Relatos de juventud libro 2: Cap 5

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Sin hacer ningún ruido subimos hasta la tercera planta donde se encontraba el cuarto del conserje.

Miré la puerta unos segundos y luego me giré para ver a mi reina.

No fue hasta ese momento que me di cuenta que tenía la mano de Maite agarrada y que se la había estado sujetando desde que perdimos de vista a la profesora de religión. Nos miramos sin romper esa extraña atmosfera silenciosa que parece encontrarse solo en los pasillos de instituto. Era la primera vez que le sostenía la mano a una chica.

“Otra primera vez con ella –pensé mientras la soltaba y pasaba la yema de los dedos por la palma, como buscando de manera casi inconsciente retener el calor de aquel contacto que aun palpitaba en mi piel”.

–¿Ocurre algo? –preguntó ella con una mirada que parecía querer preguntar algo diferente.

La agarré de la cintura, y ella llevó sus manos a mis antebrazos. La hice retroceder hasta chocar contra la pared y acerqué mi boca a la suya. Justo cuando estuve a punto de besarla, noté como el aroma a limón de su aliento acariciaba mis sentidos. No pude evitar sonreír para mis adentros. Clavé los labios sobre los suyos y mientras cerraba los ojos me fundí junto a Maite en una inclemente batalla en la que ninguno parecía querer dar tregua al otro. Apenas tardamos unos segundos en devorarnos. Lo cierto es que estaba realmente excitado desde muy temprano y necesitaba desahogarme y aquella situación solo hacía que estuviera más tenso. Bajé las manos hasta los muslos de Maite y la levanté. Ella reaccionó sorprendida.

Nos miramos un instante y descubrí que sonreía mientras se mordía el labio inferior izquierdo. Me volvía loco que lo hiciera. Noté como sus piernas me rodeaban, mientras mis manos agarraban sus nalgas prietas y lujuriosas. Seguimos besándonos, notando nuestra respiración entrecortada, el contacto y la presión que ejercíamos con nuestros cuerpos en el otro, la excitación que crecía por momento al notar mi miembro amoldarse a su entrepierna. Aparté mi boca de ella y me dirigí a su cuello para besarlo y arrojar alguna que otra pequeña dentellada que no dejase marcas y causara una respuesta placentera en ella. Cuando noté una de sus manos en la nuca jugar con mi cabello, supe que iba en buen camino.

–Tenemos que darnos prisa –dije sin levantar demasiado la voz–. No tenemos tanto tiempo como otras veces.

Maite no respondió con palabras y no hacía falta. La expresión de su cara, el fuego y la clara excitación que rebosaba en sus ojos era todo lo que necesitaba para saber que pensaba. La volví a besar mientras la soltaba con cuidado y ella volvía a tener los pies en el suelo. Luego de apretar por última vez su trasero, llevé la mano derecha al cierre de su pantalón. Mientras luchaba por soltarle el botón ella me detuvo.

–Vamos al cuarto.

La miré fijamente. Antes de que se acercara a la puerta la apoyé contra la pared y la volteé para que me mirase.

–¿Desde cuándo la persona que recibe el castigo da órdenes? –pregunté mientras apartaba su mano, soltaba el botón y tiraba de la cremallera hacia abajo. Distinguí por la forma que llevaba un tanga de color negro. Nunca la había visto llevando uno y me moría de ganas de hacerlo–. Vas a pagar por tu comportamiento de antes y lo harás aquí.

–Pueden…

Su voz se quebró en un murmullo agónico, cuando conseguí meter tres dedos en aquella diminuta prenda y empezaba a embriagarme del calor húmedo que comenzaba a brotar de su sexo.

–¿Vernos? ¿Es lo que ibas a decir? –La cara de Maite era una lucha entre el sentido común y la lívido. Mientras una de sus manos me apretaba con fuerza la muñeca con que me habría paso entre sus piernas, la otra terminó dirigiéndola a su boca, con la intención de contener los gemidos que seguro terminaría por dejar escapar–. También pudieron vernos en la biblioteca, en el autobús o en la clase. ¿Recuerdas la clase?

Sentí como las piernas de Maite se estrechaban cuando conseguí introducir el dedo corazón y empecé a moverlo muy despacio. La presión de su mano sobre mi muñeca disminuyó.

–Te he hecho una pregunta.

