Relatos de juventud 9
Ellas deseaban al chico malo. Yo sería el malo que les haría desear al bueno
Sara agarraba el sobre en su mano derecha y lo estrujaba con rabia. Di unos pasos hacia ella y al verme se lanzó una mirada desafiante. La mirada de una autentica mujer.
Esperaba doblegarla, no someterla. Si ocurría, mejor que mejor. Pero como había dicho ya, la había elegido para convertirme en un hombre y aprender. Cierto que con lo que me había costado, una prostituta me habría resultado más barata. De hecho con lo que había pagado por Sara habría tenido mi propio harem, pero no quería a alguien que cobrase por sexo. Quería a Sara.
A una ramera puede tenerla cualquiera. A la mujer que tenía frente a mi no la había tocado un hombre en bastante tiempo.
Eso estaba a punto de cambiar.
–Vayamos a tu cuarto –dije.
Sara no dijo nada. Se dio la vuelta y empezó a avanzar por el pasillo. Subimos a la segunda planta y la seguí hasta la habitación del fondo. Entramos en ella y no pude relamerme los labios de excitación al encontrarme con una enorme cama de matrimonio. Tendríamos espacio de sobra para jugar todo lo que quisiéramos. Vi como Sara se acercaba a la mesilla de noche y abría un cajón donde guardó el sobre. Justo antes de cerrarlo dirigió la vista a una fotografía enmarcada. La cogió de la mesilla y la guardó en el cajón. Lo cerró y me miró, mientras se cruzaba de hombros.
– ¿Por qué haces esto?
Empezaba a cansarme que me hicieran la misma pregunta una y otra vez. Supongo que tendría que acostumbrarme. Comencé a quitarme la sudadera y los zapatos.
–Lo hago por amor –respondí sincero. Ella pareció confusa–. Hay una chica de la que llevo mucho tiempo enamorado. Es la única por la que he sentido algo así. Dentro de poco será la primera vez que los dos estemos juntos. Debería haber sido la primera vez para los dos, pero por lo que sé, por lo que he leído, perder la virginidad para una chica no acaba siendo el cuento de hadas que imaginan. Supongo que sabe a lo que me refiero –Sara no respondió. Me quité los calcetines antes de continuar–. Yo quiero que ella si tenga ese cuento de hadas. Por eso te elegí a ti. Es una mujer adulta. Madre. Sabe que es lo que una chica desea sentir, y yo quiero aprender eso… haciéndotelo sentir a ti No pretendo hacerte daño. Tampoco pienso tratarte como si fuera un pedazo de carne. Solo busco aprender.
–Lee un libro –exclamó enojada.
Le lancé una mirada sarcástica.
–Lo he hecho. Docenas de ellos. Sin contar las horas que he dedicado a buscar información por internet. Sobre todo videos de lo más explícitos y detallados. Ahora –dije mientras bajaba la cremallera del pantalón y comenzaba a quitármelos. Ella no perdía detalle, pero seguía sin moverse– es el momento de la clase práctica.
Terminé de quitarme el pantalón y me quedé solo con mis bóxers negros y la camiseta. Me senté al borde de la cama. Comencé a acariciarme la entrepierna. La notaba bastante dura.
– ¿Esperas una invitación?
Sara me miró con odio. Resignada se acercó a la cama y cogió una almohada que arrojó a mis pies. Puso cómodamente sus rodillas sobre ella y tiró de mi calzoncillo para quitármelo, dejando a la vista mi pene semi-erecto y ansioso por jugar. Me pareció notar un brillo de placer en sus ojos, aunque tal vez le brillaran de la indignación que sentía por aquella situación. Pronto lo descubriría.
No dudó en cogerlo y en metérselo en la boca. Comenzó un movimiento de vaivén de lo más sensual. Yo me agarraba a la cama mientras notaba como su lengua lanzaba lametones a lo largo de mi falo, haciéndome sentir en un minuto un goce que ni siquiera Maite había logrado. Me encantaba cuando pasaba la punta por mi glande y comenzaba a dibujar círculos antes de volver a tragársela. A veces cuando notaba mi mirada sobre ella, dejaba de chupar y se dedicaba a masturbarme con la mano, mientras me clavaba sus ojos provocadores. Disfrutaba de la sensación de sus dedos enroscados a mi pene. Puede que Sara odiara aquella situación, pero se estaba entregando a fondo.
