Relatos de juventud 20

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Cuando me acerqué, fingió estar enfrascada en su libreta de apuntes, mordisqueando la parte trasera de un bolígrafo. Entré sin llamar y dejé mi mochila sobre la mesa. Maite me miró, sin decir nada. La observé expectante durante unos segundos.

–Siento la espera –respondí–. ¿Repasando para el examen o estudiando para él?

–Las dos cosas –dijo algo fría–. No te he llamado para hablar del examen.

Llevé un dedo a mis labios para indicarle que se estuviera callada. Me acerqué hasta ella y ocupé el cómodo asiento que había a su lado. La miré fijamente de arriba abajo. Llevaba una rebeca negra con la cremallera desabrochada casi del todo y debajo una camiseta de tirantes con rayas blancas y azules y unos pantalones deportivos gris oscuro ajustados que dejaban fuera de juego a la imaginación.

–No te muevas –le dije mientras acercaba mi silla a la suya y la rodeaba por la cintura con un brazo, sin perder de vista lo que ocurría fuera de aquellas paredes de cristal.

–¿Qué haces?

–Comprobar que no traes nada que grabe nuestra charla como la última vez –respondí mientras tanteaba su espalda, los costados, el vientre y sus pequeños senos. Cuando acabé con los muslos la miré–. Súbete las perneras del pantalón.

–Será broma.

–Que sea lo que te dé la gana, pero súbetelas ya –ordené serio de forma que no cuestionara lo que decía. Maite obedeció con desaire y me mostró sus piernas sin nada que ocultar.

– ¿Satisfecho?

–No. Levántate. No sea que tengas algo metido entre las piernas.

Maite obedeció indignada. Nada. Volvió a su asiento y esperó a mi siguiente locura. Seguí receloso y miré debajo de la mesa y de las sillas ante la que supuse que sería su mirada de incredulidad. Si hubiera sido osada y lista habría ocultado una grabadora justo allí, sujeta por un trozo de cinta adhesiva. Todo estaba limpio.

– ¿Has acabado con tu estúpida búsqueda de espionaje? –preguntó molesta.

–Aun no –respondí, mientras le cogía el bolso de la mesa y sacaba una a una las cosas que tenía dentro sin pedirle permiso. Guantes, bufanda, un bote con alguna muestra de perfume y más cosas que de nada servían para grabar nuestra conversación. Dejé todo fuera del bolso y extendí la mano frente a ella.

–Tu móvil.

–Ya te dije que no pensaba jugártela mientras dejaras en paz a mi prima.

–Aún así hoy me acusaste de incumplir mi palabra y eso puede haberte hecho cambiar de parecer. De ahí mis sospechas. Ahora dame tu móvil o… creo que ya sabes lo que pasara.

Maite levantó la libreta y dejó a la vista el móvil. Lo cogí y sin mirarla le pedí la clave. Tras introducir ella misma el patrón de acceso me lo dio con desgana.

La grabadora no estaba activada. Pero decidí aprovechar y hojear por si tenía algún chat abierto con Gabriela. Dio la casualidad de que sí.

–Interesante. ¿Nos vemos esta tarde para estudiar? –Dije leyendo en voz alta–. No puedo Gaby. Tengo que ir a la biblioteca por lo del jodido trabajo de arte y hablar con él. ¿Quieres que vaya contigo? No me gusta la idea de dejarte sola con él. No te preocupes. Sé cómo controlar a los tíos y él no llega ni a eso. Llámame y cuéntame que ha pasado. Y ten cuidado. No es lo que parece. Es peor. Gracias Gaby. Podré con él. Hablamos. Chao.

Miré a Maite, mientras dejaba el móvil en la mesa, delante de ella.

–Así que no llego ni a la categoría de tío. Me lo tomaría como un insulto, pero aún no estoy seguro de si he de hacerlo. ¿Quieres que pase directamente y dicte sentencia o quieres tratar de convencerme de lo contrario?

–Eso lo dije por mi prima –repuso ofendida–. No quiero que sepa lo nuestro.

– ¿A qué te refieres con lo nuestro? ¿A lo que paso en el club, a lo de hoy o al trato que hicimos?

–A todo.

–Muy bien. Haré como que te creo y lo dejaré pasar –dije mientras me levantaba y regresaba a mi otro lugar frente a ella–. Siempre que tu olvides lo que crees que pasó entre tu prima y yo.

–Te conozco. Sé que le hiciste algo.

–¿Es lo que ella te ha dicho?

–Es lo que no me ha dicho. Sé que hay algo que no me cuenta y tiene que ver contigo.