Maite abrió los ojos y se destapó la boca. Estaba claro que mi reina estaba excitada y que en su fuero sabía que lo único que le quedaba por hacer era dejarse llevar por el momento como en las otras ocasiones y disfrutar lo que estaba por pasar e íbamos a compartir.

–Sabes que si lo re…

Tapé su boca con mi otra mano y acerqué mi boca a su oreja.

–No tienes permitido decir una sola palabra ni emitir el más mínimo gemido hasta que terminemos de jugar. ¿Lo comprendes? –Noté el aliento de Maite en mi mano al tiempo que ella asentía–. Así me gusta. Si te atreves a desobedecerme sabes que te saldrá caro. No te he escuchado –dije mientras mi dedo entraba y salía de su interior tanto como la posición y su lucha a dejarse llevar del todo por el placer del momento me permitían. Mi reina trató de contenerse y finalmente dio una nueva cabezada para afirmar–. Bien. Este es el trato. Si consigues aguantar callada hasta que suene la sirena, estaremos en paz. Pero, al más leve ruido –en ese momento añadí un segundo dedo al juego e intensifiqué las acometidas. La expresión de Maite era una delicia y la erección que presionaba contra mi pantalón reclamaba también su parte de la diversión–, ten por seguro que el próximo lugar donde lo haremos te parecerá mucho más vergonzoso que cualquier de los otros en los que lo hemos hecho. Ahora, bájate el pantalón y separa un poco más las piernas.

Mi reina obedeció la orden y tiró de la prenda hacia abajo, mientras me deleitaba con las curvas de su cadera y me moría de ganas de darle la vuelta para estrujar y jugar con su trasero de diosa. Pero no era el momento y debía darme prisa.

Volvimos a besarnos sin dejar de masturbarla y antes de separarme y contemplar su cara no pude contener las ganas de morder con picardía su labio inferior. Aceleré el movimiento en su interior y en ese momento mi reina quiso llevarse la mano a la boca, pero la detuve.

–Aún no –le dije mientras la miraba con lascivia y perversión. Sin prisa, saqué los dedos de su sexo y los acerqué a mi boca, ante los ojos expectantes de Maite–. Joder. Apenas hemos empezado y ya estás así de mojada. Abre la boca y pruébate. No hagas que te lo repita.

Sin hacerse derogar, hizo lo que le ordené. Acercó sus labios y comenzó a chupar mis dedos empapados de sus jugos. Mientras la veía moverse hacia delante y atrás sus ojos permanecían fijos, lascivos y atentos a mí. Cuando sentí los lametones de su lengua, me sentí incapaz de llevarme la mano a la entrepierna y acariciarme el miembro. Solté el botón del pantalón para aliviar un poco la presión, pero me contuve. Sabía que si me bajaba la bragueta aquello se me iría de las manos y por desgracia no era el momento.

–Creo que vas a querer taparte la boca –aseguré mientras retiraba los dedos de su boca y me ponía de rodillas sin romper el contacto visual. Mis manos bajaron por su cintura hasta las tiras de su tanga y luego por sus muslos. Hice que abriera un poco más las piernas y me dispuse también a probar su sabor una vez más.

Sin quitarle el tanga, hundí la cara en su entrepierna y respiré su aroma sensual y adictivo. No hay otra fragancia comparable al aroma que desprende una mujer encendida y con ganas de que estimulen el calor que crece en lo más recóndito y placentero de su ser. Sin aguantar más las ganas hice la tela a un lado y dejé a la vista su sexo. Sus labios estaban tan húmedos que parecían brillar. Con un par de dedos los separé y su reacción no tardó en llegar. Noté la mano que no tenía ocupada cubriéndose la boca, volver a jugar con mi cabello. Casi parecía estar pidiéndome que hundiera de una vez mi lengua en su coño mojado y ansioso de recibir un mayor goce del recibido hasta ese momento. Sabiendo que los segundos pasaban veloces cuando más disfrutas de algo, supe que no tenía tiempo para los detalles, ni más caricias. Debía ser directo y aprovechar cada segundo. Mientras mantenía sus labios separados, volvía introducir un par de dedos dentro. El fuego resbaladizo de su interior parecía succionarme los dedos cada vez que los retiraba un poco antes de volver a arremeter. Aceleré el ritmo y noté como las piernas antes tensas de Maite, se relajaban y se inclinaban un poco hacia delante. No vi su cara, pero podía imaginarme cómo debía estar por la forma en que agarraba mi cabello. Sin parar de estimular y humedecer aún más su sexo y con la otra mano separando sus labios, acerqué mi lengua hasta su clítoris.

