Relatos de juventud 13

Ellas solo querían a un chico malo. Yo sería el chico malo que les haría desear a los buenos.

No podía dejar de observar la boca de Gabriela, abierta de incredulidad ante lo que estaba mirando. Durante un instante me imagine sus labios sobre mi miembro, sintiendo el dulce y húmedo vaivén de su cabeza entre mis piernas. Pero que eso ocurriera o no dependía no solo de mí, sino de lo excitada que mi futura reina llegase a estar. Aún seguía fría y distante, pero pronto el ambiente se caldearía y ni siquiera ella me diría que no.

La expresión de su cara no era para menos, ya que la película que veríamos no era una romántica en lo más convencional de la palabra. Era una porno. Lo primero que Gabriela y yo vimos fue una joven de pantalón corto y camiseta blanca que llegaba a casa y subía las escaleras. Luego avanzaba lentamente por un largo pasillo y abría con sumo cuidado una puerta de la que parecía escuchar ruido; miró por el resquicio y observó sorprendida con detenimiento lo que pasaba allí dentro. Una pareja estaba teniendo sexo de lo más intenso y fogoso. Fue en ese momento en el que la chica tomaba el miembro de su pareja y se lo llevaba a la boca que Gabriela despertó del trance.

–¿Qué es esto?

Sonreí. Sin dudar presione el botón de pausa y la miré. Mi reina. Mi mujer. Una fiera indómita que estaba a punto de conocer lo que era llevar una cadena invisible en su cuello perfecto.

–Este es mi cuarto deseo –respondí–. La película se llama… no creo que eso te importe demasiado. La curiosa es la hermana pequeña y la que está en plena mamada es la mayor. Sigamos viendo un poco más, si te parece. Espera –dije mientras me levantaba y se aproximaba al regulador de la luz. Lo giré apenas un poco y la sala se volvió más tenue, con algunas sombras pero con la luz necesaria para distinguir con detalle la figura de Gabriela–. Mucho mejor. Ahora sí, continuemos.

Le di al play nuevamente. La hermana por fin había logrado saborear el miembro, mientras el chico la agarraba fuertemente de la cabeza y movía sus caderas para intensificar la penetración. Mientras la chica en el pasillo no perdía detalle en la puerta. Vio como su hermana, a la vez que chupaba, tenía una mano en su entrepierna y como sus dedos atravesaban su vagina y jugaban consigo misma. De pronto, el chico levantó la vista y vio su reflejo en el espejo que había al otro lado de la cama, pero también se topó con la mirada de la hermana. Ella, consciente de que le había visto, se marchó de allí sin cerrar la puerta y se metió corriendo en su habitación. Cerró tras de sí, avergonzada, pero su curiosidad le hizo abrir de nuevo la puerta, aunque sin salir del cuarto. Escuchó como su hermana comenzaba a gemir de una forma desatada y como el chico se unía al coro de placer con alguna que otra palabra de gozo. Su mirada parecía preguntarse si siempre era así o si había sido porque la había visto.

La hermana volvió a encerrarse en su cuarto y sin poder resistirse más se descalzó, se quitó el pequeño pantalón junto con las bragas y se tumbó en la cama. Abrió sus piernas y se llevó un par de dedos a la boca. Los lamió despacio. Luego los dirigió a su vagina y con mucho cuidado, empezó a masturbarse.

En ese momento volví a parar el video. Miré a Gabriela.

–Quiero que hagas lo mismo que está haciendo ella.

La reacción de su cara no fue de sorpresa. Al menos no tanto como me esperaba. Es lógico. Después de todo lo que le había hecho hacer, es normal que su expresión fuera más de impotencia que otra cosa. Ella ya había intuido cual sería mi deseo.

–No.

–No me seas mojigata. Como si nunca lo hubieras hecho. La única diferencia es que ahora tienes público presente. Contaré hasta diez. Tienes hasta entonces para recostarte cómodamente en el sofá, subir esas preciosas piernas en él, abrirlas de par en par y empezar a tocarte. Si no, tu vida se vendrá abajo en cuestión de horas. Quizás mucho menos.

–Dani. Te lo suplico.

­–Uno. Dos. Tres. Cuatro. Ocho…

Gabriela se recostó. Clavó la vista en el techo, mientras subía sus piernas. Seguía dudando.

