Relatos de juventud libro 2: Cap 4

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

El recital de poesía comenzó. Ninguno de los allí presentes había optado por hacerlo solo. De los chicos, solo dos de ellos se atrevieron a intentarlo, y recibieron risas silenciosas y burlonas por parte de Chano y los demás. Fue una hora larga y aburrida en la que escuché poemas de Bécquer, Whitman, Wordsworth, Rubén Dario, Espronceda, y muchos otros. Solo dos poemas llamaron mi atención. El primero fue el de Leoni y su compañera de mesa Amanda. "El camino no escogido” de Robert Frost era una reflexión eterna que no pasaba de moda con los años.

Me hizo pensar en todo lo que había vivido y en mis decisiones pasadas. Había escogido recorrer un camino que estaba marcado por la incertidumbre, pero que sin duda alguna resultaba mucho más placentero de recorrer que una senda vulgar y corriente. Miré a mis compañeros aplaudir a mi reina y su compañera y me uní al coro mientras sonreía. Me sentía como un lobo disfrazado entre un rebaño de ilusas ovejas que estaban sentenciadas a llevar una vida corriente. Trabajos, hipotecas, matrimonio…

¿Realmente aquello se podía considerar una vida?

No era un iluso. Sabía que al igual que ellos, tendría que sacrificar años de mi vida para ser mejor y obtener todo lo que me merecía, pero si jugaba bien mis cartas, no tendría por qué resultarme un suplicio. Si conseguía mejorar las habilidades que K me había ido enseñando con los años, observación, recabar información de los demás, recurrir al chantaje, la extorsión, aprovecharme de las debilidades, los errores y pecados ajenos según su beneficio a corto o largo plazo, mis posibilidades de triunfar eran una certeza.

No todos en el aula eran unos ineptos o fracasados. De las chicas, casi todas acabarían en la universidad. De ellas más de la mitad finalizaría sus estudios en los años que duren sus estudios. El resto tardarían dos años más o acabarían abandonando. La voluntad y la fuerza de una mujer es muy superior a la de un hombre, pero no todas están a la altura de su género.

En cuanto a los idiotas de mi clase, la mayoría haría algún ciclo formativo al acabar Bachiller y solo unos pocos optarían por continuar estudiando.

Chano era de los que seguirían estudiando solo para no tener que dar un palo al agua. El dinero de su familia, junto con la mala educación que recibió por parte de sus padres, lo convertía en un niño mimado. No por ello había que descartar que tenía cierta facilidad para aprobar. Puede que sus trabajos fueran un desastre, indignos de una nota superior al bien, pero tenía buena memoria y facilidad para quedarse con las cosas.

La clase de genio idiota que nunca se atrevió a explotar su talento y que prefirió convertirse en el payaso líder de la clase. Vi cómo se volteaba para mirarle el culo a Leoni y se mordía el labio inferior con ansias.

Algo hay de malo en un hombre que solo mira a una mujer como si fuera un objeto o un trozo de carne. Y, aunque Chano seguía siendo un crío, estaba claro en la clase de persona que acabaría siendo.

Me desagradaba la idea de pensar que podía haber acabado como él si me hubiera propuesto hacer cualquier cosa para ganarme el aprecio de todos. No hay mayor error que perder tu identidad, renunciar y esconder quien eres en realidad solo para tener cerca a personas a las que poder llamar amigos y que no son más que una mentira temporal.

Chano vio que le miraba y me sostuvo la mirada. Luego sonrió y me lanzó un beso. Hice como que esquivaba su mirada y la centraba en la siguiente pareja a exponer. Tras escuchar otros dos aburridos poemas sobre el amor perdido, le tocó el turno a Gaby y Maite.

Estaba realmente interesado en aquella presentación. No solo porque no sabía que poema habían escogido, sino también porque podría ver a Maite en acción ante toda la clase. Aquella sería la prueba definitiva que confirmaría mis sospechas o las anularía del todo. Admito que me habría dado rabia equivocarme y que lo bordase, pero si lograba cautivar a la audiencia tragarme mi orgullo habría sido un auténtico placer.

