Relatos de juventud 3

Ellas deseaban a los chicos malos. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Regresamos del gimnasio y abrí el aula para que mis compañeros pudieran dejar sus cosas y salir desesperados a comer algo durante la media hora de descanso. Cerré la clase y salí junto a ellos. Giré en un pasillo para separarme y di un largo rodeo para volver al punto de partida sin que nadie me viera. Abrí la puerta de nuevo y esperé dentro.

Tenía veintiocho minutos.

Cerré con llave, ya que algunos profesores tenían la costumbre de revisar de que los delegados cumplieran con su deber. Tras preparar todo para lo que estaba por acontecer, me senté en mi puesto con un dolor de estómago que estaba por desvanecerse y una cartera con nada de dinero. Mi plan estaba resultándome algo caro, pero si salía como lo había ideado dos billetes de veinte no eran nada.

Recordé como justo antes de salir del gimnasio, Toni se acercó a Maite, a quien ella reconoció. Se acercó a él y tras unas pocas palabras ella asintió. Luego se acercó a Gabriela y se encaminaron al aula. Pasaron por delante de mí, pero había conseguido esconderme a tiempo tras una columna.

-Me ha surgido algo. Tú adelántate y te veo allí en un rato.

-¿Segura qué vendrás? –preguntó insegura.

-Vamos que es Dani. Ese no tiene huevos para tocarte. Creo que en vez de pene tiene una vagina.

-No te pases. Encima que se ha ofrecido a ayudarme.

-Pues ve sola. Estaré allí en cuanto pueda. Lo que tengo que hacer será rápido. Créeme. Lo sé bien.

Cuando te insultan como Maite hizo conmigo sueles sentir impotencia porque sabes que no puedes hacer nada, pero yo podía y se lo haría pagar bien caro.

De pronto escuché un ruido que me devolvió a la realidad.

Toc, toc, toc.

Me levanté temblando. El deseo me estaba controlando y debía ser al revés. Di un fuerte puñetazo a la pared y el dolor que sentí me calmó. Di unos pocos pasos hacia la puerta, abrí y allí estaba ella.

-Rápido, pasa.

Gabriela entró veloz y cerré la puerta con llave. Miré el reloj de mi muñeca.

Veinticuatro minutos.

-Que silencio hay aquí cuando no están todos.

<> –pensé mientras una sonrisa se dibujaba en mi cara.

Me volví hacia ella fingiendo que estaba calmado.

-¿Y Maite?

-Oh! Le surgió algo que tenía que hacer. Puede que venga luego.

-Ya veo. Bueno, ¿quieres que hablemos sobre los trabajos?

-Claro –dijo apoyándose en la mesa del profesor. La miré con deleite. Ya no llevaba la ropa de gimnasia sino la que tenía al empezar las clases. Unos vaqueros negros nada ajustados y una blusa abotonada de tonos celestes que apenas dejaba entrever algo de su canalillo, pero que nada podía hacer para ocultar la forma de sus voluminosos pechos. Se había recogido el pelo en una coleta. No le quedaba mal, pero me gustaba más cuando lo llevaba suelto.

La imagine desnuda ante mí. Con su pelo cayendo por encima de sus pechos y tapando sus pezones como si se trataran de un misterio que debía desvelar personalmente con mis dedos.

-Bien –empecé– he estado pensando en ello la última hora y no va a ser nada fácil. Son cuatro trabajos en un fin de semana. Prácticamente nos pasaremos trabajando en ellos la mayor parte del día.

-Ya claro. ¿Crees que es posible?

-Si duermo algunas horas menos y me inyecto cafeína en vena… es posible. No digo que lo consigamos. Solo que es posible. Sobre todo si quieres que sean trabajos de notable o sobresaliente.

-No solo los quiero. Los necesito. Una mala nota me pasaría factura al elegir carrera.

-Gracias por la presión.

Veintidós minutos. Se me acababa el tiempo y debía actuar.

-Lo siento. Te prometo que cuando esto acabé te lo compensaré.

-¿Cuándo acabe? No es por desconfiar pero prefiero cobrar por adelantado si te parece.

Era el momento de actuar. Dejar de ser Dani y convertirme en quien necesitaba ser para lograr mi objetivo.

-Bueno en este momento no se si llevo suficiente dinero encima. Puedo pagarte veinte ahora y otros veinte cuando tenga todos los trabajos. Si te parece bien. Diez por trabajo. ¿O no es suficiente?

-No es necesario que me pagues. No quiero tu dinero.

-¿Entonces?

Veinte minutos.

-Desnúdate.

Ella me miró desconcertada. Como si le hubiera soltado alguna broma.

-¿Qué?

-Desnúdate –repetí seguro de mi mismo, mientras notaba como el corazón me latía desenfrenado.

