Relatos de juventud libro 2: Cap 9

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Miraba a la clase fila a fila, asegurándome que sus miradas estaban atentas y fijas en mí. Clavé los ojos unos segundos en Leoni y ella asintió para confirmarme que había empezado con la grabación. Observé a la profesora Elga apoyada contra la pared del fondo, cruzada de brazos y pendiente de su reloj, como si deseara que la clase terminase pronto para liberarse de sus estudiantes y sus deberes de docente durante varias semanas.

Tomé el mando del proyector de la mesa y apreté el botón que pasaba las diapositivas del trabajo. Mientras todos veían una foto de la obra que iba a comentar no pude evitar pensar que nada hay más triste en esta vida que dedicarla a ser algo o alguien que no eres y que no hace ningún bien a nadie.

Detestaba a la profesora de Arte, pero ahora que la venía allí, sola, amargada con su propia existencia y pagándola conmigo, solo pude sentir una profunda lástima. La única lección útil que había impartido en los últimos tres meses era la clase de ser humano que no sería.

–Es posible –comencé diciendo con un tono fuerte, mientras señalaba la imagen sin quitarles el ojo de encima a la clase–, que la gran mayoría conozca este cuadro, cuál es el título de la obra o quién fue su autor. Lo que quizás os resulte desconocido es todo lo demás. Cómo surgió la idea, por qué se ha vuelto tan importante a pesar de tener más de ciento veinte años, que fue lo que llevó al pintor a centrar su carrera artística de una forma tan opuesta y diferente a lo que era el arte vigente de su época. Todas esas cuestiones… –de pronto escuché varios golpes en la puerta del aula. Tras un silencio tenso, observé cómo se abría hasta distinguir la figura de Maite al otro lado. La miré con la indiferencia que merecía, y proseguí con el discurso, tratando de conseguir una atención de un público que ella me había robado –… quedarán resueltas en breve. Algunas de ellas por mí… otras por mí compañera de equipo aquí presente. Bienvenida.

–Siento el retraso –lamentó mientras se dirigía a todo el mundo, cerraba la puerta y avanzaba hasta situarse a la izquierda del proyector, tal y como lo habíamos ensayado. Por mucha curiosidad que sintiera en ese momento, ambos sabíamos que la prioridad era sacar adelante el proyecto y para eso debía enfocarme en hacer la mejor intervención posible y esperar a que Maite no nos decepcionase a ninguno de los dos.

–Quiero que todos presten atención a las palabras que pueden ver en la siguiente imagen –dije mientras avanzaba por uno de pasillos que había entre fila y fila y comenzaba a recitar el texto que todos observaban–. “ Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo… –miré a la profesora Elga, a compañeros de una mesa o de otra, miré a mi amada Gaby consumida por el desprecio que sentía y que poco me importaba en ese momento. Seguía hablando mientras caminaba por otra fila hasta volver junto a Maite.

Aquel paseo entre el público era una forma de asegurarme de que quienes no estuvieran centrados del todo en lo que decía, se vieran forzados a ello durante el tiempo que me tuvieran cerca y los observase con el reproche que merecía su falta de empatía. Pero cuando regresara al frente de la sala podría enfocarme en mirar solo a Maite y tratar de leer en ella la clase de actitud que emplearía en breve.

–Estas palabras de Edvard Munch, autor de “El Grito”, revelan qué fue lo que le inspiró para crear su obra más famosa –proseguí mientras analizaba la postura de Maite. Espalda recta, manos cruzadas detrás de la espalda que indicaban que aguardaba su momento para intervenir, mirada hacia el frente y enfocada en mí. En cuestión de unos segundos comprobaría si la actitud que transmitía era igual de confiada por dentro–. Antes de profundizar en cada uno de los misterios que rodean esta pintura, analizaremos la vida personal de Edvard Munch, desde su juventud hasta cómo acabó siendo no solo un gran artista, sino un genio incomprendido por la mayoría; un hombre que fue torturado por sus propios fantasmas personales.

De nuevo junto a la pantalla, me dirigí a la clase.

–Para ello, le cederé el turno a mi compañera de equipo –respondí mientras le ofrecía a Maite el mando del proyector–, quien resumirá toda una vida en sus momentos más significativos antes de adentrarnos en la que es, sin ninguna duda, la obra “ reina ” del arte expresionista.

Al escuchar la palabra reina un ligero cambio se produjo en sus facciones. Cuando nuestros ojos se encontraron su mano tomó el mando sin temor y acto seguido dio un paso al frente de la clase.

