Relatos de juventud 4

Ellas deseaban a los chicos malos. Yo sería el chico malo que las haría desear a los buenos.

La sirena sonó y como si de un sueño hubiera despertado volví a la realidad. Traté de recuperar el temple sereno que me caracterizaba y que todos conocían, al igual que contuve la alegría que sentía por dentro al haberme salido con la mía. No solo había conseguido domar brevemente a Gabriela; la había visto completamente desnuda y tenía videos que me permitirían rememorar este momento más de una vez. Y quedaba lo mejor de todo.

Pronto podría continuar con la segunda parte de mi plan.

Salí del aula y espere fuera a que llegasen algunos de mis compañeros. Cuando empezaron a entrar también lo hice y me senté en mi sitio a la espera de que Gabriela entrara por esa puerta. Cuando al fin apareció lo primero que hizo fue mirarme fijamente durante un instante antes de desviar la mirada. Vi rabia, odio, orgullo herido, pero también vi algo mejor.

Comprendí que no diría nada. Al menos no de momento. Después de que le diera los trabajos que necesitaba ya no estaba tan seguro de que siguiera callada. Puede que incluso tratase de vengarse de mí. Pero no iba a permitírselo. La tendría vigilada y la domaría paso a paso.

Deseé seguirla con la mirada hasta su asiento en la parte de atrás de la clase, donde se sentaba junto a su prima, pero habría llamado la atención de algunos y como sabéis los rumores vuelan. Seguí fijo en la puerta y vi aparecer al profesor de Literatura quien antes de cerrar la puerta dejó entrar a una alumna rezagada.

Era Maite.

Al parecer Toni había logrado entretenerla más de lo que ella había previsto para mi suerte. Había sido el dinero mejor invertido de mi corta vida. Maite avanzó a pasos rápidos a su sitio y noté que su pelo estaba ligeramente revuelto. Parece que trató de colocárselo como lo llevaba antes, pero para alguien que se fija en los más pequeños detalles no me pasó desapercibido su fallido intento.

Mientras abría el libro de Literatura por la lección en la que nos habíamos quedado, me imaginé a Maite preguntándole a Gabriela que tal había ido todo. Estaba seguro que ella no se lo diría a nadie, pero Maite era distinto. Era su mejor amiga, su familia y su protectora. Si lo hacía, no tardaría en saberlo. Ella vendría a mí. De lo que estaba seguro es de que no montarían un escándalo público y menos antes de que yo ayudase a su querida prima con sus trabajos perdidos.

Aquello me daría unos días para tratar de averiguar que podían intentar hacerme. Hasta entonces disfrutaría de mi merecido botín y pensaría como hacerlo aún más real y menos digital. Los vídeos eran un alivio temporal, pero deseaba tener sus cuerpos entre mis manos, y hacer de ellas mujeres de verdad. Admito que no era un hombre. Aún seguía siendo un chaval de instituto, pero cuando fueran mías yo sería su hombre. El primero. Y haría que jamás pudieran olvidarme.

De pronto noté como algo me golpeaba en la frente y me sacaba de mis pensamientos. Miré mi libreta y vi un trozo de tiza seguida de algunas risas de mis compañeros. Miré al profesor Ignacio. Era un hombre de unos cuarenta años con el pelo canoso y rizado. Llevaba unas gafas de pasta de un verde oscuro y siempre llevaba el mismo tipo de ropa. Camisa abotonada de cuadros y pantalones de color caqui o marrones. No tenía un gran físico ni estilo, pero era un gran profesor de Literatura. Ambos compartíamos la pasión por los grandes libros, los únicos que importan, y por eso le respetaba sinceramente.

-Vaya, vaya –dijo, mientras se sentaba sobre su mesa y apoyaba la mano en la que llevaba las notas resumidas de su clase de hoy en una de sus rodillas–. Nunca me habría imaginado que  mi alumno estrella habría decidido irse de mi clase para pasear por la luna de Valencia.

Me fijé en que algunos de mis compañeros me observaban con aire burlón. Deseé mirar a Gabriela pero no cometería dos errores seguidos.

-Lo lamento profesor.  Me he distraído.

-¿Podemos saber qué era lo que te tenía tan absorto? Dudo que fuera los capítulos del Quijote que leíamos hace apenas unos días y que estaba tratando de haceros recordar.

En aquel momento el propio profesor me había dado una salida a aquella situación que me permitiría redimirme y recuperar mi orgullo herido.

