Relatos de juventud 27

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Me acerqué hasta Maite, pero antes de que pudiera abalanzarme sobre ella, noté su mano sobre mi pecho para contenerme.

–Quítate la ropa –dijo en un tono que me pareció casi una orden. Pero cuando retrocedí un paso y miré sus ojos vi en ellos el deseo de jugar y no de tomar el control. Aquella iba a ser una diversión de dos y me pareció justo que ambos tuviéramos derecho a decidir sobre el otro. Llevé mi mano al cierre de mi pantalón, pero su voz me detuvo de nuevo –Primero la parte de arriba.

Dudé durante un momento. La miré y devoré su figura de abajo hasta arriba.

–Antes desabróchate la sudadera y enséñamelas –exigí en un tono serio y neutro que no permitía protestas.

Sin buscar hacerse derogar tiró del cierre hacia abajo y dejó al descubierto sus pequeños senos que tantos buenos momentos me habían hecho pasar. Llevó una de sus manos a su vientre y comenzó a subir muy despacio, mientras iba acariciándose con la punta de sus dedos. La había desabrochado lo justo para enseñarme lo que había pedido ver, pero su sexo seguía oculto a mis ojos.

–Te toca –respondió mientras dibujaba círculos sobre uno de sus pechos.

Notaba los labios secos y me vi tentado a humedecerlos, pero no quería que ella viera mi desesperación por sentir el contacto de sus pezones en mi boca. Tiré de la camisa sin dudas a simple vista, pero durante los segundos en que la prenda me dejaba a oscuras y rompía el contacto visual con Maite, volví a pensar en mis cicatrices. Estrujé la camisa entre mis dedos con fuerza y rabia antes de arrojarla al suelo. Durante un instante me sentí vulnerable cuando noté el marrón de sus ojos repasar mis marcas una a una. Entonces rememoré instantes de lo ocurrido en el salón y supe que no tenía motivos para sentirme incómodo. No con ella. La visión de su cuerpo semidesnudo bastaba para nublar los pensamientos más agrios y perjudiciales. Me acerqué a ella y noté como su mano buscaba tocar las marcas de quemaduras. La agarré antes de que pudiera hacerlo, tiré de ella para ponerla en pie y guie su mano hasta mi entrepierna.

–Desnúdame –ordené. Ella no pareció poner objeciones.

Hizo que me diera la vuelta, dando la espalda a la cama. Bajó el cierre de mi pantalón para luego meter las manos dentro y tirar hacia abajo. Dejó a cubierto mi miembro, aún a medio despertar, tras el bóxer. Vio su forma a través de la tela, pero no lo tocó. Alzó la vista para buscarme. Sentí sus manos cálidas en mi pecho antes de recibir el empujón inesperado que me propinó. Caí sobre la cama expectante. Vi cómo me agarraba de una pierna y me quitaba el zapato y el calcetín. Luego repitió lo mismo con el otro lado. Aquella situación me trajo recuerdos de la primera vez que Maite y yo estuvimos junto; como la tuve a mi merced y la fui desnudando al tiempo que disfrutaba de su impotencia. Noté como mi pene comenzaba a crecer y a palpitar al tiempo que Maite me despojaba por fin del pantalón, pero no del bóxer. De hecho fue la única prenda que no me quitó.

Satisfecha con el resultado se sentó entre mis piernas. Aunque seguía sin verlo, noté con agrado como su sexo se acomodaba sobre mi miembro. Sus manos volvían a buscar mi torso y esta vez no encontraron obstáculos. Posé las mías sobre sus muslos y nos miramos fijamente unos segundos. Vi como una sonrisa pícara se despertaba en ella y como un segundo después se mordía el labio de aquella manera tan sensual que tenía de hacerlo. Sus diminutos dedos masajeaban mi torso y su sexo se contoneaba y restregaba sin prisas sobre mi miembro, al tiempo que yo recorría sus piernas con las yemas de mis dedos y trataba de no acelerar las cosas. Pero no podía aguantar las ganas de que aquello fuera a más.