“Interesante –pensé–. No le ha dicho lo que pasó aunque ella lo intuye”.

–Como te he dicho esta mañana, no le he puesto las manos encima a tu prima. Pero te seré sincero. De no ser por esa promesa, nada me habría frenado de intentar pasar un rato a solas con Gabriela. Es como tú. Tiene un cuerpo hecho para el pecado que hace desear ver lo que tiene bajo la ropa para tocarlo, besarlo, estrujarlo y hacer mucho más. Casi de la misma manera en que la pasamos tu y yo hoy en aquel cuarto. Es pensar en ello y…

–Basta. No quiero hablar de eso.

–Muy bien –cedí por ahora para seguirle el juego–. Te escucho. ¿Qué hago aquí?

–Ya leíste el mensaje. Es por el trabajo de arte. Sigo pensando que debemos decirle a la directora…

–No –la interrumpí–. Haremos la presentación el viernes.

–Dani. Es imposible tenerlo listo para el viernes.

–Solo un fracasado piensa así. ¿Es eso lo que eres? ¿Una fracasada?

Maite se sintió indignada.

–No soy una fracasada.

–Entonces eres una cobarde. No tienes las agallas de aprovechar la oportunidad de demostrar que eres mejor de lo que esa profesora piensa. Pero yo no. El trabajo estará listo para este viernes. Le he pedido a esa bibliotecaria información sobre la obra que vamos a trabajar. Si tiene dos dedos de frente y hace su trabajo, en un rato debería haber encontrado el libro que le pedí.

Hablé de Eli con indiferencia y desprecio porque no quería que pensara que éramos amigos. Lo que menos me convenía es que ellas dos conversaran, se relacionaran y lo que podía ser peor; que hablaran sobre mí. Eli tenía una percepción de cómo era yo que no quería que cambiase. Maite podía echar al traste eso y estropear mis planes con aquella diosa bibliotecaria.

–¿Qué obra has elegido?

–Ya tienes bastantes preocupaciones con el examen de historia. Lo discutiremos mañana. En privado. ¿Qué te parece una sesión de estudio en mi casa? Tal vez podamos mejorar la práctica de esta mañana.

–No. La haremos aquí.

Exhalé un pequeño suspiro.

–Hoy me siento comprensivo. No has tenido un día particularmente bueno. Aunque seguro que un buen rato pasaste. Tanto como yo.

–Ve al grano y déjate ya de tantos doble sentidos.

–Cuidado con el tono –lancé serio–. No pienso estudiar aquí, pero te daré a elegir. En mi casa o en la tuya. Esas serán tus únicas opciones. ¿Qué decides?

Tras un largo minuto y un suspiró de derrota me dio su respuesta.

–En mi casa.

–Perfecto. Quedamos mañana a eso de las cinco frente al club de ajedrez. Supongo que no has olvidado en dónde queda.

–No. No lo he olvidado.

–Bien, si no hay nada más que quieras decir, supongo que esto es un adiós –dije mientras tiraba de una de las correas de mi mochila.

–¿Qué vas a hacer con el video?

Su pregunta no me sorprendió. Sabía que tarde o temprano la haría. Solté la mochila y me recosté en la silla.

–Si quieres puedo borrarlo, pero…

–¿Pero qué? –replicó con una mirada expectante, como si intuyera que tendría un precio.

–Ese vídeo es lo único que te asegura que el bueno de Don Vicente no se atreva a ponerte las manos encima. Mientras lo tenga, no solo estás a salvo, sino que además quedas libre de cualquier obligación en su asignatura. Tendrás un sobresaliente en cada trimestre sin necesidad de hacer nada.

–¿De verdad?

–Me he asegurado de ello. No pareces satisfecha.

–Intentó violarme. Por mucho dieces que ese hijo de puta me ponga no cambia eso.

–Supongo que no.

–Si te pido que lo borres, ¿de verdad lo harías?

–Claro que sí –respondí sincero.

–¿En serio? –preguntó incrédula.

–Aunque no será gratis.

Su expresión de desconfianza regresó.

–¿Qué quieres a cambio?

Entrelace los dedos de las manos y las llevé a la parte posterior de mi cabeza. Luego alce la vista al techo con aire pensativo. Tras unos largos instantes miré a Maite.

–Un favor –respondí.

–¿Qué clase de favor?

–Aún no lo sé. Pero uno de estos días te pediré que hagas algo por mí y tú no podrás negarte. Tranquila. Lo que te pida no afectará a nuestro acuerdo sobre tu querida prima. ¿Aceptas? –dije, mientras le ofrecía mi mano.

