Relatos Históricos: 1968
Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre la Historia. "1968" de EDOARDO. El año de 1968 también fue memorable para la Historia de México.
2 de octubre de 2005. Adolfo y su abuelo caminan de regreso a casa. El segundo, argumentando que no se encuentran tan lejos de su objetivo y que el tráfico está muy "pesado", ha decidido no tomar el autobús. El primero se molesta ante tal decisión y reclama a todo pulmón que seguramente se perderá el primer tiempo de la final del campeonato juvenil de fútbol, partido del cual, según sus pronósticos y ganándole a su similar de Brasil por "goliza", la selección mexicana saldrá vencedora.
¿Cómo que no vamos a tomar el camión, abuelo? Si nos vamos caminando, no vamos a llegar a tiempo para ver el partido. Grita el chamaco.
El partido, ¡por lo que se preocupan los jovencitos de hoy¡ - Exclama el abuelo, entre burla y decepción.
No me digas que tú no lo quieres ver. Continúa el escuincle con sus gritos.
Pues no. Aunque te sorprenda, no me interesa verlo. Dice convencido el cincuentón.
Pues si a ti no te interesa, a mí sí. Voy a tomar el micro porque quiero llegar antes de que empiece. Asegura Adolfo, deteniéndose en la parada de autobuses.
¿Estás seguro que no quieres irte caminando? Pregunta su abuelo.
Sí, estoy seguro. Responde el niño.
Está bien. Si eso es lo que quieres, no te voy a detener dice el señor, ante la incredulidad de su nieto . Yo tenía pensado llegar a la tienda de comics, pero supongo que no te interesa.
¿A la tienda de comics ? Cuestiona el adolescente, renovando la caminata.
Sí, a la tienda de comics . Ratifica el padre de su progenitor.
Sabes, creo que por está calle no pasa ninguna ruta que me lleve a la casa. Miente el chamaco.
¿A no? Finge demencia el suegro de su madre.
No, ninguna. Creo que será mejor que me vaya contigo, caminando. Dice el puberto, emparejando a su abuelo.
Luego de escuchar la palabra comics , Adolfo se olvida del encuentro de fútbol y continúa caminando rumbo a casa, al lado de su abuelo. Junto con las calles que van dejando atrás, se va yendo la molestia del rostro del adolescente. Ya no hay gritos ni reclamos. Por el contrario, en la cabeza del escuincle va tomando forma una pregunta, un interés hasta entonces desconocido por saber el significado de esa marcha a la que acaba de asistir y a la que ha asistido desde hace un par de años.
¿Por qué fuimos a esa marcha? ¿Qué se celebra el 2 de octubre? Cuestiona el niño.
¿En verdad quieres saberlo? Pregunta el cincuentón, sorprendido por el repentino interés de su nieto.
Sí contesta el chamaco . Desde hace dos años te acompaño y no sé para qué vamos. Me gustaría saberlo.
Creí que nunca lo preguntarías, pero me alegra que lo hayas hecho, que en verdad quieras saberlo. La marcha del 2 de octubre es mucho más que un desfile o una manifestación. Muchos, como tú, acuden simplemente por acompañar a algún conocido. Otros van por costumbre, para sentirse superiores en algún aspecto o nada más porque sí. Pero ni la costumbre, ni ninguna otra de esas razones banales por las que muchos marchan, son el verdadero motivo por el que gente como yo lo hacemos. Ése es mucho más importante, mucho más profundo, tanto que está clavado en nuestros corazones como un puñal, como una bala, como un ideal. No puedo decirte lo que para mí significa el salir a la calle cada 2 de octubre, las palabras no me bastarían. Lo que sí puedo hacer, es contarte el origen de todo, el porque de éstas marchas. Ya sacarás tú tus propias conclusiones. Dice el abuelo, comenzando con su relato.
