Relatos de juventud 15

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

Cerré la ventana sin hacer ruido para que no provocara corriente y luego hice lo mismo con la puerta del baño, aunque dejé un pequeño resquicio por el que poder mirar. Aunque era vieja, las bisagras estaban engrasadas y no hizo ruido al moverla. Luego me oculté en el espacio que había detrás de ella. Así si el profesor o Maite entraban no me verían a menos que la cerrasen tras de sí. Cosa que esperaba no llegase a ocurrir.

Escuché como la puerta del aula se abría con un molesto chirrido y volvía a cerrarse con un pequeño golpe, seguido por la melodía de lo que parecía una llamada de teléfono.

– ¡Joder! –Exclamó el profesor Vicente–. Dime cariño. No, claro que no me molestas. Justo estoy en el descanso. ¿Qué pasa? ¿Qué vaya a recoger a la niña a las dos y media después del comedor? Hoy te toca a ti. Ya, una reunión de trabajo. Vale no te preocupes cielo. Yo la recojo.

De pronto escuché unos golpes en la puerta de alguien llamando. Debía ser Maite.

–Oye cariño. Tengo una tutoría con un par de alumnos ahora. Si, sé que es el descanso, pero son de último año y para ellos sus notas son su vida. Si una pequeña charla les ayuda a mejorar y tener más confianza en ellos debo hacer todo lo posible por ayudarles. Suerte en esa reunión, ¿vale? Si, recogeré a la niña. Yo también te quiero. Adiós.

Don Vicente era la prueba de que yo no era el único que llevaba una máscara. Todos la llevamos la mayor parte del tiempo y únicamente nos la quitamos cuando nadie puede vernos. Puede que solo nosotros mismos sepamos quienes somos realmente. Lo que el mundo ve es lo que deseamos que vean. Si no lo hiciéramos tal vez estaríamos solos en el mundo o rodeados de aquellos con los que no queremos estar y nos recuerdan que no somos mejores que ellos.

Me pregunté cuál era el auténtico don Vicente. ¿El profesor amable, buen esposo y padre o el hombre lascivo que se había visto tentado por una estudiante a hacer algo inmoral con ella a cambio de unas buenas notas?

Mientras se acercaba hasta la puerta no pude evitar volver a pensar si el Dani que había logrado tener a tan bellas mujeres entre sus brazos era la máscara o si lo era yo. Cuando estaba por quedar inmerso en mis pensamientos el ruido de la puerta me despertó.

–Vamos, pasa –dijo Don Alonso–. No tenemos mucho tiempo antes de que acabe el descanso.

La puerta del aula se cerró de un golpe seco que quebró el aire y lanzó un terrible silencio que no auguraba nada bueno. Escuché como el profesor metía la llave en la cerradura y cerraba por dentro, dando mayor seguridad a mis pensamientos.

– ¿Por qué ha cerrado?

Aquella era la voz de Maite.

–No querrás que alguien venga y nos moleste mientras estamos “charlando”.

–La puerta solo se puede abrir con llave desde fuera. No es necesario cerrarla.

–Hombre precavido vale por dos, cariño.

“Es prevenido, imbécil” –pensé, mientras me mantenía pegado a la pared del baño, sin hacer el más mínimo movimiento. No era sensato arriesgarme a mirar cuando ninguno de los dos tenía la atención lo suficiente ocupada para no percatarse de que había alguien más en aquella aula. Cuando los dos estuvieran inmersos en su juego de placer podría arriesgarme a hacer algo. Llevé mi mano al bolsillo del pantalón y saqué mi móvil, ansioso de poder tener un recuerdo de lo que estaba por suceder.

Escuché como la silla acolchada y con ruedas del profesor era arrastrada y su viejo trasero se sentaba sobre ella.

–Vamos. ¿A qué esperas para poner tus bonitas piernas de rodillas, sacarme la polla del pantalón y chupármela como si de ello dependiera el sobresaliente de tu querida prima?