“Demuéstrame que no me equivocaba contigo –pensé mientras esperaba a que iniciara su primera y decisiva intervención–. Deja claro a todos quien eres en realidad”.

Los segundos pasaban y el silencio se volvió más intenso al punto de hacerme sentir incómodo y causar una cierta extrañeza en los demás. Miré de reojo a Maite quien a su vez no le quitaba la vista de encima a Chano. Él por otro lado, mostraba su cara de idiota prepotente. Era evidente que esperaba causar el mismo efecto en ella que logró durante el recital de poesía, pero lo que él no sabía es que la persona que tenía delante ya no era la misma. Se llevó la mano al cabello y se lo colocó tras la oreja con delicadeza.

Era su turno para contraatacar.

–Edvard Munch nació en el año 1963 en Noruega –dijo mientras miraba al compañero de mesa de Chano, quien empezó a realizar gestos con sus cejas y a sonreír como un mono ansioso de un plátano–. Antes de artista fue un niño. Su padre era médico militar y eso, como verán más adelante, influyó en su desarrollo hacia la adolescencia y la etapa adulta. Tuvo cuatro hermanos, de los cuales solo uno llegó a casarse…

Maite dejó de mirar a sus acosadores y buscó al resto de camaradas de Chano. Avanzó por la clase tal y como había hecho, imperturbable, decidida y enfocada en no dejar que le quitaran su momento.

“Su manera de exponer –dijo la voz en mi cabeza–, no lo ensayamos de esta manera. Está improvisando.”

“Lo sé –respondí con sorpresa y un cierto regocijo–. Ha hecho lo que le pedí; tomar mis palabras y hacerlas suyas. Una jugada muy arriesgada, pero también más natural.

“Solo si no se equivoca o se deja algún dato vital atrás.”

“No lo hará. Y aunque pase, estaré aquí para salvar el trabajo”.

–Munch, fue, además de pintor, grabador. Su arte destacaba especialmente por la fuerte expresividad de los rostros y… –Maite pasó junto a su prima, quien desvió la mirada. Pensé que aquello provocaría alguna duda en Maite, pero una vez más mi reina me sorprendió al hacer una pausa improvisada al final de la frase–… y la actitud que transmitía a sus figuras.

En vez de realizar el mismo recorrido por toda el aula, Maite se dio la vuelta y volvió por el mismo sitio, pero mientras hablaba miraba a los compañeros situados al otro extremo de la clase, ignorando a Chano y compañía, su razón principal para no moverse de aquella zona. No les daría el placer de creer que les rehuiría.

–Si hay algo que es recurrente en las obras de Munch es que su arte está lleno de sentimientos como la tristeza, el miedo o el trauma: la razón de ello es que a una edad muy temprana vio morir a su madre y a una de sus hermanas de tuberculosis. Esto, junto a una estricta disciplina cristiana impuesta por su padre, influyó en el pintor, su forma de entender la pintura y la vida.

Durante varios minutos más, Maite dominó la situación en su primera intervención. El discurso no era monótono; variaba el tono de voz, dándole a ciertas aspectos mayor intensidad. Usaba las pausas en los momentos necesarios y no dejaba entrever emoción alguna, aunque era capaz de transmitir con sus palabras una idea del tortuoso pasado que vivió el artista.

“Nada mal, –pensé cuando acabó y me cedió de nuevo el mando para continuar la puesta del trabajo–. Aunque esto no ha hecho más que empezar. Le tenemos reservada una sorpresa, profesora y apuesto a que no se quedará de brazos cruzados.”

Pasaban los minutos y las intervenciones entre Maite y yo se sucedían una tras otra sin que la clase perdiera el interés más de lo que nosotros les permitíamos hacerlo. En cuanto notábamos que uno se distraía le acosábamos con la mirada o nos aproximábamos para que nuestra presencia les incomodase. Chano seguía tratando por todos los medios de lograr que Maite perdiera la calma, realizando los gestos más obscenos con las manos y la boca que podáis imaginar, pero para Maite era como si no existiera o solo viera a un niño que busca llamar la atención. Llegó a un punto de la exposición en que ni uno solo de ellos hizo nada más que mirarse entre ellos con cara de no entender nada.

Una leve sonrisa de burla y satisfacción despertó en mis labios, mientras veía como todo salía a pedir de boca. Dirigí la mirada al fondo y la expresión de la profesora era la de una serpiente que espera su oportunidad para pillarnos con la guardia baja, lanzarse y mordernos con todo el veneno que lleva dentro.

“Si elige un momento para interrumpirnos será cuando toque hablar del cuadro en profundidad. Irá a por mí”.

