Regreso al pueblo

Cuando tenía 25 años volví al pueblo de vacaciones tras diez años de ausencia y me reencontré con mis amigos.

Tenía 25 años cuando regresé de nuevo al pueblo. Habían pasado ya diez años desde la última vez que estuve y sin embargo parecía que todo seguía exactamente igual. Antes venía cada verano a pasar unas semanas de vacaciones. Pero de repente comenzamos a hacer otro tipo de viajes, a irnos a hoteles o sitios exóticos y perdimos la costumbre de visitar el pueblo.

Pero aquel verano me entró ganas de volver a descansar unos días en el lugar de vacaciones de mi infancia. En cuanto me bajé del coche el olor y la atmósfera de las calles me transportó inmediatamente al pasado. Quien ha tenido pueblo conoce esa sensación en la que hasta la forma en la que te calienta el sol es algo diferente y cuando la notas sabes que te encuentras en ese lugar que asocias a vacaciones y libertad.

Cogí las maletas y las llevé a la casa familiar. En estos momentos estaba vacía y solo la usaban parientes cuando venían de visita. Cuando no había nadie era una vecina la que se encargaba de mantenerla y dejarla en buen estado. Entré en la casa y la encontré tal y como la recordaba. No había cambiado nada en todo este tiempo. Supuse que el hecho de que no viviera nadie allí de continuo facilitaba que no hubiera demasiados cambios.

Dejé mis maletas en el dormitorio principal y me aseé un poco ya que tras las horas conduciendo me encontraba ligeramente sudada. Después pasé a saludar a la vecina. Ya estaba advertida de que iba a venir pero quería que me pusiera cara de nuevo. Después de tanto tiempo probablemente no reconociera a la terremoto que gritaba por las escaleras durante la hora de la siesta. Además, le había traído un detallito en agradecimiento por cuidar de la casa.

Estuve alrededor de una hora con ella. Tras presentarme y reconocer en mí a la niña de hace diez años me invitó a pasar a su casa y quiso ponerse al día sobre mi familia además de contarme cotilleos de gente del pueblo que yo ni recordaba y que probablemente fueran conocidos de mis padres. A la señora se le notaba que tenía ganas de palique y le seguí la conversación aunque la mayor parte del tiempo me hablara de personas que yo era incapaz de ubicar. Finalmente con la excusa de tener que hacer alguna compra para la semana me despedí de ella.

Salí a la calle donde el sol en un cielo completamente despejado ya empezaba a calentar fuerte. Paseé un poco sin rumbo recorriendo el barrio comprobando las diferencias entre mis recuerdos y la realidad. Recorrí las calles estrechas, comprobé el parque con los columpios en los que me pasaba horas y horas, la tienda de chucherías donde gastaba la paga…

El paseo me acabó llevando hasta el bar de Luis. Era el habitual al que solían ir mis padres y además el hijo del dueño era parte del grupo de amigos que tenía en el barrio. Entré al bar pero tras la barra no estaba el señor que recordaba de mi infancia y que siempre me ponía una aceituna adicional en mi mosto. En su lugar había un joven que al verme entrar me preguntó qué quería tomar. Aunque no le reconocí de primeras había algo en él que me resultaba familiar.

  • ¿Luis? ¿Eres tú? – pregunté más por intuición que por reconocerle.

  • Sí, ¿y tú eres?

  • Soy Lucía, de la calle alta.

  • Ostia, ¡Lucía! No te había reconocido. Has cambiado un montón. ¿Cuánto ha pasado ya? Éramos unos críos todavía la última vez que estuviste – me dijo saliendo de la barra para darme dos besos.

  • Jaja, sí, tú también estás irreconocible. Aunque trabajar en el bar de tu padre me ha dado una pista de quién eras. ¿Qué tal está?

  • Bien, bien. Está haciendo unas compras pero sigue atendiendo la barra. Nos vamos turnando que el hombre necesita ayuda.

  • Eso está bien, así el bar puede seguir llamándose el bar de Luis – le dije haciendo referencia a que su padre se llamaba como él.

  • Sí, a veces creo que me puso este nombre para que me pudiera quedar con el bar – contestó riéndose. Su simpatía no había cambiado en todos estos años.

  • Oye, Lucía, ¿qué te trae por aquí? ¿Te vas a quedar unos días o solo estás de paso?

  • He venido de vacaciones unos días. Estaré una semana más o menos.

  • Genial. Tenemos que aprovechar para ponernos al día. Hoy no puedo porque tengo que atender el bar. ¿Te parece si mañana quedamos y recordamos viejos tiempos? Llamo también a Jaime y a Fran y nos juntamos los de siempre.

  • ¡Claro! ¿Siguen ellos por aquí? ¿Qué tal les va?

  • Los dos bien. Fran trabajando en un taller, ya recuerdas lo que le encantaban las motos y los coches. Y Jaime en el polígono, en una de las fábricas de material agrícola. Ya verás que ilusión les hace. Bueno qué, ¿te pongo algo?

  • Venga, ponme una cerveza antes de que siga dando la vuelta. ¿Qué hay de tapa?

  • ¿Te parece una croqueta?

  • Perfecto.

Me tomé un par de cañas mientras charlábamos poniéndonos al día y nos despedimos hasta la mañana siguiente. Le di mi número de teléfono para que me enviara los detalles de lo que fuéramos a hacer y dónde quedar y fui a comprar lo básico para la nevera de casa.

