Relatos de juventud 11

Ellas deseaban al chioco malo. Yo sería el malo que les haría desear al bueno.

Noté como el aliento pálido y efímero escapaba de mi boca mientras me aproximaba a la puerta de casa. El frío de aquella noche era extremadamente molesto. Estar en la calle me parecía un suplicio, pero aquella sensación helada me mantenía despierto.

Abrí la puerta de casa, anhelando el calor del hogar y la cerré rápido. Dejé la llave sobre la mesa de la entrada y me arrojé al sofá, agotado y feliz. Cerré los ojos y noté como una sonrisa se dibujaba en mis labios. La imagen de Sara entre mis piernas, el placer de sus gritos ahogados, la belleza de su cuerpo empapado de sudor y del calor de la ducha… era un sueño que se volvió realidad.

Por fin había estado con una mujer y había dejado de ser virgen. Seguía sin ser un hombre del todo, pero estaba en el camino para serlo.

De pronto noté como el móvil comenzaba a vibrar en mi bolsillo. Abrí los ojos de golpe y me senté. Saqué el móvil y vi que era mi madre.

–Hola Mamá –respondí mientras trataba de deshacerme del cansancio que me embargaba y en el que estuve a punto de quedar atrapado.

–Por fin –exclamó. Noté como lanzaba un suspiro de alivio–. Estaba a punto de volverme loca de preocupación. Te llevo llamando desde hace un buen rato. Daniel. ¿No has oído mis llamadas?

–Lo siento. Me quedé dormido y olvidé el móvil en la cocina.

–Acordamos que si aceptaba este viaje de empresa tú no te separarías del móvil y lo cogerías siempre que llamase.

–Te prometo que no volverá a pasar.

–Más te vale. No sabes el mal rato que me has hecho pasar. Estaba por pedir a María que fuera a ver si estabas vivo.

–Vamos Mamá. No exageres. Hace casi una semana que te fuiste y no me ha ido tan mal sin ti.

–Vaya. Cualquiera diría que te lo estás pasando tan bien solo que no quieres que regrese.

–Sabes perfectamente que no quería decir eso. Te echo de menos cada día.

–Y yo a ti, cielo –dijo por fin en un tono menos defensivo–. Pero pronto volveré a casa. ¿Has comido bien en mi ausencia?

–Sí. Aún no he quemado la cocina. María se ha pasado estos días por aquí y me ha preparado alguno de sus famosos platos. Hablando de María. Ya me lo ha contado.

–Lo sé, cariño. Me llamó esta tarde para decírmelo. También me habló de ti. Dijo que te veía diferente. Dani… ¿qué te ocurre?

Dejé pasar dos segundos. Si dejaba pasar más tiempo mi madre sospecharía que algo me ocurría. No quería preocuparla. No me convenía.

–Han sido unos días duros en el instituto. Muchos trabajos; un examen a principio de la próxima semana. Lo típico.

–Eso nunca te había preocupado antes. María dijo que… mencionaste a tu padre.

Cerré los ojos, mientras me mordía el labio y estrujaba con fuerza el móvil en mi mano.

–Eso fue…

– ¿Fue qué?

–Un error. Olvidémoslo, ¿vale?

–Cielo…

–Mama. Es tarde y estoy seguro de que los dos hemos tenido un día muy largo. No quiero acabarlo hablando de él. Por favor.

Noté como mi madre dejaba pasar un largo silencio. Dejaría aquel tema para cuando estuviéramos cara a cara. La conocía bien.

–Bueno, pues dime al menos como te sientes viviendo solo.

–No está mal. Hay mucho silencio en casa. Sabes que eso me gusta. Pero…

– ¿Pero?

–Dudo que a alguien le pueda agradar durante demasiado tiempo un silencio tan solitario como el de esta casa. Te echo de menos.

–Y yo cariño. Pero pronto nos veremos. Mañana cerraremos el acuerdo con los nuevos accionistas y lo más probable es que el martes por la noche nos veamos.     Después de eso, tendré unos días libres para estar por casa. Podremos pasar el tiempo juntos y hablar como antes.

–Me apetece mucho.

– ¿Verme o hablar?

–Lo primero algo más que lo segundo.

–Lo que toda madre que se preocupa por un hijo que está solo en casa desea oír.

–Sé cuidarme solo. Que siga respirando después de tantos días es prueba más que suficiente, ¿no?

–De todas formas, no te librarás de nuestra charla.

–Lo sé, mamá.

– ¿En el instituto va todo bien?

Estaba claro que María le había contado nuestra conversación con todo lujo de detalles. No sé cómo lo hacía aquella mujer, pero era capaz de recordar conversaciones enteras y volver a contarlas usando las mismas palabras que se habían dicho sin dejarse una sola. Al menos no era como la mayoría y se inventaban una versión propia y la defendían como una verdad absoluta.