–Bien. Con este poema acabará el recital de poesía. Podréis ver los resultados en vuestros boletines. Ya sabéis que las notas se entregan esta tarde. Vuestros padres pueden pasar a partir de las cuatro a por ellas. También se os enviará una copia por correo electrónico para los que no puedan pasarse. Bien. Dicho esto, vuestras compañeras nos van a recitar un poema de –dijo mientras miraba la hoja con las elecciones–…

–If –dijo Maite segura y tranquila. La verdad es que estaba realmente hermosa con la ropa que había escogido. A su lado mi amada Gaby habría pasado desapercibida a los ojos de cualquier chico, pero no a los míos. Llevase lo que llevase, era una luz en un mundo de sombras. Aunque ese día, resaltaba menos que su prima–. Es un poema de Ruyard Kipling. Para los que no tengáis ni idea de quién es, la película del libro de la selva está basado en una de sus obras.

“Buen comienzo –pensé irónico–. Hazles saber a todos que son unos incultos por no saber quién fue el creador de Mowgli y Baloo”.

–Bien. En ese caso os dejamos empezar, ya que es un poema algo extenso. Buena suerte.

Se hizo un breve silencio en el que ambas intercambiaron miradas y luego Gabriela dio un paso al frente con la hoja del poema en sus manos. Maite, en cambio no llevaba nada. O pensaban compartir la hoja o se lo había aprendido de memoria. Teniendo en cuenta el tiempo y la preparación que le habíamos puesto al trabajo de arte resultaba increíble que hubiera podido memorizar un poema también. Increíble, pero no impresionante. Después de todo el potencial que había demostrado mi reina en los últimos días, algo tan insignificante como aquello no merecía más que una ligera muestra de asombro por mi parte. Pero si no lograba recitarlo con sentimiento y emoción el poema de Kipling no eran más que palabras vacías y sin vida.

–If. Un poema de Rudyard Kipling –comenzó a leer mi encantadora reina–. Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a su alrededor la pierden y te culpan a ti…

Miré sus labios con antojo y me pregunté si sería capaz de moldearla y sacar todo su potencial oculto. Deseaba tanto volver a quedarme a solas con ella, sentir la ira de su mirada y el odio de sus palabras clavarse en mi piel, respirar el aroma de su perfume de su pelo… necesitaba hacer alguna jugada más en ella antes de que el día terminara y no volviera a verla hasta después del viaje de navidad. No podía dejar que las cosas terminaran así, sin más. Era esencial causar estragos en su mente y mostrarle un modo diferente de vivir, que viera que lo que tenía que ofrecer era la forma correcta y sensata de aprovechar el tiempo que nos estaba concedido.

Cuando comenzaba a imaginar mi jugada sobre Gabriela, dejó de hablar al terminar la primera de las cuatro largas estrofas del poema. Al parecer iban a turnarse en vez de que cada una de ellas realizara su parte de forma completa antes de dar paso a la otra. Estaba claro que esa idea la habría sugerido Maite, imitando nuestro trabajo y lo que le había enseñado. No pude evitar mostrar una sonrisa de orgullo. Me sentía como un maestro que ve a su alumna poner en práctica lo aprendido.

Miré a Maite y me pregunté si me haría sentir orgulloso o decepcionado.

Gaby dio un paso atrás y miró a su prima. Le ofreció la hoja, pero Maite la ignoró por completo y avanzó. Miró a la clase con fuerza y desafío. Había seguridad en su rostro, pero la expresión que mostraba era ligeramente huraña y tensa. Era casi como ver a la profesora Elga dar sus clases. Antes de que empezase a hablar, ya me temía lo peor.

–Si puedes soñar sin que los sueños te dominen, si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo…

“Fría, distante. Un robot. ¿Por qué demonios tiene los brazos a la espalda? Idiota. Date cuenta de que tu cara no va en sintonía al mensaje del poema. Transmites justo lo opuesto”.

“Está enfadada y no es capaz de controlarse. El trabajo de arte peligra.”

“No he renunciado a noches de sueño ni me he dejado la vista para que fuera en vano. Estará lista para la última hora. Solo debo lograr que desahogue su rabia.”

De pronto, en los últimos versos de su intervención Maite miró hacia donde estaba sentado Chano y dudó. La mayoría de sus clientes estaban justo frente a ella y parecía mirarlos a todos. Se produjo un silencio que duraba demasiado.

“No agaches la cabeza. No la agaches. Mantente firme como lo ensayamos. Joder.”

Mi reina buscaba la respuesta en el suelo. Su prima le enseñó la hoja y mientras se mordía el labio indignada la aceptó y terminó su primera intervención.

