Relatos de juventud libro 2: Cap 1

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

SI NO HABÉIS TERMINADO DE LEER EL PRIMER LIBRO NO ES RECOMENDABLE LEER ESTA PARTE PORQUE ESTROPEARÁ LA TRAMA DEL PRIMERO.

1

Siempre que escuchaba la voz de K, era como si una ola de misterio, secretos y frío recelo retumbara en mis oídos. Era la clase de llamada que esperas con ansias, pero que al mismo tiempo mantienes la guardia en alta. Si algo sabía es que con una persona como K no había término medio. El respeto lo era todo en nuestra relación y no estaba dispuesto a hacer o decir nada que pusiera en riesgo lo que teníamos. Por eso cuando llamaba, trataba de ser lo más parco y distante posible. Tampoco es que me diera muchas más opciones. Nuestras llamadas nunca duraban más de un minuto.

–Imagino –dijo con esa voz ronca y serena que te hacía pensar en alguien que ha vivido mil historias y posee una sabiduría por encima de lo normal– que habrás estado ocupado estos días. ¿Has comenzado con tu plan?

Tapé el móvil con mi mano y carraspeé. Luego tragué saliva antes de responder. No quería que notara mi duda ni creyera que estaba nervioso, aunque fuera así. La apariencia lo era todo con K. Si mostraba un atisbo de debilidad, quizás considerase que se había equivocado conmigo o lo viera como un segundo strike.

–Lo he comenzado. Algunas cosas no han salido como esperaba, pero…

–Tendremos tiempo de hablar de eso mañana. Misma hora. Misma mesa.

–Misma hora. Misma mesa –respondí casi de forma automática.

–Estoy deseando escuchar todo lo que has hecho desde nuestro último encuentro. Hasta mañana. Una última cosa.

–No olvidaré el móvil.

Me mordí el labio ante mi falta de control. Le había interrumpido y no estaba seguro de como se lo tomaría.

Pasaron varios segundos en los que no escuché nada. Nunca un silencio me pareció tan tenso.

–Buen chico. Que descanses, Dani –fueron sus últimas palabras antes de que colgara la llamada.

Como era costumbre, apagué el móvil, le quité la tapa para sacar la tarjeta SIM y la partí en dos.

¿De qué iba aquello que parecía sacado de una mala película policiaca? No lo sé. Eran las reglas que me había impuesto K para poder vernos de vez en cuando. No tenía derecho a preguntar, no tenía derecho a saber. Y para alguien como yo acostumbrado a desvelar y dar respuesta a las incógnitas de mi vida y a las que se me presentaban a lo largo de la misma, no poder revolver el acertijo que envolvía a todo lo que era K, era toda una prueba.

Dejé el móvil y los dos trozos de la tarjeta sobre la mesa. Luego de poner la alarma a mi teléfono, me tumbé en la cama y traté de conciliar el sueño durante algunas horas.

Visualicé el tablero que horas antes había estado preparando con las jugadas que tenía previstas realizar.

Había algunas que me apetecía realizar antes que otras, pero debía actuar en el orden correcto. Sin prisas, sin buscar adelantar nada. Todo llegaría. Todo iba a llegar. Sonreí con malicia intencionada y repleta de confianza. Sentía que nada saldría mal. Lo había calculado, los pros y los contras, incluso si me veía forzado a improvisar, todo saldría bien. Lo presentía.

¿Era la confianza la que me hacía pensar de esa forma o era mi orgullo que me cegaba ante la posibilidad de que algo pudiera salir mal?

Me concentré en mi respiración, mientras me imaginaba cayendo en una inmensa e infinita oscuridad. No tardé en quedarme dormido, pero deseaba despertar cuanto antes y ver que era viernes.

Como solía ocurrirme en ocasiones cuando me despertaba a la misma hora, abrí los ojos un minuto antes de que la alarma del móvil sonase. Me senté en la cama unos segundos y me estiré con todas mis fuerzas para quitarme los restos de sueño que seguían pegados a mi cuerpo. Salí para dirigirme al baño y vi que mi madre no estaba en su cuarto. Noté el aroma a café recién hecho y me sentí tentando de bajar a tomarme uno. Pero lo primero era darme una ducha bien fría y despejar de mi cualquier signo de cansancio.

