Relatos de juventud libro 2: Cap 10

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Habían pasado varios minutos desde que sonara el timbre. Era poco probable que quedase alguien en las plantas superiores del instituto. Nadie vendría a interrumpir la diversión. Sin despegar mi cuerpo de Maite llevé las manos hasta el cierre de su pantalón.

–Creo que es hora de empezar la diversión –susurré a su oído, mientras comenzaba a bajar la cremallera de sus jeans. Sentí una de sus manos agarrarme de la muñeca–. Más vale que vuelvas a poner esa mano en la mesa y que separes más las piernas. A menos que quieras que esto se alargue y alguien termine por pillarnos.

Tras unos segundos meditando lo que había dicho, obedeció la orden. No pude evitar sonreír mientras lograba mi objetivo. Pegué mi miembro contra sus nalgas para que pudiera sentir la erección que comenzaba a crecer con cada segundo que pasaba. Metí una de las manos por debajo de su blusa, acaricié su vientre plano con la otra y no me detuve hasta llegar a sus pechos y estrujarlos con fuerza y ansias.

–Vaya, vaya –lancé sorprendido–. Sin sujetador. ¿Es casual o ya sabías lo que te esperaba hoy? –No hubo respuesta por su parte, más allá de un sollozo contenido. Me encantaba cuando se resistía a dejarse llevar por el placer. Doblegarla y verla ceder ante lo que de verdad quería era otra clase de orgasmo–. Si no quieres hablar entonces tendré que hacerte gemir con más fuerza.

Acerqué la boca hasta su cuello y tras rozarlo con mi lengua, clavé los dientes sobre su suave piel. Noté como se contraía y ladeaba su cabeza hacia la mía. Comencé a besar el lugar en que le había mordido, al tiempo que acariciaba sus pezones con los pulgares y masajeaba sus pechos. El aroma de su perfume me embriagaba. Alcé la mirada y vi cómo me observaba de reojo, sus labios separados, anhelantes del contacto de otros labios.

Sin prisa, bajé las manos hasta su cadera e hice que se girase para tenerla de frente.

Sus ojos expectantes me atravesaban con furia y frenesí.

–Puedes resistirte todo lo que quieras, seguir mirando la puerta y llenar tu mente de preocupaciones inútiles por si alguien llega –dije mientras la observaba sin desviar la mirada de la suya, al tiempo que uno a uno fui quitando los botones de su blusa–. Pero al final, los dos sabemos que en lo único que podrás pensar es en no querer que este momento termine.

Separé la prenda a los lados y observé la belleza de sus pechos desnudos. Rodeé su cintura hasta sentirla próxima a mí, al tiempo que las yemas de mis dedos acariciaban el calor de su espalda y de sus senos. Sus ojos me buscaban y me encontraban decidiendo entre sentir primero el sabor de sus labios o sus pezones erizados.

Coloqué su cabello detrás de la oreja y volví a besar, a devorar su cuello perfecto de forma repetida. Acerqué la boca a su oreja y exhalé mi aliento.

–Date la vuelta –ella obedeció sin resistencia. Sonreí de placer mientras rodeaba su cuello con mi mano, clavaba los dientes en su lóbulo y luego lo besaba de forma lenta y prolongada.

–Voy a tocarte, besarte y divertirme contigo hasta que ya no puedas aguantar más y lo único que quieras es que te folle hasta correrte de gusto –dije entre susurros, mientras besaba su cuello y hacia que la blusa cayera despacio por sus hombros hasta terminar en el suelo–. Después de hoy ya no te importara jamás el dónde lo hagamos. Solo pensarás cuándo pasará.

Sin despegarme de su oreja llevé las manos a sus pechos y comencé a estimularlos. Con la yema de los dedos dibujaba círculos alrededor de sus aureolas, y cuando ya no pude aguantar más las ganas pellizqué y tiré con fuerza de sus pezones. Maite me regalaba cada pocos segundos el sonido de su respiración entrecortada. Aquello era un comienzo, pero no me bastaba con escucharla suspirar. Quería sentir como sus gemidos me erizaban la piel de excitación y me llevaba a perder el control.

–Abre la boca –dije mientras acercaba un par de dedos a sus labios.

Ella, entendiendo lo que buscaba obedeció. Sin demorarse un instante sentí como el calor de su boca se cerraba sobre mis dedos. Mientras se ocupaba de jugar y humedecerlos con su lengua, mi otra mano comenzó a descender por su vientre hasta llegar al cierre abierto de su pantalón. Muy despacio la metí entre sus piernas hasta lograr sentir su sexo por encima de sus bragas. Quería notar el contacto directo de su piel, sentir como la humedad de sus labios vaginales se pegaban en mis dedos, pero no tenía ninguna prisa. Quería prolongar aquel momento, aunque solo fueran unos segundos más.