–Nueve –espeté. Su respuesta no se hizo derogar. Apartó las piernas a un lado y por fin podía contemplar en toda su gloria los labios ocultos de Gabriela. Apreté con fuerza el mando del DVD hasta sentir dolor. Me moría por lanzarme al otro extremo de la habitación y meter mi lengua entre sus piernas, pero aún no. Primero había que someterla hasta el punto de que no se atreviera a decirme ni negarme nada que quisiera de ella. De su cuerpo. Me deleité con su vagina. Subí la vista y vi como la camisa dejaba al descubierto su vientre y un poco de sus pechos–. Pondré la película. Quiero que la mires, mientras lo haces. Tal vez incluso aprendas algo nuevo.

Apreté el play y la película continuó, pero yo solo miraba a Gabriela. Dirigió la mirada a la pantalla al tiempo que guiaba temerosa y avergonzada sus dedos a la entrepierna. Al principio apenas rozaba sus labios, como si su mente se resistiera ante aquella situación.

–Esfuérzate más. ¿O es que quieres que te ayude?

Aquello fue el estímulo que necesitó. El miedo ante esa posibilidad. Sus dedos se volvieron más activos, al igual que los gemidos de la protagonista de la película. No necesitaba mirar la pantalla para saber lo que pasaba. La chica estaba en ese momento de delirio en que se imaginaba que ella era su hermana y el chico su novio. La sola idea la excitó aun más. Se subió la camiseta blanca que llevaba y mientras su mano derecha dibujaba círculos en su vagina, la izquierda masajeaba sus pechos con suave lentitud.

Gabriela seguía masturbándose, pero no se estaba entregando al placer por completo. Sentía el calor de sus dedos y la respuesta húmeda que esta ocasionaba, pero su cabeza seguía con la guardia alta.

–Acaríciate también –ordené. Ella me miró–. Quiero verlas otra vez. Enséñamelas y no dejes de tocarte. Puedes seguir mirando la pantalla si te lo hace más fácil.

Sentí el odio en sus ojos furiosos mientras los dirigía a la televisión. Su mano libre subió hasta su pecho y agarró uno de los lados de la camisa y la hizo a un lado. Imaginado que no quería ver solo una sino ambas hizo lo mismo en el otro lado. Sonreí. Aquello era una buena señal. Mi entrepierna comenzaba a notarlo con cada vez más fuerza. Dejé pasar el tiempo contemplando fijamente las manos de mi amada reina disfrutar con indiferencia de su cuerpo de diosa. Sus pechos eran dos manjares de carne que pedían ser lamidos, besados, estrujados y mordidos. Y su entrepierna. Aquellos bellos y desnudos labios no tardarían en mostrar la cálida y húmeda huella del deseo y el placer. Gabriela seguía fija en la pantalla, temerosa de mirarme, o deseosa de hacerlo. Sabía que era lo primero y que lo segundo ya llegaría. Al cabo de unos minutos la escena terminó y la hermana llegó al orgasmo. Gabriela continuó tocándose unos instantes más hasta que la protagonista quedó dormida de placer.

–No te pares –exclamé. Gabriela me sostuvo la mirada un instante. Seguía desafiante, pero también vislumbre un destello de lujuria. Solo tenía que lograr que esa chispa se convirtiera en un fuego desatado–. Esto acaba de empezar.

Al cabo de un rato la hermana pequeña despertó cuando sintió una mano acariciar sus muslos desnudos. Se dio la vuelta y se encontró al novio de su hermana. Este le tapó la boca y le pidió que se callara. Ella asintió.

–¿Te gustó lo que viste? –preguntó el chico. Ella negó, pero cuando él miró su cuerpo prácticamente desnudo y el brillo de su entrepierna, sonrió. Apartó la mano de su boca–. A mí también me gustó que miraras. Y me gustaría hacer otras cosas contigo. ¿Qué me dices?

–¿Y mi hermana?

El deslizó la mano por sus muslos, mientras la miraba tumbada, sin hacer ningún movimiento–.

–Dormida. Se queda K.O siempre que lo hacemos. No hay mejor cura para el insomnio. Dime. ¿Alguna vez has estado con alguien? –Ella negó–. ¿Nunca has hecho nada con nadie? Así que solo juegas sola. Eso va a cambiar.

–Espera no. No podemos. Mi hermana…

–No lo sabrá. Y sé que quieres­. Déjame que te enseñe –respondió, mientras la miraba fijamente, rodeaba la cama y se situaba delante de ella. Apartó sus piernas a un lado, se tumbó en la cama y comenzó a lamer sus labios.

Gabriela me miró.

Sonreí al saber que ella ya sabía lo que iba a pasar. Volví a detener el video.