Entré en la ducha y antes de abrir el grifo recordé el baño que Maite y yo habíamos compartido. Nunca me pareció tan sensual y poderosa como en aquella ocasión en que me humilló jugando a mi juego. Era increíble y apasionante ver cómo había cambiado en tan poco tiempo. ¿Realmente había cambiado o solo empezaba a verla como siempre había sido? Cuando recreé las caricias, las miradas que nos lanzamos, su mano en mi miembro desesperado de su boca y su sexo, la excitación y dureza que sentí eran el aviso que necesitaba para refrescar mis ideas y volver a poner los pies en el suelo.

Ya tendría todo el día para divertirme y no pensaba desaprovechar ni un solo segundo, ni una sola oportunidad de poder estar a solas con Maite, con Gabriela, con Leoni. En mayor o menos medida, hoy avanzaría una casilla más hacía la conquista de mis reinas.

Una ya era mía. Las otras pronto no tardarían en darse cuenta de que también lo eran.

Salí del baño con una toalla cubriéndome la parte inferior y me dirigí a mi cuarto para empezar a vestirme. Para mi sorpresa, mi madre salía de su cuarto, mientras se colocaba unos pendientes sencillos y muy discretos.

–Buenos –comenzó a decirme mientras me regalaba una sonrisa que se congeló al instante de verme. Sus ojos habían dirigido la vista a mis cicatrices. Siempre que las veía le causaba la misma expresión de horror, de espanto. No es porque se asquease de ellas, sino porque eran un recuerdo imborrable de que no pudo protegerme; de que todos aquellos golpes que recibió, las palizas que le propinó para mantenerle alejado de mí, no sirvieron para nada. El pendiente que trató de colocarse se le cayó al suelo de lo tensa que estaba–. Vaya por dios. Que torpe estoy esta mañana.

–Esta junto a la puerta –dije mientras empezaba a sentirme incómodo. Siempre tenía la costumbre de vestirme en el baño para evitar aquellos contratiempos, pero pensé que tras tomarse su café se marcharía sin decir adiós.

“La jugada imprevisible –pensé–. ¿Será la única que me pase hoy o solo es la primera de una larga serie? No. No puedo pensar así. Tengo que confiar en que saldrá todo bien. Una sola duda o pensamiento negativo y todo caerá sin poder hacer nada para evitarlo. Enfócate, vamos.”

–Gracias, cielo –dijo mientras se agachaba para recogerlo y se lo ponía con una facilidad pasmosa. Llevaba una falda ajustada de color negro que llegaba por debajo de las rodillas, unas botas de tacón también negras y una blusa blanca con encajes en el centro que resaltaban su belleza. Se había recogido el pelo en un moño que le sentaba muy bien. Mi madre había nacido para ser una gran ejecutiva y se había ganado con sudor, moretones, sangre y lágrimas el puesto que ocupaba. Se incorporó y me sonrió sin atreverse a mirarme fijamente–. Voy algo apurada. ¿Te voy preparando algo de desayunar?

Asentí, mientras ella forzó una sonrisa y pasó a mi lado.

“Si ni tú te atreves a mirarme, ¿cómo podré hacerlo yo? ¿Cómo demonios puede hacerlo ella cuando está conmigo? –me pregunté mientras pensaba en Maite.”

–Mamá.

–¿Sí, cielo?

Dejé pasar unos segundos y comencé a dirigirme hasta mi cuarto para vestirme.

–Estás preciosa.

Escuché como me decía gracias antes de entrar a mi cuarto y cerrar la puerta detrás de mí. Segundos después, escuché sus pasos bajar las escaleras. Llevé la mano a mi pecho y sentí algunas de las cicatrices en las yemas de mis dedos. De pequeño solía tirar de ellas como si fueran una mancha en la piel que se acabarían yendo si era insistente. Lo único que conseguía era hacerme daño hasta el punto de sangrar.

No podía hacer nada para deshacerme de ellas. Siempre estarían ahí, recordándome que jugar a ser un puto héroe en la vida no siempre tiene recompensa.