“Era lo que querías en un principio –respondió la voz–. Por eso escogiste esta pintura. Porque estabas seguro de que no podrá resistirse a intervenir. Dale su merecido. Solo recuerda una cosa”.

“Humillarla de forma que nadie sepa que lo haces a propósito. Lo sé.”

“Esperemos que tu amiga también.”

–Dicho esto, es el momento en el que profundizaremos en la obra de Munch y el famoso El Grito. Un apartado que corre a cargo de mi compañero.

Maite finalizó su intervención y se hizo a un lado. Apenas quedaban otros diez minutos de exposición. Dos tercios del proyecto había ido como la seda y solo quedaba el último tramo.

–Los cuadros que Munch realizó a lo largo de su vida fueron numerosos, pero al igual que en todos los artistas, siempre existe una o varias creaciones que resaltan por encima del resto y que se vuelven mundialmente famosas. Mucho se ha dicho de El Grito en este rato que llevamos aquí. Cómo surgió la idea, controversia, influencias tomadas de otras épocas artísticas… lo que no se ha dicho es que esta fue una de las obras predilectas del autor. No solo hizo varias copias del mismo cuadro usando otras técnicas artísticas, sino que, además –miré a Maite, quien apretó el botón del ratón, haciendo que a los lados del cuadro de Munch aparecieran otras dos obras muy similares–, decidió crear otras dos obras de igual similitud que completaran el que sería recordado como su trabajo más simbólico. El cuadro de la izquierda se titula “Ansiedad” y a la derecha del Grito podemos ver “La desesperación”. Miren fijamente las tres obras –dije a la clase. De pronto, incluso los que estaban menos atentos cumplieron mi deseo–. ¿Ven algún parecido? ¿Alguien se atreve a señalar alguno? –un silencio decepcionante, recordándome que la palabra compañerismo iba degradando de manera irremediable su sentido original con cada nueva generación–. ¿Nadie?

–El cielo –dijo Leoni, de forma inesperada–. Tiene la misma tonalidad de colores en los tres casos.

Agradecí aquello con una sonrisa.

–Así es –respondí sin despegar los ojos de ella–. ¿Ves alguna cosa más?

Dudó un instante. Buscaba echarme un cable, pero no quería destacar en exceso.

–Puede que las montañas y… ¿el puente?

–Muy bien –miré a toda la clase–. Esos tres elementos que han sido nombrados junto a algunos otros, como puede ser la expresión de los personajes que aparecen en ella, la sensación melancólica que rebosa en cada cuadro, en uno más que en otro, hacen que estas obras compartan una relación. “La Ansiedad”, “El Grito”, “La Desesperación”. Por separado cuentan y reflejan un fragmento de una historia que, al unir los tres, está completa. Por eso profundizaremos en cada uno de ellos en breve y de esta forma podréis…

–Disculpad –dijo la voz de la profesora al fondo del aula. Varios estudiantes se giraron para ver a qué venía aquella interrupción–. Puede que lo esté entendiendo mal, pero da la idea de que pretendéis no solo hablar de una, sino de tres obras distintas. ¿Es así?

–No se equivoca, profesora –expresé con el más fingido sentimiento de cortesía–. Es justo lo que vamos a hacer, ya que sería un error hablar de El grito dejando de lado a…

–Deje claro en la hoja del proyecto –prorrumpió sin siquiera esperar a que terminase mi intervención– que solo se puede trabajar una obra y un autor. Vosotros pretendéis hablar de tres cuadros distintos.

–Lo sabemos –respondí tratando de recuperar el control de buenas maneras–. Y si me permite, le daré razones por las que es importante hablar de las tres y no solo de la obra principal. Estos cuadros…

–¿Alguien sabe lo que es un tríptico? –Preguntó Maite mientras daba un paso al frente.

Miré hacia ella mientras trataba de camuflar mi asombro.

“No solo me interrumpe, sino que me ha robado mi intervención”.

“Ya te dije que lamentarías enseñarle.”

“¿Lamentarlo? Está tomando las riendas de su vida sin dejar que nadie se lo impida. Sabía que no era una causa perdida”.

“Puede. Y también puede que sea la causante que haga que lo perdamos todo. Ojalá no tengamos que arrepentirnos.”

Nadie se atrevió a responder, pero eso no detuvo a Maite.

–Un tríptico es una obra de arte que se divide en tres paneles tallados y que principalmente suelen estar unidos por bisagras. Imaginad por ejemplo los colgantes que se abren y guardan fotos. La idea y el diseño surgió de esta clase de arte.

–¿Tratas de decir que esos tres cuadros son un tríptico? –preguntó con una sonrisa burlona la profesora.