"Los historiadores nunca se han puesto de acuerdo en cuándo se originaron los movimientos estudiantiles del 68, pero yo creo que todo comenzó en los años de la Revolución. Al igual que en países como la ex Unión Soviética, la fuerza, el autoritarismo y la represión fueron los principales recursos que utilizó el Gobierno para sacar adelante el país, luego de años difíciles y de tantas pérdidas. La estrategia fue relativamente exitosa, y digo relativamente, porque sí bien el país tuvo un gran avance económico, extraordinario entre las naciones subdesarrolladas, también se produjo una marcada marginación social que nada tenía que ver con los ideales de la Revolución, además de un ambiente de suma tensión en el que la gente se sentía reprimida por sus gobernantes, un ambiente de descontento que se fue agudizando por el paso de los años y la insistencia por parte de los hombres en el poder de mantener las cadenas. En México vivíamos en una especia de cuento de hadas donde todo era paz, felicidad y progreso. Claro está que toda esa perfección y estabilidad era una simple portada, una que paulatinamente, como los libros ante la inclemencia del tiempo, se fue deteriorando hasta desaparecer por completo y abrirnos los ojos a la realidad. Fue entonces que empezó todo: cuando la gente tomó conciencia de la situación en que vivía y le nació el deseo por cambiarla, por mejorarla.
Los estudiantes no fuimos los primeros que protestamos en contra del autoritarismo del gobierno mexicano, ya antes del 68 se habían levantado varios grupos: los ferrocarrileros en el 58, los campesinos en el 62 y los médicos en el 64, pero todos fueron acallados a base de la fuerza. Hubo varios asesinatos, como por ejemplo los de Rubén Jaramillo, líder del movimiento campesino, y su esposa, con los que el Estado buscó reprimir la iniciativa del pueblo de exigir una vida mejor, una vida con verdadera libertad y oportunidades de desarrollo, asesinatos que en un principio les parecieron habían dado resultado, pero que en realidad incrementaron la inconformidad de la gente y sirvieron como cimientos para el movimiento estudiantil, que fue, sin duda, el más trascendental de todos.
Las cosas no empezaron aquel 2 de octubre, las manifestaciones se venían dando desde meses atrás, alrededor de julio. Tampoco los universitarios estuvimos unidos desde un principio, ni nuestra forma de exigirle cambios al Gobierno fue siempre pacífica. Las protestas iniciaron como enfrentamientos entre escuelas, trifulcas entre grupos de diferentes instituciones que, a pesar de que buscábamos lo mismo, peleábamos las unas contra las otras. Irónicamente, fue el Estado, a través de la policía, el que nos unió. Mediante la fuerza bruta, los cuerpos policiales primero y el Ejército después, "calmaron" todas las revueltas. Ahí comenzamos a darnos cuenta de que no ganábamos nada peleando entre nosotros. Luego los militares tomaron las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional, y nosotros terminamos de convencernos de que el verdadero enemigo era el Gobierno, de que contra quien debíamos luchar era el Estado, y así: decididos y sin usar armas, lo hicimos.
Las semanas siguientes, ante la hipocresía del presidente Díaz Ordaz, al decir que le extendía la mano a quien quisiera tomarla, se creó el Consejo Nacional de Huelga y realizamos varias marchas hacia la plaza del Zócalo, el corazón de la Ciudad de México, como apoyo a nuestras exigencias: la liberación de los estudiantes presos en los enfrentamientos anteriores, la libertad de expresión, la oportunidad de desarrollo, el despido del jefe de la policía y el cambio en los artículos del Código Penal que le daban al Gobierno la autoridad para hacer detenciones sin ton ni son. Tal vez la más importante de dichas marchas, y la que terminó de convencer a los gobernantes de que éramos una amenaza que tenía que ser detenida a cualquier costo, fue la "manifestación silenciosa", un hecho sin precedentes en el que más de 400,000 personas caminamos por las calles de la ciudad con un mismo fin: el de ser escuchados.