Me hice algo sencillo para comer y pasé la tarde tranquila. La vecina vino a traerme un flan que había hecho y me hizo un par de apuntes acerca de la casa de cosas que deberíamos revisar o plantearnos renovar. Después de que se fuera esperé a que bajara un poco el sol y salí otro rato a recordar los rincones de mi infancia.

Al día siguiente volví al bar de Luis. Por la noche me había mandado un mensaje diciéndome que quedábamos ahí a media mañana. Cuando llegué ya estaban los tres chicos esperándome. Jaime y Fran habían cambiado tanto como Luis y apenas podía reconocer rasgos de los amigos con los que pasaba tanto tiempo de adolescente. Jaime seguía siendo algo regordete y Fran era el más alto de los tres aunque ya no tenía la melena de pelo que lucía en su adolescencia. Nos saludamos efusivamente y al poco rato ya estábamos como si no hubiera pasado el tiempo. Resultaba curioso que hacía diez años que no nos veíamos y que prácticamente éramos unas personas diferentes pero que en tan poco rato surgiera la misma complicidad y confianza que teníamos en los veranos pasados en cuadrilla.

Salimos de paseo por el camino que abandonaba el pueblo. Esa zona no la había recorrido el día anterior y me di cuenta que la parte de los campos sí que había cambiado algo. Los descampados donde solíamos jugar habían desaparecido y ahora se encontraban sustituidos por una serie de urbanizaciones destinadas principalmente a segundas residencias de verano.

Bordeando las casas nuevas, siendo gente práctica así llamaban los del pueblo a las urbanizaciones, el camino descendía en una pequeña pendiente y atravesaba un bosquecillo hasta llegar al río. El agua cristalina y el murmullo de la corriente al recorrer el suelo de piedras eran exactamente igual al de mis recuerdos. La de días que habría pasado bañándome en esas aguas heladas o explorando en busca de cangrejos.

Caminamos siguiendo la orilla del río mientras alternábamos anécdotas, principalmente de travesuras, e historias de cómo nos iba la vida y lo que habíamos hecho en los diez años que no nos habíamos visto. Continuamos por el río hasta llegar a la Cueva de la Encantada. La cueva era una bóveda que había surgido al atravesar el río parte de una montaña y era uno de los lugares más bonitos de los alrededores del pueblo. El río la atravesaba de punta a punta y tenía unas pequeñas cascadas por el desnivel donde además habían surgidos unos pozos donde la gente podía bañarse como si fueran piscinas. Además entraba la suficiente luz para que no hubiera demasiada penumbra en su interior.

  • La cueva parece más pequeña de lo que recordaba – comenté cuando nos adentramos unos metros. – Cuando estuvimos de críos parecía de esas en las que te podías perder dentro.

  • Sí – me dio la razón Fran. – Cuando vuelves de mayor parece increíble que casi pensáramos que había que escalar para subir los desniveles.

  • O que los piratas la usaran como escondite secreto – dijo Jaime recordando el verano que nos dio por los piratas.

  • ¿Os parece si descansamos aquí y comemos algo? – preguntó Luis.

  • Por mí genial – contesté. – Es un sitio perfecto.

Nos sentamos por el suelo de la cueva, utilizando los salientes a modo de bancadas improvisadas. Mientras los chicos sacaban la comida y bebida de las mochilas y empezaban a colocarla sobre una toalla extendida yo me quité las sandalias. Tenía los pies cocidos del calor que hacía y no puede resistirme a meter las piernas en el agua fresca de uno de los pozos aprovechando que me había sentado en el borde de uno de ellos y que llevaba puestos unos pantalones muy cortos que dejaban al descubierto la mayor parte de mis piernas.

  • Qué buena está el agua. Cómo se agradece con el calorazo que hace – comenté aliviada mientras cogía una de las cervezas que habían traído.

  • Toda la razón – confirmó Jaime que me había imitado y también había metido las piernas dentro de uno de los pozos.

  • Qué recuerdos de cuando nos bañábamos aquí – dije con añoranza.

  • Sí… buenos tiempos de veranos de tres meses sin preocupaciones – añadió Luis.

Comenzamos a pasarnos los bocadillos para acompañar a las cervezas. Nos quedamos callados un momento supongo porque a todos nos vino a la mente lo que ocurrió en la cueva las últimas veces que estuvimos aquí.


Ese día apretaba bastante el sol y habíamos decidido venir a bañarnos a la cueva. Había que andar bastante más respecto a las orillas que solíamos ir que estaban más cerca del pueblo pero merecía la pena el esfuerzo. Los pozos eran ideales para estar a remojo y al estar a cubierto dentro de la cueva el sol no calentaba tanto y se estaba bastante más fresco.

Nada más llegar habíamos dejado las mochilas en el suelo y tras poner unas toallas nos quitamos la ropa para meternos directamente al agua. El agua estaba fantástica y disfrutamos como siempre nadando y salpicándonos mientras nos reíamos por cualquier tontería. Estuvimos bastante tiempo de pozo en pozo, saliendo y entrando del agua, corriendo y persiguiéndonos. Cuando nos cansamos, salimos a secarnos sobre las toallas mientras nos comíamos los bocadillos que nos habían preparado.

Yo ese año había estrenado un bikini nuevo, verde de estampado de flores, y notaba que los chicos me miraban diferente a otras ocasiones. Era la primera vez que era consciente con ellos que sus ojos se posaban de vez en cuando en mi pecho, como intentando ver la piel que se escondía debajo del bañador. La verdad es que por aquella época yo me sentía insegura con mi cuerpo. Era el tiempo de los cambios y te veías rara y diferente cada día y no sabías si crecías para bien o para mal.

