Relatos de juventud libro 2: Cap 7

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

7

Tal y como me esperaba, Chano y sus amigos acogieron mi llegada tardía con comentarios molestos con lo que llamar la atención sobre mí, pero sobretodo en él. Siempre me han resultado patéticos las personas que necesitan obtener sus cinco minutos de gloria humillando a los demás. Actúe como se esperaría de mí y lancé algún que otro “lo siento”, mientras me habría paso entre la multitud y abría la puerta.

Me hice a un lado y dejé que fueran pasando uno a uno. Observé como al fondo del todo, Gabriela y Maite estaban la una junto a la otra. Maite trataba de decirle algo a su primera, pero ella no la miraba y se mantenía con los brazos cruzados. Desde donde estaba no podía escucharlas, pero por el movimiento de labios de mi amada Gaby parecía haber respondido que no le pasaba nada.

Luego, cuando la cola avanzó, y Gaby pasó a mí lado, la ignoré por completo y me centré en mirar solo a Maite. Su ceño estaba fruncido y justo cuando iba a entrar la detuve.

–Borra esa expresión de tu cara –le dije–. Te necesito concentrada.

Ella me miró.

–Lo sé. Es solo que mi prima está rara.

Miré al interior de la clase y me fijé en ella. Estaba claro que su expresión era de pocos amigos.

“Es tiempo de separar a las primas –pensé con cierto regocijo.”

–Lo que le pase a tu prima puede esperar unas horas. Tenemos algo más importante entre manos. Hasta que no hayamos terminado la presentación no nos separaremos. Lo que significa que volverás a sentarte conmigo. Y no discutas. Ahora, entremos. Por ahí viene el profesor de gimnasia.

Entramos al aula y Maite se sentó a mi lado, pero no sin antes mirar de nuevo a su prima. Yo también la observé, esperando que viera en mi expresión el deseo de que no olvidara nada de lo que había presenciado.

Me senté junto a Maite y esperamos pacientes a que Don Fernando pasara lista. Tras eso nos pusimos en pie y nos dispusimos a ir al gimnasio. Al ver que no teníamos la ropa de clase puesta, el profesor nos detuvo.

–¿Por qué no os habéis vestido?

Podría haber inventado una excusa, algún tipo de lesión, malestar físico, pero era el último día del trimestre, las notas ya estaban puestas y aquella clase no contaba para calificar.

–Tenemos una exposición a última hora, profesor –comencé a decir. La expresión de su rostro era tosca y muy seria. Todavía no me había perdonado por el comentario que le había hecho en los vestuarios–. Queríamos aprovechar su clase para poder repasar y asegurarnos de que estamos preparados.

–No queríamos tener que renunciar a su clase –prosiguió Maite con un tono que mostraba una fingida pena la mar de convincente, mientras se pasaba la mano por un lado del pelo y se lo echaba hacia atrás–, pero es una presentación muy importante. Nos jugamos parte de la de nota del próximo trimestre.

Don Fernando miró a Maite. Ambos nos dimos cuenta que sus ojos se dirigían a la blusa de Maite. Se había dejado un par de botones sueltos y se podía ver el canalillo de su escote. Aunque apenas fue un segundo, fue lo bastante evidente para que se sintiera culpable e incómodo

–¿A quién habéis cabreado?

Miré a Maite, quien no apartaba los ojos del profesor. Ella sonrió con cierta malicia rebelde. E

–A Doña Elga. Pero no fue intencionado. ¿Nos dejaría quedarnos en el gimnasio a estudiar mientras da la clase?

El tono de su voz era una mezcla entre súplica y deseo. Me pregunté si aquel jugueteo, similar al que había tenido con Don Vicente para darle tiempo a su prima de recuperar sus trabajos perdidos, serviría con aquel tipo tosco y solitario.

–Tendréis quince minutos mientras los demás hacen el calentamiento. Después de eso se usará la mitad del gimnasio para actividades. Si queréis estudiar será con ruido.

