Relatos de juventud libro 2: Cap 6

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

6

El rostro de Gabriela al verme era una combinación entre la sorpresa, el temor y el desagrado. Era comprensible su reacción al haber sido pillada cuando ella no debía de esperarlo.

La miré con deleite y ganas de hacerla mía. Aún seguía muy excitado y la cercanía de la mujer que durante tanto tiempo había amado en un lugar tan apartado y privado era toda una tentación. Avancé un paso y ella retrocedió al interior del cuarto. Aproveché ese movimiento para entrar y cerrar la puerta para tener algo más de intimidad.

–¿Has disfrutado del espectáculo? –pregunté, mientras apoyaba la espalda en la puerta y guardaba las manos en los bolsillos del pantalón–. Sé que no es lo mismo mirarlo que ser parte de la diversión, pero también tiene su parte excitante –dije mientras la devoraba con los ojos y me preguntaba si su sexo se habría mojado con lo que había visto. Noté como la dureza regresaba a mi entrepierna y traté de no dejarme llevar–. ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? ¿O más bien el hecho de que tu prima y yo hallamos estado pasando un buen rato juntos?

Gabriela quiso avanzar y salir del cuarto, pero me puse frente a ella. Mi reina retrocedió hasta chocar con la mesa. La miré y recordé cuando Maite y yo lo habíamos hecho por primera vez en aquel cuarto. Me mordí la lengua para tranquilizarme. No era fácil estar junto a la chica más deseable de mi vida cuando por dentro me estaba muriendo de ganas de poder venirme. Solo lograba imaginarme desnudándola lentamente, probando su cuerpo lascivo, sentándola sobre la mesa, abriendo sus piernas, acariciando sus muslos prietos, penetrándola mientras contemplaba la expresión placentera de su cara a cada embestida.

“Céntrate –pensé–. No hay tiempo para esto”.

–Déjame pasar.

–Claro –respondí tranquilo con una ligera sonrisa–. Puedes irte cuando quieras. Pero antes, dame tu móvil.

Gabriela me miró. Tenía su teléfono en la mano, oculto burdamente a la vista detrás de su espalda.

–No te daré una mierda.

Sonreí, mientras asentía y volvía a bloquear la puerta con mi cuerpo.

–Me sorprende lo increíble inteligente que eres y lo ingenua que eres en ciertas ocasiones, Gaby.

–No me llames así. Déjame salir ya.

–¿Qué harás si no lo hago? ¿Gritar? Sería una pérdida de tiempo. En este momento los pasillos están plagados de estudiantes que regresan a las aulas. Si quisiéramos podríamos hacer el amor entre estas paredes y gemir como dos bestias que en los próximos siete minutos nadie nos escucharía. Dime una cosa. ¿Te ha calentado vernos a Maite y a mí? Estoy casi seguro que sí. No te negaré que me costó horrores no venirme en la boca de tu prima. Más aún cuando no paraba de pensar que estabas aquí, observando todo lo que pasaba fuera sin perder detalle. Me habría gustado tanto tener un orgasmo con tus ojos clavados en ese momento que de solo pensarlo… Pero mejor dejemos eso. A no ser que quieras terminar lo que Maite no logro acabar.

La cara de Gabriela era de no entender nada.

–¿Cómo has sabido que…?

–¿Qué estabas aquí? –Miré el reloj de la muñeca. No tenía mucho tiempo para volver al aula–. Es fácil. El mensaje que tu prima te envió hace unas horas, pidiéndote que te ocultaras en este diminuto cuarto con la puerta un poco abierta, grabases todo lo que pasara fuera y que no le mencionaras nada sobre ese asunto hasta haber acabado su exposición de arte para no distraerse no fue cosa suya, sino mía.

Lo cierto es que aquella jugada había sido un riesgo que había salido bien de pura casualidad. Tuve suerte de que el vínculo entre las primas era tan fuerte que respetaban hasta los detalles más pequeños. Si quería tener a Gabriela de una vez por todas era preciso romper ese lazo. Dividirlas para poder estar con ambas.

–Eres un hijo de puta. Lo planeaste todo.

