Relatos de juventud 16

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Sin apartar la vista de ella solté mi mochila en el suelo y al oír el golpe ella me miró. Vi que ya no había fuego en sus ojos. La rabia me dominaba. El profesor Vicente había quebrado su espíritu y una reina rota no valía de nada en mi reino.

Solo el otro Dani podía lograr devolverle su actitud desafiante y ese carácter tan molesto y atrayente que había perdido.

Me acerqué a ella y cuando extendí la mano para ofrecérsela, ella la rechazó de un golpe.

–No me toques –dijo en tono suplicante. Pero no hice caso a su ruego la agarré de la muñeca y la obligué a ponerse en pie – ¡He dicho que n… uhmmm!

Sin más opciones una vez más en el mismo día tuve que tapar su boca y aprisionarla contra la pared. Los silenciosos pasillos eran perfectos para que su grito se oyera en todo el recinto. Atravesé su mirada asustada con la frialdad que imperaba en los míos. Observé como en su cara aun quedaban restos secos del semen de Don Vicente. Ni siquiera había intentado limpiarse.

–Más te vale estar callada y hacer lo que digo. No estoy de humor para que te pongas infantil conmigo. A menos que quieras que algún profesor nos veas y se pregunte que te ha pasado en la cara.

Le di la vuelta contra la pared y noté su miedo cuando me pegué a ella sin destapar su boca. La rodeé por la cintura con mi otro brazo y la obligué a andar hasta la puerta del cuarto de mantenimiento.

–Deja de protestar, idiota. No voy a hacerte nada –Noté como su temor se calmaba ligeramente sin bajar del todo la guardia, dudando de mis palabras. Al menos su miedo la hacía estar alerta. Había esperanzas de recuperarla. La solté de la cintura y abrí la puerta. Aunque era un pequeño cuarto tenía una mesa, una silla y un gran armario de metal que cubría toda la pared del fondo–. Entra de una vez y estate callada.

Separé mi mano de su boca y ella se volvió a mirarme. Regresé a la escalera sin perderla de vista y cogí mi mochila. Cuando me vio acercarme a ella con cara de pocos amigos se metió en el cuarto. Un cuarto que Maite conocía más que bien. Allí era donde llevaba a sus clientes a conocer el paraíso húmedo que hallaban entre sus labios por un módico precio.

Cerré la puerta tras de mí y la oscuridad se cernió sobre nosotros. Tanteé la pared con la mano que tenía libre hasta dar con el interruptor.

Lo primero que vi fue a Maite más calmada pero igual de enfadada, atenta a lo que estaba por pasar.

– ¿Ya estás más tranquila? –Pregunté, mientras dejaba la mochila a los pies de la mesa–. ¿Aquí es donde haces tus famosas mamadas, verdad? Maite, la encantadora de serpientes. Creo que es así como te llaman.

Tal como esperaba mis palabras cobraron su efecto en ella, lanzándose contra mí con rabia. La había herido, pero no me importaba. Quería saber si mi reina seguía viva. Solo debía hacerle recordar que lo estaba. Sujeté sus muñecas con fuerzas y la obligué a mirarme.

–Eso es. Lucha. Esa es la chica que conozco. No una niña asustada que se esconde en una esquina.

–Cállate –exclamó, mientras lograba zafarse de mi agarre–. Eres un cabrón. Un hijo de puta. Me grababas mientras ese asqueroso intentó violarme.

–Te grabé hasta que ese asqueroso intentó violarte –le corregí fríamente–. Más vale que te grabes esto en esa cabecita tuya. No me importa a quien se la chupes o a quien te tires, mientras tú quieras hacerlo. Tienes derecho a estar con quien quieras. Pero no voy a permitir que te hagan nada que tú no has deseado ni pedido. Nadie hace daño a lo que me pertenece. No olvides nunca que tú eres mía.

Ella se quedó, allí, callada, inmóvil. Sus ojos fijos en mí, sin saber qué hacer o qué decir. Aproveché que se había calmado para abrir mi mochila y sacar un bote de toallitas húmedas que había cogido del baño. Saqué un par de ellas y me acerqué a Maite. Tiré de ella y la obligué a apoyarse contra la mesa. Notaba su mirada y ella sentía la mía. En ellos descubrí un brillo apagado, pero inocente y bello. En aquel cuarto oscuro, iluminados por una pequeña bombilla el color marrón de sus ojos se volvió más intenso.