–Como has sido muy buena hasta ahora, te daré dos opciones. Puedo hacerte un favor igual de bueno que el que él está a punto de hacerle a ella. O puedes venir hasta donde estoy yo, sentarte sobre mí, darme un beso como si te fuera la vida en ello y dejarme probar esos preciosos pechos que son la envidia de la clase. ¿Qué será? ¿Opción una o dos?

No esperé a su respuesta. Me levanté y me dirigí a ella. Gabriela cerró sus piernas y me miró. Me detuve y volví a sentarme en mi sofá.

–Opción dos entonces. Puedes empezar levantándote. ¡Ah! Y deja caer la camisa al suelo. Empieza a molestarme y prefiero verte bien del todo. Vamos. Levántate.

La rabia dominaba a Gabriela, pero lo prefería así. Cuando estas enfadado haces las cosas que te ordenan al instante sin pensar en si está bien o mal. Lo haces y ya. Luego viene la duda. Prefería que mi reina dudara después. Cuanto más precipitada fuera sus acciones más pronto se rendiría.

Tras un largo minuto de espera en la que batalló con las mangas de la camisa por fin pude verla prácticamente desnuda, a excepción de los largos calcetines que le había obligado a llevar y que me estaban  poniendo muy caliente.

–Acércate.

Tras tres pasos que me parecieron demasiado largos, por fin la tenía ante mí. Mi reina en todo su esplendor.

¿Cómo describir aquel cuerpo en palabras que le hiciera justicia? Si existían, las mías quedaban a años luz. Sus piernas largas y seductora, los muslos grandes y prietos, su sexo, al que si mis lascivos ojos no engañaban se hallaba ligeramente mojado; su vientre plano y perfecto, sus grandes pechos, capaces de cobijar entre ellos mi miembro desesperado de su cálido abrazo. Luego su rostro. Sus labios de diosa pecadora, sus ojos de una reina indómita, su cabello negro y brillante, que parecía tejido con retazos de oscuridad y polvo de estrellas. Pocas mujeres he visto más hermosas que Gabriela, pero de entre todas solo la había amado a ella.

Aunque la verdad, ¿qué puede saber un chico de diecisiete años sobre el amor?

Supongo que nada.

Solo sé que cuando miraba a otras mujeres en clase o en la calle siempre buscaba en cada una la misma sensación que despertó Gabriela en mí la primera vez que la vi. Sentí como si el mundo la hubiera puesto en mi camino para que fuera mía. Antes de ella las mujeres, solo eran eso. Mujeres. Con Gabriela se me abrieron los ojos a la realidad. Y quería que ella formara parte de mi nuevo yo. Y lo iba a conseguir.

Miré a Gabriela. Me deleite con su figura. Ella mantuvo la cabeza agachada. La giró hacia un lado cuando descubrió el bulto de mi pantalón.

–Siéntate encima de mí.

Aunque al principio se negó, no fue necesaria una segunda petición.

–Bésame –le susurré al oído–. O tendré que arrodillarme para besarte yo. ¿Es eso lo que realmente quieres?

Unos segundos después sentí sus manos en mis mejillas y su boca de ninfa chocar contra la mía. Cuando los dioses de Grecia se reunían en sus altivas fiestas tomaban la famosa Ambrosía, alimento otorgado solo a los divinos soberanos. A eso me supo el beso de Gabriela. A un don de los cielos otorgado a los más afortunados o a los más osados. Yo era de los segundos que se ganaban su derecho a tener fortuna. Acaricié sus labios con mi lengua y ella supo lo que quería y no se hizo esperar. Los separó y me dejó entrar en su boca. Ella llevaba las riendas en ese momento y aunque no me gustaba que se sintiera que era ella quien mandaba, lo dejé estar. Era mejor así. Si le daba algo de cuerda a su cadena invisible, tal vez la cosa fuese más rápido. Se detuvo un instante y me miró. Eran unos ojos que luchaban entre seguir luchando o perderse en la lujuria.

Me lancé sobre ella, apoyando los brazos sobre el cabecero del sofá y ella, Me miraba temerosa y expectante por mi siguiente jugada. Si hubiese dudado un solo segundo demás habría regresado a la realidad de la situación. Pero la excitación que llevaba yo encima me salvó de ese apuro. Me lancé nuevamente a su boca, mientras de fondo los dos escuchábamos como la chica de la película gemía ante las caricias de su recién adquirido amante. Aunque se resistía, Gabriela respondía a mis besos. Nuestras lenguas se encontraban la una a la otra, se entrelazaban y luchaban por ver quién era el que mandaba. Incluso sin opciones y siendo sometida poco a poco, mi reina buscaba demostrar que no podría con ella. Aparté mi boca de la suya y un largo hilo de saliva colgó entre nuestros labios al separarme de ella. Dirigí mi boca a uno de sus pechos y ella puso sus manos sobre mi pecho, con intención de alejarme.