Maite mantuvo el silencio. Me la imaginé avanzando hacia Don Vicente, con la rabia disimulada por máscara y una impotencia que la invadía por completo, arrodillándose y bajando la cremallera de su pantalón.

–Empieza acariciándomela por encima de la ropa. Si… así. Vamos acércate un poco. Quiero acariciar ese bonito pelo tuyo. Mírame. Eso es. Tienes una mirada tan bonita. Y esos labios. Abre la boca. Chúpame los dedos. Eso es. No sabes la de veces que he pensado en ti estos días y la de corridas que te he dedicado.

Decidí arriesgarme un poco y tratar de ver si podía distinguir algo desde donde estaba. Logré ver al profesor Vicente con la cabeza baja, clavada en su presa. Parecía que Maite le devolvía la mirada, como si supiera que si la apartaba, aquel hombre buscaría algo más que una mamada.

–Bájame la bragueta.

Desde donde estaba ninguno de los dos podía verme, pero para mi mala suerte no me encontraba en un ángulo desde el que pudiera disfrutar el espectáculo como la vez anterior. El profesor me daba la espalda y apenas veía una parte de Maite. Pero aquello me favorecía en parte. Ninguno se daría cuenta de que estaba allí y aunque no sería un video muy revelador, cualquiera al verlo sabía lo que estaba pasando allí. Aquello tendría que bastarme. Además, el que Don Vicente se pusiera a narrar lo que querían que le hicieran ayudaba a dar credibilidad a las imágenes.

–Ya sabes cómo sigue, cariño. Mete esa mano talentosa que tienes y saca mi rabo a coger un poco de luz. Umm. La tienes helada. Dale un par de besos para que se despierte –Escuché como los labios de Maite se clavaban en aquel trozo de carne cuarentón una y otra vez. El profesor rodó la silla hacia delante para estar más cerca de ella o que Maite lo estuviera de su entrepierna–. Ahora los huevos. Haz lo que tú sabes con esa lengua de zorra que tienes.

Maite no dijo nada. Se limitó a obedecer su orden y conseguir que Don Vicente estirara la cabeza hacia atrás de placer sin apartar la mano de la cabeza de su presa. Me imaginé a mi querida reina lamiendo los testículos una y otra vez antes de metérselos en la boca, succionarlos y escupirlos empapados de su saliva, al igual que hizo la primera vez que los vi.

–Pajéame, mientras sigues lamiéndome. Así. Mírame. Quiero que me mires, mientras juegas con tu juguete favorito. Me pregunto cuantas pollas habrás catado para ser toda una experta. ¿A qué viene esa mirada? ¿Te he ofendido? No te he dado permiso para que dejes de comerme los huevos. Vuelve a metértelos.

Acto seguido, Don Vicente acercó la cabeza de Maite a su entrepierna y la presionó con fuerza.

–Ohh! ¡Joder! Así. Aguanta, zorra. Aguanta. Como me está poniendo.

Distinguí una mano de Maite dirigiéndose a los muslos del profesor con intención de escapar de aquel suplicio. Pero Don Vicente la retuvo algunos segundos más.

– ¿Te ha gustado? –Al no recibir respuesta el muy cabrón tiró de su pelo hacia atrás y acercó su cara a la de ella–. ¿Qué se hace cuando un profesor hace una pregunta?

–Si –respondió obligada–. Me ha gustado.

–Muy bien. Perdona que haya sido tan brusco, cariño. A veces me pongo algo salvaje. Vamos, levántate del suelo. Una princesa como tú no debe estar de rodillas. Mejor siéntate en la silla. Yo me quedaré de pie.

“Ella no es una princesa. Es una reina –pensé con rabia”.

Rápidamente me oculté en mi escondite. El corazón me latía desbocado y un sudor perlado comenzó a brotar en mi frente. El profesor ahora ocupaba el lugar de Maite y lo tenía de frente. Si hubiera tardado unos segundos más en moverme me habría pillado. Era poco probable que mirase a la puerta del baño antes que a Maite, quien se había ganado toda su atención, pero era mejor no arriesgarme. Aquella sesión no había hecho más que empezar. Tendría mi oportunidad. Hasta entonces solo podía oír e imaginar. Decidí no detener la grabación y permanecí atento. Escuché como el cinturón del pantalón de Don Vicente tintineaba. Se lo había desabrochado para soltarse la ropa y dejar totalmente libre su pene.

