Relatos de juventud 6

Ellas deseaban a los chicos malos. Yo sería el malo que las haría desear a los buenos.

Miré a Maite mientras  yo seguía acariciando mi pene frente a sus ojos.

–Gatea hasta aquí.

Se giró hacia un lado, dejando una visión maravillosa de su culo perfecto. Se apoyó en sus manos y rodillas, se dio la vuelta y se encaminó lentamente hacia donde estaba como una gatita sedienta.

–De rodillas.

Obedeció, mientras acariciaba mis piernas.

–Bésala.

Se acercó hasta el glande y depositó un beso húmedo sobre él. Luego empezó a bajar y bajar.

–Ahora lámeme los… si así.

Maite lanzaba estocadas precisas sobre mis testículos empapados de su lengua que me excitaban hasta lo indecible. Cada segundo en que sus labios jugaban con ellos  me hallaba más cerca de acabar otra vez. Antes de que pudiera ordenarle nada, ella misma se metió mis testículos en la boca al mismo tiempo. Los chupaba y los soltaba una y otra vez.

–Para –le ordené mientras ambos nos mirábamos. Bajé mi pene un poco, tentando sus labios y ella los empezó a abrir. Le di un golpecito en la barbilla y la cogí del pelo suavemente –Quiero oírtelo decir. Di que la quieres en tu boca.

Maite la miró con deseo y le lanzó una pequeña lametada.

–La quiero en mi…

Antes de que pudiera decir nada más se la introduje entre sus finos labios y comencé un movimiento de vaivén. Por fin estaba sintiendo realmente su boca en todo su esplendor. Al poco rato me detuve y comencé a sacarla lentamente para ver su reacción. No podéis imaginar lo que disfruté cuando se agarró a mis piernas y fue ella la que continuó el trabajo. Su cabeza se movía hacia delante y hacia atrás de forma frenética. Pasaba de hacerlo con rapidez y desenfreno a despacio y juguetón. Entonces noté como una de sus manos me la agarraba mientras su boca seguía divirtiéndose con la punta. Yo la miraba con una mezcla de placer y desafío. No quería que pensara que era ella quien tenía el poder. Quité su mano y la puse de nuevo en mi pierna para que se agarrase y volví a cogerla del pelo para cogerme su boca. Empecé despacio y fui aumentando el ritmo. De vez en cuando me detenía en seco y empujaba mi pene todo lo que podía dentro de ella. Cuando notaba sus uñas clavándose en mis muslos me retiraba y volvía a empezar. Buscaba dar y sentir placer; no ahogarla.

Después de más de cinco minutos de goce sin parangón noté que estaba a punto de venirme. Pensé en que se merecía tener su recompensa después del esfuerzo que había realizado y que una buena dosis de mi semen en su boca sería lo apropiado. No hay nada como un pequeño obsequio para ganarte algo de lealtad. O en el caso de Maite, sumisión.

–Espero que estés preparada –dije mientras le agarraba la cabeza con firmeza, pero sin hacerle daño, mientras descargaba todo mi semen en su boca. Noté de nuevo sus uñas en mi carne, pero aún no me había vaciado del todo. Cuando dejé de notar la tensión en mi pene la saqué–. No se te ocurra escupirlo o tragártelo hasta que te lo ordene.

Maite se llevó una mano a la boca, pero se la aparté.

–Abre esa boquita. Quiero ver lo obediente que has sido.

Me miró y obedeció mi orden. Vi como su lengua jugaba con mi semen, moviéndolo de un lado a otro.

Satisfecho, la cogí suavemente de la barbilla

–Ahora, puedes tragártelo.

No tuve que repetírselo dos veces.

–Buena chica. Te has ganado tu premio –dije, mientras volvía a guardarme el miembro en el pantalón–. No te muevas de ahí.

Avancé hasta donde había dejado las llaves del escritorio y las cogí. Me acerqué a la mesa, abrí el cajón y saque mi móvil y el suyo. Maite me miraba, mientras trataba de taparse los pechos y su sexo, pensando que pretendía grabarla.