Antes de que pudiera responder nada, mi reina se adelantó. Lo cierto es que era preferible que ella tomara las riendas de la charla, porque de haberlo hecho yo, lo más seguro es que Don Fernanod hubiera hecho todo lo posible por dificultarnos las cosas. Por suerte, con una joven tan hermosa y bien vestida como Maite a mi lado, a los ojos de aquel cuarentón amargado con un chándal algo gastado era casi invisible.

–No se preocupe. Esos quince minutos serán de gran ayuda. El resto del tiempo ya nos las apañaremos. Gracias por ser tan comprensivo, profesor. Démonos, prisa –exclamó ella mientras me miraba–. Los demás deben estar esperando.

Don Vicente me miró de forma ruda justo después de que notara como le miraba el trasero a Maite cuando salió del aula. Le miré de forma indiferente, como si no le juzgase por mirar a una adolescente de una manera inapropiada.

–Date prisa en cerrar el aula –ordenó antes de abandonar la clase.

Sin decir nada, asentí y cuando al fin me quedé a solas recogí mis cosas. Mientras le echaba el cierre a la puerta no pude dejar de pensar en la forma de actuar que Maite había usado para engatusar al profesor.

Me dejaba claro que las armas de una mujer eran y serían siempre más numerosas y persuasivas que las de un hombre. Por suerte para mí era consciente de ello y por mucho que alguna tratara de usar esa clase de artimañas conmigo, no tenía pensado dejarme atrapar.

Ya en el gimnasio, Maite y yo nos encontramos. Tenía los apuntes en su mano. Me senté a su lado mientras veía a algunos compañeros salir de los vestuarios y dirigirse al patio.

–Buen trabajo con el profesor –respondí con tono aprobatorio–. Es probable que tu actuación haya sido de utilidad para tener este rato de ensayar.

–¿Es probable? –respondió ofendida–. De no ser por mí…

En ese momento se quedó callada. Gabriela salió del vestuario y miró hacia donde estábamos antes de desviar la mirada y salir del gimnasio.

Chasqueé los dedos delante de la cara de Maite y capté su atención.

–Céntrate. Todo lo que no sea el trabajo es irrelevante. ¿O era mentira lo de exponer mejor que yo?

Maite se puso en pie y con expresión seria ocultó sus apuntes a la espalda.

–Empieza.

Me gustó el tono de su voz. No había autoridad, enojo ni protesta, sino más bien desafío. Me retaba a ver quién era capaz de hacerlo mejor y no podía negarme a su reto.

Me levanté y me alejé unos pasos de ella, dejando una pequeña distancia entre nosotros.

–Hagámoslo mirando a esa pared y pensando que es la clase –asintió ella mientras esperaba que comenzara de una vez.

Tras acabar mi presentación sin dudar un solo instante ni permitir que los compañeros que quedaban por salir de vestuarios me distrajeran con su presencia y comentarios, le cedí el turno y la observé detenidamente.

Unos pocos segundos después de iniciar su primera intervención, se quedó callada y miró al baño de los chicos. Al girarme vi a Chano y su séquito salir. Miraron hacia donde estábamos entre risas y burlas.

–Vamos, todos fuera –reclamó el profesor–. A calentar se ha dicho.

Antes de quedarnos a solas, Chano devoró a Maite con los ojos de arriba abajo y le lanzó un beso. Su estúpida sonrisa casi parecía decir que tarde o temprano repetirían uno de sus famosos encuentros privados.

Exasperado, me puse frente a ella y atrapé toda su atención.

–Él es lo único que se interpone entre tú y el éxito –dije con todo molesto–. Ya has dejado que se salga una vez con la suya, que te intimide y te limite. Te ha impedido sacar lo mejor de ti y mostrar todo lo que vales. Hoy tienes una oportunidad, solo una, de mostrarles a la clase y a ese imbécil de lo que eres capaz. Que no eres una marioneta ni alguien a quien puedan humillar. Eres…

–Una reina –respondió mientras notaba como los segundos pasaban y la expresión de su rostro se concentraba y cambiaba a momentos–. Soy una reina.

