Relatos Históricos: El primer gaucho

Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre la Historia. "El primer gaucho" de TENCHU. En la Argentina colonial los primeros gauchos buscan su libertad en la Pampa.

Para finales del siglo XVIII, lo que hoy conocemos como Argentina aún no existía; en su lugar se encontraba el Virreinato del Río de la Plata, organización espacial creada por la dinastía Borbón de España.

Las únicas áreas colonizadas hasta entonces eran las provincias de Córdoba, parte de la región de Cuyo y el norte de la actual provincia de Buenos Aires hasta el río salado. El resto se hallaba bajo el control de los verdaderos dueños de estas tierras, las diferentes tribus indígenas.

Nuestra patria era un pedazo de tierra olvidado por los supuestos conquistadores, los naturales del lugar luchaban por sobrevivir ya que los recién llegados buscaban eliminarlos a cualquier precio.

Pero nadie contó con la atracción que ejercerían las mujeres indígenas sobre los europeos. De manera que no previeron la mezcla de sangres y razas de la que resultaría el criollo.

El problema es que el criollo debería elegir un bando en esta lucha, o en su defecto hacerse un lugar.

Así, despreciado por muchos y sin un lugar al que pertenecer, el mestizo salió de la campaña con rumbo hacia el sur... hacia el "desierto". Hacia el territorio dominado por el indio.

Sólo contaba con su caballo y con él mismo, nada más lo ataba a su lugar de origen. Sus padres seguirían como esclavos de ese gran señor español. Pero él no seguiría con ese destino, quería hacer su propio camino con sus manos. Por eso, en cuanto tuvo oportunidad escapó del yugo de su amo.

Perseguido por muchos, por siempre huyendo de un mundo y una sociedad que nunca entenderían su deseo de ser libre. Muchas veces durante las agotadoras jornadas de trabajo se había preguntado hasta donde llegaría el horizonte; si alguna vez vería su fin.

Por eso salió de la sociedad que era muy chica para gente como él... la ciudad le quedaba pequeña. Sólo contaba con su cuchillo y su poncho para hacerle frente a todas las dificultades.

Miró por última vez hacia el grupito de casas que tuvo como hogar y que ahora se perdía en el horizonte y en la soledad más espantosa. Luego, siguió cabalgando en su potro. Pronto descubrió que el desierto no era tan desierto.

Solamente no había sido explorado, quizás por miedo al indígena y a sus malones que parecían formarse de la nada.

La noche cayó sin que el viajero se diera cuenta. Bajo la cruz del sur y esos perros que trataban de darle alcance al ñandú, el anónimo hombre se apeó de su noble compañero y se dispuso a dormir.

Bajo la sombra de un ombú que dominaba el paisaje, el viajero se durmió. La madre tierra lo cobijo, dándole descanso para continuar con su búsqueda. El sol de un nuevo amanecer le despertó.

Sacándose la pereza, volvió a montar el caballo para continuar rumbo hacia el sur. Los recuerdos volvían a su mente... los días de desprecio y dolor que terminaron en algo peor.

Lo declararon conscripto, el zaino que ahora montaba lo había robado y su cuchillo era en realidad una vieja lima de hierro que de tanto uso terminó por ser una delgadísima hoja.

Su primer invierno fuera de la casa fue muy aleccionante, al ver que podía vivir de forma distinta a la que siempre le impusieron.

El paisano, curtido por el sol, pronto encontró una choza de cueros y cañas. Era seguro que los pampas andaban cerca y seria mejor para el andar con cuidado o terminaría siendo presa de la indiada.

Se mantuvo a distancia, no quería problemas con tan terribles rivales. Sin embargo, no pasó mucho para que los indígenas se percataran de su presencia. Y es que los nativos podían percibir cualquier cambio a su alrededor... los animales, los olores y las plantas les permitían deducirlo.

Aunque para la mayoría de los "civilizados" el indio era solo una bestia más que había que exterminar de esa tierra que ahora les pertenecía. Lo que les faltaba de inteligencia, les sobraba en desconfianza y por eso iban rápido a las armas.

Además, poseían una gran habilidad con la lanza y las boleadoras. Éstas constituían sus armas principales, amen de su excelente destreza como jinetes. Siendo capaces, en muchos de casos de tomar objetos muy pequeños del suelo a pleno galope.

El atardecer austral sorprendió al viajero, que pronto escuchó los gritos de un grupo de indios que le seguían pisada. El mestizo se apeó, dejando a su flete retozar... mientras esperaba escondido a sus perseguidores.

La indiada paso despacio y en el momento oportuno, como un puma el hombre se arrojó sobre el jinete más cercano. Rodaron por el suelo, mientras los otros, desconcertados, se reagrupaban.

El hierro se hundió varias veces en la carne del indio que no dejaba de golpear al enemigo. Un lanzazo en el hombro le recordó que no estaban solos, la sangre manaba de la herida.

Se levantó como pudo y con el fierro en la mano quiso enfrentarlos, sus ojos centelleantes esperaban el próximo movimiento. Sin embargo, los indígenas se quedaron helados al distinguir un rostro igual al de ellos.

Era como una pesadilla, por eso huyeron hacia sus toldos... Mientras los veía alejarse, el cuchillo cayó al suelo y su portador pronto le siguió. Las heridas solo preveían lo peor, pronto moriría desangrado.

Su fluido vital escapaba por la herida que había atravesado tejidos llegando hasta el hueso.

En el medio de su sufrimiento, ese paisano pudo contemplar por última vez las estrellas de esa tierra que tanto amaba y bajo la que moría.

Pudiendo vivir como un sirviente, eligió la libertad antes que la opresión; la clandestinidad a la ley... su vida a la de otros.


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