Relatos Históricos: El niño del Kremlin

Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre la Historia. "El niño del Kremlin" de SOLHARIS. En la segunda mitad del siglo XVI Iván IV el Terrible es el primero de los Zares de Rusia.

I Anastasia

¿Por qué Dios le había castigado de esta forma? ¿Qué había hecho él para merecerlo? Iván era un hombre devoto, un verdadero creyente, pero su amada Anastasia, tan devota como él y mucho más bondadosa, había enfermado precisamente en una visita a un monasterio, y no hubo salvación para ella. Era una cruel paradoja y un creyente más débil de espíritu hubiera visto tambalearse su fe, pero Iván se arrodillaba, con un sayo mugriento como vestidura, y rezaba ardorosamente ante los sagrados iconos de los santos y de la Virgen María. Se postraba una y otra vez ante ellos, con tal violencia que tenía las rodillas ensangrentadas y gemía al aplastar el pecho contra el suelo de piedra. Los monjes le observaban consternados pero él no les hacía caso y pensaba desesperadamente en cuáles podrían ser sus pecados. Porque estaba claro que Dios le había castigado por alguna razón. Tendría que humillarse muchas veces antes de ser perdonado.

¿Había sido un buen soberano? Consideraba que había procurado una buena administración para su pueblo y que lo había defendido de los tártaros, que tanto gustaban de llegar de la estepa para saquear los campos y ciudades de Rusia. Ya no cabalgarían tan a menudo para traer la destrucción, ahora que Iván les había arrebatado las ciudades de Kazán y de Astrakán como un verdadero cruzado de la fe cristiana. Tampoco había olvidado Iván engrandecer a la Iglesia ortodoxa y sus monasterios, al tiempo que cuidaba de que los monjes mantuvieran una vida realmente ejemplar. La maravillosa Catedral de San Basilio, con sus torres coronadas por fantásticas cúpulas multicolores y retorcidas, era uno de los mayores templos de la cristiandad y la joya de la ciudad de Moscú, que no hacía tanto era una ciudad de madera y ahora sus edificios eran de piedra. Algún día esa catedral sería el símbolo de Rusia.

A pesar de todo esto, de su grandeza y de los logros de su reinado, tampoco había olvidado que era el soberano de los rusos porque así lo había querido Dios y que le debía obediencia como otro súbdito cualquiera. Muchas veces se había arrodillado ante Él, como ahora, como el más humilde de los monjes, porque la fe de Iván era sincera y en su espíritu había temor hacia lo sobrenatural.

Pero Dios se había llevado a su amada Anastasia y le había convertido en el más solitario de los hombres. Ahora que la Zarina había muerto, sólo le quedaban su adorado hermano Yuri y el metropolitano (1) Macarías, un hombre santo que le guiaba espiritualmente, y no sabía que muy pronto ambos le dejarían también.

(1) Máxima autoridad de la Iglesia ortodoxa de Rusia entonces. Durante el reinado Iván ese cargo se convertiría en el de Patriarca.

II El Zar de Todas las Rusias

Pero el arrebato de piedad termina con la misma prontitud que llegó, así de inestable e impredecible es su estado de ánimo, e Iván vuelve a ser el soberano de todos los rusos. Porque si es creyente como el mejor de los cristianos, no por ello deja de ser irascible y soberbio, lujurioso y amigo de los placeres y de los excesos. Él es humilde solamente con Dios, que le ha elegido para reinar sobre todos los rusos y defender su fe. Para los mortales es Iván IV, Gran Duque de Moscovia (1) y conquistador de Kazán, Astrakán y Livonia. Incluso rechazó el título de rey porque él es mucho más que un rey, él es el Zar de Todas las Rusias, el heredero de los Imperios Romano y Bizantino (2), y Moscú es la tercera Roma, la que defiende la verdadera fe mientras el Papa persiste en la adoración de los ídolos (3). Iván es el primero de los Zares y sus sucesores conservarán el título con orgullo.

Puede decir que es el soberano más poderoso de Occidente, comparable sólo a aquel Felipe que reina desde la otra esquina de Europa. Mas aquí termina toda semejanza, porque la austera Corte de los Austrias en nada se parece a la ostentosa Corte de Moscú, donde el Zar se rodea de un lujo más propio de los reyes asiáticos que de los monarcas europeos.