De pronto comenzó a masturbarme con más rapidez, haciéndome sentir con deseos de correrme, pero si pensaba que el juego acabaría nada más lograrlo, estaba equivocada. En cuanto volví a notar su boca y su lengua relamiendo mi pene la agarré de la cabeza y tiré hacia abajo. Cuando sentí como sus labios rozaban mis testículos la solté. Vi como Sara comenzaba a toser.
–Quítate la blusa.
Ella se limpió la boca de babas, mientras se ponía en pie. Me lanzó esa mirada que ya no me decía nada y dispuso a obedecer mi deseo. Desató los nudos de su escote. Pude apreciar que no llevaba sujetador. Eso me encantaba. Se sacó las mangas y comenzó a levantar los brazos para sacarse la prenda del todo. En cuanto tiró hacia arriba pude ver unos pechos duros, firmes. Me fijé en que sus pezones no estaban tiesos, pero eso cambiaría pronto. Cuando mi lengua los probara estarían la mar de rectos y jugosos. Antes de que arrojara la blusa me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos. Acariciaba su espalda, mientras mi otra mano tanteaba su cintura, su vientre plano y uno de sus pechos. Sin esperar ni pedir permiso me lancé sobre su boca y sentí el calor de sus labios. Ella se resistió, pero yo no iba a soltarla. La empujé contra la pared y allí comenzamos un juego de resistencia y lucha. Llevé la mano con la que memorizaba cada parte de su cuerpo hasta el cierre de su pantalón. Noté como sus manos atrapaban la mía y buscaban alejarla. Cansado de aquella situación, la agarré de la coleta y tiré de ella hacia atrás sin ejercer demasiada fuerza.
–Te lo quito yo o te lo quitas tú.
Sara me miró con ganas de darme una bofetada, pero al final optó por soltar mi mano y llevarlas al botón y cremallera de su pantalón. Decidí seguir sujetándola y jugando con sus pezones, mientras ella tiraba de su prenda hasta dejarla caer sobre sus rodillas.
–No te muevas –le dije mientras la besaba de nuevo en la boca, luego en el cuello y bajaba hasta sus pezones. Seguí bajando y besando hasta llegar a su entrepierna. Primero acaricié su trasero y me deleité con su simple contacto. Segundos después, tiré de los laterales de sus bragas negras y dejé al descubierto su sexo. Acerqué mis manos y con suavidad separé sus labios. Llevé mi boca a ellos y empecé a lamerlos con calma. Muy despacio. Quería ver si de esa manera, la sensación de placer era mayor que si lo hacía con rapidez. Noté como los muslos de Sara se tensaban. La miré. Seguía con la misma cara de impotencia. Aceptaba la situación, pero no se estaba entregando del todo.
Me levanté y mientras nuestros ojos se desafiaban la sorprendí al meterle dos dedos entre sus labios vaginales. El breve instante de placer que mostró antes de recuperar la compostura no tenía precio. Noté como trataba de apartar mi mano para sacar mis dedos de su interior, como sus piernas buscaban cerrarse para bloquear mi paso, pero era inútil. Una vez dentro de ella, no saldría hasta que se sometiera al placer. Acerqué su cabeza a la mía y volví a besarla, pesé a su obstinada actitud. Cuando notaba su lucha y reticencia ante mi lengua dentro de su boca, más metía mis dedos en su vagina. Acariciaba y movía los dedos hacia dentro y hacia fuera cada vez más rápido.
De pronto noté como su lengua rozaba la mía. Me arriesgué y la solté del pelo para ver si se alejaba de mi boca, pero no. Había entrado en mi juego.
Saqué mis dedos de su vagina. Me alejé de su boca y la miré. Ella abrió los ojos y yo noté el placer que estaba sintiendo. No podía permitir que se despertara de él en ese momento. Necesitaba que cayera más profundamente en lo que estaba sintiendo. Esta vez fueron tres los dedos que le metí. Noté como su cabeza se tensaba ligeramente hacia atrás. Mientras ella trataba de ahogar un grito, me dedique a besar y lamer su cuello. Noté como una de sus manos me acariciaba el pelo.