Resultaba increíble ver el fracaso en una persona que tenía lo necesario para evitarlo, pero cuando se es incapaz de controlar las propias emociones, ese es el resultado que espera a cualquiera.

Mientras Gabriela retomaba su segunda y última intervención. Maite miraba a todos lados y a ninguno. Su mente estaba descentrada, como si tratase de dar con la segunda parte del poema para así no tener que recurrir al texto. Era triste ver sobresalir a la reina equivocada, aun cuando esta resultase mediocre y no muy diferente a los demás. Pero de todos los que habían participado en aquella búsqueda de unos decimales extras, mi reina y compañera de trabajo había resultado la peor con diferencia.

Quise hacer algo, intervenir antes de que hablase, toser, dar un golpe en la mesa. Lo que fuera que llamase su atención para que me mirase y recordase todo lo que le había enseñado. Pero me contuve. No podía negarle a Maite aquel fracaso. Era preferible que lo sintiera, que notara las burlas de los chicos, el tedio de los compañeros, la indiferencia que aparentaba al oírla destrozar un poema inspirador y optimista.

–Tuya es la tierra y todo lo que hay en ella. Y–lo que, es más–. ¡Serás hombre, hijo mío!

Maite pudo terminar su parte sin recurrir a la hoja, esquivando mirar a las filas del frente y centrándose en las traseras. Rehuyó plantar cara a sus mayores obstáculos para demostrar a todos que, a diferencia de ellos, se había tomado la molestia de aprender el texto de memoria. Una pequeña e inútil victoria moral.

Un coro de aplausos de pega, propios de cualquier centro educativo, se adueñó del aula una vez más. Esta vez fui el único que no se molestó en seguirles el juego. Maite, quien no me había mirado durante todo el recital, me lanzó una mirada mientras regresaba a su puesto. No estaba seguro de si pretendía saber que me había parecido o si solo buscaba confirmar sus sospechas.

La miré con indiferencia. No podía permitir que notara como me sentía realmente. Eso me lo guardaba para cuando estuviéramos a solas.

–Muy bien chicos. Habéis estado increíbles. Antes de irnos quiero hacer con vosotros un último ejercicio de literatura. Esto no irá para la nota. Es simplemente una actividad de reflexión. No pongáis nombres. Es mejor que sea anónimo. Voy a repartiros una tarjeta en blanco y quiero que en ella escribáis una sola palabra. Una palabra que defina aquello que más deseáis conseguir en este momento de vuestras jóvenes vidas.

–¿Puede ser cualquier cosa? –dijo alguien.

–Si es lo que más queréis, sí. Ya sea dinero, felicidad…

–Un trío –soltó Chano. Al instante algunas risas surgieron de todos lados

Nunca dejaría de asombrarme la simpleza humana. Mientras gente con más talento e inteligencia se dejaban la piel y sus escasos recursos para tener la oportunidad de estudiar, otros nacían con todo dado y no daban importancia a su suerte. Mi madre luchó como una guerrera para que nunca me faltara nada, pero tampoco me crio para ser un consentido. Era el hijo de una mujer que nunca se había rendido, que había soportado lo indecible en silencio y que, aunque nunca me dijera nada, esperaba que fuera mejor que ella.

Una vez escuché decir que todo en la vida ha de tener un lado opuesto, un contrario y que eso mantiene un cierto orden, un equilibrio. Vida y muerte, amor, odio, guerra y paz y una larga lista.

Mientras miraba a Chano chocar el puño con su compañero de mesa orgulloso de su ocurrente comentario me di cuenta de que los términos de justicia e injusticia jamás hallarían un equilibrio. Tales palabras, al igual que los humanos o el bien y el mal, siempre estarían descompensadas.

El profesor hizo un gesto con la mano y todos callaron.

–Podéis poner lo que queráis. Pero es preferible escribir algo realista que podáis lograr –algunas risas tímidas y discretas se escucharon, mientras pasaba de mesa en mesa dejando tarjetas en blanco–. Está bien, calmaos un poco. Tenéis cinco minutos antes de que suene la sirena para completar la actividad. Recordad. Una sola palabra. Aquellos que estéis interesados, colgaré los resultados del recital de poemas y vuestras respuestas

Miré el trozo de papel. Noté como el silencio retornaba al aula, quebrado únicamente por el sonido de lápices y bolígrafos grabar su huella en forma de palabras. Algunas manos comenzaron a levantarse para avisar de que ya la tenían.