Pero el Gobierno no escuchó y las cosas empeoraron. En septiembre, el Ejército entró en las instalaciones de Ciudad Universitaria, cede de la máxima casa de estudios del país: la Universidad Nacional Autónoma de México. Ahí permaneció por varios días, hasta retirarse el treinta del mismo mes. Durante ese periodo de sitio, nuestro rector presentó su renuncia como signo de protesta para después retirarla en una señal que, equívocamente, los medios tomaron como el final del conflicto.
Así empezó el mes de octubre y así llegó el día dos, fecha en la que alrededor de 15,000 estudiantes marchamos con rumbo a la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Llevábamos claveles rojos, como presagiando lo que ahí ocurriría. Caminábamos en paz, en busca de la democracia y con nuestros ideales como única arma. Caminábamos hacia el punto de encuentro sin saber que muchos ya no regresarían, sin saber que muchos, ahí: cercados por las fuerzas armadas y en medio de un griterío, entre la confusión y el terror, perecerían.
Las horas fueron pasando y gran parte de los estudiantes se fueron marchando. Dieron las seis de la tarde y, desde un balcón del Edificio Chihuahua, uno de los líderes del movimiento, acompañado de otros estudiantes y algunos periodistas, se dirigía a nosotros a través de un altavoz. En el cielo estallaron las bengalas que les dieron la señal de entrada a la Plaza a varias tropas enviadas por el Gobierno para desalojar pacíficamente a los manifestantes. Entre dichas tropas se encontraban el Primer Batallón de Fusileros Paracaidistas, cuyo general era Hernández Toledo, el Segundo Escuadrón Blindado de Reconocimiento y el Primer Batallón de Infantería de las Guardias Presidenciales. Lo que ni ellos, con la orden de no abrir fuego a menos de tener cinco bajas, ni nosotros, reunidos sin la intención de iniciar una pelea, sabíamos, era que entre la multitud no sólo nos encontrábamos estudiantes, familiares y simpatizantes, sino también militares vestidos de civiles con la misión de causar esas cinco bajas que dieran comienzo a los disparos por parte de las fuerzas armadas que rodeaban la Plaza.
Dichos militares pertenecían al Batallón Olimpia, portaban un pañuelo o un guante blanco como contraseña, y no dudaron en cumplir sus órdenes. El primero al que hirieron fue al general Hernández Toledo. De ahí se siguieron contra los demás integrantes del batallón y contra los estudiantes, dando principio al ataque de las tropas que cercaban la Plaza y, como consecuencia, a la muerte de cientos de personas que lo único que buscaban, que lo único que demandaban, eran ser escuchados y obtener respuestas a sus peticiones.
Los que estábamos en las calles corrimos intentando salvar nuestras vidas, algunos lo conseguimos, otros no, pero aquellos que se encontraban dentro del Edificio Chihuahua, ni siquiera tuvieron la oportunidad de escapar, las tropas enviadas por el gobierno los atraparon en las instalaciones y o los asesinaron, o los tomaron presos. Las construcciones cercanas también fueron saqueadas para asegurarse que nadie escapara. Los militares y la policía entraron a la fuerza en toda aquella casa que consideraban sospechosa de ocultar a algún estudiante, hubiera éste o no, participado en el encuentro en Tres Culturas, y mataron a quienes se les antojó, incrementando la cifra de muertos con gente que poco o nada tenía que ver, como niños o ancianos, con gente que, a diferencia de mí, no tuvo la fortuna de esconderse en un depósito de basura.
Al día siguiente, muchos medios de comunicación ni siquiera hablaron del tema, y aquellos que lo hicieron, justificaron de alguna u otra forma la violencia extrema que había utilizado el Gobierno para reprimirnos. Las Olimpiadas llegaron y los hechos pronto fueron olvidados, al menos por las personas en el poder. El presidente Díaz Ordaz declararía después que estaba orgulloso de lo que se había hecho en el 68, pues con ello se había salvado al país de una supuesta amenaza comunista por parte de la Unión Soviética y Cuba, según sus nervios, la verdadera razón por la que el movimiento estudiantil había dado inicio.
