Relato a medias
Relato escrito con un amigo. Lo que puede pasar si te dicen de ir a ver las estrellas.
Nos conocimos por Internet, en uno de esos numerosos chats en los que la gente busca algo de emoción en sus vidas, algo que los saque de la rutina. Me llamó la atención su alias y decidí escribirle algo. Así empezamos a conversar día tras día en nuestro correo personal. Nos mandábamos numerosos correos, hasta que un día en uno de ellos me dijo de quedar para conocernos una tarde y tomar un café juntos. Hacía un par de meses desde que habíamos empezado a escribirnos y nos habíamos enviado alguna foto de nosotros. Acepté su invitación y quedamos en una cafetería del centro. Quedamos un viernes, cuando él saliera de trabajar por la tarde, a las ocho y media. Yo los viernes por la tarde no trabajaba, así que tuve tiempo para prepararme. La foto que le había enviado era de hacía casi un año y al mirarme al espejo me di cuenta de que se me veía más mayor. Me dediqué a intentar remediar eso poniéndome cremas, maquillaje, etc... Una vez me sentí algo más joven me fui al armario en busca del vestuario. Me probé casi todos mis vestidos y faldas. Me costó decidirme por un vestido negro que llega hasta encima de la rodilla, una chaqueta negra y zapatos de tacón negro. Me gustó como me quedaba todo así que ya solo me faltaba la ropa interior, que sería negra, y los pantis. Me acordé que los pantis al andar se me iban bajando por la pierna y como remedio de esto me puse un liguero negro. Al mirarme al espejo me di cuenta de que me había puesto bastante sexy para ir a tomar un café con él. Pero es que la hora a la que habíamos quedado tampoco era para mucho café, sino más bien para quedarse a cenar.
Eran las ocho cuando cerré la puerta de mi casa y me fui hacia el centro. Por la calle notaba las miradas de los transeúntes. Llegué a la cafetería a la hora en punto y entré en ella. Eché un vistazo y le vi en la mesa que dijo que estaría. Era el mismo de la foto; moreno, ojos marrones intensos. Iba en traje de chaqueta azul marino, camisa blanca y corbata con dibujos en azul oscuro. Se levantó al verme en la puerta y yo me dirigí a la mesa. Me dio dos besos y me dijo que estaba guapísima. Yo le dije que él también estaba impresionante. Me colocó la silla para que me sentara y luego se sentó él. Llamó al camarero y pidió dos cafés. Decía que acababa de llegar y que venía en chaqueta porque había tenido por la tarde una reunión de trabajo y no le había dado tiempo a cambiarse. Yo supuse que se habría vestido así por lo mismo que yo, pero no dije nada. El camarero nos trajo los cafés y nos pusimos a charlar, primero de las impresiones que habíamos tenido el uno del otro, y después de muchas otras cosas. Para cuando terminamos el café eran ya pasadas las 9. Él me propuso que fuéramos a cenar, ya que íbamos los dos tan bien vestidos para la ocasión.
Salimos de la cafetería y fuimos a por su coche. Por el camino pude fijarme mejor en su físico. El traje de chaqueta le quedaba muy bien y sobre todo, realzaba ese culo que tenía. Cuando casi llegábamos al coche se dio la vuelta y me pilló mirándole el culo. Sonrió y volvió a mirar hacia delante. Yo enrojecí por momentos. Llegamos al coche y me abrió la puerta del pasajero para que entrara. En el coche apenas nos dirigimos la palabra, yo estaba un poco avergonzada y él me dejó que se me pasara y no hizo ningún comentario. Me llevó a un restaurante en el que nunca había estado. La cena fue deliciosa y la compañía aún mejor. Estuvimos charlando de muchísimas más cosas, y conforme más hablábamos más personal se hacía la conversación. A eso se le sumó que el vino de la cena hizo su efecto desinhibiéndonos del todo. Íbamos por el postre cuando empezamos a hablar de fantasías sexuales. No sé como salió el tema pero de pronto me vi contándole mis más profundos secretos. Le conté mi fantasía de ser dominada sexualmente por un chico. Pero no ese tipo de dominación que lleva al sadomasoquismo; sino a que hagan de mí lo que quieran, a que me aten, a que me venden los ojos, etc...
La cena irremediablemente llegó a su fin, pero yo sin ganas de volver a casa todavía, le pregunté: ¿Y ahora que hacemos?
Tras la conversación que habíamos tenido, sabía que aquella chica escondía muchas más sorpresas de las no pocas que ya me esperaba por nuestras charlas anteriores.
Ya habíamos hablado sobre nuestros gustos y a ambos nos unía una cierta admiración por los cielos estrellados, así que le dije:
- Ya sé que hace mucho frío y no vamos muy abrigados, pero hoy el cielo está muy claro y tenemos toda la noche para nosotros, así que, ¿qué te parece si vamos a un sitio cercano, a las afueras, donde se ven las estrellas bastante bien?
Ella asintió con una sonrisa y dijo que le encantaría, que hacía mucho tiempo que no salía al campo, así que nos fuimos de allí sin entretenernos más.
En el breve camino hacia el coche mantuvimos el tema de conversación; yo le comenté algunas de mis fantasías y mis gustos. Ella era bastante más joven que yo y aparentaba menos edad de la que tenia. Su rostro era el de una chica que está descubriendo las mieles del sexo, y sin embargo tenía ya mucha experiencia para su corta edad.
Cuando nos metimos en el coche, me pilló mirándole las piernas, ahora fue ella la que se rió y yo el que traté de disimular un poco, más por cortesía que por otra cosa, porque durante todo el camino seguí mirándola de reojo.
Durante el viaje la conversación volvió a llevarnos a temas sexuales. En un momento, ella estaba hablando:
Aquella primera vez me cogió de sorpresa, me gustó pero no sabía si iba a gustarme otra vez. En frío no me atrae especialmente, pero hay momentos en los que no puedo contenerme.
Claro, uno nunca sabe de lo que va a ser capaz hasta que llega el momento.
Es como montárselo en un coche. Es incómodo pero las pocas veces que lo he hecho, por eso de que hay que buscarse posturas tan justos de espacio ha sido siempre muy excitante. Oye, ¿y a ti que es lo que más te gusta del sexo?