–No tienes de qué preocuparte –exclamé, mientras me acercaba a ella y le daba mi móvil. Ella lo cogió y me miró–. Hicimos un trato. Tú has cumplido y yo también.

Maite miró la pantalla y le dio al botón de borrar. Luego con la cabeza gacha me devolvió el móvil para acto seguido cubrirse con sus manos los pechos y su sexo.

Sabía que aquello pasaría.

Su mente comenzaba a lanzarle preguntas que no lograba responder y la hacían sentir humillada y culpable de lo que había pasado hacía un momento.

Me agaché y separé las manos de su cuerpo. Ella me miró asustada y yo provocador.

–Todos esos pensamientos que sientes, y que te gritan en tu cabeza que has hecho algo malo, se equivocan. ¿Qué tiene de malo disfrutar, sentir el placer del contacto humano entre dos personas? Yo te lo diré. Nada de nada. Tampoco hay nada malo en ti. Así que deja de sentir una culpa que no mereces cargar. Ahora levanta.

Me puse en pie y Maite me siguió. Lentamente levantó la mirada para encontrarse con la mía, pero antes de que lo hiciera me lancé a su boca y la besé. Ella me devolvió el beso con dulzura y sensualidad. Era tal el calor de sus labios que no me cansaba de sentir su contacto. Noté como sus manos comenzaban a rodearme despacio.

De pronto, el teléfono de Maite sonó y ambos volvimos a la realidad.

Se apartó de mí y lo cogió.

–Es Gabriela –dijo preocupada.

–Cógelo.

– ¿Estás loco? ¿Y qué le digo?

–Que has tenido una noche algo movida y que la llamarás después de darte una ducha caliente. Al fin y al cabo es verdad. Cógelo.

Maite me miró enojada y se dio la vuelta para responder.

– ¿Si? Si, Gaby. Si, lo siento. Es que no vi tus mensajes –Clavé los ojos en  Maite y me acerqué hasta ella. Coloqué mis manos en su espalda desnuda y eso le causó una respuesta inmediata que la hizo tensarse durante un instante–. Lo cierto es que… que he estado ocupada, pensando en lo que me dijiste que ocurrió con… –comencé a darle caricias con las palmas mientras iba bajando y bajando–. …Dani. –Noté como su mano me buscaba para que la dejara, pero no pensaba hacerlo. Agarré su trasero y comencé a masajearlo con fuerza–. Sí, lo sé, prima. Ese lo que es, es un cerdo–. Aquello merecía un castigo. Metí mi mano en su entrepierna y pasé las yemas de dos de mis dedos por su rajita como si estuviera rascándola–. Si… pero no… no te preocupes… ya pensaremos que hacer… cUAndo… –No pude evitar resistirme y meterle los dedos. Se volvió para mirarme y enojada me pedía que parara–. Sí. Tú tranquila. Deja que… que pase el fin de semana –Maite apoyó su espalda contra mí y se dejó hacer– y tengas tus trabajos. Luego… ya veremos que hacemos. ¿Qué? No. Estoy bien. Solo me siento algo cansada. Iré… a darme una ducha y dormiré toda la noche. Trata de descansar, ¿vale? Yo también te quiero.

Maite se separó de mí y me miró seria.

–Quiero que dejes en paz a mi prima.

No pude evitar sonreír burlón.

–No causas tanto temor sin ropa.

Maite se sintió avergonzada y volvió a cubrirse.

–Te dije que no hicieras eso. Eres preciosa. Tu cuerpo no está hecho para ocultarlo sino para contemplarlo, para sentirlo y para disfrutarlo.

–Para ya. Deja de decirme esas cosas de una vez.

–No –exclamé mientras la cogía de las muñecas  y ella me miraba–. No pienso dejar de hacerlo. Porque aunque trates de rechazar mis palabras, de echarlas de tu cabeza sabes que es verdad lo que digo. Te gusta y te hace sentir bien. Mírate. Eres preciosa. No deberías sentir vergüenza de ello ni tampoco de lo que sientes.