-Eso no es verdad –repuse, mostrándome todo lo ofendido que era capaz de fingir–. Estaba pensando acerca de la locura que el protagonista de la obra vivió.

-¿Qué te llama la atención sobre su locura?

Le miré fijamente antes de responder.

-El propio Alonso Quijano. O Don Quijote si lo prefiere –cogí la tiza que me había tirado y me levanté. Me dirigí al profesor y se la devolví ante su mirada de asombro. Cuando te humillan tienes dos opciones: callar y que ellos ganen o plantar cara y tener la posibilidad de que los humillados sean ellos. Ya tenía la atención de Don Ignacio. Ahora quedaba asombrar a la clase. Me quedé allí a su lado, frente a todos ellos que me miraban sin perder detalle–. Verán. La historia del libro dice que era un hombre cuerdo que perdió el juicio para convertirse en caballero andante –balanceaba la mirada por toda la clase para asegurarme que mis compañeros escuchaban mis palabras. Miraba a todos menos a Gabriela y Maite. No podía distraerme–. Pero, ¿no parece más lógico pensar que la vida que vivía el llamado caballero de la triste figura antes de irse en busca de aventuras, siendo un hombre sin importancia, era su auténtica locura?

Mi profesor emitió un sonido que llamó mi atención.

-Es un punto de vista interesante Daniel. Continua.

Asentí y proseguí.

-Imaginen que son Alonso Quijano por un instante. Tienen una casa; una familia; tierras y buenos vecinos a los que poder llamar amigos. Y también una gran biblioteca repleta de libros de caballería. Libros en los que descubre a valientes guerreros que viven aventuras, realizan hazañas imposibles y dejan su huella en la historia para siempre. Mientras que él, que a pesar de tener una buena vida, no es más que un simple hombre de pueblo; destinado a convertirse en una mota de polvo que el tiempo acabará arrastrando al olvido, como a la mayoría de personas. Esa vida que llevaba y que para nosotros sería normal considero que era la auténtica locura del personaje.

Me detuve un instante para tomar aliento y observar a mi público. Algunos seguían los hilos de mis argumentos, mientras otros parecían no saber a dónde pretendía llegar.

-En algún momento ese hombre se cansó de leer libros, de ver los logros y  méritos de otros y algo en él despertó. Un deseo de ser más; alguien más. Quiso ser un caballero andante… un caballero que desgraciadamente nació en una época en la que ya no existían.

En ese momento clavé la mirada en Gabriela. Quería que mis siguientes palabras las oyera sintiendo fijamente sus ojos en mí.

-La escritora Françoise Sagan escribió: “He amado hasta alcanzar la locura; y eso a lo que otros llaman locura, para mí, es la única forma sensata de amar” –Agachó su cabeza y luego volvió a mirarme, pero yo volví a centrarme en la clase. En mi público–. Para Alonso Quijano, la única manera sensata que tenía de escapar de esa cárcel que era su vida, de su locura diaria, y así poder ser feliz, era perdiendo la cordura de nuestro mundo. Prefirió la cordura de la locura.

En cierta manera, ¿no les parece algo sabio descubrir que la única manera que tienes de ser tú mismo es volverte loco a ojos del mundo? ¿Podemos decir que es realmente una locura querer hacer realidad un sueño; querer ser felices hasta el final sin importar en lo que la gente a nuestro alrededor piense de nosotros? Sí, el Quijote estaba loco, pero la suya era una locura que valía la pena sentir.

Por último solo quiero terminar diciendo una frase del escritor André Gidé que creo resume lo que he tratado de explicar aquí: “Es mejor ser odiado por lo que eres que ser amado por lo que no eres”.

Allí dejé de hablar durante un instante y miré a mis compañeros que no sabían que decir.

Aquella era justo la reacción que buscaba. Me sentía bien al dejarles en aquel estado, pero a veces prefería estar con personas que fueran capaces de ver las cosas como yo, ir más allá de lo que nos enseñan y cuestionar lo incuestionable, a los profesores, todo. Odiaba aquel lugar. Miré a Don Ignacio que me contemplaba lleno de curiosidad.

-Siento haberme distraído con tonterías que sé no llevan a nada –respondí con falso pesar.

El profesor pareció despertar y volver a la realidad.

-Tranquilo. Ha sido un punto de vista de lo más interesante. Pero debes profundizar en esa idea que tienes del Quijote. Tal vez descubras algo más que te sorprenda. Puedes volver a tu puesto. Bien chicos. Vamos a comenzar con la lectura del capítulo treinta. ¿Quién quiere empezar?