Así es Rusia, como el águila bicéfala que la representa, con una de sus cabezas mirando hacia el Occidente y la otra al Oriente. Porque Iván es un verdadero khan (4) cristiano. Quizás sea por esto que siente una profunda simpatía hacia sus súbditos tártaros, para los que ha sido siempre tolerante, por mucho que haya combatido contra ellos, y a los que nunca ha negado cargos importantes cuando se han convertido a la religión verdadera.

Así pues, vedle ahora en toda su majestad. Diríase que es el mismo rey Midas, porque sus vestiduras son de oro y seda y las piedras preciosas adornan su corona como guindas en un pastel, así como también el cetro que sostiene. Doscientos cortesanos le rodean y todos visten también con oro y seda. Comen en fuentes de oro macizo y de oro son las copas en que beben. En medio de tanta grandeza, los boyardos comen, ríen y beben sin pudor, porque su insaciabilidad ensalza el esplendor de la Corte.

Pero no hay sólo hombres en esta mesa. Bellas muchachas de trenzas doradas y piel marfileña les acompañan, y ellos se regocijan con la apretura de sus corpiños. También las hay de cabellos negros y rojizos, circasianas de ojos negros y hasta tártaras de ojos rasgados, porque a Iván le gustan las mujeres hermosas como al más lujurioso de los boyardos. Ya no está su amada Anastasia para frenarle y los boyardos creen que la ha olvidado. ¡Necios! Ellos no pueden entender el dolor de Iván. No adivinan que bebe para olvidar y que se rodea de los apetecibles cuerpos de las muchachas para olvidar también, cuando él cambiaría todo esto por una sola de las caricias de ella.

Pero la fiesta continua y las jóvenes beben y ríen con los boyardos, sin pudor, totalmente desvergonzadas. Ahora Iván cree que ya ha bebido lo suficiente, aunque nunca es realmente suficiente, y se levanta del asiento. Una muchacha de ojos grises y mirada pícara le acompaña. También su compañera de cabellos oscuros se une a ellos.

(1) Entre los muchos principados que formarían Rusia, el de Moscovia se había convertido en Gran Ducado y en el impulsor de la unificación.

(2) Los zares se consideraban descendientes de los Césares. La misma palabra "zar" significa césar.

(3) Los ortodoxos no aceptan las esculturas religiosas, aunque sí las imágenes.

(4) Rey tártaro.

(5) Los nobles de Rusia.

III Los perros del Kremlin

Un rato después Iván está exhausto. El alcohol y las dos jóvenes han terminado de agotarle, y se deja caer inerte sobre sus espaldas. Ellas se incorporan porque no desean levantarse al día siguiente con un soberano resacado y malhumorado. Se visten con rapidez y le dejan solo, caminando con tal sigilo que pueden oír sus ronquidos.

El pequeño Iván tiene frío. Siente entre sus dedos la manita de su hermanito Yuri y no está menos helada que la suya. El heredero del Ducado de Moscovia tiene frío y nadie se preocupa por él ni por su hermano. Apenas si cuidan de alimentarles y darles vestido. Puede que sea el heredero del trono, pero también es un niño huérfano al que nadie tiene en cuenta. Viven en el palacio como dos gatos a los que se les da de comer pero no se les presta atención.

Iván es el más decidido de los dos hermanos y recorre los pasillos de palacio mientras su hermano le sigue. Temen a los crueles boyardos pero son curiosos y juegan por los pasillos y hasta se atreven a reír. Ríen hasta que a sus oídos llegan las brutales carcajadas de los boyardos. Entonces callan porque las voces son roncas y hablan de crueldades y obscenidades que un niño no debería oír jamás. Celebran otra de sus juergas, siempre a cuenta de la herencia del Gran Duque, y Yuri quiere marcharse muy lejos, pero Iván atraviesa el pasillo en semipenumbra muy despacio. Llega hasta la entrada de la habitación donde se celebra la orgía.

El príncipe Iván Shuisky se sienta en el trono como si fuera el Gran Duque. Él y los demás boyardos que le adulan han perdido la vergüenza. Dilapidan la riqueza de Moscovia y se abandonan a las orgías mientras el desorden gobierna por doquier. Se rodean de mujerzuelas y beben hasta acabar borrachos y maltratarlas, si es que no acaban pegándose entre ellos como animales. Una de esas mujeres está sentada al lado del príncipe, susurrándole impudicias en el oído, de forma que Iván no puede verla. Pero ella se vuelve y ahora puede ver la cara de una hermosa mujer de cabellos negros. Es nada menos que Elena de Lituania, la difunta madre de Iván, y él la mira horrorizado. Ella está muerta pero Iván oye sus risas desvergonzadas y vulgares. Luego llora y despierta horrorizado

Ha sido un sueño absurdo e Iván se siente asqueado porque adora a su difunta madre. Pero no permanece en vela mucho tiempo. El sopor de la borrachera vuelve a ganarle y duerme otra vez.