–No tengo otra opción –dijo, mientras sellábamos el trato con un apretón.

–Cierto. No la tienes –llevé mi otra mano libre y la puse sobre la suya, aun atrapada en el apretón–. La tienes un poco fría. Creo que te vendría bien agarrar algo que te ayude a entrar en calor.

Maite se liberó de mi agarré y me esquivó la mirada.

–Estoy bien así. Ahora, borra el vídeo.

–Eso no va a pasar.

–Acabas de decir que lo harías. Hemos hecho un trato.

Levanté un dedo y lo moví a los lados mostrando mi negación.

–Dije que lo borraría a cambio de que hicieras algo por mí. Y ese algo aún no ha pasado. Hasta que llegue ese día, el vídeo se quedará conmigo. Pero para evitarte preocupaciones puedo prometerte que no pienso enseñárselo a nadie. No lo hice con el anterior, ¿recuerdas?

–Eres un cabrón.

–Al fin estamos de acuerdo en algo –respondí burlón–. Sí, soy un cabrón. Uno que esta mañana disfrutó de ti. No tanto como hubiera querido, pero aún así fue placentero. No sabes las ganas que tengo por repetirlo. Si no fuera por estas paredes de cristal te tumbaría boca abajo sobre esta mesa, te bajaría los pantalones, haría a un lado tu ropa interior y te…

–Cállate –trató de interrumpirme.

–... follaría hasta que los dos nos corriéramos de placer –terminé, mientras la miraba expectante–. ¿No te apetece que juguemos? Sé que lo de esta mañana te gustó. Incluso diría que te quedaste con ganas de más. Aquí hay unos baños. Podemos salir y…

–¿Qué te pasó en el pecho?

La miré mientras notaba como mi sonrisa se apagaba y mi actitud quedaba silenciada por su pregunta. Era como si me hubieran apuñalado con sigilo por la espalda. Aunque sabía que algo así saldría a relucir, no esperé que me pillara con la guardia bajada. La expresión de mi cara debió decir más de lo que quise. Traté de recuperar el control, pero no fui lo bastante rápido. Maite vio más de lo que deseé y supo que había errado con su curiosidad.

–Vamos a dejar las cosas claras –respondí de forma calmada, mientras tensaba cada fibra de mi cuerpo. Buscaba liberar un poco de la rabia que estaba sintiendo al recordar a Maite viendo mis marcas y al pensar en quien me las causó–. Que te diera la gana de abrirte de piernas esta mañana para que te follara, no te da derecho alguno a preguntar todo lo que quieras sobre mí. Lo que viste es privado. No es asunto tuyo qué me pasó. Es más. Te lo voy a advertir solo una vez. Si te atreves a contarle a alguien lo que viste –dije mientras encendía el móvil y reproducía el vídeo de ella con Don Vicente– no habrá una sola persona en todo el pueblo y posiblemente en varias ciudades quién eres. ¿Te ha quedado claro?

Maite clavó los ojos en la pantalla del móvil y asintió.

–Bien –dije apagando el video–. Tenía pensado marcharme ya, pero acabo de recordar que me debes algo y lo quiero ahora.

Confundida, me miró buscando respuestas.

–¿De qué hablas?

–Una foto tuya, cada día. ¿Lo has olvidado?

Ella pareció comprender.

–Tienes el vídeo. Y lo de esta mañana. Date por satisfecho.

–¿Debo entender con eso que rompes nuestro pacto y que tengo total libertad para hacer lo que quiera con tu prima?

–Aléjate de Gabriela –respondió exaltante. Dirigí la mirada a la habitación de al lado, donde una chica estaba estudiando, mientras llevaba puestos unos auriculares y escuchaba música con el volumen alto. O eso esperaba. Al parecer no nos prestaba atención. Miré nuevamente a Maite y leyó en mi cara que no pensaba irme sin lo que quería–. ¿Quieres una foto? Vale. Tendrás tu estúpida foto. Te la enviaré luego.

–La quiero ahora. Y no es negociable.

–Dani, por favor.

–Suplica cuanto te apetezca. Eso no sirve conmigo. O me das lo que quiero ya o Gabriela y yo tendremos muchas cosas  de las que hablar.

Maite seguía con su duelo de miradas sabiendo que no había escapatoria. Se levantó y cogió su móvil. La retuve de la muñeca.

–¿A dónde vas?

–Al baño. A por tu jodida foto.

–Háztela aquí.

–¿Estás loco? Pueden vernos.