  • No dejáis de mirarme, ¿tan mal me queda el bikini? – pregunté de golpe sorprendiéndoles la siguiente vez que les vi fijando la mirada en mi pecho.

  • No, no, para nada – negó rápidamente Jaime que era el más tímido y por tanto al que le daba más vergüenza haber sido pillado mirando.

  • Al contrario Lucía, te queda muy bien – dijo Luis.

  • Sí, es solo que bueno, has crecido – se atrevió a decir Fran.

  • Pues disimulad un poco – les dije entre risas y un poco aliviada de saber que apreciaban lo que veían.

  • Pensaba que estábamos siendo disimulados – contestaron ellos también riéndose y con naturalidad.

Sus comentarios me hicieron sentir algo orgullosa de mi cuerpo y aunque les volví a pillar varias veces mirando no les dije nada más. Aun así, la inseguridad no desaparece por un comentario y decidí aprovechar la situación para saber con detalle qué opinión tenían. Luis, Jaime y Fran eran los chicos con los que más confianza tenía. Había crecido con ellos pasando juntos todos los veranos y éramos más íntimos de lo que podía ser de cualquiera de los chicos de mi lugar de residencia habitual. Por tanto, pensé que si quería conocer la opinión de un chico ellos eran la mejor opción.

  • ¿Queréis que os enseñe las tetas? – les pregunté.

  • ¿Qué? – preguntaron asombrados los tres como si me hubieran entendido mal.

  • Si os gustaría verme las tetas, y me dais vuestra opinión – repetí. – Ya que no dejáis de mirarlas…

  • ¡Claro! – dijo entusiasmado Fran.

  • ¡Sí, sí! – pidió Luis.

  • Vale, si tú quieres – aceptó Jaime.

  • Pero solo mirar – les dije mientras se acercaban para ver mejor.

Estuve a punto de echarme atrás pero al final me decidí a hacerlo. Verles tan entusiasmados me resultó estimulante y tenía ganas de conocer su opinión. Llevé las manos al cierre de mi bikini y tras un par de intentos conseguí soltarlo. Tras un segundo de indecisión me quité la prenda y finalmente dejé por primera vez mis tetas a la vista de unos chicos. Por aquella época mis pechos ya habían crecido algo, aunque ni punto de comparación a su tamaño actual, y los tenía bastante respingones. Se alzaban desafiantes a la gravedad y tenía una areola rosada y un pezón puntiagudo que miraba hacia arriba. Se notaba perfectamente la marca del bikini ya que estaban completamente blancos mientras el resto de mi piel tenía tono moreno.

  • ¡Guau! – acertó a decir Fran.

  • Vaya tetas, son geniales – dijo Luis.

  • ¿No son pequeñas? – pregunté insegura.

  • Que va, son enormes – aseguró Jaime

  • Sí, Lucía, son perfectas – coincidió Luis aunque probablemente ninguno hubiera visto otras con las que comparar.

  • Me encantan – dijo Fran.

  • Vaya, gracias – dije un poco nerviosa mientras dejaba que mis amigos devoraran con la mirada mis pechos.

Me quedé un rato con las tetas al aire mientras los chicos seguían mirándolas y haciendo comentarios sobre ellas y las ganas que tenían todo el verano de comprobar cómo me habían crecido por lo que se notaba con el bikini.

  • Oye, Lucía, ¿tú quieres vernos? – preguntó Fran.

  • ¿Qué? – contesté sin entender.

  • Los pitos – me explicó. – Ya que tú nos estás enseñando las tetas, sería lo justo.

  • Ah, vale. Sí – acepté. La verdad es que lo único que me preocupaba era conocer su opinión sobre mi cuerpo y no había pensado en el de ellos pero ya que se ofrecían acepté la oferta.

Los chicos se levantaron y se bajaron los bañadores delante de mí. Ante mis ojos aparecieron sus penes. Luis y Fran tenían una erección y la de Jaime estaba morcillona. En ese momento me parecieron enormes pero ahora con perspectiva me doy cuenta de que se debía al ser las primeras que veía en directo igual que a ellos les pasaba con mis tetas.

  • ¿Qué te parecen? – preguntó Luis.

  • La mía está empinada por tus tetas – dijo orgulloso Fran.

  • Siii, la mía también está muy dura – dijo Luis.

  • Las tenéis muy grandes – les dije con admiración.

  • Sí, la mía también está poniéndose dura – dijo Jaime que no quería ser menos.

  • ¿No suelen estar así? – pregunté.

  • No, no. Se han puesto así de duras porque nos has enseñado las tetas – explicó Luis.

  • ¿Puedo hacerme una paja mientras te las miro? – me preguntó Fran.

  • Sí, claro – dije sin saber muy bien lo que era una paja. Pero no quería preguntar y que se rieran de mí por ignorante.

Los chicos comenzaron a masturbarse delante de mí. Observé cómo se agarraban los pitos con los dedos y deslizaban su piel adelante y atrás rítmicamente mientras me miraban las tetas. Al poco rato entre pequeños gruñidos uno detrás de otro empezaron a soltar unos pequeños chorros de líquido blanco que cayeron sobre la roca de la cueva. Tras ello empezaron a perder la erección y se metieron al agua a limpiarse y antes de que pudieras verles con el pene flácido. Yo volví a colocarme la parte de arriba del bikini y seguimos el resto del día como si nada hubiera pasado.