–Todo bien. Trabajos entregados, exposiciones realizadas, exámenes casi acabados. Estoy deseando que lleguen las vacaciones de navidad y poder desconectar.

– ¿Ya has decidido si irás al viaje a Italia con tus compañeros de clase?

–No. Aún no.

–Creo que deberías ir, Dani. Sería una oportunidad de conocer más de cerca a tus compañeros. Hacer amigos, conocer chicas…

–Mamá.

–Tú piénsalo y cuando nos veamos me das una respuesta, ¿vale? Una que no sea un no lo sé.

–Ya veré.

–Dios, Dani… a veces puedes llegar a ser un auténtico cabezota.

Noté el cansancio en mis ojos y un largo bostezo escapó de mi boca.

–Oye mamá, me muero de sueño. Voy a tomar un vaso de leche y me voy a dormir. ¿Te llamo mañana y hablamos?

–Está bien, cielo. Yo también haré lo mismo. Ha sido un día infernal.

El mío en cambio había sido un paraíso del que no pensaba salir así sin más. Había abierto las puertas del cielo y ni los dioses podrían sacarme de allí sin oponer resistencia.

–Que descanses. Pasa buena noche.

–Tú también cariño. Te quiero mucho.

–Yo también te quiero mamá. Hasta mañana.

–Adiós.

Dejé el móvil sobre el sofá. Sentía el cansancio escocer en mis ojos. Aquellos pocos minutos en que había caído rendido antes de contestar la llamada no aportaron el suficiente reposo que esperaba. Dicen que una siesta de entre doce y quince minutos puede ser de lo más revitalizante. El único problema es que solo funciona si se hace bien. En mi caso había logrado sentir los efectos de aquella cura de sueño en dos ocasiones. Las demás había fallado una detrás de otra. Pero la sensación de mis dos logros fue increíble. Mente despierta, sentidos agudizados, ausencia de cansancio. Era como una mejora física y mental temporales. Por desgracia aquella noche no conseguí experimentarlo por tercera vez.

Me restregué los ojos con las palmas de las manos mientras dejaba escapar un nuevo y largo bostezo. Mi cuerpo reclamaba descanso. Mi plan me exigía no hacerle caso. Teniendo en cuenta que la recompensa final por mantenerme despierto sería Gabriela, podía aguantar despierto otras veinticuatro horas más. Llevaba casi veintiocho sin pegar ojo. Mientras no sobrepasase las sesenta horas, podía mantener el control y la razón de mis pensamientos.

Me levanté y me dirigí a la cocina a preparar una cafetera. Mi cuerpo no toleraría más duchas frías. Sin descanso, mis defensas bajaban considerablemente y me hacían vulnerable. No correría el riesgo de pillar un resfriado horas antes del gran momento de mi vida. Lo de Maite fue placentero; Sara fue un morbo que hacía estremecerme al pensar en ella; pero Gabriela. Ella era diferente. Cualquiera que haya sentido atracción hacia alguien que nunca os ha correspondido lo entenderá.  La sensación de tener a quien sabes que nunca podrás tener… es como hacer un sueño realidad. Y la emoción al cumplir un sueño nunca se olvida. Yo haría que Gabriela nunca me olvidara. Y aún menos lo que pensaba hacerle. Lo que haríamos juntos.

Mientras el café se preparaba, subí al piso de arriba y entré en mi cuarto. Aunque estaba solo en casa, cerré la puerta tras de mí. Abrí el armario y saqué una camiseta, unos pantalones y un jersey de lana de cuello alto. Me acerqué a la cómoda y pillé un bóxer blanco y un par de calcetines. Lo dejé todo sobre la cama y empecé a desnudarme.

Mientras bajaba mis calzoncillos y dejaba que cayeran por mis piernas, me acordé de Sara y también de Maite. Las imaginé a las dos allí, frente a mí, arrodilladas y desnudas, con sus manos apoyadas en mis muslos y sus lenguas recorriendo de lado a lado mi pene.

Una sensación de placer y dolor mezclados no tardó en producirse. Aquella quemazón era el aviso de que por hoy no convenía pensar más en mis reinas ni en el placer que me habían dado.

Cogí la ropa limpia y me cambié. Tomé la que llevaba grabado el calor y el aroma de la madre de Leoni y los metí en el cesto de la ropa sucia. Mañana, si tenía cabeza para ello, la lavaría.

Entré en la habitación de mi madre y me dirigí al jarrón en el que guardaba sus ahorros para emergencias. Estaba vacío. Había gastado todo lo que tenía en un libro que terminé regalando para impresionar a Fayna y en alquilar el calor íntimo de toda una mujer. No niego que valió la pena, pero ahora tenía que explicarle a mi madre que había pasado con los quinientos euros. Debía idear una manera de conseguir todo ese dinero antes de que ella regresara y se diera cuenta.