–La parte baja de la sala está cubierta con tablas de madera. Nadie verá lo que ocurre debajo de la mesa. Es lo bastante grande para que nadie sospeche.

–No me hagas esto.

–Considéralo un castigo. Así aprenderás que hay preguntas que no debes hacerme. Ahora siéntate y muy discretamente bájate el pantalón.

Maite miró a la amplia sala que había tras de mí. Soltó el móvil sobre la mesa. Luego miró a la chica que teníamos al lado y, mientras hacia el gesto de sentarse llevó las manos a ambos lados de su pantalón, metió sus pulgares y tiró. Cogí el bolígrafo de su mesa y lo deje caer a propósito al suelo. Me agaché a recogerlo y vi el pantalón de Maite por sus rodillas.

–Ábrelas –ordené–. La visión de unas preciosas bragas color amarillo claro, me encendió en todos los sentidos–. Aparta la tela a un lado. Quiero verlo bien. Date prisa. No sea que la vecina de al lado sospeche –Maite llevó su pequeña mano a la entrepierna y con dos dedos tiró de la prenda y dejó al descubierto aquella hermosa línea vertical que ocultaba el placer de sus labios; los únicos que en ese momento me apetecía probar. Me relamí la boca porque la notaba tan seca como ansiosa. Volví a mi puesto y la miré.

–Levanta las piernas y apóyalas en mi silla.

Maite parecía disgustada o al menos jugaba muy bien ese papel, pero sabía que en el fondo una parte de ella disfrutaba de aquellas situaciones y era ese lado el que trataba de despertar. Si lo lograba nos esperaba a ambos un rato de diversión. Cuando noté sus piernas apoyadas en mi silla la agarré de los tobillos. Luego subí hasta sus gemelos y comencé a acariciarla sin apartar el contacto visual de sus ojos. A ella le gustaba jugar lo admitiera o no. Y juego es lo que le daría.

–Mira a tu alrededor. Todo el mundo está ocupado en su propio mundo. ¿Qué crees que pensarían si supieran que a unos metros de ellos hay una hermosa chica con los pantalones bajados y con la raja al aire? Seguro que esos chicos de ahí detrás irían como locos a pajearse pensando en ti –seguí con mi juego de caricias en sus muslos. Notaba el calor de su cuerpo en la yema de los dedos y la sensación que aquel contacto causaba en mi pene–. Seguro que eso te gusta. Que los chicos de la clase se toquen pensando en ti. Te gusta el morbo, la posibilidad de que puedan pillarte. Como ahora.

–Joder Dani. Has tu jodida foto.

Bajé mis manos hasta sus rodillas y para su sorpresa, la agarré de los pantalones y tiré hacia abajo. Cuando comprendió lo que pretendía trató de retirar sus piernas y evitar caerse del asiento, pero conseguí mi objetivo. Su resistencia solo sirvió para huir de mí. Había logrado quitárselos e incluso había perdido una zapatilla en la resistencia.

–¿Qué coño haces? –Exclamó entre susurros llenos de cabreo, mirando asustada a todos lados–. Devuélveme los putos pantalones, gilipollas.

Volví a mirar bajo la mesa y vi aquellas preciosas piernas. Su pie descalzo, aparte del calcetín blanco que llevaba, se apoyaba sobre la zapatilla que sobrevivió a la lucha. Alcé la vista por aquella senda hasta llegar a su entrepierna oculta. Miré las tiras de sus bragas amarillas y tuve el deseo de arrancárselas.

–Hagamos un trato. Los pantalones por las bragas.

–Cerdo asqueroso. Vete a la mierda y dame el pantalón. Ya.

–Qué curioso. La otra noche en el club parecías bastante deseosa de que me quedase con tus bragas. ¿Lo has olvidado?

Un silencio lleno de indignación y ver a Maite mordiéndose el labio al saber que lo que había dicho era verdad era algo que no tenía precio para mí.

–No te daré nada –espetó.

–Los dos sabemos que sí.

–¿O qué? ¿Te irás con ellos? No puedes. Gritaré y…

–¿Y qué? –la interrumpí–. Saldré por esa puerta y no volveré a poner un pie aquí nunca más. Pero tú, seguro que despiertas la curiosidad de todos hay fuera y seguro que esos chavales tendrán cámaras que te grabaran. Algo a lo que ya debes estar acostumbrada.

Esperé una respuesta y al no llegar esta, la miré decepcionado. Asentí como si hubiera tomar una resolución, cogí mi mochila y me alejé de su alcance.

