Reinado de sangre (I)
Las batallas por la corona aumentan. La inseguridad es grande, la sangre corre y el odio filial intenta anteponerse al amor y al deseo, no siempre con el resultado deseado.
AVISO: Esto no es una serie de relatos más. Los hechos aquí narrados pueden llegar a rozar lo inverosímil (dadlo por seguro que lo hará) y la historia es 100% inventada. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Si buscas testimonios personales me temo que no los encontrará.
Ahora bien, esta historia tratará la guerra entre dos reinos y las batallas de odio y sexo dentro de los mismos, incesto, infidelidades e incluso homosexualidad puede llegar a verse a lo largo de la serie. No busco que os guste, ni que os riáis, solamente escribo por gusto.
—Majestad, su hermano ha venido. Desea reunirse con vos cuanto antes.
De rodillas, el caballero de oscuros cabellos, clareándole en las sienes comunicaba a su reina la situación en la que se encontraban. La mujer se puso en pie. Los años parecían no afectar a su cuerpo, el largo vestido encorsetado negro que lucía aún por el luto tras la muerte de su marido resaltaba sus caderas y le alzaba los senos turgentes y firmes, que a sus cuarenta y tres años se mantenían como en su más plena juventud. La larga cabellera negra caía sobre su espalda y los azules ojos se clavaron en los de su vasallo.
—Hágale entrar. Y llévele a mis aposentos. La sala del trono no es lugar para reunirse con la familia. —La voz de la reina sonaba firme, poderosa, el tono de una mujer que no se deja intimidar.
Salió del salón. Las telas de su vestido arrastraban por el suelo emitiendo un leve siseo que resonaba por las galerías del castillo. Cuando entró en su majestuosa habitación se encaminó hacia el viejo y ostentoso armario. Comenzó a desatar su corsé despacio, entreteniéndose a propósito, sabiendo perfectamente lo que hacía. Unos pequeños golpes resonaron en la puerta y se giró hacia la misma.
—Adelante.
Un hombre alto con largos cabellos negros y barba abundante entró en los aposentos de la reina. Vestía una pesada armadura de acero y llevaba el yelmo bajo el brazo. Nariz aguileña y labios carnosos, mirada azul cristalina que se clavó en los senos de la mujer. Los rasgos faciales de aquel varón eran los mismos que los de su hermana mayor.
—Siento mucho lo del rey, hermana.
—Tranquilo Sebastian, a todos nos llega nuestra hora en algún momento. —Esbozó una sonrisa torcida y continuó desatando su corsé, liberándose del mismo.— Ahora es el turno de mi hijo.
—A veces pienso que tienes la sensibilidad de una patata, querida… —El caballero rió con descaro y se acercó a ella, acariciando sus curvas despacio.— Tus tetas siguen como cuando eras una doncella… Y ahora eres la reina de Tetandia.
—Mi caballero… esto no está bien.
—¿Cuándo te ha importado la bondad?
—Desenvaina entonces…
Sebastian miraba a su hermana con ardiente deseo. Comenzó a deshacerse de su pesada armadura, seguida por sus ropajes, hasta que quedó completamente desnudo. La reina se recreaba viendo la imagen de aquel cuerpo fibroso y aquel miembro grande y firme, sangre de su sangre, parte de su cuerpo que iba a ser una vez más como tantas desde su juventud. Ella también se desnudó dejando al descubierto sus grandes senos, que Sebastian no dudó ni un instante en acariciar y saborear, acariciando los pezones con la lengua. Las manos del caballero agarraron con firmeza el cuerpo de la reina, llevándolo hacia la cama dónde ella había consumado el matrimonio con el difunto rey, pensamiento que excitó más a ambos al recordarle, al recordar todas las infidelidades que habían tenido lugar desde aquel matrimonio por el poder.
—Elisa, querida…
El hombre guió su miembro hacia el sexo de ella, que aguardaba excitada, impaciente por recibirle. Las embestidas fueron rápidas y duras desde el principio, lo que a la reina le encantaba. Sentía el cuerpo de su hermano sobre ella, entrando con penetraciones acompasadas en un movimiento de vaivén, la dureza del miembro dentro de su propio cuerpo, siendo así uno solo. Sebastian buscó los labios de ella para besarlos, para besar su cuello, para morder sus pezones y acariciarlos con la lengua, apretar los turgentes pechos con las yemas de los dedos.
El sexo fue rápido pero placentero, terminó eyaculando una vez más dentro de ella y se levantó para vestirse.
—¿Cuándo es la coronación del niño? —Preguntó Sebastian mientras recogía su ropa del suelo.
—Mañana. Al fin el reino es nuestro de verdad. —Elisa no se había levantado de la cama. Seguía desnuda entre las sábanas mirando a su hermano. Solamente gozaba de verdad con él.
—Sí… nuestro. Señores de Tetandia… Pero recuerda que el principito ya es mayor de edad y heredero legítimo. ¿Estás segura de que le has criado bien?
—Sí. Mi hijo sabe perfectamente cómo gobernar a nuestro favor.
—Espero que así sea. No quiero que los alienígenas de Pitolia se apoderen de nuestro trono.
—Los caminos arderán como el fuego si hace falta Sebastian, pero Tetandia solamente nos pertenece a nosotros.