Relaciones

¿Puede el sexo cambiar la vida de una persona? Reedicion de un antiguo relato mio.

Relaciones

…No pude resistir la tentación y yo también me comencé a masturbar. Estaba en la gloria, tuve un fantástico orgasmo. Uno de los mejores que yo me he dado. Sublime. Miré por la rendija y vi que Vero ya se había bajado de su montura. El pobre Chemita estaba agotado...

Aun recuerdo esa rutina… Despertarse al sonido de la radio-despertador con canciones de los 40 principales a todo volumen, vestirse rápido, meter los libros correspondientes en la mochila y salir pitando al instituto, muchos días sin probar bocado, es decir, en ayunas. Me llamo Alejandra, todo el mundo me dice Ale, y voy a contar la historia que me pasó en el instituto donde pasé mi adolescencia. Este instituto se encuentra en el extrarradio Madrid. Un instituto cuyo nombre me parece ahora más honrado y prudente omitir.

Era, pues, mi época de instituto. Tenía los diecisiete y encaraba ya la mayoría de edad. Ahora sé que en esa época era una ingenua chiquilla, guapa de cara y con un cuerpo en ebullición que cada día volvía más locos a los hombres. Siempre he sido morena, con el pelo largo y rizado; tengo los ojos grandes y brillantes del color del acero. Mi nariz es un poco respingona y tengo alguna que otra peca en los mofletes. Una niña muy mona, en todo caso. Como digo, era muy inocente pero los turbios acontecimientos que ahora narro cambiaron mi forma de ser. Sí, amigos, pasé de ser una cría bobalicona a convertirme en una vulgar zorra. Es que la pubertad es una época difícil.

Todo empezó una fría mañana de febrero, una mañana normal en la que me dirigí, como todas las mañanas, al instituto mochila al hombro. En ese instituto era obligatorio el uniforme (falda lisa gris oscura y camisa blanca, con una chaqueta azul clarita, medias y zapatos). Yo no creo que sea un vestuario provocador pese al imaginario popular que afirma que una chica vestida de colegiala es un bombón. La verdad sea dicha, he tenido muchas relaciones con hombres mayores que yo y todos han tenido más interés en quitarme la ropa que en adornarme con una faldita de colegio.

Bueno, que me lío y no avanzo con la historia. Iba al instituto como siempre y, como siempre, llegué un poco tarde. La verdad es que me había quedado dormida. No sabía que ese retraso cambiaría mi vida para siempre. Entre en el instituto y me encontré con el conserje, Pedro, un vejete bajito y regordete con el pelo blanco y un gran humor, aunque está un poco loco el hombre. O estaba. Me lo encontré.

-Vaya Alejandra, ¿Cómo tan tarde? Se te han pegado las sábanas eh. Ay… si ayer no hubieras estado por hay de farra…

-Si ayer apenas si salí a tomar el aire. Déjese que no volveré a dormirme.

-Más te vale guapa, que si no a la sargento de hierro le vas a poner en bandeja una   amonestación. Ya sabes como es. Estará esperando que llegues para echarte fuera de clase. En mis tiempos a los que desobedecían les deban cuatro reglazos y a clase, nada de echarlos fuera.

-Bueno Pedro, no me entretengo más que al final si que se enfada, y con razón.

La sargento de hierro era la profesora más temida del colegio. De unos cuarenta años, melena rubia lisa y larga, con aspecto de fiera. Era conocida por si inflexibilidad. Las normas están para cumplirlas, y vaya si había que cumplirlas. Era, también, mi tutora y profesora de historia (menudo palmares ¿verdad?) Y allí estaba ella, sentada en su butaca mirándome. Así me la encontré cuando abrí la puerta tras llamar con los nudillos.

-Sánchez llegas tarde.

-Lo se profesora.

-Castigada por la tarde. Pasa y siéntate.

La mañana transcurrió sin mayor novedad, exceptuando claro esta las dos o tres proposiciones para quedar por la tarde de Joanet. Joanet, que en realidad se llamaba Joan, era un chico bajito y bastante feote pero con el cual me llevaba muy bien desde que éramos críos. Tanto es así que de vez en cuando habíamos quedado en casa (la mía) para estudiar. Sólo estudiar. Yo le gustaba, le volvía loco… pero él a mi no. Es lo que tiene el amor. La verdad, mira que soy tonta… lo fácil que me hubiera resultado ser la novia de Joanet en vez del zorrón que ahora soy.