No necesitaba profundizar para saber que todo lo que había dicho era erróneo. Alonso Quijano era un hombre atormentado por no ser nadie y que encontró una excusa en libros de caballería para tratar de ser alguien. Si no hubieran sido libros de caballería lo hubiera sido de cualquier otra cosa.  No ser nadie lo volvió loco por querer ser alguien. No había más.

El discurso que les había lanzado a mis compañeros eran pensamientos que tuve a los catorce años cuando acabe de leer el Quijote. Me llevó tiempo darme cuenta que mis ideas eran una quimera sin sentido. Pero, ¿cuántos de todos los que estaban en la clase se darían cuenta de eso al momento? Ninguno.

Plantándome frente a ellos recuperé mi dignidad por mi estúpida distracción e incluso puede que también ganase el interés de algunas chicas. No era atracción ni deseo lo que veía. Solo curiosidad. Era normal que me miraran así después de hablar en público con la confianza y la soltura que demostré.

Puede que pareciera fácil lo que hice, pero ni de lejos. Pasé el verano encerrado en casa y en la biblioteca pública, aprendiendo todo lo que pude sobre el arte de la oratoria para así lograr encandilar a quienes me oyeran. Era una habilidad que necesitaría a lo largo de mi vida y lo mejor era dominarlo cuanto antes mejor. Estaba claro que aquellos meses a solas habían dado grandes frutos.

Alguno puede pensar que nada de esto es importante y que podía haberme ahorrado narraros este suceso. Pero para mí si era importante.

¿Cuántos de vosotros rechazaríais la oportunidad de sentiros superior a los demás; de mostrar vuestra valía y despertar la envidia y la admiración en otros? ¿No contarías ese momento trascendental una y otra vez a vuestros amigos y familiares?

Si eres de los que dicen NO porque no necesitas sentirte superior, felicidades. Eres una buena persona.

Pero el problema es que las buenas personas no se llevan a la chica.

No en mi historia.

No fue mi lado bueno quien logró grabar a Maite en plena felación con el pervertido de Don Alfonso, o ver a Gabriela en todo su esplendor hasta el punto de hacerla sentir vulnerable. Y todo lo que haré no serán cosas buenas. Lo bueno es lo que conseguiré con todo lo malo que haga.

Antes de sentarme miré a Gabriela. Noté que ella ya lo hacía conmigo, pero en cuanto nuestros ojos se encontraron ella desvió la mirada.

Era una buena señal.

Su orgullo seguía herido.

La clase prosiguió y pasó rápido. Entregamos todos nuestros trabajos al profesor que los pasó a su USB y Gabriela le explicó su situación.

-Sí pudiera te daría más tiempo, pero al igual que el resto de profesores estoy atado de manos. Tienes hasta el domingo a las doce. Lo siento. El sistema de subida de archivos se bloquea a esa hora.

Gabriela asintió y le dio las gracias por esos pocos días y regresó a su asiento preocupada.

Era una tontería que siguiera pensando en ello. Cumpliría mi palabra y tendría sus trabajos a tiempo, si no el juego con ella se terminaría. Incluso con el video se atrevería a plantarme cara. Además no deseaba hacerle daño.

Realmente la quería. De una manera un tanto retorcida, lo admito, pero eso no cambiaba lo que sentía.

Después de una aburrida clase de latín en la que no teníamos trabajo alguno que entregar, llegó la última hora de clase. Justo antes de comenzar su explicación sobre inicios del Arte Gótico llamaron a la puerta.

-Adelante –dijo la profesora.

-Buenos días. ¿Esta es la clase del alumno Daniel Martínez?

-Lo es.

-El profesor Fernando dice que si se encuentra mejor puede ir a realizar las pruebas físicas.

Le comenté a la profesora lo sucedido y ella me permitió irme de su clase, no sin antes pasar una copia de mi trabajo final a su portátil y recomendarme leer sobre el tema que iba a dar para él lunes. Tras darles las gracias y recuperar mi USB me acerqué a coger mi mochila y miré a las primas hablando en voz baja. Maite me miraba con la boca abierta. Aparté la vista como si nada.

Estaba claro que se lo había contado.

Teniendo eso en mente podía pensar como llevaría a cabo mi siguiente paso.