–Así es más cómodo para los dos. Ahora, quítate esa sudadera que llevas.

– ¿Por qué?

–Porque hoy me apetece correrme en tu bonita cara más que en tu boca. ¿Es que quieres regresar a clase con la ropa manchada de leche fresca? A mí no me importa mucho, pero no creo que te interese que todos sepan el putón que eres, ¿verdad? Vamos quítatela mientras mantengo caliente a tu amigo.  Umm. Una camiseta de tirantes negra. Te gusta ir a juego. ¿Por qué no mejor te la quitas también?

–Estoy bien así.

–Vamos. Estoy tan cargado que voy a dejarte la ropa perdida. Solo la parte de arriba. Y te prometo que esta será la última vez que tengamos que vernos. Es más, te aprobaré los dos trimestres que quedan con la nota más alta sin necesidad de que tengas que hacer los trabajos. Es un buen trato no crees.

Se produjo un silencio sepulcral que apenas duró debido a la impaciencia del profesor Vicente.

–No tenemos mucho tiempo. ¿Qué decides?

–Lo haré… solo si me promete que no intentará nada y no me tocará.

–Lo prometo. Ahora, enséñame esas tetitas tuyas.

Me imaginé a Maite con la mirada baja, mientras levantaba su top negro por encima de la cabeza y dejaba al descubierto sus suaves y dulces pechos frente aquel salido. No pude evitar recordar la primera vez que las vi y sentí el cálido contacto de sus pezones entre mis dedos. Rememoré el sabor de aquellos pequeños montes, el aroma a pasión y desenfreno que la embriagaba, mientras nuestros cuerpos se acariciaban. Notaba como empezaba a excitarme y sentí cierta impotencia al saber que otro contemplaría la belleza de aquel par de manjares.

Debía acostumbrarme a aquella sensación. A permitir que mis reinas tuvieran sus divertimentos con otros de la misma forma que yo los tenía con ellas. Mientras no se atreviesen a desobedecer mis órdenes podrían hacer lo que les diera la gana y con quien les apeteciera. Someterlas no significaba quitarles su libertad. Al menos no toda.

La voz de Don Vicente me sacó de mis pensamientos.

–Está claro que no valen para hacer una cubana, pero no la he tenido tan dura desde nuestro primer encuentro hace tanto tiempo.

Estrujé la mano en torno a mi móvil hasta sentir dolor. Una cosa era estar con una de mis reinas, otra era humillarla, desmereciendo una belleza que para mí era perfecta. Me mordí el labio con fuerza para controlarme y exhalé la rabia que aquellas palabras me habían hecho sentir.

–Sigamos. Usa esos labios como mejor sabes y empieza a chupar. ¡Argg! Así. Eso es. Usa las manos también. Vamos. La otra en los huevos. Acarícialos. Lame, chupa y acaricia. Y ahora quiero que me mires. Quiero esos ojos de zorra clavados en mí. Eso es, princesa.

Lentamente comencé a arrodillarme. Gateé despacio hacia la puerta y me aventuré a mirar. Si me mantenía a una altura inferior a la de Don Vicente las probabilidades de que sus ojos se percatasen de mi presencia se reducían considerablemente. El ojo tiene muchos puntos ciegos y lo que queda por debajo de nuestro rango de visión es más difícil percibirlo si no estás centrado y mi profesor lo estaba, pero no en lo que tenía a su alrededor sino lo que tenía en frente.

