Relatos eróticos morbosos 4
Nuestro hombre busca compensar sus celos de la forma más universal que se conoce, disfrutando él para olvidarse de que ha disfrutado ella. Tiene una suerte loca al encontrar a Gilda, una joven prostituta, pero esto es solo el comienzo, porque habrá sorpresas.
EL HOMBRE DESESPERADO
He llegado. Llamo al timbre. La voz de la mujer es agradable. Subo, mentalizado de que esa debe ser también mi noche. Me abre la puerta. Había imaginado que mi mala suerte me conduciría hacia la mercenaria más fea, más vieja. Pero no, he tenido suerte, es una preciosidad. Carita de ángel, de ángel perverso, o más bien un poco picarona, sensual. Ojos grandes, claros, no sabría si verdes o azules. Nariz perfecta, boca sensual de labios gordezuelos y muy pintados, en rojo, un rouge llamativo. Frente amplia y despejada. Melena morena, larga, abundante que le cae sobre los hombros hasta mitad de la espalda. Cuello largo y delgado, ese que llaman de cisne. Es alta, de formas rotundas, muy rotundas. Va vestida con una bata casi transparente, roja, entreabierta, que deja ver parte de sus senos. No son tan rotundos como el resto de su cuerpo, pero son perfectos. Aureola casi blanca, pezones como botones perfectos, también blancos. Tiene la piel muy blanca, lechosa, como si no hubiera visto el sol desde la adolescencia. La bata está muy abierta, puedo ver su ombligo, pequeño, profundo. Puedo ver unas escuetas braguitas rojas, muy sexys. Caderas no demasiado amplias, pero perfectas. Muslos acogedores, piernas largas y torneadas, eso que llaman torneadas, que yo llamo bien formadas, como si el escultor se hubiera esmerado y las hubiera esculpido a tono con su cuerpo. Es realmente preciosa.
-Hola. Soy Gilda.
-Como la de la película.
-Exacto, como Rita Hayworth. ¿Te gusta Rita Hayworth?
-Mucho, pero no tanto como tú.
Sonríe, no sé si artificialmente, pero sí de una forma deliciosa. Me invita a pasar. Yo soy puro almibar, miel de romero, soy todo suyo. Pienso que puede ser demasiada mujer para mí, y más en estas circunstancias, con el pito dolorido, retorcido hasta echar sangre, después de haberme masturbado dos veces. Pero al menos lo intentaré. Disfrutaré de su precioso cuerpo. Es la única forma de olvidarme de mi ex, de cómo fue empalada por delante y por detrás, de cómo fue regada por aquel bruto. ¿Olvidarme? No quiero olvidarme. Soy un pervertido, un masoquista, pero confieso que he disfrutado viendo cómo otro se la follaba bien follada y cómo ella disfrutó sin tapujos. El miembro se me empieza a poner duro. Rita cierra la puerta. Rita me abraza cariñosamente y echa mano a mi bragueta, baja la cremallera, introduce la mano y toca algo duro. Sonríe.
-Ya estás preparado, cariño. Así me gusta. ¿Quieres tomar algo? Invita la casa.
-Una cerveza bien fría, si es posible.
Camina hacia la cocina, andares sensuales, provocativos, tiene un culo hermoso, bien moldeado, armonioso, pero pienso que no como el de mi “ex”, provocativo, como un imán poderoso que atrae al hierro y lo pone aún más duro. Rita me grita que me siente en el sofá. Lo hago, es cómodo, miro la decoración del salón, parece el apartamento de una estudiante, muchos libros, algún poster de un actor joven que no conozco, un paisaje de una playa desierta. Mobiliario moderno, funcional, tal vez comprado en Ikea. Nada indica que allí reside una prostituta llamada Gilda. Tengo la sensación de que Gilda, Rita, o como se llame no lleva mucho tiempo en el oficio.
Regresa con la cerveza y un vaso. Me sirve. No se ha ceñido la bata, quiere que vea el material y éste no puede ser mejor. Se sienta a mi lado. Me pregunta cómo me llamo. Le respondo que le diré mi nombre si ella me dice el suyo, el verdadero. Sonríe.
-Puedes utilizar un alias, como yo, si te molesta usar tu nombre.
-No me molesta. Pero me gustaría saber tu nombre, no el de guerra.
-¿El de guerra?
-Bueno, el de la guerra del amor.
Bebo. Ella me mira.
-¿Eres un poco raro?
-¿Solo un poco?
-¿Por qué no le cuentas a tu nena lo que te pasa?