Comencé a subir hasta sus caderas. Al mismo tiempo una de sus manos comenzó a restregarse sobre la punta de mi falo sin que sus caderas detuvieran el movimiento placentero que me proporcionaba. Una vez llegué a su vientre, tiré de la cremallera y separé en dos aquella prenda. Visualicé su ombligo y seguía subiendo  hasta tocar sus pechos cautivadores. Maite atrapó mis muñecas antes de que llegara a rozar sus pezones y las hizo a un lado. Sin soltarlas de su cautiverio aumentó el ritmo de sus caderas.

Lo único que podía hacer esa observarla y dejarme hacer hasta que terminara su divertimento o yo perdiera del todo el juicio. Contemplé su belleza mientras anhelaba su boca, sentir el sabor de sus pechos, y notar el calor húmedo y palpitante de su sexo al abrirme paso en su interior.

Cerré los ojos unos instantes. Sus caderas cada vez se movían más rápido y el roce de su entrepierna contra la mía me tenía totalmente duro y dispuesto. Me liberé de sus manos y tiré de sus muñecas para acercarla hasta mí. Cuando apenas hubo distancia entre nuestras caras, fue su boca la que se lanzó en mi búsqueda. Un beso rápido que atrapé con ansia; le siguió otro lento y cálido y, tras pasar su lengua por mis labios, otro más intenso y profundo que el anterior. Llevé mis manos a sus hombros, buscando despojarla de aquella prenda. Maite volvió a incorporarse y sabiendo lo que quería se deshizo de ella y quedó completamente desnuda frente a mí.

Acaricié sus pezones y estrujé sus pechos antes de volver a levantarme para saborearlos. Apenas pude degustarlos antes de notar como volvía a exigirme con su mano que me recostara. Cedí a su deseo y contemplé como sus labios besaban mi ombligo antes de seguir bajando y llegar hasta donde deseaba sentir su boca. Maite se puso en pie y tiró de mi bóxer para quitármelo. Mi miembro palpitaba al sentirse libre y tan próximo a la cara de mi reina. Me incorporé levemente y me tendí de nuevo, ocupando el centro de la cama y no un costado. Aquello pareció satisfacerla. Se arrodilló ente mis piernas y comenzó a lamer y masajearme el falo con calma y destreza. Disfruté de aquello durante algo más de un minuto, antes de que la agarrase de la muñeca. Ella me miró.

–Ven aquí –dije, tirando de ella. Unos segundos después sentí su cuerpo caliente pegado al mío. Cuando tuve su boca al alcance de la mía no contuve el deseo de probar su sabor. Los noté húmedos, pero acogedores. Era una delicia perder la razón entre ellos. Mis manos recorrían su espalda y bajaron hasta sus nalgas. Comencé a estrujarlas repetidas veces. Me encantaba tocarlas y apretarlas, como si en mi ser me dijera que aquel culito prieto era mío para hacer con él lo que me apeteciera.

Sin aguantarlo más tiempo la volví a abrazar y rodamos a un lado para cambiar posiciones. Ahora la miraba yo desde arriba. Sus piernas estaban recogidas y pegadas a mis costados. Me incorporé. Sin dejar de mirarla acaricié sus piernas y sus muslos. Llevé mi mano a su sexo y sin perder detalle alguna de la expresión de su cara, le metí un par de dedos. Su respuesta no se hizo derogar. Mi miembro aguardaba duro y erecto su oportunidad mientras yo seguía dedeando su interior. Vi como Maite llevaba los manos a los lados de la cama y comenzaba a tirar de la colcha, mientras la lascivia de su mirada me atravesaba. Aumente el ritmo y vi como pasaba de morderse el labio, a exhalar su aliento de forma repetida y casi orgásmica; incapaz de seguir manteniéndome la mirada se dejó hacer y ladeo la cabeza para disfrutar de lo que hacía.

Sin dejar de jugar en su interior, me incliné momentáneamente entre sus piernas, separé la capucha del clítoris y lancé mi lengua sobre ella. El culo de Maite se separó de placer de la cama durante varios segundos. Notaba su humedad en mis dedos y el gusto de su sexo pegárseme en la lengua. Estaba satisfecho, pero no saciado. Volví a incorporarme y separé un poco más sus piernas. Tanteé sus labios con la punta y se la metí de golpe.

