Relatos de juventud 2

Ellas querían al chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Miré el reloj y vi que habían pasado casi veinte minutos desde que salí de la clase. Una clase a punto de finalizar. La profesora no se iba a creer que llevase tanto tiempo en el baño y probablemente tampoco ninguno de mis compañeros. Siempre me ha gustado ponerme en la peor situación posible, así puedo intentar afrontarla si se presenta. No podía llegar al aula y permitir que se dieran cuenta de que mentía, sobretodo Maite. Si sospechaba que alguien podía estar mirándola todos mis planes correrían peligro.

Solo me quedaba una opción creíble. Levanté la tapa de uno de los aseos, me arrodillé y me metí un par de dedos en la boca para provocarme el vómito y así hacer creíble que estaba enfermo cuando regresara a la clase.  Después de hacerlo una vez volví a provocármelo otras dos veces más hasta que noté un sudor frío en la frente y como mi cuerpo empezaba a temblar.

Si vas a mentir uno debe creerse sus propias mentiras y si no puedes hacerlo haz que parezcan lo más real posible. Tal vez pueda parecer demasiado rebuscado, pero soy listo y la gente es desconfiada por naturaleza. Viéndome en aquel estado nadie dudaría de que llevaba todo ese tiempo en el baño.

Subí hasta el aula y me quede frente a la puerta, aguardando a que la sirena sonara para anunciar el final de la clase. Interrumpir la lección de la profesora no era conveniente.

Cerré los ojos y pensé en Maite. Me imaginé que yo era el profesor Alonso y tenía su pelo negro enredado entre mis dedos mientras ella chupaba mi pene como si fuera un helado que estuviera a punto de derretirse y debía dar lametones rápidos y precisos. Me imaginé clavando mis ojos en los suyos, unos ojos tan marrones como el chocolate más dulce, en sus labios carnosos y húmedos… desee seguir pensando en ella, pero la excitación regresaba y no me convenía. Necesitaba estar lúcido para lo que estaba por acontecer.

La sirena sonó. Algunas clases abrieron sus puertas y alumnos empezaron a salir de ellas. Cuando la mía se abrió, la primera en salir era la profesora Luisa. Debo admitir que para ser una mujer que rondaba los treinta años, era bella. Tenía una melena pelirroja que siempre tenía recogido en un moño anticuado. Ocultaba sus increíbles ojos verdes tras unas gruesas gafas y cuando sonreía, lo cual no era normal verlo, incluso resultaba más atractiva de lo que ya era.

Cuando me vio su primera intención fue la de echarme una bronca, pero en cuanto vio mi rostro pálido y el sudor de mi frente su  reacción fue diferente.

-Dios Santo Dani. ¿Qué te ha pasado?

-Creo que algo de lo que desayuné esta mañana no me sentó bien, profesora.

-¿Quieres que avisemos a tus padres para que vengan a buscarte?

-No es necesario. He vomitado y creo que ya empiezo a notarme mucho mejor. Solo necesito sentarme y no hacer esfuerzos.

-¿Estás seguro?

-Sí. Además aún tengo clases y como sabrá hoy se entregan los trabajos. ¿Puede esperar un momento para darle el mío?

-Puedes enviármelo al correo de clases. Te daré de plazo hasta las tres.

-Se lo agradezco. Y lamento haberme perdido su clase.

-No tienes nada que agradecerme, Dani –dijo mientras llevaba una mano a mi hombro-. Eres un alumno ejemplar y sé que siempre das lo mejor de ti. Y por la clase no te preocupes. No he dado nada que no sepas ya. No espero menos de un sobresaliente en tu próximo examen.

-Delo por hecho.

-En fin, debo irme a clase. Cuídate Dani.

-Lo haré.

Entré al aula, sin fingir que me sentía realmente mal. Vomitar tres veces había sido un riesgo, pero admitámoslo. ¿Quién no haría semejante estupidez o incluso otras peores ante la posibilidad de poder estar con dos bellezas como Gabriela y Maite? Ser la comidilla de mi clase al entrar bien lo valía.