La solté y me separé. A los pocos segundos Maite bajó sus manos y me mostró todo su cuerpo. Sonreí. Me acerqué a un pequeño armario y lo abrí. Cogí un trapo limpio sin usar y regresé a su lado.

–Deja que te limpie. Al fin y al cabo este desastre es mío.

Ella no dijo nada pero me miraba fijamente, mientras que yo la ignoraba y me dedicaba a pasar aquel trozo de tela por sus brazos, sus hombros, sus pechos. Acaricié uno de sus pezones y entonces si la miré. Noté como se mordía el labio ligeramente. Bajé hasta su abdomen para limpiar los últimos vestigios de mi semen y antes de incorporarme la agarré de su trasero. Lamí su sexo y clavé un fuerte y húmedo besó en él. Me incorporé y ella me esperaba expectante ante mi siguiente movimiento. Me aproximé a ella para besarla, pero me detuve a milímetros de sus labios, dejando que sintiera el contacto de mi aliento en ellos. La rodeé con mis brazos y pegué su pecho desnudo contra mí. La obligué a retroceder hasta que notó el canto de la madera de la mesa contra su trasero. Entonces nos besamos y empezamos a jugar a ver quién atrapaba primero la boca a quien. Bajé la mano derecha hasta su pierna y la subí para sentir sus muslos. Maite se apoyó en la mesa y se sentó sin dejar de jugar con nuestras bocas. La cogí de las nalgas y las estrujé sin ejercer demasiada fuerza para hacerla sentir bien. Luego me rodeó con sus brazos y piernas, mientras su lengua se abría paso, demostrando quien había ganado. Aquella pequeña victoria le pertenecía, pero el ganador era yo.

Maite era mía. Solo quedaba hacer que se diera cuenta.

–Vale –dije, mientras me separaba apenas de su boca–. Dejaré en paz a tu prima. Pero quiero algo a cambio.

Maite me miraba sin saber qué hacer o decir. Pero aunque dudaba, su cuerpo seguía pegado a mí.

– ¿Qué quieres?

Le di un breve beso y sonreí.

–A ti. Siempre que quiera. Siempre que me apetezca tenerte. A ti y a tu cuerpo.

–Esto solo era cosa de una vez.

Pegué mi frente contra la suya y pasé la punta de mi lengua por sus labios.

–Ambos sabemos que una sola vez no es suficiente… para ninguno de los dos.

Maite desvió la mirada.

–O podemos dejarlo aquí.

Empecé a apartarme de ella, pero sus muslos se resistían a dejarme ir.

–Vale –dijo en un susurro.

Llevé dos dedos a su barbilla y la obligué a mirarme. Me encantaba cuando se ponía tan sumisa, teniendo el carácter que tenía.

– ¿Vale qué? Necesito oírtelo decir.

Un breve silencio nos rodeó hasta que sus labios comenzaron abrirse.

–Acepto. Yo a cambio de que dejes en paz a mi prima.

Sonreí.

– ¿Sabes lo que implica eso? Cuando te deseé, vendrás. Donde sea y cuando sea. Harás lo que te pida. Todo lo que te pida.

Maite quitó sus brazos de mi cuello y separó los muslos de mis piernas.

–Eso no es justo.

–No me importa. Serás tú o Gabriela –Intenté convencerla de que se rindiera con una sutil advertencia–. ¿Crees que ella habrá probado algo de lo que hemos hecho hoy? La verdad. Siento curiosidad por averiguarlo.

–A ella no la toques. Está bien. Haré todo lo que me pidas. ¿Estás contento?

–Lo estoy. A cambio te prometo que estas manos no tocarán a tu prima.

Ella desvió la mirada hacia el suelo.

– ¿Dejas que me vista?

La cogí de las manos y la hice bajar de la mesa. Me aparté de ella y recogí sus bragas blancas. Nos miramos. Y ella sonrió, mientras movía una de sus piernas de forma sensual.