Habíamos acabado ya los bocadillos y las latas de cerveza vacías se acumulaban en la bolsa que habíamos llevado para los desperdicios. Fuera de la cueva el sol debía estar en lo más alto y pese a la sombra se notaba que estaba subiendo la temperatura y era la hora en la que los sabios del lugar se dedican a hacer la siesta.

  • Con vuestro permiso yo voy a darme un baño. No aguanto el calor de estas horas – anunció Luis quitándose la ropa y quedándose con el bañador que llevaba debajo de los pantalones.

  • Buena idea. Yo voy a hacer lo mismo – le imitó Fran quedándose también en bañador.

  • Qué envidia – les dije una vez que se metieron en uno de los pozos. – Si lo llego a saber me hubiera traído el bikini.

  • Qué poco preparada. Parece que se te ha olvidado lo que es la vida en el pueblo – me vaciló Luis desde el agua salpicándome ligeramente.

  • Báñate con ropa – me dijo Jaime que también se estaba quitando la camiseta. – Total con el calor que hace te secas luego enseguida.

  • No sé, no sé – dije dubitativa aunque el baño refrescante me tentaba mucho.

  • Tú te lo pierdes – me dijo Fran sumergiéndose en el pozo y saliendo a continuación con todo el pelo mojado.

Al final las ganas de bañarme superaron mis reticencias y me quité la camiseta de tirantes y los pantalones cortos que llevaba. Pese a que con los años habían aprendido a disimular mejor, me hizo gracia darme cuenta de que mis tres amigos no perdían detalle de cómo me desnudaba para quedarme en ropa interior.

Me quedé tan solo con un sujetador beige con un resalte de flores en la tela de las copas y unas bragas negras. Me metí en el pozo junto a mis amigos y pese a llevar bastante con las piernas en el agua el resto de mi cuerpo no estaba preparado para el cambio de temperatura. Sentí el frío recorrer toda mi piel y noté cómo mis pezones se endurecían inmediatamente. No podía vérmelos pero estaba segura de que se estarían marcando contra la tela del sujetador si es que no la habían atravesado directamente de lo duros que se habían puesto.

Nos estuvimos bañando un buen rato y de vez en cuando notaba sus miradas dirigiéndose a mi pecho. Aunque el sujetador tapaba incluso más que un bikini supuse que daba más morbo ver a una chica bañándose en ropa interior. Además este sujetador me alzaba bien las tetas y me creaba un buen canalillo por lo que seguramente la imagen que veían era bastante sugerente. Cuando nos cansamos salimos del agua y nos sentamos en las toallas. Mientras había estado nadando no había notado demasiada diferencia pero ahora que estaba fuera era obvio que lo que llevaba puesto no era un bañador y la ropa interior al estar empapada se me pegaba a la piel y no resultaba nada cómoda.

Decidí que lo mejor que podía hacer era quitármela y esperar a que se secara. Me levanté y les dije a mis amigos que no se dieran la vuelta. Estando detrás de ellos me desabroché el sujetador. Noté cómo mis tetas se liberaban y caían al dejar de estar ceñidas por la prenda. Me quedé con ellas al aire y me las froté con la toalla para secarlas bien. A continuación me puse por encima la camiseta de tirantes. Después hice lo mismo con las bragas. Me las bajé y con la toalla me sequé la entrepierna y el vello con forma de triángulo recortado de mi pubis. Finalmente me puse los pantalones cortos directamente sin bragas. Era una sensación extraña y no recordaba haberlo hecho nunca antes. Volví con mis amigos y dejé mi ropa interior extendida junto a la mochila para que se secara.

Una vez cambiada enseguida me olvidé de que estaba sin ropa interior y nos bebimos un par de cervezas más mientras seguimos charlando. Cuando me acabé la última lata pregunté si había alguna más. Me dijeron que en la mochila de Jaime debería quedar alguna. Me incliné hacia la bolsa que estaba junto a mi amigo y rebusqué en ella hasta encontrar la cerveza. Con la lata en la mano volví a sentarme y mientras la abría me fijé en su cara que se había puesto algo roja. Al principio pensé que era el alcohol que se le estaba subiendo pero enseguida me di cuenta de lo que había pasado.

  • Serás cabrón, Jaime. Me acabas de ver todas las tetas, ¿verdad? – le pregunté haciéndome la ofendida aunque en mi tono de voz se notaba que era de broma. No me había dado cuenta de que no llevaba el sujetador puesto y al inclinarme para buscar la lata el escote de la camiseta era tan abierto que estaba segura que desde su posición no había tenido ningún problema en verme las tetas enteras colgando.

  • No, no, qué va – intentó negarlo.

  • Buah, tío, qué mal mientes – le dijo Fran.

  • Joder con el Jaime. Aquí el más callado y el que le consigue ver las tetas a Lucía.

  • Jaja, ¿cómo que el que le consigue? Ni que vérmelas fuera un objetivo – dije riéndome.

  • A ver, objetivo no – se explicó Luis. – Pero mírate Lucía – dijo extendiendo su mano señalando mi pecho. – En estos diez años has cambiado bastante, y llaman la atención.

  • Está mal decirlo, pero es verdad. Vaya tetas se te han puesto, Lucía – comentó Fran.

  • Jaime, ¿cómo las tiene? – preguntó Luis.