–No. No lo son –Dejó pasar un segundo y prestó atención a la clase–. Pero si se observa bien es innegable que las obras están conectadas. Mirándolas tal y como se ven en la pantalla sería difícil no ver un modelo tríptico, formado principalmente por una obra central, “El Grito”, y flanqueada a ambos lados por otras dos. “La Ansiedad” y “La desesperación”. Por separado, cuentan pedazos de una historia que solo está completa cuando se juntan las tres partes.

–Entiendo vuestra… metáfora artística –dijo la profesora sin mucha emoción–, pero eso no cambia el hecho de que…

–Claro que lo cambia –interrumpió de forma brusca Maite. Tosí varias veces para llamar su atención. Aunque no se volvió para mirarme, supe que me había entendido. Si iba a desafiarla, debía hacerlo de forma indirecta–. Levantad la mano cuántos conocían el Grito o habían escuchado su nombre –poco a poco, las manos empezaron a alzarse. Solo Chano y alguno de sus colegas pasaban de participar–. ¿Y cuántos conocían las otras dos obras? –Todas las manos bajaron–. El objetivo de estas presentaciones es hablar de una obra y profundizar en ella. Pero no es posible conocer al detalle todos los matices del cuadro que hemos elegido sin mencionar las obras que la completan. Como puede ver no estamos incumpliendo ninguna norma. En todo caso solo…

Noté como se giraba para mirarme.

“Se ha atascado. Bueno, no podía ser perfecta.”

“Si lo fuera hace mucho que habrías perdido el interés en ella.”

Di un paso al frente en la fila contigua a donde estaba Maite.

–Solo estamos complementando la presentación –dije con tono calmado– con un añadido que es necesario. Con ello, no pensamos hablar por igual de los tres cuadros. El Grito sigue siendo el tema central, pero es importante dar a conocer detalles de los otros dos. Estoy seguro que como experta en las bellas artes y profesora con años y años de carrera a sus espaldas seguro que apreciara lo necesario que resulta que nos permita hacerlo. Además, resultaría extraño que, como docente, rechazase nuestra propuesta solo por haber hecho más de lo exigido y no querer dejar ningún dato importante fuera del proyecto. ¿O habría valorado más el trabajo si hubiéramos hecho menos?

Varias cabezas se voltearon para mirar a la profesora. Vi como su mirada se acentuaba y mostraba una sonrisa ladina que dejaban claro que encontraría la forma de hacernos pagar por aquella humillación.

–Muy bien. Dejare que prosigáis mientras no le deis más valor a esas dos obras que a la principal.

–Gracias por entenderlo, profesora –se adelantó a decir Maite–. En ese caso, antes de proseguir con los apartados finales, finalizaremos este punto.

“Finalizaremos. El que expone soy yo. Alguien quiere toda la gloria para ella sola”.

Continué con la presentación, mientras al fondo veía como la profesora Elga nos lanzaba miradas tan afiladas como cuchillos. No lo iba a dejar pasar y era cuestión de tiempo que volviera a la carga.

Al fin habíamos llegado a la última parte del proyecto. Solo quedaba un breve resumen de los puntos más importantes, y la conclusión. Ambas corrían a cargo de Maite. Mientras ella hablaba pude ver como Doña Elga miraba su móvil, ignorando por completo nuestra exposición. Aquello era la descortesía última que se podía esperar de un docente. Nunca un profesor resultó tan decepcionante.

Preferí pasar los minutos observando a Maite con el deleite de alguien que espera ver algo bello y se topa de frente con un momento espectacular. Ella buscaba incesante la mirada del público, ignoraba los intentos de los chicos por distraerla, variaba la fuerza con la que hablaba según el tema que tratase, se mantenía quieta en un mismo punto y usaba sus manos para dar énfasis cuando era necesario. Tenía pequeños puntos negativos, como el de girarse a veces para mirar al proyector y asegurarse de que lo que decía se correspondía con lo que los demás veían. O tocarse el cabello para pasarlo tras la oreja. O emplear en exceso la coletilla “de hecho”.

–De hecho –dijo Maite comenzando su última intervención–, es importante no olvidar que el arte creado por Edvard Munch fue el comienzo de un nuevo periodo artístico en el que se le daba más importancia a la expresión de las emociones que a la belleza y el detalle sutil del aspecto físico. Munch fue un hombre que vivió momentos muy trágicos y que transmitió las heridas de su vida a sus obras. Como dijo el pintor en su día: “Voy a pintar la vida de personas que respiran, sienten, sufren y aman.” Hasta el final de sus días fue fiel a sus palabras y su arte, el cual perdura hoy día como un gran referente; él abrió las puertas a que el arte evolucionara de formas tan novedosas como icónicas. Y con esto, damos por finalizado nuestro proyecto, sobre Munch y sus obras.

