Relatos Históricos: Cantabria indomable

Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre la Historia. "Cantabria indomable" de LYDIA. Con la desesperada resistencia de los cántabros, termina la conquista romana de Hispania.

En el año 26 a.C. los romanos, comandados por su emperador Octavio Augusto, emprenden una serie de feroces batallas al norte de la península ibérica con el fin de acabar con uno de los pocos reductos de Hispania: Los cántabros.

Durante los primeros años, la resistencia de aquellos aguerridos guerrero, se hace fuerte, ganando cada batalla en el dominio de la guerra de guerrillas y el conocimiento de su propio terreno. Sin embargo Roma sigue enviando a sus legionarios por miles, derrotando y doblegando a los guerreros cántabros en el año 19 a.C. Se cuenta que aquellos hombres y mujeres, preferían quitarse la vida, antes que estar merced de Roma y ser sus esclavos.

Nunca había percibido de mi madre un gesto, algo que hiciera demostrar un ápice de cariño hacia cualquiera de sus doce hijos, aunque luego entendí que esa austeridad y ese respeto que imponía siempre, representaba uno de nuestros más sagrados valores de la familia. Sin embargo, aquella vez, cuando acudí a ella amedrentada, con mis manos llenas de sangre de algo que mi cuerpo había derramado sin avisar a mis inocentes trece años, los ojos de mi madre expresaron un brillo intenso y especial. Era la primera vez que la veía emocionarse, mostrar a flor de piel sus sentimientos con una ternura desconocida para mí, acariciando mi cabello y besando mi frente, sonriente

  • Hija mía… – me decía – la diosa Cantabria* te ha mandado su señal divina para que esa sangre se convierta en la pureza y la grandeza de nuestros nuevos guerreros.

No entendía nada del significado de sus palabras, pero sabía que ese "algo especial" que se había producido en mi cuerpo, no era solo algo privativo, sino un gran acontecimiento para todos. Las mujeres que se encontraban en sus faenas, bien ordeñando al ganado, haciendo tortas, cortando el verde o en cualquier otra labor, lo dejaron todo al unísono para aproximarse, acariciar mi cabello y besar mi frente, como lo hiciera mi madre momentos antes, en un ritual inédito para mí. A pesar de mi incredulidad y de mi ignorancia ante tales hechos, entendí que aquello no era tan extraordinario como parecía y si algo muy enriquecedor… Más tarde, mi hermana mayor me explicaría concisamente todo lo que estaba experimentando, tanto interiormente como en relación a mis congéneres.

Esa misma noche supe de mi somardío y del nuevo grado que obtuve en la escala de los cántabros, como una nueva mujer procreadora de nuestra estirpe y sobretodo de mi condición de persona adulta… Se organizó una fiesta por todo lo alto, incluso asistió como invitado el jefe de los salaenos, a pesar de las diferencias entre nuestros dos pueblos hasta entonces. Mi casa se adornó con todo lujo de detalles, rodeada en el exterior por pétalos y ramitas de azahar. Todo fue preparado minuciosamente, como si de un mismo casamiento se tratara. Una gran hoguera se había encendido en medio de nuestro castro, y sentados alrededor sobre sus mejores pieles y sobre la brena, todos los jefes guerreros alrededor de ella compartiendo y bebiendo nuestra hidromiel* más valiosa y los mejores vinos amargos. No se sirvió de cena la típica borona de bellota, sino un delicioso pan blanco traído especialmente para esa ocasión y una tierna carne de cabrito.

Mi padre, el honorable guerrero Kaurikino y jefe de nuestro poblado, con su copa de madera entre las manos, lanzó ante los presentes el anuncio de mi nueva condición:

¡Hermanos… hermanas! Mi hija Nunn, hija y nieta de grandes guerreros ha sido alumbrada por la diosa de la fecundidad, Beltaine, y por la diosa Cantabria que a todos protege.