Sabía que no podía moverse sin quedar expuesta y arriesgarse a que alguien mirase hacia la sala. Metí los pantalones en la mochila, y luego la dejé en una esquina de la sala. Miré a Maite sabiendo que por su expresión se sabía perdedora una vez más.

Volví a sentarme y cogí el móvil.

–Para la foto necesito que te quites las bragas.

Maite miró a la chica de la sala contigua. Tras unos segundos vi como llevaba las manos a los lados. Retrocedí la silla hasta que esta chocó con la pared y pude ver como juntaba sus piernas torneadas y empujaba la prenda hacia abajo hasta que esta resbaló y cayó al suelo, quedando inertes a sus pies.

–Quieta –le ordené.

Miré detrás de mí y vi que todo el mundo estaba bastante liado. Busqué a Eli. Estaba frente a una estantería, colocando en su lugar libros que traía en una especie de carrito. Miré a la chica de al lado. Seguía perdida en sus notas y su música. Lancé una mirada a Maite que le desveló cual era mi intención. Corrí el riesgo y me metí debajo de la mesa. Levanté la pierna de Maite que aun tenía el zapato y se lo saqué pese a su reticencia, pero no antes de obtener mí premio. Cogí sus bragas y tras mirarlas me las metí en el bolsillo. Luego sonreí lleno de lujuria y acaricié sus piernas. Al contacto de mis manos se tensó.

–Abre las piernas. Así no puedo hacer la foto.

–No. Ya tienes lo que querías –Como no parecía con ganas de obedecer, me agarré a sus muslos y comencé a besarlos tan bien como la altura de la mesa y la postura en que estaba me lo permitía. Subí hasta donde sus manos bloqueaban su entrepierna–. Joder, Dani. Para ya.

–Dependí de ti. Ábrelas –Maite me miró y yo desde debajo de la mesa aguanté su mirada–. Cuanto antes lo hagas antes acabará todo y me iré.

Su duda terminó después de otear que nadie miraba hacia donde estábamos. O eso esperaba. Vi como sus piernas se separaban la una de la otra y como las manos de Maite se apartaban para dejarme ver su sexo. No pude evitar masajearme el miembro por encima del pantalón con la mano que tenía libre. Aquella situación en la que podían pillarnos a la mínima de cambio me estaba encendiendo de una manera que no había sentido antes.

–Ahora quiero que cojas un bolígrafo o algo y hagas como que estudias. Y con la otra mano quiero ver cómo te tocas. Así la foto será memorable –dije mientras cogía el móvil y activaba la cámara, al tiempo que seguía sobándome para despertar mis instintos más humanos–. Date prisa. ¿O prefieres mi lengua a tus dedos?

Maite se inclinó hacia delante y vi como una de sus manos desaparecía sobre la mesa, mientras la otra separaba sus labios vaginales. Con el dedo corazón comenzaba a jugar con ella misma de forma lenta e hipnótica. Observé aquel dedo subir y bajar una y otra vez, como a veces se detenía en la parte superior y realizaba pequeños círculos sobre su clítoris y como sus piernas se tensaban del placer que se estaba proporcionando a sí misma. Vi como añadía un segundo dedo e imaginé la placentera sensación que debía estar causándole la presión de aquel roce sensual y continuado.

–Hazla ya –dijo con un tono que me puso el pene duro.

–Sigue –ordené mientras me deleitaba observándola. Sus movimientos se hicieron cada vez más lentos, centrándose en un mismo punto. Como si en aquel lugar hubiera encontrado algo que acentuaba el placer que buscaba.

Apreté el botón de la cámara e hice la foto. Seguí atrapado en aquel espectáculo y mis hormonas disparadas decidieron que el juego no podía terminar así. Me acerqué a ella y tomándola por sorpresa le metí un dedo, mientras que con mi otra mano apartaba la suya y abría más sus labios. Maite reaccionó y sus piernas me aprisionaron

–¿Qué haces?

Miré hacia arriba y vi su cara batallar entre mirarme a mí y a la gente que había fuera, asegurándose de que nadie sospechaba–. Estate quieto.

–Dijiste “Hazlo ya” –espeté, mientras metía y sacaba mi dedo–. Pensé que te referías a esto.

–Me refería a la foto. Por dios, Dani. Para. Nos van a pillar.

–¿Y eso no te pone? Porque yo estoy que reviento de lo duro que me tienes. Y por lo que veo aquí, tú también estás con ganas de juego –respondí, sintiendo sus jugos en el dedo que le había metido–. ¿Por qué no admites que te gusta el morbo ante la posibilidad de que puedan pillarte haciendo algo que no deberías hacer en público?