–No te muevas.

No hubo respuesta. Solo su mirada. Atravesaba la mía tratando de dilucidar un misterio, de dar respuestas a preguntas que giraban en torno a mí. Agarré con suavidad su barbilla y la alcé ligeramente, mientras con la otra mano limpiaba poco a poco los restos que habían quedado marcados en su piel de su fatídico encuentro con Don Vicente. Mientras borraba las ignominiosas huellas de un mal recuerdo demasiado cercano, miré sus labios secos y apagados. Sentí el deseo de abalanzarme sobre ellos y devolverles el calor y la humedad ardiente que los caracterizaban. Pero me contuve. No podía hacerlo. No en ese momento. Sería como aprovecharme de ella. Debía ganarme su completa lealtad. Dejarme llevar por el deseo en ese instante no me hacía mejor que Don Vicente.

Tras limpiar sus mejillas y su frente, cogí un par de toallitas nuevas.

–Necesito que te quites la sudadera –Sus ojos me analizaban fijamente, buscando mis intenciones.

Antes de que pudiera decirle que no intentaría hacerle nada, vi como llevaba las manos a la sudadera y se la quitaba, dejándola a un lado. No negaré que me sorprendió que cediera tan rápidamente, pero supuse que simplemente me podía a prueba. Sí era así no tenía pensado perder. Aparte mis ojos de los suyos. Agarré una de sus manos entre la mía, mientras acariciaba y limpiaba su brazo como si la estuviera acariciando. Hice lo mismo con el otro, lenta y delicadamente. Luego los hombros y su cuello.

–Quítate el top –dije en un tono seco y distante que sonaba a orden.

Nuevamente obedeció sin rechistar o poner pegas. Volví a mirarla a los ojos y seguían tratando de averiguar cuando iría más allá, me lanzaría sobre ella y trataría de hacerla mía.

“Si quieres pescar, pesca todo lo que quieras. No voy a picar –pensé mientras, llevaba una mano a su costado y ella al roce de mi mano reaccionó. Lo ignoré y comencé a limpiar el esplendor de su cuerpo desnudo, Primero la zona del escote, luego bajé por los costados hasta llegar a su vientre. Por último la miré fijamente mientras acariciaba con la toallita el contorno de sus senos. Primero uno, luego el otro. Recuerdos de aquella noche en el club, vinieron a mi memoria. Ella sobre la mesa como ahora, besándonos, mientras la desnudaba por completo, la tumbaba sobre la alfombra de cuadros negros y blancos y sentía el contacto de una mujer por primera vez en mi vida.

En ese instante, aparte la mirada de ella, para que no viera el deseo que estaba despertando en mí, mientras imaginaba despojándola de la ropa que le quedaba y perdiéndonos el uno en el otro en un mar de besos, caricias y placer.

–Ya he terminado –exclamé, apartándome de ella–. Vístete.

Cuando iba a volverme para tirar las toallitas a la papelera, noté como una de las manos de Maite aprisionaba mi muñeca con temblorosa fuerza. La miré y vi como su ojos estaba por romperse y convertirse en llanto. En ese instante comprendí que ella no necesitaba al Dani fuerte, serio y frío que la sometió días atrás. Quería al Dani que le importa la gente, el que siempre tenía una palabra o un gesto amable para los demás… Quería mi lado más humano y a la vez más débil. Me acerqué con indiferencia a ella y la abracé, mientras cerraba mis ojos, relajaba la tensión de mi cuerpo y volvía a ser simplemente yo. Noté como sus brazos me rodeaban y se aferraban con fuerza. Lleve una mano a su cabeza y la acaricié una y otra vez.

–Desahógate –le dije en un susurro–. Llora lo que necesites.

Casi como si acatase una orden más que una necesidad descargó su tristeza, rabia, e impotencia en mi pecho. Durante unos minutos solo se escuchaba el melancólico y ahogado sonido de su llanto. Me separé un poco de ella y levanté sutilmente su barbilla. Sus ojos empañados me miraron. No puedo negar que me sentí desnudo y débil. Como si me faltara algo que me daba valor. Ser yo mismo no me llevó a esa situación. Ser otra versión de mi mismo sí. Aquella sensación era nueva, pero deseaba vivirla.