Tras apenas darle unas sutiles caricias con la punta de la lengua, pue notar los efectos que aquel simple y leve contacto había tenido en mi reina. Su mano comenzó a tirar de mi cabello e incluso noté como buscaba pegar su cuerpo contra mi rostro. Incluso noté un leve gemido que debió costarle horrores contener. Me encantaba aquella situación en la que veía como luchaba contra ella misma para terminar dejándose llevar por sus instintos más primarios y carnales.

En el sexo hay que dejarse llevar por lo que siente el cuerpo y no por lo que dice o te pide la mente, sobre todo cuando te sales de lo convencional y decides hacerlo donde no se debería. Maite disfrutaba de aquellas situaciones comprometidas y peligrosas en que alguien pudiera verla y me aprovechaba de esa debilidad que trataba de explotar tanto como podía. Aunque el temor a que nos descubrieran me ponía muy cachondo, era ella quien disfrutaba más de aquellos momentos. Cuando terminara de darle el placer que tanto ansiaba, sería el momento de exigirle cuentas.

Sin detener el movimiento, seguí arrojando caricias con la lengua en su punto más sensible y estimulante, mientras mis dedos seguían abriéndose camino en su interior. Separé un momento la boca de su sexo y noté como sus jugos caían por sus muslos. Pasé la lengua por ellos y saboreé los frutos de mi trabajo, mientras una ligera descarga de placer hizo temblar las piernas de mi reina. Fue en ese momento cuando Maite se volvió una reina dominante y tiró de mi pelo hasta volver a pegar su sexo contra mi cara.

Aquello me sorprendió y excitó por igual. Me gustaba que tomara el control y que no quisiera que aquel momento acabase, pero no podía permitir que lo hiciera cuando le diera la gana. Era yo quien mandaba en ese momento y no pensaba cederle el mando.

Era momento de darle una pequeña lección.

Aparté su mano de mi cabeza y me puse en pie sin sacar aún los dedos de su interior.

–Quítate la mano de la boca –ordené en voz baja mientras la miraba. Sus ojos estaban bañados en delirio y excitación. Sin pérdida de tiempo me obedeció y me mostro su boca de diablesa ansiosa de recibir más emociones y estímulos–. Hoy soy yo quien decide lo que te hago y cuando, no tú. Ahora, tendrás que contener esos gemidos de viciosa que te encanta soltar, sin ayuda. Al más mínimo ruido, ya sabes lo que te espera.

Antes de que le diera tiempo a decir o hacer nada aceleré el movimiento de mis dedos entre sus piernas. No pasaron ni diez segundos cuando mi reina se mordía los labios y cerraba los ojos para contener las ganas que tenía por gritar. Cuando vi que ya no podía más y se intentaba cubrir de nuevo con la boca, la agarré de la muñeca y la sujeté contra la pared.

–Abre los ojos. Mírame. Eso es. ¿Quieres que pare? Vamos. Responde –Maite estaba en un momento en que su cara hablaba por ella, pero quería llevarla a un punto del juego en que la razón no tenía cabida y sabía que mi reina tenía la mano puesta en el pomo de esa puerta. Tan solo tenía que tirar y entrar. Y eso fue lo que hizo cuando al cabo de unos segundos me miró y negó con la cabeza–. Así que quieres que siga –ella asintió con rabia y con cierta sumisión, como si odiara que le hiciera decir algo que ya sabía–. Muy bien. Veamos cuanto puedes aguantar.

En ese momento, aceleré el ritmo poco a poco hasta ir lo más rápido que podía sin perder la coordinación ni causarle daño. Me excitaba ver su expresión, como si estuviera sometiéndola a una gran agonía.

–Sigue, sigue –respondió.

En ese momento solté su mano y le tapé la boca, mientras continuaba llevándola al límite de sus fuerzas. Ella leyó en mis ojos que no quería que hablara y asintió. Sin fiarme de ella acerqué tres dedos a su boca. Maite sabía lo que pretendía y no se opuso. La abrió y comenzó a chuparlos muy despacio, sin dejar de mirarme.

En aquel momento quería darle la vuelta, arrancarle el tanga y penetrarla con todas mis fuerzas hasta correrme dentro de ella. Pero no podía. Necesitaba seguir con la mente enfocada en la presentación de arte. Si iba más allá con ella, sin duda las cosas no saldrían tan bien como lo había planeado.

