Relatos de Terror: Fotos en tu desván

Aprovechando que se acerca Halloween, algunos autores de TR hemos decidido escribir una serie de relatos de terror. "Fotos en tu desván" por ALESANDRA.

Podría contaros una de las clásicas leyendas que deambulan de oreja en oreja atormentando los sueños adolescentes de los campamentos de verano. O quizá, más bien podría situaros en la casa de mis antepasados por donde pululan los recuerdos de varias generaciones y los suspiros ocultos en viejos muebles de madera que crujen atrayendo nuestros demonios, que no son seres paranormales sino los propios miedos de un día a día disfrazados en ficción... ¿Ficción?....¿Sugestión?...Juzgad vosotros mismos...

Quizá fue la lluvia quien la llevo allí. Un acelerado y constante sonido del agua golpeando los vidrios de las ventanas en esa tarde de domingo lánguida y silenciosa. Esa tarde de un otoño incipiente...

Las viejas escaleras de madera de la buhardilla crujían, de la misma manera que lo hacían los recuerdos de su memoria cada vez que los forzaba a aparecer nuevamente en escena. Un sonido que mostraba la escasa elasticidad de los miedos y temores ocultos.

Cincuenta y dos años de vida no eran ni muchos ni pocos. Quizá demasiados para soñar despierta y escasos para asentar definitivamente los pies en la tierra.

No habría más de dieciséis escalones hasta llegar a la planta superior, un lugar que desprendía un cierto olor a humedad, casi a moho. Con un techo cubierto de travesaños de madera, los mismos que cuando era pequeña la vieron crecer. Una cuna, una mecedora, diferentes baúles cubiertos de tela de arañas, hasta el trillo que su abuelo utilizaba muchos años atrás.

Sobre el pequeño tragaluz las gotas escurrían en la sombría tarde. Quizá fueron ellas quienes la llevaron allí, las que despertaron sus fantasmas y el anhelo de encontrar lo único que aun creía albergar... recuerdos.

Los pantalones de chándal desgastados y una camiseta de publicidad de un conocido detergente enseguida se cubrieron de polvo mientras sus manos levantaban las sábanas que tapaban los baúles.

Qué de cosas inútiles bajo esas telas. Objetos varios, fotografías, esa muñeca de cartón de su tierna infancia, la que se le ocurrió sumergirla en el barreño de su madre y quedó reducida a la mínima expresión.

La oscuridad se iba apoderando del añejo lugar. Sus dedos se entretuvieron durante unos minutos en unas antiguas y amarillentas fotografías.

Hacía años de aquello...

En el fondo del baúl parecía haber retales, disfraces, una cámara, juegos infantiles y tres o cuatro fotos más. ¡Qué recuerdos!

Mientras las sombras se sentaban su lado, ella viajaba a través de la foto de su fallecida madre, de su padre, y de su infancia .

La penumbra había invadido el lugar, decidió bajar una caja con varias cosas para verlas con tranquilidad. Después de cenar, cogió un trapo y liberó del polvo todos los viejos recuerdos que permanecían adormilados...

No parecía querer dejar de llover, sobre la mesita del cuarto de estar descansaban todas las fotos. Se sirvió una copa de coñac y recordó.

No hacía tanto de todo eso...

Un escalofrío recorrió su cuerpo, tanto que la soledad, después de tantos años le resultó incómoda. De esas fotos solo una persona quedaba viva. Siguió ojeando, sus primos y ella apoyados en el coche, dos amigas suyas del colegio. Un retrato de su padre poco antes de fallecer, y otro de su madre... Ya ninguno estaba allí.

No era tan mayor como para ser la única superviviente a su infancia y juventud...

Solo permanecía encendida la luz de la mesita auxiliar. La desgastada tulipa impregnaba de tristeza y austeridad el pequeño saloncito, rellenando los rincones y recovecos de sombras. Al mirar a su alrededor hasta las figuritas de cerámica que reposaban en el aparador, la mayoría propiedad de sus antepasados, parecían esconderse. Se sintió sola.

Se sintió tan sola que no encontró el sentido a su vida si nadie le quedaba. Además, el cansancio provocado por la reciente enfermedad que la mantenía en los últimos días alejada del trabajo la estaba mellando lentamente.