–¿Qué no haría para estar a solas contigo, Gaby? –le pregunté mientras la miraba con cariño y ansias de sentir el fuego invisible que rodeaba a sus labios–. Eres la clase de mujer por la que uno cometería las mayores locuras y barbaridades. Si te hice venir aquí no fue solo para crear este pequeño momento, lejos de cualquier interrupción. Quería también que lo vieras. Que vieras que ese mundo imposible en que tu prima y yo estuviéramos juntos es una realidad. Pensabas que ella jamás cedería y cómo has podido ver y… grabar –dije mientras señalaba su móvil. Gabriela se aferraba a él con fuerza, como si lo que hubiera en el fuera su salvación de mí– has comprobado de primera mano que te equivocabas. Ahora lo sabes al fin, Gaby. En este mundo, cuando se trata de las relaciones entre dos personas no siempre existe un imposible como creías. Lo que hay es más bien un improbable. Era poco probable que tu prima se liara conmigo y ha pasado. También era improbable lograr que te desnudaras en el aula de clase y sucedió. Era menos probable que vinieras a mi casa y pasáramos una tarde inolvidable y terminó ocurriendo. Quizás no como hubiera deseado, pero aun así… Como ves, te he hecho venir hasta aquí para demostrarte que lo que a primera vista puede parecer algo que no llegará a ser o a suceder, puede hacerse realidad. Por eso me encanta la improbabilidad. Es un reto y siempre hay un pequeño espacio abierto para la esperanza –dije mientras me acercaba a ella, pero sin llegar a tocarla–. Para conseguir aquello que la gente que vive en un imposible jamás llegará a alcanzar.

Gabriela intentó pasar a mi lado para huir, pero logré bloquearle el camino.

–¿Qué le has hecho a mi prima? –preguntó enojada–. La conozco bien y sé que ella nunca…

–¿Lo haría por propia voluntad? Vamos. No te engañes, Gaby. Lo has visto. Lo has oído. Lo tienes en video. ¿O me equivoco? –no hubo respuesta–. ¿Crees que los gemidos de Maite, la expresión de su cara al besarnos, al tocarla, al hundir mis dedos entre sus piernas o al hacerle probar su dulce sabor lo hizo forzada? Disfrutó cada segundo. Igual que yo. Quizás no conoces a tu prima tan bien como piensas.

–Eres…

–Soy el hombre de tu vida –lancé mientras contemplaba la oscuridad que habitaba en su mirada irascible–. Lo quieras aceptar o no. Te he mostrado de lo que soy capaz de hacer. Ese juego que has presenciado, podrías haber sido tú. El placer, la lujuria, las caricias, correrte de gusto hasta dejar las bragas empapadas, la exaltación a que puedan verte… mírame a los ojos y dime que no preguntas como debió sentirse.

Gabriela no respondió.

Era tan hermosa que dolía no ser capaz de tocarla. Era difícil acortar la distancia con ella sin contacto físico. Pero había dado mi palabra y solo me quedaban las palabras, las artimañas, la extorción y mi inteligencia para doblegarla. Era un reto, pero si alguien no es capaz de afrontar cualquier obstáculo, plantar cara a a las vicisitudes que surjan en el camino para estar junto a esa persona que complemente tu mundo, tu razón de ser y existir, entonces no te la mereces y nunca la tendrás.

–Eres mi amor improbable, Gaby. Tarde lo que tarde, haré que se vuelva probable. Mientras tanto, seguiré divirtiéndome con tu prima tanto como quiera. Mejor dicho. Tanto como queramos. A no ser que desees llegar a un acuerdo para… liberarla de mí.

Mi encantadora reina me contemplaba con el ceño fruncido en absoluto silencio, tratando de visualizar que tenía en mente. Antes de que dijera nada la interrumpí. Su respuesta ya me imaginaba cual era y solo habría servido para hacerme perder tiempo que no tenía. A veces lo mejor que puedes hacer es dejar a una mujer con la palabra en la boca, impedir que den forma a sus pensamientos en voz alta, meterles la idea en la cabeza y que, a solas, barajen sus opciones. Hacer que piensen en: ¿Y si…?

–En fin. Se nos hace tarde. Es hora de salir de aquí y volver a clase. Pero antes. Tú teléfono. Dámelo.

–No te daré nada.

Lancé un suspiro, y sin otra opción saqué mi teléfono del bolsillo.