Gabriela comprendió que no bromeaba. Su expresión pasó del asombro, al enojo para terminar lanzándome una muestra de asco.

-¿Te has vuelto loco? Ni sueñes que voy a hacer eso.

-Te sorprendería saber lo fácil que es hacer un sueño realidad. Y te aseguro que el mío no tardará en cumplirse.

-¿Qué piensas hacer? ¿Forzarme?

Diecinueve minutos. Que rápido pasaba el tiempo cuando uno más desea que se pare.

-Claro que no. Lo harás voluntariamente cuando te des cuenta de que no tienes otra opción.

Gabriela se acercó a la puerta, pero al girar el pomo este no abrió.

-Ábreme.

La miré sin moverme de donde estaba.

-Que abras o empiezo a gritar.

-Abriré cuando escuches lo que tengo que decir.

-No me interesa lo que un cerdo como tú tenga que decir.

-¿Acaso no te importa tu futuro? –Me gané unos segundos de silencio y debía aprovecharlos para obtener más–. Puedo abrir si quieres, pero cuando lo haga te pasarás el fin de semana trabajando como una loca desesperada para tener a tiempo cuatro trabajos que llevaría semanas acabar para una estudiante normal como tú. Trabajos que yo lograría tener a tiempo y más perfectos que ninguno que hayas podido hacer en toda tu corta vida. Sin contar que el martes hay parcial de Historia. ¿Lo olvidabas? –Gabriela seguía sujetando el pomo, pero ya no gritaba. No decía nada. Solo observaba mientras los minutos pasaban–. Cuando llegue el lunes te verás con cuatro suspensos y un significativo bajón de nota en Historia. Puedes pensar que las recuperarás, pero te recuerdo que para hacer una carrera en la universidad se hace una media global con los resultados obtenidos de estos dos próximos años. Y como bien has dicho, no puedes permitirte eso. Aunque sacases diez en todo a partir de hoy dudo que sea suficiente. Aparte de eso está lo del viaje de Navidad. Te morías de ganas de salir de este pueblo de mala muerte y visitar mundo, ¿no? Lástima que seas la única que no vaya. Y por último y aún más importante, está tu familia. Deben de sentirse orgullosos de su hija. La primera de toda tu familia que será universitaria. Una universitaria que no podrá entrar en la carrera de sus sueños. ¿De verdad vas a perder todo eso por no quitarte la ropa?

-Eres un hijo de puta. Se lo contaré a todo el mundo. Sabrán lo que eres.

Le devolví la mirada desafiante.

-Tu misma te has forjado una reputación algo dudosa, Gabriela. He oído que te lías a besos con cualquiera que te invite a copas. A veces llegas a algo más. Para las chicas eres una facilona. Y para los chicos solo eres un cuerpo al que les gustaría tirarse. Se imaginan abriéndote de piernas y follarte una y otra vez hasta que te conviertas en lo que están seguros que eres. Una puta. Pero a diferencia de ellos sé que tú no eres eso. Por cierto.  Aunque lograras hacer que los de la clase te creyeran, ¿acaso esperas que los profesores, cuya confianza y respeto me he ido ganando a lo largo de estos asquerosos años en este centro, van a creerte a ti antes que a mí? Incluso si logras que ese milagro pasara… la verdad es que no me importa nada.

Vi sorpresa en sus ojos.

-Cuando acabe este curso me mudaré a la capital. Allí haré el último año y luego iré a la universidad. Estudiaré lo que quiero y tendré el trabajo de mis sueños, y me olvidaré de este lugar y de sus gentes. ¿Sabes por qué me da igual que se lo digas a todo el mundo? Porque no hay nadie en este centro ni en este pueblo que me importe lo más mínimo. Hagas lo que hagas yo gano. Pero tú… tú solo puedes ganar si antes pierdes algo. Tú ropa para ser más preciso. Así que decídete de una vez. Tu ropa o tu futuro.

Miré mi reloj. Quedaban quince minutos.

Gabriela soltó el pomo y me miró derrotada. Se llevó las manos a los botones de su blusa. Había ganado el primer asalto. Ahora tocaba dirigir sus movimientos.

-Ponte frente al escritorio.

-¿Por qué?

-Para verte con más detalle. No tendré otra oportunidad de contemplarte como estoy a punto de hacerlo.

Caminó furiosa hasta ponerse frente al escritorio.

-Dame tu móvil.

Aquello me pilló por sorpresa.

-¿Qué?

-No soy estúpida. No voy a dejar que me grabes para luego chantajearme con más. Dámelo o me da igual lo que hagas.

Esa era una de las razones por las que Gabriela me atraía. Era lista y con carácter, pero esto último a veces puede cegarte.