Tras varios segundos, comenzó a escucharse aplausos por toda la clase, con mayor o menor esfuerzo. Mientras aquello pasaba me acerqué y encendí las luces. Miré a Doña Elga, aguardando su momento para lanzar su veredicto. Cuando se hizo de nuevo el silencio.

–Ha sido una exposición interesante –dijo mientras su mirada de víbora se preparaba para lanzar su mordisco–; habéis tocado varios puntos importantes, ya sea sobre el arte expresionista, como del autor.

–Gracias –dije, mientras asentía con la cabeza–. Si alguien tiene alguna duda o quiere hacer alguna pregunta puede…

–Yo sí que tengo preguntas –prorrumpió la profesora–. Numerosas cuestiones, en realidad. Oh. Y os advierto que van para nota.

Maite y yo intercambiamos miradas.

–Disculpe, profesora –dije adivinando cuales eran sus intenciones–, pero en la hoja que nos dio con las normas no ponía nada de preguntas que influyeran en la nota.

–Tampoco ponía que pudierais hablar sobre obras de arte extra y sin embargo lo habéis hecho. Así que gracias a vuestro exceso de motivación he decidido añadir un nuevo punto a los trabajos. Espero que el resto de la clase se prepare cuando les llegue su momento.

La indignación se sentía en el rostro de parte de la clase mientras miraban en Maite y en mí a los culpables de su desdicha. Era tan fácil vernos como el enemigo mientras la que aplicaba la condena se mantenía en las sombras, lejos de todo posible reproche.

–Se harán cinco preguntas. Se os restará dos décimas por cada pregunta errada, pudiendo perder cada uno hasta un punto de la nota. ¿Estáis listos?

–Cuando quiera –lanzó Maite mientras la miraba con descaro.

Elga aceptó el desafío.

–Empezaré contigo. Además del original, ¿Cuántas copias realizó Munch del Grito y qué estilos artísticos uso para cada uno de ellos?

–Hizo cuatro. Una pintura al óleo, una al pastel, hizo una litografía y… –dudó unos segundos–… una pintura al temple. En total, cinco obras de El grito.

La profesora no dijo nada. Me miró y realizó su siguiente pregunta.

–¿Cómo se llamaban los hermanos y padres de Munch y cuál de ellos fue la inspiración de la que surgió la obra titulada la niña enferma ?

–Sophie, Andreas, Catherine y Marie. Sus padres fueron Christian y Laura. En cuanto a la niña enferma está basado en su hermana mayor Sophie.

–Segunda pregunta.

–Tercera –dijimos Maite y yo al unísono. Me volví para mirarla, pero ella seguía fija en la profesora.

–¿Cómo decís?

–Nos ha hecho dos preguntas dentro de una misma cuestión. Por lo tanto, es su tercera pregunta, no la segunda.

Tal como esperaba, el hecho de que la contradijeran y desafiaran delante de todos no mejoro las cosas. Sus siguientes preguntas eran cada vez más complicadas, pero ninguna nos pilló por sorpresa a alguno de los dos.

Le había entregado a Maite una lista con posibles preguntas que, aunque no entraran en la exposición, era importante saber y las habíamos repasado juntos. Aquella jugarreta de la profesora era algo de esperar. Lo que admito que me sorprendió fue ver que mi reina me había escuchado y estudiado todo el cuestionario.

Ambos respondidos las cinco preguntas y creíamos que todo había terminado, pero de ilusos está lleno el mundo y un alma podrida como el de la profesora Elga no podía dejarlo estar sin conseguir salirse con la suya.

–Admito que es sorprendente lo bien que habéis respondido a todo. Por ello creo que es justo recompensaros. Para ello lanzaré una última pregunta. Tranquilos. Es Opcional. Si accedéis, será otro medio punto extra para la nota. Pero el premio solo puede ser para uno de los dos. El primero en dar la respuesta correcta, gana. ¿Aceptáis el reto?

Maite y yo nos miramos. Negué con la cabeza. No me interesaba seguir con aquel juego cuando ya habíamos ganado. Decirle que sí, solo habría servido para dividirnos y hacernos competir entre nosotros.

–Haga su pregunta –dijo Maite mientras miraba desafiante a la profesora.