–Lo eres –dije con el deseo de agarrarla del mentón y acercarme a su boca, pero no era el lugar. –Quiero que cuando comience a exponer, le mires fijamente a los ojos, busca su risa infantil, su mirada inmadura, su actitud chulesca que no impresiona nada; observa a los idiotas que le siguen la gracia y que no son más que los bufones de un payaso más grande. Una vez acabe la introducción dedícales tu primera intervención a ellos; háblales, mírales hasta que se sientan incómodos y no sean capaces de sostenerte la mirada. Cuando eso ocurra te darás cuenta que son insignificantes. Justo antes de acabar, vuelve a fijarte en Chano, imagínatelo arrodillado delante de ti, sumiso e impotente y luego ignórale el resto de la presentación. ¿Comprendido?

Maite asintió mientras me analizaba sin decir palabra. Era casi como si tuviera claro la respuesta a una pregunta que se guardaba para ella.

Retomamos el ensayo y durante los siguientes diez minutos, la práctica fue como la seda. Sin fallos ni dudas.

De pronto, una parte de la clase entró al gimnasio y se dispuso a emplear el lugar. Sin duda el profesor había repetido la dinámica del último día de las cuatro estaciones. Era demasiado ruido para poder seguir practicando, pero necesitaba estar seguro de que Maite podría afrontar aquella situación aparatosa.

–Sigamos.

Bastó un intercambio breve de miradas para motivarnos a seguir adelante y no detenernos hasta terminar. No fue nada fácil. Incluso hubo ocasiones en las que dudaba un segundo o retrasaba mi intervención tras ella acabar la suya al quedarme embelesado contemplando los cuerpos de mis compañeras de clase. Aunque ni Gaby ni Leoni estaba con aquel grupo, eso no quitaba que las demás no llamaran la atención ni la mirada, más aún cuando me había quedado una vez más a escasos metros de cruzar la línea de meta.

Al poco rato llegó el siguiente grupo al gimnasio y los que estaban dentro regresaron al patio. Apenas nos quedaban un par de intervenciones más que realizar cuando Maite vio que entre los que entraban se encontraba Chano. Su mirada se acentuó, como el cazador que ha localizado su presa y no la pierde de vista en ningún momento. Dejé que mi reina continuara con lo que iba diciendo mientras centraba su atención en él. No sabía si Chano estaba también mirándonos y me daba igual. Solo quería ver como mi reina enfrentaba aquella situación, si se dejaría doblegar una vez más o si podía resurgir de sus fracasos anteriores y mostrar que era todo lo que había visto en ella e incluso más. No pude evitar esbozar una ligera sonrisa de satisfacción. No había dudas ni vacilación en su discurso, solo alguien que comenzaba a ver que era superior a los idiotas que la habían hecho sentir que estaba por debajo de ellos.

A pocas líneas de acabar su parte me interpuse entre ella y su objetivo, forzándola a mirarme fijamente. Aunque hice que dudara un segundo, se recompuso de inmediato y terminó sin problemas las líneas que quedaban.

Tras un par de intervenciones más acabamos el repaso con éxito. Estaba claro que Maite estaba más que preparada. Nos sobraban aún quince minutos antes de que acabase la hora.

–Has estado bien –respondí, mientras miraba las piernas y el trasero de Leoni en el momento en que esta corría hacia el otro extremo del gimnasio para luego regresar. Tenía un físico seductor, atrayente y tan delirante que llevaba la imaginación a límites y lugares insospechados. Pero aquel no era el momento para fantasear con ella. Mientras apartaba la mirada y me enfocaba brevemente en Maite, lamenté haberla detenido cuando estuve tan cerca de correrme–. No genial, pero bastante cerca.

Escuché como lanzaba un suspiro.

–Nunca estás satisfecho, ¿no?

–Solo en ocasiones. Y en ellas ni tu ni yo llevábamos tanta ropa puesta.

Noté como su mirada se dirigía a mi entrepierna y una sonrisa sádica se dibujaba en su rostro.

–Debes estar pasándolo horriblemente mal. En cambio, yo me siento como si me hubiera quitado un peso de encima. Deberías ir al baño y aliviarte a solas. Si continúas mirándoles el culo a todas las de la clase no te será fácil esconder tu tienda de campaña.