El plan que me proponia Joanet era razonable, estudiar en mi casa para el examen de geografía del día siguiente. Pero no me apetecía quedarme por la tarde estudiando. He de decir que yo soy una buena estudiante, un poco dejada de vez en cuando pero buena al fin y al cabo. Mi mayor ilusión por aquel entonces era estudiar psicología en una universidad privada de Madrid de cierto renombre. Ni que decir tiene que necesitaba unas grandes notas o una enorme cartera para poder estudiar allí. Y la cartera no me era muy grande así que llevaba un año y medio sacrificándome los fines de semana, viendo como mis amigos y amigas se iban de parranda y yo me quedaba a estudiar aburridísimos mapas de geografía, pesados textos de lengua o inexplicables ejercicios de mates. Todo para poder tener un futuro mejor. Bluf… como las tías bobas de las pelis yankies.

Nah, esa tarde no me apetecía estudiar. Llevaba bastante bien el examen y lo que me apetecía era practicar la que era mi pasión por aquel entonces: la natación. Esa tarde lo que quería era nadar junto con mis amigas: Claudia, Lucía y Verónica. Todas íbamos al mismo club de natación. También coincidíamos allí con algunos chicos del instituto, pero todos eran unos niñatos depravados que se relamían esperando verte una teta. Yo no me llevaba mucho con ellos, pero mi amiga Verónica sí.

La mañana de clases transcurrió normal. Pero eso sí, pasó algo que me dejó con la mosca detrás de la oreja: Alberto y su pandilla me miraban más de la cuenta y se reían por lo bajo. Alberto era un chico guapo, alto y rubio. Un bombón. El chico más deseado de la clase aunque era también el más joven (había nacido en diciembre). Y hace poco había tenido un roce con él. Más concretamente tuve una tórrida sesión de besos, morreos y toqueteos que acabó en una perfecta paja, la primera que hacía en mi vida. Todo esto sucedió en el cuarto de baño del instituto. La verdad, me gustaría que me pidiera salir con él. Pero él no estaba muy por la labor. ¡Malditos chicos!

Cuando acabamos las clases fuimos para mi casa mis tres amigas y yo (mi casa era la que pillaba más cerca del club de natación) y recogimos allí nuestras bolsas de baño.  Después fuimos al club y disfrutamos de una larga sesión de largos, anchos, ejercicios y zambullidas. Parece mentira lo relajante que puede ser un baño tras un largo día de estudios mientras que el frío típico de febrero hiere la piel de la gente que pasea por la calle. Que gustito me da. Por eso hago natación, creo. Como ya habréis notado (o tal vez no), había pasado totalmente por alto el castigo con la sargento. Craso error. Y los errores se pagan en esta vida.

Tras el entrenamiento nos fuimos las cuatro a los vestuarios. Era ya muy tarde y no quedaba ninguna mujer, por lo que teníamos el vestuario para nosotras solas. De hecho sólo quedaban el grupito de chicos amigos de Vero y el conserje. La verdad es que esos chicos parecían cerrar siempre la piscina, que se cerraba a las nueve. Nos duchamos y ya sentadas en los bancos escuchamos unos golpes fuera. Seguramente los cuatro chicos andaban jugando. Lucía, que siempre es la más rápida de las cuatro, se vistió y nos dejó cuando aun nosotras no habíamos salido de la ducha. Así pues nos quedamos las tres vistiéndonos.

Entonces se abrió la puerta. Eran los chicos, los cuatro chicos y Alberto, “mi chico”. ¿Cómo había entrado? Para entrar había que ser socio del club. Afortunadamente ya estábamos vestidas, o casi porque Verónica aún estaba en sujetador. Entraron los cinco chicos como Pedro por su casa.

-Hola Vero, ¿qué tal?

-Pero como se os ocurre entrar aquí sin llamar. Os dije que llamarais.

-¿Os dije? – Preguntamos Claudia y yo- Tu les has dicho que vengan o qué.

-Si bueno… - estaba un poco cortada.

-Veras Ale – Era Alberto el que hablaba- Les conté a los chavales lo que hicimos el otro día tú y yo y parece que ellos también quieren gozar. Bueno, ellos y ella. Cuando se lo contamos a tu amiga Vero se murió de la envidia y, al parecer, tardo poco en aplicarlo con el joven Chema.

Chema era vecino de Verónica, y el hijo de nuestro profesor de geografía. Esta revelación me dejó atónita. Al parecer Verónica y Chema tenían lances amorosos (sin llegar a mayores) pero que yo fuera la inspiración me dejó más anonadada si cabe.

-Estáis todos locos –dijo Claudia- yo me piro.