Decepcionado, no me sorprendí al ver como mi reina cedía ante los engaños de Doña Elga. Maite quería superarla, humillarla ganándole en su juego y demostrarse también que podía ser y saber tanto o más que yo. La confianza que había mostrado de principio a fin durante la exposición se había convertido en pura soberbia y eso no le permitió ver la trampa en la que había caído.

–Muy bien. El primero en decirme los meses que pasó Munch en un hospital psiquiátrico, el número de cuadros que realizó a lo largo de su vida y cuántos de ellos están desaparecidas se llevará el punto.

Las respuestas referidas a las obras las habíamos preparado. Incluso podríamos haberle dicho a la profesora que los nazis llegaron a reclamar y apropiarse de todas ellas, lo cual derivó en la posterior pérdida de algunas. También dejé constancia en el trabajo que Munch pasó un tiempo encerrado y que cuando salió del psiquiátrico su arte evolucionó al punto de convertirle en un artista de éxito.

–Ochenta y dos cuadros que fueron robados por los nazis de Hitler para ser destruidos –lanzó Maite ávida de gloria–. De los ochenta y dos, once nunca regresaron a Noruega. Y sobre su época encerrado…

“Ocho meses –pensé, mientras todos prestaban atención y yo observaba la fría malicia de Doña Elga”.

Dicen que el deber de un profesor es enseñar, educar, inspirar. Allí de pie, no dejaba de preguntarme qué clase de lección trataba de inculcar en nosotros. Fuera cual fuera, yo había completado mi meta y lo que estaba pasando no era de mi interés.

–Se acabó el tiempo –respondió la profesora–. Daniel. ¿Tu respuesta?

“Pues mi respuesta es que es una bruja amargada a la que le hace falta que le den un mes completo de buen sexo, del duro si acepta sugerencias. Quizás después de eso su patético paso por este mundo tenga algo de sabor y sentido antes de que la muerte nos haga el favor de librarnos de su presencia”.

Lo que uno piensa suele ser honesto hasta que se ve forzado a compartirlo con otras personas y termina diciendo lo que se espera escuchar y no lo que se desea transmitir.

–No lo sé –dije, mientras notaba como Maite me atravesaba con la mirada.

–Lástima –respondió mientras anotaba algo en su libreta–. Muy bien. Con esto da por finalizada la presentación. Imagino que habréis traído copia del trabajo –Le mostré un USB–. Muy bien. Necesitaré también el trabajo en físico. Imagino que lo habréis traído.

Dejé pasar unos segundos, mientras veía como Doña Elga intentaba hasta el último segundo pillarnos con la guardia baja. No le bastaba con humillar ni tratar de dividirnos; quería acabar con sus estudiantes de la manera en que le fuera.

Me acerqué a la mesa del profesor y tomé una libreta con anillas. Avancé por el pasillo hasta donde estaba ella y le ofrecí el proyecto que había pedido.

–Su proyecto, en físico y en digital –respondí con una sonrisa mientras le daba el pendrive y la sirena que ponía fin a la clase y al día retumbaba por todo el instituto. Las sillas comenzaron a arrastrarse y los compañeros se disponían a salir disparados en busca de sus dos semanas de libertad académica–. Temo que se olvidó de informarnos sobre la necesidad de entregar el trabajo en dos formatos. Es una suerte que tenga por costumbre leer hasta la letra pequeña de cualquier texto

–Estoy segura de que os informé debidamente –respondió mientras su expresión se volvía seria–.

–En ese caso debo de estar confundiéndome con otra asignatura y otra profesora –dije con sarcasmo–. Imagino que la nota de la presentación…

–Os la haré saber a principios del siguiente trimestre. Ahora si me disculpas…

“No. No la disculpo –pensé mientras me hacía a un lado y la dejaba marchar a la salida–. Esto solo acaba de empezar.

Miré al fondo de la clase hacia donde estaba Maite. Recibió halagos de algunas de las compañeras que estaban en la primera fila. Trató con indiferencia a los chicos cuando pasaron a su lado o le lanzaban algún comentario. Sus ojos me miraban fijos con una furia que conocía bien.

“Lo sabe. O como mínimo lo intuye.”

“¿Eso cambia en algo lo que debes hacer?”

Vi como Leoni se aproximaba hacia donde estaba.

“No. Ella se lo ha buscado.”

–Hola –dije a Leoni mostrándole una enorme sonrisa, mientras veía como ella me ofrecía el móvil que le había dejado–. Gracias. ¿Has podido grabarlo todo?

–De principio a fin –fue su breve respuesta. La expresión en su cara me extrañó. No era la misma chica con la que horas antes me besé con pasión en la biblioteca o los pasillos. Tampoco la misma a la que pedí ayuda hace menos de una hora. Era como si el fuego y el brillo travieso que danzaba en sus ojos claros se hubiera esfumado de golpe. Ni siquiera me miraba fijamente–. Ya nos veremos.