“¿Y liberarte del placer de hacértelo tragar? –pensé mientras imaginaba la escena–. Olvídalo.”

–Cuando acabemos la presentación y las clases tu y yo tendremos una charla privada. Si ahora te sientes liberada, espera a ver lo que tengo pensado hacerte.

Maite me miró de una forma tan fogosa que dejaba claro que su imaginación también se estaba encendiendo. Notaba el miembro crecer y presionar contra el pantalón hasta resultar molesto. Quería hacerla mía ya, pero debía aguantar. En menos de setenta y cinco minutos comenzaríamos nuestra presentación de arte y después de eso, ya nada me impedía hacer lo que quisiera con ella.

–Viendo como estas ahora mismo, dudo mucho que vayas a durar demasiado.

Me levanté, aprovechando que el tercer grupo entraba en el aula. Vi aparecer a Gaby.

Quise quedarme contemplándola, pero actúe como si no me importara que estuviera ahí y me enfoqué en su prima.

–Supongo que en un rato descubriremos quien de los dos tiene razón. Vamos. Levanta.

–¿Para qué?

–Tomaremos un café. Se nota a la legua que estas cansada.

–Lo dice el que tiene ojeras de panda –refunfuñó.

Sin darle una respuesta salimos del gimnasio. No me pasó desapercibida la mirada que le lanzó a su prima.

–Ya te he dicho que lo dejes estar –respondí con indiferencia–. Si le ocurre algo dudo mucho que la puedas ayudar en estos momentos.

–Es mi familia. Siempre hemos estado la una para la otra.

–Alguna vez tendrá que aprender a librar sus propias batallas ella sola como hiciste tú.

–Gaby sigue siendo algo ingenua. Pero la quiero.

“Yo también –pensé mientras girábamos en la esquina y nos acercábamos a la entrada de la cafetería–. Por eso no puedo rendirme hasta tenerla a mi lado.”

Justo antes de entrar, Maite aceleró y me bloqueó el paso. Su mirada era delatora y amenazante.

–Como descubra que has tenido algo que ver con la forma rara en que está actuando…

Previendo la jugada, ya me había preparado y la miré como si sus palabras solo fueran aire.

–¿Qué harás?

Un breve silencio nos rodeó hasta que ella respondió.

–Dijiste que la dejarías en paz.

–Mientras tu fueras mía.

–Y lo soy –aseveró, mientras miraba a los lados por si alguien había escuchado con la convicción con que lo dijo.

–¿Eres qué? –pregunté mientras aguardaba su respuesta–. Quiero oírtelo decir.

Aunque parecía que no diría nada, la querida prima de Gaby se plantó a un palmo de mi cara, sin importarle quien nos viera.

–Soy tuya –pronunció con una sensualidad que casi me hace volar la imaginación–. Así que aléjate de mi prima.

Tras eso me empujó y entró a la cafetería. Me mordí el labio para que el dolor me diera la razón necesaria para poner los pies en la tierra y centrarme.

Observé el cuerpo de Maite, mientras se apoyaba en la barra y le pedía un café a una de las chicas. Miré en busca de Toni, pero no parecía estar. Recordé la última conversación que había tenido con él, las desagradables insinuaciones que había hecho y las ansias que sentía de borrarle del mapa.

Mientras imaginaba la forma de hacerlo, noté una mano posarse con fuerza en mi hombro. Al volverme, allí estaba él.

–¿Qué pasa, Dani? –Dijo mientras sus ojos dejaban claro que devoraban cada curva del cuerpo de Maite–. Veo que vienes acompañado.

Maite se volvió y vio a Toni. Tras mirarnos a los dos, recogió los dos vasos de café y se acercó hasta nosotros.

–Toma. Con leche y sin azúcar –dijo mientras me lo daba.

Acepté el vaso sorprendido de que no solo supiera como tomaba el café, sino de que me hubiera invitado. Le di un sorbo mientras mi reina y su cliente desesperado por hacerla suya, ya fuera de manera consentida o no, se miraban.

–Me alegro de verte Maite.

–Sí. Yo también.

“Es tonto –pensé mientras la miraba–, pero incluso alguien con una piedra por cerebro como él sabe que no es verdad”.