–Los que acabéis dad la vuelta al papel y esperad. Cuando todos hayan acabado pasaré a recogerlas.

Volví a sumergir mis pensamientos en la tarjeta y me pregunté qué era lo que más deseaba conseguir. ¿Era el amor de Gabriela? ¿Conquistar mujeres imposibles? ¿Afrontar un riesgo aún mayor de los que ya había encontrado? Poder. Gloria. Riqueza. Sabiduría. Reconocimiento. Docenas de palabras valían y encajaban perfectamente en aquel lienzo de papel, pero ninguna era la adecuada. Eran respuestas sin más, pero no eran la verdad.

–Se acabó el tiempo –dijo el profesor mientras comenzaba a pasar de mesa en mesa. Al llegar a mí sitio, me miró–. ¿Tienes tu palabra?

Sonreí discretamente mientras asentía y depositaba mi tarjeta en blanco encima de todas las demás.

–La tengo –respondí con honestidad.

Mientras el profesor continuaba con la recogida, cerré los ojos y visualicé el tablero de la mayor partida de mi vida. Un buen jugador siempre va varias jugadas por delante de sus oponentes y hasta el momento, aunque tenía ventaja respecto a mis rivales, no había profundizado en exceso en el futuro de la contienda. No lo hacía porque era imposible de prever el destino de cada pieza, al igual que el final que me depararía al llegar a los movimientos finales.

“Céntrate. Sabes que si tratas de ver demasiado lejos…”

“Pierdo de vista lo que tengo más cerca.”

“Y eso puedo estropearlo todo. Esta no es una partida de ajedrez convencional, Dani. Tus oponentes no son jugadores como tú. Supondrían un reto en conjunto, pero de forma individual, puedes encararlos y seguir yendo un paso por delante. Un paso es todo lo que necesitas”.

“Por ahora.”

“El ahora es todo lo que tenemos. Preocupémonos por el futuro cuando llegue.”

La sirena sonó y el final de la tercera hora había llegado.

Mientras los demás disfrutaban de treinta minutos de descanso, yo tendría que pasar el tiempo aleccionando a mi compañera de trabajo, a mi orgullosa y enojada reina.

Todo el mundo comenzó a levantarse y a salir del aula. Me volví y encontré la mirada le Leoni. Me regaló una sonrisa traviesa y angelical al mismo tiempo. Me habría gustado besarla en ese mismo momento.

–Enhorabuena por el poema –dije, mientras su compañera de pupitre me miraba–. Las dos lo habéis hecho muy bien.

–Gracias –respondió Amanda con cara de extrañeza. Era lógico. Apenas solía dirigirle la palabra a nadie y mucho menos para elogiar un trabajo ajeno, aun cuando este solo había llegado a la categoría de aceptable–. Vamos, Leo. O nos damos prisa o la cafetería estará llena cuando lleguemos.

–Tengo que irme.

–Bon a petit –respondí sin quebrar la frialdad de mi expresión, esperando que viera en como mis ojos se clavaban con deseo sobre sus labios mientras pronunciaba cada palabra.

Noté como con sutileza se mordía el interior del labio, mientras asentía y seguía a su compañera.

Escuché a Amanda murmurar algo. Estaba claro que sería el tema de conversación de las dos durante el recreo. Solo esperaba no acabar convirtiéndome en el centro de los cotilleos del aula.

Me giré y me dirigí a la mesa de Gabriela y Maite.

–Hola de nuevo –dije con todo neutro. Miré a Gabriela y sonreí–. Por mucho que me encante verte, quisiera hablar a solas con tu prima.

Gabriela estuvo a punto de saltar y decir algo desafiante, pero Maite se le adelantó.

–Gaby. Ve yendo tu primero. Luego te alcanzo.

Mi reina de hielo se levantó de su sitio y se dispuso a irse.

–Enhorabuena por el recital –dije mientras me volvía para verla salir de la clase y disfrutar de la visión de sus piernas de ensueño y las curvas hipnóticas de su trasero. Ya solo quedaban dos compañeras rezagadas que no tardarían en largarse. Gaby se volvió un segundo, para asegurarse de que su prima estaba bien y para compartir una vez más el odio y desprecio que sentía hacia mí.