Allí estábamos los dos. Ambos vulnerables, perdidos el uno en la mirada del otro. Ella esperando mi siguiente paso, yo temeroso de hacer una jugada que estuviera fuera de lugar y estropeara la partida. Pero tenía la certeza de que Maite se había ganado ese momento. Todo lo que había pasado en los últimos días fue por el bien de su prima, de mi reina entre reinas. Y para ser capaz de soportar humillación tras humillación hay que tener mucha fuerza. No era una puta como dijo Don Vicente; ni una cualquiera como pregonaban jocosos sus clientes de turno. Era una mujer; fuerte, valiente y más lista que cualquier hombre. Pero por suerte para mí, ella aún no sabía que lo era. Con el tiempo la ayudaría a descubrir su potencial. Pero aún no. El día llegaría, pero no sería hoy.

–No puedo prometerte que nadie volverá a hacerte daño –dije, mientras secaba la senda que dibujaron sus lagrimas en sus mejillas–, pero puedo darte mi palabra que haré todo lo que pueda para que evitar que eso ocurra. Si puedo evitarlo, te protegeré.

Tras un breve silencio después de pronunciar mi promesa, sentí la sorpresa de sus labios arremeter contra los míos y de una de sus manos acariciar mi nuca. Cerré los ojos y me dejé embriagar por aquel primer beso que me daban a mí, no al chico malo que había creado. Llevé mis manos a sus costados y el calor de su cuerpo me resulto confortable y acogedor. Sin prisas, fui subiendo hasta que mis pulgares alcanzaron sus pezones y comencé a dibujar delicados círculos en ellos. Noté como las piernas de Maite se cerraban sobre mi cintura, aprisionándome en su red de deseo y anhelo, buscando  sentirse segura, protegida y amada. Una descarga de inusitado placer me recorrió por completo cuando la punta de su lengua chocó con la mía. Comenzamos una danza en la que ambos buscábamos enlazarnos sin fin en aquella dulce agonía que se estaba despertando de forma intensa en mí y que esperaba también lo hiciera en ella. Me separé del sabroso fuego de sus labios y la miré a los ojos. Vi a una reina que buscaba olvidar sus cicatrices y el dolor. Me observaba como si fuera la única cura a su sufrimiento. Al menos la única que tenía a mano. Me bastaba con eso.

Mientras mis dedos seguían jugando con sus pechos, lancé mi boca contra su cuello. Maite apoyó las manos sobre la mesa, echó la cabeza para atrás ante el roce de mis labios y la caricia húmeda de mi lengua. Sus piernas me liberaron de su agarre. Comencé a bajar e inicie una senda de besos mojados de lujuria que pasaba por sus hombros, sus pechos y su vientre. Mis desenfrenados ojos se clavaron en su entrepierna. Busqué el consentimiento en su mirada. No vi temor, ni duda. Aguardaba a que tomara yo la decisión. Llevé las manos a sus muslos y regresé a besarla. Lentamente iba ascendiendo más y más hasta llegar a su cintura. Mientras seguíamos batallando boca contra boca, me abrí paso dentro de su pantalón y de sus bragas hasta que sentí en los dedos el calor mojado de sus otros labios. Rocé su sexo con el mismo cuidado con el que un guitarrista acaricia las cuerdas de su instrumento. La respuesta de Maite no se hizo esperar demasiado. Su espalda se tenso y su mano aprisionó mi nuca para que el placer fuera a más. Yo hacía rato que notaba la excitación en mi pantalón reclamar parte de la diversión. Pero tenía que ir despacio. Debía lograr que fuera ella quien lo deseara, quien pidiera sentirla entre sus manos, su boca y tal vez en lo más profundo e intimo de su ser.

Con la sensación de que huía de un paraíso prohibido, escapé de sus labios y del interior de su pantalón. La agarré de la muñeca sin hacer presión y ella me siguió. Se puso en pie y me miró. Le di la vuelta para que mirase hacia la mesa y la pared. Ella permaneció inmóvil. Cuando llevé mis manos a sus caderas noté la presión de las suyas, buscando retenerme. Ladeó la cabeza y vi su temor. Supuse que la había hecho recordar lo que Don Vicente intento hacerle. Pegué mi espalda a la suya y la rodeé entre mis brazos. Acerqué la cara a un lado de la suya.

