Relatos Históricos: Qué golfa era Carmela

Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre la Historia. "La tarde que supe lo golfa que era Carmela" de GABI.

Carmela estaba buenísima. Le perdí la pista hace tiempo e ignoro como se conservará ahora, pero hace veintitantos años estaba como un queso. La recuerdo como si la estuviera viendo: Uno setenta, morena, pechos altos, buen culo y piernas largas y bien formadas. Era más o menos de mi edad; iría por los treinta y cinco. Una mujer hecha y en sazón. Nos conocimos, ella con su marido, yo con mi mujer, en la fiesta del colegio en que nuestros hijos –el suyo y los dos nuestros- eran pastores en la función del Belén. Simpatizamos de inmediato. Tomamos una copa, quedamos para ir a cenar por ahí y, sin casi darnos cuenta, al terminar enero éramos inseparables. Salíamos los cuatro al menos una vez por semana. Una tarde me la encontré casualmente. Iba sin marido. Yo también iba solo. Era el dos de Febrero: lo sé porque hicimos una broma sobre la Candelaria. La invité a un tomar un café. Cuando nos lo sirvieron, echó sacarina en la taza, removió con la cucharilla, me miró a los ojos y me dijo: "No conseguirás lo que estás pensando". Yo no pensaba nada, la verdad. O sí. Había dado un sorbo al café y pensaba que estaba demasiado caliente. "No te entiendo". "¿Qué no me entiendes, Paco? Tú quieres llevarme a la cama". Ni me había pasado por la cabeza, lo juro. "No. No te hagas ilusiones- siguió- Todo lo más te acompañaré a tu apartamento, ¿porque tendrás uno, verdad?, pero sólo para verlo. Ya sabes, las mujeres somos muy curiosas".

La llevé al piso piloto de un edificio que estábamos construyendo, cerré por dentro y esa tarde nos acostamos por primera vez. Una maravilla. Un verdadero terremoto en la cama. Seguimos saliendo los cuatro –Carmela y mi mujer eran cada día más amigas-, pero yo no me sentía a gusto, la verdad. No me agrada mentir y cada salida era un tormento para mí. Carmela estaba hecha de otra pasta. Ella se lo pasaba en grande. Le encantaba jugar. Me oprimía la rodilla por debajo de la mesa y no perdía ocasión de soltar frases de doble sentido. Me tenía en ascuas. Consciente de haberme metido en un lío, me propuse dar por terminada la aventura, sólo que a veces se piensa con la cabeza y la mayoría de las ocasiones con la entrepierna, y el propósito quedó en eso, así que me acosté con Carmela una segunda vez y una tercera, y retorné a un propósito de la enmienda que duró poquísimo, ya que la volví a telefonear desesperado y caliente como un mono. "¿Salimos esta tarde?" le propuse. "No sé. Esta tarde mi madre tiene cosas que hacer y no puede quedarse con el niño, pero no te preocupes, ya inventaré algo -me dijo-. Tú estate en casa. Me pondré en contacto contigo."

Nadie conoce el secreto de la longitud de los minutos. Unas veces se atropellan unos a otros con prisas, pero, cuando se aguarda a que llegue la hora de una cita, remolonean, van como a cámara lenta, se hacen interminables. Fue una mañana eterna en el trabajo. No hacía más que consultar el reloj. Las doce. Las doce y media. La una. Al cabo de varios siglos, acabó la obligación: tengo la inmensa suerte de trabajar en el estudio sólo por las mañanas. ¿Todavía no lo he dicho? Soy arquitecto técnico. Las tardes las dedico a visitas de obra, aunque aquella deseara emplearla en ocupación más gratificante. Ni sé lo que comí. Tampoco me enteré demasiado de lo que contaba mi mujer. Un rato de televisión y vuelta a mirar el reloj a hurtadillas. Las cuatro. Las cuatro y media. Las cinco. Ninguna novedad. Las cinco y cuarto. "Conchita –Conchita es mi mujer-, ¿no vas a por los niños?".

No le dio tiempo a contestar. Sonó el timbre de la puerta. Abrí y me quedé de piedra: Mis hijos, el hijo de Carmela…y Carmela.

