Relatos eróticos morbosos 7

Nuestro personaje se las ingenia para no tener que volver a utilizar el miembro dolorido, pero tal vez se esté metiendo en camisa de once varas y acabe por tener que utilizarlo sí o sí. Dos vidas se han encontrado por casualidad (aunque tal vez no haya tanta casualidad como parece) veremos qué pasa.

Nos sonreímos. Me sentí como un hombre con múltiples personalidades. El hombre que había sido, con un pasado irrecuperable, el hombre que había espiado a mi “ex”, un pervertido, un monstruo. Y ahora el hombre nuevo que pugnaba por salir, un hombre enamorado de una prostituta. Todos ellos eran falsos, artificiales, aún no había encontrado al hombre que yo realmente era. Por un momento me sentí muy triste y deseé morir. ¡Lastima que la hemorragia se hubiera cortado!

No podía hacer otra cosa que hablar, el miembro me dolía como si me lo hubieran aplastado con una apisonadora, lo que no dejaba de ser una metáfora apropiada porque Gilda había actuado como una auténtica máquina de aplastar miembros. ¿Sería siempre así? No me apetecía hablar de mi vida, era una auténtica mierda y lo mejor que se puede hacer en estos casos es no “meneallo” como diría el bueno de Don Quijote. Busqué una fórmula viable para hacer hablar a una prostituta que te acaba de pagar por adelantado, algo tan insólito que me costaba reaccionar. No se me ocurría nada, tiré por el camino de en medio.

-Perdona mi curiosidad, pero siempre he sentido fascinación por cómo enfocáis las profesionales el sexo. ¿Cómo se puede controlar el deseo de esa manera?

-¿De qué manera?

-Bueno, llega un cliente, en este caso yo, que no soy precisamente un bocadito de nata y no te limitas a abrirte de piernas, algo muy sencillo en el caso de la mujer pero que no funcionaría en el hombre por razones obvias, y tienes que mentalizarte para sentir deseo por este desconocido, o sea yo ¿Cómo lo haces? He escuchado mil veces a las mujeres hablar de que el físico no es importante, que si sientes afecto por alguien, el sexo parece coser y cantar. Sabes, no me lo puedo creer. Parece ir en contra de la naturaleza.

-Bueno, y cómo te lo montas tú. Imagina que cambiamos los papeles, que yo soy la cliente y tú un gigoló.

-Jajá, menuda suerte tendría ese gigoló, encontrarse con una cliente a la que entregaría su fortuna si la tuviera.

-Bueno, parece que me ves con buenos ojos.

-¿Con buenos ojos? Aunque estuviera tuerto de un ojo y el otro lo tuviera a la virulé. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. En serio. ¿No te lo crees? ¿Tan baja tienes la autoestima?

Gilda, que había estado boca arriba, mirándome de refilón, se puso de costado y me miró a los ojos con tal intensidad que comencé a sentir fuertes punzadas en el miembro, tan excitado que parecía haberse vuelto majara.

-Me veo como una mujer normalita. Bueno, digamos que tengo un buen cuerpo, para qué lo vamos a negar, aunque su trabajo me ha costado, pero no soy una mujer excepcional, se pueden ver muchas como yo.

-Sí, las veo en la calle todos los días. Vamos Gilda, preciosa, no puede ser verdad que te creas lo que me estás diciendo. Vale, si busco en Internet encontraría unas cuantas con cuerpos muy hermosos, no tanto como el tuyo, pero a tu nivel, digamos. Es sencillo almacenar fotografías de mujeres muy hermosas y encontrarlas con un clic, es el mundo virtual, pero en el real las posibilidades de encontrarse con alguien como tú en el trabajo, en la calle, en el entorno habitual, es tan improbable estadísticamente que podría calcularlo en una entre un millón. ¡Qué digo! Una entre diez millones, cien millones...

-Eres tan amable conmigo que me estás haciendo pensar que me tomas el pelo.

-¿Tomarte el pelo? ¿Dónde encontraría yo estos pechos, por ejemplo, y estos muslos, y estas piernas, y esta carita de ángel perverso, dónde?

Conforme iba concretando sus encantos mis manos no pudieron quedarse quietas. Acaricié sus pechos, jugueteé con sus pezones con la yema de los dedos, recorrí sus piernas, dejé que mi mano se detuviera en sus muslos, que mis dedos buscaran su pubis, retorcieran el vello, buscaran sus labios. Finalmente la miré a los ojos y la besé. Ella parecía fascinada por mi fascinación.

-Los hombres sois muy predecibles. Si estás salidos cualquier agujero os parece el paraíso y sino lo estáis os imagináis estarlo y cualquiera os sirve. Si es mona entonces os podéis poner como burros, pero eso es todo. Un burro no deja de ser un burro porque te halague para conseguir lo que quiere. Las mujeres no sentimos fascinadas por la personalidad, si un hombre es culto, tierno, bueno, generoso, casi ni vemos su barriguita o que no se haya cuidado mucho. No duráis tanto dentro del agujero como para que eso sea para nosotras lo más importante. Vivís mucho más tiempo fuera que dentro, así que no es de extrañar que apreciemos más cómo sois cuando estáis fuera que cuando la tenéis dentro.

-Hablas como una universitaria, pero como una no demasiado “progre”. El sexo es el sexo, mientras dure, luego sí, no te lo niego, cuenta más la personalidad que un miembro grande y duro bajo unos pantalones. Perdona Gilda, pero no me lo creo. No es que haya tenido mucha experiencia en las páginas de contactos, pero allí he visto que para vosotras también un cuerpo es un cuerpo. Nada serio, me decían mis contactadas, solo quiero pasarlo bien.

