Relaciones peligrosas

No supe qué contestarle. Me quedé estupefacta. Esa mujer tenía presencia.

Ya era casi hora de la cena, estaba platicando en la sala con Fernanda acerca de nuestro día, me estaba contando como cierto inversionista la invitó a salir, y ella, como novia fiel, se negó a aceptar aquella salida al bar. No culpo al hombre, Fernanda es hermosa, qué hermosa, hermosísima.

Entonces me preguntó qué había hecho yo. Oh Fernanda, si tan solo pudiera contarte. Empecé a hacer una remembranza de mi día en mi mente. Llegué a trabajar, todo iba normal, hasta que a eso de las tres, como todos los días desde hace un mes, me llamaban a la oficina principal. Entonces me quitaba la ropa y me sentaba en el banquito de madera que ya estaba preparado en medio de la oficina. Con la fusta en mano me miraba con esa media sonrisa, esa sensual mueca tan particular, y empezaba a recorrer mi espalda con dicho instrumento. Sólo esperaba el golpe, pero jugaba con mi ansiedad y seguía recorriéndome. Lo pasaba por entre mis piernas, los muslos y casi rozaba con mi sexo. El reto (o juego) era que yo no podía gemir mientras me recorría, si lo hacía, me tocaba golpe. Tomó la coleta de mi cabello y lo jaló haciendo que mi cuello quedara libre. Empezó a dar mordiscos leves. No pude contenerme más, y solté mi aliento. ¡ZAS! La fusta dio en mi espalda, el calor recorrió mi cuerpo. ¡Ay! No pude evitarlo, mis pezones estaban erectos, pero seguía sin moverme. Otra vez la fusta recorriéndome, pasó por mi cara, mi cuello, mis pechos, jugó con mis pezones. Otra vez gemí. Y otra vez, golpe con la fusta. Me ardía, pero a quien engaño, me encantaba. Entonces se sentó sobre mí con las piernas abiertas.

-¡Mírame!

Levanté la cabeza y le miré. Su mirada pesada estaba posada en mis ojos. Hizo una media sonrisa otra vez.

Entonces me besó avorazadamente. Metió su lengua en mi boca, y yo le correspondí, recorríamos nuestras bocas en cada rincón. Intenté tocar su cabeza. Error. Se paró y fusta en las piernas. Gemí. Fusta en el abdomen. Gemí más alto. Otra vez tomó mi cabello y estiró mi cabeza. Me besó con más intensidad. Estaba muy mojada. Me mordió el labio, y me dolió, y gemí. Fusta en el brazo derecho. No sé cómo se las arreglaba, pero se encargaba de que cada golpe me ardiera terriblemente, sin dejar marcas en mi piel.

-Es que tú no entiendes mi niña . Cállate, cállate o te callo.

Asentí.

Empecé a mover mis piernas por instinto. Quería llegar al orgasmo.

-Pequeña puta. ¿Es lo que quieres? ¿Qué te haga terminar?

Asentí otra vez.

-No, hoy no. Ya te puedes ir.

Me humillaba a su gusto. Y me encantaba.

Regresé al presente. Estaba mojada otra vez. Me lancé sobre Fernanda.

-¡Tócame!

-Amor espera…- La empecé a besar como si  no hubiera mañana.

-¡Que me toques carajo!

Me tomó y me puso sobre el sillón de la sala.

-Vamos a la cama

-¡No! Aquí Fernanda, aquí quiero que me tomes, aquí.- Le empezaba a quitar la ropa desesperadamente.