Alzó la copa hacia la luna y después me hizo una seña para que me personara a su lado, siempre enérgico, pero a la vez condescendiente. Me arrodillé frente a él según me ordenó y a continuación pronunció:

Hija mía. Has sido bendecida con tu más preciado valor: La continuidad de nuestro pueblo. Recuérdalo en cada luna. Alumbra con orgullo a nuevos valerosos guerreros.

A continuación depositó un collar sobre mi cuello con una pequeña piedra en forma de luna creciente. Todos gritaron y aplaudieron. Las mujeres se levantaron y una a una, danzaron fugazmente alrededor del fuego mientras los hombres saludaban con sus espadas en alto. Me puse en pie y agradecí a todos tan venerable acto, cubriendo mi pecho con mis manos en señal de sumisión y respeto.

Mi vida cambió a partir de esa noche. No solo porque me hubiera convertido casi precipitadamente en una mujer que con dignidad llevaría la responsabilidad de procrear a los hijos de Cantabria, sino porque por esa condición, además de todos los acontecimientos de esa noche, también fue cuando conocí al que sería mi hombre: Bodo, mi amado y querido Bodo… un joven y apuesto guerrero cóncano*. Fugaces miradas, agradables palabras y cariñosos gestos dieron paso a algo más que una nueva amistad. Los dos entendimos que nuestro amor había surgido espontáneamente aquella noche en toda su intensidad. Muchos creyeron después que aquel nuevo acercamiento estuviera premeditado y diera origen a un posible matrimonio de conveniencia entre dos clanes cántabros distintos, pero la verdad fue otra y es que entre nosotros dos surgió algo más que un pacto sellado. Bodo y yo nos amamos desde ese primer instante con todo el cariño de nuestros jóvenes corazones.

Con él aprendí que las manos de un guerrero saben acariciar como una pluma, que de una garganta poderosa además de gritos salen susurros y palabras repletas de ternura, que unos labios que soportan un duro invierno también saben besar como cien soles ardientes… Los dos sabíamos que nuestra unión era además de querida por las respectivas familias, nuestro más anhelado sueño.

Apenas dos años después de aquella mágica noche en que nos conocimos, contrajimos nuestro sagrado matrimonio. Pero aquel dulce sueño fue efímero como una pluma, pues Bodo tuvo que partir de inmediato, llamado a la lucha que se originó en nuestra tierra vecina de los vacceos*, cuando estos fueron asaltados por una legión romana.

Yo confiaba en su vuelta temprana, esperando a mi hombre con todo mi anhelo, contando con empeño los días para nuestro reencuentro. La amargura de la noticia se posó en nuestro castro, en un día en el que yo era muy feliz preparando lo que sería nuestro futuro hogar… El vigilante del poblado dio el aviso de la llegada de un mensajero con el sonido grave de su caracola. Todos los vecinos nos dirigimos en silencio a la entrada del castro. El jinete se bajó apresurado, clavó su rodilla en tierra y se dirigió en primer lugar a mi padre como jefe del pueblo y después a todos los demás guerreros de mayor importancia y más veteranos. El muchacho aun con el agotamiento de su larga cabalgadura nos desveló la triste noticia:

Los vacceos han caído.

Un murmullo llenó todo el castro ante semejante infortunio. Mi padre hizo callar a todos y ordenó continuar al mensajero:

Los romanos atacaron con sus mejores hombres. Entraron en tres columnas, organizadas como nunca. Aquella tierra no era la más propicia para la lucha.

¿Han caído de los nuestros? – preguntó mi padre.

Por cientos…por miles… Nos apoyaron los hermanos astures, hubo batallas encarnizadas, incluso Roma se retiró varias veces, creyéndonos vencedores, pero regresaron de nuevo y clavaron su estandarte en Palantia*. Los vacceos se han rendido y nuestros hombres han luchado con valentía, dejando su sangre con honor. Otros tuvieron que retirarse, junto a los astures.

En ese momento caí de rodillas al suelo. Sabía que Bodo, mi aguerrido y valeroso esposo, era uno de los cántabros muertos, porque sabía de su valor, pero sobretodo era sabedora de su arrojo hasta el más allá y que no se hubiera rendido jamás.