Sentí el impulso de sujetarla de la muñeca y retenerla para lograr que me mirara y dijera que le pasaba. Pero en cambio dejé que se marchara.

Las primeras complicaciones de una partida de ajedrez llegan en lo que se conoce como “medio juego”. En este punto ya no resulta tan simple saber que jugada hacer o de qué manera responder a un ataque o defensa; menos aún si el rival te golpea desde varios puntos del tablero. Cuando eso pasa hay que observar la posición y encarar la pieza que causa la mayor amenaza.

El juego con Leoni apenas había empezado y no era bueno forzar el ritmo. Gabriela había reforzado sus defensas y por más peones que me quitara de encima para llegar a ella seguía resistiendo. Maite en cambio, estaba cegada de rabia. De todos los frentes abiertos en una partida, el más peligroso es aquel que crees tener bajo control.

Dar algo o a alguien por seguro es una clara sentencia de que ya has perdido. Por más reina que Maite fuera, nunca bajaría la guardia con ella. Siempre estaría atento a sus golpes y los frenaría las veces que hiciera falta.

Vi como Gabriela se levantaba de su pupitre.

–Gaby –dijo, sabiendo que odiaba que la llamara igual que Maite–. Disfruta del viaje. Te lo has ganado.

Ella no se volvió, ni dijo nada. Avanzó hacia la salida. Ni siquiera se acercó a Maite.

Seguía teniendo dudas sobre si le habría contado a su prima sobre como la engañé para vernos tener sexo. Mientras la clase seguía vaciándose tenía la certeza de que pronto iba a descubrirlo.

Cuando al fin nos quedamos a solas, avancé hacia la puerta de la clase y la cerré para que el ruido de cientos de estudiantes en los pasillos no nos impidiera hablar con calma. Apoyé la espalda en la puerta, me crucé de brazos y aguardé a que ella rompiera el silencio mientras la miraba con reproche.

–Ahórrame tu sermón –dijo al fin–. Ya te tenido bastantes durante la maldita semana.

–Parece que has olvidado lo que te dije de no saber encarar las críticas.

–¿Para qué voy a escucharlas si al final es todo lo que voy a recibir de ti? –Preguntó mientras se acercaba a su pupitre y tomaba su mochila–. Digas lo que digas no me importa. Lo he hecho bien.

–No –comenté–. Has estado mejor que bien. Puede que la palabra que mereces sea increíble. El problema está en que podías haber sido extraordinaria.

–Para ti nunca nada de lo que hago es suficiente.

–La gente que se conforma con dar lo necesario es la que al final de su vida se pregunta si no pudo haber hecho mucho más. Y no creo que quieras ser de esas personas. Pero si es así –dije haciéndome a un lado–. Puedes huir si es lo que quieres. Aunque los dos sabemos que no te pega nada. Quédate y di lo que te mueres por decir.

Maite soltó la mochila en el suelo, se apoyó en la mesa del profesor, y con mirada desafiante se cruzó de brazos y se dispuso a plantarme cara.

–Quiero saber por qué no respondiste la última pregunta.

–Fácil. No necesita ni tenía ningún interés en hacerlo.

–Sabías la respuesta.

–Aún la sé.

–Creía que querías humillarla, estar por encima de ella.

–Y nos habríamos salido con la nuestra si me hubieras escuchado cuando te dije que no aceptaras el reto. Si nos negábamos a seguirle el juego, ambos salíamos ganando y habríamos conseguido nuestro objetivo. Pero con que uno de nosotros aceptara responder la última pregunta, automáticamente nos convertía a los dos en perdedores. Y eso es lo que somos. ¿Sabes por qué? Porque antepusiste tus deseos personales al bien del equipo. Y con eso le demostraste a la profesora que somos exactamente como nos ve. Un puñado de críos egoístas que merecen sufrir todo lo que les pasa.

–Yo solo quería…

–Sé muy bien lo que querías –interrumpí mientras la miraba con seriedad–. Demostrar a todos que nada ni nadie te iba a impedir hacerlo lo mejor posible. Querías plantar cara a Chano y compañía y lo conseguiste; buscaste tomar las riendas de la presentación y lo lograste. Te retaron y fuiste a por todas. No es malo pelear cuando te desafían; el error que cometiste fue no saber cuándo parar. La profesora solo necesitaba un desliz, un solo fallo y conseguiría su premio. ¿No te dio que pensar lo de esas preguntas improvisadas o lo de una “última cuestión final”? Imagino que no lo viste porque estabas centrada en demostrar que eras mejor que todos; incluido yo.