Acabé las pruebas físicas y obtuve una nota casi perfecta. Las abdominales casi acaban volviendo a despertar los síntomas del malestar y  aunque acabé la prueba de resistencia esta me pasó factura. La estupidez del baño no se me olvidaría en un tiempo. Salí del instituto sin molestarme en buscar a Gabriela. No me encontraba con ánimos ni tampoco me convenía verla ahora. Esperaba que fuera lista y acudiera a la biblioteca a la hora que le había indicado y me dirigí a la parada del autobús para regresar a casa cuanto antes, ya que aún tenía que enviar mi trabajo de Historia a la profesora Luisa.

De pronto noté como alguien me daba un golpecito en el hombro.

-Hola Dani.

Se trataba de una compañera de clase. Su nombre era Leoni. Se sentaba justo detrás de mí con otra chica. Tenía el pelo rubio ondulado y el cabello le llegaba hasta los hombros. Mediría 1,65. Sus ojos tenían el color de la miel. No era una belleza como Gabriela, pero era atractiva. Tenía unos labios finos y apagados como si nunca hubieran probado el sabor de un pintalabios o el contacto cálido de un beso húmedo. Físicamente atraía más de una mirada en gimnasia, ya que era de las pocas chicas que solía llevar short cortos y camiseta de deportes, aunque ese día llevaba puesto un pantalón deportivo azul oscuro que terminaba por debajo de las rodillas, dejando el resto de sus piernas a la vista. Era uno de esos tejidos elásticos que se adaptaba a la figura de quien lo llevaba. Debo decir que aquella prenda resaltaba su figura. Tenía un trasero espectacular que había moldeado gracias a las clases de baile a las que sabía que iba. Era de piel clara, pero eso solo hacía que fuera más encantadora y deseable. Sus piernas poseían esa musculatura femenina de las mujeres que buscan cuidarse sin resultar desagradables a los ojos de otros. Eran tan perfectas que daban ganas de rozarlas despacio con las yemas de los dedos hasta alcanzar la parte más íntima de sus muslos. En cuanto a sus pechos no eran grandes ni, pequeños. A mí parecer tenían el tamaño idóneo para su cuerpo.

Leoni era una chica reservada y bastante tímida, pero me gustaba pensar que en las manos adecuadas se podría hacer de ella una autentica fiera en la cama.

Me mostré sorprendido al verla y le lancé una leve sonrisa. No me caía mal, pero Leoni no era de las personas que solían  acercase a hablar conmigo. De hecho apenas habíamos hablado en los últimos meses. Me resultó raro.

-Hola –dije–. ¿También coges el próximo autobús?

-Sí. Suelo volver a casa con una amiga de otro curso y su madre, pero estaba enferma y no pudo venir. Así que no me queda de otra.

-Ya. Entiendo.

No sabía que decir, pues no entendía que quería de mí. Se produjo un silencio que ella finalmente rompió.

-Oye. Solo quería decirte que me gustó mucho el discurso que diste en la clase. Nunca había visto hablar a nadie de la forma en la que tú lo hiciste. Bueno, al menos no a nadie de nuestra edad.

-¿A qué te refieres?

-No sé. Decías cosas tan intensas y todos te escuchaban en silencio, sin decir nada. Y lo que salía de tu boca me pareció que realmente lo estabas sintiendo. Que no era una tontería que hubieras preparado, sino solo… sinceridad pura. Fue muy inspirador.

Estaba claro. Leoni era de lo más dulce e inocente. Y para alguien como yo, se había vuelto una presa de lo más atractiva. Ya notaba como el pene me palpitaba en el pantalón al imaginarla desnuda, resistiéndose mientras la besaba el cuello y bajaba hasta su sexo. La idea se me hacía agua en la boca. Por suerte mi sudadera impediría que ella o cualquiera notaran mi bulto.

-Gracias –respondí calmado, o al menos eso intentaba–. No estaba seguro si gustaría ese pensamiento.

-Gustó y mucho. Créeme. Algunas de la clase estuvieron comentándolo. Sobre todo esa frase que dijiste sobre el amor y la locura. A las chicas nos encanta que los chicos hablen así. Bueno, a algunas.

Me habría gustado saber a quienes se refería, pero con Leoni ya tenía tres reinas en mi lista. No podía añadir más nombres cuando aún no había conseguido conquistar a ninguna. Aunque por la forma en la que ella me estaba mirando, parecía que le gustaba. O al menos le había despertado la curiosidad. Un error que ambos disfrutaríamos.

-Entonces me alegro de haberlo compartido con todos.