Lo que había dicho sobre montárselo en un coche me había excitado todavía más. Cualquier comentario de ella lo interpretaba ya como una alusión directa a las experiencias que ambos sabíamos que acabaríamos disfrutando. Traté de disimular mi excitación y continué con la charla. Le revelé que para mí el mayor placer del sexo es llevar a una mujer al goce absoluto, a perder toda inhibición y entregarse por completo hasta llegar a perder la razón por momentos. No hay nada más excitante que ver a una mujer disfrutando contigo.
Cuando estábamos cerca de nuestro destino, puse mi mano derecha sobre su rodilla. Ella se sobresaltó y se reacomodó en su asiento, pero no hizo el menor gesto elusivo. Su respiración se hizo aún más profunda, y yo tuve que hacer un gran esfuerzo para mantener la concentración al volante. Cada vez que retiraba mi mano para cambiar la marcha y la volvía a posar sobre su rodilla, la tensión sexual que habíamos ido creando durante la noche aumentaba más y más.
Llegamos a aquel monte, frené, le acaricié una mejilla y el pelo con la mano que acababa de retirar de su rodilla, paré el coche, y nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos por unos segundos; lo único que escuchábamos eran nuestras respiraciones agitadas. Desvié la mirada y pude ver que a través de los cristales ya se apreciaban algunas constelaciones. Abrí la puerta y la animé a salir...
- Venga, vamos fuera a ver qué tenemos hoy por ahí arriba.
Al salir, nos encontramos con un cielo estrellado maravilloso, pero su voz tembló. Me di cuenta de que allí hacía mucho más frío de lo que esperaba. Además, la lluvia del día anterior se dejaba notar en la humedad que había a ras de suelo. Cuando le estaba diciendo, <
Pocas veces me lo habían puesto tan fácil, me quité la chaqueta, se la puse sobre los hombros, y me acerqué a ella lentamente, observando su expresión, con la mirada en el suelo, hasta que estuvimos tan cerca que ya no pude hacer otra cosa que abrazarla y pegarla con fuerza a mí. En su piel blanca por el frío, pese al maquillaje, se notaba perfectamente que se había sonrojado. Sin duda, había notado que algo duro e insolente se interponía entre nuestros cuerpos, diciéndole de forma brutal lo que no habíamos parado de insinuarnos desde hacía tiempo. Durante la cena ya había estado así, y en el camino, viéndola tan animada y conociendo sus deseos más profundos, mi reacción fue inevitable. En ese momento supe que esa misma noche vería sus mejillas encendidas por reacción a sensaciones mucho más placenteras.
Sus pómulos, fríos y sonrojados, eran ahora más irresistibles si cabe; los besé lentamente y los calenté con mi aliento. Su maquillaje me parecía una barrera y aumentaba mi ansiedad, deseaba su piel desnuda, la quería tener ya frente a mi desnuda y dispuesta a todo. Con parsimonia busqué su aliento con el mío, y nos entregamos a un beso largo y asfixiante que, de unos primeros escarceos tímidos, desembocó en una lucha frenética de labios y lenguas. Repentinamente nos volvimos salvajes y violentos, los brazos entraron en juego y nuestros forcejeos acabaron conmigo encima de ella sobre el capó del coche.
El calor que emanaba el motor hacia que la temperatura fuese más soportable, pero no era suficiente para explicar que estuviésemos sudando. Me erguí un poco, y mirándola desde una cierta distancia me recorrió un escalofrío al verla respirando intensamente, con una expresión de lascivia como no había visto en mi vida. Me abrazó y me atrajo hacia sí, moviendo sus caderas en actitud descarada. Susurraba con deseo palabras ininteligibles.
Le lamí el cuello recreándome en cada milímetro mientras le masajeaba el pecho y le acariciaba la nuca. Le susurré al oído: <
Sin dejar de tocarnos entramos en el coche. Los asientos traseros eran bastante amplios. La verdad era que aunque yo le hubiera nombrado más de una vez lo de hacerlo en un coche, era algo que aún no había hecho. Era un sueño que había tenido muchas veces pero que nunca había llegado a realizar. Y por fin esa noche se iba a hacer realidad y con él. Según me había contado él ya lo había hecho varias veces en un coche y me preguntaba si sería en ese mismo. Me tenía totalmente excitada, hacía mucho tiempo que no me encontraba de aquella manera. Mi piel sudaba; notaba el pelo pegado en la nuca. Como si me leyera el pensamiento su mano fue hacia mi nuca de nuevo separando el pelo de ella a la vez que se acercaba a mis labios para besarlos. Sus manos no tardaron mucho en estar sobre mis pechos, los cuales liberó del sujetador y del vestido. Se sentó frente a mí y agarrándome los pechos empezó a lamerlos con su húmeda lengua. Me agarré a los asientos con las dos manos y le miraba mientras jugaba con mis pezones. Un lametón y un pequeño mordisco en uno hizo que mi cabeza se echara hacia detrás a la vez que soltaba un gemido. Sus manos recorrían mi cuerpo por encima del vestido y por mis pechos. Mis rosados pezones estaban totalmente tiesos. Él seguía saboreándolos una y otra vez; haciendo que me volviera loca de placer con cada lamida. Mis gemidos aumentaban de volumen sin quererlo.
Forcejeando con él conseguí sentarlo a mitad del asiento de atrás y colocarme sobre sus piernas, con las mías abiertas. El vestido se me había subido lo suficiente para que él tuviera una visión del ligero que sujetaba los pantis y de mi pequeño tanga negro. Sus ojos no se apartaban de mi tanga. Me lo imaginaba preguntándose cómo sería lo que había debajo de él. Cogí sus manos y las puse en mis pechos. Me miró a los ojos y empezó a pellizcarme los pezones para hacerme gemir. Sus manos bajaron por mi cuerpo pero los intercepté en mi cintura y sujetándolo de las muñecas las puse contra el asiento que tenía a su espalda. Sin soltar sus manos me puse a rozar aquella dureza que había bajo su pantalón. Me balanceaba sobre él de manera sensual, rozando nuestros miembros con la tela de por medio. A la vez pasaba mis pechos desnudos por su cara, los cuales él lamía. Aquel bulto bajo el pantalón empezó a hacerse más notable y pedía a gritos que lo liberaran. Solté sus manos y bajé las mías hacia su cremallera. Él, obediente, no movió las manos de donde las tenía, dejando que yo le quitara el cinturón, desabrochara el botón del pantalón y le bajara la cremallera. Debajo de un bóxer negro estaba aquella preciosidad de pene. Estaba duro y totalmente erecto. Nada más apartar su bóxer saltó fuera apuntando al techo. Debía de medir unos 15 centímetros, pero tenía un grosor que superaba con creces lo que había visto hasta ahora. Levantándose un poco del asiento le ayudé a bajarse los pantalones hasta casi las rodillas. Se llevó la mano a su pene y golpeó con él un par de veces para que notara su dureza. Me apreté más contra su cuerpo y esperé a que él diera el siguiente paso.