  • Un caballero no habla sobre eso – le contestó Jaime disfrutando de ser el afortunado.

  • ¡Pero bueno! ¡Así que admites que las has visto! – exclamé.

  • Lo siento, Lucía. Pero te has inclinado, y las has dejado completamente a la vista. Era imposible no mirar ese par de maravillas – se excusó.

  • Qué cabrón, Jaime – le dijo Luis.

  • Venga tío, nos tienes que decir cómo son – insistió Fran.

  • Oye, que estoy delante. Dejad de hablar de mis tetas – les recriminé divertida.

  • Perdona, pero es que son muy llamativas – dijo Fran.

  • Y desde que te has quitado el sujetador y se te marcan los pezones en la camiseta aun más – admitió Luis.

  • Qué pervertidos – dijo riéndome fuerte a la vez que me cubría las tetas con las palmas de la mano.

  • ¿Para qué le dices eso? ¡Ahora se las va a tapar! – le echó la bronca Fran a Luis.

  • Lo siento por vosotros – dijo Jaime.

  • Qué cabrón, Jaime – repitió Luis.

No sé si fue que las cervezas que me había tomado estaban haciendo efecto y me encontraba un poco contentilla o que el escenario en el que me encontraba me traía recuerdos y la conversación me daba morbo pero el caso es que no pude evitar pronunciar las mismas palabras que había dicho diez años antes en ese mismo lugar.

  • ¿Queréis que os enseñe las tetas?

  • Joder, sí – dijo sin dudar Fran.

  • Por favor, Lucía – suplicó Luis.

  • A mí no me importaría verlas de nuevo – comentó Jaime restregando a sus amigos que ya había tenido la suerte de hacerlo.

Sin pensármelo demasiado agarré la camiseta desde la parte inferior y comencé a levantarla. Noté a los chicos expectantes mientras iba descubriendo poco a poco mi piel. Yo ya no era la chica insegura de su cuerpo que habían conocido de críos y la situación me estaba dando morbo. La camiseta alcanzó la parte inferior de mis tetas y seguí tirando hacia arriba provocando que mis pechos se subieran al ser tirados por la tela. Llegó un punto en el que cedieron y la camiseta siguió subiendo mientras mis tetas cayeron de golpe quedando a la vista de mis amigos. Terminé de quitarme el top dejándolo en el suelo junto a mi ropa interior mientras observaba la cara de asombro de los tres chicos.

  • Vaya tetazas tienes, Lucía – dijo admirado Luis.

  • Joder, eso sí que son melones. Son enormes – comentó Fran.

  • Mucho mejor verlos así que lo que había podido apreciar antes – confesó Jaime.

  • ¿Qué talla usas? Te han crecido mogollón desde la última vez que nos las enseñaste – preguntó curioso Luis.

  • Este sujetador es una 100D – les dije señalando la prenda que se secaba en el suelo.

  • Guau, ¿y son naturales? – preguntó Fran.

  • Tienen que serlo. Cuando se ha agachado antes la forma en que le colgaban es de teta natural – aventuró Jaime.

  • Sí, sí, todo natural – dije agarrándomelas y levantándolas un poco para volverlas a dejar caer.

  • Qué pasada – dijo Fran.

  • ¿Os gustan, entonces? – pregunté disfrutando del efecto que estaba provocando la visión de mis tetas en mis amigos.

  • Para no, creo que nunca había visto unas así – contestó Luis.

  • Yo desde luego que no. Son increíbles – dijo Jaime.

  • Son fantásticas, Lucía – afirmó Fran.

  • ¿Queréis tocarlas? – les pregunté. Hace diez años solo dejaba que me las vieran pero ahora yo era más experimentada y segura y no me importaba hacerles el favor.

  • Claro que sí – contestaron prácticamente a la vez.

Mis amigos se acercaron hacia mí. Yo me quedé sentada en el suelo, con las piernas extendidas y echada ligeramente hacia atrás apoyada sobre las manos. Mis tetas quedaban totalmente expuestas para su disfrute. Luis y Fran fueron los primeros en agarrármelas. Cada uno apoyó su mano en uno de mis pechos y los apretaron ligeramente comprobando su consistencia. Los levantaron y movieron y tocaron los pezones que aun seguían completamente endurecidos desde que me había metido en el agua.

  • Sí que son naturales – dijo Luis sin dejar de tocarme la teta derecha.

  • ¿Aun lo dudabas? – pregunté,

  • No, pero quería asegurarme por mí mismo.

  • Dejarle a Jaime que toque también – les dije.

  • Que se espere, ha sido el primero en verlas, ahora que sea el último en tocar – dijo Fran en broma.

Aun así, dejó sitio a su amigo y soltó mi teta para que Jaime pudiera acariciarla también, Al igual que los otros dos chicos apoyó la mano con cuidado sobre mi pecho y lo apretó y lo movió un poco para comprobar su consistencia y forma.

  • ¿Era como esperabais? – les pregunté una vez que terminaron de sobarme las tetas.

  • Mejor aun – dijo Jaime.

  • Bueno, ¿y vosotros qué? ¿También habéis crecido en este tiempo? – les pregunté señalándoles a los bañadores donde se les notaba una tienda de campaña.

  • En proporción no sé si tanto como tú – contestó Luis riéndose.

  • ¿Me dejáis comprobarlo? – pedí.

  • Claro, sin problema – dijeron.