–Aquí, no –lanzó–. Hay gente delante y pueden vernos.

–Nadie sospechará –lancé sin tener seguridad en lo que decía, mientras me metía todo lo posible en ella y comenzaba a mover mi mano como si me estuviera dando temblores. Lo hice de forma lenta y suave, lo bastante para que le diera placer y morbo sin ser objeto de miradas indiscretas. Lance caricias en su interior al tiempo que retrocedía el dedo y justo cuando parecía que iba a salir volvía a lo más profundo que podía llegar dentro de ella y repetía la jugada, esperando que aquello rompiera la escasa resistencia que Maite siempre me prodigaba.

Pensé durante un instante en que ocurriría si nos veían. En el mejor de los casos no podríamos volver a la biblioteca y en el peor de ellos perdería la relación con Eli y cualquier oportunidad sobre ella. Lo sensato habría sido levantarnos e irnos al baño o pillar un bus e ir al club de ajedrez y terminar aquello en privado, pero hay veces que el sentido común es dominado por un cúmulo de emociones y la razón desaparece tras ella. O en mi caso, queda en un segundo plano. La voz en mi cabeza me repetía que era demasiado arriesgado, pero mi otra voz y mi cuerpo me pedían seguir y vivir aquel instante que deseaba tanto como Maite. O al menos es lo que me pareció al sentir la humedad tibia que emanaba de su entrepierna.

–Vamos al baño. Allí no nos verán.

–Aquí. Ahora –lancé tajante.

–Dani no…

Sus palabras se interrumpieron cuando de rodillas y aprisionado entre sus piernas sustituí mi juego de dedos por lametones largos y húmedos. Noté la presión de los muslos y de la mano de Maite sobre mi cabeza con la intención de echarme de allí. Tras  unos largos instantes de forcejeo dejó de intentar apartarme, dejando su mano sobre mi pelo en las que a veces notaba sutiles caricias. Se estaba dando por vencida y pensé que tal vez no se resistiera a ir un paso más allá.

Le regalé algunos minutos más de gozo metiéndole dos dedos al tiempo que estimulaba su clítoris. Me relamí de gusto con el sabor a sexo de Maite en más de una ocasión hasta que finalmente terminé saliendo de entres sus piernas y de debajo de la mesa. La miré. Su cara estaba batallando entre la lujuria vivida y la rabia sutil de haber sacado de ella su lado más pervertido en aquel lugar. Maite supo que aquello no se terminaría así y no creo que pareciera importarle. Me había conocido lo bastante en los últimos días para comprender que nunca daba nada sin esperar recibir algo a cambio. Regresé a mi sitio. Me volví y observé el panorama que había fuera. Todo parecía igual, salvo que Eli se había colocado tras el mostrador y apenas la distinguía. Al menos ella quedaba fuera de la visión de nuestra travesura. Luego miré a la única amenaza segura. La chica de la habitación de al lado.

Estaba bastante alejada absorta en lo que hacía. Parecía que en ningún momento había mirado hacia donde estábamos. No podía distinguir sus rasgos desde mi puesto, pero sabía que si me sentaba donde Maite la vería mejor y ella también a mí. Miré a mi reina expectante y moví pieza. Cogí la mochila y avancé hasta el asiento opuesto que había ocupado antes para cachearla. Me senté y muy discretamente, como si de un intercambio de espías se tratara, metí mi móvil en ella, saqué los pantalones y se los pasé por debajo de la mesa. Cuando noté la mano de Maite agarrar la prenda, tiré con fuerza para que no se la llevara aún. La miré y ella me complació con sus ojos marrones brillantes y salvajes.

–Póntelos, pero súbetelos solo hasta las rodillas. Esto no ha terminado –exclamé al tiempo que me inclinaba hacia delante y me bajaba el pantalón y los calzoncillos. Maite no perdió detalle de cómo me agarraba al pene para endurecer del todo una de las erecciones más calientes que había vivido. Jugar en privado te pone el corazón a cien, pero cuando hay ojos ajenos cerca y se respira en el aire esa sensación de no saber que puede ocurrir entonces los latidos van a mil revoluciones y es entonces cuando te sientes más vivo y temerario que nunca. Así me sentía y quería llegar al final de aquella emoción al menos una vez.

Digan lo que digan, la vida sin riesgos no es vida y solo existiremos en este mundo un tiempo limitado. Demasiado poco como para preocuparnos en el que dirán, sobre todo cuando son opiniones de gente que no conocemos, que no volveremos a ver o que no nos importan. En aquel momento, mientras me acariciaba con una mano y veía a Maite meter las piernas desnudas en las perneras de sus pantalones y dejarlos subidos obedientemente sobre las rodillas, me di cuenta de que nunca trataría de satisfacer a los demás o a las expectativas que tuvieran de mí, sino de satisfacerme a mí mismo.