¿Te gusta eh? – Le pregunté mientras la miraba relamerse los labios. Continué hablándole mientras ella respiraba ansiosa.
Pues vas a tener que ser paciente, vas a disfrutar como nunca, pero te lo tendrás que ganar. Y me vas a tener que obedecer, ¿entendido?
La acaricié por encima del tanga y me volví a subir el bóxer para que quedase claro que por ahí no íbamos a seguir. Ella esbozó un gesto de desagrado, pero no la dejé reaccionar. Me erguí, la eché a un lado, terminé de quitarle el vestido y la tumbé, con algo de brusquedad, boca arriba sobre el asiento. Le cogí los dos brazos por las muñecas y con un gesto claro le hice ver que se tenía que quedar quieta. Quiso zafarse, pero bastó apretarle con fuerza las muñecas y sostenerle una mirada elocuente y fija, mientras los dos respirábamos forzosamente, para que se dejase hacer por el momento.
Esa chica era mucho más activa de lo que cabía esperar por todo lo que me había contado sobre sus experiencias y sus fantasías. Al principio me había cogido desprevenido. Eso le daba un algo especial y la lucha merecía la pena, quería ser sometida pero no se iba a dejar fácilmente. Se veía en sus ojos que quería ser tratada con dureza.
- Lo primero que vamos a hacer es dejarte como viniste al mundo, quiero verte completamente desnuda.
En ese momento reparé en un pequeño delfín que tenía tatuado en su cadera junto al pubis, justo por encima del tanga.
¿Y esto?
Es una historia muy larga – dijo, sonriendo burlonamente.
Está bien, ya me la contarás otro día con más tiempo.
La tumbé con algo de brusquedad y recorrí con la nariz y la lengua todo su torso, haciendo círculos y figuras imaginarias. Me costó dejar sus tetas, enrojecidas, y sus pezones duros, calientes y húmedos. Le desabroché poco a poco el liguero, recorriendo sus piernas lentamente al ir bajándole los pantis, lamiendo palmo a palmo.
Como pude, me incliné y pasé entre los dos asientos delanteros. Abrí la guantera y alcancé a sacar unos pulpos que alguna que otra vez había usado para llevar cosas en el maletero. Saqué también una cinta adhesiva que no esperaba encontrarme.
Cuando me vio con aquellas cosas en las manos me preguntó que qué iba a hacer. La miré fijamente a los ojos y, al ver su expresión de lascivia un escalofrío me volvió a recorrer el cuerpo. Esta chica era pura sexualidad. Le volví a coger los brazos por las muñecas, se los levanté, le junté las manos y se las até, anudando el otro extremo a la manilla de arriba. Mientras la ataba, con mis piernas me aseguré de que no pudiera escurrirse. Quedó con los brazos levantados, sin incorporarse los podía bajar tan sólo un poco, con lo que perdió casi toda su movilidad.
Parecía disfrutar por más que hiciese gestos de resistencia. Trató de echarme para atrás con las piernas, pero se las agarré con fuerza y le comí los pies, lamiéndole uno a uno los dedos. Eso la volvió a dejar desarmada. Cuando se había calmado, fui bajándole las piernas y se las abrí bien, una abajo, sobre el suelo y la otra arriba, sobre el respaldo.
A continuación le tapé los ojos haciendo una venda con un pañuelo que saqué del bolsillo del pantalón.
- A partir de ahora no vas a ver nada, así que concéntrate en lo que sientes.
Sin perder más tiempo, y por más que se resistió, la amordacé cubriéndole los labios con la cinta adhesiva. Apenas podría mover la mandíbula. Volví a recorrer su cuerpo, pero esta vez llegué más rápido entre sus ingles. Cuando empecé a bajarle el tanga no opuso resistencia, sino todo lo contrario, no me costó trabajo descubrir aquel coño, con el pelo recortado en una raya perfecta, ni demasiado fina ni demasiado ancha. Estaba ya completamente abierta y empapada por sus jugos. No hay mejor forma de que te pongan perdidos los asientos del coche.
Fui saboreándola lentamente, abriendo bien sus labios con mis manos, sin dejar ningún rincón y dándole algunos mordiscos suaves. Mientras lamía, cada vez más rápido, su hinchado clítoris, jugaba a meterle por breves intervalos mi lengua y algunos dedos. Cuando vi que su cuerpo se arqueaba en tensión y sus gemidos ahogados se hacían cada vez más animales, paré. Moviéndome con rapidez y sin darle tiempo a reaccionar, desanudé el pulpo de la manilla y le di la vuelta. Me costó, pero conseguí ponerla a cuatro patas, volviendo a anudar el pulpo, ahora a la distancia justa para que pudiese apoyar los codos en el asiento, quedando su cara junto a la ventanilla.
Mi coche no es demasiado grande, pero la parte de atrás tiene la amplitud justa para esto. Estar tan ajustado no hace sino aumentar la tensión del momento. No se resistió mucho, en realidad era lo que estaba esperando, que por fin la abriese de par en par con mi polla.
Su ansia era evidente por los gemidos ahogados en su mordaza y el movimiento rítmico de sus caderas. Llegó el momento que ella estaba buscando, aunque no de la manera que esperaba. Me encargué de lubricarle bien el culo con mi saliva mezclada con sus jugos. Ahora, teniéndola así expectante era el momento. Se lo dilaté poco a poco con un dedo, y luego con dos, pero algo no me cuadraba, para ser su primera vez se le dilataba demasiado fácil, parecía ya acostumbrada a aquello.