Pensé en Maite. En cómo me miraba, en la manera que sus manos acariciaban cada marca eterna dejada por cigarros baratos y apestosos, como si buscara visualizar por lo que había pasado. Cuando ella me miraba, no había atisbos de lástima, de dudas, de preguntas. Solo una oleada de comprensión que no esperaba hallar en nadie, y menos en una persona que no significaba nada para mí.

“Sigues pensando que ella sería suficiente –dijo la voz en mi cabeza–; que podrías dejarlo todo, decirle hoy que querrías tener una relación con ella y que cuando regrese del viaje seréis solo vosotros dos.”

“Sería demasiado bonito. Lo sé. Un puñetero cuento de hadas. La realidad no es tan simple y si lo fuera, no querría vivir en ella. ¿Por qué, cuando busco no ser como los demás, vivir de forma diferente a como lo hace la mayoría, aun así, deseo algo tan simple como una relación?

“Ya sabes la respuesta”.

“Miedo –respondí mientras dejaban caer mi mano y miraba hacia el techo con la espalda apoyada en la puerta–. Miedo a la posibilidad de acabar solo. Es mejor tener a alguien que no tener a nadie. Es curioso. Cuando no tenía a nadie no me importaba estar solo. Ahora que existe esa posibilidad…”

“Vivir con miedo no es vivir, Dani. Por eso no puedes quedarte solo con ella. Debe haber más. Otras que no te hagan caer en esa ilusión de la pareja ideal con la que compartir la vida. ¿Por qué conformarte con solo una? ¿Por qué ser egoísta y guardarla solo para ti? ¿Por qué privarte de la libertad de hacer lo que quieres con quien quieras solo para no perder a una persona? ¿Vale la pena tal sacrificio?

Yo buscaba amar, pero no ser esclavo del amor. Quería que mis reinas supieran que eran mías y que lo serían cuando las buscase, pero que eso no impedía que fueran también de otros si esa fuese su voluntad.

El amor debe ser una libertad no una condena.

En el caso de mis reinas, primero tendría que privarlas de su libertad, hacerles ver que amarme no era ninguna tortura, que podía enseñarles una forma diferente, mejor de vivir la vida. Una vez sintiera que eran mías, haría lo mismo que con Maite. Quitarles las cadenas y dejar que fueran libres, sabiendo que tarde o temprano, reclamaría el calor de sus cuerpos, de sus besos y de sus caricias.

–No pienso sacrificarme –dije en voz alta mientras tiraba de la toalla y me quedaba desnudo, dispuesto a vestirme para empezar el día–.

Bajé a la cocina y descubrí que un plato de bacon crujiente con huevos y una taza de café me estaba esperando.

–Vaya –dijo mi madre mientras me miraba de arriba abajo. Llevaba unos vaqueros negros ajustados, unas zapatillas blancas, una camisa de mangas largas a cuadros negros y azul oscuro, arremangada hasta los codos y mi viejo reloj. Cualquier otro no habría desaprovechado la oportunidad de lucir un Rolex como el que le había quitado a Francis, pero no iba a ser tan estúpido de ir por ahí con algo valorado en miles de euros y que seguramente Maite reconocería al instante–. ¿Vas a una presentación de arte o a romper corazones?

–Muy graciosa –dije mientras me sentaba dispuesto a hincarle el diente a mi desayuno–. Hacía tiempo que no preparabas nada.

–Bueno, es un día especial. Quiero que tengas las fuerzas necesarias para dejar a todos con la boca abierta. Además, ahora que estoy por aquí, debo empezar a buscar una sustituta para María –ambos nos miramos–. Lo sé. A mí tampoco me hace gracia, pero necesitamos a alguien que se ocupe de limpiar y mantener todo en su sitio. Y que sepa cocinar, algo más que cosas grasientas.

–No necesitamos a nadie. Puedo apañármelas.

–Meter una pizza en el microondas no es cocinar. Decidido. En cuanto realice la dichosa presentación en la empresa, pasaremos unos días de las vacaciones buscando a una nueva ama de casa. ¿O prefieres un amo de casa? –La expresión de mi cara le dejó claro que no me había hecho ni pizca de gracia–. Ama de casa, entonces. ¿Nervioso por la presentación?