–Puedes quedártelas si las quieres.

Claro que las quería, pero no de esa manera. Si deseaba algo de ella lo exigiría. No iba a permitir que ella tomara el control de la situación concediéndome regalos.

Me arrodillé sin dejar de mirarla.

Ella levantó una pierna y la metió en las bragas sin que dijera nada. Luego la otra. Comencé a subir lentamente. Cuando su sexo quedó cubierto, le lancé una última caricia en la entrepierna que le hizo morderse de placer, mientras me miraba con la lujuria descontrolada.

Me aparté de ella y cogí mi móvil.

– ¿Qué vas a hacer? –preguntó sorprendida.

– Quiero un recuerdo. De nuestro pacto. Así sabré si realmente harás todo lo que te pido.

–Vale. Pero prométeme que no se la enseñarás a nadie.

Bajé el móvil y la miré ofendido. Dejé que pasarán algunos segundos para que se sintiera incómoda.

– ¿Te parezco la clase de persona que quiera compartirte con otros? ¿Qué necesite ir presumiendo por ahí de las mujeres con las que ha estado? ¿O es que acaso temes que la use para hacerte daño? Si es esto último lo que te preocupa te aseguro que nadie más verá esta foto. Tienes mi palabra. Lo creas o no, mi palabra es lo único bueno que queda en mí.

–No creo que sea lo único bueno que tienes –dijo mientras miraba mi entrepierna.

Aproveché su sonrisa para hacer la foto. Ya tenía otra prueba de mi victoria.

–Puedes terminar de vestirte, pero quiero que me hagas disfrutar mientras lo haces.

Miré como Maite se inclinaba para recoger su ropa prenda por prenda. Había puesto el culo lo más en pompa que podía. Volví a excitarme nuevamente. Comenzó con los calcetines rosados. Se puso de perfil y comenzó a subir lentamente una pierna. Una vez se lo hubo puesto volvía a bajarla mientras la acariciaba sin detenerse hasta llegar a sus muslos. Hizo lo mismo con su otra pierna. Luego se agachó y cogió sus zapatillas. Miré sus piernas perfectamente bronceadas mientras apoyaba el pie sobre la mesa para atárselos. Dirigí la mirada a su sexo y no pude evitar acercarme cuando ella terminó de calzarse. Me miró picarona mientras yo llevaba la mano a su entrepierna para sentir lo que había visto. Levanté mis dedos y se los enseñé.

–Veo que sigues mojada.

Maite cogió mi mano y se llevó los tres dedos húmedos de su aroma a la boca. Se relamió con ellos.

– ¿Quién crees que tiene la culpa?

Decidí hacerle otra foto. Daba morbo verla con nada más que aquellas zapatillas y las bragas. Ella protestó.

–Dijiste que harías solo una.

–Dije que quería un recuerdo. Y está foto me gusta más. Prosigue con el show.

Resignada. Se dio la vuelta. Apoyó las manos en la mesa y se inclinó, mostrándome su trasero. Luego cogió su pantalón se sentó sobre la alfombra y metió los pies en las perneras. Se puso en pie con el culo vuelto hacia mí, y muy despacio fue subiendo y cubriendo sus prietas nalgas. Mientras ella terminaba de ponérselo, yo me imaginaba desnudándola nuevamente y seguir allí durante horas. Le llegó el turno a la blusa. Pensó en torturarme y darse la vuelta mientras lo hacía. Me deleité con la forma de su espalda, mientras imaginaba como cubría sus pechos con descarada malicia. Se colocó el cabello y cogió su cazadora.

–Fin del espectáculo –dijo mientras se la ponía y se arremangaba las  mangas como las tenía al llegar. Cuando fue a subir la cremallera no pude contenerme.

–Espera.

Me acerqué a ella y la acaricié los pechos por encima de la blusa. Tiré de ella hacia abajo y los dejé a plena vista. Luego subí la cremallera de la cazadora hasta un poco más arriba de la mitad.

