Relatos de juventud libro 2: Cap 8

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Llegamos al gimnasio antes que la clase terminara. Escuché a lo lejos el silbato que indicaba a todos que era la hora de ir a los vestuarios. Entré en el baño y tomé mis cosas. Vi a toda la banda de sudorosos compañeros que tenía desfilar hacia la puerta, mientras hablaban de goles, trampas durante el juego o que compañera tenía el mejor par de atributos y cual de todas ellas era la más y menos follable de la clase.

Les escuchaba hablar con la vulgaridad de un niño que es aún incapaz de entender lo que está bien de lo que no. La gran mayoría de ellos serían unos cretinos el resto de sus vidas, como era el caso de Chano y su banda de perdedores. El resto, con suerte, solo lo serían la mitad de tiempo.

Salí del gimnasio sin esperar a que sonara el timbre o a que Maite apareciera. Entre lo que había dicho Toni y lo que tuve que oír solo unos minutos atrás era más que suficiente para hacerme perder la compostura e iba a necesitarla toda para el final de la mañana. Solo quedaba una clase antes de la presentación.

“Si dejo que gentuza así me afecte ellos son los únicos que ganan –pensé mientras avanzaba hacia el aula–. Soy mejor que esto. No son los primeros ni serán los últimos”.

–Gracias por esperarme –dijo con reproche Maite mientras aparecía a mi lado–. Creía que no querías que me despegara de ti hasta acabar la presentación.

–Así es –respondí sin apartar la vista del frente–, pero no dije que tuviese que estar pendiente de ti.

–Veo que aún no estás de humor. Me pregunto qué te habrá dicho ese idiota para hacerte enfadar.

–Nada que valga la pena repetir.

–Pues si no lo vale, déjalo ir –dijo mientras se plantaba delante de mí y me miraba de forma seria y decidida–. Ahora soy yo la que te necesita centrado. Te has pasado días exigiéndome dar lo mejor de mí por este trabajo y te ha llegado el turno de hacer lo mismo. Así que céntrate de una vez. Después de todo lo que he tenido que trabajar me merezco ese diez.

La observé con detenimiento. Su mirada era fuerte, dura, con un objetivo claro. Sonreí con frialdad.

–No me engañas –respondí mientras la agarraba de la barbilla, olvidando por completo donde estábamos–. No es por la nota. Quieres humillar a la profesora. Ganarle en su juego.

–Eso para mí es la guinda del pastel. No soy tan retorcida como tú.

Aquellas palabras fueron como un golpe que no esperaba. Aparté la mano y dejé pasar unos segundos mientras esperaba que el silencio la hicieran sentir incómoda y apartase su mirada, pero no lo hizo. Me desafiaba y, además de sorprenderme, me gustaba. Me acerqué a su oreja y le hablé en susurros.

–Aún no te haces una idea de cuánto puedo llegar a serlo, pero tranquila. Pronto lo sabrás. No olvides que me debes algo y pienso cobrártelo con ganas. ¿Lo has entendido?

Sentí su boca rozar mi oreja.

–Si quieres tu premio, ya sabes cuál es el precio.

Acto seguido se apartó y continuó su camino.

–Sabes que no estás en disposición de exigirme nada.

–No es exigir cuando es algo que tú también quieres. Y no me apetece ser el premio de consolación.

El timbre retumbó por los pasillos mientras veía a mi reina delante de mí. Era increíble ver lo que había cambiado en tan poco tiempo. A pesar de los malos tragos por los que había pasado, entre ellos yo, era capaz de seguir adelante. La cantidad de tiempo que habíamos pasado juntos, ya fuera ensayando para la exposición o disfrutando de intensos momentos de placer y frenesí había provocado una mejora en su forma de ser; no solo hacia mí; también en ella. Alguien que había comenzado siendo un mero peón secundario ahora brillaba con la fuerza de una reina.

Entre todas las cosas horribles que había hecho desde que inicié aquel juego del que no quería salir, sacar a relucir esa fuerza y seguridad con la que Maite ya cargaba no era una de ellas.

Siempre me han gustado las mujeres fuertes, no las que aparentan serlo y ocultan sus heridas, sino las que son capaces de plantar cara a sus cicatrices y a las jugarretas de la vida después de derramar lágrimas y lanzar gritos de rabia. A ella la habían derribados hombres crueles a los que solo le interesaban su cuerpo irresistible y que estaba disponible a cambio de unos billetes. Yo no era la excepción y aproveché también mi oportunidad. Al menos al principio.