Mientras Maite seguía chupando mis dedos, yo estimulaba su entrepierna con caricias suaves, a veces circulares, otras con subidas y bajadas. Notaba su cuerpo contraerse y pegarse aún más contra mí. Busqué su hombro y empecé a besarlo hasta llegar a su cuello y no me detuve hasta llegar a su oreja.

–Es hora de quitarte el resto de la ropa –le susurré mientras mordía su lóbulo y presionaba los dedos contra su sexo, provocando un gemido que terminó por endurecerme del todo el miembro.

Saqué los dedos de su boca y retiré la mano de sus piernas. La empujé de los hombros para que se inclinara sobre la mesa. Ella se apoyó y miró de reojo. Sus ojos eran una vez más esa clara lucha de fuego y rabia que ansiaba obtener el descontrol. Y eso era algo que pensaba darle.

Miré su trasero. Apoyé mis manos en sus caderas y luego le propiné un fuerte azote que la puso tensa.

–No he dicho que vaya a ser yo quien te la quite –respondí serio mientras me apartaba un poco tomaba una silla cercana y me sentaba a disfrutar del espectáculo–. Desnúdate. Y no te des la vuelta.

Maite no tardó ni un segundo en hacer lo que le había pedido. Su obediencia era cada vez más notable y eso causaba una sensación la mar de gratificante. Aceptaba que me pertenecía, que podía hacer lo que quisiera con ella y que no le importaba.

Comenzó a bajar el cierre de sus botas y descalzarse, mientras yo veía como su culo respingón hacía que me lamiera los labios. Ansiaba sentir el sabor de su piel morena. Acaricié mi miembro por encima del pantalón. Aún tenía la suficiente sangre fría para no perder el control y dejarme llevar por mis más bajos deseos.

“Tengo que hacer que pague por su descaro de antes –pensé mientras veía como mi reina llevaba las manos a los lados de su pantalón y lo bajaba despacio–. Exponerla de tal forma que cuando esté dentro de ella no le importe en absoluto lo que pase alrededor”.

Mientras dejaba al descubierto su trasero, supe cuál sería la manera perfecta de castigar sus faltas. Era una locura intentarlo, muy arriesgado, pero si salía bien Maite terminaría por aceptar que era una morbosa del riesgo y que la haría mía allá donde me apeteciera sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.

Con dificultad se deshizo finalmente del pantalón. Unas delicadas bragas de encaje negro eran el último obstáculo antes de poder contemplar su hermosa desnudez. Recorrí todo so cuerpo con la mirada. Desde su oscuro cabello, hasta sus piernas bronceadas.

–Acércate –Maite comenzó a girarse–. No he dicho que te voltees. Camina de espaldas. Eso es. Un paso más.

Cuando ya la tuve a mi alcance, la sujeté de la cintura. Acaricié su espalda con los pulgares y cuando ella se volteó para mirar, le propiné varios azotes en el interior de sus muslos que la pusieron firme

–Mira al frente hasta que te diga lo contrario.

Bajé las manos hasta sus nalgas. Las apretaba una y otra vez mientras mis ojos trataban de ver a través de la tela. Seguí recorriendo su cuerpo hasta llegar a sus muslos. Podía notar el calor que emanaba su cuerpo y como reaccionaba al contacto de mis dedos en su piel.

Besé su espalda al tiempo que colaba las manos en sus bragas y comenzaba a hacerlas descender por sus piernas. Rodeé su cuerpo en mis brazos y me pegué a ella. Una mano en su vientre y la otra sintiendo al fin su sexo. Noté como sus labios estaban mojados y sus fluidos se pegaban en mis dedos. En vez de llevármelos a la boca seguí masturbándola sin meterme aún en su interior. Maite gemía con la sutileza asustadiza de quien sabe que está haciendo algo en un lugar donde no debe. Dejé de jugar con sus labios, tomé su mano y la llevé al punto donde momentos antes le había estado tocando.

–Quiero ver y escuchar cómo te das placer. Inclínate sobre esa mesa. Ya –dije mientras un nuevo azote dejaba una pequeña marca colorada en su nalga izquierda. Unos segundos después Maite se apoyó en el pupitre y comenzó a masturbarse. Mis manos recorrían las curvas de su trasero, separaban sus nalgas con lujuria hasta contemplar su ano. Acerqué uno de mis dedos y lo acaricié con suavidad. Sin dejar de darse placer, Maite giró la cabeza–. Más vale que hagas todo lo que te pida o sino me temo que hoy será el día en que este agujero se estrene. ¿Qué me dices? ¿Vas a ser obediente? –Pregunté al tiempo que le propinaba una nueva nalgada que la hizo gemir con más fuerza–. Responde.

–Seré obediente. Haré –una nueva nalgada–… lo que tú me pidas.

Escuchar aquellas palabras hacía que fuera más difícil resistir las ganas de bajarme el pantalón, pegarme a su cuerpo y metérsela de una estocada. Pero solo un necio va directo a la mejor parte en vez de disfrutar de como el placer va creciendo segundo a segundo.