Los tres chicos se pusieron de pie y se bajaron los bañadores quedándose completamente desnudos. Mis tres amigos estaban empalmados y tenían sus pollas horizontales después de haberme estado tocando las tetas. Cada uno la tenía de una forma y tamaño diferentes. La de Luis estaba curvada hacia arriba y era larga y un poco fina. La de Fran era más corta pero algo más ancha y con unos testículos grandes. Finalmente la de Jaime que se torcía un poco a la izquierda era la más grande de los tres. De longitud parecía similar a la de Luis pero era más ancha que la suya.

Les comenté que ellos también habían crecido bastante en este tiempo y con las manos fui agarrando las pollas de mis amigos una detrás de otra. Las noté muy duras y calientes y soltaron un pequeño suspiro de sorpresa al notar mi mano tocando sus miembros. Al tenerlas ahí no pude resistirme y comencé a masturbarles lentamente. Con la mano derecha empecé a tocar la polla de Luis y con la izquierda la de Jaime. Como era complicado hacer a los tres a la vez, Fran decidió esperar su turno acariciándome las tetas mientras yo pajeaba a sus amigos.

Era la primera vez que hacía dos pajas a la vez y me estaba resultando complicado mantener la coordinación. Sobretodo la de la mano izquierda que me costaba hacer el movimiento adecuado. Como estaban a la altura adecuada decidí meterme la polla de Jaime en la boca y hacerle una mamada mientras a Luis seguía masturbándole con la mano derecha. Comencé a mover la cabeza adelante y atrás para que su pene entrara y saliera de mi boca mientras con la lengua recorría su tronco endurecido.

  • Uff, qué bueno, Lucía – dijo entre suspiros Jaime.

  • Qué cabrón, Jaime. Aunque también pajeas de vicio – comentó Luis al ver que le estaba chupando la polla a su amigo.

  • ¿Me dejas que te coma yo el coño de mientras? – preguntó Fran sin dejar de acariciarme las tetas y pellizcarme ligeramente los pezones.

  • Claro – le di permiso.

Levanté un poco el culo mientras Fran me desabrochaba y bajaba los pantalones cortos. Al no llevar las bragas que aun seguían secándose en el suelo me quedé directamente con el coño al aire y completamente desnuda. Mi amigo no tardó un momento en hundir su cabeza entre mis piernas.

  • Parece que estás bastante mojada – comentó en cuanto sus labios rozaron los míos.

  • Será que aun no me he secado del baño – contesté sacando momentáneamente la polla de Jaime de mi boca.

  • Ya, claro. Esto no sabe a agua de río – dijo Fran recorriendo con su lengua todo mi coño.

  • Qué buen coño, Lucía. Recortadito como a mí me gusta – comentó Luis al verme desnuda.

Empecé a alternar la mamada entre Luis y Jaime. Se la chupaba un rato a uno y luego cambiaba y se la chupaba al otro. Al que no le tocaba le masturbaba con la mano para que no perdiera la erección. Mientras tanto Fran seguía comiéndome el coño y arrancándome gemidos de placer.

  • Podéis tocarme las tetas mientras os masturbo – les dije a Luis y Jaime. – Que parece que hay que daros permiso.

  • No tienes que decirlo dos veces – contestó Jaime alargando una mano y agarrándome una teta inmediatamente.

  • Y tú, Fran. Cuando te canses de comerme el coño puedes metérmela si te apetece.

  • ¿En serio? – preguntó Fran sorprendido. – Lo único, no tengo condones.

  • No te preocupes, tomo la píldora. Supongo que estáis sanos, ¿no?

  • Sí, sí. Por eso no hay problema.

Fran no perdió el tiempo y sacó su cabeza de entre mis muslos. Me abrió ligeramente las piernas y se colocó para introducirme la polla. Me la metió poco a poco aunque la postura era complicada al estar yo erguida para masturbar a sus amigos. Finalmente encontró posición y comenzó un metesaca rápido acompañado de respiración fuerte por el esfuerzo. Yo noté su polla en mi interior rozando los laterales de mi coño. Con cada embestida mis tetas comenzaron a saltar.

La logística era más complicada de lo que podía parecer en una película y tenía demasiadas cosas a la que prestar atención. Por un lado seguía masturbando a Luis y Jaime a la vez alternando entre mamada y paja. Por otro estaba concentrándome en el placer que me estaba dando Fran al follarme y tenía que acompasar un poco mis movimientos para acompañar los suyos.

Al cabo de unos pocos minutos, Luis le pidió a Fran que le cambiara. Que si seguía masturbándole se iba a correr y no quería hacerlo antes de metérmela. Fran no estaba del todo convencido porque estaba muy cachondo follándome pero acabó aceptando que me estaban compartiendo entre todos así que salió de mi interior y se intercambió posiciones con Luis.

La polla de Luis entró con facilidad en mi coño. Yo ya estaba muy abierta de la excitación y la primera follada. A Fran le agradecí la generosidad de cambiarse con su amigo metiéndome su polla directamente en la boca para que recibiera su mamada. El miembro de Luis se sentía diferente en mi interior. No me apretaba tanto los laterales pero notaba que se deslizaba a mayor profundidad. Además Luis utilizaba sus dedos para frotarme el clítoris mientras lo hacía.