Volví a tiempo a la planta de abajo. La cafetera comenzaba a emitir ese característico ruido suyo que me indicaba que estaba lista.

Saqué una tasa del estante y vertí un poco de aquel líquido oscuro y caliente en su interior. Normalmente lo tomaba con azúcar y leche, pero no buscaba disfrutar de aquella bebida, sino que me mantuviera despierto. Si algo he aprendido del café es que si pretendes no dormir o despertarte lo más rápido posible este debe saber tan horrible como pueda. No soportaba el café solo. Lo tragué con desgana y con una mueca de asco dibujada en mi cara. Pero al menos ya notaba como el sueño se convertía por ahora en un recuerdo. Lavé la tasa y lo dejé junto a la cafetera. Aquel solo había sido el primero de muchos.

Miré el reloj. Apenas eran las ocho y media. No me encontraría con Gabriela hasta las seis de la tarde. Mucho tiempo. Tenía que encontrar la manera de mantenerme despierto.

...

Pasé la madrugada y parte de la mañana viendo películas y estuve a punto de quedarme dormido en varias ocasiones. Cuando sentí que no podría más, subí a mi cuarto y me pasé el tiempo jugadno al ajedrez por internet. Estaba tan cansado mentalmente que perdí más de la mitad de los encuentros, pero no me importó. Aquello solo era una manera de seguir despierto.

Cuando ya no pude segguir, apagué el ordenador y me quedé sentado en la silla. Levanté la vista hacia el estante de libros tras los cuales ocultaba las compras que había hecho la mañana anterior, el USB con los trabajos de Gabriela y mi viejo móvil. Me acordé de Maite y durante un instante el placer pudo con mi agotamiento.

Me levanté y saqué el móvil. Lo encendí, mientras me preguntaba si me habría enviado ya la foto diaria. Si no era así me deleitaría de nuevo con la que mandó ayer.

Nada.

Era normal. Apenas eran las nueve y media de la mañana de un domingo. No me importó. Abrí la foto del día anterior. Me moría por tener a Maite como había tenido a Sara. Me la imaginé en aquella postura que me mostraba en su foto. Desnuda, de cuclillas con las piernas abiertas, mostrándome su sexo con mí pene en su boca. La excitación me levantó mucho más que el ánimo. Pronto aquella descarada que se había convertido en mi primera víctima y esclava probaría el placer de verdad.

Pero antes estaba Gabriela. Pensé en mirar aquel video en que logré que me mostrara su cuerpo, pero no era necesario. Lo tenía grabado a fuego en mi mente. Algo así no se olvida. Y pronto volvería a verlo. Mejor aún. Pronto lo sentiría, lo saborearía.

Apagué el móvil y lo devolví a su escondite. Salí del cuarto y me dirigí al baño para lavarme la cara. No me miré al espejo, pero intuía que mis ojos debían estar rojos y ojerosos. Tal como quería. Un actor debe ser fiel al papel que ha de interpretar si quiere resultar creíble. Si Gabriela sospechaba de mí, nunca la tendría.

Regresé a la cocina y me preparé algo ligero para desayunar. Café y unas tostadas con mermelada serían suficientes. Salí de la cocina con la tasa en la mano y me dirigí a la puerta del cuarto de trastos que había junto al baño de la planta baja. Lo abrí y encendí la luz. Comencé a rebuscar entre las cajas amontonadas. La que estaba arriba del todo era la que me interesaba. Escrito en grande tenía escrito la palabra rompecabezas.

Tire de ella y la deje en el suelo. La abrí y vi la docena de cajas de puzles que contenía. La mayoría de ellos ya los había completado y los había guardado en sus cajas hechos y divididos en pequeñas secciones. Pero aún quedaban algunos sin hacer. Uno de mil piezas que tenía la imagen de un dragón blanco, siendo acariciado por una mujer en lo alto de una montaña, mientras el ocaso llegaba a su fin.  Cogí este último y salí del cuarto. Me encaminé a la mesa de la cocina y me senté dispuesto a pasar algunas horas entretenido.

La única forma de asegurarte de que el sueño no te gane la partida es que tu cuerpo no esté demasiado rato quieto. Un puzle era lo que necesitaba para mantenerme activo y despierto. Arrojé las piezas sobre la mesa y antes de comenzar me levanté y fue al salón a coger mi móvil.  Abrí una aplicación para descargar audiolibros. No fue fácil la elección, pero al final preferí escuchar uno que ya hubiera leído antes. Sentí curiosidad por saber cómo sería escuchar de alguien narrar un libro tan increíble como lo era El nombre del viento de Patrick Rothfuss. Supuse que me cautivaría tanto como su lectura. Volví a sentarme y le di a reproducir a los primeros capítulos mientras me metía de lleno en uno de mis solitarios hobbies.