–Nunca te obligaré a nada que no quieras. Solo te pido que confíes en mí. Déjame borrar ese amargo momento –le pedí mientras le besaba el hombro–. Déjame hacerte sentir amada.

Sus dudas tardaron algo en comenzar a dispersarse. Mis muñecas quedaron libres del temor de Maite. Besé su cuello varias veces, mientras guiaba una de sus manos hasta dejarla apoyada sobre la mesa. Ella hizo lo mismo con la otra. Acaricié su espalda desnuda y sensual, mientras la presionaba ligeramente para que se recostase sobre la mesa. Besé su espalda incontables veces, mientras tanteaba el contorno firme de sus nalgas. Estruje su trasero mientras, mi boca culminaba su camino descendente hasta llegar a su meta final. Metí los dedos entre sus leggins y despacio, como si descubriera ante el público un cuadro del siglo XV nunca antes visto, fui desvelando la belleza oculta y exuberante de Maite. Me puse de rodillas y por sus rodillas fue donde le dejé el pantalón. Miré sus bragas de un intenso color negro. Besé las zonas que aquel trozo de tela no cubría bajo su leve protección antes de agarrar de las tiras y bajárselas también para contemplar y sentir la dulzura de sus curvas y de su desnudez.

Apreté sus nalgas y con mis pulgares las separé la una de la otra. Acerqué mi cara y respiré el perfume de su sexo. Exhalé mi aliento en ellos, antes de clavarle mis labios ansiosos de su contacto. Cuando uní la lengua al juego de placer, Maite apretó las nalgas y dejó escapar un pequeño gemido de goce. Completamente excitado me hundí en hacerla sentir una descarga continua de gozosos instantes que la hiciera perder sus malos recuerdos y también la facultad para razonar. No pararía hasta que solo tuviera cabeza para pedir más de lo que le estaba dando. Separé los labios vaginales con un par de dedos e introduje mi lengua en su clítoris, ávido del sabor adicto de aquel néctar afrodisíaco. Una sucesión de sollozos ahogados recorrieron el diminuto cuarto cuando aparté mi boca de su raja, mojada de sus jugos y mi saliva. Tomé una bocanada de aire, mientras me embriagaba contemplando la sencilla y hermosa desnudez de Maite. Llevé una mano a su nalga izquierda y la otra la dirijo a su espalda. Acaricié y estrujé al tiempo que hundía mi lengua adicta de nuevo en su vagina insaciable de lametones.  Detuve el juego para mirar a mi reina, agarrada a los bordes de la mesa con fuerza y desesperación. La tensión de su espalda a mis caricias y la rigidez de su trasero no me pasaron desapercibidas.

Aparté mis manos sobre ella y las bajé hasta una de sus piernas. La descalcé y quité el pantalón y las bragas solo por un lado. Vi su cabeza intentar girarse para ver que pretendía hacer. Subí la pierna libre de ropa, salvo su diminuto calcetín blanco, sobre la mesa. Contemplé la forma de sus labios vaginales como quien mira un atardecer por primera vez. Acaricié su trasero con las yemas de mis dedos y terminé el recorrido sobre ellos. Con mi otra mano separé de nuevo sus nalgas y sin ser capaz de aguantar más empecé a divertirme con su ano al tiempo que introducía lenta y repetidamente un par de dedos en su vagina.

Me encantaba sentir la viscosidad palpable y la calidez húmeda de Maite entre los dedos, tanto como verla lanzar gemidos contenidos y sentir la rigidez de su cuerpo a causa de las caricias que le proporcionaba para su goce y también el mío. Sabía que hacía rato que se había dejado llevar por el placer.