- Me parece que tu culito aprende demasiado rápido. ¿No me habrás mentido verdad? ¿Querías ponerme caliente pensando que te desvirgaría el culo? ¿O es que no te atrevías a decirme lo zorrita que eres? No me engañes, zorra, no es la primera vez que te follan tu culito, ni mucho menos, pero me voy a encargar de que disfrutes como nunca.
Mi zorrita trataba de decir no y hacía gestos con la cabeza. La verdad es que no es lo que hubiese hecho normalmente, pero pensé que jugar con ella de esa manera la pondría a mil. Y no me equivoqué. Me coloqué sobre ella como pude, sin poderme apenas despegar de su espalda por falta de espacio.
- Si te duele un poco, disfruta, ya verás que un poco de dolor también es muy placentero cuando uno se deja llevar…
Después de masajearle toda la vulva con mi polla, la coloqué a la entrada de su culo y disfruté el momento. Fui metiéndosela a pasos pequeños, adaptándome al ritmo de sus gemidos, pero ella quería más y más rápido, o eso parecía por sus movimientos acelerados de cadera, con los que pronto se ensartó hasta el fondo. Tan sólo lamentaba no tener más espacio para poder ver mejor su culo completamente rojo y dilatado engullendo con tanta facilidad mi polla. De todos modos, disfrutaba lamiéndole la nuca y el cuello al tiempo que le susurraba las guarradas que sabía que quería oírme.
Mientras embestía, cada vez más rápido y con más fuerza, llevaba mis manos a su raja, jugando con sus labios, apretando sobre su clítoris e introduciendo algún dedo de vez en cuando. A la vez, con la presión de mis manos, le iba marcando el ritmo acompasado al que quería que se moviese conmigo.
Durante aquellos minutos, tuvo que tragarse los fuertes gemidos y gritos que quería dar. No tardó mucho en correrse, cayendo hacia delante. Su rostro se apretaba contra la ventanilla, completamente empañada. Mis manos quedaron más empapadas aún. Su leche resbalaba por mis brazos y sus piernas.
Ante aquellos, sus gemidos ahogados y los sonidos guturales de placer que se le escapaban, yo no pude más y me corrí violentamente, llenándole el culo. Si acababa de tener un orgasmo como pocas veces, verla disfrutar a ella así me hizo sentir aun más cerca del cielo y no pude parar de follarla con más fuerza su culo, lleno ahora de una mezcla de nuestros flujos. No dudo de que en aquellos momentos mis salvajes embestidas le resultaran dolorosas, pero sabía que mi insistencia tendría su premio, pocos segundos después de haber quedado relajada tras su orgasmo volvió a gemir, más ahogadamente si cabe, con el rostro apretado contra la ventanilla. Tuvo convulsiones de una violencia que no pude controlar.
Ella temblaba y no paraba de contornear sus caderas en una especie de trance. Disfrutando aún de sus movimientos, cada vez más suaves, la desaté de la manilla y le di la vuelta.
- Cuidado, deja que te quite la cinta, que con este pegamento hay que tener cuidado. Espero que no te haya dolido mucho, pensé que merecía la pena y vaya si lo ha merecido, ¿no? Te has portado muy bien.
Ya con la boca libre, y mientras le quitaba el pañuelo de los ojos, simplemente sonrió con gesto agotado y, en un movimiento inesperado, lamió mis dedos para probar su propio sabor. Tenía expresión de niña asustada, estaba semi inconsciente, y dos lágrimas empezaban a brotar de sus ojos enrojecidos. La abracé fuertemente y llené de besos su cara, roja pero a la vez fría por haber estado pegada a la ventanilla.
Le desaté las muñecas y fui recogiendo sus prendas por todo el coche para que se vistiese.
- Si vuelves ahora a casa, te van a notar algo raro jajaja. Llama a tus padres y diles que te vas a quedar en casa de una amiga. Vente a casa, aún no hemos terminado. Me has engañado y te mereces un castigo que sólo te puedo dar en casa. Vamos, todavía queda mucha noche.
Y eso fue lo que hice. Después de volver a ponerme la ropa llamé a mi casa, y dije que me quedaba a dormir fuera, en casa de una amiga. Aún estaba un poco desorientada. ¿Qué había dicho de un castigo? Él sí que merecía un castigo después de lo que me había hecho. Pero por otra parte tenía razón, había merecido la pena. Era la primera vez que me dominaban de esa manera, estaba acostumbrada a ser yo la que llevara el ritmo, y lo que él me había hecho me había encantado. Por fin alguien que estaba a mi altura. Por eso seguía con él en el coche y camino de su casa. Solo que esta vez iban a cambiar las tornas. Si quería castigarme iba a tener un motivo para hacerlo. Me dolía mucho el culo, porque por mucho que él dijera que no, era la primera vez que alguien me penetraba por ahí. Y de no haber estado atada no sé si me habría dejado. Me lo había dilatado tanto que aún lo notaba abierto. Eso sí, el placer fue indescriptible.
Conducía concentrado en la carretera, sin decir nada, pero mirándome de reojo de vez en cuando. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada y yo agradecía el silencio. No me había imaginado así mi cita con él. Sabía que acabaríamos liándonos, pero no tan pronto ni de esa manera. No dejaba de preguntarme que me tendría preparado en su casa, después de lo del coche; y el no saberlo me excitaba. Sabía que esa noche me dejaría hacer.
¿Estás bien?, me preguntó.
Si. Solo estoy un poco mareada.
Hay chicles en la guantera, por si te sirve de algo. De todas formas si quieres que pare dímelo.
No me refería a ese tipo de mareo, pero tampoco estaba en condiciones de explicárselo. Aprovechando lo que me había dicho abrí la guantera, simplemente por ver que llevaba en ella. Estaba llena de papeles, había unas llaves, una linterna, los chicles, algunas cosas más, y allí volvían a estar los pulpos y la cinta adhesiva. Realmente no sé que esperaba encontrarme, quizás condones, pero ni rastro de algo así. Cogí un chicle de menta, cerré la guantera y me reacomodé en el asiento.
¿Mejor?, me preguntó.
Sí, le respondí con una sonrisa.
Así que lo de hacerlo en el coche no parecía premeditado. Al menos no pensaba hacerlo por delante, y eso me hizo sentir mejor. O eso, o es que no tenía pensado usar condón, y eso empezó a preocuparme. Le miré y fue como si le mirara por primera vez. Atractivo, con unos preciosos ojos marrones, algo mayor que yo, fuerte, seductor. Y lo mejor de todo, me gustaba como me miraba y como me trataba, a veces de manera delicada, otras con brutalidad.