Satisfecho, detuve mis besos y guié su mano libre hasta mi entrepierna. Ella miró mi miembro totalmente duro mientras yo besaba su cuello y luego me miró a mí. No esperé a que se decidiera. Hice que lo agarrara y me volví a dirigir a su cuello, mientras mis dedos comenzaban un vaivén más lento en su vagina que no tardarían en cesar parar reanudar su carrera.
Acerqué mi cuerpo al de Sara para sentir sus pechos pegados a mí y entonces noté como su mano comenzaba nuevamente a masturbarme. Quise mirarla, pero era mejor que de momento los dos nos dejásemos llevar por el placer.
Someterla me daba igual en ese momento. Quería hacerla mía aunque solo fuera una vez.
Acerqué mi boca a su oreja y exhalé mi aliento en ella antes de lanzar un pequeño y sutil mordisco a su lóbulo. La respuesta no tardó en llegar. Noté como la mano que estimulaba mi pene se ponía rígida. Volví acelerar el juego de mis dedos en su sexo y para mi sorpresa Sara hizo lo mismo conmigo. Estaba seguro de que ambos estábamos a puntos de corrernos, pero yo no iba a ser el primero en hacerlo. Tenía que ser ella. Un hombre que antepone su eyaculación a la de una mujer es solo otro hombre más. Yo quería que Sara me recordara. Sobre todo en la noche, en la intimidad de sus sábanas, en el silencio de su placeres secretos y solitarios.
Decidí aceptar la apuesta.
Aumenté el ritmo y ella no solo hizo lo mismo, sino que además llevó su mano libre a mis testículos y comenzó un juego de caricias que me estaba volviendo loco. Aquello pintaba mal para mí. Decidí dejar de mover mis dedos con rapidez y realizar caricias dentro de ella. Junté mis dedos y empecé a dibujar arcos en su vagina. Primero de fuera hacia dentro, rozando así las paredes de su vagina. Con aquello lograba que Sara se tensara durante unos segundos y redujera el ritmo sobre mi pene que ya lo notaba al límite. Tenía que jugármelo todo a una última carta. Mientras mis dedos seguían con su función, discretamente lleve mi mano libre hasta su trasero. Acaricie sus nalgas y jugué con ellas sin ir más allá. En ese momento cambié el movimiento de mis dedos en el interior de su sexo. Ya no los movía de afuera hacia dentro, sino de dentro hacia fuera.
Los gritos ahogados de Sara y la pierna que se había enganchado a una de las mías, eran la evidencia de que estaba funcionando. Seguí con aquello mientras mi boca jugaba con su cuello y mi otra mano se abría paso entre las nalgas de Sara, buscando su ano. Cuando noté aquel pequeño agujerito, aumente el ritmo de mis dedos en su vagina. Sara hizo lo mismo en mi miembro. En ese momento la cogí por sorpresa al meterle apenas un poco el dedo en el trasero. Noté la presión de sus nalgas. Aproveché su reacción para lanzarse un pequeño y suave mordisco en su cuello, mientras al mismo tiempo la punta de mi lengua se habría paso entre los dientes para acariciarla placenteramente.
–Ahhhh! –Exclamó Sara, mientras notaba como la tensión de su cuerpo se convertían en pequeños espasmos de goce que poco a poco comenzaban a detenerse. Saqué mis dedos de su ano y de su vagina y noté lo empapados que estaban estos últimos. Sara dejó de masturbarme para sentir aquel breve instante de satisfacción, pero una de sus manos no soltaba mi pene.
Aprovechando que se había dejado llevar por ese instante de placer que culminó en su orgasmo, lo justo era que ahora llegase el mío. La cogí de la coleta y la obligué a mirarme. Ella supo lo que quería. Resignada se dejó caer lentamente y dirigió su boca hasta mi pene. Apoyé una mano en la pared, mientras la otra jugaba con su cabello, adaptándose al son de su movimiento. Miré a Sara totalmente entregada a la lujuria que había logrado despertar en ella. Chupaba como si le fuera la vida en ello. No quería que aquella sensación acabase, pero sabía que el final estaba cada vez más próximo. Levantó mi pene en alto y se dedicó a jugar con mis testículos. Aquello era más de lo que podía soportar. Era como un talón de Aquiles para mí. Quité su mano de mi pene lo agarré y lo dirigí a su boca. Comencé a balancearme con rapidez y pese a sus protestas no me detuve hasta que noté como si semen comenzaba a brotar en oleadas y se diseminaba por toda su boca. Lo mantuve dentro hasta que, al igual que con Maite, noté que la presión desaparecía.