A pesar de ello, no podía dejar que aquello acabara así. También deseaba llegar a ese punto de descontrol y ansia por otro ser humano y sentir los espasmos agónicos de un buen orgasmo. Mi reina parecía estar a punto de recibir el suyo. Era justo que en aquel juego ganásemos los dos.

–Bájame la bragueta. No te he dicho que dejes de chuparme los dedos. Eso es –en ese momento, mientras ella forzaba mi pantalón a descender, noté como sus uñas rozaban mi falo a través de la tela del bóxer y un escalofrío me hizo temblar de la emoción–. Vamos. Mete la mano y… joder.

En ese momento fui yo quien tuvo que reprimir un gemido. La miré fijamente. Había pasado de traviesa a diablesa en cuestión de momentos. Ahora aquello era un juego de dos que, en apariencia, estaba igualado. Sentir el calor de al acariciarme y fortalecer la ya de por si marcada erección que mostraba no le costó esfuerzo. Sin que tuviera que decírselo, Maite tiró de la prenda con su mano libre y con la otra agarró bien mi miembro y muy despacio empezó a masturbarme.

En ese momento bajé el ritmo de mi acometida en el interior de su sexo, tratando de igualar la velocidad a la que su diestra mano me estimulaba. Contemplé el intenso brillo de sus ojos. Tenían el color de las hojas que danzan con el viento en una cálida tarde de otoño, de los granos de café recién tostados, de la tierra húmeda por una lluvia inesperada.

Es curioso cómo incluso en esos momentos en los que parece poseerte un único anhelo y pensamiento, en los que tratas de alejarte de toda lógica y tan solo buscas dejarte llevar, sentir y gozar, la mente se aferra a esas imágenes, las conserva para que podamos volver a ellas cuando recuperemos la razón y seamos una vez más simple mortales y, así, darles palabras pomposas, llamativas y, en ocasiones incluso sinceras, a lo que quizás no era necesario dárselas en un principio.

Contemplaba a mi reina sin tener idea alguna de que veía ella en mis ojos.

Tal vez no saberlo fue lo mejor.

Acerqué mi rostro al suyo hasta el punto en que nuestras respiraciones chocaban. Me moría de ganas de besarla y de hacerle muchas otras cosas más apropiadas para aquella situación, pero aquel momento de goce y de placer mutuo sería todo lo que tendríamos por ahora.

Noté como su mano liberaba el prepucio y lo dejaba a la vista. Leí en su mirada en la agresividad con la que se mordía el labio lo que quería. O al menos lo que buscaba hacerme creer que quería. Aquello podía ser otra clase de juego como el que tuvimos en la ducha, donde el primero en caer y venirse, pierde. En ese momento mi lado más travieso afloro. Llevé la mano que tenía libre a su trasero y tiré con fuerza de la tira del tanga hacia arriba y abajo, causando presión en su sexo. Ya no solo mis dedos le daban placer, sino que incluso su ropa interior le añadía un estímulo extra.

Maite aceptó el reto y también usó su mano libre para acariciar y masajear mis testículos, mientras aceleraba el ritmo de mi masturbación. A cada presión que ejercía, con cada ligero giro de muñeca y caricia sutil que efectuaba sobre la punta de mi falo con la yema de su pulgar, Maite estaba cada vez más cerca de hacerme venir de placer, pero yo tampoco me quedaba atrás. Ya no me contentaba con solo meter y sacar los dedos, e ir deprisa, sino que buscaba rozar aquellas zonas que más placer le causarían. Había sido ella quien me enseñó que no se trata solo de velocidad sino de saber dónde dar el golpe preciso.

El calor del placer recibido y el éxtasis que reflejaba su rostro dejaba claro que no tardaría demasiado en venirse. Fue en ese momento cuando noté sus manos detener sus caricias y se dedicó a disfrutar de los siguientes segundos. Apoyó su mentón en mi hombro, me rodeó con los brazos y llevó ambas manos a la boca para contener sus gemidos, aunque fue inevitable que alguno de ellos se oyera más de lo que deseaba. A los pocos segundos noté como sus piernas se cerraban con fuerza, evitando que continuara masturbándola.

Fue entonces cuando supe que había logrado que se corriera.