Llegó muy pronto para mí la desdicha. Mi amado compañero había desaparecido de repente sin apenas tiempo para dejarme aprender tantas cosas de él, de sus actos, de sus poderes, de sus pareceres y de su inconmensurable amor… Con apenas quince años me convertí en una joven viuda sin ganas de vivir y que hastiada de todo no quería otra cosa que la muerte. Así anduve durante un tiempo, perdida, aferrada a mis recuerdos y sumida en mi dolor, intentando pedir explicaciones a los dioses por haberme robado repentinamente a mi amor… Quizás esa amargura y ese lamento fueron oídos por los ellos y apenas dos días más tarde mi dolor se convirtió en regocijo cuando supe de mi embarazo. Esa fue la llama que Bodo dejó en mí, creciendo en mi vientre como una parte de él.

Mi hijo nació protegido por la fortuna de los dioses en una noche de galupa pues fue en su mayor esplendor cuando vino al mundo y bajo el nombre del dios que más respetaba y honraba su difunto padre: Erudino.

Así creció Erudino, fuerte, sano y guapo como su padre… un fiel reflejo de mi amado Bodo, en todos los aspectos, creyendo fielmente que de otro modo no pudiera ser más que su propia reencarnación y eso me animó tanto a seguir viviendo y luchando por él.

Apenas cumplidos tres años de su nacimiento, en una fría mañana cercana a la magosta*, otro mensajero llegó con noticias a nuestro poblado. Se trataba de un guerrero de un castro vecino y de nombre Tureno.

Traigo malas noticias. – dijo postrando su rodilla en tierra.

Noble Tureno, toma asiento y cuéntanos. – le respondió mi padre.

Los romanos han tomado posiciones por debajo del valle del río Salia, han desembarcado varias legiones en la costa cercanos a Blendia y ha sido tomada y entregada Brigantia*. Están preparando un grandioso ataque, no hay duda.

¿Cuántos hombres pueden ser?

Más que nunca, quizá diez veces más de los que hemos visto hasta ahora. Las propias tropas romanas aseguran tener numerosas legiones y cualquiera de ellas supera con creces nuestras catervas*.

¿Pero eso…es…?

Sí, sin duda que Cantabria es su objetivo, señor

Pero Cantabria ha sido siempre temida por los romanos, Tureno. – le apunté yo conocedora por las veces que me lo había recordado Bodo.

Temida no, Nunn, Roma no teme a nadie… hasta ahora nuestra tierra y nuestro pueblo han sido respetados. En algunas ocasiones bajo una paz pactada.

Pero… ¿Y ahora? – añadí.

Ahora es el mismísimo emperador Octavio quien se ha ocupado personalmente de acabar con nosotros y ten por cuenta que lo hará.

Sabíamos que las palabras del mensajero no eran vacías y estaban cargadas de una realidad, que a pesar de sorprendernos, esperábamos casi inevitablemente, pues no ignorábamos el poder de Roma y de sus intereses por nuestra tierra desde tiempo atrás.

¿Qué podemos hacer Tureno? – cuestionó mi padre.

Pues ese es mi legado, vengo recorriendo todos los castros de la zona en busca de todos los hombres dispuestos, intentando aunar el máximo de fuerzas posibles. No superaremos a los romanos en número, pero en cualquier caso, los cántabros unidos les venceremos

Pero ¿aquí? ¿en nuestro castro? – preguntó de nuevo mi padre.

Sí señor, vengo a reclutar a cuantos hombres jóvenes se pueda. Nos reuniremos en Amaya* dentro de cuatro noches, sabemos que Roma atacará en breve.

¿Quién dirige a los nuestros?

Uno de nuestros mejores hombres: Kolio.

¿El mismo Kolio que luchó en Numantia? ¿…en las Galias?

El mismo y al que roma ha bautizado como una fiera indómita con el nombre de Corocotta*.