¿Qué había hecho el mundo por mí, aparte de causarme dolor y más cicatrices de las que un crío podía soportar? En aquella biblioteca, no le debía nada a nadie. Ni siquiera a Eli. Su compañía me agradaba, fantasear con ella me excitaba, pero eso no podía igualarse a la situación en la que me hallaba. Perder a Eli por aquel rato de placer con Maite bien lo valía. Si nadie se enteraba de lo que pasaba allí, sería perfecto, pero si ocurría me daba igual. Eli sería mía de alguna manera. Lograría tumbar a esa diosa y perderme entre sus atléticas piernas y el paraíso casi inalcanzable de sus pechos costase lo que costase.

Antes de que Maite apoyara el trasero sobre la silla puse mi mano debajo. Ella comprendió lo que buscaba y se acomodó encima para que mis dedos llegaran a tocar bien sus labios. Acerqué mi silla a la suya para estar lo más cerca posible. Puse mi otra mano sobre la mesa, cogiendo un bolígrafo y soltando mi falo, a la espera de sentir el contacto de una de sus manos. No se hizo derogar. Note el calor de su contacto enroscándose a mi sexo. Noté como ejercía presión hasta dejar al descubierto el glande. Maite lo miró.

–Mira tus apuntes –exclamé–. Estás siendo muy obvia.

–Lo siento –respondió cumpliendo mi orden.

Satisfecho por la lenta sobada que estaba regalándome, comencé a mover mis dedos lo mejor que podía en aquella postura sobre sus labios. Jugué con mis dedos centrales sobre la superficie y los moví como si estuviera tocando las cuerdas de una guitarra, solo que de una forma delicada y juguetona. Maite apretaba mi pene hasta que este se escurría entre sus dedos y se veía en la necesidad de repetir la maniobra. Al principio lo hizo de forma lenta, pero poco a poco fue acelerando el ritmo. Lo justo para que se convirtiera es una paja lo bastante excitante como para elevar mi libido y hacer ver que no estaba pasando nada raro entre aquellas paredes de cristal. Su mano era experimentada y se movía sin que se apreciara demasiado movimiento del resto de su brazo.

Llegué a un momento de placer en que me recosté sobre la silla en la que estaba. Jugaba con el bolígrafo sobre la mesa y con la vagina de mi compañera de trabajo bajo ella, mientras observaba lo que pasaba fuera del aula y mi reina me complacía sin aparente disgusto o deseos de represalia hacia mi persona. Vi como Eli se levantaba de su mesa. Durante un segundo miró hacia donde estábamos y distinguí como me regalaba su cándida sonrisa antes de perderse entre un pasillo de estantes. No sospechaba nada y si lo hacía me resultaba indiferente. Mientras ella ordenaba libros y atendía a los escasos clientes que buscaban respuestas a sus dudas en libros o en la pantalla de uno de los  ordenadores, nosotros nos masturbábamos el uno al otro en el silencio visible de un cuarto pequeño. Dejamos escapar algunos jadeos de placer contenidos que aumentaban a medida que notábamos palpitar nuestras ganas de venirnos. Volví a meterle dos dedos a Maite y ella acentuó el ritmo y la presión de su mano.

En aquella situación casi orgásmica cerré los ojos sin darme cuenta y me dejé llevar por mis fantasías.

Me imaginé que la biblioteca estaba completamente vacía y que en el cuarto en el que me encontraba estábamos Eli y yo a solas. Estando de pie y completamente desnudo, con una mano acariciándome el miembro, miraba a una seductora Eli recostada sobre la mesa con un brazo extendido a un lado de la mesa y el otro perdido por encima de su cabeza, las piernas a horcajadas y lo mejor era que estaba como siempre había deseado verla; sin nada de ropa encima. Contemplé su belleza irrepetible; el tono bronceado que recorría cada zona de su piel sin una sola marca de bañador; su pelo hecho de trozos de noche y sombras perdiéndose por su espalda o acariciándole los hombros como hilos sueltos de oscuridad perpetua. Sus labios gruesos y rojos suplicando que cayera en la tentación y la locura de su sabor desconocido y tan ansiado por mí; Unas piernas firmes e hipnóticas hechas para ser acariciadas y un trasero prieto y trabajado que buscaba recibir nalgada tras nalgada para obtener de su boca suspiros de gozo; y lo mejor de ella eran aquellos pechos grandes y delirantes que moría por estrujar y sentir entre mis dedos, mientras lamía y chupaba con vicio las enormes y oscuras aureolas que había alrededor de sus duros y lascivos pezones de ensueño.