El sexo es una clase de libertad que la gran mayoría busca experimentar, pero no todos son afortunados de dar con la persona indicada con la que poder cohabitar casi al unísono en esa clase de liberación.

Acostarse con alguien es la parte fácil, pero llegar a ese punto final de la diversión en que locura, pasión y realidad colisionan, mirar a la otra persona a los ojos y sentir que ocupan el mismo instante en el tiempo, que están en la misma fracción de segundo, compartiendo el silencio entrecortado de sus respiraciones, el calor sudoroso de sus cuerpos desnudos y agotados o el choque de miradas que cuentan una larga historia sin necesidad de recurrir a las palabras, eso no es algo que esté al alcance de todos.

Esa era la clase de complicidad que tenía con Maite y era la misma que buscaba crear con el resto de mis reinas.

Cuando el momento pasó y ella se relajó, sus piernas le temblaban. Mi mano estaba mojada de sus jugos y su tanga también estaba empapado en ellos. Hasta sus muslos estaban húmedos.

La separé de mi cuerpo y la miré con seriedad. Era hermosa, incluso cuando su mente aún no lograba reorganizar sus pensamientos. La agarré de la barbilla y la besé en los labios. Ella no lo rechazó, incluso al separarnos se pasó la lengua por ellos, como buscando retener el recuerdo de un sabor prohibido.

Antes de que le diera tiempo a pensar en subirse la ropa o en mirar la hora, la agarré de la mano y la llevé a mi falo aun erecto.

–Colócate la ropa, pero no creas que hemos acabado. Ya sabes lo que quiero.

Con cierta dificultad para acomodarse la ropa, mi reina, se recogió el cabello en una pequeña coleta y se dispuso a sentarse sobre sus rodillas. Posó una de sus manos en mi muslo y usó la otra para masturbarme mientras me lamía y empapaba los testículos. Deseaba cerrar los ojos y dejarme llevar, pero no podía bajar la guardia. Aun en esa situación estaba pendiente al más mínimo ruido que hiciéramos o que pudiera provenir de la planta de abajo. No era un imposible que alguien pasase por allí y nos viera.

Aun así, resultaba difícil mantener la mente fría cuando te pasan la lengua con tanta dulzura por todo el pene hasta llegar a la punta. Me encantaba esa costumbre pervertida que tenía Maite de escupir sobre el prepucio, mirarme a los ojos y sonreír mientras pegaba sus labios y empezaba a chuparla con maestría. Lo mejor de sus mamadas era cuando succionaba la punta, buscando acelerar el final. No era nada sencillo contener las ganas cuando recurría a ese truco. La miraba entregarse de lleno para darme lo que le pedía, mientras me imaginaba levantándola del suelo, colocando su cara contra la pared, acariciando sus pechos y penetrándola hasta acabar de gusto en su interior. Pero ambos íbamos vestidos para exponer y sería difícil explicar porque nuestras ropas estaban tan arrugadas y descolocadas. Además, necesitaba estar enfocado en todo momento y después del sexo, mi mente no era tan precisa como desearía. Contra una bruja como Doña Elga o dabas lo mejor de ti o estabas perdido.

Tendría que conformarme con aquel momento de placer que no terminaría tal y como mi reina se esperaba.

La humillación pública de la profesora era lo primero. Una noche de placer con Maite sería una justa recompensa.

Justo en el momento en el que sentía que iba a eyacular, en el que pude haber pegado su cabeza contra mi falo para hacer que se lo tragara todo y así evitar que mi semen cayera en su blusa negra o su pantalón, cerré los ojos mientras me mordía con fuerza la lengua y recurría al truco de repetir en mi cabeza aperturas de ajedrez que usé con Gabriela, pero al igual que la vez anterior ahora tampoco estaba funcionando.

Unos segundos después, como si de un milagro salvador se tratara, sonó el timbre.

Con cierta dificultad, logré controlar las ganas de correrme el tiempo suficiente para terminar con nuestro juego y con el castigo a mi reina. Castigo en el que ella había tenía un final feliz y yo, para mi desgracia, me había quedado a las puertas de un gran y esperado desenlace.

–Para –dije mientras la miraba con un deseo rabioso y del que ya comenzaba a arrepentirme de haber contenido–. Es suficiente por ahora.

Maite me miró con cara de no entender nada, mientras separaba su boca de mi pene.

–¿Crees que voy a dejar que esto acabe así sin más en un minuto? –respondí mientras me guardaba el miembro y me colocaba la ropa –. Te dije que no hicieras ruido. También que no te tapases la boca y en ambas me has desobedecido.