Saqué mis dedos de su interior y me los llevé a la boca, aún sediento de su sabor. La agarré por una de sus muñecas y ella supo que quería que se levantara. La miré a los ojos. En ellos vi una pequeña fiera que desea más de lo que le estaba ofreciendo. Sentí el calor de su cuerpo y el brillo sudoroso que el ambiente de aquel cuarto comenzaba a envolvernos. Tiré hacia debajo de la cremallera de mi abrigo y me la quité. Luego la rodeé entre mis brazos y cuando vi como se mordía ligeramente el labio inferior la besé. Recorrí su espalda y fui bajando hasta aprisionar sus nalgas entre mis dedos y apretar con fuerza. Luego bajé un poco más por sus muslos y la levanté de las piernas para volverla a sentarla sobre la mesa. Sin dejar de besarla, levante su pierna y la despoje de su otra zapatilla y de todo lo demás. Le quite ambos calcetines y subí sus piernas sobre la mesa. Contemple a mi reina radiante y abierta de piernas.

Sentí la ternura juguetona de su lengua, la tibia caricia de sus pezones al pase de mis labios sobre ellos y la belleza de su vientre antes de quedar arrodillado y hundido en su sexo salvaje. Separé sus labios y comienzo una vez más a indagar en la entrada de aquella pequeña cueva con mi lengua, siendo sabedor que deseaba ir más adentro de ella. Noté como una pierna de Maite se apoya sobre mi hombro y como una de sus manos acaricia mi pelo con fuerza y lujuria, surgida del placer constante que estaba experimentando. Alzó la mirada ante su contacto sobre mí y ella me devuelve la mirada hasta que al meterle un par de dedos su cara se torna orgásmica; se muerde el labio, pero al ver que mi movimiento va cada vez más rápido, cierra los ojos y echa la cabeza para atrás. Decido unir mi lengua a la sesión al tiempo que sigo abriéndome paso en su interior. Apoyó una mano sobre la mesa, mientras que con la otra junto los tres dedos del medio y empiezo a restregarlos sobre su vagina completamente empapada de ella y de mi saliva.

–Ahhh… Ahhummm –Vi como la mano que tenía sobre mi pelo se la llevaba a la boca para tratar de ahogar los gemidos que agradecía no oír en toda su magnificencia, pues de haberlo hecho no hubiera sido capaz de contenerme tanto. Sentía que mi entrepierna estaba desesperada y no era fácil mantenerla encerrada ante semejante criatura como Maite.

Continué con aquella caricia que había copiado del DVD que había visto con Gabriela la noche anterior. Cuando aceleré la batida de lado a lado de modo frenético noté como la pierna de Maite se enroscaba a mi cuello, sintiendo el calor y el sudor placentero de su muslo sobre mí.

Hundí los tres dedos que habían desatado su placer y tras varias sacudidas que terminaron en un jolgorio de placer para Maite los saqué. Besé el interior de su muslo y la pierna que me envolvía me soltó. Miré a Maite y me levanté. Llevé los dedos empapados de sus jugos y se los acerqué a la boca. Sin apartar los ojos de mí, separo los labios, acercó la cabeza  y se los metió. Mi pene sintió el roce de sus labios avanzar y retroceder una y otra vez, mientras su lengua acariciaba sus dedos. Lleve mi mano libre sobre mi pantalón y comencé a estrujar la dureza que me acuciaba y que no tardaría en tomar el control de la situación. Opté por ganar tiempo y hacer que ella se perdiera en mis caricias. Choqué mi boca contra la suya, besé y lamí su cuello y masajeé con cuidado y deseo sus pechos y sus pezones. El calor se acumulaba y el sudor en nuestros cuerpos era prueba de ello. Noté como las manos de Maite me rodeaban y tiraban de mí. Ella se recostó sobre la mesa como bien pudo y yo sobre ella disfrutando de aquella sensación de estar unidos el uno al otro por nuestros cuerpos. Sus piernas me rodearon y se pegaron a mi espalda. Nos perdimos en el acogedor placer de nuestras bocas, de nuestras lenguas, pera lentamente me fui alejando y liberando de su presa.

Levanté sus piernas el alto y las mantuve abiertas y separadas. Contemplé su cuerpo-Desde su cara de lujuria hasta aquella pequeña raja que llamaba a gritos a mi entrepierna. Sin soltarla comencé a inclinarme hasta su vagina y comencé a degustar una nueva dosis de su sexo. Tras unas cuantas arremetidas junté sus piernas y las doble hacia el mismo lado. Me gusto observarla en aquella extraña posición. Maite no apartaba los ojos de mí. Aunque cubiertos por un goce inusitado, seguían atentos a lo próximo que haría.