Entonces me miró y me sonrió. Y en su sonrisa vi la malicia del que está maquinando algo. Le devolví la sonrisa, pensando en lo que planearía yo. Por las ventanillas aún se veía campo, aunque sabía que la ciudad no debía de quedar muy lejos. Encendí la radio del coche, quería saber que cd tenía puesto. Inesperadamente me encontré con música relajante. O más que relajante parecía sensual. La banda sonora perfecta para acompañar una noche de sexo. Entonces se me ocurrió algo. Me acerqué a él y puse mi mano sobre su entrepierna empezando a acariciarla.
Estás loca, no puedes hacerme eso cuando voy conduciendo.
Tú sigue conduciendo.
Para cuando le dije eso ya había metido la mano en sus pantalones y apartaba su bóxer para tocársela directamente. La agarré con fuerza y empecé a meneársela. No tardó mucho en ponerse dura. Aquello le excitaba. Estuve así un rato hasta que él paró a un lado de la carretera. Me agarró la cabeza y me la acercó hasta su polla. Yo me giré como pude y empecé a chuparla. Sabía muy bien y olía aún mejor.
- Así que no podías esperar. ¡Qué mala eres!
Yo seguí chupando y chupando hasta que conseguí lo que quería, que soltara toda su leche en mi garganta. Yo también me mojé. Lo que más me había puesto había sido oírle gemir, sabiendo que estaba disfrutando.
¿Está buena?, me preguntó.
Muy buena, y le guiñé un ojo.
Se quedó riéndose mientras nos recomponíamos y volvía a poner el coche en marcha para ir a su casa.
Por fin nos metimos en la ciudad, por una zona que no conocía. Entramos en una barriada residencial.
- Ya hemos llegado, me dijo.
Su barriada no estaba mal, pero yo no dejaba de pensar en cómo sería su casa.
Una cosa, ¿tienes alguna mascota?, le pregunté.
No, ¿por qué?
Simple curiosidad.
Y sonrió. Siempre sonreía después de este tipo de preguntas mías. Tiendo a preguntar cosas así cuando estoy nerviosa. Y en ese momento estaba nerviosa. Estaba bajando del coche con él e iba a pasar la noche en su casa. Era como para estar nerviosa. Y más después de lo que habíamos hecho en el coche e imaginándome lo que sucedería en su casa. Ya llegamos al portal y él sacó la llave para abrir. Subimos en el ascensor hasta el tercero mirándonos el uno al otro, sin decirnos nada.
Entramos a su casa. Era un piso pequeño y acogedor. Estaba bastante limpio y ordenado para ser el piso de un soltero. Me enseñó la casa y nos quedamos en el salón, donde me invitó a que me sentara en el sofá mientras él iba a la cocina a por algo de beber. No tardó mucho en venir con dos copas en la mano. Se sentó a mi lado y empezamos a hablar un poco. Yo esperaba que se hubiera echado sobre mi nada más cerrar la puerta, pero no fue así. Me imagino que sería porque teníamos toda la noche por delante. Por eso me sorprendió cuando de pronto se levantó y me dijo:
- ¿Por qué no te pones algo más cómoda?
Fue a su cuarto y me trajo una bolsa para que fuera al cuarto de baño a cambiarme. Entré en el baño y la abrí. Realmente me esperaba un traje de colegiala o algo así, por lo que me había dicho del castigo. Pero era un camisón rojo transparente con el broche en la parte de delante entre los pechos y el tanga a juego. Me quité la ropa y me lo puse, optando por dejarme los tacones puestos. Metí mi ropa en la bolsa y me miré al espejo. Estaba muy sexy. Sabía que ahora querría dominar él la situación pero yo me había quedado con ganas de dominarle. Solo que él era más fuerte que yo y no sabía si se dejaría. Es entonces cuando me fijé en las cosas que había en el lavabo. Estaban las cosas de haberse afeitado, y entre las cuchillas me fijé en que había una navaja cerrada. Justo lo que necesitaba. La guardé cuidadosamente a mi espalda para que el pelo la tapara. Salí del baño y fui al salón. Estaba vacío. Dejé la bolsa en el sofá y fui al cuarto que era donde se escuchaba ruido. Al oír mis pasos se giró mirándome de arriba abajo.
- ¡Vaya! Estás impresionante.
Es entonces cuando me empecé a fijar en los cambios del cuarto. Él seguía vestido igual, excepto porque se había quitado la chaqueta. Había cuerdas atadas a las cuatro esquinas de la cama, la persiana estaba cerrada, y sobre la mesita había una caja de condones, lubricante, velas, un par de pañuelos y varias cosas más.
Me acerqué a él y le besé.
- Así que quieres atarme a la cama y me dices que me ponga cómoda pero tú te quedas vestido. Eso no me parece justo.
Empecé a desabrocharle los botones de la camisa y él a quitarse la corbata, pero le dije que se la dejara. Le quité la camisa y los pantalones. Jugué con su polla a través del bóxer hasta que él me agarró una de las manos y me la entró para que la agarrase.
Esta vez quiero ser yo la que juegue contigo, le dije.
Eso será si yo te dejo.
Saqué la navaja de la espalda con cuidado y la abrí. Se quedó mirando sin comprender hasta que se la puse en el cuello.
- Te estoy diciendo que esta vez voy a llevar yo las riendas, así que más vale que me obedezcas. Túmbate en la cama.
Y parece que dio resultado porque lo hizo. Me puse sobre él y aún con la navaja en su cuello empecé a atarle una mano. Aprovechó un momento en el que me despisté para intentar arrebatármela pero estaba sobre él y no pudo. Le amarré bien las dos manos y luego fui bajando despacio, quitándole el bóxer por el camino hasta llegar a sus pies para también atárselos. Apreté bastante los nudos para que no se soltara, pero no se quejó. Me imaginé que estaba disfrutándolo igual que yo había disfrutado lo que él me había hecho. Seguidamente cogí un pañuelo y le vendé los ojos. Apenas opuso resistencia. Una vez que estuvo así solté la navaja y fui un momento al salón donde había dejado el bolso. Lo abrí y de él saqué una de las cosillas que me había traído, un pequeño vibrador. Volví al cuarto, dejé el vibrador y la navaja sobre la mesita. Me puse a los pies de la cama y empecé a recorrer su cuerpo desde los pies con mis manos y mi lengua, deteniéndome un poco más en su polla, en su ombligo, en sus pezones y en su boca. Después del recorrido comprobé que tenía la polla totalmente erecta y que yo estaba muy mojada, inundada más bien. Me puse sobre él cerca de la cabeza y bajé hasta que mi coño quedó a la altura de su boca. Él se puso a lamerlo lo mejor que su escasa movilidad le permitía.