Lo que me diferenciaba de los demás es que sabía que tenía mucho más que su físico para ofrecer. Deseaba verlo y que ella también fuera consciente de su auténtica fuerza. Quizás fuera un error y que tarde o temprano aquello terminase por volverse en mi contra, pero en aquel momento del juego las piezas estaban justo en las casillas que esperaba. Seguía teniendo el control y no dudada ni por un segundo que Maite sería fiel a su palabra mientras dejara a Gabriela a un lado. Y si la situación terminara por salirse de control solo sería un reto más.

Un hombre débil trata de limitar a la mujer para que no vea su valía. Un hombre de verdad las alienta a ser mejores de lo que ya son.

Pero por algún bien que le hiciera estar conmigo, eso no cambiaba quien era yo ni lo que había hecho. No era mejor que los otros hombres que había conocido Maite. De cierta manera era el peor de todos porque había sido capaz de ver más allá de su cuerpo y me había colado de lleno en su mundo hasta el punto de hacer que sintiera algo por mí. Lo notaba en la forma que tenía de mirarme y en cómo sus ojos me hacían sentir incómodo y vulnerable. Me gustaba hasta el punto de poder decir que la quería, pero no era ella por quien me había embarcado en un viaje sin retorno.

Era Gabriela.

Mientras la veía alejarse en dirección al aula, supe que quizás estaba dejando escapar una hermosa posibilidad de tener a alguien a mi lado que aceptase aquella oscuridad que empezaba a abrazar sin tapujos, pero tampoco podía estar seguro de que lo que Maite sintiera fuera amor. Todo lo que podía ofrecerle a mi reina a cambio de la complicidad que hallábamos al compartir nuestros cuerpos desnudos y ansiosos del otro, eran mis conocimientos, la manera que tenía de ver las cosas y a las personas. Me aprovechaba de ella, esperando que hiciera lo mismo conmigo y así había sido.

Cualquier juego en la que solo una de las partes salga ganando con cada movimiento es tan aburrido como predecible. Y si de algo estaba seguro es que en mi tablero no habría una sola pieza, una sola reina que no lo mereciera u obtuviera algo a cambio de estar conmigo.

Llegamos al aula antes que nadie. Tal y como le había pedido, se sentó junto a mi pupitre. Sin decir nada sacamos los libros para la clase y aguardamos en silencio a que llegaran el resto.

–No era cenar lo que quería –dijo ella. Incliné ligeramente la cabeza para mirarla, mientras fruncía el ceño y fingía no saber de qué hablaba–. Toni. En la cafetería.

–¿De verdad? Menuda sorpresa. –lancé sarcástico como si aquello que había dicho no fuera interesante. Volví a mirar el tema que estábamos dando, mientras esperaba a ver si seguiría hablando.

–¿Te importo algo de lo que diga o solo soy un juego para ti? –preguntó mientras cerraba con rabia mi libro.

Mantuve la mirada baja, resistiendo las ganas de perderme en esa rabieta casi infantil que debía inundar sus profundos ojos marrones.

“Me importas más de lo que deberías y nunca sabrás –pensé con una sinceridad que jamás sería escuchada por nadie.”

Agarré su mano, la aparte del libro y volví a abrirlo por donde estaba fingiendo leer.

–Si quieres decir algo, te escucho. Pero no tienes que darme explicaciones de nada. Ya sé lo tus favores a cambio de dinero.

–Lo dices como si fuera lo más normal del mundo.

–¿Sexo en institutos? No manejo estadísticas, pero con lo grande que es el mundo y lo precoces que son hoy días los de nuestra generación quizás lo sea. Ahora, obtener beneficios de ello, puede que sea menos usual. Quizás estés innovando.

–A veces no sé si hablas en serio o tratas de burlarte de los demás.

La miré unos segundos y luego volví al libro.

–Con el resto del mundo me burlaría. Contigo hablo totalmente en serio.

–¿Y te da igual?

–¿Qué folles con otros por dinero?

–Yo no follo con ellos –protestó–. Solo se la chupo o les dejó tocarme las tetas. No dejo que vayan a más.

Lancé un suspiro de molestia mientras por dentro sentía un cierto regocijo al saber que yo había llegado más lejos que ninguno de aquellos perros en celo.

–No te he pedido los detalles. Y te lo repito. No necesitas darme explicaciones ni justificar lo que haces. Tu vida es tuya para hacer lo que quieras con ella. No soy nadie para juzgarte.