–Te gusta que te azote, ¿Verdad? –Un silencio que parecía no querer romper. Acerqué el pulgar a su ano y causé presión hasta lograr meterlo. La respuesta de Maite no se hizo derogar. Un pequeño grito, mezcla de placer y dolor golpeó la sala durante un segundo–. Y eso solo con un dedo. ¿Qué pasaría si te meto algo más grueso y largo?

–Joder, Dani. Por favor, para.

–Antes responde a la pregunta. Y no creo haberte dado permiso para dejar de tocarte. Quiero ver como dejas esos dedos bien empapados y escucharte gemir como sé que te encanta.

Derrotada, se dejó caer sobre la mesa, retomó las caricias y empezó a emitir pequeños sollozos.

–Si. Me gusta –respondió con una sensualidad casi orgásmica.

Un nuevo azote, mientras mi dedo seguía en su ano, estimulando la zona, mientras notaba como su culo se tensaba y causaba presión.

–Quiero la respuesta completa. Pero antes, métete un dedo. ¿Qué es lo que harás?

–Meterme un dedo –susurró entre gemidos. El sonido de su voz pérdida en el placer era como el canto de las sirenas que te llevaban a la perdición. Y ella lograba tentarme a querer lanzarme de una vez a ese abismo mutuo de sexo y desenfreno–. Joder… Si. Me gusta… me gusta que me azotes.

Un nuevo golpe que dejó ambas nalgas enrojecidas.

–Separa las piernas.

Cuando Maite lo hizo, metí la cara entre ellas y comencé a lamer su coño ya húmedo. Su sabor era una delicia insaciable; su aroma a sexo y arrebato enaltecía mis sentidos. El sonido sensual de mi reina al recibir entre sus piernas el placer de su dedo y mi lengua era música para mis oídos. A cada nuevo suspiro, cada contracción de su cuerpo causada por el placer, comenzaba a creer que lo ideal sería simplemente dejarnos llevar por el momento. Olvidar el castigo y simplemente follar como dos animales irracionales que se necesitan durante un rato.

Pero quería llevar el juego al límite y estaba seguro que contenerme un rato más valdría la pena.

Aparté la cara mientras mi reina seguía estimulándose concienzudamente. Al fin había aprendido que no podía parar sin mi permiso. Pasé los dedos por sus labios, tratando de que el movimiento coincidiera con el de su masturbación. Su culo se contraría con el roce continuado, mientras de su boca exhalaba afirmaciones y bendiciones.

–Dios… si… así.

Rara habían sido las ocasiones en las que había escuchado a Maite ser tan extrovertida cuando se trataba de sexo. Su orgullo le impedía liberarse del todo y mostrar abiertamente lo que sentía, pero empezaba a ceder terreno y a permitir que su mente se nublara por lo que era importante. Ante mí tenia a una reina desinhibida que se dejaba hacer todo lo que quisiera.

Al cabo de un rato, me detuve y llevé los dedos a mi boca. Disfruté de su sabor como si se tratara de la miel más dulce de todas. Quizás lo fuera. Estrujé sus nalgas una vez más y le propiné un último azote.

–Date la vuelta.

Con cierta dificultad, Maite se enderezó y se volvió. Seguí sentado en la silla, mientras ella me miraba desde una posición superior. Sus ojos osados y altaneros estaban opacados por sus ganas de continuar y ella comprendió que lo sabía.

Estaba a mi merced.

Contemplé su cuerpo como quien contempla una obra de arte. Sus labios carnosos que parecían pedir algo que llevarse a la boca, su cabello que caía por un lado hasta cubrir uno de sus pechos; su hermoso rostro enrojecido y extasiado, sus pezones duros, el ligero aroma a sudor y el brillo húmedo de su entrepierna.

Mientras memorizaba cada trazo, curva y pequeño detalle de mi amada reina, supe que el único arte que realmente vale la pena entender es el de amar y complacer a una mujer hasta que ella se olvide de todo, excepto de gemir tu nombre.

–Ahora siéntate sobre la mesa –Nada más hacerlo pasé el brazo por debajo de una de sus piernas y clavé los dedos en el interior de su muslo. Tiré de ella hacia delante para que su cuerpo quedase recostado sobre la mesa. Nunca la había pisto en aquella postura tan abierta de piernas y seductora. Noté como su pie se apoyaba en mi espalda, mientras el otro colgaba de la mesa, Los ojos se me iban hipnotizados a sus labios y sin dedicar más tiempo a los preámbulos me lancé de lleno a complacer a mi reina.

