda verte en mi despacho sin él, ¿verdad?

Llevaba razón, si alguien me viese a esas horas, sería más fácil dar una explicación de mi estancia allí, llevando mi bata que sin ella, me di la vuelta para volver al cuarto de limpieza

  • Raquel, solo la bata –me dijo alzando las cejas cuando iba a salir del despacho– sin tu ropa debajo.

¡Lo sabía! ¡es que lo sabía!, esto no iba a ser tan fácil, este cabrón no iba a conformarse con que le escribiese cuatro páginas para calentarse con ello, le miré con los ojos llenos de ira y entonces sonrió y me dijo

  • Es solo para que te sientas más cómoda mujer… y te inspires mejor –le noté reírse interiormente–, anda, ve a cambiarte.

Salí del despacho conteniendo la rabia, fui recorriendo los pasillos con tan mala leche que pareciera que fuese marcando una marcha militar, cuando llegué al cuarto de la limpieza me quité la camiseta sacándola con tal fuerza que se me deshizo la coleta, me quité las botas y me saqué los pantalones, ¡lo que faltaba! menudo conjuntito me había puesto, unas bragas negras de sport y un sujetador color crema nada sexy, ni aposta me hubiese podido conjuntar peor. Mientras me iba poniendo la bata me di cuenta de que se me estaba empezando a pasar la rabia, cuando abroché el último botón noté como empezaba a aflorar mi ya relatado carácter sumiso.

Volví al despacho mientras me iba haciendo la coleta por el camino, tengo el pelo bastante largo y no procede llevarlo suelto para estar en el trabajo, me sentía extraña caminando por allí sólo con la bata, aunque me llega justo por encima de la rodilla y no deja ver nada, pero a la vez, había algo que me gustaba, sentía en mis piernas desnudas el roce de la tela y aquello me resultaba… ¿excitante?… ¿morboso? Yo qué sé… pero creo que me gustaba.

Esta vez cuando llegué al despacho entré directamente pues la puerta estaba abierta, me coloqué delante de su mesa con los brazos cruzados esperando a que me diese el visto bueno.

  • Que sea la última vez que pasas sin llamar –me dijo muy serio– siéntate allí, ese va a ser el ordenador que vas a utilizar. Lo dijo señalando un portátil que había sobre una mesita pequeña y redonda, con un solo pié central, como las que suele haber en las terrazas de los bares antiguos, lo cual hacía que al acercarme con la silla, él desde su sitio, pudiese verme las piernas que quedaban entreabiertas con el pie de la mesa entre ellas.

Estaba incómoda, tuve que abrirme el último botón de la bata para poder colocarme mejor, sabía que todo aquello estaba preparado con aquel propósito, así que por ese mismo motivo yo no puse ninguna objeción, estaba segura de que él esperaba cualquier protesta por mi parte para empeorar la situación.

El portátil estaba encendido y la página de Hotmail abierta para iniciar sesión, se levantó de su sitio, se colocó detrás de mí y me dijo que me inventase un nombre para abrir una cuenta nueva.

  • ¿Para qué quiero una cuenta de correo? Creí que simplemente iba a escribir para usted.

  • Y escribirás para mí, pero eso no quiere decir que no se lo dejemos leer a alguien más.

Me quedé petrificada, ya me veía escribiendo para el grupito de directivos, ¡hijo de la gran puta!, pensé (Sólo lo pensé, no se me ocurriría hablar así).

  • Venga, tonta –me dijo acariciándome la cabeza, como si fuese un cachorro– nadie va a saber quién lo ha escrito, piensa un nombre.

  • Me muero de vergüenza –le dije.

  • ¡Perfecto!, ese está bien y te va que ni pintado memuerodeverguenza@hotmail.com jajaja, mírate, si es que es tuyo, te queda incluso muchísimo mejor que Raquel, ahora mismo tienes la cara roja de vergüenza.

Apoyó las manos en mis hombros, se inclinó hasta mi oreja y me susurró -Si eres buena, prometo no ponerte el culete igual que tienes ahora mismo la cara.

¡Dios de mi vida! ¿Por qué tuvo que decir aquello?, lejos de levantarme de allí y mandarle a la mierda, me quedé quieta, asimilando lo que me acababa de decir, si no fuese por esta vergüenza que me inunda… lo hubiese disfrutado… bueno… no he querido decir eso… ¡ay, yo que sé lo que he querido decir!. El caso es que noté como se me empezaba a hinchar el coño, como me palpitaba, como el vientre se me contraía, como las piernas se me aflojaban, rezaba porque mis pezones no diesen la voz de alarma, pero la dieron.

Él debió notar todo eso, debió saber lo que le ocurría a mi cuerpo, incluso mejor que yo, porque la verdad era que yo estaba hecha un lío entre mi cuerpo y mi cabeza.