Me puse a jugar con mi pene empapado de su saliva mientras veía como Sara escupía mi regalo en el suelo. No me importó. No a todas las mujeres les gustaba tragárselo.
–Podías haber avisado –dijo mientras se limpiaba los restos que habían quedado en su boca y barbilla.
–La próxima vez lo haré.
Sara me miró.
–No habrá próxima vez. Dijiste que…
–Dije que quería una tarde contigo en la intimidad de tu cama. La tarde acaba de empezar y la cama aún no la hemos estrenado. Esto solo era un calentamiento. Y creo que a los dos nos ha salido bien –dije mientras me dirigía a la cama y me sentaba al borde de ella–. Desnúdate y ven aquí.
Se puso de pie y con cuidado se quitó las sandalias para que el pantalón y las bragas salieran más fácilmente. Observé su cuerpo mientras me tocaba para poner bien duro mi pene. Estaba a punto de sentir por primera vez el calor húmedo de una mujer.
–Eres un mentiroso –exclamó mientras terminaba de desnudarse por completo–. Dijiste que nunca habías estado con nadie. Si fuera verdad no…
– ¿No te habrías corrido? –respondí para interrumpirla–. Dije que nunca me había acostado con alguien, pero no que no hubiera probado el cuerpo de una mujer. Más bien de una futura mujer. En cuanto te haya metido esto –dije mientras la señalaba con mi pene–, serás la primera mujer de mi vida. Seguro que no soy tu primer virgen. Ahora arrodíllate y chúpamela. Es mejor que esté bien lubricada.
Sara volvió a arrodillarse sobre la almohada y empezó a masturbarme con la mano. Miraba mi pene mientras se dedicaba a subir y bajar sus dedos enroscados. Acerqué mis manos a su pelo y le deshice la coleta. Ella me miró sin dejar de lado su tarea de darme placer.
–Así estás más bella de lo que ya eres. Ahora quiero que me la chupes, y mientras lo haces metete un par de dedos. A ti también te conviene mantenerte mojada.
Sara no dijo nada. Se metió dos dedos en la boca sin apartar la vista y se relamió en ellos antes de sacarlos y dirigirlos a su sexo. Me deleite con la sensación de placer que se dibujo en su cara al notar el goce que ella misma se estaba dando. Mientras se dejaba llevar por las reacciones que sus propios dedos le estaban causando, empujé su cabeza hasta mi pene y la obligue a tragárselo.
Sujetaba su cabeza con las dos manos, mientras Sara chupaba de aquella manera tan excitante. Me encantaban las caricias que su pelo suelto realizaba sobre mis muslos desnudos.
Mantuvimos aquella postura un rato. Hasta que Sara se movió bruscamente, queriendo zafarse de mis manos y de mí pene. La solté. Vi como se ponía en pie. Todavía seguía tocándose su entrepierna. Estaba mojada.
–Acabemos con esto. Métemela de una vez.
La miré. Me apoye en la cama y metí todo mi cuerpo en ella antes de tumbarme.
–Ven aquí.
Sara. No se lo pensó dos veces. Se subió a la cama y comenzó a sentarse sobre mí. Me puse a tocar sus muslos que se pegaban a mi cuerpo. Ella apoyo sus manos sobre mi pecho, mientras restregaba su entrepierna contra la mía.
–Quítate la camisa –dijo, mientras llevaba las manos hacia abajo para comenzar a subirla y quitármela.
La agarré de las muñecas. Ella me miró.
–No necesito quitarme la camisa para lo que voy a hacerte.
Agarré sus muñecas con una mano, mientras llevaba la otra a mi pene. Comencé a tantear sus labios vaginales y cuando noté que Sara no oponía resistencia empecé a abrirme paso dentro de ella. La sensación que sentía era algo indescriptible. Empecé a moverme lentamente. Solté las muñecas a Sara y ella apoyó sus manos en mi pecho de nuevo.