Cambiar de tema cuando me veía incómodo era una técnica que mi madre llevaba usando desde que era pequeño. Siempre le funcionaba, o eso creía ella. A veces, simplemente le seguía el juego. Lo cierto es que tener a otro hombre en casa casi me quita el apetito y estropea un delicioso desayuno.

–Estoy preparado. Todo irá bien.

–¿Eso incluye a Maite?

No sé por qué no me sorprendía que la hubiera mencionado. Solo esperaba que no se hiciera demasiadas ilusiones de volver a verla por allí.

–Estoy seguro que ambos bordaremos la presentación. De hecho, tras los ensayos que tuvimos ayer, no tengo ninguna duda al respecto. Ese diez es nuestro.

Mi madre sonrió.

–Me encanta cuando te muestras tan confiado. Es la señal indiscutible de alguien que ha nacido para ser un líder –en ese momento su móvil vibró en la mesa. Lo miró y puso una mueca–. Genial. Varios del equipo ya van de camino a la empresa. Y eso que habíamos quedado en una hora. Lo siento, cielo. Debo marcharme ya. No quedaría muy bien que la ponente principal llegase más tarde que el resto del equipo. Trataré de llegar sobre las seis. ¿Estarás aquí?

–Quizás. No lo sé. Debo ir a la biblioteca a devolver un libro de consulta y después de eso quizás vaya a dar una vuelta.

Mi madre me lanzó una mirada analítica como si supiera que mis palabras ocultaban algo.

–¿Cuándo dices dar una vuelta te refieres a ir a ese parque al que sabes que no me gusta que vayas?

“Ya empezamos.”

–No pasará nada, mamá.

–Dani. Ese sitio está lleno de adictos a la marihuana y de yonquis. Incluso seguro que trafican cuando nadie está mirando.

“Incluso cuando les miran también lo hacen –pensé mientras clavaba una tira de bacon en el tenedor y me la llevaba a la boca.”

–Sabes que llevo años yendo allí. Allí todos me conocen. No me harán nada.

–Que no haya pasado nada hasta ahora –su móvil comenzó a vibrar en su mano. Era una llamada–, no significa que no vaya a… maldito trasto ¿Si? Karina, ahora te llamo. Sí, ya voy de camino. Pues que vayan a tomarse un café. Estaré allí en veinte minutos. Hasta ahora –Me encantaba ver a mi madre teniendo a todos bajo control. Era reconfortante verla dirigir a otros. Nada tenía que ver con la mujer que era cuando… él seguía en nuestras vidas. Incluso la garra y determinación que mi madre sacaba a relucir en la actualidad se había visto apagada por su culpa. Nos miramos tras apagar el móvil–. Prométeme que tendrás cuidado y que a la mínima señal de drogas te irás de allí.

No pude evitar reírme mientras masticaba mi bocado. Tragué y la miré con rostro serio.

–Te lo prometo.

Mi madre se acercó a mí y me dio un beso en la frente. Luego se dio la vuelta y se dispuso a irse.

–De todos los benditos parques a los que podías ir tenía que ser precisamente el que goza de peor fama de todas. Nos vemos a la noche. Cuídate.

–Adiós –escuché como la puerta de la calle se cerraba y me quedaba al fin a solas. Miré mi comida y volví a sonreír. Era normal que se sintiera preocupada. Era un lugar que muchos evitaban, pero para mí era un lugar importante. Allí fue donde renací–. Lo siento, mamá. Aunque ese parque fuera el infierno, sería el infierno que me salvó la vida.

Terminé de desayunar en silencio mientras volvía a rememorar un pasado del que no es momento de hablar. Miré la hora. Tenía tiempo de sobra para completar mi rutina. Lavar los platos, ordenar mi cuarto, asegurarme de tener todo lo necesario y repasar en voz alta mientras paseaba por el salón la presentación de arte.

Antes de mi ensayo le había enviado un mensaje a Maite.

“¿Lista?”

Justo cuando estaba por acabar, mi móvil vibró en mi bolsillo. Miré la pantalla.

“Ya lo comprobarás luego.”