-Ahí llega el autobús. ¿Te apetece que nos sentemos juntos?

Lo cierto es que prefería que se sentará sobre mí para que pudiera sentir lo duro que me la había puesto, pero tenerla al lado me bastaría. Dejé que ella pasara primero para poder contemplar más de cerca y con discreción su trasero. Tenía un culo redondo y perfecto, de glúteos firmes y prietos. Di gracias por sus clases de baile. Subí la mirada por su espalda hasta fijarme en el lunar que tenía en la parte de atrás de su cuello y me apeteció besarlo o acariciarlo con mi aliento. Subí otro escalón para estar más cerca de ella y noté el aroma de su pelo. Olía a pera. Me encantaba el sabor de la pera.

Cuando me llegó el turno de pagar, ella avanzó buscando hueco libre donde pudiera, porque estaba hasta los topes.

Leoni logró sentarse, junto a un muchacho que la miraba de reojo. Traté de acercarme hasta ella, pero no era fácil. Pasé la mayor parte del viaje de pie, mirándola a ratos y ella me devolvía la mirada. De pronto, una parada antes de llegar a mi destino, quedó un asiento libre en la fila al lado de la suya. Avancé antes de que alguien más se percatara y lo ocupé. Ella me sonrió.

-Así que te gusta leer –preguntó.

-¿Bromeas? Me encanta. De pequeño era lo único que me ayudaba a…

-¿A qué?

Desvié la mirada incómodo. Me sentía tan a gusto con ella que estaba a punto de sincerarme.

-Pues… a pasar las tardes después de la escuela y el instituto. Mientras otros jugaban fútbol o baloncesto yo aprendía. Y al aprender y vivir tantas vidas e historias acabé enamorándome de los libros.

-Podrías recomendarme alguno de tus libros favoritos. Seguro que tienes buen gusto y hasta puede que acabé encantándome.

De pronto el autobús se detuvo en mi parada. Lamentándolo me levanté y me despedí.

-Pensaré en alguno y te diré algo el lunes. Hasta luego. Y gracias.

Leoni.

Debía tener cuidado con esa chica. A diferencia de la orgullosa de Gabriela o el a veces agrio carácter de Maite, ella era alguien sencilla. Sin malicia. Pero tenía algo peligroso que lograba hacerme bajar la guardia. Encanto natural. Era como una de esas sirenas de las leyendas que te embrujan con su canto y te llevan a la perdición.

Tenía que hacerla mía costara lo que costará. Sus labios pálidos cobrarían vida cuando yo lo deseara; y cuando sintiera en sus carnes las cosas que me imaginaba hacer juntos ya no tendría necesidad de decir nada. Solo de asentir y obedecer.

Llegué hasta la puerta de mi casa. No era una nada lujosa, pero si bien grande. Tenía dos plantas y un jardín con una piscina que estaba cubierta hasta que volviera el verano. El trabajo de mi madre, y la dedicación que le había dedicado con los años nos permitía tener un buen hogar, pero la mayor parte de lo que ganaba iba para la hipoteca. Teníamos una casa mejor que otros, pero vivíamos como gente normal y sencilla. Saqué las llaves para abrir la puerta, pero está se abrió para mi sorpresa.

-Buenos días, Daniel.

-Buenos días María. No esperaba verla hoy por aquí.

María era una mujer de unos cincuenta años que desde pequeño venía un par de veces a la semana por casa para mantenerla limpia y ordenada. A mi madre le habría encantado tenerla fija en casa porque era encantadora y era fácil quererla, pero como he dicho, no éramos ricos. Podría haberme ocupado yo de la limpieza cuando mi madre se ausentaba, en realidad no necesitábamos a María para limpiar, pero no podía ni quería hacerle daño a alguien que solo me había dado amor a lo largo de tantos años. Serían otras las que pagarían por sus desprecios. Pero no María.

Me miró con ternura y me regaló una de esas sonrisas propias de una madre.

-Quería asegurarme que todo estaba bien limpio para cuando regrese su mamá del viaje.

-¿Ha llamado?

-Aún no. Pero si lo hace le avisaré. ¿Quiere que le prepare algo de comer?

-No te preocupes, María. Comeré luego. No me siento bien y creo que me iré a descansar un rato. Si sigues aquí cuando baje, luego hablamos.

-Espero que te mejores. Que descanses.

