Relato de mi apartamento (3)

-¿Cómo sabes mi nombre?- se giró y me miró con los ojos entrecerrados como hacen los gatos. Estaba bellísima con una mezcla de indignación y miedo.

Las dos siguientes semanas traté de escuchar atentamente cualquier ruido proveniente del piso situado encima del mío, pero fue en vano, ya que alertada como estaba de la delgadez de las paredes, no escuché ningún ruido sospechoso. Ni si quiera la oía abrir la puerta y cerrarla, por lo tanto no sabía cuando entraba ni salía, y no volví a coincidir con ella en el ascensor. Esto me desesperaba, haciendo que apenas saliera de casa con la esperanza de oírla salir, y coger el ascensor cuando ella, para así volver a verla.

Mis compañeros de trabajo conseguían sacarme de casa a la fuerza, sin entender que me pasaba. Yo era muy reservado y no les comenté nada de mi pelirroja.

Una noche consiguieron sacarme de fiesta el gay, con su pareja, y el barbudo tímido. Esa noche pude ver como la cerveza desataba la lengua del barbudo y conseguía encandilar a cualquiera de las tías con las que hablaba. Decidieron ponerse a jugar a los dardos con sus acompañantes, yo me quedé al margen observando el agradable bar. Era un sitio pequeño con poca luz, justo como me gusta a mí.

A la derecha de la puerta estaba la barra, donde yo me había sentado con mi tónica, al fondo estaban mis amigos jugando a los dardos. La pequeña pista de baile estaba situada a la izquierda, un par de chicas de 16 años bailaban alocadamente, sonaba música de los 70 -80, me encanta esa música. Las chicas iban bastante tomadas. Unos cuantos universitarios, con cervezas en las manos y en el cuerpo, se habían situado a su lado de forma poco disimulada.

Las observaban con curiosidad, sobretodo por los grandes trozos de piel que la ropa al ser verano dejaba al descubierto, y las chicas realmente tenían mucho atributos que mostrar. Por otro lado, en la barra tenía cerca de mi cuatro babosos que miraban a las crías, hombres de 40 tacos que nada más saldrían de allí irían a intentar conseguir una jovencita borracha y así utilizarla gratis. "Espero no convertirme en uno de ellos" pensé. Entonces entró ella, la pelirroja, iba con una chica, se sentaron a la otra parte de la barra y pidieron bebida. Se las veía tomadas, pero ellas siguieron pidiendo. Uno de los babosos se acercó a ellas y entablo conversación con la amiga, una chica rubia con el pelo corto y minifalda, bastante más bajita que mi pelirroja. Ella se levantó y se puso a bailar sola en medio del bar, dejando a su amiga rubia con el hombre moreno.

Movía sus caderas enfundadas en unos ceñidos vaqueros de forma muy sensual, y alzaba sus brazos desnudos deslizándolos por detrás de su nuca y siguiendo el ritmo de su cuerpo, la camiseta de tirantes negra que llevaba dejaba al descubierto una cintura preciosa con un ombligo agujereado que llevaba colgando un piercing de perlita con una tira plateada colgando de la perla. Su cabello seguía suelto y brillante acompañando sus movimientos.

Al rato dejo de ser sensual para ser patético; había bebido demasiado, y los babosos lo advirtieron. Alguno se atrevió a acercarse a ella, intentando bailar con ella o más bien sobarla. Busqué a su amiga con la mirada y ví que se iba con el hombre moreno con rasgos muy marcados y angulosos. Volví a mirar a mi antigua compañera de colegio y odie a los hombres que estaban abusando del roce de su piel. Sin saber como, vencí mi timidez; me acerqué a ella y la separé de esos hombres, ella frunció el ceño al verme pero decidió seguir bailando conmigo. Los babosos debieron creer que era su novio y se alejaron molestos conmigo por haber frustrado su cacería, pero dispuestos a fijar un nuevo objetivo.

Me quedé mirándola, ¿Cómo podía ser tan estúpida? ¿Emborracharse para qué? ¿Para acabar en brazos de unos babosos? Y menos mal que los universitarios no se habían fijado en ella gracias a las chicas de 16 años, porque sino el rescate hubiese sido más difícil. La seguí mirando, apenas se mantenía en equilibrio. Cogí su mano e hice que me mirase a la cara.

-Hola-

Ella intentó sonreír y siguió retorciéndose.

Moví la cabeza indignado, ¿como alguien tan hermoso podía caer tan bajo, herirse tanto a si misma?

Perdió el equilibrio y la cogí.

-¿Estás bien? – pregunté preocupado.

-No – confesó con la cabeza gacha.

-¿Quieres qué te lleve a casa?

Movió la cabeza afirmativamente. La cogí de la cintura con un brazo y me acerqué a mis compañeros que ahora estaban en la barra.

-Me voy a casa –anuncie sin más explicación.