–Empieza a moverte –ordené.
Sara no protestó ni dudo. Empecé a notar como sus caderas y su trasero se contoneaban de delante hacia atrás. A veces incluso apretaba sus nalgas y sus piernas, causando más presión en mi pene. Presión que no quería dejar de sentir. Mientras Sara seguía su cabalgada lenta, llevé mis manos a su cadera y empecé a subir despacio. Acariciaba su cuerpo con las yemas de mis dedos y me detuve cuando tuve sus pezones a mi alcance. Noté que esta vez sí estaban duros y excitados. Sara echó la cabeza para atrás sin detener el baile de sus caderas. Había aceptado dejarse llevar por lo que sentía. No sabía si estaría tan complacida cuando todo acabara, pero aún quedaba mucho para ponerme a pensar en ello.
Después de varios minutos jugando con sus pechos y sus pezones bajé mis manos por sus brazos, la agarré y tiré de ella para acercar su cuerpo hasta mí. Coloqué mis piernas a horcajadas y comencé a moverme. Primero despacio y luego más rápido.
Noté como la respiración de Sara se aceleraba. La rodeé con mis brazos, sintiendo el calor de su espalda desnuda, de sus pechos sobre mi torso, de su lengua en mi boca. Había comenzado a besarme sin que le dijera nada. Aquello me encendió aún más de lo que ya estaba. Llevé mis manos a su trasero y agarré con fuerza de sus nalgas mientras aumentaba el ritmo de mi penetración. Ella se apartó de mis labios para lanzar silenciosos gemidos de placer, mientras me miraba. De pronto, lancé un par de estocada fuertes dentro de ella y me detuve. Necesitaba controlarme. Aquello no era una carrera de velocidad, sino una maratón. Debía controlarme y reservar fuerzas para el sprint final.
Sin soltarme de Sara me incliné a un lado. Saqué mi pene de su interior y comencé a restregarlo por su sexo antes de volver a metérsela. No pudo evitar morderse el labio, pero a diferencia de Maite, ella no desviaba la mirada de mí. Sara pasó una pierna por encima de mi muslo para rodearme. Mientras mi mano recorría lenta y suevamente cada lugar de aquella pierna que no quería soltarme, mi boca jugaba con su cuello. Besos, pequeños lametones, alguna que otra ligera mordida que causó más de una reacción. Volví a llevar mi mano hasta su trasero sin dejar de penetrarla. Disfrutaba sintiendo el contacto de aquellas nalgas entre mis dedos y aunque las había palpado hasta recordar cada pequeño detalle, no había podido verlas con el detalle que se merecían. Me separé de Sara. Arrodillado en la cama, con la mano en mi pene la contemplé. Era preciosa. No una diosa, pero bien podría haber pasado por una.
–Date la vuelta
Sara obedeció. Por fin podía ver aquel trasero cuyo contacto me volvía loco. Pasé la palma de mi mano por él, mientras Sara me miraba expectante a mi próximo movimiento. Cogí la otra almohada que había quedado sobre la cama, metí la mano debajo del vientre de Sara y ella lo levantó ligeramente. Dejé la almohada allí y ella se recostó, dejando su trasero ligeramente en pompa. Ahora resultaba incluso más hermoso.
Aparté una de mis manos y la llevé a mi entrepierna. Agarré mi pene y tanteé sus labios nuevamente. Los separé con los dedos y empecé a penetrarla despacio. Vi como Sara se agarraba con fuerza de las sabanas. Pasé mis manos por sus muslos y subí hasta llegar nuevamente a su trasero. Masajeé sus nalgas mientras seguían abriéndome paso dentro de ella. Las separé y dejé a la vista su ano. Llevé mi dedo índice hasta él y comencé a dibujar círculos sobre él. De pronto noté como una mano de Sara buscaba apartar mi dedo. Atrapé su mano y la aprisioné contra su espalda. Cambié de idea y en vez de meterle el índice, giré mi muñeca y le introduje solo un poco mi dedo corazón.