Es cierto que ese año se dieron muchos movimientos similares en varias ciudades del mundo, como Chicago, París, Praga y Roma, y que desde hacía algunos años el ambiente mundial era propicio para el surgimiento de revueltas, pero ese no fue el motivo por el que nació la nuestra, sino el yugo bajo el que nos tenía el Gobierno, la necesidad de ser libres, la exigencia de mejores oportunidades y el derecho de decidir nuestro futuro y el de nuestro país.
Tal vez, ese 2 de octubre de 1968, pudieron matar a 325 personas, según la cifra más confiable que dio el diario inglés "The Guardian", pero no a la esperanza, no a nuestros ideales. Esa fatídica tarde fue el comienzo del final de un Gobierno autoritario y todo poderoso que caería el 2 de julio de 2000, con la elección de Vicente Fox como presidente. Que si en lugar de mejorar empeoramos, que éste Gobierno no es muy diferente al anterior, que la democracia no es lo que esperábamos. Puede ser cierto, pero al menos ahora lo sabemos. Podemos estar mal, pero al menos nosotros lo hemos elegido así. Es verdad que falta mucho, pero el primer paso ya se ha dado, y esos, para algunos insignificantes, avances, no hubieran sido posibles sin lo sucedido hace ya treinta y siete años, sin aquellas muertes.
Es por eso que año con año, cada 2 de octubre, las personas que sufrimos todo aquello, las que lo han vivido por boca de otros, las que conocemos la historia y las que no, marchamos recordando aquel día, recordando a aquellas gentes que dieron su vida para forjar el país que ahora somos: un México no perfecto, pero sí mejor. Un México donde la voz del pueblo ya no puede ser callada. Un México de gente comprometida con su destino, de gente con consciencia política y social que exige no se le nieguen sus derechos y cumple sus obligaciones. Un México que vive en una democracia que aunque aún incipiente, no deja de ser democracia, no deja de ser mejor que estar sometido a las órdenes todopoderosas del Estado. Por eso es que marchamos, por eso es que has venido conmigo los últimos dos años".
El relato del abuelo termina y ambos, él y Adolfo, llegan finalmente a casa, sin haber pasado por la tienda de comics como habían acordado; el chamaco se había metido tanto en la historia, que se le había olvidado. Entran a la finca y justo cuando el cincuentón pretendía reanudar la plática, para decirle a su nieto algunas cosas que había omitido, éste enciende el televisor y, nada más de ver a los verdes venciendo a los amarillos, echa de su mente todo interés por los sucesos del 68.
Más tarde, ese mismo día, la selección mexicana se coronó como campeona del mundial juvenil de fútbol y el país obtuvo otro motivo para recordar el 2 de octubre, como si el anterior fuera menos importante, como si el anterior fuera motivo de vergüenza. Y no es que no lo fuese, sin duda la forma en que actuó el Gobierno fue más que vergonzosa, pero aquel día va más allá de eso, su trascendencia no radica en aquellas muertes.
Ya La Comisión de la Verdad, primer intento por investigar y castigar a los culpables de los lamentables hechos, fracasó, La Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado demostró su ineptitud y, hace unos cuantos días, La Suprema Corte de Justicia enterró el caso, acabando con las pocas posibilidades que teníamos de saber la verdad, tomando en cuenta lo relativo de la palabra. Sólo espero que nosotros no hagamos lo mismo, que no nos olvidemos de lo que en verdad significa esa fecha. Y no hablo de marchar por las calles derramando lágrimas por los caídos, sino de actuar día con día para que nuestro país sea un lugar mejor, para que México no retroceda en lugar de avanzar, para que el día de mañana, no sean nuestros cadáveres los que tapicen alguna Plaza. No hay mejor forma de honrar a los muertos, que cumpliendo sus sueños.