-Quieta ahí – Alberto la puso una mano en el pecho, muy cerca de la teta izquierda- no os vayáis. ¡Sólo queremos jugar un poco! Nada más. Mi padre es el vigilante y me ha dejado las llaves. Podemos quedarnos todo el tiempo del mundo sin que nadie nos moleste. ¿Qué os parece?

Eso lo explicaba todo. Al cabrón del Alberto lo había planeado todo y los cuatro zagales estaban ahí por lo que pudiera caer. Les mandé a la mierda, le pegué una bofetada al Alberto y me marché junto con Claudia. Recorrimos el pasillo de salida y cuando llegamos a la puerta nos dimos cuenta de que estaba cerrada. Cerrada. No había salida. Y el conserje no estaba. Parecía que Alberto no había mentido.

-¿Y ahora qué hacemos? –me preguntó Claudia. Aun recuerdo la mirada compungida que me lanzó. Seguramente mi amiga me creía culpable de todo, pero no se atrevía a decírmelo.

-Mierda. Yo no vuelvo. Mejor esperamos a que salgan ellos y nos vamos con ellos.

-Me parece bien. ¿Crees que van a tardar? –dijo Claudia. Sonó un chillido. Era Verónica. Pero es que no fue un chillido normal. Fue un gemido. Fuimos a ver que pasaba.

Desde lo alto de las gradas hay una especie de conducto de ventilación que da a los vestuarios, nos metimos por ese conducto. No es de metal, como el de las pelis, sino que es de hormigón y tan alto que se puede caminar agachado. Por tanto, no había riesgo de que nos oyeran. Aún así nos acercamos sigilosamente. Por fin llegamos a la rendija de ventilación. Es una rendija grande, podíamos mirar las dos a la vez. Y eso hicimos. Miramos y el espectáculo me secó la boca.

Verónica estaba totalmente desnuda mientras le hacía una mamada al payaso de Alberto y con cada mano tenía a un chaval haciéndole una paja. El cabrón de Chema estaba tumbado en el suelo y Vero estaba encima. ¡El muy cabrón le estaba chupando el coño! Si su padre, el profesor José María pudiera verle ahora… El espectáculo me calentó, y a Claudia. Noté como mi compañera se revolvía inquieta en nuestro escondrijo mientras Verónica lanzaba algún que otro gemido. Los dos chavales que no estaban en manos de Vero se hacían una fenomenal paja. La verdad, me estaba poniendo muy cachonda y por un instante me imaginé que era yo la que estaba chupando una de esas pollas mientras algún enano me comía el coño.

Y la cosa no acababa así. Alberto se corrió entre gemidos, manchando toda la cara y el pelo de Vero (Para su suerte lo lleva liso y bastante corto, como de media melena). Viendo que la boca le quedaba libre, uno de los pajilleros se abalanzó sobre ella y comenzó a follarle la boca. Le daba unas embestidas terribles. Tuve ganas de bajar mi mano hasta mi conchita y empezar a tocarme. Pero no podía… Claudia estaba allí y yo la había metido en ese lío.

Los dos que Vero estaba pajeando se corrieron salpicando sus tetas y su cara. Chema se levantó, dejó de lamerle el coño y esta comenzó a pajearse. Cuando la mamada acabó (con una corrida más en su cara y pechos) comenzó a chupársela a Chema, que se había sentado en un banco. En esta posición, todo el culito de Vero quedaba expuesto, y el segundo pajillero vio su oportunidad. Se acercó por detrás y le metió la polla por el coño. Aun recuerdo el sonido del golpe de sus huevos dando con su culete. Comenzó un mete-saca frenético.

-Dije que nada de follar joder – dijo Verónica- ¡Para o me voy!

Alberto, que había reaparecido vestido, cogió al palillero y lo empujó quedando Verónica libre, que continuó con su mamada a Chemita.

-Qué más da. La muy puta ya no es virgen que lo he notado.

-No digas tonterías, el himen se le pudo romper haciendo otras cosas- le espetó Alberto.

-¡Tan malote y tan ingenuo! –rió Verónica. Después se levantó y se puso sobre Chema. Se metió su polla en la concha y comenzó a moverse. Chema, que gemía mientras le chupaba los pezones, estaba en el séptimo cielo.

-No es la primera vez aahh… que me follo a Chemita.

Me quede sobrecogida. Así que la Vero ya no era virgen. Había follado. ¡Y nada menos que con el hijo del de geografía! Note un ruidito a mi lado. ¡Claudia se estaba masturbando! Tenía la falda subida y el tanga apartado mientras se metía la mano en el inundado coño. No pude resistir la tentación y yo también me comencé a masturbar. Estaba en la gloria, tuve un fantástico orgasmo. Uno de los mejores que yo me he dado. Sublime. Miré por la rendija y vi que Vero ya se había bajado de su montura. El pobre Chemita estaba agotado. Los demás ya estaban vestidos y Vero estaba en ello. ¡Ni siquiera se había quitado las manchas de semen de la cara y el pelo!