Le estaba quitando la blusa y la dejé en brassier. Sonó su teléfono. Se levantó y empezó a abrocharse la blusa. Me sentía avergonzada. Tomé mi ropa y corrí al baño, estaba dispuesta a tomar una ducha de agua fría. Ya adentro abrí la llave y me metí. No pude evitar masturbarme, empecé a recordar esa tarde, la fusta, sus besos. ¿Cómo puedo hacerle esto a mi hermosa Fernanda? Todavía recuerdo el día que la conocí. Ese día iba a mi entrevista de trabajo como asistente de la dueña de una revista de modas, la famosa señora Cortés. A pesar del nombramiento de “asistente”, me habían dicho que siéndolo de aquella magnate mujer, mi curriculum iba a tomar peso, que ese puesto sería el trampolín a infinitas oportunidades como futura editora. También me advirtieron del carácter de Cortés. Tenía fama de inquisidora, de carácter fuerte, no toleraba ninguna falta, y a la primera equivocación te echaba. Se decía que era arrogante, presumida y sin un toque de benevolencia. En pocas palabras, un demonio.  Ni yo sabía que me esperaba si llegaba a ocupar ese puesto. Llegué casi corriendo, ya era tarde. La cita había sido agendada para las 9 y ya eran las 8:55, de no haber sido porque mi maldito auto dejó de funcionar ese día en la mañana, ya hubiera estado desde hace algún tiempo esperando para ver a la señora Cortés. Era un edificio enorme, y la editorial “She” estaba en el piso 30. Llegué al elevador, la puerta se abría lentamente, y abalanzándome sin importar qué, me lancé para entrar.

-¡Ouch!

-¡Hey! Cuidado chica, ¿estás bien?

Qué hermosa mujer, tan sólo recordar la primera vez que la vi, la piel se me vuelve a erizar. De cabello largo y lacio, amarrado en una coleta, ojos de esos soñadores que te hipnotizan nada más verlos, y aquel perfume. Me quedé embobada unos minutos.

-¿Chica? ¿Estás bien?

Me miraba con sus largas pestañas. Por fin reaccioné.

-¡Sí! Sí, lo siento, perdóname.

-No te preocupes, ¿eres nueva? No recuerdo haberte visto antes.

-Sí, vengo a una entre… -¡Carajo, la entrevista!- Ya voy muy tarde, dios mío.- Oí su risa, era hermosa. Acababa de conocer a esa chica y ya me había enamorado.

-Lo siento, me recordaste al conejo de Alicia en el país de las maravillas. ¿A qué piso vas?

-Al 30

Con uno de sus finos dedos tocó el número y salió del elevador.

-Bueno chica, éxito en tu entrevista. Nos vemos.

-¡Gracias¡ Por cierto soy…- El elevador se cerró. Rayos.

Rogaba a Dios para que no subiera gente en cada piso y pudiese llegar más rápido. Ya eran las 9. Mi deseo se cumplió, o más o menos, ya que milagrosamente el elevador sólo se detuvo en dos pisos. Eran las 9 con 5 y llegué a mi destino. Antes de salir me arreglé la falda larga, lisa y gris, también la blusa rosa y un poco el peinado que tenía, acomodaba los cabellos que se había escapado y me acomodé las gafas. Por fin salí sin perder más tiempo y me acerqué a la que parecía la recepcionista.

-Hola, mi nombre es Laura, tengo agendada una cita con la señora Cortés. ¿Está ella ocupada?

-¿Tu cita no era a las 9?

-Emm… Sí, pero tuve algunos problemas.

-Lo siento, no puede atenderte, si algo le molesta a miss Cortés es la impuntualidad.

¿Miss Cortés?

-Pero…

-Lo siento.

-No, no, mira, no fue mi culpa, por favor. Llámala, y dile que el elevador tuvo problemas o no sé, algo.

-Tampoco le gustan las excusas.

-Necesito este trabajo.

-Muchas mujeres lo necesitan, es más, matarían por él, y si están muy interesadas, es obvio que llegarían temprano.

-¡Por favor!

El teléfono de la recepcionista sonó. Tomó la llamada. Asentía.

-Bien, puedes pasar.

-¿Qué? ¿En serio?

-Todavía puedo decirle que no has llegado.

-¡No! Muchas gracias.

-¿De qué?

La antipática chica me miró de arriba abajo y continuó con sus labores. Caminé deprisa a la entrada de lo que parecía la oficina de miss Cortés y antes de entrar me acomodé nuevamente los lentes. Creo que debería considerar de contacto. Abrí la puerta y me encontré con una enorme oficina, de color blanco. Un escritorio, blanco también, con una computadora y unas cuantas revistas apiladas. Papeles en orden, dos sillas giratorias de piel color negro. Una estantería con libros y revistas. Los ventanales detrás del escritorio daban una increíble vista a la ciudad. Me quedé parada, todo aquello era impresionante. Me sacó de mi shock el ver que la silla principal se movía. De pronto giró. Me encontré con una mujer madura, no le echaba más de 45 años. Estaba hablando por teléfono, no se veía contenta. Llevaba unos pantalones de vestir y una blusa de mangas flojas, a juego con unos tacones puntiagudos, todo le quedaba muy bien, era una mujer delgada. Muy chic su estilo, se notaba que era la jefa de la editorial de moda. Su cabello tenía unas cuantas canas, pero le quedaban bien. Definitivamente era una mujer bastante atractiva.