Maite comenzó a gemir y suspirar ante mis embestidas. La miraba como quien mira una diosa vulnerable y más mortal que nunca. Sin dejar de penetrarla me incliné sobre ella y me lancé a por uno de sus pechos. Lo lamí varias veces tan bien como pude mientras me movía. Noté como ladeaba su cabeza para mirarme y busqué su boca una vez más antes de aumentar el ritmo de la penetración. Me encantó ver como Maite se dejaba llevar por el placer que estaba sintiendo. Su cara, sus gestos, los sonidos que emitían eran un poema sonoro la mar de bello y excitante. Ver como acariciaba sus pechos, mientras se mordía el labio o como sus dedos bajaban hasta sus labios y se unían a mis estocadas para aumentar su lívido y con ello el mío. Proseguimos hasta que me noté cansado, y a punto de correrme. Poco a poco fue reduciendo el ritmo. Miré su cuerpo y noté como el sudor de nuestra pasión comenzaba a aflorar en ambos. La miré y deseé más. Más de ella. Ella me devolvió la mirada y supe que quería lo mismo.

Salí de ella y me tumbé con la cabeza entre sus piernas bien abierta para jugar y lamer a gusto aquellos labios que fluían el néctar embriagador del que solo un loco se cansaría de probar. Los besé, los lamí y los mordisqueé mientras notaba su cuerpo contornearse al ritmo de mis caricias. Satisfecho de sus sonoras respuestas y notando como la sangre no bombeaba ya con la desesperación del que busca un final, me incorporé y acerqué mi miembro a su sexo. Ella separó sus piernas arqueadas su cuerpo se movía al contacto de mi falo en sus labios, como si deseara que dejase de rozarla y la embistiera de una vez. No la hice esperar más tiempo y complací un anhelo que nos dominaba a los dos. Posé mis manos en sus caderas y la levanté, separando sus nalgas de la cama. La penetraba una y otra vez mientras notaba el calor sudoroso de nuestros cuerpos mezclarse, sin perder detalle de la expresión cachonda que pincelaba a cada momento el rostro de Maite con cada sacudida que le asestaba a su interior. Se mordía el labio, jadeaba con gemidos casi insonoros, acariciaba su pecho, jugó con su pelo y se lamió el antebrazo a falta de algo que llevarse a la boca. Era la expresión del puro placer y me encantaba verla así. Así quería que fuera con todas mis reinas y con ella lo había conseguido.

Notando el frenesí otra vez recorrerme el miembro hasta los testículos, me detuve para salir de ella. Maite me miró, esperando el siguiente paso de nuestra partida.

­–Date la vuelta –dije de tal forma que me pareció más una petición que una orden.

Tal como esperaba, ella no se opuso e hizo lo que le dije. Vi como ladeaba su cuerpo, como apoyaba su figura sobre los brazos y las rodillas y me ofrecía gustosa la visión de su trasero en pompa. Estrujé sus nalgas y las separé en repetidas ocasiones. Lancé mi boca en busca de sus labios y me empapé una última vez de su sabor antes de la última jugada. Acaricié y estimulé su sexo con mi miembro. Comencé a restregar mi falo hacia delante y atrás sin penetrarla, pegué mi espalda a la suya y mientras exhalaba mi aliento en su nuca, acaricié sus pechos.

–Hazlo ya –me dijo con la agonía del placer fundida en su voz, mientras mordía su oreja.

Me separé de ella y decidí complacer su petición. Me agarré a sus costados y comencé a metérsela entre sus húmedos labios.

El aire estaba enrarecido por el calor de nuestros cuerpos; el denso silencio solo era interrumpido por los suaves y discretos gemidos de Maite. Mientras yo, notaba la desbordante sensación de placer que estaba por consumirme y buscaba un punto y final a aquel encuentro nocturno que no había buscado no tampoco rechazado.

Deje de penetrarla de forma rápida y comencé a lanzarle estocadas largas y duras mientras mis ojos y pulgares comenzaron a acariciar su ano. La reacción de ella no tardó en llegar. Su trasero se tensó. Vi como volteaba la cara para intentar mirarme y como una de sus manos buscaba alejar mis dedos de su agujero.

–Para… no sigas. Ahí no. –gimió más que advirtió.

Agarré una de sus muñecas y tiré de ella hacia su espalda. Maite perdió el equilibrio, y dio con la cara en la colcha.