No estaba seguro de si su respuesta era una forma de decirme que estaba preparada y que me lo mostraría en el ensayo o si más bien seguía enfadada por la forma en la que nos habíamos despedido la noche anterior.

Suspiré y opté por no pararme a pensar en ello. Ya había tomado mi decisión y no habría vuelta atrás.

Salí de casa dispuesto a comenzar las últimas jugadas de la semana, del trimestre y de mi apertura.

Cuando llegué al instituto tenía claro cuál sería la primera pieza del tablero a la que encararía, pero antes de eso debía encontrarme con Marcel. Hoy no había música en la recepción. Incluso la fotocopiadora, que siempre estaba escupiendo hojas de exámenes, de temarios de historia, de actividades de economías, no estaba funcionando. Era raro encontrar el lugar tan apagado. Marcel tampoco estaba allí, lo cual era algo nuevo para mí. No recordaba un día en que hubiera faltado.

De pronto, noté como unas manos se posaban de forma inesperada en mis hombros. Me volví aún algo exaltado por la situación y vi al bueno de Marcel.

–Justo la persona a la que quería ver –dije tratando de recuperar la calma–. Empezaba a creer que te había pasado algo.

Marcel sonrió sin decir nada, mientras pasaba a mi lado y se metía en su cuarto.

Aquel silencio comenzaba a incomodarme. Surgió en mi mente la posibilidad de que Mariana, su hija, le hubiera contado algo de lo que había pasado ayer. Bastaría con mencionarle mi nombre para que en la mente de Marcel comenzase a formase la idea de que había logrado quedarme en el centro sin permiso de los profesores. Sabiendo que aquello podía ser una posibilidad, preferí adelantarme y tratar de salvar la relación que tenía con Marcel.

Dejé sobre la mesa una bolsa.

–¿Otro soborno? –expresó en un tono que no dejaba dudas que lo sabía. Pero descubrir cuánto sabía era lo importante.

–No –respondí con pesar y arrepentimiento–. Una disculpa. Ayer me colé en el instituto para preparar el trabajo de arte y dio la maldita casualidad de que tu hija trabajaba esa tarde. La engañé para que nos dejara pasar a mi compañera y a mí. Lo siento.

–¿Sabes que por eso podrías haberte metido a ti, a mi hija y a mí en un buen lío?

–Nunca habría permitido que eso pasara. Hubiera hablado con la directora y le diría que fue todo culpa mía. De todos modos, esa conversación nunca habría tenido lugar porque al final nos dieron permiso para estar aquí.

Tensé los músculos del abdomen y miré a Marcel mientras esperaba que mi expresión aparentase estar relajada. Aquella no había sido una verdad a media o una media mentira, sino una mentira completa. Me había pasado el viaje en autobús y el trayecto hacia la pastelería practicando aquellas frases hasta el punto de llegar a creerme que lo que decía era verdad. Para lograr que pareciera creíble era importante no toser, no atragantarme no perder fuerza en la voz ni hablar rápido o desviar la mirada una vez hubiera soltado la mentira.

–¿Y quién te dio permiso?

–Don Vicente –respondí con falsedad, pero con la seguridad de que resultaría creíble. Deje pasar solo un par de segundos. Más habría sido sospechoso–. Había vuelto a clase a buscar unos documentos que se había dejado olvidados en el despacho. Al vernos nos preguntó que estábamos haciendo allí. Le explicamos la situación y nos dio su consentimiento para quedarnos.

–¿Sin supervisión?

–Te lo he dicho. Vino a por unos papeles y se marchó.

–Es raro que mi hija no le viera.

“Sabía que recaería en ello”

–No tanto –respondí, mientras ponía las manos sobre el mostrador, separadas la una de la otra. Era una manera de mostrar de forma indirecta que no tenía nada que ocultar.

–¿A qué te refieres?

–Ayer faltó una de las chicas de la limpieza y tu hija tuvo que ocuparse de limpiar tanto la zona que le tocaba como la de su compañera. Seguro que cuando el profesor pasó por aquí, ella estaba liada con el trabajo extra que le habían endosado de mala manera. Sé por tu cara que no es fácil creerme después de lo que he hecho.

