Relato iniciático
De cómo me incié al sexo con hombres en grupo.
Os voy a contar cómo me inicié en el sexo con hombres. Yo tenía veintiun años, y todavía no había salido del armario. Lo cierto es que dado el ambiente social en el que me movía nada me había decidido, ni había encontrado ventaja alguna en hacerlo hasta ese momento.
Soy menudo de constitución, y ello me marcó la adolescencia. Comparaba mi metro cincuentaitres centímetros con la estatura y corpulencia de mis compañeros de clase y me avergonzaba de mi propia fragilidad. No se cuando lo interioricé, pero descarté que mi cuerpo fuera digno del deseo del sexo opuesto. Por contra, en mis fantasías imaginaba que debido a mi pequeño tamaño yo estaba obligado a obedecer en lo que quisieran a hombres vigorosos que se me imponían por la fuerza. El placer sexual que obtenía con estas fantasías me fascinaba y me estimulaba a repetir.
Pasado el tiempo, la casualidad quiso que acabara trabajando como dependiente en un negocio de productos de nutrición para deportistas regentado por un pariente de mi madre que necesitaba un ayudante.
Mi jefe era el típico "retaco cachas". No era mucho más alto que yo (en mi familia no destacamos precisamente por la estatura), pero estaba lo que se dice cuadrado. Se pasaba el día hablando con los amigos que acudían a la tienda, de dietas, suplementos de proteínas y vitaminas y "rutinas" variadas de ejercicios de pesas. En realidad era un "palizas" insufrible al que encantaba dar lecciones sobre cualquier cosa a todo aquel que se le ponía a tiro. Cuando algún cliente de la tienda le consultaba alguna duda, podía pasarse más de veinte minutos aleccionando al incauto preguntón sobre lo que debía y no debía desayunar o merendar para estar en forma, e incluso si debía o no follar antes de los ejercicios. El cliente salía medio mareado, aunque eso sí, llevando debajo del brazo el bote de proteínas o de porquerías que le había encasquetado.
En un negocio de este tipo no hay precisamente aglomeraciones para entrar. Más bien al contrario. A mi tío le ponía nervioso verme tanto tiempo seguido mano sobre mano y en silencio. Rápidamente me buscaba una tarea absurda, aunque no tuviera que ver con el trabajo: "Angelito, acércate a llevar esto a fulano ". "Angelito limpia los baños, y después me haces esto y lo otro".
A menudo se montaba una tertulia por las tardes con tres o cuatro compañeros de gimnasio que acudían a matar el tiempo después del ejercicio. La mayoría eran securatas, vigilantes nocturnos u ociosos con mucho tiempo libre.
Yo recibía estas visitas con placer por un doble motivo. En primer lugar, porque mi jefe se distraía hablando sin parar y desaparecía así la tensión que a menudo provocaban los largos y tediosos silencios entre mi tío y yo. Casi nunca participaba en la conversación (él prefería mantenerme al margen), pero me entretenía escuchando. El otro motivo resulta evidente: Como buen mirón, nada podía excitarme más que la cercanía a grandes y macizos cuerpos de gimnasio oliendo a recién duchados con el pelo todavía mojado y la mochila al hombro. Tanto a visitantes fijos como a ocasionales los tenía perfectamente fichados de arriba abajo, y cada día buscaba en ellos algún nuevo matiz en su físico que excitara el morbo de mis fantasías. En sus charlas, solían contar bravatas de todo tipo. Sin duda los más macarras eran mis preferidos. Un "musculitos" resulta mil veces más morboso cuanto más fanfarrón es y más chulería se gasta. Cada cierto tiempo mi imaginación variaba de "favorito" aunque desde hacía tiempo, estaba obsesionado con uno de ellos, un imponente vigilante de una discoteca de moda del centro de la ciudad. Antes había sido vigilante de seguridad de unos grandes almacenes, pero lo echaron por romperle el brazo y varios dientes a un chico tras una discusión. Además de portero de discoteca, ocasionalmente se prestaba como "boy" en fiestas particulares de despedidas de soltera, fiestas de las que surgían multitud de pequeñas historias de corte sexual que luego contaba en la tertulia ante el regocijo de los presentes. El trabajo de boy le iba al pelo pues era un narcisista vocacional. Moreno, y de rostro duro, le encantaba mostrar su abultada y espectacular musculatura perfectamente definida debido a las horas interminables que dedicaba al cultivo de la misma en el gimnasio.
Las miradas terminan siempre traicionando, y acabé notando cómo cada vez que presumía con sus compañeros del contorno de sus triceps o de sus abdominales, su mirada curiosa buscaba a través de la mía, mi reacción turbada y confusa. Estaba claro que le encantaba el efecto que causaban en mí sus demostraciones.