Ya has dado bastantes ordenes por hoy –dije mientras le propinaba una cachetada en una de sus preciosas nalgas que la puso tensa de placer y me hizo sentir la presión sobre mi miembro.

Sin liberar su brazo, la guie hacia su sexo para que se tocara. Mientras la veía propinarse placer yo seguí moviéndome en su interior. Cada vez ella se tocaba más y más rápido y ya la embestía con la misma intensidad; noté como de pronto Maite dejó de jadear y su mano detuvo su movimiento; como si hubiera quedado satisfecha y hubiera obtenido lo que andaba buscando. Había tenido su orgasmo y yo notaba como el clímax del momento se acercaba también para mí. Cuando ya notaba la descarga subir por mi falo, lancé una palmada final en su trasero para experimentar una vez más la tensión de su sexo pegarse al mío. Segundos después sentí mi semen fluir en su interior. Lancé tres largas estocadas finales mientras me corría con placer y gozo y luego pegué mi cuerpo a su espalda, mientras clavaba tiernamente los dientes en su cuello. Cuando noté que ya me había vaciado por completo dentro de ella, lancé un suspiro de cansancio y satisfacción. Luego me separé de ella y me tumbé con la vista clavada en el techo, tratando de recuperar el aliento.

– ¿Satisfecho? –dijo Maite volteándose para acostarse a mi lado. La miré momentáneamente y vi el enojo en su expresión–. Casi lo estropeas. Pensé que…

– ¿Qué quería metértela por el culo? –Dije indiferente sin desviar la vista de un punto del techo–. Solo quería tocarte y hacerte sentir bien. No estaba en mis planes esta noche hacer sexo anal.

– ¿Está noche? –dijo sorprendida–. Ni esta, ni ninguna. Ya puedes ir quitándotelo de la cabeza.

–No parecías quejarte mucho cuando mis dedos dibujaban círculos en tu ano. De todas formas, tenemos un acuerdo –dije mirándola–. Harás lo que quiera, cuando quiera y donde quiera. O puedes hacerte a un lado y dejarme a tu prima.

–Eres un gilipollas –dijo tumbándose también con la vista clavada en el techo–. No la necesitas a ella. Ya me tienes a mí.

–“Si te tengo –pensé apesadumbrado–, pero no es suficiente. Una sola no basta. Es hora de pensar en una nueva presa. Debo encontrar la manera de que Gabriela caiga ante mi sin que Maite se meta de por medio. ¿Y Leoni? Creo que siente interés hacia mí y es tan inocente. Es lo opuesto a su madre. Fogosa y entregada. Dios, como me apetece volver a verla y saber si…”

– ¿Me estás escuchando?

La voz de Maite me sacó de mis pensamientos. Noté como un bostezo buscaba despertar y escapar por mi boca, pero logré contenerlo.

–La verdad es que no –afirmé mientras la miraba. Su desnudez, a pesar de estar agotado seguía despertando mis bajos instintos–. ¿Qué decías?

Maite se levantó de la cama y retiró la manta para ocultar su cuerpo bajo ella. Luego me dio la espalda, ofendida.

–Vamos, haz tu pregunta –solo recibí un silencio de su parte. No tenía fuerzas para aquello. Notaba como una agotadora sensación de sueño se adueñaba de mí y lo más sensato era retirarme del cuarto antes de que ocurriera. Pasar la noche con ella le daría una idea equivocada de nuestra “relación”. No permitiría que eso pasase. Me incorporé dispuesto a marcharme–. Como quieras. Iré a seguir con el trabajo.

– ¿Fui la primera?

Me volteé para mirarla.

– ¿La primera?

Maite se volvió también, asegurándose de que las sábanas no mostraran demás y mis ojos estuvieran fijos en ella.

–Te pregunto si fui la primera chica con la que has estado.

Pensé en la madre de Maite. Como me había colado en un momento difícil de su vida sin ella esperarlo y me había aprovechado de su debilidad para que fuera mi primera vez. Al recordar el sexo con ella en la cama y en la ducha, me moría de ganas por recorrer más habitaciones en las que poder gozar el uno del otro.

–No –fue mi respuesta, mientras me levantaba y me empezaba a poner el bóxer.

– ¿Quién fue? ¿Una puta?

–Una mujer de verdad –respondí tajante.