–Me temo que no es nada fácil, Dani –respondió con decepción.

–Lo supongo. Tengo clase con Don Vicente a primera hora. Le pediré que se pase por aquí y aclaré las cosas. El confirmará lo que te he dicho.

–Eso ayuda, pero no resuelve esta situación. Una cosa es que te aprovechases de mí, pero engañaste a mi hija.

El rencor de un padre no era fácil de curar. Un café y unos bollos de canela no iban a reparar el daño ocasionado a nuestra relación.

–Lo sé, Marcel. Y lamento haber tenido que hacerlo.

Eso era cierto. Sabía que mi decisión de aquella tarde podía traerme consecuencias y las estaba experimentando. Que Marcel me mirara con tanta desilusión era un golpe. No por el hecho de que afectase a nuestra relación, que también, sino más bien porque odiaba que me miraran con lástima y pesar. No me apetecía perder el lazo que tantos años me había costado fraguar con Marcel, pero si no podía repararlo para cuando acabase el día, tendría que desprenderme de él y seguir adelante. No se puede forzar a alguien a estar en tu vida si esa persona ya no te ve con los mismos ojos por más que lo intente.

Haría lo posible por recuperar la confianza de Marcel, pero si la perdía, tendría que apañármelas. Sabía que me las apañaría.

–Dile a tu profesor que se pase por aquí cuando pueda –respondió mientras se daba la vuelta y me dejaba el libro y la llave.

Los agarré y luego extendí la bolsa de la pastelería hacia él.

–Quédatelos, anda –dije en un tono y una expresión que esperaba bastasen para aceptar aquella ofrenda de paz.

Marcel pareció dudar, pero luego agarró la bolsa y la puso bajo el mostrador.

–Los pasteles que hace esa mujer son demasiado buenos para que se desperdicien. Y por suerte para ti, hoy no me he tomado ningún café.

Sonreí ante sus palabras. No eran una puerta abierta, pero al menos había un resquicio, una tenue posibilidad de recuperar lo que había perdido de un día para otro.

–Iré a ver si doy con Don Vicente. Quizás pueda pasarse por aquí antes de la clase.

–Aquí estaré –respondió mientras encendía su radio y se giraba para encender la fotocopiadora.

Hoy la despedida fue fría y distante, como si fuéramos dos desconocidos.

Mientras avanzaba por el pasillo hacia la sala de profesores no podía dejar de pensar en esa maldita frase que el novio de mi madre le había dicho y que ella compartió conmigo.

“Ten siempre presente la jugada inesperada”.

Aunque lo había hecho, no siempre puedes salir bien parado de la forma en que respondes al movimiento efectuado por el rival. Hay ocasiones que para devolver el equilibrio al tablero has de depender de una serie de jugadas continuas y yo me dirigía en busca del peón que seguiría la cadena hasta atajar el problema de raíz.

Llamé al aula de tecnología y retrocedí unos pasos hasta que la puerta se abrió y Don Vicente apareció.

–Buenos días, profesor –respondí en el tono más neutro que me fue posible expresar. Aquello debía abordarlo con calma. Aún disponíamos de unos diez minutos antes de que sonara la sirena y debía explotar cada segundo al máximo, ya que de ello dependía el resto de mis planes y del día en sí–. He ido a buscarle a la sala de profesores y me han dicho que le encontraría aquí.

–Creía que nos veríamos luego –dijo mientras miraba a las escaleras.

–Las creencias a veces son erradas. Me ha parecido más apropiado acabar con nuestros asuntos cuanto antes. Estoy seguro de que lo prefiere así y no tener que retrasar esta charla unas horas más.

–Mejor ahora –dijo con tosquedad–. Hablemos dentro.

–Como prefiera. Le advierto que, si intenta algo, le saldrá muy caro. En realidad, le costará el resto de su vida.

La expresión de Don Vicente mientras asentía era la de un hombre que buscaba una escapatoria, pero no hallaba la forma de dar con ella. Entré al aula detrás suya y cerré la puerta.

–¿Tiene la cantidad acordada?

–Si –respondió mientras se daba la vuelta y regresaba a su escritorio. Abrió un cajón y me mostró un sobre.