–Me preguntaba si te apetece quedar hoy y… hacer algo juntos.

–Me temo que estaré liada. Tengo que preparar el viaje a Italia, cena familiar y esas cosas.

El viaje. Lo había olvidado. Serían casi diez días en que no tendría a ninguna de mis reinas cerca. Las perdería de vista y las posibilidades de que se volvieran en mi contra al volver eran altas.

“Para eso tienes los videos y las fotos –pensé sin estar del todo conforme–. Ninguna de ellas se atreverá a intentar nada sabiendo lo que tienes en su contra. Además. Es bueno estar alejada de ellas una temporada. Así podremos centrar nuestra atención en Sofía y en la madre de Leoni. Y no te olvides de Eli”.

Era cierto. Había dos cosas que me apetecía realmente hacer tras la presentación de arte. Una era desquitarme con Maite toda la tensión sexual que tenía acumulada y la otra era poder tener un rato a solas para charlar con Eli. Teníamos una conversación pendiente, y me apetecía enormemente acortar la distancia que me mantenía alejado de ella y de una tenue posibilidad de intimar con una mujer que solo los tipos más afortunados llegan a lograr.

–¿Segura? Tengo unos ochenta pavos. Creo que es más que suficiente para invitarte a una buena cena.

Para cualquiera que no supiera nada de los favores sexuales que Maite ofrecía a cambio de dinero, aquellas palabras habrían parecido justo lo que eran. Una invitación a cenar. Pero lo que en realidad quería decir Toni es que le pagaría ochenta para quedar y hacerle comer todo el rabo. Aunque dudo que por esa cantidad se conformar solo con una limpieza de sable.

–Es tentador, de verdad –dijo mientras lanzaba un pequeño soplido sobre su café antes de probarlo–, pero lo mejor será que lo dejemos para después de las vacaciones.

Toni. No dijo nada durante unos crudos segundos. Su mirada de serpiente incapaz de echarle un bocado al ratoncito que creía tener delante, mostraba rabia contenida y decepción.

–Claro –fue su forzada y diplomática respuesta–. Esperaré impaciente ese momento. Os dejo. Seguro que estáis liados.

Antes de que me diera tiempo a responder, Maite tomó las riendas de la situación.

–Lo cierto es que sí, –dijo mirando asombrada la hora que ponía en el reloj–. Debemos irnos ya. Hay que preparar todo para la presentación de arte antes de que llegue esa bruja.

Maite salió disparada de la cafetería, dejándonos a Toni y a mí mirándonos el uno al otro. Era la primera vez que no me miraba con demasiada cortesía.

“Genial. Soy el puto daño colateral –pensé mientras me despedía y disponía a seguir a mi huidiza reina–. Si le ofrezco dinero ahora solo conseguiré que me odie aún más y el esfuerzo invertido estos años para tenerle de mi lado se irá al traste. Lo mejor será irme sin decir nada y darle tiempo a calmarse. Es mejor no tenerlo de enemigo mientras planeo la forma de que no siga trabajando aquí.”

–Oye, Dani –sin más opción me volví y le miré–. ¿Sabes cuáles son las mejores mujeres?

Negué con la cabeza y sonreí como si fuera bisoño en aquel tema. Él se acercó y bajo el tono de su voz.

–Las que te dan largas, te esquivan, las que te dicen que no y cuesta lograr que se habrán de piernas. La zorra de Maite va de estrecha pero seguro que le gusta que le den duro. Así son la mayoría de tías. Van de angelitos y son todas unas putas calentonas. Recuérdalo para el día en que al fin logres metérsela a una tía de verdad.

Contemplé en silencio aquel espécimen al que debía llamar ser humano, conteniendo las ganas que tenía de arrojarle a la cara el café caliente que tenía en la mano. Ver su crueldad, la manera atroz en que veía y hablaba de las mujeres, dejaba claro que el mundo estaba más lleno de monstruos de lo que uno piensa y cree. Me pregunté con cuántos me habría cruzado en el autobús de vuelta a casa, si alguno pariente de mis compañeros de clase compartía la misma visión que Toni. Era desalentador descubrir y pensar que los seres más deleznables de todos nunca andan demasiado lejos. Todos en algún momento nos tropezamos con alguno y en los peores casos, nos convertimos en sus víctimas.