Se lo cuento, con pelos y señales, pero no le digo nada de las cámaras ocultas. Miento. Han dejado la ventana abierta y yo les espiaba con una cámara con un zoom muy potente. La escena del salón, el empalamiento por detrás lo he trasladado al dormitorio. Me olvido de algunos detalles, también de la conversación. No puedo hablar de micrófonos.
-¿Y no es un delito espiar a la gente?
-Si dejan la ventana abierta y tú estás en la calle, no.
-¿Eres fotógrafo?
Le cuento lo que soy y ella se queda pensativa.
-Oye. No me vendría mal que me instalaras una alarma. Lo he estado pensando. Estoy sola y creo que me vendría bien.
-¿No tienes chulo?
-¡Qué dices! Lo de los chulos es un tópico. Yo soy universitaria, de las de verdad, no lo digo para poner cachondos a los clientes. Estoy estudiando y me pago la carrera con algunos servicios, cuando yo quiero, solo cuando yo quiero.
-¿Y el teléfono en Internet? Te llamarán mucho. ¿Qué les dices?
-Habrás observado que no he puesto foto. Cuando no me apetece les digo que se han equivocado, que alguien me ha gastado una broma o simplemente lo apago y no contesto.
-Pues yo he tenido mucha suerte. Porque eres una chica realmente preciosa.
-Gracias. Hoy me apetecía.
-Gracias a Dios. ¿Y si hubiera sido un monstruito, tuerto, bizco, jorobado, o un asesino en serie?
-Por eso quiero la alarma.
-Pero solo sirve para no dejar entrar, cuando están dentro no te servirá de nada.
-Te he visto por el telefonillo y me has gustado. Además tu voz no engaña. Tengo mucha psicología. Y si me equivoco podría disparar la alarma. ¿Me enseñarás cómo hacerlo? Quiero que esté conectada con una comisaria.
-Puedes conectarla a nuestra central. Yo podría configurarla para que me avisen a mí. ¿No te gustaría que fuera yo quien te salvara?
Ríe. Me pregunta cuánto costaría. Le parece mucho.
-¿Podría pagarte en carne? De otra forma tendrías que esperar a que reúna el dinero.
-No te molestes. Prefiero tu carne.
Ella se siente halagada. Me toma la mano izquierda -en la derecha tengo el vaso de cerveza- y se la lleva al pecho. Se lo acaricio, mis dedos juegan con su pezón. A ella parece gustarle.
-¿Cuánto cobras?
Me lo dice. Hago un cálculo. Le digo cuántas sesiones podría costar la alarma. No solo está de acuerdo, añade propina e insinúa que si le gusto podríamos hacer más intercambios. No pregunto cuáles, prefiero que me sorprenda. Termino la cerveza, coloco el vaso sobre un posavasos en la mesita de cristal, pienso que nosotros teníamos una casi igual. Pienso en el empalamiento de mi ex. Me excito. Gilda lo nota. Me invita al dormitorio. Es amplio, un lecho enorme, una colcha roja, un mueble para dejar la ropa, de madera, una foto suya desnuda, encima del cabecero. Un armario empotrado en la pared. Cortinajes rojos en la ventana. Recoge la colcha, la dobla con pulcritud y me invita a sentarme. Me va desvistiendo mientras me hace preguntas. ¿Cómo te gusta? ¿qué te gusta? Los extras serán parte de la propina, el griego, el francés, el marciano. Tengo que pedirle que me explique la terminología. Le pido que recuerde que soy divorciado y los casados no hacemos esas cosas. Se ríe con naturalidad. Tengo la impresión de que le he caído bien, soy puro almibar. Además le voy a instalar la mejor alarma del mercado, y a plazos. Me pregunta si me molesta hablar de mi matrimonio. Le digo que no. Hace preguntas. Le pregunto si le molesta que yo le haga preguntas. Me dice que no. Sus respuestas podrían ser verdad o pura mentira. No me importa. Le pregunto si podría quedarme toda la noche, descontada de los plazos de la alarma, por supuesto. Me pide que no piense en ello, solo en pasarlo bien.