Pero Tureno, aquí casi no hay hombres jóvenes, los que había murieron en combate o están luchando en otros lugares… Apenas podremos juntar a cuatro o cinco hombres más.

Los que sean, serán bien recibidos.

Contad conmigo también.- respondí enérgicamente ante la atónita y severa mirada de mi padre.

Nunn, calla ahora, eso no puede ser. Las mujeres no van a la guerra.

Kaurikino, señor… – interrumpió el mensajero – necesitamos todas las manos dispuestas y las mujeres también están adiestrándose para luchar. Tu hija Nunn es joven, pero una gran mujer y ante todo muy valiente. Su sangre, sin duda, es la de nobles guerreros.

No puede ser, mi hija no puede ir. He perdido a varios de mis hijos

Padre – le dije arrodillándome ante él – sabes que deseo más que nada el bien de mi pueblo y ahora me necesita más que nunca. ¡Déjame partir!

Pero Nunn, hija mía – añadió acariciando mi cabeza – tu joven esposo…, otros muchos guerreros de este castro han muerto, tus hermanos… ¿qué será de nosotros?... ¿de tu hijo?

Mi padre me bendijo sabiendo que esa era una de nuestras pocas o únicas esperanzas de sobrevivir. Sostuvo en sus brazos los de Tureno rogándole que cuidara de mí como si de su propia hija se tratase. A la mañana siguiente, tras besar a mi hijo y abrazarlo, pensando incluso que esa vez, pudiera ser la última en verlo, partí a la ciudad de Amaya junto a otros jóvenes de nuestro castro. Era la primera vez que viajaba a una gran ciudad, muy diferente a nuestro pequeño castro y a otros similares de los de mi comarca. Al llegar, encontramos arremolinados cientos de caballos, guerreros de todos los lugares, artesanos, carros, herreros…. La multitud apenas nos dejaba avanzar en un tumulto ensordecedor.

Tureno nos presentó a nuestro adiestrador Mael, uno de los más curtidos jefes plentusios*. Observaba nuestros ojos asustados e intentaba convencernos y convencerse a sí mismo, que nuestra inexperiencia y juventud no fuera un inconveniente ante los acontecimientos que se avecinaban.

Los días en ese castro gigante fueron duros, muy duros. Apenas el sol asomaba por el horizonte, ensayábamos el uso de cada arma, aprendíamos las artes de los más avezados guerreros y al anochecer solo podíamos llegar a nuestro catre para caer rendidos tras ese duro entrenamiento. De las manos de esos hombres supimos como sobrevivir a las peores situaciones, como degollar a un romano en el más sosegado silencio o como poder vencer a una centuria en inferioridad de fuerzas y número, atacando por sorpresa en la más absoluta oscuridad.

Mi primera partida junto a otros cien guerreros fue un anochecer lluvioso tras la ostara. Recuerdo el silencio en el que partimos, temerosos pero orgullosos de haber sido elegidos para tan alto menester. Caminamos toda la noche con nuestros armamentos al hombro y nuestras caetras a la espalda. Yo había conseguido mi primera cabeza de lobo en señal de mi progreso en la lucha, lo que indicaba que estábamos suficientemente preparados incluso sin haber combatido jamás. El hecho de ser una mujer no me había planteado ningún tipo de contratiempo y para los hombres que me acompañaban tampoco, era simple y llanamente, una guerrera más. Había superado pues, el arrojo suficiente para considerarme apta para la batalla en uno de sus más altos grados. Seguramente la venganza que planeaba mi mente para honrar la muerte de mi amado esposo Bodo era lo que me daba más fuerzas y ese tesón por acabar con el mayor número posible de romanos.