Una tarde, enseñándome sus bíceps delante de todos, me dijo con su acento de macarra:
- Mira chaval, acércate. Puro acero toca, toca si quieres.
Así lo hice. Mis gestos de admiración le incitaron a hacerme mayores demostraciones de su poderío, elevándome en volandas como una pluma, pegado a su costado con un solo brazo por toda la tienda. La facilidad con que lo hizo, el contacto con su cuerpo duro y caliente, su olor masculino, su manaza aprisionándome el hombro y las risotadas de todos los presentes me habían hecho sentir como un juguete en sus manos, excitándome sobremanera. Después de soltarme y dirigiéndose a los demás dijo:
- Este angelito, es que no tiene ni media ostia. Ya verás , cógelo, cógelo, que te lo voy a pasar.
Dicho y hecho. Me elevó nuevamente con sus manazas agarrándome por las axilas con toda facilidad, y me ofreció en el aire, estirando los brazos, a su compañero. Este era un vigilante de seguridad pelado al cero, un tipo grande y fuerte que sólo aparecía por la tienda cuando su turno se lo permitía. Me cogió por el aire con sus manos y me volteó arriba y abajo, hasta que me pasó al siguiente. Las risas y comentarios burlones que se dirigían unos a otros acerca de la facilidad con la que todos me levantaban del suelo no se dirigían contra mí. De hecho casi me ignoraban. Eran pura jactancia de su enorme poderío físico. La vanidad del grupo necesita de gente inferior como yo para exhibir su aplastante superioridad. Tratado como un muñeco, me dejaba hacer, absolutamente seducido y excitado con la situación. No era el único excitado. Mi favorito, el portero, estaba claramente empalmado. Al menos su bulto bajo el pantalón del chándal no dejaba lugar a dudas.
- Te digo yo que el chavalín este es que ni queriendo A ver, dame puñetazos aquí con todas tus fuerzas.
En un teatral gesto de exhibición, se quitó la camiseta, dejando ver su escultura espectacular. Sus abultados pectorales quedaban a la altura de mi vista, y parecían a punto de estallar. Era realmente ancho de espaldas. Sus brazos y hombros tenían un contorno descomunal, plagados de bultos musculosos y de venillas que sobresalían aquí y allá. Desde su más de metro noventa, bajó hacia mí su mirada indagadora, y al notar mi turbación ante la exhibición de su espléndido torso, noté cómo su bulto bajo el pantalón del chándal, se movía imperceptiblemente. Más arriba, los abdominales se le marcaban uno a uno, tersos y relucientes. Tal como me propuso, hacia allí dirigí mis puños una y otra vez con todas mis fuerzas sin resultado. Mi portero no hizo gesto alguno que indicara que mis impactos le produjeran efecto. Por el contrario se echó a reir a carcajadas con los brazos en jarras, mirando a los demás que a su vez me jaleaban a mí muertos de la risa:
- Venga dale duro Angelito, machácale, que tú puedes.
Entonces él aún riéndose volvió a cogerme en vilo, esta vez por detrás, rodeando con su brazo de hierro mi cintura. Así me llevó en volandas hasta el mostrador de la tienda, donde me empotró boca abajo contra el tablero, dejando mis piernas colgando. Su cuerpo se pegó entonces contra mí, mientras con una mano presionaba mi espalda contra el tablero. Yo notaba su gran polla dura contra mi trasero, aprisionado entre el mostrador y su cuerpo. De repente me dio una fortísima cachetada en una nalga que gracias a Dios el pantalón que yo llevaba amortiguó, y comenzó a embestirme mientras decía entre bromas:
Así es como me gusta a mí follarme a mi novia, cuando ella se deja claro, ja, ja, ja.
Anda, deja ya al chico en paz- dijo riendo otro de los presentes.
Este era un opositor eterno- al cuerpo de bomberos, de voz profunda, que yo tenía fichado por tener unas piernas especialmente gruesas y musculosas y un trasero espectacular. Cuando en verano aparecía con pantalones cortos de deporte, sus impresionantes gemelos y sus muslos poderosos se convertían en el objetivo preferente de mis deseos.
También había "volado" antes entre sus brazos como un monigote y no había notado nada, pero ahora tras la escenita del mostrador, reparé excitado en lo abultado de su entrepierna.
- ¿Qué?, ¿nos follamos al Angelito entre los cuatro? dijo de repente el portero, de guasa- Ja, ja, ja yo para mí que lo está deseando.
Al notar cierto asombro en mi cara y en la de algunos de los presentes, dijo mientras me cogía por detrás:
- Sssh... que es una broma chiquitín.
Era una broma, sí, pero él me tenía bien agarrado y no me soltaba. Se sentó a horcajadas en un taburete alto arrastrándome de espaldas a él, entre sus piernas.
Yo podía haberme resistido. De hecho, la parte sensata de mi mente me lo estaba exigiendo a gritos. Probablemente así hubiera acabado el episodio como una simple burla subida de tono.
