Relatos de Terror: Viaje sin retorno

Aprovechando que se acerca Halloween, algunos autores de TR hemos decidido escribir una serie de relatos de terror. "Viaje sin retorno" por ESPIR4L.

No hay recuerdos en tu memoria. Hasta hace un momento no tenías conciencia de existir, sin embargo, aquí estás, y estás seguro de que no acabas de nacer. Piensas en el pasado reciente y no encuentras imágenes ni sonidos que identifiquen algún acontecimiento, …cualquier acontecimiento. Piensas en ayer y no hay ayer, ni semana pasada, ni año pasado. No hay nada antes de ahora mismo.

Ahora mismo… Acabas de experimentar el despertar de tus sentidos. Uno a uno te descubren que estás, que eres, que existes. Tus ojos no te muestran mas que claroscuros, luces difusas al otro lado de tus párpados sellados por una cremallera que entrelaza tus pestañas. Te cuesta respirar a través del obstáculo que tapona tu nariz. No huele a nada. No duele. Molesta. Te sofocas. Demasiado esfuerzo… La boca, quieres respirar por la boca. En un movimiento reflejo, puramente instintivo tratas de despegar tus labios para dejar entrar algo más de oxígeno. No es oxígeno lo que siente tu áspera lengua. Quieres reconocer tu cavidad bucal pero no aciertas a mover ese trozo de corcho reseco rodeado de algo que impide todo movimiento. Quieres tragar. ¿Tragar qué? Pues escupir… Ni tu lengua ni tus labios colaboran con tus deseos. Recurres a las manos para apartar de tu boca esa textura blandengue que te impide hasta toser. Tus manos… ¿tienes manos? Tienes. Las sientes. Lánguidas, frías, unidas. Más que unidas, atadas, reposan sobre tu abdomen. Una tela tensada rodea tu torso y tus piernas en toda su longitud. La sientes recorrer tu cuerpo hasta los pulgares de tus pies. Te sientes embutido. No te oprime, te sujeta, te limita, pero no pesa, y sin embargo, no puedes moverte. Tu cuerpo sí pesa.

De repente sonidos crispantes despuntan en un silencio de oídos taponados. Hasta ese momento solo oías tu voz angustiada, tus preguntas sin respuesta. Sollozos. Ahora sollozos hipados, gritos de dolor. Tratas de concentrarte en esos sonidos lejanos. Te sobresaltas al reconocer las voces. Tratas de abrir los ojos ante las sombras que intuyes a través de la fina piel de tus párpados, pero no tienes fuerza. Quieres hablar, preguntar en voz alta… No tienes voz. Tu boca no deja escapar ni un solo carraspeo, ni una colección de emes, ni una vocal. Te preguntas si realmente estás. Dudas de tus propias apreciaciones, de tus sentidos. Te sientes presa de ti mismo. Ignorado, impotente, ausente.

Ayer, Merche, ayer… Fue todo muy rápido. Cuando nos avisaron ya era tarde. Se nos fue. Alberto se nos ha ido.

Alberto. Alberto. Alberto… Tú eres Alberto. Tratas de recomponer las voces que llegan a tus oídos. Frases cortas llenas de pena. Voces tristes entre lamentos. Alberto se nos fue adónde. Quieres gritar que Alberto está aquí pero tu garganta está reseca, tu lengua inmóvil, no tienes voz.

Empiezas a agobiarte en un enjambre de ideas que se hacen torbellino en tu cabeza, un zumbido que viene y va dejándote entresacar palabras aisladas, incoherentes, incomprensibles. Te pierdes entre ellas, como si de un laberinto se tratara. Te adormeces vencido por tus esfuerzos de intentarlo todo no consiguiendo nada.

  • o -

Un clac y un tintineo de llaves amontonadas te sacan de tu silencio. De nuevo tus membranas traslúcidas vuelcan sobre tus pupilas una claridad sobre la que se asoman algunas sombras acompañadas de voces. Voces próximas. Tan próximas que si no fuera por ese tapón que anula tu nariz, olerías los alientos que sientes rebotar fugazmente sobre tu rostro.

Todo listo. Cuando queráis.

¿Has chequeado el nombre?

Alberto Casado Gómez, número 33.544. Para mañana en La Almudena. ¿Correcto?

Correcto. Nos lo llevamos.

Y mientras tu nombre y tus apellidos hacen eco en tus oídos, otro clac da comienzo a un baile involuntario de tu cuerpo. Sientes la presión de tu cabeza contra algo duro que actúa como tope. Al cabo de unos segundos el tope está en tus pies y en tu costado derecho. Parte de tu brazo queda aprisionado entre tu torso y otro límite que detiene la caída de toda la envoltura.

Vibras. Sientes tu cuerpo vibrar en bloque sobre una horizontal dura, llana. Tu cabeza da pequeños saltos, pero nada libera tus sentidos. Quieres sacudir la cabeza, despertar de este atontamiento que te tiene aletargado, pero no eres capaz de distinguir más que los temblores de todo tu cuerpo y un sonido que proviene de abajo, imitando un rodamiento. Sobre tus ojos sellados sientes desplazarse luces y sombras con periodicidad casi constante sobre una línea recta, desfiladero hacia tu próximo escenario.

Buscas pistas. Recuerdas que no hace mucho, voces conocidas llegaron a tus oídos aturdidos de silencios. Con un bache estruendoso de tu carruaje, saltas por encima de los recuerdos recientes y caes de bruces sobre el nombre de Alberto Casado Gómez, que se ha ido, no sabes adónde.

Los temblores se han detenido. Regresan las voces, esta vez desconocidas.

Diez minutos para despedirse la familia y nos vamos, que hay mucho tráfico en la M-30 y vamos justitos de tiempo.