–Ni se te ocurra subírtelo hasta que llegues a casa.

– ¿Estás loco? ¿Sabes el frío que hace afuera? Se me congelaran las tetas.

–Con lo caliente que vas. Lo dudo. Además, dijiste que harías todo lo que te pidiera, ¿Verdad?

–Verdad.

–Bien. Antes de irte quiero pedirte tres cosas.

–Vaya. Sí que me saldrá caro que dejes en paz a mi prima, ¿no?

–Ella es de lo primero que quería hablar. Debes convencerla para que se olvide de todo y siga con su vida como si nada.

– ¿Y cómo hago eso?

–Eso es cosa tuya. Eres quien mejor la conoce. Seguro que se te ocurrirá algo. Segundo, cuando estemos en el instituto actúa como siempre. No me mires, no me hables. Has como si no existiera. No querrás que la gente empiece a imaginarse cosas. O peor. A verlas.

–Nadie pensaría que tú y yo…

La miré serio. Maite me miró sin saber cómo seguir. Creía que me había ofendido, pero la sometida era ella. No yo.

–Y así debe seguir siendo. En el instituto actuaremos como siempre. Puedes seguir con tus actividades extraescolares  que sueles hacer con cualquier chico que esté dispuesta a pagarte; o chantajear a los profesores por favores. Me da igual. Pero fuera de ese mundo eres mía cuando lo desee.

Maite desvió la mirada, mientras se cruzaba de brazos. Había dicho algo que la ofendió. No me importaba. Que lidiara ella con sus problemas de actitud.

– ¿Y tercero?

–Desbloquea tu móvil.

Se extrañó por mi petición. Cogió el móvil e hizo lo que le pedí. Extendí la mano y escribí mi número. Le di a llamar y tras unos segundos colgué.

–Quiero que cada día me envíes una foto tuya a este número. Ya sabes a qué clase de fotos me refiero.

Maite recuperó el carácter desafiante con el que había entrado al club.

– Y a cambio de todo eso que me pides, ¿qué consigo yo?

La miré de abajo arriba. Clavé mis ojos en los suyos y dejé que el silencio nos envolviera. El tiempo pasaba y ninguno de los dos parecía dispuesto a ser el primero en desviarla. Seguía desafiante, pero con el tiempo cambiaría eso.

– ¿Qué quieres?

La pillé por sorpresa. Era evidente que no esperaba que accediera a su petición.

–Quiero saber una cosa. ¿Dime por qué haces esto?

Sonreí y me acerqué a la puerta del club. Quité el cerrojo y abrí. Maite no se movió y esperó su respuesta. Avancé hasta ella y me detuve a pocos pasos de su lado. Tuvo que inclinar un poco más el cuello para poder mirarme.

–Si eres capaz de dar tú solita con la respuesta a esa pregunta te doy mi palabra de que te dejaré en paz. No volveré a pedirte nada. No volveré a tocarte. Ni siquiera te miraré o hablaré si no quieres que lo haga. Si la encuentras serás libre.

– ¿Vas a negarme todo lo que te pida?

–Te he concedido algo más importante. La forma de escapar de mí. Date por satisfecha. Ahora creo que deberías ir yéndote. Es tarde.

– ¿Sola?

La miré impaciente. No quería que me viera como un amigo o su novio, sino como su dueño.  Cuanto más hablásemos más segura se sentiría.

–Vives cerca de aquí, ¿no? Puedes apañártelas para llegar a casa sin ayuda. Te recuerdo que no deben vernos juntos.

– ¿Cómo sabes qué vivo cerca de aquí?

–Entraste aquí de noche con intención de hacerme confesar y humillarme delante de mis compañeros. Por suerte estaba solo –Maite desvió la mirada–. Lo más probable es que me vieses por la calle en algún momento y decidieras seguirme. Cuando viste que entraba al club de ajedrez y que no tenía intención de salir pronto decidiste actuar y tratar de hacerme hablar. Si hubiera ido a alguna zona que no conocieras te habrías dado media vuelta sin dudarlo. Ninguna chica camina sola de noche por la calle a no ser que esté cerca de su casa y se sienta segura. A menos que esa chica sea una estúpida. Y tú no lo eres.