–¿Querías hablar o que te viera como devoras el culo de mi prima con los ojos?

Una vez a solas, me volví hacia ella. La miré unos segundos. Seguía igual o incluso más enfadada que cuando estuvo en la biblioteca.

Miré la mesa de Gaby y vi el poema doblado sobre una libreta. Lo abrí y lo giré para poder leerlo.

–También debo felicitarte –respondí sin dejar de mirar la hoja–. No es fácil ser la más mediocre de la clase, pero tú, has sobresalido con creces.

–Vete a la mierda.

–Prefiero estar en la cima del éxito y del reconocimiento de mis méritos. Y esperaba que tú también lo deseases. Ahora lee esa línea.

Mi dedo apuntaba a uno de los versos que Maite había leído en su segunda parte. Sabiendo que no tenía opción agarró la hoja con rabia y leyó sin ilusión ni vida alguna.

–Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud. O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.

–Sigue.

Miró la hoja con enfado.

–Si ni amigos ni enemigos pueden herirte. Si todos…

–Suficiente –espeté enfadado–. Ayer te dije que el hecho de ser mejor que los demás, no significa que lo vayas clamando a voces. “Hablar a las masas y conservar tu virtud”, “sin menospreciar a la gente común”. Te vi hablarles, desde el ego, el enojo y la prepotencia cuando debiste hacerlo desde la sencillez y el sentimiento. Era un poema, pero en tus labios parecía la lista de la compra. Ni te atrevas a interrumpirme y mucho menos a largarte –dije mientras bloqueaba su camino al verla querer irse.

–Si has venido a decirme que la he cagado, no te necesito. Ya me he dado cuenta yo solita. ¿Satisfecho? ¿Querías oírmelo decir?

Estaba exaltada. Esperé a que se calmara.

–Si –dije con un tono menos agobiante que el de hacía un momento–. Es justo lo que quería que hicieras. ¿Sabes por qué? Porque una persona que no reconoce sus errores es una persona cobarde, temerosa, incapaz de dar la cara en nada. Y tú –dejé pasar un breve silencio mientras nos mirábamos–, tú no eres nada de eso. Eres una reina. La chica que he visto en ese recital no lo era.  El otro fragmento que has leído. “Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.” Ensayamos hasta la saciedad en esta aula, en casa, para que ninguno de ellos pudiera contigo y permitiste que pasara. Les has dejado ganar.

Maite se cruzó de brazos y desvió la mirada al poema. Casi parecía deseosa de que acabara mi discurso.

“Le ciega la ira y el orgullo”.

“Déjamela a mí. Estás siendo demasiado blando.”

Dejé pasar unos segundos, tratando de relajarme y de pensar cómo iba a actuar.

–Pégame.

Aquello hizo que me mirara fijamente.

–¿Qué?

–Dame una bofetada –me miró como si estuviera bromeando o loco–. Hazlo o todo el mundo sabrá que eres una zorra chupa…

Su mano se abalanzó sobre mi mejilla con presteza y fuerza. El fuego ardía en sus ojos, mientras me llevaba la mano a la cara para aliviar el dolor. Sonreí y asentí mientras la miraba.

–Sabía que una amenaza como esa, por muy falsa que fuera, te haría reaccionar. Me alegra comprobar que aún hay una reina dentro de ti después de todo. Supongo que ahora estarás a gusto y más relajada.

–No te creas –protestó–. Me muero de ganas por darte otra.

–Seguro que sí. Hablaré claro. No quiero perder más tiempo con esto. Estas enfadada. Es evidente. Lo que me intriga es el motivo de tu enojo. Desde que hablamos sobre la marcha de tu tío has perdido el encanto, la naturalidad, la garra con la que expusiste ayer en mi casa. La mujer que elogió mi madre no es la misma que tengo delante. ¿Te molestó saber que no tuve nada que ver con su ausencia repentina? –silencio absoluto, brazos cruzados, mirada fija y desafiante–. Los gestos dicen más que las palabras y los tuyos son un grito –me apoyé en la mesa de Gaby y coloqué mis manos en el regazo–. Te seré sincero, porque parece que es la única forma de recuperar a mi compañera de trabajo y, con ello, también a mi reina. No tengo idea de que pasó con tu tío ni por qué ha decidido irse así, de pronto.