Le indiqué a Claudia que nos marcháramos para llegar a la puerta antes que ellos. Tardamos muy poco y durante el camino no dijimos palabra. Al llegar a la puerta nos sentamos en el suelo y esperamos. Uno, dos, tres minutos y aparecieron. Venían en manada, Alberto como el macho dominante, aunque no lo era. Por lo que a mi respecta nunca volví a desear a Alberto. Chema lo mató en mi mente. Llegaron, pues, a nuestra altura y con bastante prepotencia se quedaron mirándonos.

-Vaya vaya, ¿qué tenemos aquí? –soltó de guasa Alberto. Me dieron ganas de darle otra ostia- Las renegadas. Que sepáis que nos lo hemos pasado muy bien y no ha sido para tanto. Sólo unos besos y poco más. Vosotras aquí ¿bien? Si queréis salir tendréis que pedírnoslo por favor.

-Sois unos hijos de puta –recobré la voz por fin- lo que le habéis hecho a la pobre Vero…

Señalé sus manchas de semen.

-Encima te enfadas –rió Alberto- Encima que le dejáis todo el trabajo…

-Vete a la mierda.

No le gustó que lo insultase. Me hizo levantar y me agarró de las manos.

-Estáis a nuestra disposición imbécil. Trátanos mejor o te dejamos aquí toda la noche.

-No serás capaz- le dije. El cabrón me cogió las manos y las olió.

-Vaya si tu también te has estado divirtiendo eh. Primero te haces la estrecha y luego te pajeas. Ahora nos vas a tener que recompensar. Quítate la camisa y el sujetador que le vas a chupar la verga al pobre Isma, que no ha tenido su ración hoy.

Ismael, al que reconocí como el que se la había metido a la Vero, dio un paso al frente, me agarró el cogote y me metió toda la polla (que se había sacado con la otra mano) en la boca. Al principió no quise, pero Alberto me agarró por detrás quitándome la camisa y el sujetador y pellizcándome violentamente los pechos. Me costó pero al final cedí y comencé a mamarle la polla a Ismael lo mejor que pude. No la tenía muy grande, pensé.

Se que ahora estaréis leyendo estas palabras pensando en que esto es mentira, que nadie se somete así y que los chicos con quince años no son tan lanzados, pero caray que pronto se os olvidan los efectos de un millar de hormonas latiendo, chillando para que te folles a todo lo follable. Cierto es que más que menos las hormonas se controlan, que una jovencita de buena familia no debe chuparle el nabo a un desconocido, pero que demonios: éramos jóvenes, estábamos solos y muy calientes. ¿Qué más se le puede pedir a la adolescencia?

Así pues seguí con la primera mamada de mi vida, con un desconocido. No me gustaba aquel sabor aunque no era repugnante. Pasable. Y me empecé a calentar cuando Alberto me sobaba las tetas y me metía la manita entre el tanga y el coño, acariciándome los labios y, fugazmente, mi pequeña cosita (lo que otros llaman clítoris). No duró mucho la cosa porque él ya venía caliente. Se corrió en mi cara y mi boca y probé por primera vez el amargo sabor del semen en mis labios. Puaj. Albertito se portó y siguió hasta que notó como mi espalda se arqueaba y mis flujos fluyeron por entre sus manos. Noté como me agarraba el tanga y me lo quitaba. Me devolvió la camisa pero no el sostén. Se lo había guardado en el bolsillo.

Abrió la puerta y salimos al exterior. Yo, que no llevaba ropa interior, sentí una bocanada de frío cortante en el pecho aun semidesnudo. Me abroché como pude la camisa y me puse la chaqueta por encima. Cada uno salió para su casa sin decir ni mu. Jamás olvidare ese viaje, ese retorno al hogar. Notaba mi conchita rozar con la falda, las tetas bambolearse y por dios que pensé que todo aquel con el que me cruzaba veía mi desnudez. Me sentía fatal pero lo cierto es que apenas había opuesto resistencia. Lo cierto es que me había calentado el espectáculo. Mierda. Encima era lunes: hasta el sábado no podría emborracharme.

Llegué a mi casa y subí directamente a mi habitación, sin siquiera mirar a mi padre. Me metí en el baño y me di una larga ducha. No fue una buena noche la que pase: soñé con el Isma, con el coño de Verónica siendo devorado por Chemita y soñé con el maldito examen que tenía al día siguiente con su padre.