Pegué la cara entre sus piernas y pasé mi lengua justo en el centro de sus labios. comencé a lanzar lametones cortos, lentos y circulares, que luego cambié por rápidos y hacia los lados. Subí hasta rozar su clítoris. Me detuve un instante tras escuchar el sonido de su voz. Miré su cara encendida y vulnerable, cegada en los espasmos de goce que debían estar recorriendo cada fibra de su cuerpo. Sin desviar la vista de sus ojos, introduje dos dedos entre sus labios y comencé a estimular su interior. La expresión de su rostro cambió. Mordía su labio inferior, tratando de contener sus ganas de hacerse oír. Cuanto mayor era el movimiento de mis dedos más desviaba la miraba. A veces cerraba los ojos durante unos segundos para intentar no perder la razón. Sin dejar de darle placer, volví a hundir mi cara entre sus piernas y centré las caricias de mi lengua sobre su clítoris. Lo rocé con mucho cuidado y tras unos segundos pegué los labios y comencé a succionarlo. Noté como la pierna que Maite apoyaba sobre mi espalda causaba presión, como si buscara que aquello no terminara de pronto. Su cuerpo parecía querer pegarse con más ganas y sus gemidos, aunque seguían siendo contenidos, eran cada vez más ruidosos. Traté de adaptarme a su ritmo, ir más rápido cuando sentía que ella lo deseaba. Tras un largo minuto, sin sacar los dedos de su sexo, besé su muslo, pasé por debajo de la pierna que tenía sobre mi hombro y la miré mientras continuaba masturbándola.

Miré sus labios sedientos de contacto al igual que los míos. Tiré de su pelo para que levantara la mirada y sin esperarlo me lancé a su boca. Fue un beso suave y prolongado, pero el ritmo con el que estimulaba su sexo iba a más y Maite solo podía mirarme con cara de no poder aguantar más.

–¿Quieres que pare? Su respuesta fue un movimiento a los lados con la cabeza, mientras su cara se torcía de placer–. Si no lo dices, lo haré.

–Sigue. No pares.

–¿Harás entonces lo que te pida? –lance interrogante, mientras frenaba el ritmo.

–Si… lo que quieras. Pero no… no pares ahora.

Sonreí. Su cara dejaba claro que estaba a punto de correrse. Ver su expresión, su súplica desesperada por no dejarla a las puertas de su momento de gozo.

Retomé la misma velocidad mientras deseaba volver a perderme en sus apetecibles labios, solo que esta vez no me conformaría con un sutil beso. Tiré de su cabello hasta que sentí un gruñido salir de su garganta. Notaba como su boca se peleaba con la mía por ver quién tenía el control, pero por más que lo intentará sus acometidas se quedaban a medias cuanto más placer sentía entre las piernas. Maite se separó y lanzó un gemido continuado, cerró los ojos, cegada de lujuria y me dejó contemplando la belleza de su sensualidad y excitación.

Mordisqueé su cuello sin llegar a dejar marcas en su piel. Cuando noté como una de sus manos rodeaba mi cuello, supe que no debía tardar en venirse. Unos pocos segundos después escuché al fin como sus sollozos eran cada vez más sonoros y ruidosos. La miré con fuego en los ojos y la dureza oculta en el pantalón deseando penetrarla con rabia y desahogo.

–Quiero escuchar cómo te corres. Oírtelo decir. Hazlo –dije mientras volvía a devorar su cuello.

–Sigue… si…sigue… Dios. Ya casi… si… si… uhmmmm….

Delirio.

Eso era lo que sentí al ver la expresión de placer y libertad infinitas en el rostro de Maite. Vi como su cuerpo se tensaba con ese penetrante gemido que me puso más cachondo de lo que ya estaba. Notaba como el miembro me dolía de la impaciencia y supe que cuando mi reina se recuperara de su momento de gloria, sería mi turno.

Antes de que se pasara el momento, mientras notaba la mano empapada en sus jugos, me perdí una vez más en el fuego de sus labios. No hubo batalla, ni disputas por ver quien tenía dominio sobre el otro. Era un beso de tregua, de confianza e intimidad. Noté como sus dientes se clavaban en mi labio inferior cuando me separé apenas unos milímetros de ella. La huella de su fuego aún me temblaba en la boca, sediento de probar un poco más. Pero tenía que aprovechar cada segundo mientras su mente siguiera inmersa en el placer que estaba experimentando.

Llevé los dedos bañados en los jugos de su orgasmo y mientras me miraba con cara somnolienta los acerqué a su boca.

–Pruébate –ordené mientras metía los dedos entre sus labios. No tardé en sentir su lengua recorrerlos con presteza o como su boca presionaba contra ellos y succionaba como si no quisiera dejar de sentir la excitación abrumadora que aun palpitaba en ella–. Lo has disfrutado, ¿verdad? Cada segundo ha sido tuyo. Solo para ti. Considéralo tu recompensa por lo de hoy. Ahora es mi turno –dije con tono serio, mientras me llevaba un par de dedos a la boca para sentir los frutos del orgasmo de mi reina. Nunca me cansaría de aquel sabor, ni del aroma que desprende una mujer en la intimidad en que es más vulnerable y poderosa al mismo tiempo–. ¿Sabes lo que tienes qué hacer?

