Relato de Navidad 2
El esclavo comienza a cumplir las órdenes de Su Diosa
Cuando Ella se fue, después de recibir un rendido beso en Sus zapatos, él actuó rápido. Tenía que recoger todo, hacer la cama, dejar el baño en estado de revista, vestirse poniendo especial cuidado en intentar ocultar su cinturón de castidad y salir corriendo hacia su trabajo. Tendría que trabajar el doble de rápido para sacar tiempo y acudir al centro comercial donde esperaba encontrar todo lo necesario. No sabía cuales eran las intenciones de su Diosa, pero las suyas las tenía claras. No decepcionarla, cumplir sus órdenes y acudir a casa para esperarla como cada día. Por suerte su trabajo era mecánico y por objetivos, así que yendo más rápido podía acabar antes.
Pensando solo en complacer a la Diosa que le daba la vida acudió ilusionado al centro comercial, donde adquirió todo lo que creyó conveniente para un árbol de navidad. Bolas, guirnaldas, muñequitos y una estrella para rematarlo.
Cuando llegó a casa le dio tiempo de sobra para comer algo de lo que Su Ama le había dejado preparado para él de sus sobras del desayuno y ponerse, o mejor quitarse, su uniforme casero. Y quedó desnudo, con su miembro encerrado en una jaula de metal y arrodillado ante la puerta de entrada como un perrito expectante.
Cuando oyó los pasos de su Dueña al otro lado de la puerta su corazón comenzó a latir excitado. Por fin había vuelto. Verla entrar llenó su alma, como siempre, y se lanzó a besar Sus pies.
-Venga, venga, que no es para tanto. Toma, recoge mi abrigo
Recogió el abrigo de Su Dueña y acudió rápidamente con el te recién preparado mientras se ofrecía para masajear Sus pies cansados.
-Y bien, perrito, has hecho lo que te encargué
-Sí, Diosa. He cumplido todas mis obligaciones y he comprado todo lo que pidió.
-Sabes que eso lo descontaré de tu asignación semanal ¿verdad?
-Usted es la Dueña de todo lo que una vez poseí, será como desee.
-Bien. Ve a traer lo que has comprado.
Los hermosos ojos oscuros de la Diosa pasearon por el recital de color y brillantina que él había comprado.
-Maravilloso. El árbol quedará precioso para la cena que tendremos mañana
-¿Una cena, Diosa?
-Sí – contestó Ella obviando que él había hecho una pregunta sin permiso, aunque apuntándolo mentalmente para su posterior castigo- Tendré una cena mañana con unas invitadas. Vendrán mis dos perritas para servirla, pero la prepararás tú. Y tú, esclavo mío, tendrás un participación estelar. Ya lo verás.
-Como desee, Diosa – contestó pensando en qué sería lo que le tenía reservado