La primera avanzadilla formada por diez guerreros hizo incursión al paso de una centuria, justo en el momento en que habían parado para dar de beber a sus caballos en el río Íber. Cuando quisieron darse cuenta de nuestra presencia, habían sido totalmente rodeados por nuestras fuerzas y atacados con miles de dardos que les lanzamos desde los bosques que rodeaban su posición. Fue tal la sorpresa de los legionarios que apenas tuvieron tiempo de recoger sus armas y colocarse en una posición menos vulnerable. Aquella vez fue la primera que vi caer hombres heridos, degollados y muertos bajo nuestras armas… Lejos de amilanarme, aquello me proporcionó aun más valor. También pude advertir como algunos legionarios habían dado caza a alguno de nuestros guerreros llegando incluso a cortarles la cabeza. Fue también la primera vez que veíamos morir a nuestra gente y ese recuerdo pervive en mí todavía hoy a pesar de haber visto caer a miles después. Una vez cumplimos nuestra misión, dejamos paso a nuestros guerreros armados con falcatas* y lanzas que acabarían con los pocos romanos que se mantenían en pie. Fue una victoria por todo lo alto y a pesar de nuestras bajas lo celebramos con enorme júbilo y algarabía.

Al regreso de aquella mi primera batalla, sentí una liberación en mi corazón a pesar de haber visto a hermanos fallecidos a nuestros pies. Sabíamos que ese destino era el orgullo de un guerrero que acababa de morir por su tierra y por su pueblo. El río teñido de sangre indicaba que sus almas serían trasladadas a nuestro sagrado mar y que sus cuerpos una vez entregados al atardecer a los buitres, serían enviados al más allá.

Al llegar al campamento de Amaya nos recibieron los jefes de nuestro pueblo con honores de victoria. El propio Kolio, nos entregó junto a la gran estela de las cinco flechas, nuestra primera corona de brezo. En acto de pura liturgia, el gran cántabro honró la memoria de Laro con su hacha de dos cabezas, mostrándola ante todos, que arrodillados, veneramos en silencio.

Durante largo tiempo salvaguardamos nuestra posición y atacamos en nuevas escaramuzas a las tropas de Roma, saliendo airosos la mayor parte de las veces, si bien nuestras tropas iban siendo diezmadas cada vez con mayor intensidad, soportamos cada embestida de la fiera romana con orgullo, derramando hasta la última gota de sangre. Amaya pasó a ser además de nuestro centro de operaciones militares, donde nos preparábamos y donde fabricábamos las armas, el lugar donde eran atendidos, nuestros soldados heridos.

A la vuelta de cada batalla, los guerreros compartíamos experiencias y las tácticas utilizadas en cada emboscada, algo que nos valió en más de una ocasión para saber atacar y defenderse al mismo tiempo, retener y hacer huir a las huestes romanas. Todo se prometía feliz, incluso el enemigo llegó a reconocer el gran poderío de Cantabria. Sin embargo tras casi cinco años de lucha, las noticias que llegaban a nuestro emplazamiento eran cada vez más contradictorias y al tiempo, menos optimistas. Los castros iban siendo invadidos y desolados cada día y nuestros guerreros derrotados. Se sabía que el final estaba cerca y aun así nunca doblegamos nuestras fuerzas. Una mañana de viento sur aprovechamos para atacar a la fuerza romana en su campamento general cerca de Vellica. Yo fui la elegida como portadora del gran lábaro* imaginando lo orgulloso que pudiera sentirse Bodo viéndome en tal menester. El intento de aquel ataque, sin embargo, fue en vano, pues más de la mitad de nuestra tropa fue vencida con el nuevo armamento traído de Roma bajo el mando de la invencible legión Macedónica. La rendición y retirada fue asumida con total desmoralización por nuestra parte, ante el inevitable asedio al que éramos sometidos continuamente bajo el gran poder romano.

Hubo un tiempo de paz entre los dos pueblos, negociada y acordada para detener una lucha encarnizada en ambos bandos, pero aquello duró poco. Por nuestra parte era inaudito ver a nuestra gente esclavizada por Roma y los guerreros más jóvenes crucificados por orden expresa del emperador Octaviano, incumpliendo su parte del pacto.