–Mira a la pantalla –le ordené. La miré fijamente hasta que cumplió mi orden.

Después de sonreír por su obediencia, agaché la cabeza ligeramente para sentir por primera vez el tacto de sus senos en mi boca. Ella se estremeció.

Comencé a besarlos despacio; primero uno; luego el otro. Lancé pequeñas lamidas aquí y allá mientras bajaba hasta sus pezones rosados y grandes. Alcé la vista y la miré a los ojos, mientras seguía notando la presión que me causaban sus manos en el pecho. El brillo de lujuria en los ojos de Gabriela seguía ahí, ganando terreno a su sentido común. Llevé mi boca hasta uno de sus pezones y comencé a chuparlo. La excitación que sentía al deleitarme al fin con los pechos de mi reina entre mis labios era ya de por sí una pequeña conquista. Me dejé llevar y jugué con ellos largo rato, lanzando alguna que otra mirada a su cara para ver qué pasaba por su mente. Llegó un momento en que no me miraba, cerró los ojos y se dejó hacer. Seguí degustando aquellos manjares de carne celestial, mientras miraba a la pantalla del televisor, a la espera de la escena que marcaría el siguiente acto de nuestra obra de sexo y frenesí.

A los pocos minutos el momento que esperaba llegó.

–Me parece que es hora de cambiar los papeles.

Gabriela me miró y tras ver el gesto que le hice en dirección al televisor, se volvió para mirar al televisor. Durante unos segundos no dije nada. Me quedé mirándola a la cara mientras ella observaba como la hermana pequeña se tragaba como una experta, a pesar de ser supuestamente virgen, aquel pedazo de rabo.

Bese sus pechos para que me mirara. Ella lo hizo, pero no sabía qué hacer. Aquella noche descubrí en Gabriela dos tipos de duda. La duda de <>. Luego estaba aquella segunda duda de <>.

Aquella segunda era la duda que vi en el brillo de sus ojos marrones.

–Te propongo algo –dije mientras besaba su pezón izquierdo para pasar al instante al otro y así sucesivamente–. Dicen que los tipos delgados… como yo… eyaculan mucho más rápido que los tipos grandes y gordos… Si consigues… hacer que me venga en… menos de diez minutos… el juego habrá acabado… –Dejé de besar sus pechos y me recosté en el sofá con los brazos extendidos a los lados y la miré. Sus manos seguían sobre mi pecho. Su trasero estaba recostado sobre mis piernas, su mirada unida a la mía–. O podemos seguir tal y como estamos ahora hasta que la película acabe. Dentro de algunas horas. ¿Qué me dices? ¿Eres lo bastante osada para jugar más allá? ¿O es que no te ves lo bastante buena como para vencerme?

La expresión de su cara se volvió salvaje. Note como los dedos sobre su pecho se recogían hacia dentro, como si deseara arañarme a través de la camisa. Cuando vi que abría la boca para hablar la detuve.

–¡Ah, ah! –Exclamé mientras negaba con la cabeza–. Mientras dure el juego tienes prohibido pronunciar una sola palabra. Si estas dispuesta y aceptas el reto ya sabes lo que has de hacer.

No quería que Gabriela tuviera voz. No hasta que hubiera aceptado su rol. Las reinas han de ganarse su derecho a serlo y ella no sería una excepción. Hasta ese momento el único sonido que esperaba saliera de sus labios eran gemidos de placer, de lujuria desenfrenada y tarde o temprano, de dulce sometimiento.

Gabriela apoyo sus manos en mis muslos para apoyarse y muy despacio puso sus piernas en el suelo. Vi como se arrodillaba y como sus pechos se contoneaban al son de sus movimientos. Me mordí el labio y estrujé con fuerza la tela del sofá para controlarme. Os aseguro que con una mujer así ante mí no resultaba fácil, pero sabía que si aguantaba lo mejor llegaría. Y no solo una vez. Tantas como quisiera. Y con Gabriela ese número no tendría fin.