Me acerqué hasta ella y dejé el móvil sobre la mesa. Dentro tenía el video de su prima y esa razón hizo que me incomodara separarme de él. Pero lo que estaba a punto de conseguir bien valía el riesgo. Me senté sobre una mesa frente a ella y le sonreí excitado.

-Empieza. Puedes comenzar con esa coleta que llevas. Me encantas cuando lo llevas suelto.

Gabriela obedeció. Se soltó su bonito cabello negro y este cayó por su espalda como una cascada negra. Luego volvió a llevarse las manos a la blusa.

-No –dije–. Primero descálzate. Y hazlo de espaldas. No quiero perder detalle de tu trasero. Puedes dejarte los calcetines si te hace sentir mejor.

Gabriela se mordió el interior de la mejilla de rabia e indignación y aquello me encantaba,

Vi como se agachaba, mostrándome en todo su esplendor el contorno perfecto de su culo. Parecía que aquel par de nalgas prietas y firmes se habían hecho uno con su pantalón. Una vez descalza quiso volverse.

-No te muevas. Ahora muy lentamente quítate el pantalón. Mientras lo haces vuelve a inclinarte como hiciste antes.

Quedaban doce minutos.

Escuché el cierre de su pantalón seguido por la cremallera al bajar despacio. Llevó sus manos a los lados y empezó a bajarlo muy despacio. Comencé a deslumbrar su trasero en todo su esplendor. Era una obra de arte que apenas quedaba cubierto por un tanga de color negro. Notaba como la presión en mi pantalón crecía hasta doler. Deseaba tocarla, abalanzarme sobre ella y chocar mi pene contra sus nalgas bronceadas una y otra vez. Pero me contuve.

-Muy bien –dije relamiéndome los labios–. Ahora quítatelos.

Gabriela levantó una de sus piernas para sacar la primera pernera. Hasta el más mínimo movimiento que hacía me volvía loco. Cuando al fin se los quitó los dejó caer con rabia.

Seguía desafiante. Mejor. Sería más divertido cuando la doblegara.

-Date la vuelta.

Obedeció. Vi sus ojos donde la rabia y la desesperación cohabitaban sin saber qué hacer.

-La blusa. Empieza por el botón de arriba.

Uno a uno fue quitando botón tras botón hasta que quedo suelta. Miré su sujetador del mismo color que el tanga.

-Déjate la blusa. Y quítate el sujetador.

-Por favor Dani. Te lo suplico.

La miré impasible.

-A cambio de esto vas a tener todos tus trabajos a tiempo Gabriela. Ese es el único favor que te haré. Ahora… el sujetador.

Gabriela se llevó las manos a la espalda y al cabo de unos segundos pude ver lo que durante tanto tiempo me había imaginado y visto en sueños. Solo había podido ver su contorno, intuir su tamaño, imaginarme sus pezones… y allí los tenía. Trató de taparse con la blusa pero no se lo permití.

-Aparta la blusa a ambos lados. Quiero verlas bien.

Gabriela abrió bien la blusa y dirigió la mirada en dirección a la puerta, mientras se mordía el labio inferior de impotencia.

Yo miraba sus pechos como quien ve un milagro. Eran grandes y firme. Acariciarlos y sentir su  piel tersa se estaba convirtiendo en una tentación difícil de mantener a raya. Eran lo bastante grandes para meter mi pene entre ellos y hacer una de esas famosas pajas cubanas que esperaba probar con ella. Y entonces dirigí los ojos a sus pezones rosados. Para mi asombro parecían estar duros y erectos.

-Menuda sorpresa. Pero si hasta parece que esto te está gustando tanto como a mí.

-No es verdad.

-Tus pezones no mienten. Pero tienes razón -dije mientras me acercaba a ella–. Necesitamos más pruebas para saber si estás excitada o no.

Ella me miró asustada.

-No me toques.

Me acerqué a ella hasta que apenas nos separaban unos centímetros al uno del otro. Me moría por besar sus labios mientras mis manos recorrían su cuerpo. Acerqué mi boca a su oído y le susurre.

-No voy a tocarte a menos que me lo pidas.

-Antes muerta.

Se me acababa el tiempo.

-Espero que no. Tienes mucho por lo que vivir. Solo queda una prenda y habrás cumplido tu parte del trato. Quítate el tanga.

Ambos nos miramos. El fuego de sus ojos chocaban con la frialdad de los míos. Era un duelo que no pensaba dejarme ganar. Unos segundos después acepto que no tenía escapatoria y llevo sus manos a su prenda más preciada.

-Para. Creo que esta última prefiero quitártela yo. No te preocupes. Apenas voy a rozarte siquiera.