–Creo que esto te hará cambiar de idea –dije mientras activaba el video que la noche anterior había vuelto a meter en el móvil. Aquel donde se veía a Gaby hacerme una mamada de forma muy fogosa y entregada. Su cara de incredulidad no tenía precio–. También me pareció acertado demostrarte que no mentía cuando dije que te había grabado en plena diversión. Ahora que sabes que es real. ¿Te sientes más motivada para darme tu teléfono?

Mi reina se mordió el labio de indignación y rabia y me lo ofreció de mala gana.

–Desbloquéalo. Así no me es útil. Aguarda. Quiero ver el patrón. Gracias –dije mientras se lo quitaba de las manos y me lo guardaba en el bolsillo trasero–.

–¿Qué haces?

–¿Crees acaso que un video desaparece de tu móvil solo con darle a borrar? No sabes la cantidad de aplicaciones que pueden recuperar los secretos más oscuros y sórdidos que ya creías olvidado. Tranquila. Te lo devolveré en unas horas. Cuando me asegure que no queda rastro de este video, el móvil volverá a estar en tus habilidosas manos –dije mientras recordaba la increíble paja que me había hecho en el salón de mi casa–.  Mientras, se queda conmigo. ¡Ah! Una cosa más –Me acerqué a ella hasta que la distancia entre nosotros fuera casi palpable. Respiré el olor de su cuerpo y contuve las ansias de besarla. La miré con la frialdad de un ser sin alma ni compasión, lo cual no era fácil de hacer cuando la razón de tu existencia, la persona que me hizo sentir vivo después de muchos años con solo una mirada estaba frente a mí–. Lo que has presenciado será nuestro pequeño secreto. Si le dices algo a tu prima, ya sea antes o después de nuestra presentación de arte, si miro a los ojos a Maite y descubro que lo sabe, me temo querida Gaby que este video tuyo verá la luz. Primero se lo enviaré a tus padres. Luego a la clase entera y para finalizar la jugada irá directo a internet. Sabes que te quiero Gabriela y que deseo que estés a mi lado; tener la oportunidad de mostrarte una vida completamente diferente a la que te han acostumbrado e inculcado tu familia, los profesores y la sociedad. Pero no puedo ni voy a obligarte a estar conmigo. Eso no sería amor, sino una condena para los dos. Por eso esperaré por ti lo que haga falta. No obstante, no pienso permitir que te entrometas en mis asuntos. Si intentas destruirme, por mucho que te ame, caerás conmigo. Lo mejor para los dos, los tres si piensas en tu querida prima, es que quede entre nosotros. ¿Qué opinas?

Mi reina me miraba colérica, deseosa de golpearme en la cara, en la entrepierna y en el alma para borrar mi existencia.

–Júrame que nadie verá ese video y no diré nada de lo que he visto a Maite.

Sonreí con malicia.

–Ni a Maite ni a ninguna persona. No hablaras de ello, no escribirás sobre ello, pero puedes pensar en lo que hicimos cuando estés a solas en tu habitación y necesites liberar tenciones. ¿Tenemos un acuerdo? Necesito una respuesta.

–Lo tenemos.

–Bien. Ahora solo queda sellar el trato. ¿Qué te parece si lo hacemos como la última vez? Un beso tuyo, uno de verdad como el de la última vez y esa puerta se abrirá.

Respiré el aroma caliente que envolvía la estancia. No estaba seguro si el ambiente ya estaba así cuando me encerré allí con Gabriela o si la atmosfera se había enrarecido con los escasos minutos que llevábamos charlando.

Nunca una mirada transmitió tanto odio como las que mi reina me dirigí. Era imposible no preguntarme cómo debía ser pasar una noche de sexo desenfrenado con una mujer colérica, vengativa y airada como la que tenía frente a mí.

“Seguro que una noche así no sería algo fácil de olvidar –pensé mientras fantaseaba con ella en una habitación a oscuras, iluminada tan solo por la luz que entraba por la ventana–. Tengo que asegurarme que la primera vez que lo hagamos, Gaby, me desprecies como lo estás haciendo justo ahora. Quiero convertir ese rostro y esa expresión salvaje de tu cara en la de una mujer sumida en el más intenso placer. No voy a dejarte escapar hasta verte gozar, hasta oírte gemir mientras clavas tus ojos en los míos y abres tu boca para gritar mientras te corres de gusto.”