Me levanté tarde, cansada y con pocas ganas de ir a clase. Me vestí y me marché al instituto. Era otro gélido día, pero soleado. Al menos brillaba el sol. Llegué muy justita de tiempo. Las primeras clases las pasé repasando el examen de después, debajo de la mesa para que no me pillaran. Joanet me preguntaba una y otra vez que qué tal los entrenamientos. Yo no le podía mirar ni a la cara. El cerdo de Ismael no era mucho más guapo que Joanet y a uno se la había chupado y a otro no. Me sentí fatal. Por suerte el examen llegó y borró todas las cosas de mi cabeza. Ahora a pensar en geografía me dije.

Estaba de pie, esperando que el profesor llegara escuchando como Joanet me enumeraba las cordilleras de Europa. Pasó Alberto, junto con uno de sus amigos, riéndose y mirando y pudimos escuchar, tanto Joan como yo, las palabras: Ale, puta y chupándola ayer. Joanet me miró. Bajé la cabeza y una lágrima se me escapó. Cuando levanté la cabeza vi como Joan ya no me miraba. Había odio, envidia y rencor en su cara. Se dio la vuelta y no me volvió a dirigir la palabra. Observe la clase y me di cuenta de que todo el mundo me miraba y se reía. Al menos eso pensé entonces.

Ahora que juzgo con perspectiva veo claramente que no toda la clase se había enterado de los escarceos del día anterior, era imposible. Pero para una jovencita de diecisiete años que lo único que conoce del amor son los lances de los institutos, un comentario, un sobrenombre, era el más temido para cualquier chica. Y ese era el de puta. Al fin y al cabo, como muy bien nos enseña el Lazarillo de Tormes (No olvidemos que soy bachiller y que gozo de cierta cultura) y salvando las distancias, en España siempre valió más el parecer que el ser. Y es que todo el mundo ve lo que pareces y muy pocos lo que eres. Por eso la palabra de Alberto, puta, me había sacudido como un mazo. Me vi convertida en la puta guarrilla oficial de la clase. Y yo no había follado con Chemita, cuyo padre ya entraba en clase con los exámenes a mano. Vero parecía tranquila, al menos más que yo. No pude reprimir mi odio hacía ella.

El examen me salió fatal. Saqué un uno, la nota más baja. Estuve llorando una semana entera todas las tardes. Mi madre me preguntaba que si me pasaba algo. Yo le dije que no. No solo era que había perdido la oportunidad de ir a una universidad privada a estudiar lo que me gustaba, sino que además era considerada la puta de la clase, al menos por varios compañeros (a la cabeza de los cuales estaba Alberto). La verdad, esos fueron los peores días. La sargento de Hierro me había castigado todas las tardes de la semana a quedarme allí fregando. Por lo menos así evitaba volver a la piscina. Una de esas tardes me dio un arrebato. Me dirigí al despacho de don José María, el profesor de geografía.

Mi intención era la de hablar con él. Contarle lo del golfo de su hijo. Pero cuando llegué allí otra idea me disparó en la cabeza. ¿Por qué no me convertía en una puta de verdad? Vender mi cuerpo de verdad, en este caso para sacar más nota. Sí ¿Por qué no? Cuando entré en el despacho ya no tenía idea de pedirle nada por favor, sino de hacer lo que fuese necesario para aprobar.

-Bien Ale ¿Qué quieres? Me ha extrañado mucho tu nota la verdad. Pero ya sabes que es lo que hay. Aun así, si sigues estudiando duro podrás… ¿QUÉ ESTAS HACIENDO?

Me había quitado la camiseta dejando mis pechos tapados por mi sostén, el calló durante unos instantes y luego me reprendió:

-¿Pero que haces? Tápate.

La verdad, ahora se que me pasé de directa. Pero es que estaba nerviosa. Para arreglarlo me lancé sobre su silla y le agarré el pene, dejándoselo al aire. Justo entonces entró el director. La verdad, todo me estaba saliendo mal.

-Luis yo no la he dicho nada, esta tía quiere prostituirse para aprobar. Yo no… de verdad.

-José María mándala a mi despacho. Vístase por el amor de dios. Ya hablaremos tú y yo. Y ponte en contacto con su familia para que sepan que clase de hija tienen.

Desde que había entrado el director no me había movido del sitio. Sentada sobre el frío suelo cubierta solo por mi sujetador, mi faldita y mi tanga. Madre mía, ¡que mal lo pase!

-Vamos vístete. ¿Ale pero que te ha pasado? Primero los rumores y ahora esto…

Así que había rumores incluso entre los profesores. Joder, no pude reprimir unas lágrimas. Que mal lo había hecho todo.