–Ahhhh, no… uuhmmm –La estaba volviendo loca de placer y un poco de dolor. Después de prolongar aquel juego un poco más, decidí sacarlo y agarrarla de las caderas para acelerar la penetración, cosa que pareció agradecer. Después de un rato intenso me detenía y la embestía con dureza varias veces seguidas, notando como mis testículos chocaban contra su sexo. Repetí lo mismo un par de ocasiones más.
Luego me detuve y la miré. Saqué mi pene de ella y obligué a Sara a abrirse de piernas sin cambiar la posición. Me tumbé sobre ella, sintiendo el sudor caliente de su espalda mezclarse con el mío, mientras volvía a la carga. Clavé mi pene en su vagina mientras nuestros cuerpos se hacían uno. Puse mis manos sobre las suyas y Sara se agarró a mis dedos mientras yo seguía moviendo mis caderas y empujando. Besé su hombro, mientras me embriaga del olor de su pelo. Busqué el contacto de sus labios y ella ladeo la cabeza para recibir mi boca. Comencé a moverme tan rápido como pude, sintiendo como estaba a punto de alcanzar el clímax. Aquello no pareció pasar inadvertido para Sara.
–No lo hagas dentro.
Hice como que ignoraba sus palabras y seguí moviéndome. Estaba a punto de venirme.
–Date la vuelta –dije mientras sacaba mi pene y me separaba de ella. Sara se volvió con la vista clavada en mi miembro–. Tócate los pechos y metete un par de dedos. Vamos.
Sara puso sus pies a horcajadas. Guio una mano hasta su vagina y comenzó a masturbarse, mientras con la otra se pellizcaba y acariciaba su pezón derecho. Dirigí mi mano libre hasta su sexo y acaricié la parte superior de sus labios, esperando que la yema de mi dedo presionara su zona más sensible.
–Ahhh si… Ahí… no… pares.
Sara aumentó el movimiento de sus dedos. Parecía que al igual que yo estaba a punto de correrse. Sin perder detalle de sus gestos hice lo propio y también aceleré mis caricias sobre su clítoris y sobre mi miembro.
–No aguanto más –exclamé, mientras notaba como todo el placer que había experimentado me abandonaba y una nueva dosis de mi semen se precipitaba sobre ella. Sus pechos y su cara fueron las que se llevaron la peor parte.
–Ahhh… uhmmm –dejó escapar Sara ante la misma ráfaga de goce que sentí yo, mezclado con el contacto húmedo de mi orgasmo. Los dos habíamos llegado juntos al clímax.
Me acerqué hasta sus labios, la agarré de la nuca y la obligue a metérsela en la boca. Ella llevó su mano a mi miembro y lo chupo. Lamió mi falo de arriba abajo hasta que estuvo limpio. La solté y deje que su cuerpo cayese rendido sobre la cama, mientras yo la miraba.
No podía decir que la había domado, pero al menos los dos habíamos disfrutado de aquel rato de placer que ambos necesitábamos, aunque por razones muy distintas.
Me tumbé a su lado y la observé. Miré su cuerpo empapado de nuestro sudor y de mi semen, su pelo suelto y revuelto por la lujuria y el placer por el que nos dejamos guiar hasta la extenuación; el sonido de nuestras bocas al exhalar y tratar de recuperar el aliento. Vi muchas cosas. Lo que no vi fue una sonrisa en la cara de Sara.
Como sospechaba no la había domado.
Sara se volvió y tiró de una de las sábanas para limpiarse la cara y el cuerpo de mis fluidos, dejándome una perspectiva nada desagradable de su espalda y su trasero.
–Ya has conseguido lo que venías buscando, ¿no?
Así era.
Me habría encantado realizar un tercer asalto; ver si a la tercera iba la vencida y conseguía que se rindiera ante mí, pero llevaba demasiadas horas despierto; mi mente estaba completamente agotada y por lo que parecía mi pene no estaba con ánimos para una nueva contienda, por más dulce que le hubiera parecido.
–He conseguido más de lo que esperaba, pero menos de lo que deseo.
Sara abandonó la cama sin mirarme. Se acercó hasta la puerta y comenzó a recoger su ropa.
–Entonces vístete y vete de mi casa.
Odiaba que me dieran órdenes. Me apoyé en la cama y me senté.
–Me iré cuando quede satisfecho –sentencié orgulloso.
Sara se giró y clavó sus desafiantes ojos en mí. Parecía sorprendida.