Deseaba tanto cambiar esa monstruosa sonrisa por una mueca de dolor y desesperación que resultaba tentador no hacerlo.

Pero habría sido una jugada errónea y el juego cambiaría por completo. Todos los planes se irían al traste solo por un idiota que se moría por meter el rabo entre las piernas de mi reina, lo quisiera como si no.

Opté por dejarlo estar. No era el lugar y tampoco era su momento. Todo llegaría y Toni no iba a escaparse sin antes hacerle probar un poco de su propia maldad.

–Gracias por el consejo, Toni –dije mientras levantaba el café–. Espero un día saber tanto de mujeres como tú.”

“Si ese día llega prefiero suicidarme –pensé mientras daba un sorbo al café.”

–Tú sigues mis consejos y quizás encuentres alguna que esté a tu alcance.

Me había insultado directamente y eso le iba a costar muy pero caro.

“Has pasado al top tres de prioridades, imbécil. Vas a ver lo que es que te puteen y rajen tu vida de arriba abajo”.

–Ojalá tengas razón –dije con un tono sumiso–. Tengo que irme. Tengo un trabajo por presentar. Nos vemos.

–Adiós, colega.

Salí de allí con ganas de golpear algo y en vez de eso proseguí mi camino hasta el gimnasio. A medio camino me topé con Maite. Estaba esperando mi llegada con su bebida en la mano.

–¿Una charla interesante? –me miró fijamente y la expresión de mi cara debió delatarme–. ¿Qué te ha dicho?

–Nada que valga la pena repetir– respondí mientras daba un último sorbo al café antes de tirarlo. Era asqueroso ver esa sonrisa sádica en el rostro de Toni al hablar de mujeres. Pensar en ella me recordaba a los días en que mi padre sonreía con malicia y locura mientras me quemaba la piel con sus cigarrillos. Casi pude verlo en ese momento; tapándome la boca para contener mis gritos, apretando su cuerpo contra mi espalda y el lavamanos para evitar que huyera, la llama roja y la ceniza acercarse lentamente y el dolor insoportable que le seguía–. Volvamos al gimnasio.

Maite no dijo nada. Mantenía una actitud serena, calmada, distante. Tenía la mirada de una reina.

–Veo que has aprovechado mi ausencia.

–Y yo veo qué a pesar de tu aparente frialdad ante el mundo, hay alguien más además de mí de mostrar que hay un corazón latiendo en alguna parte.

–¿Has acabado?

–Por ahora. Me adelantaré. Trata de relajarte antes de entrar. Tenemos una presentación en poco más de una hora. Todo lo demás no importa no importa. ¿Recuerdas?

Sin darme tiempo a responder, arrojo su café a la basura y se encaminó al gimnasio, mientras el profesor y el resto de la clase que estaba fuera comenzaba a regresar para asearse.

“Le has enseñado bien. Puede que demasiado bien.”

“Una mujer que no se supere a sí mismo, que no crezca ni saque todo el potencial que lleva dentro no merece mi tiempo.”

“Solo empeorarás las cosas.”

“¿Empeorarlas? Mírala. La he hecho más interesante, deseable. Es toda una mujer y una reina.

“Tarde o temprano lo lamentarás.”

“Mejor que sea tarde.”

Continuará...

Gracias a todos por seguir la serie. Como ya he avisado publicaré una vez por semana nuevos episodios de este segundo libro. En cuanto a la publicación del segundo libro será por amazon pero aun no será. Tened paciencia. Aun queda trabajo sin contar las revisiones. Avisaré semanas antes de hacerlo oficial.

Cualquier duda o pregunta, aportación o comentario podeis escribirme a mi correo personal, por aqui o a mi cuenta de instagram:escritosenlasombra.

Gracias también a los que adquiristeis el primer libro y por hacerme llegar lo que os pareció.

Mañana subiré un nuevo capitulo y el sabado otro.

Espero os guste.

Saludos a todxs.

Crom