Pasé cerca de tres horas escuchando una narración prodigiosa y avanzando poco a poco en la creación de una escena muy hermosa. El puzle comenzaba a cobrar forma. Durante esas horas recibí otra llamada de mi madre en la que me reprochaba que no la hubiera llamado como le aseguré que haría. Cuando se calmó me contó lo que tenía planeado para ese día y que me llamaría por la noche. Hice un alto en mi diversión para cargar el móvil y reponer energías con alguna comida improvisada. Tras devorar un plato de patatas fritas con huevos y salchichas me lavé la boca y volví a mi puzle.

Cuando cogí el móvil para poner nuevamente el audiolibro, observé que me había llegado un nuevo mensaje de Maite. Sonreí mientras abría curioso el archivo que había compartido. No pude evitar lamerme los labios cuando la vi. Estaba tumbada sobre la que supuse sería su cama. Esta vez no estaba desnuda. Tenía sus piernas horcajadas y bien abiertas. Llevaba unos culottes color naranja claro y un short muy sexy de color violeta oscuro.  Pero eso no importaba. Lo que si merecía la pena contar era como Maite había dejado caer las tiras de su short a los lados, mostrando sus hombros desnudos. Y eso solo era un aperitivo. Lo mejor fue ver como separaba hacia un lado su ropa interior con una mano, mientras dos dedos de la otra se abrían paso entre sus labios vaginales.

Aquella imagen me la había puesto bien dura. Me mordí el labio de lujuria. Tenía la tentación en los dedos de las manos, pidiéndome que la llamara y quedar. Solté el móvil y fue directo al baño. Abrí el grifo y me empapé la cara con agua fría. Necesitaba recuperar la cordura. Y vaya si la recuperé. Cuando cerré el grifo me di cuenta de algo que la excitación había nublado a mi juicio. Maite no había enviado la foto al número que le había dado, sino al nuevo. Subí a mi habitación y encendí el otro móvil. No había foto nueva. La muy estúpida se había equivocado. Lo apagué con rabia. Tendría que castigarla por cometer aquel error. Y ya sabía cómo hacerlo. Lo único que me molestaba era tener que esperar al día siguiente para darle su merecido. Volví al salón y me mandé la foto al móvil viejo antes de borrarla definitivamente.

Seguí con el puzle mientras la melódica historia del nombre del viento se habría paso en mi cabeza.

Pasaban las cuatro y media cuando acabe de completar el puzle. Años atrás habría tardado al menos cuatro días en completarlo, pero cuantos más hacía más fácil me resultaba encontrar estrategias para acortar el tiempo que requería hacerlos.

Apagué el audiolibro después de maravillarme con una de las escenas más increíbles de todo el libro de Rothfuss y subí a mi cuarto a cambiarme de ropa. Pronto tendría que salir para encontrarme con Gabriela.

Opté por ponerme unos vaqueros de tonos celestes. Unas zapatillas grises, una sudadera negra con dos largas y rojas franjas horizontales en medio. Aunque hacía frío, el cielo estaba despejado y el sol se ocuparía de calentar el aire, aunque fuese solo un poco.

Me eché unas gotas de colonia y bajé al salón. Cogí el móvil y esperé a que fueran las cinco. Estaba muerto de cansancio. Lo notaba. Sabía que si pillaba un autobús para llegar hasta donde estaba Gabriela. Lo más probable es que me quedara dormido con el movimiento del vehículo. No podía permitir que eso pasara. Sería una herida en mi orgullo mostrar debilidad delante de desconocidos.

Me puse en pie y pasé los siguientes diez minutos realizando sentadillas. Cuando me detuve noté como una ola de calor me invadía. Mi corazón latía con fuerza y la sangre recorría mi cuerpo con fuerza. Con suerte aquella sensación de vitalidad duraría hasta el encuentro con la mujer de la que estaba enamorado.

Cuando eran las cinco en punto me levanté y me acerqué a la puerta. Me detuve y cerré los ojos. Me aseguré que llevaba todo lo necesario. Cartera, llaves, móvil. Visualicé como actuaría cuando me encontrase con ella en el parque. Lo que diría, cómo reaccionaría ella.

Las cosas nunca salen como te las imaginas. Eso es verdad. Pero si te imaginas algo más de una docena de veces, cada una de ellas diferentes, entre todas esas opciones seguro que hay una que se termia volviendo real.

Abrí los ojos y miré el reloj. Eran las cinco y diez. Salí de casa solo y no pensaba volver a ella sin la compañía de mi reina.

Continuará...

Ya he informado en mi cuenta de ig que espero daros noticias de la publicación de la serie a principios de mayo.

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Gracias por seguir la serie.

Un saludo.