– ¿Es que quieres más?
Menuda pregunta más absurda. ¿Qué persona en el mundo no querría seguir sintiendo placer? Sobre todo la clase de placer que habíamos sentido ambos momentos antes.
– ¿Tan raro te parece que desee más de ti? Con tu cuerpo no me extraña que los hombres se vuelvan locos por tenerte entre sus brazos.
–Tú no eres un hombre.
–No. No lo soy. Y aún así te he tenido entre mis brazos.
–Eso no volverá a pasar.
–Pasara –sentencié. Libraría una última y desesperada lucha final contra aquella mujer y lo daría todo para que se rindiera. Solo quedaba convencer a mi cuerpo para que se uniera a mis deseos–. Si quieres que me vaya antes de que llegue tu hija, te sugiero que pongas de tu parte. No creo que le siente muy bien encontrar a un muchacho de dieciocho años y desnudo en tu cama –Mentí respecto a mi edad. No iba a decirle que era menor. Aquello habría sido el mayor error de todos. Si ya estaba mal lo que había hecho para proteger a su familia saber la verdad sobre mi edad habría echado al traste todo mi plan–. Ahora suelta esa ropa. No la vas a necesitar de momento.
Sara arrojó enojada las prendas y me miró.
–Acabemos ya con esto.
–No tan rápido. Antes quiero que te des una ducha. No me apetece que mis labios te besen donde me he corrido. No tengas prisa en regresar. Tómate tu tiempo. Pero no demasiado. No queremos invitados sorpresa.
Sara pensó en decir algo, pero en el último momento se calló. Abrió la puerta del cuarto para salir, pero justo antes de hacerlo cogió mis pantalones y mis zapatillas.
– ¿Qué crees que haces?
–No estoy tan loca para dejarte solo y que te vayas con mi dinero.
Tenía sentido.
Podía haberse llevado el dinero al baño con ella, pero temía que aprovechara para entrar y lo cogiera en un despiste.
–Ya te lo dije. Te quiero a ti. Vales cada billete que he pagado.
Ella me miró un instante largo e intenso. Salió por la puerta y abrió la que había justo en frente a la habitación en que estábamos. Entró y cerró detrás de sí, no sin antes volverse para volver a mirarme. Aquello me parecía una buena señal. ¿Buscaba no perderme de vista o era algo más?
En cuanto escuché el grifo de la ducha abrirse me dejé caer sobre la cama. Notaba como los ojos me pesaban de cansancio, sentía mi cuerpo ligero y pegajoso de mi sudor y el de Sara. Si seguía en aquella posición tan placentera no tardaría en quedarme dormido. Cuando mis ojos comenzaron a cerrarse pensé en Gabriela. Como si de una descarga se hubiera tratado me incorporé y me puse en pie. Empecé a caminar por la habitación para hacer que la sangre fluyera por mi cuerpo.
En una de esas idas y venidas miré la mesilla de noche que había al lado de la cama. La misma en la que Sara había guardado el sobre con el dinero.
Normalmente ni me habría fijado en él, pero el cajón en el que había dejado sus bien merecidas ganancias no lo había cerrado bien. Detestaba el desorden y cuando veía que algo estaba fuera de lugar, ya sea en casa o en cualquier parte, no solo lo notaba, sino que también me veía en la obligada necesidad de corregir ese fallo. Me aproximé hasta él y lo cerré como debía, pero antes de soltar el pomo recordé que Sara no había dejado solo los cuatrocientos treinta euros de su alquiler, más los otros cincuenta que se había ganado por aceptar oír mi propuesta. También había dejado el marco de una fotografía.
Curioso, decidí abrir el cajón. Vi el marco tumbado boca abajo y lo cogí.
Le di la vuelta y contemplé lo que quería proteger de lo que habíamos hecho en aquella habitación.
Tal y como había imaginado era una foto de Sara con su hija. No era nada sorprendente.
Lo que no pude prever y si resultó ser una sorpresa de lo más inesperada es que la muchacha que estaba al lado de Sara era alguien a quien conocía; alguien que me perturbaba; alguien a quien deseaba.
Sara era la madre de una de mis futuras reinas.
Sara era la madre de Leoni.
Continuará…
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