–Acérquelo y déjelo sobre esa mesa de ahí.

Miré al profesor. Estaba bastante deslucido. Su pelo estaba algo revuelto, sus ojeras eran más oscuras de lo normal, incluso se notaba que llevaba días sin afeitarse. Se estaba descuidando y aquello no me gustaba nada. Un hombre que no se cuida es un hombre sin esperanza y un hombre sin esperanza tampoco tiene nada que perder. Y eso se traducía en algo peligroso para mí bienestar.

Agarré el sobre y lo guardé en mi bolsillo sin mirarlo.

–Confío en que estará todo lo acordado –Don Vincente asintió con pesar–. Me alegra que sea un hombre de palabra.

–¿Cuándo acabará todo esto?

Le miré fijamente. No iba a andarme con rodeos. Debía dejarle las cosas más claras aún de lo que ya lo había hecho en nuestros últimos encuentros.

–Eso depende. ¿Cuándo quiere ir a la cárcel? –La expresión de miedo que inundó su cara era la respuesta que necesitaba–. Tiene que pagar por lo que ha hecho. Considere esto como una oportunidad.

–¿Una oportunidad?

–Para redimirse –exclamé, mientras me preguntaba si lo que estaba por decir le convencería, aunque fuera un poco–. No puede cambiar las atrocidades que ha hecho hasta ahora, pero puede darle una vuelta a su vida. Verá. Le estoy dando una segunda oportunidad para hacer las cosas bien, para ser un buen padre para su hija, un marido decente para su mujer, un profesor que valga la pena y que sea respetado por sus compañeros y alumnos. A cambio de tener todo eso, de no perderlo y de seguir siendo un hombre libre solo debe dar algo a cambio –dije mientras le mostraba el sobre con el dinero–. Este es el precio de su libertad. Hay hombres peores que usted en la cárcel que pagarían diez veces lo que yo le pido para no acabar en una jaula.

–Esto también es una jaula.

–Eso no se lo niego –respondí mientras le sostenía la mirada–, pero al menos conmigo pueda regresar a casa y pasar la noche con su familia. Puede intentar escapar si quiere, pero no le servirá de nada. Las cosas que ha hecho y grabado saldrán a la luz si me pasa algo. Dará igual si envía a alguien a mi casa a recuperar su portátil y se llevan mi ordenador. Todo está ya en internet y los enlaces a esas webs están grabadas aquí –dije mientras me daba unos golpecitos en la cien–. Cada dirección url, cada número, letra y barra que las conforman están a salvo dentro de mí. Créame que no ha sido nada fácil memorizarlas sin cometer ni un solo fallo, pero vale la pena si de esa manera me aseguro que no intentará ninguna tontería. Tal vez llegue un día en que piense que ya no le queda nada que perder. Si eso ocurre, piense en su hija.

¿Le gustaría que supiera quien era su padre en realidad? ¿Cómo cree que le afectará eso a su futuro? No le será nada fácil. A pesar de sus defectos, profesor, puedo ver por la expresión de su cara que realmente quiere a su hija. ¿La oportunidad de verla crecer y convertirse en una gran mujer no vale un pequeño sacrificio? Hoy es el último día de clases y comienzan las vacaciones de navidad. Aproveche estas semanas para estar con ellas y averigüe en qué clase de celda prefiere pasar sus días y sus noches. Yo lo tendría claro. Pero mientras medita sobre ello, espero que no cometa ninguna estupidez. No hallará una forma de escapar de esto. Debe pagar y lo sabe.

Unos segundos de silencio pasaron antes de que Don Vicente asintiera pesaroso.

–No haré nada –dijo cabizbajo.

–Compórtese como un hombre –dije con malestar y enojo– y míreme a los ojos cuando me hable. Mejor. Ahora, repita lo que ha dicho.

–No haré nada ni intentaré nada que ponga en peligro la oportunidad de ver crecer a mí hija.

Deseaba tanto destruir a esa escoria humana que tenía ante mí, arrebatarle sus esperanzas y anhelos de golpe y enclaustrarlo de por vida en una celda lejos de todo lo que le ofrecía a cambio de unos billetes semanales. Pero no podía destruir tantas vidas inocentes para acabar con una.