Subí las escaleras hasta mi habitación. Nada más entrar encendí mi ordenador y cerré la puerta con el pasador. No quería interrupciones. Saqué las cámaras de mi mochila junto con el móvil y los puse sobre el escritorio. Lo más urgente fue abrir el correo y seleccionar el de la profesora Luisa. Arrastré una copia del trabajo que tenía en el escritorio y se lo envié. Después de resolver ese asunto, pase a algo mucho mejor. Conecté el móvil y pase mi premio al ordenador.

Le di a reproducir y puse el audio lo justo para que no se oyera fuera de la habitación.

-No sabes cómo te echaba de menos, zorra. Ni diez putas juntas la chupan como tú.

-Lo tomaré como un cumplido.

Cerré el video y repetí lo mismo con lo que habían grabado las cámaras en clase. Puse los tres videos al mismo tiempo en ventanas distintas. Por suerte la pantalla de mi ordenador era bastante grande y se podía apreciar cada pequeño gesto y detalle del cuerpo de Gabriela.

No negaré que la siguiente media hora la pasé viendo aquellas imágenes hasta que alcancé el clímax por mi propia mano un par de veces. Era inevitable que lo hiciera. Había pasado empalmado la mayor parte del día y ya empezaban a dolerme los testículos. Pero la próxima vez sería otra la mano que me haría sentir semejante placer.

Después de aliviar la presión que sentía me puse con el asunto que más prioridad tenía.

Lo primero que hice fue sacar del cajón tres USB sin estrenar y realice una copia de los videos en cada una de ellas y borré las copias originales de las cámaras.

Lo siguiente era esconder los USB en donde nadie, ni siquiera mi madre o María pudieran encontrarlos.

Por suerte tenía escondites repartidos por toda la casa y no me resultó un problema.

Puedo parecer demasiado precavido, pero es mejor asegurarte de tener planes de reservas. Y sobre todo ocultarlos bien. Nunca sabes con certeza lo que ocurrirá y un error estúpido causado por un exceso de confianza puede hacer que todo se acabe.

Miré el reloj y vi que eran casi las tres y media. Me tumbé en la cama. Quería descansar, pero necesitaba permanecer despierto. Bajaría a comer algo rápido, me cambiaría de ropa e iría andando hasta la biblioteca. Ese debía ser el plan, pero mis ojos cansados terminaron por ganarme la partida y cedí.

Desperté a las cuatro y media y gracias a que sonó la alarma del móvil. Apenas tuve tiempo para elegir que ropa ponerme. Cogí un pantalón negro holgado, una camiseta con el  logo de una pluma estilográfica clavada en el ojo de una calavera que me encantaba y una sudadera blanca junto con las deportivas negras que solía usar para salir de casa. Lo más informal posible.

María me vio bajar apresurado.

-Pero Dani. ¿Es qué no vas a comer?

-Comeré cuando regrese María. Tengo que ir a la biblioteca. Me ha alegrado verte. Chao.

Tuve que correr durante varios minutos para llegar a la hora acordada. No es que tuviera prisa por ver a Gabriela. Es simplemente que detestaba llegar tarde a los sitios.

Cuando por fin alcancé la entrada de la biblioteca eran las cinco y una. Un minuto no era tanto tiempo y lo dejé pasar. Abrí la puerta y encontré el lugar tal y como lo imaginaba. Desierto.

Solo estaba la bibliotecaria.

Elizabeth.

Describir a Elizabeth o Eli como dejaba que la llamaran la gente a la que apreciaba, no era sencillo.

Gabriela, Maite y hasta Leoni eran bellas como reinas, pero Eli, además de una mujer madura y con cabeza, era una diosa. Su cabello era el más oscuro y brillante que había visto. Se notaba que lo trataba con mimo. Le llegaba hasta algo más abajo de la mitad de su espalda. Tenía unos ojos grandes y penetrantes que ocultaba con estilo tras unas gafas de montura sencilla y verde oscuro. Y lo mejor de sus ojos es que eran de un azul celeste claro que no podías creer que fueran reales. Su piel no era ni pálida ni morena, sino un punto medio. Como si tomase algo de sol cada cierto tiempo para no parecer un fantasma. Sus labios eran carnosos y rojos. No un rojo intenso que obtenías con pintalabios. Un rojo que resultaba natural. Como si antes de salir de casa se hubiera comido una caja entera de fresas y las hubiera relamido. Tenía el cuerpo de una modelo. Sus caderas, sus piernas, no atraían, te capturaban directamente.