–No seas cínico –repuso–. Puedes engañar a los demás, pero sé bien que miras al resto por encima del hombro como si creyeras que eres mejor que ellos.

Esa vez fui yo quien cerró el libro y busqué sus ojos.

–Primero, no he dicho que no juzgue a otros, sino que no lo hago contigo. Segundo, no me creo mejor que los demás. Sé que lo soy. Puedes buscar todo lo que quieras que no encontrarás a nadie en este centro que sea como yo.

–Sí. Debes ser el único narcisista de todo el instituto. Suerte la mía. ¿Qué? ¿Crees que eres el único que puede bromear? ¿De verdad te da igual lo que hago?

–Tu vida, tus reglas –sentencié.

Maite me miró como si no diera crédito a lo que oía y veía.

–La mayoría que me mira solo ve… a una puta –dijo con vergüenza.

–No soy…

–La mayoría –se adelantó ella.

Aguardé unos segundos para ver si decía algo más pero solo me escrutaba con sus ojos repletos de interrogantes.

–No eres la primera ni serás la última que sea objeto de las críticas ajenas. Pierdes el tiempo preocupándote por lo que piensen otros de lo que haces con tu vida. Así solo les das poder sobre ti. Lo que los demás crean no define la clase de persona que seas. Donde otros pueden ver a alguien que se ofrece por dinero, otros ven a una amiga o una hija. Yo veo a alguien que soporta comentarios, humillaciones varias y que hace lo que hace por alguna razón que solo te incumbe a ti; veo a una mujer que le importa su familia al punto de sacrificarse para protegerla. Auna estudiante que ha dado más de lo que creyó capaz para sacar adelantw un trabajo. Veo a una reina. Pero no importa cómo te veamos los demás –dije mientras miraba a la clase aun vacía–, sino como te veas tú.

En ese momento comenzaron a llegar los compañeros al aula y un inmenso ruido hizo que se encogiera la atmósfera confidente que Maite se había empeñado en compartir. Mientras miraba como los pupitres eran ocupados uno tras otro, traté de abreviar antes de que alguien cercano se sentase y pudiera oírme.

–Cuando digo que soy el mejor es porque lo creo; es lo que pienso. Y al pensarlo hace que me esfuerce en querer seguir siéndolo y en no dejar que nadie me supere. Da igual si lo soy o no; se trata de tener convicción y luchar por quien quieres ser y no convertirte en lo que digan los demás. En menos de una hora tendrás una de esas oportunidades forzadas que te da la vida para averiguar quién quieres ser. Puedes ser la puta del instituto que se deja avasallar por la mirada de personas que no lo valen ni saben nada de ti, de tu historia, o puedes ser mucho más y demostrar a todos que estás por encima de lo que piensen. Una vez dicho esto, vuelve a tu sitio

–¿Cómo? –preguntó por el cambio brusco de conversación.

–Rara vez suelo tener una mala idea, y sentarnos juntos ha sido de las peores. Es mejor que cada uno se centre a su manera en el trabajo. Regresa con tu prima y elige si quieres pasarte la clase pensando en ella o en bordar nuestra presentación.

Maite me lanzó una de esas miradas contrariadas que siempre terminaban en un desaire repleto de enojo y desprecio. Agarró su mochila y sus libros de la mesa.

–¿Sabes? Con este trabajo –dije mirando al frente con indiferencia–, me estoy jugando solo una nota. En cambio, tú, tienes mucho que perder o ganar.

–Eres un mierda dando ánimos –fueron sus palabras antes de darse la vuelta y sentarse en su sitio habitual.

“Los ánimos son para aquellos que no tienen la voluntad necesaria de pelear por su cuenta –pensé mientras veía al profesor aparecer y dirigirse a su mesa–. Me has dejado claro que no formas parte de ese grupo”.

Cerré los ojos unos segundos mientras tomaba aire con fuerza y visualizaba todos los pensamientos inútiles que inundaban mi mente en ese instante y los dejé salir con una larga expiración.

Abrí el libro y me centré en dos cosas. Fingir interés en lo que decía el profesor y repasar una última vez mi presentación.

Cuando quedaban apenas quince minutos para que la clase terminara me volví a mirar hacia donde estaba Maite al escuchar como pedía permiso para ir al baño.

–¿Can´t you wait until the end of class? –dijo el profesor con tono de reproche.

–No me encuentro bien.

–Ok. You can go. But be quickly, please.