Se incorporó riéndose por lo bajo, me volvió a acariciar la cabeza y me dijo –deja de preocuparte tanto, todo va a salir bien, ya lo verás, ahora abre la cuenta de correo con ese nombre y cuando termines con eso, crea una carpeta que se llame RELATOS, escribe lo que se te ocurra y cuando acabes lo guardas con el nombre de RELATOS POR MANDATO DE MI JEFE, guárdalos cada día con el mismo nombre y vas enumerándolos.

Me pongo a ello, no me atrevo a levantar la mirada de la pantalla pero sé que él está pendiente de mí ¿se pensará quedar aquí hasta que yo salga?, así me va a ser imposible escribir nada, estoy muy nerviosa, no sé por dónde empezar, creo que voy a escribir cómo me masturbé ayer cuando llegué a casa, será más fácil escribir sobre algo que he vivido que ir inventándomelo, comienzo a escribir.

Entre el calentón que acabo de tener y los recuerdos de anoche me estoy excitando demasiado para estar aquí sentada tecleando, con las piernas abiertas; levanto la mirada de la pantalla y le veo con los ojos clavados en mí, me sonríe, vuelvo a bajar la mirada corriendo, me paso la mano por el cuello, sigo escribiendo, ya he cogido el ritmo, me noto la cara ardiendo.

  • ¿Tienes calor, Raquel?, te noto un poco acalorada –me dice ladeando la cabeza–.

  • Si… bueno, un poco –le contesto sin dejar de teclear–.

  • Puedes desabrocharte la bata, no va a venir nadie.

  • No… no hace falta, prefiero estar así, ya se me pasa

  • Desabróchatela

Esto es lo más ridículo que me pudiese haber imaginado. Yo, la mujer de la limpieza, escribiendo relatos medio desnuda en el despacho del jefe, no me atrevo a decirle que no, pero tampoco me atrevo a desabrochar ni un solo botón más, se levanta despacio y vuelve a colocarse detrás de mí, pone sus manos en mis hombros y comienza a bajarlas hacia el primer botón rozándome los pezones, me enderezó en la silla, estoy a punto de levantarme, no puedo más,

  • Sshhhh, relájate, tontilla, solo quiero que estés lo más cómoda posible

Me desabrocha el primer botón… y el segundo… me abre un poco la bata y se queda mirando fijamente mi escote, me quedo paralizada, no entiendo cómo puedo pasar por esto, cualquiera con dos dedos de frente se hubiese largado, es más, ni siquiera hubiese entrado, pero yo no puedo, no puedo enfrentarme a él, no tengo valor, sé que me voy a arrepentir después, pero ahora no hay nada que me de la fuerza suficiente para marcharme, es más, creo que no quiero marcharme, me muero de vergüenza, pero hay cierta necesidad en mí de no llevarle la contraria.

  • ¡Oh, no! ¿Pero qué es esto, nena? ¿De dónde has sacado este sujetador? –me dice el muy desgraciado, arrugando el entrecejo como si le deslumbrase– haz el favor de quitarte eso ahora mismo –y yo en lugar de negarme, sólo me avergüenzo de llevar esa prenda puesta y me digo a mí misma que tiene razón, que ya lo había pensado yo antes. Paso mis manos por dentro de la bata, las llevo hacia atrás para desabrocharlo y le oigo reírse entre dientes.

  • No seas complicada Raquel, quítate la bata, te lo quitas y vuelves a ponértela –me dice de manera resuelta, cómo si me hablase de cualquier tontería, mientras se vuelve a su sitio–.

Me levanto de la silla y hago lo que me ha pedido, pero antes le doy la espalda, cuando vuelvo a sentarme le miro y le veo tapándose la cara con las manos, con los codos apoyados en la mesa y negando con la cabeza, me quedo mirándole sin saber qué coño está haciendo y en ese momento explota a reír.

  • Jajajajajaja, ¡Ay Raquel, Raquel! ¡Lo bien que nos lo vamos a pasar!, ¡Y te lo querías perder! Jajajajaja.

Ha llegado la hora, son casi las once de la noche, he terminado de escribir lo ocurrido ayer, se lo hago saber y viene hacia mí, me hace levantarme de la silla cogiéndome por el brazo, sin soltarme, se sienta él y me hace sentar en su pierna izquierda, con la suya en medio de las mías. Se pone a leer con una sonrisa en la boca, tiene su brazo izquierdo apoyado en mi pierna y me la está acariciando como si fuese lo más natural del mundo, con el cursor va bajando de párrafo en párrafo.

  • ¡No me lo puedo creer! –dice alzando la voz– ¡Qué bueno! ¡Qué bueno! ¿Con el desatrancador, Raquel? jajajajaja, ¿Con el desatrancador? Jajajajaja, pero nena... eres mejor de lo que me imaginaba –dice sin quitar la vista de la pantalla– tienes razón, toda la razón… no puedes seguir con el culo tan cerrado con la edad que tienes –me dice ahora mirándome, con voz de pena fingida y llevando su mano hasta mis nalgas–.

Me hace levantarme, yo no tengo voluntad ninguna, me siento humillada, avergonzada, se levanta y me coge de la barbilla para que alce la vista hacia él.

