Relato lírico fetichista
Historia de un vínculo fetichista en la que un hombre zumbado y torero conoce a una chica en un bar en enero. Poema ligero y un poco intimista.
HISTORIA POÉTICA
Paseaba yo harto por Alicante
cuando distraído la vi: allí estaba
con porte recio y marcial andaba
no podía resistirme a ella, arrogante.
Al bar entró mientras atrás miraba
yo la seguí en busca de la aventura.
Un café y se sentó en una mesa oscura
mi alma pura condenada ya estaba.
Clavó su amor hasta la empuñadura.
A su lado me senté a la carrera
la miré fijo y cayó la barrera
con su amor iría a la sepultura.
-Perdón si agobio: ¿tomas leche entera?
Su prístina mirada era inteligente
-Claro contestó- siempre muy caliente
me fulminó con ojos de pantera.
-Me gusta salido de la caldera.
Comenzamos a labrar un destino.
Le dije un nombre supuesto: Balbino
No se lo creyó, claro ¡Qué lista era!
Nos vimos allí otros días, de camino
con un café reíamos como hienas
como siempre hablando de nuestras penas
nada como tomar un capuchino.
Al fin la hice bajar de sus almenas
me dijo su bello nombre: Beatriz.
Tenía ademanes y nombre de actriz
aunque peinaba canas en melenas.
Yo la trataba como a la emperatriz
y ella ya no pensaba que yo era el demonio,
que le recordaba a su padre, Antonio
aunque yo sospeché que era algo meretriz.
Un día comprobé su patrimonio
en su casa vi sus habitaciones
de amor y de vida me dio unas lecciones
me asusté: pensaba en el matrimonio.
Se echó en el sofá y me mostró sus dones
unos suaves pies de plantas rosas, puras
con unas uñas delicadas y oscuras
mi cuerpo ebrio, lleno de sensaciones.
Los imaginaba en risas futuras.
Me miró y me mandó una sonrisa fatal:
me había descubierto y me sentí mal
lanzó calculadas desenvolturas.
Sus pies movía de forma teatral
tuve más que acariciarlos ufano
temblaban cuando pasaba mi mano
el tiempo se detuvo a carta cabal.
Ya me los llevé a la boca, lozano.
Dejó escapar un ligero gruñido,
y me encontraba a sus plantas rendido.
Intentó de retirarlos en vano.
Así pasamos un rato divertido,
complacida encendió un cigarrillo.
Lamía pies, dedos y hasta el tobillo.
Mi mugriento cerebro estaba como ido.
Una vez que había tomado el castillo
pasamos a la acción desatada
sobre la cama desnuda y follada;
yo a su lado, triunfante cual caudillo.
Nos reunimos más tardes azuladas
y siempre jugando a pies por delante
éramos unos fetichistas amantes
hasta que ella, ahíta, quedó desgastada.
Aquí finaliza esta historia áspera
invernal, fetichista, tierna y ruda
en que una mujer mediana y cojonuda
convertíase en una grande ramera.