Ha terminado de desvestirme. Pienso en pasarlo bien y no me cuesta nada. El pito me duele un poco. Necesito tiempo. Me ofrezco a darle un masaje shiatsu, le explico que es japonés y perfecto para los preliminares. Lo estuve estudiando en un libro para dar aliciente a la vida sexual con mi esposa. Ahora pienso que debí dejarme de libros y atacar de firme. Me ha dejado el calzoncillo, curiosamente rojo, es el que usaba en las nochesviejas, me lo he puesto hoy por pura casualidad. Me alegra que Rita aún no pueda ver mi pito. Con el masaje se irá entonando. Le pido que se quite la bata y las braguitas, no lleva sujetador y se eche boca abajo en el lecho. Tiene un cuerpo esplendoroso, perfecto, ni le sobran rotundideces ni le faltan, no es una muñequita palillo como las modelos, tampoco una de esas mujeres-flotador, como hinchadas con bomba de bicicleta en ciertas partes. Tiene un cuerpo joven, vital, maravilloso. Me digo que eso me compensará de lo que he visto esta noche. Me duele recordarlo, me angustia, pero también me excita. Mi excitación es ya imparable. Me he puesto de rodillas con las piernas abiertas, sobre sus caderas, procurando que mi pubis se agarre bien a su hermoso culo. Ella nota mi erección y me lo dice. Puedo empezar por detrás si me gusta. Le doy las gracias y comienzo el masaje en la cabeza, en su cuero cabelludo. Bajo hasta la nuca, el cuello. Gilda necesita hablar. Tiene la cabeza apoyada en la almohada, mirando hacia la izquierda. A veces gira la cabeza todo lo que puede para mirarme. Me pregunta un poco de todo. Yo contesto sin problemas. Parece estar más y más confiada conmigo. Soy puro almibar, soy miel de tomillo y romero. Tengo que serlo, ella es una preciosidad, joven, universitaria, y yo un maduro a punto de caerse del árbol. No me he cuidado y tengo barriguita cervecera, algún michelín. Necesito endulzarla, necesito confiarla con mi labia. Necesito que ella esté a gusto conmigo, incluso que me quiera, pero eso es pedir demasiado a una profesional.
Le digo palabras dulces, encuentro metáforas poéticas. Le gusta, me ronronea un poco. Me pregunta si soy poeta. Le digo que de joven escribía poesía para enamorar a las chicas. Se te da bien, puntualiza. Me tienes que escribir un poema. Y cien le digo. Las yemas de mis dedos recorren su espalda perfecta, hermosa. Su piel es suave sedosa. Estoy haciendo poesía sin querer. Lo repito en voz alta y sigo. A ella le gusta. Suelta una risita y me dice que soy un hallazgo. Mi ex no piensa lo mismo, ella ya encontró su jardinero. Yo acabo de encontrar mi flor, pero debo procurar no fallar cuando el abejorro se introduzca en su corola. Estoy con sus nalgas. Me excito. Me detengo para quitarme el calzoncillo a toda prisa. Como sin querer dejo que mi pene se aposente entre sus nalgas. Ella vuelve la cabeza, mira y me dice que le gusta lo que estoy haciendo. También me pregunta si no quiero utilizar preservativo. Ella tiene una caja en la mesita de noche. Le contesto que sí, si ella quiere. No, si a ella le da igual. Me pregunta la razón. Me importa una mierda pillar algo y palmar, se lo digo tal cual. Además, prosigo, el pito está más sensible sin preservativo.
-¿El pito?
-Llámalo como quieras. Yo no siento gran respeto por este trocito de carne.
-¿Trocito? ¿Tienes complejo?
-No he visto muchos pitos, y los que he visto han sido en las películas porno. Sé que no se puede comparar, pero el mío no me parece gran cosa.
Ella se ríe. Intenta bailarme el agua. No se lo permito. De pronto siento una curiosidad morbosa.
-Seguro que tú habrás visto más que yo. ¿En qué escala situarías el mío, media, baja, muy baja? No digo alta porque es una tontería.
Vuelve a reírse.
-Es normal...Tal vez un poco tirando a alto que a bajo.
Esto último lo dice tras pensárselo un poco. Me río. Le digo que prefiero la sinceridad y la naturalidad. Que si vamos a ser amigos no voy a permitirle que me trate con la estúpida cortesía con la que se tratan los desconocidos. ¿Quieres que sea tu amigo o solo tu cliente?
Ella que sigue tumbada de espaldas ha torcido el cuello en una postura incómoda para poder mirarme bien. Veo que duda, se lo está pensando. Leo en su cara que le sorprenden mis palabras. Al fin y al cabo yo soy un simple cliente. El hecho de que hayamos llegado a un acuerdo comercial, alarma por carne, no es más que eso... un acuerdo comercial. De pronto me sonríe.
-Eres un tipo raro, realmente raro. Mira, no puedo decir lo que seremos, pero sí que me gustaría ser tu amiga. ¿Tienes problemas en ser amigo de una puta?
-En absoluto. Ahora mismo sería amigo de una demonia si me diera sexo.
-Gracias por lo de demonia.