Con el tiempo, me llegaría a preguntar si realmente buscaba proteger a esa pequeña y su madre o si el control sobre la vida de otro ser humano, por monstruosa que esta fuera, era una droga tan adictiva que no estaba dispuesto a soltarla hasta que no diera más de sí.

–Me alegro oír esas palabras, profesor. Y creo que no hay mejor forma de poner a prueba su sinceridad que pedirle algo. Necesito un par de favores más.

Una sonrisa burlona e incrédula se despertó en su cara.

–Por supuesto. ¿Qué quieres? ¿Las llaves de mi coche? ¿Las de mi casa?

Le miré serio sin decir nada durante varios segundos. Le atravesé con la mirada, esperando que le quedase claro que, si volvía a ser igual de insolente, no habría una tercera vez en que pudiera serlo.

–Lo que quiero es bien sencillo. Lo primero. Cancelará su primera clase de hoy con nosotros. Diga a la dirección que debe irse y llevar urgentemente unos documentos al trabajo de su esposa o invente alguna excusa que resulte creíble y explique su inesperada ausencia. Y lo segundo. Necesito que le diga al conserje palabra por palabra lo que le voy a decir –le dije las frases un par de veces y le obligué a repetírmelas hasta quedar satisfecho. Miré la hora. Pronto sonaría el timbre y tendría que ir a clase–. Perfecto. Ahora solo queda subir y que le mienta igual de bien a Marcel que a mí. Con eso nuestros asuntos quedan zanjados. Al menos hasta el próximo trimestre.

Don Vicente me atravesó con la mirada, esperando quizás una ayuda divina que me hiciera desaparecer, pero incluso con eso sus problemas no se resolverían.

–¿Quiere seguir mirándome o podemos irnos?

Don Vicente sonrió con tristeza y con una cierta malicia que para él debía ser una esperanza que terminase en volverse realidad.

–Puede que yo esté en una jaula –dijo con tono calmado, mientras sus ojos se hundían en los míos–, pero la prisión que a ti te espera es mucho peor que la mía. Al fin y al cabo, eres un monstruo que se aprovecha de las debilidades y errores de otro monstruo.

–No lo niego –respondí honesto mientras me volvía y abría la puerta del aula–. Pero creo que los dos coincidiremos en algo. A ambos nos conviene que tarde mucho tiempo en cumplir mi condena. Si yo caigo, le arrastraré conmigo. Y por desgracia, muchos otros también caerán. Ahora, vaya arriba y dígale al conserje lo que le he pedido.

Don Vicente, forzó una sonrisa y pasó a mi lado sin decir nada más. Subí tras de él, mientras nos dirigíamos a la recepción. Pensaba en sus palabras y sentí que las había lanzado como una profecía que aguardaba a la vuelta de alguna esquina, deseosa de que tropezase con ella para hacerse realidad.

Siempre había creído que a la gente buena le pasaban cosas buenas y que los malos terminarían pagando por sus crímenes, pero no siempre es así. A veces los buenos salen mal parados y lo pierden todo mientras los malos disfrutas hasta su último aliento de los placeres obtenidos de sus crímenes.

Aunque no sabía la clase de final que me esperaba cuando todo acabara, no negaré que esperaba pagar por cada una de mis decisiones, por cada uno de mis planes y por cada uno de mis pecados. Pero mientras ese día no llegase y la jugada final no estuviera frente a mí, hasta ese momento viviría con pesar, con remordimientos, pero viviría sin detenerme a mirar atrás.

Continuará...

Como prometí, durante los meses de julio y agosto, cada miércoles y viernes subiré un nuevo capítulo de esta segunda parte. No prometo publicar más allá de donde tengo pensado, pero si puedo asegurar que todos los puntos que quedaron sin cerrar lo estarán en estos episodios. Adviereto que esto son los borradores, no las versiones finales en las que puedo cambiar dialogos y escenas.

Cualquier duda o pregunta ya sabéis que podéies escribirme al correo personal o a mi instagram. Ambos podeis encontrarlos en mi perfil de autor.

Espero que este nuevo inicio sea de vuestro agrado.

Un saludo.

Crom