Maite asintió.

–Lo que me pidas –fue su respuesta.

Sonreí. Solté su cabello y tiré de su brazo para que se incorporase. Sus muslos estaban mojados en sus jugos. Me quité la chaqueta que llevaba puesta y se la ofrecí.

–Póntela. Terminaremos lo que hemos empezado en otro sitio.

Antes de que le diera tiempo a dudar, acorté la escasa distancia que los separaba. Agarré con fuerzas sus nalgas y la azoté para que su cuerpo reaccionara.

–Acaríciate el coño. Hazlo. Eso es. Siente los dedos sobre tus labios. Despacio. Nota el placer. Búscalo. No te pares. Mientras juegas, me escucharás. Vas a ponerte la chaqueta y vamos a salir a dar un pequeño paseo a otro cuarto –dije, mientras volvía a colar un dedo en su trasero y ella prorrumpía con un gemido de placer y molestia. Esta vez no me quede inmóvil y comencé a estimular su ano–. No quiero que pienses. Solo déjate llevar como ya hemos hecho otras veces. La biblioteca, el salón de mi casa cuando casi nos pillan, aquí ayer cuando nos sorprendieron.

–¿Por qué haces esto?

–Porque lo deseas tanto como yo. Eres una maldita morbosa que disfruta del riesgo de que la vean.

–Eres tu quien me obliga a… –un fuerte azote en su trasero que causó más presión al dedo con el que masturbaba su ano–. Para… me duele.

–Pero también te causa placer, ¿verdad? No dejes de tocarte. Bien. Sé que todo esto te divierte, te atrae y aunque podría obligarte a seguirme, quieres saber a dónde pienso llevarte –alcé su barbilla y tras mirarnos fijamente unos segundos.

–Nos verán.

–Eso es el futuro y uno que no está garantizado. Ven conmigo. Puedes quedarte aquí sí es lo que quieres y vivir con miedo o seguirme y… sentirte aún más viva. ¿Qué me dices? ¿Eres la reina que vi hace un rato o solo una mujer más del montón?

Golpeé su trasero por última vez, haciendo que la cachetada resonara por toda la habitación. Retrocedí unos pasos sin quitarle la vista de encima a Maite. Desnuda, salvo por sus pequeños calcetines blancos, su cuerpo encendido en deseo, su mano obediente acariciando su sexo, mientras la otra sujetaba mi chaqueta. Avancé hacia la puerta y le quité el cierre.

Al volverme, vi cómo se colocaba la chaqueta y subía la cremallera. Era lo bastante grande para cubrirle hasta las rodillas. Nadie que la viera desde lejos pensaría que debajo no llevaba nada. Se acercó a recoger su ropa del suelo.

–No te preocupes por tus cosas. Cerraré al salir.

Maite avanzó hacia donde estaba.

–Eres un puto pervertido –lanzó mientras me hacía a un lado para que pasara primero.

Antes de que saliera, apoyé una mano sobre su boca y metí la otra entre sus piernas para que su calor no se apagara antes de tiempo.

–Si quieres estar con un tipo inseguro que no esté dispuesto a correr ningún tipo de riesgo y emoción y aún menos a compartirlos contigo, pasaras el tiempo con alguien que no merece ni la pena, ni tu tiempo –noté como sus piernas se cerraban con fuerza ante mis caricias–. Mientras seas mía, haré que te sientas viva, que tiembles de placer y que te corras a gusto hasta perder la razón. Ahora, mueve ese culo de viciosa que tienes. Quiero llegar cuanto antes para darte tu merecido. Y si –dije susurrándole en su oído–. Significa justo lo que imaginas. Voy a follarte hasta que tus piernas no te respondan y te quedes postrada en el suelo, con la misma cara de viciosa que tenías hace un rato. Vas a gemir como una desquiciada y no te importará quien pueda oírte. Y antes de terminar haré que te tragues todo lo que llevo guardando para este momento. Vamos.

En ese punto ya sentía como el control se iba diluyendo poco a poco. Necesitaba sentir las manos, la boca y la lengua de Maite sobre mi falo. Eran tales mis ansias que no tenía pensado ser cortés y amable, sino que dejaría que la misma lujuria que la había atrapado momentos antes, se adueña también de mí.

Avanzamos por el pasillo. Mi mano seguía entre sus piernas y eso ralentizaba la marcha, pero acrecentaba el morbo ante la posibilidad de que algún profesor surgiera de pronto tras alguna esquina.

–Justo ahí –dije mientras señalaba el baño para profesores.

Maite me miró como si esperase que bromeara. Al ver que mi rostro no cambia su expresión, desistió de pelear una batalla que tenía perdida.

–Eres un loco.

La paré en seco y la obligué a mirarme antes de entrar. La empujé contra la puerta del baño, tiré de la cremallera de la chaqueta y expuse en mitad del pasillo su cuerpo desnudo.

Maite se asustó comenzó a mirar como loca a los lados.