-¿Pero tú sabes qué éxito han tenido tus colegas? Y por cierto, siento una cierta curiosidad morbosa por saber cómo funcionan. ¿Me puedes contar algo?

-No me extraña que no sepas del tema, tú no necesitas crearte un perfil en una página de contactos, sales a la calle y eliges entre el rebaño de los que te sigan. Y si lo probaras colapsarías el servidor, imposible almacenar a tanto salido. Pero no todas tienen tu suerte, las hay necesitadas y con cuerpos normalitos para quienes un cuerpo diez, un yogurín, es un regalo, como una tarta tras una ensalada de lechuga. Oye, se me está ocurriendo hacer un experimento. ¿Por qué no te abro un perfil con alguna foto, no demasiado explícita, para que no se produzca un terremoto, y vemos cómo funciona realmente una página de contactos?

-Eres perverso. ¿Por qué no te montas tú una página y así lo ves desde la primera fila de butacas?

No se me había ocurrido. Lo juro. Era tal vez lo único perverso en lo que no había pensado.

-Cierto, pero un experimento contigo sería como jugar con una bomba H. ¿No te gustan los juegos? ¿No te planteas la vida como una diversión?

-Sí, podría ser divertido, pero a las mujeres nos gusta jugar lo justo, vosotros, los hombres, sois los ludópatas de la vida, para vosotros todo es un juego, romper corazones es un juego, hacerse rico pisoteando cabezas también es un juego. No tenéis sensibilidad, ni entrañas. En realidad sois un verdadero asco, guapo.

-Gracias por lo de guapo, jajá, es posible que tengas razón, no creemos en nada permanente, porque sabemos que antes o después todo se rompe, pero podemos querer y tenemos nuestro corazoncito. No me costaría nada enamorarme de ti y olvidarme de que existen más mujeres sobre la faz del planeta.

-¡Vaya, vaya! Si no fuera una profesional hasta me lo pensaría. Los hombres sois únicos para halagarnos, será por eso que aún tenéis una pizca de éxito.

-Pues sí. Un personaje de Crimen y Castigo, de Dostoievski, un patético seductor, le da a Raskolnikof, el protagonista, un consejo que me parece muy sabio. Le dice que la única estrategia con las mujeres que siempre le ha dado éxito es halagarlas.

-Pues tú no me estás halagando ahora. ¿Crees que no me he leído a Dostoievski?

-Perdona chica, perdona, pero pocas mujeres de tu edad, y tal vez menos hombres han sido capaces de leerse al genio. El hecho de que seas universitaria y tan guapa no hace que esa posibilidad fuera muy verosímil. Ni menos con las menos guapas, que no hay una fea, la cultura es lo que es, un manjar tan exquisito que ni los propios intelectuales son capaces de apreciarla.

-¿Tú te consideras un intelectual? Creí que te dedicabas a la informática.

-Con algo hay que ganarse la vida. No me gusta demasiado. Hubiera preferido ser escritor o gigoló. Eso sí que seria una vocación.

-¿Crees que servirías para el oficio?

-Tal vez no, pero me gustaría probarlo. Que te paguen por tener sexo es lo mejor que a uno le puede pasar en la vida. Nuestra sociedad es muy hipócrita y puritana, para un trabajo que merece la pena lo desprestigian.

-Dímelo a mí. Ser puta es lo peor que puede ser una mujer, pero los hombres bien que nos buscáis.

-Por Dios, cuánto nos hemos desviado del tema. Sigo sin saber si las mujeres podéis disfrutar del sexo pensando solo en un cuerpo de gimnasio o necesitáis tener sexo también con una personalidad.

Eso pareció ofenderla. Me miró con ojos que echaban fuego. ¿Qué es lo que había dicho en realidad?

-Mira tío, los hombres nunca nos podréis comprender a las mujeres. Si tenemos que hacer sexo profesional, lo hacemos, y mejor que vosotros, pero si queremos sexo del bueno buscamos a un hombre que nos de todo lo que necesitamos, y eso es mucho, puedes creeerme. Y ahora, sino te importa, me gustaría preguntar yo. Siempre queréis llevar la voz cantante.

-Pregunta, pregunta.

Lo dije con la boca chica, porque mucho me temía que Gilda se iba a cebar en mi “ex vida matrimonial” y en todas las perversiones en las que había caído o intentaba caer. Las mujeres son muy curiosas, para todo, sobre todo para eso. Intuyendo por donde iban a ir los tiros, todos a la cabeza, decidí buscarme una estrategia defensiva. Me moví como pude y traté de situar el cuerpo de Gilda de manera que fuera capaz de disfrutar de él y montarla, si fuera preciso, para taparle la boca.

-¡No me digas que aún te quedan ganas!

-Bueno, me sigue doliendo, pero si voy a sufrir contestando a tus preguntas, al menos intentaré disfrutar del más bello cuerpo del mundo mientras pueda.

-¡Serás mal pensado! ¿Por qué te iba a hacer sufrir con mis preguntas?

-¿Seguro que no quieres que te hable de mi vida íntima matrimonial o de cómo me lo “monto” ahora que estoy solo?

-Pues ahora que lo dices, siento cierta curiosidad.

Ambos nos reímos, yo menos porque mi boca fue directa a su pezón izquierdo, que me parecía el más sensible.

Continuará.