Clavé la mirada en aquella imperfectamente perfecta hendidura que tenía entre las piernas. Acerqué mis dedos a ella y busqué una vez más su abrigo. Mientras, Maite había llevado sus manos a uno de sus muslos y a las rodillas, aprisionando sus piernas para facilitarme la tarea que tanto la estaba complaciendo, al tiempo que se acariciaba a sí misma.

Mientras ella se mantenía en aquella postura que resplandecía de floreciente sudor y me miraba con una mirada entre curiosa y anhelante de más instantes como los que estaba viviendo, me sentí incapaz de contenerme por más tiempo. Fijos en los ojos del otro, comencé a desabrocharme el pantalón mientras me descalzaba con ayuda de los pies. Me quedé solo con la camiseta que llevaba y los bóxer negros. Noté como Maite apartaba la mirada y la dirigía hacia mi camiseta antes de volver a mí. Sin darle tiempo a pensar en ello la agarré de la muñeca y ella muy despacio se incorporó y levantó de la mesa. Tomé su mentón entre mis dedos y la besé, mientras dirigía su mano a mi entrepierna. Cuando noté sus caricias sobre ella la solté y me dirigí a tantear sus nalgas. Las estrujé con fuerza en el momento en que sus delicados dedos se abrieron paso en mis calzoncillos y agarraba mi pene para empezar a masajearlo. Besé su cuello y me sentí tentado de morderla y dejar mi huella grabada en su piel, pero me contuve. Si alguien hubiera visto un chupetón en su cuello las habladurías correrían como la pólvora por la clase.

No era algo que había pensado en ese momento de puro placer. Después de  estar con Maite por primera vez y cometer el error de la grabadora decidí ser más cauteloso y evitar todo lo que pudiera llamar la atención de los demás.

Agarré la mano que no tenía ocupada y tiré de ella hacia mí, mientras yo retrocedía hasta la silla de madera que tenía detrás. Maite no me soltaba el miembro ni siquiera cuando me dejé caer en el asiento. La miré con la desesperación de quien se siente atrapado y no intenta buscar una escapatoria a la situación en que se encuentra. Quería perderme dentro de Maite. Ansiaba con una locura llena de sentido hacerla mía, unirnos y perder el sentido de la realidad entre espasmos de satisfacción, gritos ahogados repletos de sensualidad, descontrol y pasión.

Mi reina comenzó a arrodillarse frente a mí. Yo llevé mis manos a la parte trasera del respaldo de la silla y como un rey espere a que el espectáculo que mi reina estaba por regalarme comenzase. Lo primero que hizo fue arrebatarme los bóxers de un par de tirones y arrojarlos con el resto de nuestra ropa. Luego continuó masturbándome al tiempo que acercaba su cara y liberaba la lengua de sus labios para probar la dureza de mi pene que ella había despertado.

Lanzó una caricia lenta sobre mis testículos y muy lentamente comenzó a subir hasta la punta. Liberó mi prepucio de su capucha y antes de metérsela entre los labios, dio unos cuantos rodeos húmedos con su lengua y dejó escapar su saliva sobre ella. Con la mano masajeaba, con la lengua jugueteaba y con los ojos tentaba a mis bajos instintos a dejarme llevar por ellos. Cuando sentí el contacto de su boca engullir mi rabo no pude evitar cerrar los ojos para sumergirme en una oscuridad que le ocultara a ella de forma poco efectiva que estaba dándome justo donde quería. Noté como la parte interior de su lengua se deslizaba de arriba abajo y llegaban a tocar mis testículos. Abrí los ojos y la miré expectante. Ella oculto su lengua, mientras seguía masturbándome y esperó una orden. Llevé mi mano a su cabeza, hundí los dedos en su pelo y tiré de ella son hacerle daño hasta acercar su boca a mis testículos. Sentí como su saliva me los empapaba y como su boca chupaba primero uno luego otro, arrojando rápidos y continuos lametones que me estaban desquiciando. Eché la cabeza para atrás tratando de aguantar el deseo de tirarla sobre la mesa y empotrarla hasta saciar mi lujuria.