Las pocas tropas que logramos atrincherarnos en Amaya fuimos durante un prolongado tiempo asediadas por las legiones romanas y nuestras bajas se contaban por cientos cada día. La retirada se hizo más que inevitable. Nuestro siguiente destino, organizado bajo las órdenes de Kolio fue el castro de Vellika*, uno de los pocos reductos que se habían salvado en toda la región. Desde allí pude partir hacia el castro que me vio nacer en busca de mi hijo, del que apenas tuve noticias durante aquellos largos años. A pesar de ese tiempo fuera de mi castro, de mi familia y de mi pequeño Erudino, la marcha hacia su reencuentro y el orgullo de haber contribuído a defender Cantabria de la invasión eran motivos suficientes para sentirme feliz. Esa felicidad se tornó en desdicha a mi regreso al poblado, cuando lo encontré destruido, aniquilado, saqueado… Caí derrotada al suelo sin más ganas que las de entregarme a los dioses y reunirme con los míos… mi familia, Erudino… Bodo… Era el fin, mi fin. Todos habían desaparecido de mi vida. Luchaba por comprender las razones de todo aquello intentando averiguar si mi lucha y la de todo nuestro pueblo hubieran sido en vano.

Regresé a Vellika tan desolada como había quedado mi castro. Los pocos guerreros que allí quedaban tampoco ofrecían mejor aspecto que yo y las únicas fuerzas que nos quedaban eran las de sobrevivir a un duro invierno que se avecinaba y esperar la hora de nuestra muerte. Kolio, con un gran dolor en su corazón, impotente ante la situación en la que nos encontrábamos, se dirigió a nosotros:

Hermanos, hermanas, nuestra tierra ha sido destruida, pero debemos sentirnos orgullosos de haberla defendido con honor. Los pocos restos de nuestro pueblo han sido demolidos, pero aun nos queda el espíritu de Cantabria que se aloja en nuestros corazones. Mantengamos viva esa fuerza interior mientras esté en nuestro poder el hacha sagrada de Laro.

Kolio se arrodilló frente a mí y me entregó el arma que llevó en todas las batallas y le honraba como caudillo de todos los cántabros.

Nunn, eres una noble guerrera cántabra. Has demostrado el valor de tu gente con gran honor, por eso quiero que seas tú la que porte nuestro emblema sagrado y lo entierres en un lugar seguro. Sé que la defenderás con tu vida y gracias al poder que te envuelve y la fuerza de tu hijo Erudino, que nos da poder y que llevaste orgullosa en tus entrañas, serás merecedora de cumplir esa última misión por él y por todos tus hermanos de Cantabria.

No puse objeción ninguna a su mandato, quizás a su último mandato pues sabía que a aquellos nobles guerreros les quedaban muy pocas posibilidades de sobrevivir en su afán por defender el único asentamiento libre de nuestra tierra: los castros de Vindio*.

Durante dos días anduve caminando entre los bosques, lejos de cualquier avistamiento de los invasores, hasta llegar al monte Medulio*, el lugar elegido por los dioses y donde más almas se perdieron en las duras batallas durante estos años.

Enterré el hacha de doble hoja de Laro, como me pidió Kolio, junto a su fíbula y ahora me he quedado tumbada sobre la hierba, inmersa en este silencio y en mis pensamientos. Ya no se oyen las voces de nuestros niños, los cánticos de nuestros guerreros, el sonido de las caracolas, apenas un trinar de pájaros a mi alrededor. Pienso que soy la última moradora de este mundo y no quiero permanecer en él por más tiempo. Sea esta semilla de tejo, la que me lleve a reunirme con los míos y estas últimas líneas que escribo las que lean los habitantes de esta noble tierra para que sepan que el hacha de Laro representa nuestro sagrado valor, como sagrado es el lugar donde se encuentra enterrada, guárdenla en respeto al honor de nuestra gente y a su lucha por la libertad.

Es la hora de mi adiós. Yo muero, pero mi Cantabria no morirá jamás.

(*)

Amaya: Amaia. Población de los antiguos cántabros. Posiblemente una de sus principales ciudades.