En cuanto contemplé la espalda desnuda de Maite giré la cámara hacia ellos y comencé a grabar de nuevo. Esta vez se veía claramente al querido profesor de Tecnología, con sus pantalones y calzoncillos por los tobillos, con una mano en la nuca de Maite, moviendo su cadera de atrás hacia delante, ensartando su pene en la boca de su estudiante, mientras esta agarraba su miembro, acariciaba sus testículos y le devolvía la mirada que él le había pedido. Tras un rato moviéndose, Don Vicente se detenía, realizaba tres estocadas lentas pero intensas y en la cuarta obligaba de nuevo a Maite a tragarse todo su pene hasta que sus testículos se pegaban a la comisura de sus labios. Ella aguantaba como podía y él no la dejaba escapar de aquella situación hasta que una de sus manos golpeaba desesperada uno de sus muslos. Cuando al fin la libero del contacto con su entrepierna, Maite comenzó a toser.

–Coge aire, cariño –exclamó, tirando de su cabello y forzándola a mirarla–. No necesitas tus manos para respirar. Úsalas.

Maite continuó masturbándole. Primero con una mano, luego con la otra. Compaginaba el movimiento de vaivén con algún lengüetazo de abajo hacia arriba. Después de unos minutos de placer continuado, inesperadamente el profesor volvió a tirarla del pelo hacia atrás, pegando su espalda desnuda contra la silla. Apartó sus manos de su entrepierna y se adueño de lo que le pertenecía. Comenzó a masturbarse con fuerza y rabia. Una sonrisa sádica se dibujó en su cara mientras sus ojos atravesaban los de Maite, como si quisiera confirmarle que tenía la intención de cubrir su cara y sus pechos con un gran y pringoso final que rubricaría en su mente.

–Abre los ojos, puta. Quiero que lo veas.

Don Vicente mostró sus dientes y la expresión de su cara era de la mayor excitación. Estaba por acabar. Me imaginé una ráfaga detrás de otra surcando el pequeño espacio que la separaba de mi reina y ella aceptando aquellas humillantes manchas de vergüenza clavarse en su piel por el bien de mí amada Gabriela.

– ¡Ohh! ¡Joder! ¡Sí! –exclamó el profesor, mientras su semen alcanzaba su meta. Maite intentó ladear la cara para tratar de librarse aunque solo fuera un poco, pero se lo impidió.

Cuando sintió que su pistola había quedado descargada, soltó su pelo. Sus ojos seguían lascivos y vivos, fijos en Maite. Acercó su miembro a su cara y comenzó a darles golpes con él en todas partes. Ella lo soportó sin hacer nada.

–Si mi mujer fuera la mitad de buena que tú, sería el tío con más suerte del mundo. No tienes que mirarme así, princesa. Perdona por hablarte así. Ya sabes que cuando estoy muy cachondo me pongo salvaje –Don Vicente llevó una mano a su cabello y lo acarició–. Dios eres tan bonita. Me recuerdas a mi hijita.

Cuando Maite oyó aquello apartó su mano de un golpe. La expresión de Don Vicente cambió.

–Claro que ella nunca será una puta como tú –Maite se cubrió los pechos con un brazo se levantó e intentó coger su ropa. Al hacerlo Don Vicente se interpuso.

–Déjeme. Ya hemos acabado.

–Aún nos quedan quince minutos de descanso. ¿Qué te parece si nos divertimos un poco más? –Dijo, llevando su mano a su trasero. Ella se lo apartó y dio un paso atrás para mantener la distancia.

–Deje que me vaya.

Don Vicente la miró cabreado. Se acercó al escritorio, abrió un cajón y sacó lo que parecía su billetera. Sacó de él un par de billetes de diez y los tiró a su cara.

–Antes de irte no te olvides de recoger tus ganancias. Una puta que no cobra es peor que una que si lo hace.

Noté como la rabia me invadía mientras escuchaba aquellas desagradables palabras que lo único que buscaban eran hacer daño a Maite. A mi reina. Los músculos de mi cuerpo se tensaron, mientras continuaba grabando. Traté de calmarme y seguí observando la situación. Maite no hizo ningún movimiento que mostrara su intención de recoger el dinero.

–No quiero el dinero. Ya estamos en paz.

– ¿Mi dinero no es lo bastante bueno para un zorrón estrecho como tú? Muy bien. Coge tu ropa y lárgate de mi clase.