En ese momento ya notaba como la dureza de mi miembro crecía y presionaba contra el pantalón. Era tan simple imaginarme estando con ella que resultaba tentador vivir de una fantasía. Pero no eran meras quimeras. Era un sueño, un propósito. Gabriela era la razón de todo aquello que había hecho. Sin ella nunca habría existido partida. Necesitaba tenerla, compartir las noches, las sabanas, el calor de nuestros cuerpos y la existencia misma a su lado.

Podía ver ese futuro claramente y esperaba que cada jugada que hiciera, cada decisión tomada, me acercase un poco más a ese momento.

Como dijo el gran Edgar Allan Poe:

“Los que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que solo duermen de noche.”

Siempre había sido un soñador diurno y Gabriela era ese anhelo, esa persona que parecía haber surgido de un pensamiento onírico e inexistente, pero que, aun así, era real.

Cuando quieres algo, no te rindes. Luchas. Das lo mejor de ti, sacas lo peor que llevas dentro y demuestras todo lo que puedes hacer para conseguir ser digno de obtener tu propósito. Pocas habían sido las personas dignas de estar en mi vida, y no pensaba dejar ir a la mujer con quien quería envejecer y sentirme vivo cada segundo de esta maldita realidad.

–Mi oferta no durara mucho más tiempo. Decídete –Gabriela acentuó la expresión de enojo que mostraba y se dio por vencida. Sabía bien que volvía a no tener escapatoria alguna–. Quiero que pases tus brazos por detrás de mí cuello, que me mires fijamente y me beses durante un largo minuto. Bésame como si realmente deseases que este video no llegue a ser visto nunca por nadie.

Gabriela hizo lo que le pedí de forma arisca. Note el calor de sus muñecas tocar mi cuello, la proximidad de su cuerpo junto al mío, el incendio que crecía en el iris marrón de sus pupilas, la fragancia hipnótica que desprendía su perfume y el champú que usaba para su cabello. Vi como mi reina se humedecía los labios y estos les brillaban de una forma suave y sutil que embotaba mis más bajos instintos. Lleves las manos a la espalda y las agarré fuertemente para evitar la tentación de tocar y acariciar cada curva de aquella impresionante mujer.

Nos miramos, aunque era más apropiado decir que yo la contemplaba, trataba de entender que pasaba por su mente, mientras que ella solo transmitía una intención emoción de repudio y desprecio hacia mi persona. No me importaba. Tarde o temprano convertiría ese fuego que desprendía en una hoguera cuyas llamas danzarían al son de mis deseos.

El roce de su boca contra la mía siempre me resultaba inesperado. Como cuando al girar en una esquina chocas contra una ráfaga de aire que te desorienta, te desequilibra y te obliga a dar lo mejor de ti para poder seguir tu camino. Así era cada beso con Gabriela. Un viento variable, diferente, arrollador e ingobernable. Tenías que dejarte llevar, cederle el control, sentir que cada movimiento de su lengua contra la tuya, que cada respiración o pequeño milisegundo de tregua, era ella quien mandaba. Un beso indómito. No había otra forma de describirlo. Casi sin darme cuenta separé las manos y las dejé caer a los lados, mientras trataba de no dejarme llevar ni enloquecer por el placer que comenzaba a experimentar.

No sé cuánto tiempo llevaban nuestros labios pegados, pero sentía que la eternidad no sería suficiente tiempo para cansarme de sentir su contacto.

Como suele pasar, cuanto más disfrutas de algo, antes acaba.

Gabriela se separó de mí. Abrí los ojos mientras trataba de recuperar el aliento sin mostrarme ansioso de más. La contemplé mientras pasaba la lengua por los labios para saborear un recuerdo que se alejaba de forma inevitable a pesar de haber ocurrido apenas dos segundos atrás.

–Quizás sea cosa mía –dije mientras retrocedía para evitar la tentación que sentía y tratar de recuperar la calma en ciertas partes de mi cuerpo–, pero tengo la sensación de que este beso, en comparación al que me diste a cambio de devolverte cierta prenda íntima, ha sido mucho más… entregado. Y si estoy en lo cierto, mi querida Gaby, eso hace que me pregunte si la razón de esa efusividad que he disfrutado tanto, se debe a tu deseo de evitar una humillación pública y vean el video de nuestro encuentro privado o al hecho de que verme montándomelo con tu prima te excitó más de lo que creías.