Me dirigí al despacho del director. Estaba muy nerviosa. Cuando entre me puse aún más nerviosa, y su actitud no ayudó nada. Estaba sentado en su sillón, tras su enorme mesa y me miraba con una sonrisa en los labios.

-Sientáte ¿Quieres una tila para los nervios?- me dijo. ¿Pero que clase de bronca empieza así? Me senté y me tomé la tila que me había servido. Estaba totalmente fuera de situación, no sabía que decir ni que hacer. Estaba ida.

-No se puede ir por ahí chupando penes para aprobar Alejandra. Es usted una alumna ejemplar, pese a todo. ¿En qué estaba pensando?

-Verá, yo… yo quiero ir a una universidad privada y suspendí, mi nota no puede permitirse un uno. Yo solo quiero ir a esa universidad. No tengo dinero y… ¡Tanto sacrificio para nada! No. (sin quererlo alguna lágrima salía de mis mejillas).

-Pero Alejandra, tiene que asumir sus errores. Si ha suspendido ese examen a lo mejor no se ha esforzado bastante. A lo mejor no ha hecho el suficiente sacrificio. A lo mejor esto la sucede para que mejore.

-Pero yo quiero ir. Haría cualquier cosa…

-No se puede hacer nada- su tono era ahora mucho más autoritario- Haber aprobado. Además a una universidad también se puede ir sin beca. Puedes trabajar.

-No ha esta. Es carísimo estudiar allí. Yo no tengo tanto dinero. Ni trabajando a jornada completa podría ganar para ir allí. Es muy cara.

-Hay trabajos y trabajos, Ale- su voz era mucho más dulce ahora. Y me tuteaba- Ya que estas dispuesta a todo podrías… no se. Esto se tiene que quedar entre nosotros.

Me dio una tarjeta

Madame Lennoir

C/Del Álamo Nº42

Después de esta peculiar charla me fui a mi casa directamente. Estaba agotada. Recordé entonces que mi profesor de geografía habría contactado con mis padres para contarles el suceso. Así que no había acabado todo. Estaba asustada y nerviosa. Más incluso que cuando entré en el despacho del director. Cuando llegué al umbral de mi puerta se me cayeron las llaves al suelo. Las manos me temblaban. Entré en mi casa.

Lo primero que oí fueron sonidos de pasos levantándose y acercándose. Después mi padre apareció en el pasillo. Me soltó un bofetón. Aun me pica la cara.

-¡CÓMO HAS PODIDO HACER ESO! ¿CÓMO SE TE HA OCURRIDO? Te falta un mes para cumplir los dieciocho. En cuanto los cumplas: ¡PUERTA!  Será posible. ¡FUERA DE MI VISTA!

Me fui a mi habitación. Aquí la bronca resulto ser tal y como la esperaba, según entre mi padre me soltó una hostia. Recuerdo que olía a alcohol. Estaba desolada. Pase una noche terrible, no pegué ojo. Y lo peor es que el tiempo seguía transcurriendo, los días pasaban y mi padre seguía sin mirarme. Mi madre trataba de mediar entre nosotros, pero muchas veces acababa chillándome e insultándome al igual que mi padre. Y mi cumpleaños se acercaba.

Y por fin llegó el día de mi decimoctavo cumpleaños. Obviamente no lo celebré. Cuando acabó el día cogí mi maleta y la empecé a hacer. Entonces entró mi madre.

-Cariño, no tienes por que irte. Puedes quedarte- me dijo. Se notaba que había llorado.- Tu padre ha decidido que si nos pasas quinientos euros todos los meses puedes quedarte aquí, como inquilina. Te daremos desayuno y cena y te seguiremos pagando el instituto.

Se fue y me dejó allí, con la maleta a medio hacer. No me tenía que marchar, de momento. ¡De donde iba a sacar yo 500 euros todos los meses! ¿De la calle del Álamo? Ahora ya sabía lo que había allí. Una tarde me había acercado y había estado allí. Aquello era un puticlub, pero no un antro de mala muerte, un puticlub muy elegante. Incluso entré y hablé con Madame Lennoir, una elegante mujer con acento francés. Y ya sabía que trabajando allí me daba para pagar el nuevo alquiler de casa. Nada menos que cobraría 70 euros por servicio y 200 por ir a unas “fiestas especiales”. Yo salí de allí rápidamente. Coño, no era una puta. La universidad no es indispensable pero la honra… Y había mejorado mis notas del colegio. No. Yo no era una puta… pero había intentado chuparsela a don José María. ¿Qué hacer? ¿Qué era? ¿Era malo vender el cuerpo por dinero? No podía sacarme de la cabeza la imagen de Vero y Chema follando. Yo aún era virgen. Y me llamaban puta a mí.