Pero yo temblaba de excitación sólo de pensar en las embestidas salvajes del semidiós con el torso desnudo que me rodeaba por detrás. De hecho tenía mi polla a punto de estallar. Así, de pie, con mi espalda en contacto con su enorme cuerpo, me sentía más pequeño y frágil que nunca, prisionero entre sus piernas fuertes y musculadas.
Venció al fin mi parte instintiva y lejos de resistirme, me entregué. Poniendo el culo en pompa, lo pegué a su entrepierna, restregándome con movimientos sensuales contra su polla, mientras apoyaba mis manos en sus rodillas. Su verga respondió al instante como un resorte poniéndose dura, bajo su pantalón de chandal.
-¡Ehhh! Fijaos si será maricona.... -dijo asombrado con voz burlona.
Poniendo sus manos sobre mis nalgas y acompasando los vaivenes de mi trasero con los de su propio cuerpo, se inclinó hacia mí y me susurró al oído mientras guiñaba un ojo a los demás:
- Seguro que esta ratita nos haría todo lo que le pidiéramos, encantado de la vida.
Yo me encontraba muy alterado después de hacer lo que hice. Miraba de reojo a mi jefe y pensaba que de un momento a otro iba a cortar la escena, ¿Qué iba a pensar él de mi actitud humillante, entregado a la burla de sus amigos, y ahora claramente empalmado, cuando yo nunca le había hablado de mis preferencias sexuales? Para mi asombro, me di cuenta sin embargo de que estaba hipnotizado con la escena y parecía estar divirtiéndose de lo lindo.
El vigilante de seguridad por el contrario, se había puesto serio.
- Bueno yo me voy. No me hace gracia esto.- Dijo de pronto visiblemente molesto-¿Vienes?- le dijo al bombero.
Este dudaba. Normal el bulto de su entrepierna indicaba claramente que le estaba excitando el juego.
Te advierto le dijo el portero, haciendo caso omiso al vigilante - que a mí una vez me chupó la polla un tío, y fue la mejor mamada de mi vida, con diferencia sobre la de cualquier tía.
Vete dijo el bombero al vigilante con su tono brusco acostumbrado- Me quedaré un rato más.
Por favor, echa el cierre hasta abajo cuando salgas le dijo mi tío al vigilante.
¡Dios!, mi tío va cerrar la tienda antes de la hora -pensé para mis adentros- ¿cómo acabará esto?¿Cómo es posible que mi tío admita esta insólita situación?.
Quizá mi tío sabía desde hacía mucho tiempo lo que me gustaban los cuerpos masculinos macizos. A veces, pensamos que lo que no se llega a explicitar verbalmente por la boca permanece oculto e ignorado por los demás, y no es así. Aunque mi tío nunca me dijera nada, yo tenía que haber adivinado que él captaba mis miradas y sabía de mis deseos. Cuán estéril resulta tantas veces el disimulo. El hacer como si nada durante tantos años seguidos manteniendo una ficción absurda...
De estas reflexiones me sacó de repente el ruido ensordecedor del cierre al salir el vigilante. El respingo que pegué fue tan fuerte que me di cuenta de que yo estaba tremendamente alterado.
¿Y cuándo te comió a tí la polla un tío?- le preguntó mi jefe con curiosidad al portero.
Bueno, fue un trabajito pagado que tuve que hacer hace algún tiempo en una fiesta de cumpleaños que daban en casa de un gay.
Y tú qué hacías, ¿salir en bolas de la tarta?- dijo mi tío riéndose.
No, no. Yo me tenía que disfrazar de policía, y llamar a la puerta en medio de la fiesta debido a la denuncia de un vecino. Después de hacer algo de teatro, le dije al gay que sólo dejaría pasar la denuncia si me hacía una mamada. Le cogí luego en brazos diciendo que estaba detenido y le pregunté por su dormitorio. Allí se puso de rodillas y me hizo la mejor mamada que recuerdo. Te aseguro que ese tío era un experto. Acabé corriéndome en su cara como nunca lo había hecho antes. Ja, ja, ja todos rieron con la nueva historia del portero.
Me temo que Angelito de experto creo que tiene poco dijo mi jefe-
Bueno, pero le sobran ganas de chupar pollas como las nuestras ¿a qué sí?
Afirmé con la cabeza. En ese momento él había cogido mi cara y me la estaba restregando por su pecho. Podía notar la calidez de su enorme cuerpo y las luces y sombras que hacían resaltar fugazmente aquí y allá sus músculos. Mientras, con mis manos temblorosas, yo exploraba a ciegas su espalda y la dureza de sus nalgas bajo el chandal.
Toca, toca sin miedo y disfruta.