– ¿Insinúas que yo no lo soy?

Recogí mi pantalón y la miré.

–Que folles como una mujer no te convierte en una. No eres lo bastante madura. Aún no lo eres. Y solo para que lo sepas. Tú también fuiste la primera.

– ¿Cómo es eso?

–Eres la primera a la que besé; a la que desnudé, la primera a la toqué y que hizo que me corriera; salvo metértela, fuiste la primera en casi toda mi breve historia sexual. ¿Satisfecha con la respuesta?

Una sonrisa maliciosa se despertó en su cara, mientras terminaba de ponerme el pantalón.

–No te negaré que lo estoy. Pero dime algo. ¿Cómo conseguiste que una mujer madura se acostara contigo? No eres…

– ¿No soy qué? –Atajé, mientras recogía la camiseta–. ¿La clase de chico en la que una mujer o una chica se fijarían?

–No quería decir eso.

–Claro que querías. Pero tranquila. Tus palabras no me harán más daño del que ya me han hecho otros –Vi sus ojos mirarme el pecho unos instantes antes de volver a fijarlos en mi cara. Sentí rabia y el recordar el desprecio que había sentido siempre por los demás, junto con el recuerdo imborrable de aquel monstruo dejando su marca en mi piel, sacó lo peor de mí–. Creo que ya has descubierto muchas cosas sobre mí hoy. Hablemos ahora de ti. Dime ¿Quién fue el afortunado que logró besarte, tocarte y meterse entre tus piernas por primera vez?

La expresión de su cara la conocía muy bien. Era la de alguien que se había visto obligada a rememorar uno de sus peores momentos. Era duro vivirlo, pero era peor hacerlo delante de alguien. Aun así no me contuve.

–Justo lo que pensé –dije frío e indiferente–. Fue tu tío, ¿no es así?

–Cállate –pidió Maite.

–Era evidente que algo ocurría entre vosotros. La forma en la que te miraba. Casi te devoraba con los ojos.

–Déjalo de una vez.

– ¿Qué pasó en tu cuarto cuando me fui? –seguí presionando sin darme cuento de lo que hacía o decía. La ira me nublaba el juicio y me impedía ver el efecto que mis palabras tenían en ella–. Estoy seguro que no perdió el tiempo y se abalanzó sobre ti. ¿Y tú? Tu debiste ser de lo más complaciente a sus caricias y sus besos. Lo pasaríais bien hasta que llegué yo y…

– ¡Yo no lo quería! –gritó furiosa mientras se incorporaba y dejaba al descubierto sus pechos. El tono de su dolor me llegó y me devolvió a la serena realidad–. ¡No busqué que pasara!

La miré fijamente, notando la culpa crecer en algún punto de mi interior, pensando qué palabras eran las más adecuadas para que ella se relajara sin yo perder la autoridad y orgullo que buscaba mantener. Disculparme estaba descartado. No mostraría semejante debilidad. No ante ella.

–Te creo –respondí sincero y calmado, mientras me acercaba a la cama y me sentaba en ella. La miré y vi como la rabia se apagaba despacio, pero seguía palpitando al son de sus latidos–. ¿Qué pasó? –Maite se tumbó dándome la espalda y se volvió a cubrir con la sábana y la manta. En ese momento pude haberla presionado para que me lo contara como ella había hecho conmigo, pero no le habría sacado nada. Se habría cerrado en banda y solo me ganaría su enemistad. Puede que el torpe ataque de ira que había provocado aquella situación hubiera hecho retroceder todo lo que esa noche había avanzado en mi relación con Maite. Si lograba que se abriera a mí, tendría una oportunidad de no haber pasado el tiempo teniendo solo sexo. Le di la espalda como ella hizo conmigo y clave la vista en la puerta. Suspiré de forma que ella lo oyera y dejé pasar unos segundos–. Has visto mis cicatrices. Las has tocado y besado. Sabes quién las hizo y el por qué. Conoces mi dolor. Querías conocerlo y te lo he confiado. Si quieres guardarte el tuyo, hazlo. Créeme que lo entendería mejor que nadie. Pero si quieres hablar, me quedaré y te escucharé. No voy a juzgarte.