–Mírame. Conozco la rutina de los profesores. –Era una completa mentira–. Ninguno se queda en esta planta más de cinco minutos tras sonar la campana –o eso quería pensar, pero siempre surge alguna excepción–. Estamos solos. Podría follarte aquí mismo durante los próximos diez minutos que nadie vendría a interrumpirnos. Y si yo estoy loco –llevé sus manos a mi entrepierna–, ¿eso en que te convierte a ti?

Quería hacerlo allí mismo.

Llevar aquella apuesta arriesgada a un límite aún mayor. Que la hija de Marcel nos pillara en mitad del juego la tarde anterior me había puesto muy cachondo y aquella clase de exposición tan descarada era todavía más morboso. No era parte del plan ni de lo que pretendía, pero cuando noté como la mirada de Maite se relajaba y volvía a mostrar aquel brillo perverso que se adueñaba de ella de forma discreta, o como sus manos acariciaban y apretaban mi miembro, no fui capaz de detenerla y de permitir que bajara la bragueta, metiera su mano y descubriera la dureza que atenazaba cualquier lógica.

Apoyé las manos en la pared y sin que ninguno dejase de mirar al otro, nos besamos mientras mi reina me masturbaba de manera lenta y pausada.

El corazón me latía a un ritmo frenético y aunque la mano de Maite me complacía no era suficiente. Tras unos segundos más de placer, la agarré de la muñeca, tiré del pomo de la puerta y entramos dentro. Sin proponérmelo di un portazo que debió resonar por los pasillos de todo el edificio. Encendí la luz y la miré como poseído. Le quité a las prisas la chaqueta para dejarla expuesta y seductora. Sin que ella perdiera detalle, me bajé ligeramente los pantalones y el bóxer, lo justo para que no me impidiese moverme con soltura y lo necesario para que ella pudiera hacer lo propio sin problemas.

–Empieza –dije directo, mientras me acariciaba la punta usando tres dedos.

Maite comenzó a llevar su mano hasta él, pero se detuvo de pronto.

–Quiero oírtelo decir –dijo con atrevimiento, imitando lo que le dije en la clase–. Dime que quieres que haga.

Seguí masturbándome hasta liberar el glande del prepucio. Los ojos de Maite iban de mis ojos a mi entrepierna.

–Para empezar, quiero que te pongas de rodillas y me la chupes, mientras me acaricias los huevos.

Perversa, sintiéndose ganadora, mi reina cumplió la orden y se inclinó para comenzar con su tarea. Se colocó el cabello tras la espalda. Sin que me dijera nada, lo agarré entre mis manos como si fuera una coleta para evitar que aquella maraña de sombras oscuras la interrumpiera. Apoyó las manos en mis muslos y muy despacio lanzó un largo lametazo sobre mi rabo desde los testículos hasta el glande. Sus ojos de café ardiente chocaron con los míos. Pasó varias veces más su lengua de lado a lado, humedeciéndome el rabo con su saliva. Finalmente, una de sus manos lo agarró con fuerza y me masturbó de forma constante y casi rítmica.

–Chúpalo –dije mientras notaba como el placer me embriagaba a cada segundo–. Métetelo en la boca.

Maite acercó los labios a la punta y la besó. Sin poder aguantar aquella lentitud, empujé su cabeza hacia delante y se lo hice tragar, al tiempo que comenzaba a moverme y follarme su boca. Tras pocos segundos me detuve cuando noté como me clavaba las uñas en uno de los muslos.

Aunque enfadado por el dolor, aquello me devolvió un poco de cordura. Maite se despegó y comenzó a toser.

–Casi me ahogas.

Traté de serenarme. No podía dejar que mis deseos me convirtieran en una bestia que pensara solo en obtener su recompensa a cualquier coste. Nada de aquello tenía sentido si solo yo disfrutaba del momento.

–De haber obedecido no habría pasado. Si no quieres que vuelva a pasar ya sabes que hacer.

Maite me lanzó una mirada llena de reproche y mordacidad. Vi como sus labios se pegaban a mi falo y lentamente iba introduciéndoselo en la boca. Cerré los ojos y me dejé llevar por el placer que me regalaba. Su lengua se esforzaba en dejar su huella por donde pasaba. Aquel movimiento de vaivén continuado, rítmico y delicioso era un goce en el que costaba no sumergirse. Sentí como su boca succionaba el glande, provocando que lanzara un gemido de placer.

Mi reina me miró y una sonrisa casi imperceptible se dibujó en su cara antes de proseguir con la mamada. Si yo disfrutaba oyéndola gemir estaba claro que ella no lo hacía menos. Noté como su otra mano tocaban mis testículos y comenzaba a masajearlos con suavidad. Tenía el pene lubricado y ansioso de ir más allá de aquel comienzo, pero aguardé a sentir como la lengua y la boca de Maite le ofrecía el mismo trato y cuidado a mis huevos.