Lo mismo hice con mis pechos, dejando que me lamiera bien los pechos. Después cogí el lubricante y le eché un poco en la polla. La agarré bien con las dos manos y empecé a extenderle el líquido. Jugando con ella empecé a extenderle el lubricante por sus huevos hasta llegar al culo. Con una mano le lubricaba la polla y con la otra el culo. Al principio se movía un poco cuando empecé a introducir un dedo, pero a los dos ya estaba quieto y disfrutando. Mis dedos entraban y salían sin problemas pero prefería dejarlo en dos.
Se puso tenso cuando le dije:
Ahora me toca a mí probar si tu culo es virgen.
¿Qué me vas a hacer?
Cogí el vibrador, lo encendí y lo puse en la entrada de su culo.
No hagas eso, no utilices eso ni en broma. Vamos, suéltame.
De eso nada, le dije mientras se lo metía unos centímetros.
Él empezó a gritar y a intentar desatarse y viendo que no podía ya que le había atado a conciencia empezó a suplicar. Yo le iba introduciendo el vibrador cada vez más hondo.
- Para, por favor. No me hagas esto. Haré lo que quieras, pero para.
Tuve que ponerle un pañuelo en la boca para que se callara. Al menos eso ahogaba un poco sus gritos. Volví a lubricarlo un poco más y a introducirle el vibrador. En el momento que su polla volvía a empalmarse supe que le estaba gustando. Ya no eran gritos sino gemidos lo que ahogaba el pañuelo así que se lo quité para oírle mejor.
Cuando estuvo totalmente empalmado solté el vibrador sobre la cama, me quité el camisón y el tanga, le puse un preservativo y me monté sobre él clavándomela en el coño. Que rico era tenerla dentro. Nos amoldamos uno dentro del otro y empecé a subir y bajar sobre él. Lo agarré de la corbata como si fueran las riendas de un caballo al que está montando una amazona. Una de las cabalgadas mejores de mi vida.
Después le quité la venda y volví a metérmela, esta vez de espaldas a él, para que viera como me la metía. Estaba disfrutando como nunca y él no parecía estar pasándoselo mal. Con la excitación me levanté un poco, le quité el preservativo y me senté sobre él introduciéndomela por el culo, que aún tenía abierto y me había estado lubricando un poco mientras se lo lubricaba a él. Saltaba sobre él para que viera como mi culo se tragaba su polla de nuevo. Seguro que en el coche se había quedado con ganas de verlo, así que ahora quería que lo disfrutara.
Cuando noté que estaba a punto de correrse me levanté.
- No, espera. Vuelve a meterla en tu culo que te lo voy a llenar de leche.
Le sonreí y le desaté, primero los pies y luego las manos. Sabía que estaba muy excitado y que en cuanto se corriera me iba a dar mi merecido por haberle abierto el culo. Fue soltarle la última mano y agarrarme de las muñecas. Me levantó de la cama y me puso de rodillas. Él se quedó de pie. Me metió la polla en la boca para que se la chupara. Quería volver a sentir su leche en mi boca, notar como descargaba en ella y ésta corría por mi garganta. Fue metérmela en la boca un par de veces y soltó toda su leche en mi boca. ¡Qué buena estaba!
- Vamos gatita, bébete toda la leche. No desperdicies ni una gota.
Obedientemente me la tragué toda.
Cogió un cinturón del armario.
- Ven aquí putita, ahora sí que te mereces un castigo.
Con el cinturón en mis manos la miré sonriendo.
- Ahora vas a pagar lo que has hecho. ¿Qué crees que voy a hacer con esto, guarra?
Ella apenas esbozaba un tímido no con la cabeza, como suplicando que no fuera demasiado lejos. Su actitud me había excitado tanto que no había aguantado apenas. Me había quedado con ganas de darle su merecido en la boca y ahora que yo tenía las riendas lo iba a recibir.
- ¿Te gusta sentirte toda una puerca ahí arrodillada a mi merced, eh? Estás deseando que te conviertan en objeto de placer, y hoy vas a serlo. Te va a doler todo el cuerpo, ramera.
Cogí el cinturón por los extremos y se lo pasé por detrás del cuello, dándole una vuelta. Apreté y tiré hacia mí lentamente pero con firmeza, recogiendo su media melena y acercándola a apenas un centímetro de mí. Ella, obediente, abrió la boca.
Le follé la boca embistiendo con violencia al tiempo que tiraba del cinturón, forzándola a tragarse mi polla hasta el fondo en rápidas embestidas. Aunque se atragantaba, ella trataba de acompañar mis movimientos con la lengua y no paraba de salivar. Sabía que le encantaba chupármela así, sometida de rodillas. Cuando me iba a correr, se la saqué de la boca y le agarré con fuerza la cabeza para asegurarme de que no se moviese mientras le regaba la cara con la poca leche que me quedaba. –Mírame a los ojos, perra- le dije, mientras se la extendía por todo el rostro con mi propia polla. Tenía varios mechones de pelo pegados a la cara, con una excitante mezcla de sudor, saliva y semen.
Se relamió. Se la volví a meter toda en la boca. Me separé de ella, manteniéndola sujeta por el cuello con el cinturón y me quedé contemplando su cara de perra en celo. Con las manos quiso llevarse a la boca las gotas de leche que le resbalaban por la cara. La detuve cogiéndola por las muñecas.
- No, sé que te gusta tragártela, pero a partir de ahora te la beberás cuando yo quiera. Déjala así, me encanta ver como resbala por tu barbilla.
Me agaché hacia ella y le susurré al oído <
- Ya has tenido bastante, ahora vamos a dar otro paso en tu adiestramiento.