Cuando Maite estiró su brazo izquierdo para coger su top, repentinamente Don Vicente la agarró por la muñeca y por la nuca. La empujó contra su escritorio y la dejó tumbada sobre él. Luego recostó su enorme cuerpo sobre ella, mientras Maite hacia todo lo que podía por intentar liberarse de su cautiverio. Viendo que no podía hacer nada para conseguirlo comenzó a suplicarle.

–Por favor, Don Vicente. Deje que me vaya. No se lo diré a nadie.

–Claro que no se lo dirás a nadie, cariño. Nadie iba a creerte –exclamó mientras apartaba la mano de su nuca y agarraba con fuerza la mano que le quedaba libre a Maite. Le obligó a subirla y la junto con la otra. Atrapó ambas muñecas con una mano y con la que le quedó libre fue bajando hasta la parte trasera de su pantalón–. No te preocupes. Ya me he corrido. No hay peligro de que te quedes preñada cuando te la meta.

–No por favor –el tono de Maite estaba bañado en la impotencia y en la desesperanza, rozando el llanto que auguraba a no más tardar su cada vez más cercana presencia, a menos que un milagro surgiera de la nada.

Don Vicente tiró de su pantalón y de su ropa interior hacia abajo, dejando al descubierto su trasero y su entrepierna. Llevó una mano a su vagina, mientras descargaba su aliento de satisfacción en la cara de Maite.

–Estás bastante húmeda. Sabía que eras una puta. Pues tranquila. Lo mejor está por llegar.

–No lo haga.

–No te preocupes, cielo –dijo mientras se escupía en la mano y se la llevaba hasta su ya de por si lubricado pene. A pesar de la resistencia de Maite Don Vicente estaba a punto de penetrarla sin su consentimiento–. Voy a ser muy cariñoso. Te la meteré despacio. Al principio. Ya verás como en un rato estarás disfrutando.

–No tanto como lo hará la policía –exclamé, mientras salía de mi escondite y miraba fijamente a Don Vicente al tiempo que continuaba grabando.

Mi corazón latía desbocado. Cerré los ojos unos segundos. El Dani que aquel hombre conocía no podía someterle con facilidad. Pero el otro lograría cumplir con el objetivo que me había llevado a estar en aquella clase.

Castigar a Don Vicente.

Se suponía que un profesor es un guía. No solo alguien que te enseña unos conocimientos que te serán útiles en el futuro… o eso tratan de hacernos creer. También son consejeros y solo los mejores llegan a ganarse el reconocimiento de mentores. Don Vicente no era nada de eso. Él había perdido su rumbo. No importaba la razón. Cuando se traiciona la confianza de la gente que confía en ti mereces sufrir las consecuencias.  Y mi profesor de tecnología iba a sufrir por no ser capaz de mantener su pene dentro de los pantalones.

–Dani –exclamó sorprendido y asustado cuando vio mi móvil. Sabiéndose que estaba siendo grabado, se separó de Maite y trató de subirse los pantalones.

–No le recomiendo que haga eso –dije, mientras dejaba de grabar y apretaba algunos botones en la pantalla–. Solo tengo que darle un toque y lo que ha pasado aquí lo verá toda la clase y el profesorado.

Don Vicente se quedó pálido.

–Dani. Esto es un malentendido.

–Suéltese los pantalones y súbase los calzoncillos. No quiero seguir viendo esa cosa flácida –le ordené. Obedeció al instante, más deseoso de recuperar algo de dignidad que de hacer lo que le pedía–. Ahora vaya hasta esa esquina y dese la vuelta contra la pared. Y las manos bien arriba. Seguro que ha visto esta escena en muchas películas y series. ¿Verdad profesor?

–Escucha, Dani. Si dejas que me explique.

–Haga lo que le ordeno en silencio. O las explicaciones tendrá que darlas a la policía. ¿Queda claro?