Pero necesitaba dinero. Pensé en el director. Al día siguiente, después de las clases, fui a hablar con él. Estaba algo nerviosa pero él me calmó. Me ofreció otra tila, muy caliente y tome unos sorbitos.

-Parece que no te gustó el club de el Álamo- me dijo sonriendo- Sí, he estado por allí y me he enterado de que no te agradó demasiado. Y bien. ¿Qué quieres?

-Vera señor director, necesito dinero. Yo…

-Ya te ofrecí un trabajo Alejandra. Más no puedo hacer, más no haré. Si eso es todo.

-Pero yo no soy una puta… una prostituta. Yo quiero ganar dinero honradamente.

Todo sucedió muy rápido. Cogió la taza de tila y me la tiró por la cabeza. Me abrasó y me empapó. Yo me levanté asustada pero él fue más rápido. De dos movimientos me había quitado la camisa y el sostén, dejándome las tetas al aire. Me dio la vuelta y me apoyó contra la pared. Noté como quitaba mis bragas y me daba un cachete. Dios, me iba a violar.

¿Y así es como finalmente iba a perder la virginidad? Violada por un viejo. Sin amor. Era tonta de remate, lo sé. Pero no pude evitarlo. Dije las palabras mágicas:

-Espere, espere.- grité. Él paró unos instantes- haré lo que quiera, pero necesito que me pague por ello.

-Sabes cómo se le llama a eso estúpida- me susurró, después me lamió la oreja. Sentí un escalofrío.-  ¿Qué serías entonces? ¿eh, qué serías?

-Sería… sería una puta.

-No, bonita. Serías MI puta. Quítate esa asquerosa falda.

El pacto estaba sellado. Me quedé desnuda en su despacho. Me recostó sobre la mesa y empezó a penetrarme salvajemente. Me pellizcaba los pezones provocando calambres en mi espalda. Eso me daba gustito, pero el mete-saca no. La verdad es que si eso era el sexo era una exageración.

Tardo muy poco en correrse, aunque me pareció una vida. Notaba el chicha escocido y unas gotas de sangre delataban que había perdido mi virgo. Después de la follada me hizo lamerle la verga. La quería reluciente. Joder. Ahora creo que eso fue un error. Salí del despacho y me dirigí a clase de matemáticas. En la puerta me encontré con Joanet

-Hola Ale. Creo que me he portado mal contigo. Tendríamos que salir a dar una vuelta un día de estos, ¿no crees?

-Me parece bien, Joan- le dije. Joan no era mucho más feo que el director.

Desde entonces no hubo semana que aquel hombre, el director del colegio, no me follara. Siempre me obligaba a limpiarle la polla después. El mes siguiente empecé a trabajar en el club el Álamo. Mi viaje se había concluido. Ya era una puta, una puta de verdad. Pronto estuve ganando dos mil euros al mes, acudiendo a fiestas que acababan en orgías donde los invitados eran famosos periodistas, políticos y obispos. Todos mayores de cincuenta. Recuerdo una con especial cariño, cuando el ministro de sanidad me follaba el coño sin compasión mientras le mamaba la polla al director de una importante gaceta deportiva y mi viejo director de colegio me desvirgaba el culo. Sí, mi viaje había acabado pero aún falta el final de la historia.

Ajeno a todo lo que me ocurría estaba Joan. Habíamos vuelto a ser grandes amigos y todas las tardes que no tenía que ir a trabajar (que eran bastante pocas) salíamos juntos. El ya había empezado la universidad y me hablaba de la facultad y lo difícil que era todo. Yo le escuchaba pensando en lo que podía haber tenido. Por cierto, casi lo olvido, pero mi padre había muerto hacía unos días a causa de su alcoholismo. No le veía desde el día que acabé el instituto y marché al local del Álamo a vivir. Joan seguía tan feo como siempre, por eso me extraño lo que me contó a continuación.

-Y tengo novia Ale- me dijo. ¿Quién podría ser?

-¿Novia? Y ¿quién es? ¿la conozco?

-Bueno… no te lo vas a creer. ¿Te acuerdas de Verónica, la que iba a nuestra clase?

-Verónica…- cómo olvidarla. Aquella puta era le que me había metido en este marrón. ¿Ella y Joanet juntos? Mi Joanet. No. No lo consentiría. Joan seguía hablando de cómo habían empezado a salir, del primer beso y tal y pascual

-¿Habéis follado?- le dije.