Altas y poderosas son las murallas del Kremlin. La antigua empalizada de madera se ha convertido en un imponente muro de piedra que rodea el esplendor y la gloria de los soberanos de Moscovia. Desde lo alto de esas murallas, Iván juega con sus perros. En realidad no es un juego, sino parte de su educación. No han descuidado tanto al heredero como para dejar de educarle, y la primera lección del futuro monarca de Rusia es que vive en un mundo cruel y sólo los hombres crueles pueden gobernar.

Iván agarra a un perrillo faldero, un animal encantador que levanta en sus bracitos. El animal tiembla porque no le gusta este lugar. El aire frío corre aquí muy bien, y además tiene miedo. Pero Iván le sujeta con todas sus fuerzas, carga con él hasta el final de la muralla y, tomando impulso, lo suelta al vacío. El animal apenas tiene tiempo de patalear en el aire. Se estrella contra el suelo y queda muerto en el acto, con todos los huesos rotos. El maestro de Iván asiente aprobador con la cabeza. Ése es el final que espera a los débiles que se dejan llevar por otros, le dice a su alumno. Después Iván, que todavía se ríe del perro anterior, vuelve a agarrar a otro perro y vuelve a correr para tomar impulso antes de lanzarlo al aire.

Pero ahora Iván se siente muy extraño. Camina también sobre sus manos y es que ahora son patas. El aire frío acaricia su hocico. ¡Es un perro! Unas manos le agarran por el lomo. Son las manitas pequeñas pero rudas de un niño, ¡que es él mismo! Quiere hablar y sale un ladrido lastimero de su boca. Intenta zafarse pero el niño, que es él, le sujeta con fuerza. Después le arroja por los aires y cae al vacío. Siente miedo y vértigo. No hay nada en que sujetarse en el vacío y vive el horror que precede a la muerte

Despierta. Ha sido otro sueño, otro horrible sueño, e Iván siente aún el vértigo de la caída. Ya no vuelve a dormir, permanece en vela hasta que llega el amanecer.

IV Iván el terrible

Durante el resto del día, Iván no puede evitar sumirse en pensamientos melancólicos y sombríos. Siempre es así que recuerda una infancia que no fue fácil. Pero en su memoria también hay unos padres adorados, casi idolatrados. A su padre Basilio III no llegó a conocerle, pero sabe que fue un digno soberano. A su madre Elena de Lituania la recuerda algo y también sabe que fue una mujer admirable y una madre afectuosa. Su abuelo es sencillamente Historia, Iván III el Grande, el más voluntarioso y capaz de los soberanos de Moscovia y de Rusia. Iván ostenta con orgullo su nombre. Ciertamente, algún día será más que Grande, será Iván el Terrible (1).

Se siente con más ánimos después de recordar su orgulloso linaje, pero ahora piensa en los boyardos. Brutales, egoístas, desleales, los boyardos le son odiosos. Si no fuera por él, ellos arruinarían la grandeza de Rusia porque no son capaces de ver más allá de sus mezquinos intereses. Les ha odiado desde siempre, aunque hayan pasado muchos años desde que fuera un huérfano olvidado en el Kremlin. El oscuro resentimiento permanece en él, siempre ha estado ahí. ¿Qué ocurrirá ahora que la dulce Anastasia no está ahí para refrenarle y que, muy pronto, tampoco estarán su fiel hermano Yuri y el sabio Metropolitano Macarías? Pronto llegarán los arrestos injustificados y las ejecuciones sin justicia. Que no esperen los boyardos que Iván se inhiba a la hora de derramar sangre noble: derramará cuanto sea necesaria, porque los enemigos del Zar son los enemigos de Rusia.

Ensimismado en sus horribles pensamientos, Iván suelta una carcajada y los cortesanos que le rodean sonríen aduladores, confiados en que su soberano ha recuperado el buen humor. ¡Qué poco le conocen! Temblarían si leyeran sus pensamientos. Pero nada puede hacerse ya, él va a escribir una página de muerte en el libro de la Historia. Nada puede hacerse porque es la voluntad del Zar de Todas las Rusias.

(1) Aunque pueda no parecerlo, el sobrenombre de "terrible" le fue dado a Iván en el sentido de "grande" o "tremendo" y no en el de "temible".