El silencio rodeo el ambiente. Me quedé quieto, inmóvil, aguardando una palabra, un sonido, el atisbo de un pequeño movimiento que me dijera si ocurriría algo. Nada. Pasó un minuto, puede que más, y decidí irme y dejarla sola. Cuando me puse en pie, reaccionó.

–Jamás pensé que algo así me pasaría –me detuve y me volví. Maite no se había movido. Seguía dándome la espalda–. ¿Cómo pudo? Era mi familia y se aprovechó cuando más vulnerable estaba.

Volví a sentarme y apoyé mi mano en su antebrazo y la obligué a girarse y mirarme.

Vi su dolor en sus ojos. Cualquier otra chica menos fuerte estaría rota y descompuesta, pero ella no. Maite sabía cómo mantener unidos los pedazos de su tragedia de forma que no la afectaran tanto como a la mayoría. Era una superviviente. Y eso la hacía más digna de ser mi reina.

–Te escucho –dije sincero.

Podría contaros todo lo que me dijo esa noche. Cómo, cuándo y dónde pasó, o las veces que volvió a ocurrir tras esa primera ocasión. Podría hablaros de por qué Maite era Maite y había elegido vivir como lo había estado haciendo, pero no lo haré.

Podéis decir de mí que soy despreciable, de la peor calaña, un monstruo que se aprovecha de la vulnerabilidad de cuanta mujer se ponga en su camino y os diría que tenéis razón. Pero si hay algo que no soy es un traidor. Jamás traiciono la confianza que alguien ha depositado en mí.

Cuando una persona me revela sus secretos, sean infantiles e inocentes como los de un niño o duros y permanentes como los de Maite, ese algo que han compartido conmigo queda entre la otra persona y yo. Es mi código y no lo quebrantaría por nada ni por nadie.

En el momento en que dejas de ser fiel a tus creencias, comienza a morir lentamente por dentro. Teniendo en cuenta que estamos abocados a encontrar nuestro fin ¿por qué no hacerlo sintiéndonos orgullosos, no solo de lo que hemos hecho o hemos vivido, sino  de quienes hemos sido y elegido ser?

Cuando Maite acabó de hablar ambos nos miramos. Durante unos instantes sentí que ambos hurgábamos en el dolor del otro, como si desentrañar la tragedia ajena aliviara los tormentos de la propia.

– ¿No vas a decir nada? –preguntó Maite.

Dejé pasar unos segundos.

–Dije que te escucharía –respondí serio y calmado, tratando de no resultar demasiado frío–. Te he escuchado. Si buscas consejo o palabras de consuelo, me temo que no las tengo. Durante mucho tiempo intenté encontrarlas para mí. No sirvió de nada. Todo lo que pude hacer fue seguir hacia delante. A veces esa es la única opción que nos queda. Lamento lo que te pasó. Nadie se merece algo así. Es tarde. Será mejor que te dejé descansar.

Me puse en pie aún a medio vestir. Noté como la mano de Maite se agarraba a mi muñeca.

–Quédate.

La miré y dudé. Aquello no me lo esperaba. No niego que la idea me agradaba, pero no podía ceder sin más.

Hay momentos durante una partida en que el oponente o uno mismo realiza una jugada que, aunque no altera la estabilidad e igualdad de la contienda, si decide el rumbo de cómo continuará la partida. Cuando ese movimiento se presenta, se debe decidir cómo proseguir, sin saber con certeza si la elección tomada es mejor que la opción descartada.

En ese dilema me encontraba yo ahora. Mientras la miraba, vino a me mente el fragmento de un poema de Robert Frost:

“Dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo, yo tomé el menos transitado. Eso marcó la diferencia”.

¿Cuál era el camino que debía escoger? ¿Debía ser yo mismo, quedarme a su lado y ayudarla a consolar su dolor, ganándome así su confianza y lealtad o debía ser el Dani frío y calculador, quien sin dudarlo se soltaría de su agarre y saldría de aquel cuarto sin mirar atrás, aunque eso hiciera daño a Maite?

Eligiera lo que eligiera, tendría consecuencias. Solo el tiempo sabía cuándo me iba a llegar la hora de pagar por mis decisiones.

“No tengo que escoger un camino –pensé raudo–. Puedo ir por los dos al mismo tiempo. Quedarme a su lado, jugar el papel del caballero que cuida y se preocupa por ella y lograr que no me vea como un príncipe azul. Seré frío al principio y luego seré lo que ella necesita”.