–Ahora soy yo quien quiere oírte gemir –dijo Maite mientras daba un corto lametón en la punta que me erizó la piel. Su lengua dibujaba círculos sobre el glande, mientras me miraba libidinosa. Acto seguido, sin dejar de masturbarme, se metió los huevos en la boca y empezó a chuparlos y humedecerlos con ganas.

En vez de contenerme, me dejé llevar por el momento que estábamos compartiendo, tal y como ella deseaba volví a gemir de gusto.

–Arhh –bramé con cierto escándalo–. Sigue así. Eso es… ahí… Mmm…

Cuando sentí un escalofrío de satisfacción recorrer todo mi miembro al succionar Maite mis huevos antes de escupirlos y dejarlo completamente empapados, supe que ya no aguantaba las ganas y que era el momento de ir a por todas.

–Levanta –ordené mientras tiraba de ella hasta ponerla en pie. Hice que se apoyara en el muro del lavamanos y viera su reflejo en el enorme espejo que cubría toda la pared. Me situé detrás de ella, empujé su espalda para que se inclinara y tiré de su cabello para que pudiera ver su rostro reflejado, mientras yo trataba de no fijarme en el mío–. Voy a enseñarte que no soy el único pervertido y que tú también disfrutas de esto.

Primero la azoté. No solo escuché el sonido del golpe. También el de su voz disfrutar del momento y la expresión de su cara lo demostraba. Lo repetí varias veces más hasta que vi como mi reina se veía a si misma morderse el labio de placer.

–Como ves –dije mientras apuntaba mi miembro y lo restregaba lentamente contra su coño mojado– esto te encanta tanto como a mí.

Antes de que ella pudiera decir nada o yo pudiera distraerme con mi reflejo, clavé la vista en su trasero, y me fui abriendo paso entre sus piernas.

–Joder –exclamé mientras lograba metérsela toda. Me encantaba lo estrecha y apretada que era y la presión que causaba sobre mí. Sin dejar de moverme, pegué mi cuerpo a su espalda y comencé a masajear sus tetas y pellizcar sus pezones–. Llevaba todo el día deseando este momento. Quiero escucharte gemir. Vamos –dije mientras la azotaba con fuerza y descontrol.

–Ahrgg –exclamó mi reina mientras se dejaba llevar por el placer–. Mmm…

–Abre los ojos –le ordené mientras tiraba de su cabello–. Mira lo hermosa que eres.

Maite se vio como jadeaba entrecortada mientras seguía penetrándola una y otra vez con más brío y ansias que antes. Sentía que quería terminar ahí mismo, pero no había pasado por todo aquello solo para tener unos minutos de frenesí. Poco a poco fui reduciendo la velocidad de las acometidas, e intensificando las caricias sobre su cuerpo. Mientras hacía temblar su cuerpo estimulando sus pezones, mi otra mano se deslizó por su cintura y bajó hasta sus piernas. Apreté el interior de uno de sus muslos antes de darle otro ligero golpe que volvía a crear presión sobre mi pene. Si seguía apretándome de aquella forma me sería imposible no correrme.

Durante unos segundos, reduje el ritmo de la penetración, mientras mis dedos recorrían su ardiente cuerpo. Nunca me cansaba de sentir su tacto en la yema de los dedos. La acariciaba con delicadeza mientras aguardaba el momento de empotrarla con furia y sin clemencia.  Sin que ella fuera consciente de mis intenciones, aceleré el ritmo para tratar de confundirla y muy despacio fui acercándome hasta el anhelante deseo vedado que era su ano. Acaricié aquel pequeño agujero y justo cuando más cegada estaba en la lujuria ocasionadas por las acometidas que infligía dentro de ella, fui introduciendo el pulgar de forma discreta. Pero tal y como imaginé no tardó en darse cuenta de mis intenciones. Vi como su cara anhelante de sentir una nueva corrida recuperaba un poco de sensata e inútil cordura para mirarme a través de mí reflejo. Leyó en mis ojos lo que me proponía y una de sus manos trató de que dejara de estimular aquella zona. Agarré su muñeca y la pegué contra su espalda.

–No te resistas. Sabes que esto te gusta. Siéntelo. Déjate llevar –Segundos después logré metérselo del todo y comencé a estimular la zona. De nuevo las paredes de su coño se pegaban con intensidad sobre mí pene–. Joder, como aprietas. Intentas hacer que me corra para dejar tu culo en paz, ¿verdad? Si tanto lo deseas gime para que pueda oírte y quizás deje de jugar con él.

Volví a pegar mi pecho contra su espalda. Clavé los dientes en su hombro y sentía como mi reina jadeaba sin descanso, pero no se atrevía a elevar el tono susurrante que imperaba en el baño.

Como quieras –protesté mientras soltaba su mano y la llevaba hasta la parte más baja de su vientre para ejercer presión, lo cual estimularía mucho más el placer que ya recibía con cada penetración que le lanzaba. Mordí su cuello con rabia, pero sin causarle daño. Luego pegué los labios y comencé a succionar el mismo punto.

