Relato de mi apartamento (6)

Se fue. Desapareció. Yo moría de dolor. Me pasé noches y noches buscándola por la ciudad. De día no salía de casa, solo me quedaban fuerzas para esperar al lado del teléfono. Entonces lo vi, debía seguir con mi vida o perdería el trabajo.

Se fue.

Desapareció.

Yo moría de dolor.

Me pasé noches y noches buscándola por la ciudad. De día no salía de casa, solo me quedaban fuerzas para esperar al lado del teléfono. Entonces lo vi, debía seguir con mi vida o perdería el trabajo.

Hasta que un día:

-¿Has visto?-me dijo mi buen compañero de trabajo gay pasándome el periódico.

Aparecía la noticia de la desaparición de dos varones. Sus caras me eran conocidas, haciendo un supremo esfuerzo recordé que eran los hombres que acompañaban a Vamelia y su amiga rubia.

Dos días de insomnio, el tercero conseguí dormir, a costa de tener terribles pesadillas. Los días pasaron y me acostumbré a las pesadillas, siendo cada vez más claras.; dos cuerpos de mujer unidos en placer carnal, rojo, rocas, oscuridad. Poco más. Una tarde tuve una idea descabellada. Llamé a mis dos amigos del trabajo, creyeron que estaba enfermo, pero me ayudaron.

Me vendaron los ojos con una gasa negra. Comencé a andar desde mi portal, primero con miedo, luego con seguridad al notarme protegido por ambos lados gracias a mis amigos, que me agarraban al menor tropiezo.

Empezaba a cansarles mi experimento, les pedí más tiempo, consciente de que algo me guiaba y no quería desperdiciar la oportunidad. Llegamos a las afueras de la ciudad pasada la media noche. Me quité la venda: Una discoteca gigantesca abandonada.

Aporreé la puerta, nada.

-Detrás-

Las vallas, que protegían un pequeño huerto de naranjas y su correspondiente masía, eran enormes.

Intenté atravesar la valla de diversas maneras, pero mis compañeros me lo impidieron agarrándome.

-¡Vamelia! ¡Vamelia!-

Grité y grité. Noté que ella estaba dentro y me oía. Me alejaron de allí a rastras. Llegué a mi casa aun gritando. No dormí y pasé todo el día con fiebre en la cama. En mis delirios imaginaba que escapaba y volvía. Desperté de mis pesadillas con esta palabra en mi mente: secta.

La retenía una secta, no cabía dudas.

Eran las 7 de la noche, me giré en la cama y la vi.

Recostada sobre el marco de la puerta; más pálida que nunca, sus cabellos deslucidos y sus labios rosados y rotos.

-¿Cómo has entrado?-

Me lancé sobre ella. La abracé y noté como se desmayaba. Asustado la recosté en mi cama. La desnude y vi que no estaba herida, solo tenía unas marcas de sangre reseca en el interior de sus muslos.

Estaba mucho más delgada. La acaricié y besé sus labios.

-Tengo hambre-dijo al despertar.

Solo pude darle un paquete de papas y un vaso de zumo de manzana.

Después de comer la bañé y desenredé su largo cabello. Su piel suave tenía un tacto extraño.

Se pasaba el día dormitando, y cuando despertaba tenía la mirada perdida.

Pasamos una semana así yo cuidándola, sin hablar, sin salir de casa y sabiendo que en el trabajo iba a tener problemas.

A la siguiente semana fui a trabajar, pero la dejé atada a la cama, ella no protestó, solo me pidió que cerrara las cortinas, lo consentí pensando que no deseaba que quien la había raptado la encontrara y yo sabía que ella podía desatarse perfectamente igual que había entrado en mi casa.

La tercera semana fue igual que la segunda, ella estaba cada vez más recuperada físicamente.

La cuarta semana las cosas cambiaron, yo estaba cocinando con la radio puesta, ella estaba sentada a mi lado mirando el infinito. Empezó a sonar una canción antigua, no recuerdo cual, y de pronto se levantó de un brinco y corrió hacia la radio tirándola al suelo y haciendo que estallara en mil pedazos. La miré paralizado, ella respiraba agitadamente, poco a poco se giró hacia mi con su melena cubriéndole media cara. Su rostro de pánico vario al instante de verme y se convirtió en malicia:

-No me gustaba la canción- y comenzó a recoger los pedazos, me acerqué a ayudarla.

Tiramos los restos a la basura.

-¿Qué hay de comer?- preguntó, ya no tenía la mirada perdida.

-¿Has vuelto?-

-Nunca me había ido-dijo sonriendo- solo estaba pensando-.

-Me alegro de que hayas vuelto-.

Me ayudó a cocinar y estuvimos hablando, de cosas banales. Fue como si un par de amigos se reencontraran. Por la tarde alquilamos una película.

Lo pasamos muy bien, ella no paraba de reír y comentar cosas, mirarla me hechizaba.

Al irnos a dormir me preguntó:

-¿No irás a atarme otra vez, no?-

-¿Vas a volver a irte?-

-No lo se-

Durmió atada.