Me senté y de pronto algunos que se hacían pasar por amigos o que realmente pensaban que lo éramos se acercaron.

-¿Estás bien, Dani?

-¿Hay que ver qué mala cara tienes tío?

-¿Por qué no te marchas?

Tuve que soportar todas aquellas tonterías hasta que el profesor llegó al aula. Pero no era nuestro profesor de Literatura, sino el de Gimnasia.

-Muy bien chicos atended. El profesor Gómez llegará tarde hoy. Por eso en vez de tener Gimnasia después del descanso lo tendremos antes.

-¿Y después del descanso no habrá clase?

-Claro que sí. De Literatura. Con el señor Gómez. Ahora andando al gimnasio.

Mis compañeros comenzaron a levantarse de uno en uno, mientras yo me quedaba quieto, llamando la atención de más de uno entre ellos Gabriela, Maite y el profesor que se acercó a mi justo cuando Gabriela también lo hacía. Pero al ver al estricto Don Fernando cambió de parecer.

-Dani. No me has oído muchacho. Al gimnasio.

-Lo siento profesor, pero me temo que no podré hacer ejercicio hoy. No me encuentro muy bien.

-Es verdad que no tienes muy buena cara, muchacho. Pero hoy son las pruebas físicas. Son la mitad de la nota.

Todo acto tiene sus consecuencias. Olvidar aquello había sido la mía. Pero no iba a dejar que la cosa acabase así.

-Se que no tiene porque hacerme ningún favor, pero ¿podría hacer las pruebas físicas a última hora? Con otra clase.

-No se Dani. No me parece justo para…

Decidí jugármelo todo con mi última baza.

-Lo entiendo señor. Si no hay otra opción haré las pruebas ahora, aunque me encuentre mal y  pueda ir a peor. Prefiero desmayarme corriendo, saltando, haciendo flexiones o abdominales que suspender.

Don Fernando me miró con sorpresa. Nunca permitiría que dijeran de él que forzó a un alumno a correr hasta el punto de perjudicar su salud física. O al menos eso esperaba.

-Bueno tampoco tienes que ser tan extremista. Pásate a última hora por el gimnasio y si veo que estar mejor haces las pruebas. Si no me temo que no podré hacer más. Ahora ve con tus compañeros. Malo o no estás bajo mi responsabilidad mientras no acabe la clase.

Fui al gimnasio y me senté en uno de los bancos, mientras veía a mis compañeros salir de los vestuarios y dirigirse al patio. De pronto noté que alguien salía del baño de las chicas. Era Gabriela. Llevaba una camiseta blanca de tirantes que dejaba al descubierto sus hombros  y resaltaba su figura esbelta. Se notaba que llevaba un sujetador deportivo que ocultaba sus abultados senos. Y por si aquello no fuera bastante también llevaba un short negro que llegaba a medio muslo. No era lo bastante pequeño para mi gusto, pero si provocativo. Antes de salir me vio y se acercó hasta mí con una sonrisa en la cara. No era la típica sonrisa cariñosa y amable que solía regalarme. Aquella sonrisa ocultaba algo. Buscaba algo.

-¿Estás mejor?

-No la verdad –otra mentira. Comenzaba a notar cierta mejoría pero no convenía arriesgarme. Además si pensaba que estaba débil bajaría algo la guardia-. Pero creo que al final del día estaré bien. Y podré hacer las pruebas a última hora. Gracias por preguntar.

-De nada.

Gabriela desvió la mirada. Estaba claro que quería mi ayuda, pero su orgullo le impedía hacerlo. Decidí facilitarle las cosas preguntando sobre lo que le había pasado. Además no tenía muchas oportunidades de tener a una chica tan preciosa con aquella ropa tan cañón frente a mí todos los días. Debía sacarle provecho.

-¿Cómo llevas lo de los trabajos?

Volvió a mirarme sorprendida y algo aliviada.

-Pues bien… he conseguido convencer a la profesora de Historia para que también me diera tiempo. El mismo plazo que me dio don Alonso.