La excitación provocó que no pudiera contenerme más y alcanzara mi primer orgasmo. Noté cómo mi coño se contraía apretando la polla de Luis en mi interior y grité de placer tan fuerte que mi voz retumbó por la bóveda de la cueva. En ese momento fue la primera vez que me vino a la cabeza que nos habíamos dejado llevar en un sitio público y que si se le ocurría a alguien venir a la Cueva de la Encantada nos iba a pillar a los cuatro completamente desnudos y follando. Sin embargo estaba tan cachonda que en ese momento no hubiera parado ni aunque hubiera llegado gente y se hubiera puesto a mirar cómo follo.

Tras mi orgasmo Luis sacó la polla rápidamente de mi interior. Tenía razón cuando le dijo a Fran que no iba a aguantar mucho más y el sentir cómo mi coño le apretaba el miembro al correrme le llevó al límite. Apenas estaba asomando el glande de nuevo cuando un chorrazo de semen salió disparado contra mi vientre. Noté la leche caliente cayendo sobre mi piel y al primer chorro le siguieron tres más que cayeron ya con menos fuerza sobre mi ombligo y mi pubis enredándose con el vello.

Fran tardó poco en seguir a su amigo. Mientras se la estaba chupando dijo algo que entre los gemidos y ruidos que hacíamos todos no le entendí. Como parecía que esperaba una respuesta por mi parte me la saqué de la boca un momento para poder hablar pero no me dio tiempo a preguntarle qué había dicho porque se corrió en ese mismo instante. Sorprendida noté cómo me impactaba un chorro de semen contra la cara y tuve que cerrar los ojos mientras recibía otros cuatro más. El líquido caliente recorría desde mi frente bajando por los párpados y la nariz. Notaba que tenía algo pegado en la mejilla y en la parte superior del labio que comenzaba a entrarme en la boca. Incluso tenía la sensación de que alguno de los chorros me había caído en el pelo.

  • Perdona, preguntaba que si te importaba que me corriera en la boca que no aguantaba más… – se disculpó Fran.

  • No había entendido lo que me habías preguntado. Te hubiera dicho que lo hicieras fuera, no en la boca… Pero no me esperaba una corrida de improviso en la cara – contesté.

  • Perdona, Lucía.

  • Tranquilo, no pasa nada. Pero joder, con vosotros dos, ¿hace cuánto que no os corríais? Me habéis llenado de semen. Solo quedas tú, Jaime.

  • ¿Te puedo follar antes? – me preguntó.

  • Claro, pero túmbate que me duele ya el culo de estar en esta postura.

Jaime se tumbo sobre el suelo y se sujetó el pene con la mano para mantenerlo en posición vertical. Yo me puse en cuclillas y comencé a bajar las piernas hasta que noté su polla rozando los labios de mi coño. Continué bajando y su miembro se deslizó sin ningún impedimento de lo mojada que estaba. Prácticamente estaba chorreando. Me clavé su polla hasta el fondo y después comencé a cabalgarle mientras él me sujetaba de las caderas. Yo gemía cada vez que me metía su estaca entera y Jaime también suspiraba de placer. Mis tetas botaban descontroladas y por la cueva retumbaba el sonido que hacían cada vez que chocaban y caían contra mi cuerpo. El semen de Fran continuaba recorriendo mi cara y me hacía cosquillas mientras descendía para caer en las tetas.

Luis y Fran observaban cómo follábamos. Se estaban tocando los penes flácidos intentando recuperarse de la eyaculación y tener una nueva erección. A mí me daba bastante morbo la situación y estaba cachonda como nunca. No solo por haberme follado a tres chicos a la vez, a tres amigos que conocía de toda la vida aunque hacía diez años que no los veía, sino por sentir en ese momento cómo dos de ellos me estaban observando mientras cabalgaba a su amigo.

El segundo orgasmo me llegó entre bote y bote. Noté cómo la tensión me crecía desde mi entrepierna y me eché hacia atrás con la polla de Jaime metida hasta dentro. Mientras me corría mi gemido volvió a retumbar por toda la cueva. Recuperada seguí cabalgando a mi amigo que estaba aguantando como un campeón.

  • Lucía, me voy a correr enseguida – me dijo Jaime.

  • Ya te tocaba. Puedes hacerlo dentro, si quieres.

  • Prefiero sobre ti, si no te importa. Como han hecho ellos.

  • Como quieras. Cómo os gusta llenarme de semen – le dije entre risas.

Dejé de cabalgar y me saqué su polla de mi interior. Me puse de rodillas mientras él se incorporaba. Tenía el pene chorreando de mi flujo y su mano se deslizaba con suavidad cuando se puso a masturbar apuntando hacia mí. Tal y como había advertido no tardó mucho en correrse pero en esta ocasión yo estaba preparada. Cerré los ojos y con la boca abierta recibí mi recompensa por el trabajo bien realizado. Un primer chorro de semen muy abundante impactó contra mi frente, el segundo fue directo a mi boca mientras que otros tres más pequeños cayeron directamente sobre mis tetas. Cuando noté que mi amigo había finalizado su orgasmo abrí los ojos y dejé que me saliera por las comisuras de los labios la leche que había caído en mi boca.

  • Estoy cubierta de semen – les dije notando mi cara y tetas llenas de líquido pegajoso.

  • Qué morbo das así – dijo Jaime.

  • Yo me estoy empalmando de nuevo, ¿puedo follarte otra vez? – preguntó Fran.

  • Vale, joe, me vais a dejar el chocho irritado – dije riéndome.