Sentí un escalofrío que me puso tenso el miembro cuando Gabriela llevó sus manos a los laterales de mi pantalón. Sus ojos estaban clavados en la forma alargada y dura que sobresalía bajo él.  Pensé en ordenarle de una vez que tirara, pero quería que fuera algo que saliera de ella. Sentí sus uñas arañar mi piel. Una pequeña venganza por su parte que pagaría cara. Cuando sus dedos atraparon mi ropa interior entre ellos, unos segundos después y lentamente mi pantalón bajó hasta la mitad de mis muslos.

Nunca olvidaré la cara de Gabriela en ese momento. Sus ojos estaba fijos, mirando el que sería su mejor amigo, totalmente parado por su culpa, venoso, juguetón y ansiando el beso de sus labios y las continuas caricias de su lengua.

Cuando habían pasado unos segundos que me parecieron de más, fruncí el ceño. Lo que había pensado no podía ser posible.

–No irás a decirme que es la primera vez que ves una de cerca –espeté con una sonrisa burlona. Ella me miró y la expresión de su cara lo dijo todo.

Yo era el primero. Y eso significaba que nunca había habido otro antes de mí. Mi reina no había sido mancillada por algún descerebrado chulito musculoso que desperdiciaba las horas entre discotecas y polígonos.

Clavé mis ojos en ella y como si una mano invisible hubiese dado una fuerte palmada que solo yo podía oír, desperté de aquella fantástica realidad y decidí mantener la calma y retomar el control de la situación. Cogí el mando del DVD y rebobiné el video. Gabriela miró la pantalla. Lo detuve en el momento exacto en que el chico se sentaba en la cama y la obediente cuñada se ponía justo como Gabriela; de rodillas entre sus piernas. Llevó una indecisa mano a su pene y comenzó un lento manoseo.

–Haz lo que hace ella –ordené–. Tienes diez minutos desde ya.

Gabriela me miró. Hizo una estúpida mueca de <>.

Cerré los ojos unos segundos cuando sentí sus dedos cerrarse en torno a mi pene. La punta estaba húmeda de líquido pre-seminal y no era extraño con el calentón que llevaba. Gabriela empujó hacia abajo y el glande vio la luz como si acabara de nacer. Ella lo miró con curiosidad.

–Sigue –espeté.

Me miró. Luego clavó la vista en la pantalla y se fijo en la chica. Movió su mano arriba y abajo, lanzándome descargas de placer inusitado.

No sé qué me pasaba, pero la excitación me estaba ganando la partida. Tal vez fuera la ilusión de vivir aquel momento con la chica de mis sueños. O que aun siendo su primera vez Gabriela tuviera el potencial de una diosa del sexo. Fuera lo que fuera debía calmarme o todo acabaría en un par de minutos. Apenas llevábamos uno y sentía que no llegaría al dos. Cerré los ojos y me puse a repasar de memoria las diez mejores partidas del genio ajedrecístico Capablanca.

Cuando me uní al club me hicieron repetir sobre un tablero cada una de esas partidas cada día durante un mes. Jamás pensé que aquella absurda regla de ingreso me resultaría necesaria algún día. Y menos en una situación como esta. Mientras en mi cabeza repetía y visualizaba los movimientos mis ojos grababan cada gesto de Gabriela.

Su mano ya no dudaba como antes. Cada vez lo hacía con más soltura, con un ritmo lento, pero constante. Sus dedos causaban una cierta presión que no resultaba molesta, pero que dejaba entrever que buscaban hacerme acabar pronto. Cuando vio que en la pantalla la chica empezaba a besar el rabo de su cuñado, Gabriela me miró y yo mantuve la mirada y la expresión seria en mi cara, mientras trataba de no cometer un solo error en mis pensamientos. Un fallo al recordar la secuencia de la primera partida me devolvería a la realidad y si empezaba de cero sería difícil regresar. Sobre todo, después de notar el contacto seco y cálido de los labios de Gabriela sobre mi pene. El primero casi me hace desconcentrarme. Pero logré reponerme y disfrute de todos los demás besos que le siguieron.

La duda llegó a ella cuando vio en el video como había pasado de los besos a dar lametones. Primero por el glande y cuando se sintió satisfecha recorrió el falo de arriba abajo hasta dejarlo bien lubricado.

Gabriela me miró justo en el momento en que terminaba de recordar la primera partida. Hice un alto en mis pensamientos para tratar de motivarla a continuar.

–Puedes rendirte si quieres. No pasa nada. Ser una perdedora tampoco es tan…

Supuse que mis palabras irían directas a su orgullo, pero no que lograría con ella que se metiera mi miembro directamente entre los labios.

Me mordí el labio mientras trataba de controlar mis impulsos.

<>.