"No sabes el favor que me haces, Conchita, quedándote con mi hijo esta tarde. No me perdería la merienda con mis amigas de Facultad por nada del mundo ".

"Las amigas estamos para ayudarnos unas a otras. Hoy por ti y mañana por mí".

"Eso-sonrió Carmela de oreja a oreja-. Cuando tengas un compromiso como el que tengo hoy, te ayudaré con muchísimo gusto".

Yo alucinaba en colores. ¿Cómo se puede tener tal desfachatez? Con todo, todavía no se había colmado la medida. Carmela se encaró conmigo:

"Y tú, vago, ¿es que no trabajas esta tarde? ¿No tienes que visitar obras?".

"Bueno, sí…"-balbuceé.

"¿Y hacia dónde vas?"

"A la avenida de Fernando el Católico"-dije por decir algo.

"Estupendo –sonrió Carmela-, porque yo he quedado con mis compañeras en "Nevada". Podrías acercarme en el coche".

"Vale".

Si me pinchan no sale una gota de sangre. Un beso a Conchita y pies para qué os quiero, yo y Carmela, Carmela y yo, acompañados por la voz de mi mujer "Carmela, que te lo pases estupendamente" y por la contestación "Cree que pondré todo de mi parte para pasarlo de cine".

Aquella tarde supe lo golfa que era Carmela. Todavía en el garaje de casa, me echó mano al paquete.

"Cómo ves, hay solución para todo, cariño".

Y me besó.

La acostada fue de dos orejas con petición de rabo, varias vueltas al ruedo y salida a hombros. Cuando conseguimos regresar al planeta Tierra desde un cielo solo nuestro, nos asaltó la prisa. Se había hecho tardísimo. Eran las nueve de la noche pasadas. Conduje el coche –entonces tenía un Simca 1200-a toda velocidad. Llegamos pronto a mi casa –no había casi circulación- dejé que Carmela subiera a por su hijo y decidí dar una vuelta en el coche para hacer tiempo, porque no parecía aconsejable que llegáramos juntos. Seguí Guillén de Castro hacia el río y, antes de las Torres de Quart, doblé a Fernando el Católico. Hacía fresco, pero no frío. Valencia parecía dormida. No iba casi nadie por las calles. Entonces escuché el fragor, primero lejano e inconcreto, luego tan crecido que llegaba a ensordecer. Era un estruendo obsesivo, brutal. Frené de golpe. No podía creer lo que tenía a la vista. Tanques. Un montón de tanques. Carros de combate M-30, M-47 y M-48 llenaban la calzada y avanzaban implacables a la toma de la ciudad. Puse la radio:

"…Artículo octavo: Quedan suprimidas la totalidad de las actividades públicas y privadas de los partidos políticos.

Artículo noveno: Todos los Cuerpos de Seguridad del Estado se mantendrán bajo mi autoridad.

Artículo décimo: Igualmente asumo el poder judicial y administrativo, tanto del ente autonómico como los provinciales y municipales.

Artículo undécimo: Estas normas estarán en vigor el tiempo estrictamente necesario para recibir instrucciones de Su Majestad el Rey o de la Superioridad.

Este bando surtirá efectos desde el momento de su publicación.

Por último, se espera la colaboración activa de las personas patriotas, amantes del orden y la paz, respecto de las instrucciones anteriormente expuestas.

Por todo ello termino con un fuerte ¡Viva el Rey! ¡Viva por siempre España!

Valencia a 23 de febrero de 198l. El Teniente General, Jaime Milans del Bosch."

Y terminado el bando, el receptor llenó el automóvil de música militar.

Parpadeé. Me invadió un miedo negro y pegajoso que me impedía respirar. Me resistía a creer que eso ocurriera aquí en España, que no fuera una película de la televisión, sino la cruda realidad. Un golpe de estado. Estaba viviendo un golpe de estado y resultaba inútil pellizcarme: los carros de combate estaban delante de mis narices y llenaban la ciudad con el estruendo de sus cadenas.