  • Esto ha estado muy bien, me ha gustado, de verdad, pero te voy aponer deberes.

Yo arrugo la frente dándole a entender que no sé de lo que me está hablando.

  • Te vas a pasar por esta dirección que te voy a dar –me dice mientras se dirige a su mesa– yo les voy a llamar para que te den algo que tienes que traer mañana –dice sin perder su sonrisa– y por favor, Raquel, mañana, antes de venir al trabajo… ponte un enema en casa.

Mi cara es un poema, qué me ponga un enema en casa, me digo mentalmente mientras voy arrugando la frente, para qué coño me voy a poner un ene… ¡ah, no! ¡ah, no!

  • ¿Qué? no pienso hacer eso, no pienso dejar que esto llegue más lejos de lo que ha llegado –le digo alzando la voz–, me pidió que escribiese para usted a cambio de mantener mi puesto de trabajo, pero eso no es parte del trato, ni eso ni nada de lo que ha ocurrido aquí esta noche.

Me abrocho los botones con tal rabia que no atino a poner cada botón en su ojal y me quedo con una delantera de la bata más corta que la otra, cojo el sujetador de la mesita y me dirijo hacia la puerta para largarme de allí. Él ni se inmuta, se queda apoyando el culo en su mesa con los brazos cruzados y sonriendo.

Otra vez la marcha militar y la misma mala leche hasta el cuarto de la limpieza, abro la puerta de un portazo, entro y me abro la bata a tirones arrancando algún botón, me agacho al suelo a buscarlos, no puedo más, estoy a punto de derrumbarme, me siento de rodillas sobre mis talones y me pongo a llorar, lo he perdido, he perdido mi trabajo, me he humillado como nunca y al final he perdido mi trabajo.

Debo llevar varios minutos gimiendo en esa posición cuando noto pasos justo a mi lado, es él, no puede ser nadie más, se agacha detrás de mí, rompo a llorar más fuerte abrazándome a mí misma, noto como pasa los brazos alrededor mío

– Sshhhh, ya está nena, ya está –me besa en el pelo, me relaja que haga eso, mi llanto cesa hasta convertirse de nuevo en gemidos, ahora sus manos están posándose en mi abdomen desnudo, me hace círculos en él como si me estuviese dando un masaje para relajarme… y lo consigue, mis gemidos se van convirtiendo en jadeos, sube una mano hasta uno de mis pezones y comienza a pellizcarlo despacio, suave, tirando de él, esto ha acabado con la poca sensatez que me quedaba, ahora se va hacia el otro pezón y vuelve a hacer lo mismo pero algo más brusco, lo pellizca hasta que hace que suelte una queja, se ríe entre dientes, ahora baja una mano hasta cubrirme el coño con la palma por encima de las bragas, me estoy mojando, mete la mano por dentro y me abre el coño con los dedos, se los empapa en mi humedad, introduce uno… dos dedos, juega con ellos dentro y los saca otra vez, me hace estirar las piernas, quedo apoyada con la espalda en su pecho, ahora me flexiona las rodillas y me abre las piernas, yo me dejo hacer, me está volviendo loca, vuelve a introducir los dedos en mi coño, empapándolos, los vuelve a sacar y los lleva hasta la entrada de mi culo–.

  • Uffffff –doy un respingo–.

  • Sshhhh relájate Raquel, relájate –lo intento, intento relajarme y él lo va introduciendo poco a poco, una vez dentro vuelve a sacarlo despacio y lo introduce de nuevo en mi coño para volverlo a humedecer, vuelve a hacer el mismo recorrido y esta vez lo introduce más deprisa–.

  • ¡Ayyyyy! No puedo, no puedo, de verdad, me duele –le digo con voz compungida–.

  • Vale –me dice mientras me va soltando despacio, se incorpora y se agacha a recogerme del suelo, me ayuda a levantarme, me pone frente a él cogiéndome la cara con las dos manos y haciéndo que le mire a los ojos–.

  • Te espero mañana a la misma hora de hoy –me dice serio, condescendiente–.

  • Pero….

  • Raquel, no quiero más tonterías, sabes lo que quieres más que de sobra, te espero mañana… y con los deberes hechos.

Sale del cuarto de limpieza y yo me quedo allí, asimilando lo ocurrido, estoy empapada, me visto lo más deprisa que puedo, cojo la bata para llevármela a casa, pues no está en condiciones de usarse mañana, ¿mañana…? ¿mañana voy a venir a trabajar? me quedo quieta antes de salir del cuarto de la limpieza, respiro hondo, me voy caminando lentamente hacia el despacho de mi jefe, él ya no está, miro en su mesa y recojo el papel con la dirección a la que quería que fuese, me voy andando con paso firme hacia la salida, cruzo la recepción y salgo a la calle, el aire me da en la cara.

Sí, está decidido, mañana voy a venir a trabajar… y con los deberes hechos.

Buenas noches a los que estéis al otro lado de la pantalla