Comencé con la siguiente partida, mientras no me perdía detalle de cómo Gabriela embadurnaba con su saliva de diosa mi falo. Sus ojos permanecían cerrados. Si aquello se lo hacía más fácil, que así fuese. Aunque disfrutaba de aquella situación notaba lo inexperta que era en comparación a su prima Maite. Ella sí que sabía sacarle partido a la lengua. Gabriela era como una niña que está aprendiendo a usar las manos y la boca por primera vez y no sabe bien cómo sacarles el mayor partido posible, pero que de alguna manera lograba dar con el punto clave de mis sentidos.

No se sí fue que notó que no estaba saliendo como ella quería porque aún no daba indicios de correrme o si había sido el lado salvaje y fogoso que corría por su cuerpo, ya más que excitado por lo que estaba pasando, pero de pronto mis pensamientos se bloquearon un instante cuando su lengua realizó un largo lametón de abajo hacia arriba, mientras Gabriela me miraba fijamente.

Estaba jodido.

Buscó una flaqueza y la muy… había dado con ella. Sus desafiantes ojos clavados en los míos mientras su mano manoseaba mí ensalivado miembro y su lengua dibujaba círculos sobre el glande me estaban haciendo enloquecer de placer. Aquella maldita mirada suya siempre me había cautivado, desde el primer día de clases años atrás en que la conocí y después de tantos días, meses y años no me había acostumbrado a la majestuosidad que desprendían. No era la típica mirada de desprecio que me llevaba regalando a doquier a cada momento. No. Era la cara que ponía delante de todos. Era la mirada de alguien que sabe que cautiva con un simple pestañeo. Ojos divinos decían algunos.

Tenían razón.

Casi inconscientemente llevé una mano sobre la cabeza de Gabriela. Cuando me di cuenta de lo que hacía metí mi lengua entre los dientes y apreté con fuerza. La única forma de resistir la placentera tortura que Gabriela me estaba regalando era con dolor. Cuando más aguantase yo, más se dejaría llevar ella. Solo tenía que resistir otros cinco minutos. Devolví la mano a su lugar sobre el sofá, y seguir mordiéndome la lengua, mientras ella masajeaba mi pene con la suya. Miró la pantalla e imitó algunas escenas que supuso me pondrían loco.

Tuvo razón.

Me mostró su boca, mientras sacaba la lengua y se dio pequeños golpes en ella con la punta de mi pene; dibujó círculos sobre mi glande repetidas veces y dejó caer un largo hilo de saliva sobre él para después succionarlo.

Los tres minutos que quedaban iban a ser un infierno de seguir así.

Por suerte no había acariciado mis testículos. Si lo hacía y era tan buena como su prima el juego habría acabado. Trataba de centrar mis pensamientos, pero ya era imposible. Había cruzado la línea de placer de no retorno. Solo un orgasmo me devolvería al punto de partida. Pero aún seguía en juego.

De pronto Gabriela hizo algo que no me esperaba. Rodeó mi pene entre sus dos manos y comenzó a enroscarse en torno a él una y otra vez, mientras su lengua seguía jugando con el glande. La sorpresa se desvaneció cuando miré la tele y vi que solo imitaba lo que la chica hacía, pero las ganas de venirme sobre ella crecían por momentos.

Dos minutos y notaba que el final estaba demasiado cerca.

–Felicidades –dije mientras la miraba. Ella abrió los ojos y se fijo en mí. Bajó el ritmo pero no se detuvo. En sus ojos distinguí una cierta pesadez unida a un brillo pálido de no saber dónde se está o que hacía allí. No era fácil resistirse al placer y mucho menos cuando te embriagas de él. Gabriela estaba perdida en dos mundos y no sabía cual prefería más. Yo esperaba que se aferrara al que le estaba ofreciendo yo y que lo hiciera con la misma fuerza con la que agarraba mi pene–. Parece que esto acaba. Pero solo si te lo tragas. Si veo una sola gota en el suelo, pierdes.

Sus manos se detuvieran y su boca se separo lentamente de mi glande. Tras unos segundos de desafío regresó a su ritmo normal. Aquello era una señal de que aceptaba las condiciones a regañadientes. Como toda aquella situación.

Fue en ese momento cuando decidí recurrí a mi as bajo la manga, aunque más bien era la cámara bajo el cojín que tenía próximo a mí. Gabriela había vuelto a cerrar los ojos hacía unos segundos y aproveché  para que esta la enfocara discretamente. Lo hice todo muy despacio para que ella no la notara. Por suerte había sido previsor y aunque no había grabado nada de lo que habíamos hecho sí que había estado encendida. Solo tuve que apretar un botón y grabar aquel momento para la posteridad.