Tenía madera de convertirse en una buena perra a mi servicio, pero había que meterla de nuevo en vereda. Tiré del cinturón hacia arriba y no tuve que forzarla demasiado para que se levantara dócilmente. Le costó hacerlo, después de tantos minutos en esa postura tenía las rodillas rojas y entumecidas. Le di un beso profundo.
- Muy bien, me parece que vas a ser una perra estupenda. ¿Estás deseándolo, verdad?
Sin soltarla del cuello la puse a los pies de la cama, y la empujé para que se tumbara. Quedó tendida boca arriba sobre la cama, sumisa, agitada, roja y suplicante. Abrió y levantó las piernas sin esperar más, ofreciéndome su coño, casi amoratado, completamente abierto y empapado.
La cogí por los tobillos y tiré fuerte hacia arriba, agarrando sus tobillos y apoyándolos sobre mis hombros. Ella había quedado suspendida de sus pies y descansaba en la cama sobre los hombros. Entendió mis intenciones y se mantuvo erecta, haciendo fuerza con sus pies sobre mis hombros, para mantener la postura mientras la penetraba, o eso creía ella. Con mis manos hice que mi polla recorriese su vulva arriba y abajo, haciendo amagos de metérsela. Pero no lo hice, ni tan siquiera abrí el condón que le acababa de enseñar.
- Si lo que quieres es que te reviente, vas a tener que esperar, puta. Te abrirás de piernas cuando yo te lo diga, y entonces será para usarte a mi antojo.
La dejé caer de nuevo sobre la cama y me tumbé a su lado. Le agarré el cuello con una mano y le ordené que no se moviese. Llevé la otra mano entre sus piernas, que mantenía bien abiertas, y le metí un dedo mientras con la palma presionaba con fuerza. Luego fueron dos dedos, jugué con ellos un buen rato, abriéndola bien, aunque no lo necesitaba, y fui metiendo otros dos dedos. Cambiando de ritmo por sorpresa, empecé a follarla rápidamente con la mano, mientras que con la otra mano la seguía sujetando con fuerza por el cuello. Sin apretar pero sin dejarle apenas libertad de movimiento.
La miraba fijamente, observando todas sus reacciones a mis movimientos y recreándome en su mirada lasciva. Me encantaba ver cómo se agitaba y retorcía sin poder moverse libremente, abriendo los brazos y las piernas todo lo que podía, con los dedos en tensión, gimiendo con voz cada vez más gutural, llevada por la lujuria pero contenida por mi mirada dominante.
- Me encanta ver lo guarra que eres. Mírame con esa cara de depravada.
Durante un largo rato siguió respirando hondamente por la boca y agitándose por oleadas, al ritmo que mi mano hundida bien profundo en su coño, hasta que estalló en un gemido estridente mientras quedaba con los ojos en blanco. Ahora sí, le solté el cuello.
- Disfruta, revuélvete como una buena zorra.
Estalló mojándome el brazo y dejando la cama empapada. Aun sabiendo que le resultaba doloroso, no dejé de follarla violentamente con la mano. Por más que se revolvió y forcejeó, no la solté. Cuando se le pasaron los últimos espasmos, quedó rendida.
- Mira como te has puesto, como una sucia perra.
Ahora tenía el olor de su coño después de una noche de sexo bien impregnado en mis dedos. Le metí los dedos en la boca y los chupó con ansia, seguramente sin ser demasiado consciente en ese momento.
- ¿Te gusta, eh? Diría que te gusta casi más que mi leche.
Mientras seguía tumbada en la cama, casi inmóvil, abandonada a las últimas y lejanas oleadas de placer, busqué algunas de las cosas que había debajo de la cama y que ella aún no había disfrutado. Por el momento sería suficiente con un vibrador mediano y unas esposas. Sabía que en el estado en que había quedado se dejaría hacer cualquier cosa.
Con lo empapada y relajada que estaba, no me costó meterle el vibrador anal, levantándole el culo colocándole una almohada debajo. Apenas le quedaban fuerzas para gemir. Se lo fui entrando poco a poco hasta que su culo lo engulló por completo de un golpe. A continuación hice que se diera la vuelta, le puse las manos a la espalda y se las esposé.
Hice que se pusiera de costado, mojándose las piernas aún más en sus jugos. Me levanté, abrí un poco la ventana y ante su mirada dócil lancé las llaves de las esposas con toda la fuerza que pude.
- Te das cuenta, perra, esto no ha hecho más que empezar.
Desde nuestra planta, el ruido de las llaves al caer en la calle apenas se distinguió en el silencio urbano. Cerré la ventana y no pude evitar reírme al ver su expresión. Volví a coger el cinturón con el que tanto había disfrutado ya y que tanto placer le debía dar aún.
- ¿Ves esto, qué crees que voy a hacerte ahora? – le pregunté mostrándole el cinturón en mis manos-. Continuemos con tu entrenamiento. Eres una aprendiz de perra perfecta. Sigue siendo obediente y no olvidarás este día.
En ese momento, el alba se abría paso por la ventana mientras yo me complacía contemplando su rostro, mezcla de agotamiento, temor y excitación, sobre todo excitación.
No me podía creer que hubiera tirado las llaves de las esposas por la ventana. Si alguien las encontraba y se las llevaba, ¿cómo me las quitaría?
Estaba claro que me tenía totalmente a su merced, y que ésta vez yo no podía hacer nada por evitarlo. Aunque tampoco quería evitarlo. Estaba esposada, de costado, con un vibrador anal ensartado y la cara llena de semen.
El temor me hizo empezar a suplicarle bajito que me soltara. Pero no me soltaría. Él sabía que quería ser dominada por un hombre y se lo tomaría como parte del juego. Solo que yo nunca había pensado llegar hasta tales extremos. Aquel chico cada vez estaba siendo más sádico conmigo, y lo peor era que me gustaba. Que aún con todo lo que pudiera hacerme quería ser sometida. Y decidí dejarme llevar hasta ver que deparaba aquello.
Él sin haber hecho ningún caso a mis súplicas volvió a agacharse y sacar más cosas de debajo de la cama. Me levantó el culo haciendo que quedara a cuatro patas de nuevo, con la cara apoyada en las sábanas. Jugó un poco con el vibrador anal, volviéndolo a dejar donde estaba.
- Las buenas perras no suplican. Te has ganado unos azotes, y quiero oírte gritar.