Pensé en los míos. Siempre se hace cuando hay peligro. No estaba lejos de casa. Hice marcha atrás por una bocacalle de Fernando el Católico y conseguí llegar a mi garaje sin tropezar con más divisiones acorazadas. Subí, abrí la puerta y mi mujer se me abalanzó.

"Paco, no sabes cómo me tenías de preocupada. Gracias a Dios que estás bien. ¿Cómo no viniste antes?"

Detrás de ella, en un segundo plano, Carmela y el niño de Carmela.

Me inventé una historia que mi mujer creyó a pies juntillas. Sabía que no suelo poner la radio del coche y se tragó la verdad: que no me había enterado de nada.

"Carmela ha telefoneado a su marido y hemos decidido que lo mejor es que se quede esta noche aquí".

A todo esto, mi aventura de la tarde parecía divertidísima por la situación. Incluso me guiñó un ojo mientras mi mujer seguía hablando:

"¿No te importa dormir esta noche en el sofá del comedor, verdad? Creo que es lo mejor. Así Carmela duerme conmigo."

Asentí, horrorizado por los gestos de Carmela que, detrás de mi mujer, me señalaba a mí y a ella y al dormitorio y después señalaba a Conchita y al sofá.

"Juntamos las camas de los niños y donde duermen dos, duermen tres".

Mi mujer siempre ha sido así. Se crece cuando hay que organizar algo en casa.

"Mantas. He de sacar mantas para que no te enfríes en el sofá".

Comenzó a trajinar por los armarios, momento que aprovechó Carmela para acercarse e intentar besarme en la boca. Me separé de un salto.

"¿Tu niño tomará un vaso de leche?"- llegó la voz de Conchita desde la cocina.

Al parecer la chiquillería ya había cenado mientras yo me daba de narices contra los tanques.

"Sí. Con un poco de colacao, si tienes".

Puse la radio: Música militar. Conecté el aparato de televisión. Anuncios. Más anuncios. ¿Qué estaría ocurriendo? Fui al teléfono y marqué el 095 para escuchar el último boletín de noticias de Radio Nacional. No conseguí comunicarme. La línea se hallaba bloqueada. Colgué el auricular y miré al televisor. Ya no había anuncios. Ahora daban dibujos animados.

Sonó el teléfono. Era mi madre:

"He oído que un comando de ETA ha entrado en el Congreso y ha matado a no sé cuántos diputados. Estaban televisando el debate y se ha cortado la emisión".

Trasladé la noticia a Carmela y Conchita.

"Pero ¿por qué no lo dicen en la tele?" –se engalló mi mujer.

En la pantalla comenzó una película: "La princesa y el pirata". Nos sentamos, mejor nos derrumbamos frente a la pantalla, Concha en su mecedora, Carmela a mi lado en el sofá. Dicen que la televisión ejerce un curioso poder hipnótico. Aquella noche no. No nos enterábamos de nada. Bob Hope hacía el payaso corriendo detrás de Virginia Mayo, pero aquello parecía suceder en otra dimensión. Vivíamos una pesadilla. Ni siquiera me aparté cuando Carmela me oprimió un muslo con el suyo. De nuevo el teléfono. Era su marido:

"Han dicho que el Rey va a hablar de un momento a otro".

Terminó la película y entonces sí. El Rey habló:

"La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la Patria, no puede tolerar en forma alguna, acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum".

Las aguas volvieron a su cauce mientras los carros de combate retornaban a los cuarteles. Gracias a ello, ahora, cada vez que alguien nombra a Tejero o a los tanques de Valencia, no pienso en el golpe sino en que aquel día, 23 de febrero de 1981, me di cuenta de lo golfa que era Carmela, no ya por el número de conseguir que mi mujer cuidara de su hijo mientras ella se revolcaba conmigo, sino porque no tuvo inconveniente en salir de puntillas del dormitorio de madrugada, venir al sofá y masturbarme con Conchita a cinco metros.

Sí. Recordaré siempre aquel día porque en él descubrí lo golfa que era -tal vez lo siga siendo- la Carmela de mis pecados de hace tantos años.