Bajé la mirada por el cuerpo de mi reina hasta clavar los ojos en su zona genital, preguntándome si se habría mojado mientras veía a su prima jugar con mis testículos y tragarse mi rabo con entrega y sumisión.

–Piensa lo que te de la maldita gana, asqueroso de mierda. Eres un desgraciado. No sé cómo ni cuándo, pero te aseguro que haré que pagues por lo que me has hecho a mí y a mi prima.

–A mi prima y a mí –respondí con indiferencia mientras abría la puerta–. Por cosas como esas es que solo has sacado un notable en literatura. Debes cuidar mejor tu forma de hablar. En ese momento Gabriela parecía dispuesta a salir del cuarto, pero antes de que pudiera hacerlo, lancé un portazo que seguro retumbó en los pasillos. Mi reina retrocedió un paso y me miró. Vio la seriedad en mi cara y eso era justo lo que quería–. Y también debes vigilar muy bien a quien amenazas. No olvides que tengo lo necesario para convertir ese paraíso que llamas vida en el infierno al que tanto te mueres por enviarme.

Dejé pasar unos segundos y agarré el pomo de la puerta.

–Tu película favorita es Mulán. Infantil, pero comprensible. La protagonista es una luchadora, fuerte y que valora la familia. Igual que tú. De poder viajar a algún sitio irías a Francia. En concreto a Normandía. Tu sueño siempre ha sido pasar la noche en Mont Saint-Michelle y contemplar como las aguas lentamente rodean el castillo y crean la ilusión de estar en una fortaleza en medio del mar. Tu grupo de música favorito es Sin Bandera. Te gusta la música latina, el rap y el reggaetón. Lo cual no es sorprendente. Sé que tienes una cicatriz en tu gemelo derecho. Te la hiciste al caerte de la bicicleta cuando eras una cría. Te encanta la pizza de verduras que hacen cerca de tu casa, pasear los viernes de noches cálidas hasta las tantas de la noche y jugar con los chicos que creen que tienen alguna oportunidad de acostarse contigo. Me miras y veo preguntarte cómo es que sé todo eso de ti. Todo lo que he dicho se lo has contado a los compañeros de clase a lo largo de estos años. Lo que para otros solo eran datos de conversaciones banales, para mí eran una forma de saber quién eras más allá de tu cuerpo. Por eso sé que te conozco. Salvo lo de jugar con los chicos. Eso es lo que se comenta en clase y aunque no me gusta darles la razón a otros, creo que es verdad. Te encanta tener poder sobre los demás y obligarles a que paren con tan solo decirles que no. Si te digo todo esto Gabriela no es para asustarte, sino para que sepas que me importas, que deseo saberlo todo de ti, conocerte de forma que la mayoría de chicos no les interesa. No quiero hacerte ningún daño. Te quiero más de lo que nunca podrás imaginar. Confucio dijo: “Antes de empezar un viaje de venganza, cava dos tumbas”. Si quieres destruirme, acabar conmigo puedes intentarlo. No te lo impediré, pero tendrás que estar preparada para las consecuencias– Abrí la puerta y me hice a un lado–. Cuando salgas y vayas de regreso a la clase quiero que te preguntes si vale la pena tenerme como enemigo o si es preferible tenerme a tu lado. Ya sabes dónde preferiría estar.

–Debes estar demente si crees que acabaré contigo –dijo con rabia contenida–. Eso nunca pasará.

–Acepto el reto –respondí indiferente.

Gabriela me miraba como si no se creyera que lo dijera en serio.

–Si se te ocurre hacerle daño a mi prima te juro que…

–A tu prima Maite pienso hacerle muchas cosas –la interrumpí sin mostrar ninguna emoción–, cosas que no son nada comparadas a lo que has presenciado antes o a lo que tú y yo hicimos, pero jamás le haría daño. A no ser que le fuera esa clase de juegos y ella me lo pidiera. Tu prima puede ser muy sorprendente y fogosa. Nada revela tanto como es una persona como cuando está excitada. Tus besos son una prueba, por mucho que lo niegues sé que había más que rabia y desprecio en tus labios –miré el reloj. Había pasado varios minutos de la hora y ya los compañeros debían estar amontonándose frente a la puerta de la clase–. Ahora, vete de una vez. Ya habrá tiempo de retomar esta conversación y de averiguar quién de los dos tiene la razón.