Ha vuelto la cabeza y me ha sonreído. No tengo muy claro si la he ofendido o no, pero procuro endulzar lo que he dicho. Soy puro almibar, yo mismo me repugnaría si pasara la lengua por mi cara, no puedo ver mi expresión, pero estoy seguro de que no soportaría mirarme ahora en un espejo. Tengo claro de que Gilda o Rita o como quiera llamarse es la mujer que necesito. Haré lo que sea preciso para conservarla. De momento tengo sexo gratis o más bien he firmado letras a plazos. Nada es gratis con una puta, una prostituta, una profesional del sexo o como se la quiera llamar, en realidad la palabra no cambia la esencia de los hechos, dinero a cambio de sexo. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la ruptura sentimental con mi “ex”? ¿Casi un año? En todo este tiempo solo he estado una vez con una profesional y ninguna con cualquier otra mujer. Lo he intentado de todas las maneras. Me han timado con el sexo telefónico, me han timado en las páginas de contactos, he tenido que recortar gastos, en comida y en otras partidas superficiales. El presupuesto en comida también es superficial, todo lo es cuando está en juego el sexo. Los gastos del divorcio, los gastos del divorciado, pensiones, alquiler de apartamento, ni siquiera un buen sueldo podría hacer frente a tanto gasto y el mío es solo regular. Cuando vendamos la casa me recuperaré, pero el mercado inmobiliario está en horas bajas, hundido. No sé cuándo se venderá, si es que la vendemos. Pienso en cómo me voy a arreglar para pagar la instalación de la alarma y las cámaras en la casa de mi “ex” y ahora en el apartamento de Gilda. En el trabajo nos permiten utilizar material y pagarlo en cómodos plazos, pero esta vez los plazos no serán cómodos para mí. Pensar en la dura realidad hace que mi excitación decrezca. Me centro en lo que estoy haciendo.
Me gusta su larga melena, Gilda es una morena esplendorosa. He tenido suerte en encontrarla, mucha suerte, es casi un milagro. La anterior fue una brasileña. Contacté con ella en Internet. En su foto aparecía como una chica de treinta y tantos, con un cuerpo que quitaba el hipo. Resultó tener diez años más, por lo menos, y su cuerpo estaba muy bien, pero los años no pasan en balde, ni siquiera para ellas. El divorcio estaba muy reciente y di el gatillazo, ni siquiera pude empalmarme lo suficiente para que ella me pusiera el preservativo. Me sentí avergonzado a pesar de sus palabras de consuelo y de que yo había previsto que algo así podía suceder. Hablamos mucho, acaricie su cara y me permitió un beso de “piquito”. Sin lengua, dije yo, como en las películas, y ella se rió. Le di un masaje, un masaje japonés, que estaba aprendiendo en un libro. La penetré por detrás, bueno, lo intenté y algo conseguí. Ella parecía gozar, pero eso nunca se sabe con una profesional. Me dijo que ella se concentraba mucho en lo que estaba haciendo, no era de las que se abren de piernas y dejan hacer. En realidad no me había encontrado con una que no pusiera algo de su parte, amabilidad, buenas palabras, profesionalidad, un remedo de cariño y afecto. Una profesional no puede espantar a la clientela burlándose o permitiendo que queden insatisfechos. Hay dinero, dinerito de por medio. Nadie da dinero por nada. ¿Gilda estaba haciendo lo mismo? Pues claro, qué afecto podría sentir hacia mí. Había escuchado por la radio que las mujeres no pueden ocultar su orgasmo, les pasa algo con los dedos de los pies, no recuerdo qué. Los gemiditos y esas boberías no sirven para saber si gozan o no, cualquiera de ellas puede disimular y las muy buenas pueden hacerlo muy bien. Tendría que estar atento a los deditos de Gilda.
Le acaricio las orejas con la yema de los dedos. Son perfectas. No puedo resistir la tentación y me inclino para besarlas, para lamerlas. Ella suelta una risita. Debo de estar haciéndole cosquillas, pero me deja seguir. Al inclinarme mi pene se ha deslizado entre sus nalgas, vuelvo a sentir una fuerte erección, aunque el glande sigue dolorido. Me ha molestado al rozar con la carne suave y deliciosa de sus nalgas. Masajeo su cuello, blanco, de cisne, perfecto, el puente ideal entre su cabecita hermosa y graciosa y su cuerpo esplendoroso.. Tiene cara de ángel. Me había olvidado de que la he llamado demonia. Intento arreglaro.
-Sabes Gilda, tienes cara de ángel. Eres un auténtico ángel.
-Un ángel caído. ¿No me has llamado demonia?
-De caer has caído del cielo.
-Como los demonios, ellos también han caído del cielo.
Escucho su risita. No puedo ver su cara, no sé si está enfadada o disfrutando con mi incapacidad de salir del paso.