-¿Te dará tiempo? Si el resto de profesores te da el mismo plazo serían cuatro trabajos en apenas dos días y medio.

-Lo sé. Trabajos que me llevó semanas acabar. Semanas. Es imposible hacerlo sola en ese tiempo.

Ahí estaba la palabra clave. Sola. Ella esperaba que me ofreciera a ayudarla y normalmente lo habría hecho, pero con eso ella tendría el control y no iba a dárselo.

-Pídemelo –le dije.

-¿Cómo?  -exclamó sorprendida.

-Si quieres mi ayuda tendrás que pedírmelo.

Ella me miró. Aquello resultaba un desafío para su orgullo. Si no cedía suspendería y se quedaría sin vacaciones de navidad. Para un hombre su orgullo lo es todo. Para una mujer que disfrutaba de su reputación de hija estudiosa y a la que le encantaba salir de fiesta y viajes el orgullo era poco precio.

-Dani. Te lo pido por favor. Necesito que me ayudes.

La miré fijamente a sus ojos. A diferencia de los de Maite los suyos eran de un marrón claro y solo si eres realmente observador podrías ver pequeñas motas de tonos verdes alrededor de su iris.

-Vale –respondí. Te ayudaré en todo lo que pueda esta fin de semana. Pero me deberás una.

-Claro. No hay problema. Te pagaré lo que quieras.

-Pásate luego en el descanso por el aula y hablamos.

Gabriela me miró desconfiada.

-¿Por qué en el aula?

No podía permitir que dudara de mí. No antes de empezar con el juego.

-¿Crees que estoy en condiciones para moverme durante el descanso? Pasaré ese tiempo en clase descansando. Debo estar recuperado antes de que acabe el día.

-Ya lo entiendo. ¿Pero puedes estar allí? Los profesores nos tienen prohibido quedarnos en las clases. Siempre hay alguno paseando por los pasillos para asegurarse de que no estamos cerca.

-Solo si te pillan. En cuanto suene la sirena sube y hablamos de cómo nos dividimos el trabajo.

-¿Te importa si mi prima me acompaña?

Claro que me importaba. Si Maite venía también se acabaría todo y Gabriela quedaría fuera de mi alcance.

-¿Maite? Claro que puede venir.

Ella suspiró aliviada antes de sonreírme.

-Gracias Dani. Hablamos luego entonces, ¿vale?

-Cuando llegues al aula toca tres veces. Así sabré que eres tú. Y otra cosa.

-¿Si?

-No le digas a nadie que te estoy ayudando.

-¿Por qué?

-Si saben que lo hago otros querrán que les ayude también. Siento decirte esto pero si se lo comentas a alguien más que a Maite  no te ayudaré y tendrás que apañártelas sola.

Gabriela asintió.

-No diré nada. Te lo prometo.

-Son pocas las personas que he conocido capaces cumplir una promesa Gabriela. Realmente espero que seas una de ellas.

Ella sonrió. Cada vez bajaba más la guardia.

-Lo soy. Ya lo verás –dijo mientras se alejaba y salía del gimnasio al tiempo que Maite y el resto de chicas salían del vestuario.

Miré sus piernas torneadas por el sol. Poseían una belleza atlética. Se notaba que le gustaba cuidarse. Sus muslos me parecieron carnosos y deseables y qué decir del contoneo de su trasero. No era de extrañar que me volviera loco por ella. Me pregunte qué clase de ropa interior llevaría puesto en ese preciso momento. ¿Bragas? ¿Un tanga tal vez? ¿Nada? Por ella valía la pena jugar a ser malo. Aunque a veces me preguntaba si era un juego o era mi auténtico yo.

Me quedé solo en el gimnasio elucubrando como iba a llevar a cabo mi siguiente parte del plan. Lo primero era deshacerme de Maite. Necesitaba que Gabriela viniera sola. Pero no se me ocurría nada.

Maite. Maite.

