Relatos de Terror: La playa

Aprovechando que se acerca Halloween, algunos autores de TR hemos decidido escribir una serie de relatos de terror. "La playa" por VACÍO.

La tarde era fría y el cielo tenía el color de la tristeza. Las ráfagas de viento se colaban por mis poros como si mi piel no fuera más que velo mortuorio. Caminaba por mi playa dejando que los granos de nostalgia se deslizaran bajo mis pies. La brisa marina me traía lejanos sonidos, melodías que jamás volvería a escuchar. No había nadie hasta donde mi vista alcanzaba, estaba en la más absoluta soledad.

Esquivé mis viejos libros de escuela, medio enterrados en la playa. Allí estaban, junto a los juguetes que nunca tuve, asomando entre la arena. Fotos amarillentas formaban remolinos de viento a mi alrededor, girándose delante mío para que pudiera ver los rostros difuminados por el salitre.

Mi vista alcanzó hasta donde estaba mi primer coche, desguazado y corroído. Tuve que dar un pequeño rodeo para no chocar con los cimientos de mi casa.

Y, de repente, te vi. Tu rostro asomaba en la arena. Allí estaba tu cadáver, enterrado. Sólo tu rostro asomaba, mirándome fijamente con tus dos trocitos de mar incrustados. Miré a mi alrededor, aún a sabiendas de que no había nadie. Me arrodillé delante de tu cara y nerviosamente comencé a cubrirla de arena. Mis manos se quemaban con el roce de aquella arena, pero tenía que cubrirte la cara.

Me levanté, satisfecho. Donde asomaba tu cara ahora no había más que un montículo de arena gris. Ya no estabas.

Pero entonces llegó una ola, fuerte, rugiente, húmeda. Casi me desmayo cuando la espuma se retiró acariciando la costa. Porque allí, en medio de mi playa, apareció tu vientre, liso, blanco, suave. El vientre donde yo tantas veces había llorado, el vientre del que yo tantas veces había nacido, el vientre en el que tantas veces había muerto.

Como hice con tu cara, me arrodillé y, febrilmente, entre sollozos tapé tu cuerpo con arena. Mientras lo hacía, los ecos que venían con la brisa se hicieron más nítidos y pude oír tu risa a lo lejos. Me alejaba tapándome los oídos cuando otra ola llegó hasta la playa.

Sabiendo lo que iba a encontrar me volví despacio, conteniendo la respiración. Era tu mano, delicada, la que asomaba, con los dedos intentando tocarme. Tu mano, la mano que tantas veces estreché contra mi pecho, la mano cuyas caricias tanto anhelaban mi piel.

No me arrodillé a cubrir tu mano. No lo hice. Me quedé de pie, mirando, esperando la siguiente ola que llegó y desenterró tus pechos.

El viento se colaba por mis poros mientras las olas dejaban tu cuerpo desnudo en mi playa. Tu risa me envolvía, tus ojos me miraban.