–Tú también gemiste cuando….

–No te atrevas a replicar. Este era tu castigo, no el mío –dije mientras me subía la bragueta y extendía la mano para ayudarla a ponerse en pie–. Al menos uno de los dos ha quedado satisfecho del todo. Parece más relajada.

–También empapada.

–No te veía tan empapada desde aquella vez en la biblioteca pública. Admítelo. Esto te pone.

–Lo dice el que me incita a hacerlo en sitios públicos.

No pude evitar mostrar una ligera sonrisa, pero no me permití que durase más allá de un simple instante. Era complicado intimar tanto con Maite y evitar ver en ella a una simple reina más. O lo que era peor; que ella dejase de verme en la forma en la que lo estaba haciendo en ese mismo momento.

“No puedo ser lo que tú quieres o crees que quieres que sea –pensé mientras observaba la profundidad de aquel par de ojos que en ocasiones lograban desordenar mis sentidos–. Al igual que tú no puedes ser la mujer de la que llevo años enamorado”.

–Será mejor que bañas al baño a… limpiarte un poco. Mientras tanto iré a clase. Los demás no tardarán demasiado en llegar. Tendrás unos diez minutos antes de que llegué Don Fernando.

–Es verdad. Tenemos clase de gimnasia.

–Olvídalo. No te cambies. Las notas ya estarán en las actas y lo de hoy no cuenta como clases.

–¿Vas a saltarte su clase? –pregunto asombrada mientras se metía la blusa por dentro del pantalón lo suficiente para no llamar demasiado la atención si alguien la veía. Le señalé el cabello y se soltó la coleta.

–No seas absurda. Iremos a clase. Mientras los demás sudan y corren fuera en el patio tu y yo repasaremos en el gimnasio. Vamos. No perdamos más tiempo.

Bajamos las escaleras y ya a lo lejos podía escucharse el rumor de cientos de alumnos que se preparaban para regresar a sus aulas.

–Te lo advierto. Esta hora será nuestra última oportunidad de ensayar. Ve al baño y mentalízate. Quiero que la persona que exponga a mi lado sea la misma de ayer, la que hizo lo que le pedí en clase y dominó lo aprendido en mi casa. No me apetece que la profesora se salga con la suya, pero esto no es solo por ella. Nos hemos dejado la piel en esto como para pifiarla en el último momento. Yo sé que lo haré perfecto. ¿Y tú?

–Daré lo mejor de mí para humillar a esa zorra. Voy al baño.

La agarré de la mano sin ejercer presión Sus ojos se dirigieron a donde la estaba sujetando y luego a mí.

La contemplé frío y distante.

–Esa es la respuesta de una cría, no de una reina.

Nos miramos fijamente durante varios y largos segundos. Maite suspiró por los agujeros de la nariz, se acercó hasta mí hasta que apenas quedaron unos milímetros de distancia entre nuestros cuerpos y con la seguridad desbordante que emanaba cada uno de sus gestos la noche y la tarde anterior me respondió.

–Estaré tan perfecta que incluso tu misma acabarás admitiendo que lo he hecho mejor que tú.

Vi como retrocedía unos pasos con una sonrisa orgullosa, digna de una reina… digna de ser amada.

–Tendrás que demostrarlo –espeté seco y cortante mientras me daba la vuelta y me encaminaba de regreso al aula.

–Lo haré –lanzó ella a mi espalda. Su voz no mostraba duda, sino más bien convicción. Pero solo podría estar seguro cuando llegase la hora de la verdad–. Lo verás. Todos lo verán.

–Date prisa en regresar –respondí mientras me volvía para verla. Pude ver como descendía las escaleras a la planta inferior para ir a los baños del segundo piso, los cuales estaban reservados solo para mujeres.

Cuando creía que Maite ya habría bajado el primer tramo de la escalera, me acerqué raudo a la barandilla por si la veía. No estaba a la vista.

En ese momento alcé la mirada y la dirigí a la pequeña planta en que se encontraba el cuarto del conserje. Subí los escalones de dos en dos y me detuve ante la puerta. Estaba ligeramente más abierta a como la recordaba al bajar minutos antes.

No pude evitar sonreír con malicia cuando al empujar la puerta para abrirla descubrí una muy agradable sorpresa en su interior.

–Hola, Gaby.

Continuará…