-Bueno… me da vergüenza

-¡TE HAS FOLLADO A VERÓNICA!- le grité. Todos los que estaban por allí se quedaron mirando. Cerdo, traidor, bastardo, cabrón e hijo puta era lo menos que se me ocurría para la rata de Joan. Pero el siempre había estado por mí y yo nunca le había hecho caso. Me fui corriendo del centro comercial donde pasábamos aquélla tarde. Todo se había desmoronado en tan poco tiempo. Todo. Ya no me quedaba nada de mi vida. Nada.

-Eh Ale ¿cómo estás? Hacía mucho que no te veía.- oí que me decían por detrás. Joder, una tarde de reencuentros. Allí estaba el cabrón de Chemita, el hijo del profesor de geografía. El enano que se había follado a Verónica antes que nadie. He de reconocer que era bastante guapo ahora que había crecido.

-Hola Chema, ¿qué tal? ¿Te apetece que vayamos a tomar una copa?

-Claro, conozco un pub por aquí cerca. Vamos.

El pub era bastante atractivo. Me tomé una coca-cola mientras el despachaba una cerveza. Chemita nunca había sido un pivón de esos que las nenas se rifan. Era guapo de cara pero su cuerpo… era flaco y poco o nada musculado. Su encanto residía en su carácter. Era bastante simpático. Una cosa llevó a la otra y tras un par de cervezas me besó. Y le besé. Nos fuimos para los lavabos. Entramos al de chicos.

Allí, en un meódromo, me quitó la blusa y el sostén y comenzó a lamerme las tetas. Me daba mucho gusto. Ese es mi punto flaco, las tetas. Cuando me mordisquean los pezones me vuelven loca, no puedo contenerme. Yo le chupaba el cuello y metía mis manos entre sus pantalones para tocar aquella polla, la primera polla que vi en acción. Era la misma, aunque algo más crecidita. Le pajeé un poco mientras el me arrancaba el tanga.

Me ofreció una raya de coca. Nos metimos dos cada uno. Ya estaba sobándome por debajo de la minifalda, hacía maravillas frotando mi sexo. Entre eso y los pellizcos que me daba a los pezones estaba a punto de caramelo. Había muy poco espacio. Le puse un condón, siempre llevó. Él me levantó y me la clavó. Hasta el fondo. Me apoyó contra la pared, que era una tabla, y allí hicimos el amor. Qué bien lo hacía el tío, se notaba que tenía práctica. Me estaba dando un gusto de la leche. Me corrí como hacía tiempo que no lo hacía. Cualquiera diría que mi trabajo es follar y que lo hago todos los días.

Pero Chema no era diferente al resto. No me quería, solo quería mi feminidad, solo quería follarme. Al acabar, como todos, me dijo que le dejara limpia la polla. Le solté un bofetón. Le gustó. Me hizo encaramarme al váter y empezó a comerme el coño. Me deje hacer. No sabía si reir o llorar. Me estaba gustando. Coño, también comía bien los coños. Mi amiga Verónica le había enseñado bien. Nos metimos otra raya de coca.

Después empezó otra vez el mete saca. Otro polvo. Esta vez sin condón. Tenía miedo de quedarme embarazada pero apenas si le dije nada. Me perforaba mientras yo estaba sentada en un sucio váter cargado de orines. Pero me gustaba mucho, notaba como la conciencia me abandonaba. Me dio un beso, un beso profundo y salvaje, y me metió un dedo por el culito. Joder, que gusto, me volvía a correr mientras daba voces.

Después del segundo orgasmo me quedé un poco ida. Me estaba empezando a doler la cabeza. Aún notaba como se restregaba contra mi coño. Pero bueno, vaya aguante que tenía el cabrón del Chema. Cada vez me costaba más encaramarme a aquel asqueroso váter. Todo daba vueltas. Noté como embestía un par de veces y se corría.

-Anda límpiame la polla, como al director.

Me arrodillé y empecé a chapársela. Era para mí un acto mecánico. Todo giraba. Tenía sed. Estaba sudando. Tenía frío. Un frío helado que me subía desde la espalda ha la cabeza. Acabé la mamada y el pequeño Chema se fue. Me metió veinte euros en el bolso. ¡Como si mis servicios fueran tan baratos!  Cuando se largó me quedé allí sentada en el suelo meado de aquel pub, recostada contra el váter y totalmente desnuda. Una espesa niebla subía a mi alrededor.

La mañana siguiente había un gran revuelo en aquel pub. Habían hallado a una joven de veinte años muerta en un retrete. Al parecer tenía una sobredosis de cocaína. La historia acaba para ella, pero no para tantas otras.