De acuerdo. Les aviso, que vayan pasando.

Identificas un sonido de mecanismo automático que da paso a un murmullo cada vez más cercano. Sobre la amalgama de voces despunta una aguda cuyas palabras apocadas terminan en llanto. Una sombra tapona la claridad rosada del dorso de tus párpados a la vez que una gota cae sobre tu frente y recorre unos centímetros hasta tu sien para adentrarse en tu cuero cabelludo. Oyes un "adiós, mi vida" casi imperceptible mientras unas manos cálidas irrumpen en la frialdad de la piel de tus mejillas. Donde cayó una lágrima se posa un beso cálido y suave que sólo sientes en tus poros. Quieres pero no lo puedes oír. Es un beso silenciado, no sabes si por el dolor o la pereza de tus sentidos. Es un beso de adiós, de hasta siempre

NOOOOO. Quieres gritar no. Quieres levantarte y terminar con este sueño denso que te hace inútil, inmóvil, inerte. Pero de nuevo te encuentras con un cuerpo desobediente, pesado, atrapado en sí mismo, lleno de vida, vacío de fuerzas.

Se va. La sombra se ha ido y la claridad difusa colma tus pupilas dilatadas. Tus pensamientos te sobrepasan. No entiendes. No quieres entender, ni creer. Solo quieres despertar y alzar la voz y gritar que no te has ido. Quieres, quieres, quieres… ¡¡¡pero no puedes!! ¿Qué te atrapa? ¿Qué te retiene?

Te deslizas por un tobogán de pensamientos confusos y caes a una piscina de aguas termales donde tu mente se evade de la frialdad y el entumecimiento de tu cuerpo burbujeando hasta adormecerse en una paz que se condensa en vapor, goteando cansancio. Vapor, cansancio… Cansancio.

  • o -

Golpes. Golpes bruscos. Cabeza, pies, costados. Oscuridad absoluta. Dolor. Duelen los golpes. Oyes los golpes secos de tu cuerpo contra los límites. Tu cuerpo. Sientes tu cuerpo. Ahora sientes que dominas tu cuerpo. Lo reconoces rodeado de oscuridad y dureza. ¿Oscuridad? Tus manos han ido hasta tus ojos, han frotado tus membranas y crees que tus ojos están abiertos y sin embargo, solo ves oscuridad. Palpas tu abdomen. Quieres gritar pero recuerdas que tu voz está silenciada. Empujas con tu lengua hasta expulsar una sustancia pastosa de tu boca, pero tu garganta reseca sigue dejando amordazadas tus cuerdas vocales. Oscuridad, dureza y silencio.

Te falta el aire. Quieres inspirar profundamente para dotar a tu celebro de una dosis extra de oxígeno y es entonces cuando recuerdas que tus orificios nasales están obstruidos casi por completo. Cuando te dispones a liberar ambos conductos con tus manos, éstas chocan a la par con un nuevo límite sobre tu pecho y abdomen. Un límite más allá de la tela que te envuelve. Una barrera más dura, más firme. Elevas una rodilla y descubres que la tela se ahueca y sin embargo, algo la ancla a la otra pierna. Tus tobillos están unidos, y unidos descubren que todo tu cuerpo se halla limitado por encima. Ahora que puedes incorporarte, ahora que tus extremidades escuchan tus súplicas, los límites detienen tus torsiones, enmudecen tus quejidos y acallan los sonidos del otro lado.

Golpeas, pataleas, arriba y abajo, con tus talones, tus rodillas, tus codos, los nudillos… hasta con tu cráneo golpeas los límites que suenan huecos, que intuyes con olor a madera de pino, que te roban el aire y sofocan tu respiración.

Detienes tus arqueos, tus retorcimientos inútiles y tu lucha interna en un intento de captar algo de afuera. Pero afuera todo es silencio. O los límites de tu caja no tienen rendijas, o la madera de tu caja acalla la vida y te da la muerte, sin opción. NOOOOOOOO. Sin opción no. Te niegas, te revelas. ¡Estás vivo!

Un bamboleo acompañado de leves descensos escalonados te ofrece una visión de lo que sólo puedes intuir, y sin embargo, cada vez es más certero. Se detiene el vaivén. Los tablones se han posado. Sientes las cuerdas deslizarse atravesando tu espalda a escasos centímetros de tu cuerpo, al otro lado del arcón que te enjaula. Primero una, luego otra. Los nudos de los cabos hacen un pequeño tope que al salvar tu peso provocan un bache aterrador. Se acaba el tiempo. Se te acaba la vida en vida, se te anticipa la muerte.

Y tú gritas en silencio. Gritas más que nunca. Gritas que estás, que aún respiras, que vives. Y golpeas incansable con tus puños amoratados, tus rodillas hinchadas y tus talones tumefactos. Y arañas la madera a través de una funda roída. Y sientes entre uñas desgastadas y carne ensangrentada clavarse las astillas de una caja de madera de pino que por el lado que no ves, seguramente estará barnizada, lucirá un crucifijo en bronce y unas siglas escuetas pero sentenciadoras.

Como granizo racheado caen las primeras paladas de tierra gruesa que resuenan ahí adentro. Y una, y otra, y otra. Cada vez más lejanas. No sientes su peso pero ahogan tus esperanzas y tus últimos ruegos inútiles ocultando tus restos para siempre, hasta que no haya ayer, ni año pasado y mucho menos mañana, y sólo quede tu memoria en la memoria de los del otro lado. Silencio. Todo es silencio. Un silencio eterno, oscuridad infinita, y tú, que eres y estás, que estás seguro de que no acabas de morir.

Queda esperar. Esperar que se apague la vida y termine tu viaje sin retorno.