Dejé de tocarme y contemplarla. La agarré de sus muslos para acercarla al borde de la mesa. Puse sus piernas sobre mis hombros y mientras contemplaba aquella hermosura digna de vivir en el recuerdo longevo de la tela de un cuadro, aproximé mi sexo al suyo mientras me sumergía en sus ojos y la expresión entre diosa, ángel y demonio que cohabitaban en la expresión de su rostro. Apoyé una mano en la mesa y con la otra tanteé su sexo como si estuviera por cumplir un sueño que al fin se hace realidad. Cuando estaba a punto de meterla, abrí los ojos sin desearlo y desperté. Miré a Maite confundido, ya que había dejado de masturbarme. Noté su mano sacar mis dedos de su interior. Cuando iba a preguntar qué estaba haciendo, se llevó un dedo a la boca para mandarme callar.

–Estoy a punto –dijo, mirando afuera del cuarto–. Y tú también. Mejor nos damos prisa.

Acto seguido, confiada en que nadie miraba, se metió debajo de la mesa y, de rodillas, se metió un par de dedos en la boca, los relamió unos segundos y luego los dirigió a su entrepierna. Vi como cerraba los ojos mientras se los introducía y se mordía el labio con una sonrisa de lujuria que me encendió. Cuando abrió los ojos me miró y volvió a llevar la mano libre a mi pene. Tras apenas magrearlo, vi como abalanzaba su lengua a mis testículos; la parte que más placer me producía y que más le gustaba sentir a ella. Noté como sus labios los besaban antes de abrirse despacio, succionando uno de ellos en su boca y trazando circunferencia con la lengua mientras lo mantenía preso. A los segundos lo liberó bañado en saliva y lascivia y buscó el mismo destino para su compañero. Llevé la mano que tenía el bolígrafo a la mano de Maite que seguía agarrada a mi pene sin hacer nada. Comencé a movérsela hasta que ella comprendió. Luego de que me dejara bien empapados los genitales sus ojos me miraron con un desenfreno que nadie podría parar hasta que los dos hubiéramos llegado a nuestros orgasmos. Su lengua subió y dejó huella por cada zona de mi pene que rozaba y cuando llegó al glande ya no pude resistir más. Tiré de su pelo y la obligué, aunque sin mucho esfuerzo, a metérselo de una vez en la boca. Noté la punta de su lengua jugar con el glande, mientras seguía dedicada a su masturbación y a la mía al mismo tiempo. La miré y me mordí el labio sintiendo pena de que aquello acabase en breve. Notaba la sensación de querer explotar a flor de piel y en ese instante de locura y perdición levanté la vista y miré al cuarto de al lado.

Los ojos se me abrieron como platos cuando vi a la chica de pie, mirándome fijamente mientras terminaba de recoger sus cosas. No sé cuánto tiempo llevaba allí, pero aunque era consciente que la observaba ella no hizo nada para irse. Parecía atrapada en algo que no podía ser posible para sus ojos. Siguió mirando como si estuviera paralizada y no tuviera opción. Antes de que pudiera pensar en qué hacer noté como el miembro me palpitaba y sin apartar los ojos de aquella desconocida, apreté la cabeza de Maite para que no se librara de lo que€ estaba por llegar. Ella comprendió. Presionó y me sobó el falo con más fuerza y rapidez. Me mordí el labio al notar como el semen subía y se me escurría por el glande a ráfagas hasta acabar chocando contra las paredes de la boca y la lengua de Maite, que seguían moviéndose y acariciándome el pene como si no hubiera acabado lo que allí estaba pasando. Mantuve atrapada su cabeza hasta que todos los espasmos de la eyaculación abandonaron mi cuerpo. Acaricié su cabeza sin apartar los ojos de la desconocida. Aunque la lujuria ya no controlaba mis pensamientos y era consciente de lo que había pasado y de que alguien nos había visto, actué lo más fríamente posible y la miré con indiferencia. Tenía el corazón palpitante de toda clase de emociones diferentes y abrumadoras. Aun así me contuve, aguardando su respuesta.

Como si el final de nuestro divertimento la hubiera despertado de una ilusión, apartó su curiosa mirada de mí, recogió sus libretas y su estuche y con los cascos de música colgados alrededor del cuello, salió por la puerta y se detuvo frente al mostrador de Eli.

Continuará…