–Tengo que continuar con el trabajo de Arte –lancé serio y contundente–. Sabes que aún queda mucho por hacer y…

–No me obligues a suplicarte –repuso.

Desvié la mirada y lancé un suspiro que esperaba mostrase mi inconformidad ante aquel momento que me apetecía tanto experimentar. Acostarse con una mujer es un placer como pocos, pero por lo que había leído en alguna que otra novela, dormir  y despertarte junto a una mujer es un privilegio sin parangón. Quería experimentarlo y descubrir si era verdad o solo otro cuento de hadas.

–Está bien. Pero me quedaré solo unas horas. Pondré la alarma del móvil. En cuanto suene, me iré y tu seguirás durmiendo sola. ¿Entendido?

–Entendido –dijo satisfecha mientras me soltaba la muñeca–. Vamos. Quítate la ropa. No irás a dormir con los vaqueros puestos ¿no? –Volví a quitarme el pantalón e hice lo propio con la ropa interior antes de que me dijera algo. Tiré de la manta y me metí bajo ella. Noté su mano tocar mi pecho y su cuerpo pegarse a mí.

– ¿Qué haces? –pregunté.

– ¿Puedes tratarme bien aunque solo sea por esta noche?

Sentí el dolor ahogado en sus palabras. Maite trataba de mantenerse entera y de mi respuesta dependía que así fuera. Cerré los ojos y me mordí el labio. Luego pasé el brazo por detrás de su cabeza y la abracé.

–Mejor –respondió mientras sus dedos acariciaban algunas de mis viejas cicatrices. No podía ver la expresión de su cara, pero estaba seguro de que sus ojos repasaban mis heridas una y otra vez–. Mucho, mejor.

–Será mejor que tratemos de descansar. Mañana será un día intenso para los dos. Tenemos mucho trabajo y poco tiempo para ello.

–No apagues la luz.

– ¿Tienes miedo a la oscuridad?

–No es eso. Solo quiero… saber que eres tú el que está aquí.

Recordé su historia y lo comprendí.

–Vale. Ahora durmamos.

–Está bien. Buenas noches.

Dejé pasar unos largos segundos, mientras pensaba en todo lo que había pasado en unas pocas horas. Maite había logrado que le contara mi historia, que no sintiera vergüenza de que alguien más viera mis marcas y me había permitido ser el custodio de su horrible experiencia con su tío. Era curioso como el tiempo juega con nosotros sin darnos cuenta. A veces vivimos muchas cosas intensas es apenas un instante y esa noche había pasado para los dos. Por alguna razón sentí que estaba en deuda con ella y si algo habéis aprendido de mí después de tanto tiempo es que odio deberle nada a nadie. Debía devolverle el favor de alguna forma, más allá de dormir a su lado

–Es la primera vez que duermo desnudo –dije con la vista fija en el techo–. Y también…

– ¿La primera vez que duermes con una chica?

–Sí. Eres la primera.

Un sonido cómico salió de su boca.

–Ya lo imaginaba –respondió–. Gracias por decírmelo.

Ya. Bueno. Durmamos. Lo necesitamos.

Aquella burda confesión no me satisfizo. No había pagado mi deuda. Bostecé sin poder controlarme y noté el cansancio posarse con fuerza sobre mis ojos. Terminé cerrándolos mientras pensaba una forma de estar en paz con mi primera reina.

Continuará…

Gracias por el apoyo a la serie. Podeís dejar vuestros comentarios aqui o en mi correo personal o seguirme en mi cuenta de instagram: escritosenlasombra.

Y gracias a los que habéis adquirido el libro en amazon y habíes compartido vuestras opiniones sobre lo que os ha parecido. Si alguno aún no lo ha hecho y quiere hacerlo  será un placer leerle.

A los que me han preguntado como adquirir el libro si eres de latinoamerica o tienes problemas para hacerte con él, gracias a un seguidor he descubierto que instalando la app de amazon kindle en tablet o movil es posible conseguirlo. Seguiré publicando capitiulos del primero libro, pero solo unos pocos más. Espero que los disfrutéis.

Gracias por leer relatos de juventud