Brena: Segunda segada de la hierba para alimentar al ganado.

Blendia: Portus Blendium fue bautizada por Roma como una de las entradas principales para atacar a los cántabros. Es la actual población de Suances.

Brigantia: Importante población cántabra que se corresponde a la actual de Julióbriga, cerca de Reinosa.

Caetra: Escudo pequeño normalmente de madera.

Cantabria: Además del nombre de la región de los cántabros, era una de sus deidades más importantes.

Castro: Poblado o asentamiento cántabro protegido y amurallado.

Caterva: Formación de infantería de guerreros cántabros en número aproximado a 6000 hombres.

Cóncanos: Clan o tribu cántabra.

Corocotta: Korokota. Pocos escritos quedan sobre este guerrero que fuera el caudillo de los cántabros. Envuelto en innumerables leyendas e historias increíbles, entre ellas su propio nombre, se dice de él que se presentó ante Augusto para cobrar la recompensa de 250000 sestercios por su cabeza y que el emperador se la entregó, dejándole marchar por su valentía.

Erudino: Uno de los dioses de la guerra y de los más venerados en Cantabria.

Estela: Monumento de piedra en forma circular que conmemora las batallas y honra las almas del pueblo cántabro. Uno de los pocos vestigios que quedan hoy de aquellas gentes.

Falcata: Arma de hoja curvilínea, conocida también como espada ibérica.

Fíbula: Pasador o broche decorado y utilizado para sujetar las vestimentas.

Galupa: Halo de la luna.

Hidromiel: Vino dulce a base de miel rebajada con agua y algunas plantas aromáticas.

Lábaro: Lábaru . Bandera y estandarte de los cántabros en lucha que luego adoptaron los romanos en honor a la valentía de aquellos.

Laro: Guerrero y mercenario que comandaba las tropas cántabras con los cartagineses en la II guerra púnica, destacando su gran arrojo y el habilidoso manejo de su hacha de doble hoja.

Magosta: Fiesta en que se celebra la recogida y el asado de la castaña.

Medulio: (Mons Medullius). Lugar sagrado de los cántabros y donde se sucedieron las últimas batallas. Se conserva el sagrado nombre con el actual de Peña Sagra en el Valle de Cabuérniga. Casualidad o no, en ese lugar se encuentra San Sebastián de Garabandal, lugar venerado de peregrinación donde unas niñas aseguraron ver aparecerse a la Virgen.

Somardío: Iniciación a la vida adulta de la persona que deja la infancia.

Salaenos: Tribu o clan de los cántabros.

Salia: Río que se corresponde al actual asturiano Sella.

Ostara: Fiesta del equinoccio de primavera.

Palantia: Capital de los vacceos. Es la actual Palencia.

Plentusios: Clan o tribu cántabra.

Tejo: Arbusto autóctono, venerado por los celtas y cuya semilla venenosa servía para quitarse la vida antes que entregársela a los romanos.

Vacceos: Habitantes de la actual provincia de Palencia, a los que se involucra contra los cántabros por haber sido asaltados y robados por estos, dando origen a las guerras cántabras. Seguramente esa era la versión de Roma y eran otros muchos otros los intereses más que los de defender a los vacceos, como dominar Hispania, hacerse con su salida al mar por el norte o las minas de hierro y oro, que había en la región, entre otras razones. Curiosamente vacceos y cántabros lucharon juntos contra la invasión de las legiones romanas.

Vellika: Castro cántabro, conocido también como Bergida o Attica y ubicado seguramente en el Monte Cildá en Olleros de Pisuerga (Palencia)

Vindio: Llamados Mons Vindio, lo que hoy serían, casi con total seguridad, los Picos de Europa o alguna de sus más importantes cumbres.

NOTA DE LA AUTORA: Esta es una historia novelada. Algunos personajes, nombres y situaciones plasmadas en el relato son de mi invención, si bien están basadas en los textos de historiadores y las fuentes clásicas de autores como Estrabón, Dión Casio, Floro, Orosio, Schulten, etc