Me encantaba pedirle libros que estaban en los estantes superiores solo para verla subir la escalera y contemplar con más detalle el impresionante trasero que tenía. Las chicas que veía en el instituto tenían buenos culos, pero eran pequeños comparados con el suyo. Un inexperto como yo necesitaría cuatro manos  para sacarle el máximo jugo a esa parte de su cuerpo. He de admitir que Eli tenía el mejor culo que había visto nunca y su delantera tampoco era algo de este mundo.

Gabriela tenía pechos grandes como dos manzanas que se encontraban cerca una de otra; a Maite siempre la imagine con pechos pequeños, separados entre sí y algo caídos, pero con los pezones siempre alerta. Los de Maite eran limones; pero cuando los probase con mi boca no serían agrios como su actitud. Leoni era como una pera. Pechos normales, cercanos, firmes y ligeramente estrechos. Lo justo para que pudiera juntarlos al pasar mi pene entre ellos.

Pero Eli. Ella no era una fruta. Eli era directamente un volcán. Tenía los pechos perfectos. Tamaño, forma, movimiento, sujeción… recuerdo que la primera vez que me masturbé fue por ella.

En aquel entonces tenía quince años. Era verano y fui a la biblioteca a devolver unos libros que había tomado prestado. Hacía un calor de muerte y me encontré a Eli sola. Llevaba una de esas camisetas sin mangas tan atractivas, unos vaqueros muy cortos que aunque nuevos parecían gastados y unas zapatillas de color negro con rayas blancas a los lados. Solía ser más recatada con lo que se ponía pero el calor mandaba y en verano pocos iban a la biblioteca. Estaba colocando cajas de libros y me quedé a ayudarla. Acabamos bañados en sudor, pero entre caja y caja me fijaba en como sus pezones se notaban a través de la camiseta. No llevaba sujetador. Con cada oportunidad volvía a mirar y mirar. Y entonces sentí como mi pene crecía. Me sentí aliviado de llevar unos vaqueros largos y ajustados que impidieran que lo notase. La mejor parte ocurría cuando se giraba y se ponía de perfil unos segundos. Entonces podía ver cómo eran de perfil. Y una vez, solo una afortunada vez, pude ver el pezón de una de ellas. Aquella sensación que experimenté ese día fue una de las mejores que he tenido.

Terminé de ayudarla, lancé un último vistazo a aquellos dones que solo podía atisbar tras la tela y volví a casa. El resto ya lo sabéis. Durante meses solo pensaba en ella cuando me tocaba.  A veces aún seguía haciéndolo.

Decidí con el tiempo disminuir mis visitas a la biblioteca. No quería que Eli pensara que me había encaprichado de ella y eso cambiase las cosas entre nosotros.

Tal vez os preguntéis si también intentaría hacerme con Eli, pero lo cierto es que no. Yo buscaba reinas que me sirvieran, no diosas. A los dioses no puedes someterlos.

Con Eli eso era imposible. Al menos por el momento.

Si todo salía bien con mis futuras reinas, puede que como Ícaro, vuele por encima de las nubes no para tocar el sol, sino para hacerlo mío.

Pero por ahora me conformaba con verla a veces y sentirme como lograba hacerlo siendo ella misma.

Me acerqué hasta el mostrador y la vi ocupada con unos documentos. Tenía el pelo suelto como era normal. Llevaba un jersey de cuello largo de un blanco grisáceo, unos Levi's ajustados con cortes en muslos y rodillas que habría hecho ella misma y unos zapatos de tacón bajo color azafrán. Aparte de bella tenía estilo.

-Vaya, el genio prodigo ha vuelto. Llevaba semanas sin verte.

-Trabajos y algunos finales. Ya sabes.

-¿Y qué te trae hoy por aquí? ¿Algún libro? Si es de los estantes de arriba puedes usar la escalera y cogerlo tú mismo.

Con el tiempo, Eli terminó por darse cuenta de que los libros que pedía eran una excusa para verle el trasero y dejó de hacerlo. Ella nunca dijo nada, pero sabía que no era necesario. Éramos amigos con unos diez años de diferencia, pero aun así no bajaba la guardia conmigo.

-No. En realidad… he quedado en verme aquí con alguien.

Eli me miró intrigada.

-¿Una chica?

-Sí. Es una compañera de clase.

-¿Y te gusta?

A Eli no podía mentirle. Sabía cuándo alguien lo hacía y lo detestaba.

-Si –confesé sincero y con seriedad–. Me gusta mucho.

­– ¿Y tú a ella?