De pronto abrí los ojos como si despertará de una pesadilla. Noté como una mano de Maite se metía debajo de mi camiseta y comenzaba a subir hasta mi pecho. Como si de un acto reflejo se tratase la mano que no tenía atrapada entre su pelo la agarró con más fuerza de la que deseé. La miré con rabia. Notaba como el otro yo ocupaba mi lugar al crecer mi enfado.

– ¿Qué coño crees que estás haciendo?

Maite me miró como si la persona que tuviera delante fuera alguien totalmente diferente al que había estado haciéndole sentir querida.

–Pensé que te gustaría el que te tocara.

–Te equivocabas. No vuelvas a hacerlo.

Su mano comenzó a retroceder de debajo de mi camiseta y termine soltándola. Ella rehuyó volver a mirarme. Sabía que no encontraría en mis ojos a quien ella buscaba. Mientras se concentraba en darme placer de la forma tan magistral que dominaba, mi mente se distanció de la realidad para regresar a un pasado del que nunca encontraba la manera de librarme.

Cuando la visión de mi padre se dibujó en mis pensamientos imaginé como un manto negro caía sobre él y le engullía. Abrí los ojos y miré a la causante del placer que me daba y del malestar que había despertado de su letargo.

Sentí que se había ganado el que la sometiera allí y ahora, pero me mordí la lengua hasta sentir un dolor lo bastante intenso para devolverme el control de mis pensamientos. Clavé la vista el techo del cuarto y acaricié el cabello de Maite con suavidad. No dejaría que el recuerdo de mi padre y de lo que me hizo arruinara aquel momento.

De pronto para mi sorpresa vi como la desnudez de Maite se ponía de pie sin soltar mi miembro duro y embadurnado de su saliva. Luego lo dejó escapar, mientras retrocedía hasta la mesa. Cuando su culo chocó contra la madera gastada se sentó sobre ella, se llevó un par de dedos a la boca y se los chupo, mientras se abría de piernas y me mostraba sus labios como una tentación difícil de resistir.

Maite no dijo con palabras que me la tirara. Sabía que no lo haría, pero sus gestos no dejaban lugar a dudas. Me estaba dando permiso para que lo hiciera. Cuando llevó su otra mano a su sexo y comenzó a masturbarse y a morderse el labio, ya no pude aguantarme por más tiempo. Si era lo que ella quería era lo que le iba a dar.

Me acerqué hasta ella y apunté mi pene a su entrepierna hasta sentir su roce. Tanteé sus labios mientras ella colocaba su mano en mi nuca. Nos miramos.

–Quítate la camisa –exclamó–. Si vas a follarme quiero que los dos estemos desnudos. No me importa que no estés cachas si es lo que te preocupa.

La miré y pensé que no se podía ser más inocente.

Ella no sabía lo que estaba pidiendo.

Lo que me estaba pidiendo.

Imaginé cual sería la expresión de sus ojos al verme. La cara que pondría. Aquel trozo de tela ocultaba un secreto que solo mi madre y yo conocíamos. Y allí estaba Maite, pidiéndome que revelara algo que había mantenido oculto durante años.

Dudé y volví a dudar. La miré y mientras aguardaba mi respuesta, dirigió sus manos a la parte baja de mi camiseta

“¿Qué coño haces? –decía la voz de mi cabeza. Mi otro yo–. Párala. Lo descubrirá”.

Maite comenzó muy despacio a levantarme la camiseta. Sus ojos seguían clavados en mí.

“Tarde o temprano tendrá que saberlo –Me dije a mi mismo. A m otro yo–. Si va a ser mi reina debe verlo”.

“Aún no es el momento. No es lo bastante leal. Lo vas a estropear todo”.

“Solo hay una manera de saber quién de los dos tiene razón”.

Agarré sus manos y tiré de ella para levantarla. Le di la vuelta y coloqué sus manos contra la mesa.

–No te des la vuelta –ordené.

Mientras la observaba y me aseguraba que cumplía mi deseo. Llevé las manos a los laterales de la camiseta y me la quité con rabia. Luego se la puse delante de la cara y la tiré sobre la mesa, frente a ella. Apoyé una mano sobre su vientre y puse su trasero en pompa, mientras pegaba mi pecho a su espalda y dirigía una vez más mi pene a sus labios vaginales. Solo que esta vez ya no dudé. Tras unas pocas caricias con la punta, empecé a abrirme paso en su interior.