En su pueblo ser la maestra parecía adquirir vital importancia años atrás pero, en la actualidad, no era más que una de las cientos de personas que allí habitaban...

Adherida al reverso de una de las fotos se encontraba una más pequeña, hizo el esfuerzo por separarla de las otras sin que la tinta se despegara. Nada más verla sintió el pavor adueñarse de su cuerpo; la bombilla soltó un chispazo y quedó en la penumbra horrorizada. Caminó a tientas por el pasillo que hacía de distribuidor del resto de habitaciones. La inseguridad se apoderaba de su ser, palpaba las paredes como si fuera una vivienda desconocida en busca de una vela que iluminara el posterior acceso a los automáticos. Soplaba el vendaval hambriento, se colaba por las rendijas de la antigua casa, donde el paso del tiempo había hecho ceder a los materiales, las holguras daban la palabra al viento, que aprovechaba para silbar prepotente.

La oscuridad siempre le había dado cierto respeto, la soledad se vuelve insolente cuando la vista está ciega. Se crece y evita que puedas ignorar su presencia con colores y formas, atrae a las preocupaciones, supersticiones, miedos, fantasmas... Bajo la tenue luz que aporta una vela, se sentó de nuevo en el salón con el corazón agitado.

Con el pulso inestable se acercó de nuevo a la imagen. Como si de una pesadilla se tratase allí estaba el retrato. El hedor a putrefacto se instalo en sus fosas nasales...

Nada tenía sentido, buscó entre las cajas si quizá pudiera haber algún ratón muerto, alguna rata, un gato, no sabía... En su mano agarraba la foto, mostraba una imagen de pelos canosos y desaliñados con una sonrisa de encías inflamadas que cubrían parte de la amarillenta dentadura. Dio un trago para intentar liberarse del vomitivo aroma y la dantesca imagen, al hacerlo, sintió que un nudo se instalaba en su garganta provocándole una arcada...

Se sentó sumida en un fuerte mareo. Y volvió a mirar la pequeña fotografía. No la reconocía, la expresión parecía adquirir relieve para sentarse a su lado en esa desagradable noche. La pupilas descoloridas de aquel rostro le eran familiares. Intentando calmar esa sensación de desasosiego intentó fijarse en otros detalles, pero poco más había. Un fondo blanco que parecía tener manchas por el paso del tiempo, un reloj en la muñeca derecha...

Una electrizante sensación se apoderó de la espina dorsal, posteriormente sus músculos se fueron agarrotando. El acceso al oxígeno se hacía casi imposible, mientras, la mirada de aquella mujer con la sonrisa putrefacta se clavaban en su ahogo personal...

En ese momento sintió que la muerte llamaba a su puerta, quizá fuera un ataque cardiaco, una embolia. Pero nadie estaba a su lado, nadie podía ayudarla dentro de esas cuatro paredes en las que siempre pensó que estaba a salvo de cualquier mal de la sociedad.

Abrió con dificultad las ventanas. El agua comenzó a entrar con fuerza... gateando se acercó a la mesa, con la mano temblorosa sujetó su copa de Armagnac. Intentó beber un trago, la boca se le cuarteaba, como si su paladar se fuera inflamando de forma exponencial, sentía el ardor cerca de las encías. Tan agobiante situación se veía incrementada por ese aroma nauseabundo que se apoderaba de la casa.

Intentó llenar los pulmones de aire mientras que el agua empapaba su cabellera. Poco a poco la calma parecía instalarse de nuevo en su ser. Fatigada, reposó la cabeza sobre un almohadón y dejó que el cansancio le invadiera.

Pocos minutos duró el sosiego de esa situación. La presencia de nuevo estaba allí. Se había instalado esa noche en su morada hasta que pasara la tormenta. Sueños agitados en los que la cara aparecía intermitentemente, sonidos, crujidos, risas dantescas... Sobresaltada despertó cuando aun quedaba un poquito de cera que mantenía con vida la llama..