Sin apartar la vista de ella comencé a inclinarme. Miré aquel trozo de tela negra que ocultaba el mayor de sus tesoros. Agarré ambas tiras y tiré de ellas sin prisa. Contemple aquellos muslos firmes y delicados al mismo tiempo. Quería disfrutar de aquel espectáculo segundo a segundo. Cuando lo bajé hasta las rodillas dejé que cayera por sus atléticas piernas hasta quedar inmóvil  sobre sus pies. Clavé mis ojos en su vagina. Al igual que el resto de su cuerpo estaba bronceada. Me humedecí los labios mientras contemplaba aquella delgada raja vertical que me pedía a gritos que la abriera para ver que había más allá. No tenía apenas pelo. Se había rasurado hacia poco tiempo. Eso me gustaba. Noté un ligero brillo húmedo en su zona genital. Acerqué mi cara a su entrepierna y aspiré su fragancia. Pensé en darle un largo lametón y rozar su clítoris para hacerla temblar de placer, pero ya habría tiempo para eso.

-Sudor… Veo que no te has duchado después de gimnasia. ¿O es que tal vez hueles así porque en el fondo estás disfrutando tanto como yo?

-Basta –exclamó–. Ya he cumplido. Déjame ya.

Miré el reloj. Apenas quedaban siete minutos.

-Es verdad. Has cumplido. Puedes vestirte, pero…

En aquel momento perdí el control del mí un instante. Pensé en pedirle quedarme con su tanga como recuerdo de aquel momento, pero habría sido una imprudencia. Tendría una prueba de lo que había pasado allí encima de mí con la que podrían acusarme ante todos. Hasta ese segundo de lujuria había sido más listo. No podía caer tan tontamente cuando apenas había comenzado el juego.

-¿Pero qué?

-Pero cuando lo hagas –dije poniéndome de nuevo en pie memorizando todo lo que podía de su cuerpo a mi paso– cogeré mi móvil. No te preocupes. No necesito fotos para recordar este espectáculo.

Di unos pasos atrás y disfruté, aunque algo menos, viéndola vestirse con prisa y humillación.

-Nos veremos esta tarde. Frente a la biblioteca que hay cerca de la iglesia.

-¿Para qué?

-Los trabajos.

Su cara parecía a punto de explotar de pura rabia.

-Dijiste que los harías tú.

-Así es. Nunca he roto una promesa ni un trato. Tendrás tus trabajos antes de la hora límite del domingo. Pero deberás pasar el tiempo conmigo.

-Eso no era parte del acuerdo.

-No me preguntaste si había alguna cláusula con letra pequeña en nuestro pacto.

-Eres…

-No te pido todo el día Gabriela. Solo unas horas de tu tiempo. Te espero a las cinco. No llegues tarde. Y ven sola.

Cuatro minutos para que la sirena sonara.

Metí la llave en el cerrojo, giré y abrí la puerta. Gabriela avanzó deseosa por escapar. Pero me interpuse en su camino.

-Antes te mentí. Cuando te dije que no había nada que me importara. Sí que lo hay. De todo lo que he visto en este pueblo tú eres lo único que realmente vale la pena en él. Puedes odiarme por lo que ha pasado. Pero primero hazte esta pregunta. De todos los chicos que has conocido, de todos aquellos con los que te has liado, ¿cuántos se habrían conformado con verte desnuda? ¿A cuántos les habría bastado con contemplarte tal y como eres sin ponerte una mano encima lo quisieras o no? Sé que sientes que te he humillado, y no te falta razón, pero he amado cada instante en que te he observado y no me arrepiento. Por ti y por lo que he podido ver de ti vale la pena que me odies.

Me miró confundida sin saber que responder. Aquello era justo lo que deseaba. Necesitaba que dudase si había hecho algo realmente tan malo. La duda es mejor aliado que el miedo o el odio.

Me hice a un lado y esperé a que saliera. Confíe en que no dijera nada. Podía haberla advertido de que estuviera callada, pero entonces sus ideas sobre mi estarían claras y yo perdería la partida. Aquel era un movimiento arriesgado, pero al igual que en el ajedrez hay veces en que debes regalar una pieza para mejorar tu posición en el tablero y acercarte al jaque mate. O en mi caso a la reina.

Cerré la puerta, pero no eché el cerrojo.

Quedaba un minuto antes de que sonara la sirena y la clase comenzara.

Me acerqué a las ventanas y las abrí para coger tres pequeñas cámaras de mano que había traído conmigo. Lo habían grabado todo desde distintos ángulos.

Como he dicho, era una partida de ajedrez. Gabriela anticipó lo que pretendía con aguda certeza, pero yo iba varios movimientos por delante. Al igual que a Maite la tenía a ella también.

Ahora le tocaba mover a Gabriela. ¿Callaría o hablaría?

Continuará…

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Un saludo.