Don Vicente, visiblemente asustado asintió y obedeció. Cuando ya no suponía ninguna amenaza me acerqué hacia Maite, que se había dejado caer desconsolada al suelo. Ella alzó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Los suyos estaban heridos de lágrimas, los míos luchaban entre mantenerse impasibles o ser el consuelo que ella necesitaba. Le ofrecí mi mano y aunque dudó, terminó por aceptarla. Una vez en pie cubrió su cuerpo lleno de semen con sus brazos, buscando protegerse. Solté el móvil sin perder de vista a Don Vicente y llevé mis manos hasta el pantalón y las bragas bajadas de Maite. Ella intentó retroceder, pero la miré serio y frío. Ella parecía suplicarme que no le hiciera nada más. Sin apartar los ojos de ella comencé a subirle la ropa.

–Termina de vestirte –le dije, mientras dejaba de mirarla y recuperaba mi móvil.

Sumisa y derrotada obedeció. Ni siquiera trató de limpiarse de los restos de Don Vicente. Lo único que quería era irse de allí.

Una vez estuvo vestida le susurré algo al oído. Ella asintió. Luego se dio la vuelta en dirección a la puerta. Giró la llave que se había quedado en la cerradura y llevó la mano al pomo. Pero no lo abrió. Se dio la vuelta con la furia grabada en la cara y se acercó a Don Vicente.

– ¡Hijo de la gran puta! –gritó mientras le propinaba una fuerte patada en la entrepierna que dejaría una huella dolorosa e imborrable en él. Don Vicente quedó postrado en el suelo con las manos tratando de proteger su hombría.

Me acerqué a Maite, manteniéndome lejos del alcance del profesor y tiré de ella para alejarla de él.

–Ya has tenido tu momento. El resto es cosa mía. Ahora vete y haz lo que te he pedido que hagas.

Maite me miró furiosa. Durante un instante sentí que estaba delante de Gabriela. Aquellos ojos tenían fuego. Pero no eran más que una burda imitación causada por la rabia. Las llamas que embriagaban sus ojos pronto se extinguirían y volvería a ser solo Maite. Volvería a ser mi reina.

Segundos después se dio la vuelta y abandonó el aula dando un portazo. La maldije por dentro. Esperé que nadie hubiera oído el golpe. No me venía nada bien que nos interrumpieran. Cuando vi su figura subir las escaleras a través de la pequeña ventana miré mi reloj. Quedaban menos de diez minutos para acabar el descanso. Debía darme prisa.

–Puede que le cueste un poco respirar e incluso pensar después de un golpe así, pero por su bien espero que haga un esfuerzo. Si veo que hace el más mínimo movimiento pongo fin a su carrera y su vida con un simple botón.

–Dani…yo no quería…

–Lo sé profesor. Créame que le entiendo –expresé en un tono que buscaba ganarse su confianza para ver que estupidez soltaba–. Usted no tiene la culpa. Seguro que fue ella quien le buscó. ¿Verdad?

–Sí. Fue ella. Ella…

–Mejor ahórreselo. No me interesa. Ha hecho algo imperdonable y ahora le toca pagar por ello. Y créame que va a pagar –dije, mientras recogía los billetes del suelo y los metía en mi pantalón. Luego me acerqué a la mesa y con una mano abrí la cartera y saqué todo el dinero que llevaba dentro. Dos de cincuenta y tres de diez. Ciento cincuenta en total–. Lo primero tomaré prestados todo el dinero que lleva encima. No creo que le importe. ¿Verdad que no? Le he hecho una pregunta profesor. ¿Qué pasa cuando un alumno hace una pregunta a su profesor, profesor?

–Si es dinero lo que quieras cógelo todo.

–Ya lo he hecho, pero esto es calderilla. Quiero más.

Don Vicente trató de voltearse. Yo estaba a una distancia considerable de él, pero levanté el móvil en tono amenazador.

– ¿Cuánto quieres por el video?

–Por el video nada. No está a la venta. Por mantenerlo lejos de miradas indiscretas, doscientos cincuenta euros cada semana.

– ¿Estás loco? Soy un profesor de instituto.