Maite se levantó y salió del aula mientras todas las miradas la seguían con la eterna curiosidad que hallamos en las vidas ajenas. A su marcha le siguieron varios murmullos que el profesor no tardó en apaciguar. Miré a Gabriela para ver si podía leer algo en su expresión que me indicara si sabía que le pasaba. Cuando se percató que la observaba centró la atención en la clase tras regalarme todo el desprecio que sentía hacia mí.

Pasaron cinco minutos.

Me sentí tentado de alzar la mano y pedir permiso para averiguar que le ocurría.

“No lo hagas –dijo la voz–. Deja que lidie con ella sola”.

“Puede que no esté preparada. Quizás la he presionado demasiado”.

“No puedes salvarla de ella misma. Tiene que descubrir qué es lo que quiere”.

“Pues más le vale averiguarlo rápido. No puedo exponer sin ella”.

“Sigues intentando engañarme cuando sabes que es inútil, Dani. Esta exposición ya no se trata de ti, sino de ella. Has visto cómo ha mejorado y cómo a pesar de cada nuevo revés que enfrentaba volvía a la carga con la intención de no caer con la misma piedra. Ten el valor de admitir que lo que deseas es ver cómo se luce delante de la clase con todas las cosas que le has enseñado; ver como tu peón llega al fin a la octava casilla y se convierte en la reina que anhelas”.

“Ya lo es”.

“Solo a medias. No estará completa hasta que lo haya demostrado ante alguien peor que tú”.

Miré a Chano, quien charlaba con su compañero de pupitre como si la clase no fuera con él.

Volví a mirar el reloj. Tras diez minutos seguía sin regresar. La sirena sonó y no había rastro de Maite por ninguna parte.

Comencé a sacar todo lo necesario para la exposición, sin perder de vista la puerta del aula. Antes de levantarme me giré y miré con mi mejor cara de póker a Leoni. Una sonrisa ladina y repleta de picardía me observaba.

–¿Podrías hacerme un favor?

–¿Qué necesitas?

Saqué mi móvil del bolsillo.

–Quiero que grabes toda la exposición.

Leoni me miró con extrañeza, pero asintió sin preguntar nada.

–Gracias. Ya encontraré la forma de agradecértelo.

–Un libro estaría bien –dijo con una dulzura que buscaba tentarme.

No tenía tiempo ni mente para aquello.

–Dalo por hecho –lancé con una sonrisa tibia antes de alejarme.

Me acerqué a la mesa del profesor y conecté el proyector. Inserté el usb en el ordenador y abrí los diferentes archivos de la presentación, mientras me preguntaba dónde demonios estaba. Gabriela ni siquiera había ido en su busca. Aguardé de pie delante de toda la clase, mientras esperaba a ver si se dignaba aparecer.

Cerré los ojos algo más de un instante. El ruido de la clase era insoportable. Ralenticé mi respiración y traté de olvidarme de Maite y centrarme en mí y en sacar el proyecto a solas si era necesario.

De pronto, noté como algo me golpeaba en la cara. Miré al suelo y vi una bola de papel y algunas risas provenir del centro del aula. Miré al que sabía que era el culpable. No lo ocultaba y sus esbirros le miraban como si fuera una especie de ídolo.

–Solo queríamos asegurarnos de que no te habías quedado dormido –dijo con sorna a modo de triste disculpa.

“Esperar siempre lo peor de los demás –pensé mientras recogía la bola del suelo y la tiraba a la papelera–. Así evitas decepcionarte cuando te fallan”.

En aquel momento el peor de los temores se hizo realidad al ver como la primera en llegar a la clase era la profesora Elga. Su mirada se dignó a prestarme algo de atención, mientras miraba la imagen proyectada en la pantalla plegable.

–¿Todo listo?

–Puedo empezar la presentación cuando quiera –afirmé–.

–¿Y tú compañera de trabajo? –preguntó mientras la buscaba en la clase.

–No se encontraba bien y ha ido al baño. Es posible que no pueda exponer. Así que yo haré tanto su parte como la mía.

Doña Elga me miró con un aire de satisfacción que debió costarle horrores no dejar que se notara.

–Creo que os informé debidamente sobre las pautas del trabajo.

“Debidamente –pensé mientras imaginaba como se mordía la lengua y se tragaba su propio veneno”.

–Dos personas y dos notas –dijo mientras sacaba la misma hoja que nos entregó–. De las cuales se hará una media. ¿Entiendes lo que implica exponer solo?

–Quiere decir que de los veinte puntos de nota solo puedo aspirar a obtener diez. Y que, aunque logre esa nota, al tener mi compañera un cero, solo podemos aspirar a tener un suficiente de media.