  • Pásalo bien –dijo el barbudo obseso mirando a mi pelirroja, yo enrojecí al darme cuenta de la impresión que causaba, pero no tenía ganas de dar explicaciones. Mi "apegalós" (como dicen los valencianos) compañero gay me guiñó un ojo mientras abrazaba a su pareja, no he visto a nadie más cariñoso que él. Salimos del bar como pudimos y me pidió que nos sentásemos en la orilla de la acera un segundo.

-Gracias – dijo al rato.

-De nada, vamos a tu casa.

-No se donde vivo - dijo aturdida.

-Justo encima de mi – sonreí – soy tu vecino de abajo.

Ella pareció no entender nada, se quedó pensativa.

-No quiero estar sola – dijo mirándome con sus profundos ojos oscuros.

Me asustaron sus palabras, parecían tan sinceras, las palabras de alguien que no tiene a nadie y sabe que no podrá resistir un día más sin un apoyo, una razón para vivir, en este mundo repleto de hipocresías. Volví ha alzarla por la cintura con un brazo y la llevé hasta mi piso. Estaba un poco desordenado, ropa sucia en el suelo de mi habitación y unos platos aun por lavar en el fregadero. Ella no se dio cuenta, la tumbé sobre mi cama, no se resistió, simplemente cerró los ojos y se puso en posición fetal, al instante se durmió. Deseé desnudarla y hacerle el amor, pero no debía. La desnudé poco a poco sintiendo el suave tacto de su piel, calentando mi sangre aun más. Temí despertarla, mis manos temblaban, debajo del top llevaba un sujetador negro que realzaba sus pechos pensé que debía agobiarle para dormir, pero no me atreví a quitárselo. Los vaqueros fue más difícil quitárselos. Debajo llevaba un tanga negro con encaje transparente en los bordes, no sobresalían pelitos, así que supuse que estaba depilada, como sus sedosas piernas. Tenté un poco a la suerte y acaricié sus pies, subí por sus finos tobillos, sus pantorrillas eran muy delicadas, y los muslos duros como piedras, no me atreví a subir más. El corazón me iba a cien y mi pene estaba tan duro que pensé que pronto empezaría a dolerme. Intenté quitarme cualquier mal pensamiento, pero quería sentir su piel en mis labios, empecé a besar muy suavemente sus tobillos, apenas rozando. Fui cogiendo confianza y acabé besando sus piernas descaradamente de arriba abajo saboreando su sabor con mi lengua. No se como conseguí parar, me aparté de su cuerpo y me senté en una silla a contemplarla. Hermosa y pálida a la luz de la luna.

Al principio de la madrugada refrescó y le eché una sábana encima. Como no podía dormir en la silla, y mi erección a causa del cansancio había desaparecido, me tumbé a su lado, encima de la sábana para evitar el roce con su piel.

Al despertar noté movimiento a mi lado, ella estaba despierta, vistiéndose debajo de la sábana mientras trataba de no despertarme. Yo me quedé quieto observándola, ella acabó de vestirse y se levantó. Entonces vio que estaba despierto.

-¿Dónde estoy? –preguntó seria.

-En mi casa –respondí.

Alzaste una ceja irónicamente dándome a entender que esa respuesta era obvia.

-¿Qué hago aquí?

-Anoche bebiste mucho, te propuse llevarte a tu casa pero me dijiste que no querías estar sola. Eso es todo.

-¿Nada más?– preguntó extrañada– debes ser gay.

No pude evitar reírme.

Decidí no contestarle, y ví que había hecho bien porque aumenté su curiosidad.

-¿Por qué me trajiste a tu casa? No me conoces.

-Mmm, vives en el piso de arriba- confesé- soy tu vecino, ¿lo recuerdas?

Ella se sentó en la silla, confusa y pensativa.

-¿Tu eres el de la basura?– entonces sonrió – ahora recuerdo.

-Me alegro de que te acuerdes "Vamelia" –dije despacio pronunciando cada letra claramente.

Ella sonrió y al levantarse ví que de su cuello colgaba un collar de cadena plateada y colgante en forma de cruz del tamaño de un euro. Era una cruz negra sin adornos.

Ella notó que la miraba y la escondió dentro de su camiseta.

-Creo que ya ha salido el sol, debería irme a mi casa, gracias por… -de repente calló.

Se había levantado de la silla y estaba justo en el marco de la puerta, de espaldas a mí.

-¿Cómo sabes mi nombre?- se giró y me miró con los ojos entrecerrados como hacen los gatos. Estaba bellísima con una mezcla de indignación y miedo.

-¿Me creerías si te dijese que lo supe en el ascensor? –dije intentando parecer misterioso.

-Yo no te lo dije, ¿te crees con poder telepático? –Dijo irónica, intentando ocultar su miedo- ¿Fue el jefe de escalera, verdad? -La miré intensamente, intentando no temblar.

-Puedes creer eso… o puedes quedarte a desayunar conmigo y puede que te cuente la verdad- mi corazón latía salvajemente, era ella, no había duda. Había reconocido el nombre como suyo, ahora acababa de arriesgarme demasiado, quizá se fuera sin preguntar.