Dejé escapar un ligero gemido de placer y al instante Gabriela quitó las manos de mi miembro y comenzó un largo y continuado vaivén con la boca. Primero lento y luego rápido. La dosis de lujuria embragaba mis ojos y cuando su mirada se topó con la mía supe que había perdido la batalla.

Descargué todo mi semen en su boca. Vi como algunas gotas escapaban por la comisura de los labios pero llevó su mano a la cara para evitar que escaparan. Me miró con orgullo y sin dudarlo, se tragó los frutos de su duro trabajo.

Puede que su primer beso no fuera conmigo, pero había sido el primero en verla desnuda, el primero en besar cada parte de su cuerpo, el primero que había probado el calor de su boca, su lengua y sus manos sobre mi pene… y el primero que la hacía probar el sabor más íntimo de un hombre.

Como vi que parecía que creía ganadora, decidí humillarla un poco más para poner sus pies de nuevo sobre la tierra. Llevé dos dedos a su cara y limpié los restos de mi semen que quedaron pegados en ella y se los acerqué a la boca.

–Todo –exclamé.

Ella cogió mis dedos entre una de sus manos, separó sus labios y mirándome fijamente se los metió y los chupó de una sola vez. Aquello volvió a ponerme algo rígido de cintura para abajo, pero mentalmente estaba agotado. No sabía si tendría fuerzas para una segunda vez. Y aunque la tuviera, todo había acabado.

–Levántate.

Gabriela obedeció. No sentía reparos como Maite o Sara. Ella seguía desafiante a pesar de estar prácticamente desnuda.

En aquella mesa hay un portátil y un pen con tus trabajos. Puedes acceder a tu cuenta y enviarlos desde aquí. Y no. No es opcional. Los envías aquí y ahora o… bueno. Ya sabes.

–¿Me…?

La miré extrañado por sus dudas hasta que recordé que le había prohibido decir palabra alguna.

–Puedes hablar.

–Déjame que me vista.

–¿Por qué razón? Si así ya estás preciosa. Mira lo dura que sigue estando con tan solo mirarte –Gabriela bajó la vista hasta mi pene un instante y luego la apartó–. Ve al ordenador y envía los trabajos. A no ser que quieras otra sesión de…

Gabriela paso a mi lado como si tuviera la peste. Me dio igual. Solo tenía ojos para el contoneo de sus caderas. Sus piernas atléticas abrigadas por mi regalo, las curvas y el contoneo que realizaba su exuberante trasero al que ya no tenía que imaginar cómo se vería sin ropa. Lo estaba presenciando en primera línea; su cabello negro y sedoso cayendo por su espalda como una capa de oscuridad.

Me moría de ganas de olerlo. Y cuando Gabriela separó las tapas del portátil y lo encendió, mientras ella trataba de insertar el pendrive en el puerto USB con desesperación para acabar rápido y escapar de mí, yo aproveché aquellos segundos para acercarme a ella. Antes de que abriera la primera carpeta me pegué a su espalda y ella se asustó al sentirme.

–No te vuelvas. Sigue con lo que estás haciendo –susurré a su oído, mientras memorizaba la fragancia de su cabello.

–Dani, por favor. No lo hagas. –dijo en un tono que mostraba miedo.

–Ya te lo dije, Gabriela. Serás tú quien me pida que te haga mía. Solo me apetece estar así… cerca de ti. Tú sigue con lo tuyo. Si te das prisa, más pronto te librarás de mí.

Gabriela hizo clic sobre la primera carpeta. Yo pasé mis manos por debajo de las suyas y las apoyé sobre la mesa, sin rozarla. Pegué mí pecho a su espalda, mi cara a su nuca, mi pene a su trasero. Noté la tensión de sus nalgas y yo sonreí.

Mientras ella revisaba el primer trabajo tan centradamente como pudiera yo me envolvía en su aroma, una mezcla de frutas, sudor y sexo. Besé su espalda. Ella hizo un gesto de rechazo y decidí que si no quería que mis labios la rozaran sería yo quien rozase sus labios. Llevé mi mano a mi pene y lo dirigí al escaso espacio de separación que había entre las piernas de Gabriela y sin pensármelo dos veces lo metí entre ellas. La reacción de ella en un primer momento al sentir que tenía mi miembro metido entre sus piernas, acariciando su sexo, fue de darse la vuelta pero se contuvo. Comenzó a cliquear más rápido. Abrió internet y buscó la página del instituto. Yo mientras tanto comencé a restregar mi miembro contra sus labios vaginales. Cuando aceleré el ritmo conseguí sacar de sus labios un pequeño gemido.