Mi reina no añadió nada, aunque estaba seguro que se moría de ganas de lanzarme algún improperio sutil y acertado que me hiciera sentir mal conmigo mismo.

No era necesario que dijera nada para conseguirlo.  El simple hecho de verla pasar a mi lado después de haberme perdido y alejado de la realidad entre sus labios, de sentirla tan cerca de mí, de anhelar rodearla con mis brazos y no poder hacerlo, ya era bastante castigo.

Amar a alguien para quien no eres nada es como pasarte la vida con una pequeña herida que nunca termina de curar, que se abre cada vez que esa persona te mira con malestar y que duele cuando la recuerdas en soledad. Aunque esa clase de sensación me embargara en contadas ocasiones, no dejaba que me afectase más que unos pocos segundos. Si dejas que la debilidad se asiente en lo más profundo de tu ser, es difícil arrancar las raíces. Unos segundos de duda deben ir siempre seguidos de horas de seguridad. Esa es la diferencia entre alguien que vive en un imposible y alguien que sueña en hacer realidad algo improbable.

Siempre he pensado que somos tan fuertes como las razones que tengamos para querer serlo.

Mis motivaciones estaban claras. Ser mejor que los demás, llegar más lejos que nadie, estar rodeado de mujeres a las que amar cuando quisiera y poder compartir la vida y los éxitos que cosechásemos a lo largo de la misma junto a Gabriela.

Si uno tiene claro lo que quiere y no da el máximo de su capacidad para conseguirlo es que nunca mereció obtener lo que buscaba.

–Soy digno de ti, Gaby –dije para mí entre susurros, mientras la veía desaparecer escaleras abajo–. Y cuando te des cuenta de que es así, seré incluso mejor hombre de lo que soy ahora. Pero antes de que llegue ese momento otras han de caer antes de ti.

Pensé en Leoni y ese beso en la biblioteca que me dejó con ganas de hacer de todo junto a ella, en Sofía y su coqueteo fingido al que hallaría la manera de hacerlo más real; a la chica descarada de la biblioteca que se había atrevido a humillarme antes de desaparecer como un maldito fantasma, dejándome solo con su breve recuerdo y el ansia de devolverle el favor; a Eli y su divina existencia a la que deseaba sentir en mis carnes al menos una vez y cuya forma de conseguirlo estaba seguro que existía, solo que aún no sabía cuál.

“Tantas piezas, tantas jugadas y solo unos pocos de mis movimientos me acercan hasta Gabriela.”

“No puedes atacar a la pieza más fuerte del tablero en la apertura. Debes preparar tus defensas, fortalecer tus formaciones, reforzar los ataques e idear contraataques. Si la reina cayera tan fácilmente perdería su valor.”

“Lo sé. Es solo… deseo tanto estar con ella. Desde el primer día en que la vi.”

–“La paciencia es una virtud, Dani. No debes olvidarlo. Si apresuras una sola jugada antes de tiempo…”

“Puedo romper el equilibrio de la partida. O en este caso, perder la pequeña ventaja posicional que corre a mi favor. Y si ya es difícil mantenerme por delante sería peor tratar de recuperar el control. Sí. Debo controlarme. Aguardar el momento oportuno, idear más jugada que acorten la distancia con Gabriela mientras mantengo la vista en el resto del tablero.”

Sin perder un segundo más, salí del cuarto del conserje y me dirigí a clase, sabiendo que me esperaba un reproche por parte de mis supuestos compañeros por el retraso. Poco me importaba lo que pensaran ellos.

En mi mente solo tenía lugar y espacio para dos cosas.

La práctica final con Maite y la presentación de arte con la que finalizaría el trimestre y empezaría el trimestre.

Aquellas tres últimas horas eran la entrada a un nuevo comienzo.

CONTINUARÁ...

Gracias por seguir la serie. Publicaré cada viernes o sabado un nuevo capitulo del segundo libro y también del primero.

Cualquier comentario u opinion sera bienvenido a mi correo o cuenta de ig: escritosenlasombra,

Gracias tambien a los que habeis comprado o estaís comprando el libro.

Ojala no os decepcione.

Crom