El primer azote fue muy leve, pero los siguientes vinieron con más fuerza, haciéndome gritar. Gritos que él ahogaba empujándome la cabeza contra las sábanas. Empecé a notar el escozor y estaba segura de que mi culo estaba rojo con las marcas del cinturón y aquello me puso cachonda. De vez en cuando me pasaba sus manos por mi culo, para calmarlo. Aguanté mi castigo como una buena perra. Dejó de azotarme y pensé que aquello habría acabado. Escuchaba que estaba haciendo algo pero no sabía el qué.
Se acercó a mí y me puso boca arriba en la cama. Las esposas se me clavaban en la espalda. Me quitó el vibrador anal y salió un momento de la habitación. Volvió con algo en la mano, pero no supe lo que era. Se acercó a mí, me dio un beso en los labios y me vendó los ojos. Volvió a besarme y una mano se posó sobre mi pecho. El resto de sentidos se me agudizó. Siguió tocando mis pechos con las dos manos y agarrando uno de ellos sentí de pronto un dolor insoportable. Cuando me hizo lo mismo en el otro pecho me di cuenta de lo que era. Me había puesto dos pinzas en cada pezón. Y dolía, hasta que él empezó a lamer y tocar con sus dedos los pezones, que al estar aprisionados por las pinzas estaban mucho más sensibles. Nunca había pensado que un poco de dolor pudiera dar tanto placer. Estaba al borde del orgasmo cuando su lengua pasó a lamerme el clítoris mientras sus dedos estimulaban mis pezones. Yo abrí las piernas lo más que pude y me dejé llevar hasta estallar en un increíble orgasmo.
No sé si perdí el sentido o que pasó. Pero de pronto me encontré con que me había quitado las pinzas y estaba masajeándome los pechos. Me quitó la venda de los ojos y me los besó. Fue cuando me di cuenta que estaba llorando, las lágrimas recorrían mis mejillas. Se quedó a mi lado acariciándome hasta que me calmé.
- Lo estás haciendo muy bien. Sigue así y pronto acabará el adiestramiento, por hoy.
Me recuperé un poco después de aquello, pero no quería que dejara de besarme y acariciarme. Me sentía tan frágil en sus brazos y a la vez tan segura, que no quería que me soltara. Quería quedarme allí para siempre. Era tan tierno y tan bruto a la vez. Me dominaba y me cuidaba. Pero tanta caricia hizo que se le volviera a poner tiesa y yo me di cuenta de aquello. Empezó a mirarme con más deseo que ternura.
Volvió a vendarme los ojos y me levantó de la cama. No sabía que iba a hacerme, pero ya casi no me importaba. Me dolían los brazos pero no iba a quejarme. Ya ni siquiera me preocupaba la llave que había tirado a la calle, lo que me preocupaba era tener que irme de allí. Me llevó hasta una parte de la habitación y me dejó allí un momento. Oí como acercaba una silla y se sentaba, agarrándome de los brazos para que me sentara sobre él. Me agaché un poco y él me entró parte su polla en mi interior. Fue entonces cuando me dejé caer y me la clavé entera. Sin saber de dónde sacaba las fuerzas me puse a saltar sobre él. Pero las energías se me acabaron muy pronto, estaba cansada. Entonces él me ayudó a subir y bajar agarrándome el culo, el cual azotaba de vez en cuando. Me puse aun más cachonda si cabe y no podía dejar de moverme. Escuchaba sus gemidos en mi oreja, y los míos se hacían cada vez más sonoros. Fue cuando me quitó la venda cuando lo vi todo. Estaba sentado en una silla, delante de un espejo. Así podía ver mi espalda y a través del espejo todo lo demás, y eso le estaba excitando como nunca por el tamaño que había adquirido su polla. Si no fuera porque estaba muy lubricada podía haber llegado a hacerme daño. Me miré al espejo y me vi botando sobre él, con mis pechos moviéndose al ritmo de nuestros cuerpos, mis manos a la espalda como símbolo de su dominación, y su polla entrando en lo más profundo de mí ser. Y me sentí como una diosa. Puse la cara más lasciva de mi vida y me miré en el espejo como me relamía los labios cogiendo con mi lengua el poco semen que me quedaba en la cara. Eso lo excitó aún más y escuché sus gemidos como no los había escuchado antes. Él me tendría esposada pero ahora era yo la que lo tenía a mi merced con el ritmo de mis subidas y bajadas. Cuando ya estaba a punto aceleré y sentí los tirones de su polla disparando en mi coño, llenándome de leche.
Cayó rendido hacia atrás y yo sobre él. Giré un poco la cabeza y me besó. Miré al espejo y quise congelar ese momento. Hasta que mi mente volvió a ser racional y me di cuenta de que seguía esposada y las llaves en la calle, que hacía rato que me tendría que haber ido a casa y que acababa de correrse en mi interior sin protección. Y pensé que si me dieran la opción de repetirlo lo haría.
Aún estaba a su disposición para que jugara conmigo, pero mirándolo parecía estar un poco fuera de juego, al menos por hoy, como él bien había dicho. Levantó la cabeza y le escuché toqueteando las esposas. De pronto me las quitó y me encontré liberada.
¿Pero como…? ¿Y las llaves?
Las llaves no hacen falta, tiene un sistema para abrirlas sin necesidad de llaves. Pero no esperes que te lo cuente, no vayas a intentar liberarte la próxima vez.
Me llevó directamente al baño y nos dimos una ducha para limpiar el sudor, saliva y semen de nuestros cuerpos. En la ducha volvió a recorrerme el cuerpo con sus manos y yo el suyo con las mías. Me secó con la toalla minuciosamente y recogió un poco el cuarto mientras yo me vestía. Guardó el camisón y el tanga rojo en una bolsa y los demás aparatos que habíamos estado utilizando. Vi las pinzas, y cerca de ellas unas velas.
¿Y esto?, le pregunté.
Lo he tenido que dejar para otro día. Por hoy has tenido bastante adiestramiento.
Sonrió al ver la cara de atemorizada que había puesto. Las tenía allí para echarme la cera encima u otro tipo de tortura. Pero no le pregunté. Ya lo averiguaría la próxima vez.
Me acercó con el coche a casa y nos despedimos con un dulce beso en los labios y un hasta otro día.