Los dos siguientes días seguimos viviendo como si fuéramos hermanos, o como si estuviéramos casados: hubo de todo menos sexo.

La tarde del día siguiente llegué a casa temprano y al entrar en el baño la encontré desnuda, duchándose. Nos quedamos los dos parados. Salí del baño pidiendo perdón.

Vamelia estaba más hermosa que nunca, su cuerpo estaba totalmente recuperado, sus pechos y su trasero había crecido, y resultaban muy tentadores, pero bajo mis camisas y vaqueros eso no se apreciaba, ya que no tenia ropa usaba la mía. Y se negaba a ir a su casa. Cuando salió del baño me la llevé de compras. Un par de pantalones y tres camisetas. La ropa interior no me dejó verla. Se que resulta estúpido, nos habíamos visto desnudos varias veces , hasta mantenido relaciones sexuales. También le compré unas zapatillas. Cuando ya nos íbamos vio un vestido negro, un vestido de cocktail con un escote profundo por la espalda. Me dijo que esperara fuera. Le hice caso a regañadientes. Salió con dos bolsas:

-¿Quieres salir conmigo esta noche?-

-¿Salir? ¿A dónde?-Le dije sin entender nada.

-Te estoy proponiendo una cita, tu me invitas a cenar y yo llevo un vestido que te hará babear. Suelen hacerlo mucho las parejas-dijo como solo sabe hacerlo ella, picaronamente, y haciéndome enrojecer.

Salimos ha cenar esa noche, la llevé a un restaurante italiano.

Era la mujer más hermosa del lugar, con el vestido rojo, que puesto se volvía espectacular y unos zapatos que la hacían altísima. Su melena estaba recogida en un moño con greñas cayéndole graciosamente por la cara. Durante la cena nos cogimos de la mano y ella rozó mis piernas con su pie. Al salir íbamos cogidos de la mano hablando tranquilamente, pero había una pequeña tensión en el ambiente. Yo no podía mirarla a la cara, pero ella me obligó cuando hablábamos dentro de un bar. Comenzamos a besarnos desenfrenadamente, salimos sin desenredar nuestras lenguas y llegamos a mi casa sin parar de acariciar nuestros cuerpos por encima de la ropa. Iba a desnudarla, pero ella me separó. Puso música de blues y comenzó a moverse sensualmente dejando caer el vestido en el suelo. La cara de niña mala que ponía y el conjunto de tanga, sujetador y liguero semitransparente que llevaba hizo que se me erizara todo el vello del cuerpo. Se acercó y me empujó. Caí sobre el sofá y ella encima mio, acariciándome. La besé por el cuello y todos los lugares a los que podía alcanzar. Me fue desnudando poco a poco, la camiseta blanca que llevaba y los pantalones negros, sus labios sobre mi piel me hacían temblar. Me quedé en calzoncillos y seguimos acariciándonos, yo por debajo de su ropa interior. Noté su gran excitación, y la mordí en los labios haciéndola sangrar, me miró con furia y comenzó a morderme el cuello mientras me sacaba la verga del calzoncillo y la acariciaba. Perdí el poco control que me quedaba y comencé a correrme. Dejó de morderme y se tumbó sobre mi manchándose la tripa. Le acariciaba el cabello mientras notaba que mi miembro volvía a sentirse excitado. Le desabroché y quité el sujetador, sus pezones se me clavaban deliciosamente en el pecho, ella me sonreía con ojos entrecerrados de placer mientras la acariciaba. Le quité el tanga y comencé a hacer espacio entre sus piernas. Mis dedos trabajaban suavemente y ella empezó a gemir. La hice incorporarse sobre mi pero al ver mis intenciones de que se montara sobre mi se resistió y se levantó:

-¿Qué sucede?- pregunté.

-Nada- se arrodilló y comenzó a lamer mi miembro.

No tenía quejas de cómo lo hacía, pero tenía muchísimas ganas de penetrarla e intente levantarla, pero se negó y siguió hasta que me corrí otra vez. Me encantó verla lamiendo mi amor líquido por ella. Se levantó y se tumbó a mi lado en el sofá, la abracé y besé. Empecé a acariciar su clítoris insistentemente para hacer que se corriera, cuando estaba a punto paraba y veía su cara de desesperación, acto seguido me besaba más violentamente, no dejé que se tocara el clítoris para acabar por si misma. Yo volvía a estar como una piedra. Comencé a rozarla contra su clítoris, fui a abrirle las piernas pero ella se levantó de golpe:

-Estoy muy cansada, ¿vamos a dormir?- veía como su cuerpo temblaba de excitación, intentando controlarse para no comenzar a masturbarse. Me lancé sobre ella y acariciándonos llegamos hasta la cama. La tumbé y bajé por su cuerpo hasta llegar entre sus piernas, comencé a besarla y llenarla de placer mientras gemía y pedía más. Acerqué mi miembro cuando vi que estaba extremadamente lubrificada. Pero al notar el contacto sus manos se lanzaron contra mi pecho incorporándose y diciéndome: