Relato de Navidad 1
Un esclavo se dispone a celebrar las navidades más especiales con su Dueña
Como cada mañana el esclavo permanecía arrodillado al lado de la silla donde la Diosa desayunaba y leía el periódico. De vez en cuando Ella posaba Su grácil mano sobre la cabeza de su siervo y tamborileaba los dedos sobre ella. Para el esclavo Su contacto, cualquier contacto, era la gracia divina. Desde que se entregó a Ella hacía más de dos años su vida solo tenía un sentido, complacerla y hacer de la vida de Ella la mejor de las vidas. Para él quedaba el sacrificio, el servicio, la adoración, la entrega.
Después de morder una tostada y sorber un poco del caliente te negro que él le había preparado la voz de la Diosa tomó forma mientras él con la cabeza baja recordaba sin mirar la boca de la que salía la voz, la boca carnosa de una hermosa joven con los ojos negros como el carbón y que le había hechizado para siempre.
-Sabes, esclavito, es mi voluntad que este año las Navidades sean especiales para ti y para Mi. ¿Qué te parece?
Como siempre que le hacía una pregunta directa el esclavo contestaba sin vacilación.
-Gracias, Diosa, por la pregunta. Me parece una gran idea, son unos días especiales, como cada día a Sus pies y lo que Usted considere será magnífico
-No seas pelota, bobo. Y contesta de verdad. Todavía no sabes lo que tengo en mente y especiales no quiere decir a lo mejor ni felices, ni blancas, ni confortables.
-Lo se, Diosa, pero he contestado sinceramente...
El esclavo se vio interrumpido porque dejando Ella el te en la mesa le pegó una sonora bofetada.
-No te atrevas a replicarme. No has contestado sinceramente y los dos lo sabemos. Ya se que mis decisiones son siempre magníficas, pero no es eso lo que estás pensando ahora. Contesta.
-Perdón, Diosa -dijo él sumiso y avergonzado – y tiene razón, pensaba en que el nacimiento de un “niño dios” para mi no tiene ningún sentido porque en mi vida solo hay una Diosa, pero que si Usted quiere celebrar la Navidad, se hará como Usted desee.
-Eso está mejor. Y sí, solo Yo soy tu Diosa, y solo a mi debes adorar, pero a mi me apetece tener unas navidades diferentes, y las vamos a tener. Mírame.
El esclavo extasiado miró a los ojos de su Diosa, los ojos que le habían encadenado a una vida a Su servicio, los que le hacían temblar de emoción.
-Hoy cuando me vaya a trabajar acabarás rápido las tareas de la casa y acudirás al centro comercial a comprar todo lo necesario para un árbol de navidad. El árbol, lo pongo yo. ¿Queda claro?
-Sí, Diosa. Así se hará.
-Venga, recoge la mesa y acude rápido al baño que necesitaré tu asistencia