Entonces me sacó de mis pensamientos. Me quedó mirando fijamente por encima de sus lentes, muy fijamente mientras seguía hablando. Se recargó en su respaldo y cambió de posición de pierna cruzada a tener las dos piernas sueltas. Me seguía mirando. Aquella mirada me pareció incómoda, pues no me veía con indiferencia como lo había hecho la chica de la recepción. Sentía que me estaba desnudando con la mirada. Por fin colgó. Yo seguía parada.

Recargó su cabeza en su mano y seguía mirándome. Tenía una mirada bastante pesada y penetrante.

-¿Y tú eres?

-Laura Guillén, mucho gusto.- Acerqué mi mano para estrechar la suya. Me quedé con la mano estirada. Decidí bajarla.

-¿Y estás aquí porque…?

-Vengo por el puesto de asistente personal.

-Entiendo… - No dejaba de mirarme de esa manera.- Y cuéntame Lucía…

-Laura-

-Correcto. ¿Qué te hace creer que éste es un lugar en el que te puedes desenvolver como asistente?

-Bueno, estudié periodismo, tengo conocimiento en corrección de textos, un poco de estudios literarios y…

-Una asistente no hace esas cosas.

-Bueno no, pero…

-Una asistente personal, para ser precisos, sirve café, recoge la correspondencia, hace los encargos, recoge mi bolso y lo acomoda, hace lo mismo con mi abrigo, entre otras cosas. Nada de lo que dice en tu currículum entra en la descripción de actividades de una asistente.

-Pues no pero…

-No tienes experiencia siendo asistente.

-No, pero…

-Tienes un currículum bastante rico y quieres ser asistente, una simple asistente.

-Sí, pero…

-Pero, pero, pero… Lucía

-Laura

-Cómo sea, debes saber decir otras cosas que “pero” y tu nombre. ¿Crees ser capaz de traerme el café latte con leche deslactosada y una de azúcar por las mañanas? ¿O de acordar con De la Costa que nuestra cita del miércoles será aplazada hasta el jueves próximo porque sus modelos resultaron insuficientes e ineficientes? ¿O de reservarme una mesa en el mejor restaurante de la ciudad para dentro de una semana, cuando, de antemano sabes que hay que reservar con medio años de antelación? Dime, mi pequeña, ¿podrás con todo eso?- Se levantó de su asiento.- Y lo más importante…- Rodeó su escritorio hasta quedar enfrente de mí.- ¿Podrás hacerlo con la puntualidad que todo esto requiere?

No supe qué contestarle. Me quedé estupefacta. Esa mujer tenía presencia. Me estaba sintiendo intimidada. Creo que estaba temblando.

-¿Podrás?

-S-s-s-sí.

-¿Sí qué?

-Sí, señora.

Se quitó sus gafas.

-Bueno Lorena, Cristina te llamará en la semana. Tal vez. Ahora puedes retirarte, me estás quitando tiempo.

DI media vuelta y salí de aquel lugar. Qué ambiente tan pesado. Al cerrar la puerta detrás de mí tomé una bocanada de aire. Creo que había contenido la respiración todo el rato que estuve dentro. La chica de la recepción me lanzó una mirada lasciva, y otra vez dirigió su mirada a la computadora.

Por fin llegué al lobby del edificio. Y sentada en un sillón estaba la chica con la que había chocado hacia unos momentos.

-Hola. – Me saludó tímidamente

-Hola- Contesté

-¿Y cómo te fue?

-No lo sé, creo que no lo voy a conseguir.

-No digas eso, la esperanza es lo último que muere.- Sonriéndome, me estaba desasiendo- Discúlpame. Ni siquiera me he presentado. Me llamo Fernanda.

-Mucho gusto, yo soy Laura.

-Hola Laura, un gusto.

Continuará.