–Ya, claro. ¿Y tú… qué harás? ¿Vas a quedarte?

–Debo recoger el estropicio que causé antes de irme para empezar con los trabajos de tu prima.

Ella se volvió para ver las piezas de ajedrez diseminadas por el suelo y la mesa.

– ¿Puedo saber qué fue lo que te enojó?

–Nada que importe ya. Vete y no olvides lo que hemos hablado.

–Haré lo que pueda con mi prima, pero no te aseguro nada –dijo, mientras se dirigía hasta la salida–. Es bastante cabezota. Oye, solo una cosa más. ¿De verdad crees que podrás tener los trabajos a tiempo para el domingo? Apenas tienes dos días y a muchos nos llevó semanas hacerlos.

Me volví hacia ella.

–No soy como la mayoría. Dile a Gabriela que no se preocupe. Tendré sus trabajos a tiempo. Dile también que puede pasar a recogerlos sobre las seis en el parque del Olmo. Y no quiero que la acompañes.

– ¿Por qué no? Dijiste que la dejarías en paz.

–Prometí no ponerle las manos encima. Y lo cumpliré. Solo quiero hablar con ella. Ver si puedo hacer algo para que haga como si nada hubiera pasado entre nosotros. Si fallo, deberás ocuparte tú. Pero si tanto desconfías de mí, pídele a Gabriela que te diga si, cuando nos veamos el domingo, le puse las mano encimas o si intenté tocarla. Ahora deberías irte. Cada vez hace más frío y no creo que a esos pezones tuyos le sienten bien estar demasiado destapados –Maite recordó que sus pechos estaban al descubierto bajo la cazadora–. ¿Hay algún motivo por el que no quieras irte?

–No… Ninguno. Todo está claro. Cumpliré con mi parte. Y haré… todo lo que me has pedido.

–Entonces no hay más que decir. Buenas noches, Maite –dije, mientras me daba de vuelta en dirección a los tableros de ajedrez.

–Buenas noches… Dani.

Saboreé el tono sumiso con el que pronunció mi nombre. Se que aún no se había entregado del todo a mí. Pero con mi siguiente acto, ya no tendría dudas. Se entregaría a mi por completo.

No me volví para ver cómo se iba. Comencé a recoger una a una las piezas que se habían esparcido por el suelo y fui dejándolas sobre la mesa. En eso que volví arrodillarme a coger otro pequeño montón vi que había algo debajo de una de las sillas.

Era la grabadora de Maite.

Rebobiné la cinta y después de apagarla me la metí en el bolsillo. Si no me hubiera fijado, lo más probable es que alguien del club la hubiera encontrado y mi historia sería muy distinta. Esto era a lo que me refería con que nunca se es demasiado precavido. Si dejas que un pequeño triunfo te ciegue eres tan patético como aquellos a los que consideras menos que tú.

Después de ese golpe de suerte recogí las piezas que quedaban y empecé a colocarlas en sus respectivas casillas. Primero los peones al frente. En las esquinas las torres, seguido de los caballos y alfiles. Los reyes en la casilla contraria de su color. Quedaban las Damas; las reinas del tablero.

Entonces miré la reina negra y tras colocarla en su lugar junto al rey la tumbé. La reina blanca la dejé en mitad del tablero.

Me dirigí a la salida, apagué las luces y cerré la puerta con llave. En ese momento noté como el móvil me vibraba. Me había llegado un mensaje.

Era de Gabriela.

En el aparecían los temas de sus cuatro trabajos  y los aspectos que debía desarrollar en todos ellos. No puso ni añadió nada más. Aquel había sido un mensaje que envió forzada por las circunstancias.

No pensaba responderle. Mi silencio sería bastante tortura por ahora.

Mientras me dirigía a casa sintiendo el intenso frío pensé:

<>.

Continuará…

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