Acentué aún más el ritmo de mis acometidas para entorpecer sus intentos de acceder al sistema. Hasta tres veces había logrado que fallara al meter su contraseña de usuaria. Volví a besar su cuello sin dejar de acariciar su entrepierna.

–No sabes la de veces que me he imaginado así, contigo. Pegados el uno al otro. Sintiéndonos, acariciándonos, perdiéndonos mutuamente en una ola de amor y placer. Te quiero Gabriela. Lo quiero todo contigo –dije mientras agarraba de nuevo mi pene y salía de entre sus piernas para acariciar sus nalgas y con suerte rozar su ano.

Pero su trasero se puso duro y rígido y las piernas se cerraron con intención de no abrirse fácilmente. Decidí asustarla apuntando mi glande contra sus nalgas y presionando para que me dejara regresar al calor de su vagina. Ella cedió. Sonreí de placer, aún cuando ya había logrado enviar dos de los trabajos.

Seguí restregándome contra ella y las veces que lograba crear pequeños instantes de placer en Gabriela cada vez eran mayores. Justo antes de enviar el tercer trabajo. Inconscientemente llevó una mano a mi nuca. Sus dedos me acariciaron apenas unos segundos antes de que su mente la devolviera a la realidad. Pero en esos segundos yo me puse más excitado. Sobre todo al pensar que Gabriela se estaría mordiendo el labio una y otra vez para contener sus gemidos.

Decidí darlo todo. Comencé a mover mis caderas tan rápido como podía y eso a Gabriela le dificultó bastante entregar el último trabajo. Estaba a un clic de enviarlo.

–No lo hagas – susurré. Ella se detuvo–. Si lo envías se acabará. Lo que estás sintiendo acabará. Mira al televisor –Ella ladeó la cabeza y ambos vimos como la chica estaba a cuatro patas al borde la cama y como su amante la penetraba una y otra vez. Los gritos de la chica inundaron el salón –Sé que quieres más. No lo niegues. No te lo niegues. Mereces que te amen. Que te hagan sentir así de especial, de viva. Sintámonos así. Juntos.

Durante unos segundos Gabriela no hizo ningún gesto. Dejó que la acariciara una y otra vez con mi pene y notaba la lucha que estaba librando en su interior. Las sensaciones de placer no son fáciles de doblegar. Y aunque ella no las doblegó, si que las contuvo. Su fuerza de voluntad no era como la de otras mujeres. Vi como su mano daba al botón de enviar.

Muy lentamente, fui deteniendo mis caricias y besé su espalda una última vez antes de que ella se liberara de la prisión de mi cuerpo, se dirigiera veloz al cuarto de baño y cerrase la puerta tras de sí.

Aún excitado me volví para verla alejarse de mí.

Ella era mi Eva. La mujer que comió la manzana prohibida y se condenó. Yo era la serpiente y hasta ese momento le había hecho probar los placeres que trae el fruto que le ofrecía. No sabía cuánto tiempo me llevaría, pero lograría que Gabriela probase el paraíso que le brindaba. No solo eso. Reinaría en él a mi lado.

Pero hasta entonces tendría que ser paciente y elaborar un plan mejor.

Había perdido el juego; pero solo era una batalla.

Lo que importaba era la guerra.

Me subí el pantalón con la excitación aún duramente alzada y me acerqué al sofá. Cogí el mando y detuve el DVD en el momento en el que el chico eyaculaba en los pechos y la cara de la chica. Apagué la cámara y la oculté bajo el cojín. Miré hacia la puerta del baño y sonreí.

Había disfrutado brevemente de Gabriela. La diversión no había hecho más que empezar.

Lo mejor de todo es que lo había logrado cumpliendo la promesa que le había hecho a Maite de que mis manos nunca tocarían a su prima.

Y no lo hicieron.

Continuará…

No pensaba subir más episodios de la serie, pero no ne parecía bien dejaros con la incertidumbre de lo que pasó entre Dani y Gabriela. Ahora sí, será el último que suba en una temporada. Pronto os avisaré sobre la publicación de la serie.

Cualquier dua o pregunta escribir vuestro comentario o enviad un correo. Y si queréis seguirme en mis redes las hallaréis en el perfil de todorelatos.

Un saludo a todos y mil gracias por leer la historia de Dani.

Carpe Diem