Quizás le pudo el miedo, quizás se ha alejado hasta dar con algo más poderoso que un audio. Algo con lo que volver a recuperar lo que le has quitado. La verdad es que me da igual sus razones. Deberías alegrarte de que no esté. En cambio, estás furiosa porque ni soy la razón de su ausencia, ni he hecho nada para lograr que se fuera. Conociste a mi madre –su expresión se relajó un poco–. Sabes por lo que tuvo que pasar. Luché por ella, intenté protegerla de la misma forma en la que ella lo hizo por mí. Te dije que todos tenemos un monstruo en nuestras vidas al que debemos enfrentar solos. En el caso de mi madre y mío, resultó que el nuestro era un dragón… y que era el mismo.

Aunque hubiera tenido los medios para echar a tu tío de vuestra casa y de tu vida, no lo habría hecho. Te habría enseñado a ti cómo hacerlo, pero ¿librar tu batalla? Jamás. Es a ti a quien le corresponde derrotarle. Mírate. No eres una damisela en apuros que necesite de un chico que la salve del peligro, ni la clase de chica que espera a que le abran una puerta o la ayuden a sentarse. Eres una reina y las reinas no dependen más que de ellas mismas. Son supervivientes. Y eso me gusta. La clase de mujer que he visto estos días, es cautivadora –su expresión resultaba cada vez menos a la defensiva–. Pero si buscas a un idiota que se desviva por ti y esté pendiente de todo lo que haces, que te quite las piedras y escollos que surjan en tu camino para no hacerte daño, para evitar que te hagas más fuerte y menos dependiente, te equivocas conmigo. La única persona por la que me desvivo, además de mi madre, soy yo mismo. Y si no quieres acabar siendo un peón más, –dije mientras señalaba toda el aula–, deberías replantearte tu forma de pensar.

Estaba claro que todo lo que había dicho era demasiado para procesar en un instante. Tampoco lo esperaba. Solo buscaba lograr que se relajara, que volviera a ser la Maite que el día antes logró excitarme con una mirada, con palabras, con la expresión y la garra de su discurso. Una mujer atractiva es una suerte, pero una inteligente, descarada y atrevida, eso es un privilegio.

La miré tratando de no perder la frialdad, lo cual no resultaba fácil. Estaba tan acostumbrado a verla vestir de forma tan casual que, al verla con aquella ropa era como estar delante de toda una mujer. Era un bello delirio difícil de rechazar.

Aunque nunca se lo diría, tenerla en mi vida fue una de las mejores jugadas que tuve la suerte de realizar. Nunca habría movimiento, pieza, mujer, igual a mi primera reina. Dicen que nunca se olvida a la primera. Y en muchos aspectos, quizás no los más relevantes, Maite fue el conjunto de muchas de mis primeras veces.

Quise cerrar la puerta del aula y aprovechar al máximo los minutos que aún quedaban. Miré el reloj con impaciencia.

“Debo darme prisa o no saldrá de acuerdo al plan.”

Me levanté y agarré la hoja con el poema. La convertí en una bola que terminé arrojando al suelo.

–Dejaste que tus emociones se adueñaran de ti y no al revés y eso lo has transmitido durante la lectura del poema –avancé hasta la mesa del profesor–. Permitiste que los idiotas de aquí te desconcentraran y te ganaran la partida, cuando debería haber sido al contrario. Eres tú la que tiene control sobre ellos. ¿Eres peón o reina? No me hagas repetir la pregunta.

–Reina.

Una palabra donde se notaba la ausencia de rabia, ira, enojo. No pude evitar sonreír. Era un avance, pero necesitaba que fuese ella quien tomara el control de la conversación.

–Demuéstramelo. ¿Cómo harás para evitar que vuelva a pasar? ¿Piensas volver a mirar al suelo cuando Chano o los otros chicos te miren? Puedo darte consejos, si es que lo necesitas –lancé para comprobar su reacción.

–Puedo apañármelas por mi cuenta. No son más que un grupo de tarados.

“Buena chica.”

–¿Sabes? John Kennedy dijo en una ocasión que “el coraje vital es una maravillosa mezcla de triunfo y tragedia”. Hace un rato conociste la derrota y ahora sabes de primera mano el mal sabor que deja la humillación. Me decepcionó ver como todo lo te enseñé lo echabas por la borda, pero también me alegró que pasara en el recital y no en nuestro trabajo. Ahora sabes en qué te equivocaste y que es lo que puedes hacer para corregirlo. Tenemos tiempo para…

De pronto, alguien llamó a la puerta. Era una profesora.