–Arggh… mmm –gimió con cierta contención, mientras yo seguía devorando su piel entre mis labios.

Al cabo de unos segundos, los gemidos de Maite iban a más. El sonido de aquella pequeña estancia se limitaba al roce de mis caderas contra su cuerpo. Cada arremetida brusca y displicente que le daba, y el eco entrecortado y acogedor de sus sollozos ante el intenso goce que temblequeaba entre sus piernas eran música para mis sentidos.

–Más… –dijo mientras alzaba la mirada para ver su cara. Sus ojos cerrados, centrada en el momento.

–No te escucho –dije con malicia junto a su oreja–. Tendrás que hablar más alto.

En ese momento, sentí como su mano se agarraba a mi trasero con brusquedad.

–Más rápido… Más rápido…

Su voz era más sonora, pero no me bastaba. La azoté con más fuerza que nunca. Aquel restallido hizo que a Maite le temblaran las piernas y gritara tal y como deseaba oírla. Su voz me puso tanto que durante unos instantes sentía que iba a correrme. No sé cómo fui capaz de frenar el ritmo y tranquilizarme, cuando lo que más deseaba era descargarme todo mi semen en mi reina y que ella se corriera al mismo tiempo.

–Así es como quiero que gimas. Si quieres algo, pídelo con ganas. Dime qué quieres.

–Más rápido… más rápido… ah… ah…

–¿Eso quieres? ¿Qué te folle más rápido?

–Si…

–¿Si qué? –pregunté mientras tiraba de su cabello para que abriera los ojos y me mirara–.

–Ahhh…. Fo.. ahhr… joder… fóllame… fóllame más rápido…. Vamos… fóllame.

Ya no aguantaba más. Estaba al límite y escuchar la libertad con la que Maite se había dejado llevar a pesar de su lucha, era demasiado para no concederle lo que ambos queríamos.

–Quiero escucharte gritar cuando te corras, ¿entendido?

–Si… si… gritaré…

Dejé de estimular su culo y agarré a Maite de las muñecas. Tiré de ellas hacia atrás e hice que se incorporara ligeramente.

–Mírate –ordené mientras aceleraba el ritmo. Iba todo lo rápido que podía, sintiendo como mi cuerpo desprendía un calor furioso y casi animal. Veía la cara de mi reina, luchando por seguir consciente en aquella realidad de dos.

–Quiero oírte… Vamos… grita…

–Ahh… mmm… sigue…. Sigue –exclamó con fuerza, pero quería más–… un poco más… más…

–Mírate mientras te corres. Hazlo.

–Si… si… ya… ya…

–Dilo. Dilo –ordené mientras la empotraba con todas las fuerzas que tenía. Notaba como me costaba respirar, como la sangre me hervía con ansias y como estaba por vaciarme dentro de mi reina.

–Me corro… me corro…. AHHhhhh… mmmm.

Casi al mismo tiempo, mientras el eco de su orgasmo retumbaba por cada poro de mi piel, noté como una descarga de placer crecía imparable en mis huevos y ascendía por todo mi miembro. Mientras contemplaba la expresión de lujuria y satisfacción en mi reina me permití sentir la misma liberta que ella y disfrutar de lo que estaba a punto de hacer.

–Me vengo... si... me... dios... voy a dejarte chorreando. Tomalo...

Mientras notaba como me corría en su interior de forma fogosa y visceral  y ella gemía al sentir el calor de mi semen llenarla por completo, seguí embistiéndola con ganas. Cada vez más lento, pero con mayor frenesí. Hasta que sentí que ya no quedaba nada y fui deteniéndome poco a poco.

Maite y yo nos mirábamos. Ambos estábamos empapados en sudor y el espejo había comenzado a empañarse. Aquella vieja frase de Allan Poe era totalmente cierta.

“Las mejores cosas de la vida te hacen sudar”.

Sin salir de entre sus piernas, solté una de sus manos para que pudiera apoyarse en el muro. Cuando lo hizo, solté la otra. Sus ojos eran un fuego que no se apagaba, su sonrisa tenía la maldad de una diabla.

–Admítelo –dije mientras trataba de recuperar el aliento–. Eres una morbosa, una pervertida.

Maite suspiró sin perder esa sonrisa traviesa que de seguro lograría poderme duro en cuestión de minutos si se lo permitía.

–Soy una pervertida. ¿Contento?

–Mucho –dije con orgullo–. Has tenido suerte de dar con alguien tan depravado como tú. Pero no solo eres una pervertida. También eres una reina. ¿Sabes, además de esas dos cosas, que eres?

Maite negó con la cabeza.

–Lo sabes –sentencié.

Mi reina pareció meditarlo un instante. Su mente comenzaba a despertar, aunque fuera muy despacio.

–Soy tuya. Tu reina.

Continuara…