Me aparté de la puerta y me acerqué hasta ella.

–Que te haya enseñado ciertas cosas, no significa que tengas lo necesario para vencerme –la agarré con fuerza del mentón y obligué a mirarme–. Al menos por ahora.

Maite no se zafó de mi agarré, pero sus ojos seguían igual de enojados que al principio.

–Curiosa forma de decir que puedo llegar a ser mejor que tú.

La solté y la miré con cierta decepción.

–Ser mejor que yo es muy fácil. En cambio, ser peor… te llevaría mucho más tiempo.

El barullo del pasillo se había apagado.

–Supongo que toca aprender de los errores –dijo mientras tomaba su mochila–. Puede que esa bruja se haya salido con la suya, pero eso no cambia el gran trabajo que hicimos.

–Si –dije mientras metía la mano en el bolsillo izquierdo de mi pantalón y me acercaba a la puerta.

–Será mejor que nos vayamos antes de que nos dejen encerrados.

–Respecto a eso… –dije mientras sacaba la llave y echaba el cierre–. Ninguno de los dos va a irse aún a ningún lado. No hasta que me des lo que me debes.

Maite me miró como si no creyera que hablara en serio.

–¿Lo dices en serio? ¿Quieres hacerlo ahora?

–No quería. Pero no me has dejado opción.

–¿Se puede saber de qué hablas?

–Claro –respondí mientras volvía a aproximarme hacía ella–. Verás, de todo lo que has hecho, puedo pasar por alto muchas cosas. Que plantaras cara a la profesora en contra de mi consejo; que me interrumpieras de manera descarada durante una de mis intervenciones y tomaras el control para destacar más. Incluso también puedo admirar el hecho de que improvisaras ciertas frases que no habíamos trabajado. Pero lo que no pienso dejar estar es lo que hiciste antes de la exposición.

Maite mantuvo la mirada con fuerza.

–No me encontraba bien –aseguró–. Tenía un fuerte dolor en el estómago.

–Un dolor interesante que, de manera milagrosa, decide pasarse y darte el tiempo justo para llegar al aula diez segundos antes de tu primera intervención. ¿Me tomas por imbécil? Admite que querías hacer una entrada triunfal y de esa forma asegurarte que yo quedase en un segundo plano.

Maite tardó en responder.

–Está bien –respondió–. Lo hice a propósito. Quería tener la mayor atención posible.

–Si hubiera sido solo eso lo habría dejado pasar –dije mientras le quitaba la mochila del hombro, la dejaba caer al suelo y agarraba a mi reina de la cintura–. No. Había algo más. Quisiste castigarme, ¿verdad?

–¿Por qué iba a querer hacerlo?

Paso a paso la hice retroceder hasta la mesa del profesor. Cuando chocó contra el borde, le pasé el pelo por detrás del cabello y acerqué los labios a su oreja.

–¿Por qué picó el escorpión a la rana cuando esta intentó ayudarla? Porque esa es su naturaleza –En ese momento la agarré del brazo y la obligué a volverse y apoyar las manos en la mesa. Devoré su figura mientras me apoyaba detrás de ella, pegando mi cuerpo contra el suyo–. Intuyo que no te sentó bien la forma en la que te hablé antes. Y aún menos que te hiciera regresar a tu asiento cuando solo buscabas comprensión, un apoyo, alguien que te entendiera. En vez de eso –bajé las manos por sus caderas hasta llegar a sus muslos prietos–, te traté como lo que eras. Un lastre que solo servía para distraernos de lo que era importante. ¿Me equivoco?

En ese momento le lancé un fuerte azote en el trasero que provocó en Maite una ligera contracción. Pegué mi pelvis contra ella y mientras mi mano derecha acariciaba su vientre y descendía despacio, con la izquierda ascendí hasta sentir sus pechos al alcancé de los dedos.

–Te lo merecías –dijo ella–. Yo solo intentaba…

–Castigarme. Lo sé. Lo comprendo. Y seguro que tú también entiendes que me toca hacer lo mismo contigo. Así que prepárate –en ese momento mordí su oreja y sentí como sus piernas se cerraban con fuerza sobre mí mano al comenzar a acariciar su sexo–. No te irás a casa hasta que los dos nos hayamos quedado a gusto.

Continuará…

Mañana la siguiente parte. Gracias por seguir la serie, los mensajes, comentarios y correos. A los que no he respondido aún pronto lo haré.

Un saludo.