–Sabéis perfectamente que no se puede estar en las aulas durante el recreo.

–Tiene toda la razón –afirmé sin mostrarme arrepentido–. Estábamos debatiendo sobre un trabajo y no nos hemos dado cuenta que pasaba el tiempo. Nos iremos inmediatamente.

Hice un gesto con la cabeza para que Maite me siguiera. Me agradó ver que ya no mostraba aires de estar tan a la defensiva, pero aún quedaba rastro de su enojo.

Apagué las luces y cerré la puerta ante la mirada atenta de la profesora. Me fijé en que llevaba un colgante con la cruz de cristo.

–Debería tener cuidado con el pasillo izquierdo de la segunda planta –expresé mientras me guardaba la llave en el bolsillo–. El que lleva a los baños. A veces he pillados a parejas entrando para… bueno, seguro que se hace una idea. Ayer mismo, tropecé con dos chicos besándose y… diría que no era lo único que pensaban hacer.

La cara de la profesora era de querer hacer una plegaria a su dios.

–Id bajando al patio y que no os vea por aquí antes de sonar el timbre. Que sea el último día de clase no quiere decir que no pueda presentar un informe de mala conducta.

–Gracias por ser indulgente con nuestro pequeño descuido, profesora. Vamos.

Avanzamos por el pasillo sin mirar atrás. Estaba claro que la profesora no se movería de allí hasta asegurarse que no trataríamos de volver al aula.

–¿No te cansa fingir lo que no eres ante los demás? –preguntó mi reina. Noté la voz de la chica con la que el día antes ensayé durante horas, cené e hice el amor de forma fogosa e improvisada en la mesa de la sala.

La miré y ella solo me concedió el roce fugaz de sus ojos. Aunque marrones, su mirada era una tierra de fuego. Había tantas formas de responder a su pregunta, pero la mayoría de ellas hablaban y revelaban demasiado sobre mí. Lo bueno de los misterios es tratar de resolverlos, pero una vez lo haces, pierden todo su encanto.

Mientras siguiera siendo una pregunta difícil de responder, Maite seguiría mirándome como lo estaba haciendo. Agarré su muñeca y nos detuvimos.

–Todos fingimos lo que no somos. Muchos cambian como son en realidad para encajar. Otros cambian su forma de pensar porque a los demás les parece loca o insana. Todos renuncian a una parte de sí mismos para no acabar solos, con la falsa creencia de que con los demás estarán mejor, cuando quizás, su visión de la vida, de las cosas, aunque fuera solitaria, hubiera sido más real y más auténtica que las personas que le llevaron a renunciar a ellas. Soy lo que ves y lo que quiero que veas. Pero quien soy –dije mientras me deleitaba con la visión de sus labios–… eso no se muestra a cualquiera. Puedes sentirte afortunada. Tú has visto más de mí que nadie.

–Salvo que no sé qué parte es real y cuál no.

Me acerqué más hasta su boca, mientras la miraba fijamente.

–Eres una reina, ¿no? ¿No es verdad? –Ella asintió–. En ese caso averígualo por ti misma.

Me moría de ganas de besarla en ese momento y cuando me alejé de su boca, su expresión dejaba claro que también quería que lo hubiera hecho. Aunque me apeteció sonreír ante los deseos de Maite de jugar en medio del pasillo, me contuve y permanecí frío. Tiré de su muñeca y en vez de bajar las escaleras fuimos por el pasillo del fondo.

–Vamos.

–¿A dónde?

–A donde poder besarte sin que ningún profesor nos interrumpa. Me debes un buen rato por tu actitud en la biblioteca, por destrozar uno de mis poemas favoritos y… por esa bofetada.

–Solo te di lo que merecías –la miré y vi una sonrisa maliciosa dibujarse en su cara.

–En ese caso lo que vas a hacer no te costará porque también me lo merezco.

Continuará…

Sé que dije que hoy habría capítulo doble y me disculpo, pero hay fragmentos en el siguiente capítulo que debo corregir. Esta semana habrá capítulos nuevos todos los días hasta el domingo.

Gracias por la comprensión y por el apoyo a la serie.