–Así es. Me alegra ver que lo has entendido.

–Profesora Elga. Comprendo bien las normas de calificación, pero entenderá que esta es una situación diferente. Mi compañera se haya ausente por fuerzas de causa mayor, no por falta de interés. Esperaba que pudiera tener eso en cuenta y darnos la oportunidad de cambiar la forma de calificarnos. Ella ha trabajado a conciencia para este proyecto.

Sabía que intentar convencerla era una pérdida de tiempo. Solo buscaba ganar unos segundos para darle a Maite la oportunidad de que se dignara a hacer acto de presencia.

–Lo siento, pero me temo que esa no es una opción. No es culpa mía que un alumno se ausente de una prueba. Si enfermas el día de un examen sería poco apropiado evaluarte días más tarde. Es como tener tiempo adicional que el resto de la clase no ha tenido.

–¿No hay ninguna otra opción?

La profesora pareció dudar unos segundos.

–Puedes exponer solo si lo deseas y ser el único que reciba una calificación. Esa implica un cero directo en la nota de tu compañera.

La miré como si no hubiera escuchado bien lo que me estaba proponiendo.

–¿Su solución es que deje tirada a mi compañera enferma y me lleve todo el mérito del trabajo?

–Me has pedido una alternativa y es la única que puedo ofrecerte –dijo con aire de indignación por mi respuesta–. Si lo piensas bien ella se llevará una nota sin mostrar a la clase lo que sabe, mientras que tú, en cambio harás todo el esfuerzo y solo te llevarás una parte del mérito. Puede que incluso no sea lo bastante como que podáis alcanzar el aprobado. La decisión es tuya, pero hazlo ya. Hemos perdido suficiente tiempo.

Al principio pensé que la oferta de Doña Elga era extraña. Alguien que busca castigar a sus alumnos y que no ve nada bueno en ellos iba a dejar escapar la oportunidad de suspendernos a ambos a cambio de que abandonase a Maite a su suerte. Tardé unos segundos en llegar a comprender que sus intenciones eran solo una forma maliciosa de justificar su forma de ser con los estudiantes. Si dividía la nota, ella se aseguraría de que no llegase al sobresaliente por más perfecto que lo hiciera. Y si elegía llevarme todo el mérito del proyecto, sería como decirle a ella y a todos que no era lo que aparentaba ser; que el Dani santurrón de notas brillantes que en apariencia no había roto un plato no era diferente al resto de alumnos hipócritas que se veía obligada a enseñar.

No importaba lo que eligiera. En ambos casos perdería y aquella conseguiría lo que tanto deseaba.

Miré a la puerta por última vez y al verme solo ante aquel reto, me vino a la memoria una vieja cita de Matar a un ruiseñor .

–¿Qué decides? –preguntó impaciente.

–¿Conoce a la escritora Harper Lee? –No esperé a que respondiera–. Ella escribió: “El que hayamos perdido cien años antes de empezar no es motivo para que no intentemos vencer”. Le agradezco su… inesperada y meditada oferta, pero iniciamos este proyecto siendo dos y lo seguirá siendo hasta el final. Sea cual sea.

–Muy bien. Si lo es lo que quieres no hay más que decir. Pero te advierto que en veinte años de enseñanza nunca antes he puesto un diez a un alumno y es poco probable que eso ocurra hoy.

–Siempre hay una primera vez para todo, profesora. Puede que el trabajo le sorprenda.

–Ya se verá. ¡Atención todos! –La clase en el acto se mantuvo callada–. Hoy dos de vuestros compañeros realizaran la primera exposición grupal que tendréis que realizar para el siguiente trimestre. O en este caso, debido a la inesperada ausencia de una alumna, el éxito o fracaso del proyecto reside en una sola persona. Quiero que prestéis atención, toméis apuntes de la presentación. Anotad lo que puede seros de utilidad para vuestros trabajos y lo que penséis que es mejor evitar. Dani. Apaga la luz y comienza cuando quieras.

“Pretende usarnos de ejemplo para toda la clase. Intentará sabotear el proyecto de alguna manera –pensé mientras la miraba alejarse hacia el fondo del aula”.

Me di la vuelta hacia la pizarra y cerré los ojos

“En ese caso –dijo la voz mientras tomaba el control y apagaba el interruptor de la luz–. Seamos un ejemplo que nadie pueda igualar.”

Continuará…

Mañana la continuación. Gracias por seguir la serie.