Esa experta en felaciones me estaba volviendo loco. Y entonces caí. Aquella vez que escuché a mis compañeros hablar sobre Maite y su dominio de las manos y la lengua no solo dijeron que era increíble sino que también que por un buen precio se lo hacía con cualquiera.

-Veinte pavos y te lleva al cielo en cuestión de minutos. Te lo juro –había presumido Chano ante sus compañeros. Alguno que otro ya habían probado la veracidad de sus palabras.

Solo necesitaba que un cliente le ofreciese sus servicios. Y tenía al indicado.

Salí del gimnasio sabiendo que estaba libre de la vigilancia del profesor al menos por otros cinco minutos, lo que debía quedar del calentamiento y me acerqué a la cafetería. Allí trabajaba un chico de mi edad llamado Toni. Había sido un pésimo estudiante y los abandonó a los quince para trabajar en el bar con su padre. Pero por las mañanas ayudaba a su prima en la cafetería de la escuela. Tenía el pelo corto y rubio, un piercing en la ceja y una actitud chulesca que gustaba a todos. Me había ganado su confianza dándole alguna que otra propina. No soy rico, pero si necesitas ayuda siempre viene bien tener a alguien que no tenga dudas a la hora de la verdad.

-Hombre Dani. ¿Ya por aquí? No esperaba verte hasta el descanso.

-Quería hablar contigo un momento.

-Claro cómo no- dijo saliendo de detrás del mostrador y saliendo fuera de la cafetería.

-Necesito que me hagas un favor.

Toni me miró extrañado. Como si le estuviera tomando el pelo. Casi parecía pensar: ¿Te crees acaso que somos amigos?

Aquella mirada me daba asco y me moría por darle una paliza, pero el deseo por Gabriela, y los musculosos brazos de Toni de levantar pesas, podía más que la rabia.

-Dime –lanzó curioso.

-Hay una chica en mi clase. Se llama Maite. ¿La conoces?

Abrió los ojos como platos y una sonrisa lujuriosa se dibujó en sus labios.

-Un poco.

Él había sido otro de las víctimas de sus encantos. Estaba claro. ¿El rumor sobre ella se extendía como la pólvora o es que mi pene era el único que no había pasado por sus labios? Tenía que cambiar eso pronto.

-Verás quiero que antes del descanso pases por el gimnasio y hables con ella y le digas que te apetece charlar en privado.

-¿Charlar en privado?

-En la tercera planta hay un cuarto de mantenimiento. Nadie sube allí.

-¿Para qué quieres que haga eso?

Sabía que su curiosidad tenía un precio.

-Toma veinte para que no se resista a tus encantos. Acudirá a tu llamada como si fueras Hamelin.

-¿Hamequé?

-Olvídalo. Y estos veintes para que olvides esta conversación. No le hables de mí ni a ella ni a nadie.

-Entendido amigo. No sé qué pretendes pero gracias. Aprovecharé bien este dinero.

-¿Crees que podrás librarte de la cafetería en el descanso?

-Sin problema. Mi prima y su amiga pueden manejarlo. Los viernes suele ser un día algo flojo.

-Para ti esté a punto de ponerse duro –respondí.

El se rió estúpidamente como había previsto. Solo los simples ríes bromas simples.

-Ya lo creo. Pasaré en un rato a por la encantadora de serpientes –le miré confuso-. Así es como la llaman algunos. Tiene otros nombres pero este es apropiado –dijo agarrándose de la entrepierna.

De pronto oí el silbato del profesor de gimnasia. Era la señal para regresar al gimnasio y terminar el resto de las pruebas físicas dentro.

-Ya claro. Debo dejarte.

Regresé al aula a tiempo y aguardé a que la hora acabase, mientras me deleitaba contemplando a mis compañeras de clase discretamente dando saltos a la comba, haciendo flexiones como podían. Además de Gabriela y Maite había otras joyas que llevaban short. Era como un jardín de las delicias. Pero las frutas era mejor probarlas de una en una.

Y pronto le daría el primer bocado a la manzana.

Continuará.

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