Por fin estaba dentro de Maite; de su coñito de reina. Iba a disfrutar de ese momento y a dar todo lo que me quedaba antes del gran final.

Inicié un vaivén calmado, mientras miraba a la mujer que tenía frente a mi dejar escapar su aliento orgásmico ante cada nueva arremetida. Al poco rato comencé a penetrarla más profundo. Cada nueva estocada era lenta, pero también más larga. Cuando sentí mis testículos chocar contra su vagina, decidí que la cosa se volviera más intensa. Volví a enredar su pelo entre los dedos de una de mis manos y dirigí la otra a su cadera. Comencé a penetrarla rápidamente y sus gemidos no se hicieron esperar.

Tras unas cuantas sacudidas, le lanzaba una estocada fuerte seguida de otra y otra. Cuando volvía a penetrarla con rapidez surgió en mí el deseo de azotar aquel par de nalgas prietas y no me contuve. Si hubiera sabido que aquellas palmaditas causarían que su coño se estrechara y presionara tan dulcemente sobre mi pene lo hubiese evitado. Aquella sensación estuvo a punto de hacerme terminar dentro de ella. Noté una de las manos de Maite acariciar mi cadera y su cara tratando de ladearse para verme. Aparté su mano y continué embistiéndola con la intención de no detenerme hasta que el juego hubiera acabado.

Y por la forma en que mi pene palpitaba dentro de Maite no quedaba mucho. Mi reina, consciente de que mis penetraciones se volvían más intensas y orgásmicas, volvió a llevar una de sus manos a mi trasero y se agarró a mi nalga, estrujándola con fuerza.

–Hazlo dentro –me dijo–. No te preocupes. No pasará nada.

Aquello era un riesgo. No negaré que lo deseaba. Quería llenar a Maite con mi semen, tratar de lograr que mi orgasmo ocasionara también el suyo y compartir ese instante de agónica liberación en el que ambos vagaríamos antes de recuperar el control de nuestros pensamientos y regresar al mundo real. Pero tenía el temor de que hacerlo pudiera dejarla embarazada.

“Si ha dicho que lo haga es porque debe estar tomando la píldora” –pensé sin buscar una contrariedad a esa idea. No tenía tiempo ni deseos de hacerlo.

Me arriesgaría.

Me pegué con fuerza al cuerpo de Maite y arremetí con intensidad y vivacidad. Cuando sentí que ya no aguantaba más apreté mi miembro contra su cuerpo hasta que mis testículos quedaron pegados a su sexo y descargué toda la excitación, la lujuria y la satisfacción generada de la primera autentica vez junto a mi reina. Noté como las uñas de Maite se clavaban en mi trasero en el momento en que descargas de semen se diseminaban por las paredes de su vagina. Cuando el momento de éxtasis se apagaba, solté su pelo y caí rendido sobre ella. Sentí su mano acariciar mi nuca.

Me quedé en aquella postura. Abrazado a ella mientras, mi semen fluía en su interior. Cuando mi pene comenzaba a flaquear, besé su espalda y salí de entre sus piernas. Traté de recuperar mi camisa para ponérmela, pero Maite fue más rápida. Atrapó mi mano y volvió la cara hacia mí. Se apoyó en la mesa para reclinarse. Sonrió juguetona, pero yo la miraba expectante. Sus ojos se apartaron de los míos y los dirigió a mi pecho.

La expresión de su cara cambió por completo. Ya no había alegría, ni satisfacción. Habían sido sustituidas por la sorpresa, el asombro y el horror.

Continuará…

Hola a todos. Ayer surgió un imprevisto y no pude subir el libro, pero hoy ya lo colgaré en Amazon para que quien lo quiera pueda adquirirlo. Me han dicho que la web suele tardar de 24 a 72 horas en validar las nuevas publicaciones. No sé si sea así pero en cuanto me confirmen que el libro esta disponible os lo harçe saber dejando el enlace aqui en todorelatos y en mi perfil de instagram.

De nuevo gracias por la espera y cualquier cosa u opinión podéis dejarme un mensaje o escribirme al correo.

Saludos.