Desvié la mirada un instante. Trataba de buscar la respuesta adecuada; algo que fuera sincero, pero que no desvelara nada de forma excesiva.

-No creo que le interese de esa manera. Pero eso no quiere decir que no pueda intentar conquistarla.

-Toda la razón. Pues te va a tocar ser algo paciente. A las chicas nos gusta haceros esperar por nosotras. Pero no lo vayas contando por ahí.

-Guardaré el secreto. ¿Puedo usar uno de los ordenadores?

-Elige el que más rabia te dé.

Me dirigí hacia las mesas del fondo y encendí el primero que vi. Saqué mi móvil y lo puse sobre la mesa por si llegaba algún mensaje de Gabriela. Tenía su número gracias al grupo que habíamos hecho todos los de la clase para estar informados. Así que ella también sabía cómo contactarme.

Pasó una hora y seguía sin noticias de ella. Treinta minutos después, Eli se acercó hasta donde estaba con cara de lástima. Odiaba que sintieran lástima de mí.

-No creo que vaya a venir.

Asentí. Había visto a más de una docena de personas entrar, quedarse y marchase en ese tiempo, pero ninguna era Gabriela.

-Esperaré un rato más.

Eli no dijo nada. Solo asintió y volvió a su mesa.

Seguí navegando en la red, buscando un poco de todo. No quería perder horas allí sin hacer nada. El tiempo que tenemos para vivir es limitado y gastar una gota de él sin hacer de ti alguien mejor y más preparado es un insulto para tu propia existencia. Al rato Eli se acercó a mí sin que me diera cuenta de lo centrado que estaba y dejó una lata de refresco y una bolsa de patatas en la mesa.

-He pensado que te mereces un pequeño prueba por ser tan paciente.

Sonreí sin atreverme a sostenerle la miraba.

-Pensé que no dejabas comer a nadie aquí dentro.

-Bueno… es viernes y solo quedamos los dos. Haré una excepción por hoy. Que aproveche.

-Gracias Eli.

Aquella bebida y la pequeña bolsa de patatas me habían salvado la vida. El estómago me ardía de apetito y había empezado a notar como el cuerpo me temblaba. Después de no dejar nada de aquel inesperado detalle de Eli me sentí mejor y pude continuar con lo que estaba haciendo. Pensé en Gabriela más de una docena de veces y seguí haciéndolo hasta que ya era tarde.

Pasaban de las ocho cuando Eli se levantó de su asiento preparada para irse. Asentí ante su mirada, apagué el ordenador y me dirigí a la salida. Pasé por delante de Eli sin decir nada. La expresión de derrota de mi cara lo decía todo.

-Dani –al escuchar su voz me detuve, pero no me volví a mirarla–. Siento que te hayan dejado tirado.

Dejé pasar unos segundos de silencio antes de darle mi respuesta.

–Yo también. Que pases un buen fin de semana, Eli. Cuídate.

Di unos pasos hacia la salida y entonces me llamó otra vez.

–Espera. Hace algo de frío. Si quieres puedo acercarte hasta tu casa.

En ese momento respiré hondo y me volví.

–No es necesario que te molestes. Apenas está a media hora de aquí.

–No eres una molestia. Espérame ahí. Voy a coger mis cosas y de paso me aseguraré que todo está en orden.

Cuando Eli desapareció una ligera comisura se había dibujado en mis labios.

El motivo de mi sonrisa, es que sabía que Gabriela no se atrevería a acudir a la biblioteca. No sola y menos después de lo que le ordené hacer en el aula. Si sabía eso, ¿por qué ir hasta la biblioteca y perder horas y horas en ella cuando podía estar planeando mi siguiente movimiento con cualquiera de mis tres futuras reinas? La respuesta es evidente.

Por Eli.

Diosa o no la deseaba más que nada en el mundo. No era amor lo que me impulsaba a actuar así, a diferencia de Gabriela. Era pura y llanamente obsesión. Necesitaba que fuera mía aunque solo fuera una única vez. Sabía que era imposible que eso ocurriera; era ilógico, pero algo dentro de mí me impulsaba a intentarlo. Y en aquel momento en que Eli se detuvo, me consoló con un sincero lo siento y se ofreció a llevarme a casa lo supe.

Incluso los dioses tienen sus puntos débiles y yo había logrado que ella bajase ligeramente la guardia conmigo.

Era un paso pequeño, pero ya podía sentir que Eli estaba cada vez más a mí alcance.

Continuará…

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