-Cobrar por el sexo no es haber caído del cielo, otros cobran por no hacer nada. Al menos tú ayudas a hombres como yo a no pegarse un tiro de mierda.
-Eso es cierto, mira por donde. Al menos nosotras prestamos un servicio, un buen servicio.
-El mejor, Gilda, preciosa.
Me dedico a sus hombros. Procuro controlar mi fuerza de oso. Parece gustarle porque se relaja y suspira. Debo de estar haciéndolo muy bien porque escucho su voz filtrada por la almohada donde apoya la cabeza.
-¡Uy qué bien! Me gusta mucho. Sigue, sigue.
Me siento un poco ridículo, debería ser ella quien me lo hiciera a mí, al fin y al cabo soy el pagano. Enseguida desaparece el sentimiento de ridículo cuando observo su precioso cuerpo, blanco como imagino debe ser el mármol de Carrara, el mármol blanco, imagino, porque también lo habrá de otros colores. Es un cuerpo perfecto, para ser moldeado por Miguel Angel. ¡Qué digo! El moldeaba efebos, al parecer era homosexual. ¿Qué escultores moldeaban bellos cuerpos femeninos? ¿Praxiteles y la Venus de Milo? ¿No hay otros? Lo consultaré en Google cuando pueda y bajaré fotos. Me encantan las fotos. Ya tengo un buen almacén de chicas guapas entre las que me mandaron las suyas en las páginas de contactos y las que yo fui recopilando por ahí en Google images. Tengo que proponerle a Gilda que me deje hacerla fotos desnuda... bueno también vestida, en todas las posiciones, de todas las maneras. Es una chica adorable, la adoro... la adoro... la adoro...
Estoy bajando hacia su culo y me centro en ello. Me retiro de entre sus nalgas, pero no sin antes moverme suavemente para finalizar dándole un fuerte envión. Me bajo de la cama y de pie masajeo sus nalgas. Noto una erección feroz, tiene un culo delicioso, blanco, perfecto, delicioso...¡uuuummm! ¡Qué rica está. Me la voy a comer enterita. ¿Mejor que el de mi “ex”? ¿Por qué pienso ahora en ello? No he podido evitarlo. No sabría decir. Su culo era rotundo, provocativo. El de Gilda es es joven, perfecto, pero carece de esa rotundidad que me ponía a cien, subiendo a ciento cincuenta, pasando de los doscientos, derrapando... y !plaf! Chocando con el muro. Porque a ella no le gustaba la penetración anal. Nunca me lo dijo, pero creo que lo consideraba una perversión. ¡Lastima! Porque tenía el mejor culo del mundo, del universo. ¿Cómo ha podido dejarse encular por aquel payaso con semejante brutalidad? Ha debido de cambiar mucho.
No sé porqué recordar cómo la empaló el muy cabrón me excita, me excita muchísimo. Dejo de acariciar y masajear los muslos y las piernas de Gilda, piernas largas, moldeadas, perfectas... Todo es perfecto en esta mujer. He tenido tanta suerte que no pediré más en una temporada. Ha sido un milagro. Me hubiera podido tocar cualquiera. En Internet Gilda no tiene fotos, solo su teléfono y un anuncio tan insinuante que ha debido ser lo que me decidió. Miro su culo sensual, pienso en el de mi “ex” y en aquel cabrón empalándola a lo bruto con su nabo enorme y me pongo enfermo. No puedo resistirme. Abro las nalgas de Gilda y con mucho cuidado deslizo mi índice tras haberlo ensalivado Gilda vuelve la cabeza.
-¿Te molesta? ¿Me dejas hacerlo?
-Me gusta mucho, pero no seas bruto, cariño.
-No lo seré, mi amor.
Y las palabras me salen tan sentidas que ella se ríe. Con suavidad voy abriéndome camino mientras mis ojos no dejan de contemplar un trasero glorioso y tan blanco que me pregunto si Gilda pasará sus vacaciones en la playa. Estamos en invierno. Ha podido perder el moreno, aunque las mujeres a las que les gusta el sol suelen ir a los rayos UVA o como se llamen, que no lo sé. La yema de mi dedo acaricia la entrada, luego con mucha suavidad se va introduciendo poco a poco. Gilda ha lanzado un gritito agradable. ¿Estará disimulando? Miro los dedos de sus pies. No puedo notar nada. Ninguna de las profesionales con las que he estado me hubiera dejado hacer esto. O tal vez sí, no se lo propuse porque todos son extras cuando comienzas a proponer cosas a las profesionales. La cuenta va subiendo y subiendo y uno se plantea si merece la pena tanto extra.