Apoyada sobre la mesa la foto resaltaba entre las demás. No recordaba haberla dejado ahí. Fijó su mirada con atención, no creía haber visto con anterioridad que el fondo de la fotografía era el mismo que el salón donde ella había vivido desde que llegó a este mundo. Con claridad, distinguía el sofá donde estaba sentada, la ventana abierta, y los pelos canosos de esa horrible imagen pegados a un rostro huesudo como si un jarro de agua le hubiera caído por encima.

De nuevo su piel se resintió, un calambre inmovilizó sus piernas mientras observaba como la sonrisa de aquella mujer se hacía creciente. En sus pupilas podía notar cierta satisfacción. El corazón se aceleraba. Terriblemente sugestionada quiso salir de casa, pero al incorporarse sus rodillas sufrieron una descarga que la impidieron ponerse en pie...

Gritó, pidió ayuda. El ambiente vomitivo de aquel lugar le produjo ahogo. En el fondo de su garganta parecía que algo le impedía tragar, introdujo sus dedos casi provocándose una arcada cuando rozaron la campanilla, al fondo algo largo parecía enredarse a sus dedos; un mechón de pelos lacios y canosos.

Los gritos no salían de las cuerdas vocales. Intentar saltar por la ventana no era buena idea, no tenía edad y apenas fuerzas para reptar hasta el pasillo, el agotamiento tras la enfermedad y el miedo estaban ganando la batalla. En el suelo sintió que la soledad le llevaba la muerte... La vela parecía querer consumirse, apenas quedaba un resquicio de mecha que daba luz a la foto que al lado descansaba.

Cada vez se definía más el reloj de la muñeca de aquella mujer, era tan igual al suyo... La sonrisa era clara. Sus músculos se paralizaban, alargó la mano para tirar la foto al suelo, pero ésta se quedó adherida a la yema de sus dedos.

Eran pocos los segundos que quedaban de luz, nadie podía ayudarla. Su brazo izquierdo sintió una punzada, un dolor agudo que retumbaba en su corazón. Luchó por acceder al teléfono arrastrándose por el suelo del pasillo con la imagen de aquella mujer sentada en el sofá su casa.

La luz volvió de golpe, pestañeó fatigada, casi al borde de la asfixia con su cuerpo agarrotado y tendido sobre la madera. Su casa parecía haber vuelto a la normalidad, buscó la foto, seguía pegada a sus dedos pero no había imagen... no había nada...

Dejó caer la cabeza en el suelo y escuchó la lluvia golpear el tejado, aullar al viento. Pestañeó, cerró los ojos lentamente y de nuevo los abrió... Con el rostro desencajado sus ojos pudieron ver como en aquel papel amarillento, aquella vieja foto, era su rostro el que aparecía... un rostro lánguido, huesudo, el rostro de la muerte...

Pasaron un par de semanas, no aparecía por la escuela. En otra época el primer día que la maestra hubiera faltado a clase todos habrían ido a buscarla. Ahora hizo falta que pasaran quince días, su ausencia en las clases por una baja anterior la mantenía alejada de las aulas desde hacía un par de semanas. Nadie en ese tiempo la fue a ver, nadie la llamó, nadie la echó en falta.

Los perros aullaban cada noche alrededor y los vecinos comenzaban a quejarse del olor a podrido que desprendía el lugar. Quince días pasaron hasta que derrumbaron las puertas de madera. El aroma nauseabundo se extendió.

Olía a muerto, a muerto en soledad...

¿Alguna vez te has sentido solo? ... Si es así mejor que no busques debajo de tu cama, ni en tus baúles olvidados, no levantes el polvo de tu memoria, y sobretodo no la invites a pasar a tu casa. Puede estar expectante en cualquier lugar, no importa cuanta gente te rodee... Antes de acabar contigo siempre se encargará de qué sepas que ella es la causa de tu muerte. Esto no es una historia de ficción...

La soledad no llama a tu puerta, te invade lentamente, quizá hoy ya sea tarde...

Quizá las fotos del verano, o esas llenas de polvo en el trastero... quizá allí esté esperándote. Cuando lo único que te quede por curiosear sean tus propios recuerdos. Si hoy tenías pensado vivir a través de tus álbumes de fotos, quizá debería esperar... Si ya es tarde, no intentes descifrar las manchas o sombras que en las fotos de tu memoria puedas encontrar...