–Cuyo sueldo mensual ronda los tres mil euros si eres un profesor fijo. Cosa que es usted. Me he informado. Una tercera parte de su sueldo al mes es poco precio en comparación a perder su trabajo y a su familia. Eso sin contar los años de cárcel. Los violadores no son muy bien recibidos en prisión. ¿Le sigue pareciendo mala mi oferta?

Al ver que no respondía y que quedaban cinco minutos para que comenzaran las clases decidí actuar.

–Vale pues lo envío –dije y apreté la pantalla.

– ¡No! ¿Qué has hecho?

–Tranquilícese. Lo he enviado a mi correo personal. Y ahora estoy seleccionando a los profesores a los que seguro les interesa saber en qué cosas pasa su tiempo uno de sus compañeros.

–Vale. Tú ganas. Doscientos cincuenta cada semana.

–Cada martes.

–Cada martes –repitió.

–Eso para empezar –me miró cabreado y desafiante–. Vuelva a mirarme a los ojos de esa manera una sola vez más y le destruyo. ¿Me ha entendido?

Don Vicente bajo la vista y asintió.

–No vuelva a tocar a ninguna otra alumna. Si me entero de que lo hace enviaré el video. Haga lo que le digo, profesor, y podrá seguir con su vida como si nada. Me llevaré también su portátil. Seguro que le importa, pero a mí no. Supongo que tiene contraseña. ¿Cuál es?

Don Vicente dudó. Sus hombros tensos se dejaron caer derrotados.

–Es… envergadura69.

Lancé un suspiró de incredulidad. Aquel despojo que estaba ante mí, humillado y vencido era el autentico don Vicente. Le miré y vi lo que podría ser mi futuro si no tenía cuidado. Le observé unos segundos más y pensé que morir era más digno que acabar así.

–Cumpla las reglas, profesor, y yo cumpliré con mi parte. Téngalo por seguro. Le aconsejo que se vista, limpie y ventile el aula. La próxima clase está a punto por empezar –exclamé mientras abría la puerta del aula y desaparecía tras ella con un sonoro golpe metálico

Mientras subía las escaleras pensé en lo agotado que me sentía. El corazón me golpeaba en el pecho veloz y me costaba recuperar el ritmo normal de mi respiración. Con cada escalón que ascendía, mis pensamientos más se alejaban de Don Vicente y se centraban en mi reina. Comencé a preguntarme qué fue lo que me motivó a rescatar a Maite.

¿Fue porque el profesor Vicente había roto su promesa de no intentar hacerle nada? ¿Fueron los recuerdos de mi padre latentes en los recónditos pasajes de mi cabeza, golpeando y humillando a mi madre? ¿Tal vez el deseo de jugar a ser el caballero que rescata a la damisela en apuros o lo hice solo porque era lo correcto y lo que debía hacer?

Tantas preguntas taladraban mi cabeza y ninguna logre responder cuando llegué al aula de clase justo cuando la sirena había sonado. Abrí la puerta y me acerqué a mi pupitre. Metí el portátil en mi mochila y recogí todos mis libros de la mesa. Antes de salir del aula, esperé a que algún compañero de clase llegara para asegurarme de que nadie se llevara nada. Un minuto después fue al baño del segundo piso y aguardé a que se hiciera el silencio en los pasillos. La siguiente clase había empezado. Subí al tercer piso y avancé hasta el final donde una escalera subía a un cuarto piso donde únicamente había un pequeño cuarto de mantenimiento. Subí las escaleras despacio.

Cuando llegué al último escalón, miré a mi izquierda.

Sentada y de cuclillas con la cabeza oculta entre las piernas se encontraba Maite

Continuará…

Hola a todos. Hoy subiré a Amazon el primer libro de la serie de relatos de juventud.

En cuanto pueda dejaré el enlace en mi perfil de la web de todorelatos y en mi instagram para quien desee adquirirlo.

Aquellos que lo hagais, por favor, dad vuestra opinión sobre que os ha parecido para mejorar en referencia a la segunda parte.

Seguiré publicando la serie pero poco a poco.

Un saludo y gracias de nuevo a todos.

Sin vuestro interés en la serie no habría llegado tan lejos.