Venga tú dijo de repente el bombero, harto de tocarse en la entrepierna- A ver cómo me la chupas. Acércate y ponte de rodillas. Pero ojo, que si no lo haces bien, te meto una hostia que te pongo mirando paCuenca.
La forma de decirlo, y el tono autoritario y grave de su voz hacían de su petición casi una orden. De pie, contra la pared, se quitó la parte de debajo del chándal, dejando sus piernas ciclópeas al aire y un calzoncillo bajo el que se adivinaba su polla morcillona. Yo me puse de rodillas. A la altura de mi cara aspiré el olor corporal que desprendían sus bajos y le saqué con delicadeza su gran miembro, del que se desgajaba ya un hilillo pegajoso de pre-semen. Me pareció tremendamente grueso y caliente. Saqué la lengua y me puse a chupar su glande circuncidado. El sabor no era tan desagradable como yo pensaba.
- Espera dijo apartándome la cara- Quítame las zapatillas primero y ponlas ahí y quítate la ropa tú también tú también.
Me agaché y dócilmente le desabroché los cordones de una de sus zapatillas mientras él se quitaba la camiseta. Por lo menos calzaba un 45, y eso que no era tan alto como el portero. Le descalcé y puse las zapatillas y el resto de su ropa a un lado. También yo me desnudé. Nuevamente me arrodillé y le mire desde abajo. El entonces me agarró de los pelos y me dio un fuerte cachete en la mejilla sonriendo. Su polla se enderezó de repente.
- Ahora sigue mamando me dijo ya totalmente desnudo.
La cogí nuevamente, ya rígida, frotándola arriba y abajo con las dos manos. Cuando me la metí en la boca, sentí que las mandíbulas se me desencajaban. No quería rozarla con los dientes y por eso abría la boca todo lo que podía. Quizás mi excesiva delicadeza me hacía ir demasiado lento o a lo mejor por el contrario algo le hizo daño. El caso es que de repente me la sacó fofa de la boca, volvío a agarrarme muy fuerte por el pelo meneándome la cabeza y me dio varios bofetones fuertes que me dejaron aturdido.
- ¿Qué te dije, gilipollas? Abre la boca otra vez. La próxima te estampo contra la pared. Te lo advierto.
Me agarró nuevamente de los pelos con una mano, mientras con la otra él mismo metió su polla otra vez rígida en mi boca. Comprendí que pegarme e insultarme le excitaba. Después, ya con las dos manos sobre mi cabeza, comenzó a imprimir un ritmo de mete y saca cada vez más frenético, clavándome su miembro hasta el fondo del paladar. Yo apenas podía seguirle, medio ahogado. Mis labios podían percibir rítimicamente la diferencia entre la mayor blandura del glande y su grueso mástil, mucho más duro. Me llamó de todo: Cabrón, maricona enano de mierda. Llegado el momento del éxtasis me dijo:
- Trágatelo todo. No quiero ni una mancha sobre el suelo.
La descarga se me hizo interminable. Con su polla en el fondo de mi garganta y mi cabeza firmemente sujeta contra sus huevos, apenas podía respirar, mientras me tragaba su semen que salía una y otra vez a borbotones. Me atraganté y entre arcadas y tosidos, escupí parte del semen mezclado con saliva.
Se puso furioso. Me dio varios coscorrones contra la pared mientras me insultaba. Con su polla semirrígida a modo de porra me golpeó una y otra vez la cara, manchándomela de restos de semen.
Déjale ya hombre, que le vas a hacer daño dijo mi tío gritando en tono serio.
Claro. Además aún le quedan otras pollas que tragarse dijo en tono de burla el portero-. Ahora voy yo.
Entonces mi portero se plantó enorme y sonriente delante de mí con su inmensa estatura, completamente desnudo. Pude observar varios tatuajes en brazos en piernas y su pene en erección.
No tenía que decirme más. Se sentó nuevamente apoyado en el taburete alto, y yo me agaché para meterme su polla en la boca. Esta era más larga que la del bombero, pero más fina y lisa. Entraba y salí con mucha más alegría de mi boca. El portero era mucho más expresivo y me animaba con frases como " muy bien ratita", "estas haciendo disfrutar a tu chico".
En un momento dado me la sacó de la boca y me pidió que le lamiera la base de la poya, el escroto y los huevos. Esto último lo hice con la boca. Con una mano le masajeaba su mastil duro y con la otra le frotaba el escroto.
De repente me cogió de los pelos y me dijo:
- Me voy a correr en tu cara. Prepárate.
Me sujetó la cabeza por el pelo y se desparramó por toda mi cara a borbotones rítmicos. Parte me cayó en el pelo, en un ojo, en la nariz. Lo que cayó en la boca lo relamí con la lengua y me lo tragué, para su mayor regocijo.
Esta historia, salvo pequeñas licencias literarias, sucedió más o menos así en la realidad.