Esta vez me tumbé en el suelo y me dejé hacer ya que estaba cansada de la cabalgada. Mis amigos, ya más tranquilos después de la primera corrida prefirieron follarme a turnos en lugar de que les atendiera a los tres a la vez. El primero fue Fran que me embestía fuertemente haciendo que mis grandes tetas se movieran en círculos. Estaba tan sensible que no le costó conseguir que me corriera por tercera vez. Él a su vez añadió un poco más de semen sobre mis pechos.

Después repitió Luis que al igual que antes me frotaba el clítoris a la vez que me penetraba. Esta vez aguantó bastante más que antes ya que ya había descargado y porque no le había estado masturbando antes de follarme.

  • ¿No te importa dentro, entonces? – me preguntó.

  • No, hazlo si quieres.

  • Vale, es que nunca me he corrido dentro de una tía.

Al recibir mi permiso incrementó el ritmo de sus embestidas al no tener miedo de llegar al orgasmo de repente y como si de un sprint se tratara terminó tras un breve instante a la máxima velocidad, Noté cómo su líquido caliente inundaba mi interior.

Tras ellos volvió Jaime que también se había recuperado y mostraba su pene de nuevo con una impresionante erección. No tuvo reparo en metérmela aunque mi coño estuviera lleno del semen de su amigo y que su polla acabara cubierta de ello. Sin embargo cuando empezó a follarme noté que me empezaba a molestar porque realmente se me estaba irritando de tantas penetraciones diferentes. Le dije que lo hiciera suavemente mientras yo me acariciaba el clítoris para tener sensaciones en otro punto de mi cuerpo.

Esta follada fue mucho más tranquila e incluso podría decirse que íntima si no fuera porque nuestros amigos no se perdían detalle. Pese a mi cansancio acabé por correrme una cuarta vez. Jaime no terminaba de llegar al orgasmo y podría haber estado penetrándome durante bastante más tiempo pero mi coño necesitaba descansar un rato así que se la saqué y le hice una mamada para ayudarle a terminar. En mi boca se mezcló el sabor de mis flujos, junto con el semen de Luis y la polla de Jaime. Éste se corrió en mi boca aunque soltó poca cantidad ya que prácticamente se había vaciado antes echándomelo todo por encima. Les enseñé a mis amigos mi boca con el semen recién exprimido y me lo tragué mientras exclamaban «esa Lucía, eh, eh»

Agotados nos tumbamos en el suelo de la cueva a descansar aunque antes nos metimos en los pozos para limpiarnos los restos del sexo. Yo me tuve que frotar durante un buen rato ya que tenía semen por cada pliegue de mi piel y había empezado a quedarse seco. Cuando salimos ellos se pusieron los bañadores. Yo fui a por la ropa interior pero todavía no se había secado del todo. Me puse los pantalones cortos sin bragas más que nada por si pasaba alguien que no me pillara completamente desnuda pero me quedé con las tetas al aire.

  • Ha sido increíble – dijo Luis.

  • Ya lo creo. ¿Habías hecho algo así antes? – preguntó Fran.

  • ¿El qué? ¿Sexo en grupo?

  • Sí.

  • Qué va, nunca. A menos que cuentes ciertos chicos que se masturbaban juntos mirándome las tetas – contesté con un guiño.

  • Jaja, debe ser el efecto de la cueva – dijo Jaime. – La influencia de la Encantada.

  • Será eso – le di la razón.

  • Pues que afortunados somos – dijo Fran.

  • ¿Y vosotros? ¿Habíais compartido antes a una tía? – pregunté.

  • Tampoco. A menos que cuentes a cierta chica que nos enseñaba sus tetas a los tres a la vez – respondió Fran.

  • Fue una pena que no volvieras – dijo Jaime. – Pasar de un verano en el que una chica nos enseñaba las tetas cada día a la rutina de no ver nunca nada fue muy duro.

  • Ya lo siento – contesté. – Pero hoy os habéis quitado las ganas.

  • Desde luego – confirmó Luis. – Las tuyas fueron las primeras tetas que vi y siempre me quedé con las ganas de tocarlas. Haberlas podido ver ahora de nuevo, cómo han crecido y tocarlas por fin… uf, una pasada.

  • Y seguirlas viendo. Que aun no sabéis disimular cuando miráis – les dije riéndome.

  • Jaja, es imposible evitarlo. Estás tan tranquila ahí con las tetas al aire delante de nosotros – se excusó Luis. – Parece un sueño.

  • Pues disfrútalas que de momento las voy a tener a la vista. Eso sí, la última cerveza para mí, que me la he ganado.

  • Desde luego, toda tuya – confirmó Jaime.

Me incliné hacia la mochila para coger la última lata de cerveza. Al estar a cuatro patas mis tetas quedaron colgando verticales y se balanceaban al compás de los movimientos de mi brazo mientras rebuscaba en la mochila. Mis amigos no pudieron resistirse a alargar sus manos y agarrarme las tetas desde abajo, como asegurándose que la situación era real y no una ilusión de la Cueva de la Encantada, y que de verdad estaba yo allí de nuevo, diez años después y con los pechos una vez más expuestos ante ellos. Encontrada la lata de cerveza volví a sentarme y me la bebí relajadamente.

Pasamos un par de horas tranquilos, recuperando fuerzas hasta que el sol ya no pegaba tan fuerte en el exterior de la cueva y nos vestimos para volver a casa. Mi ropa interior ya se había secado así que pude ponerme de nuevo las bragas y el sujetador. Terminé de vestirme y juntos tomamos el camino de vuelta de la orilla del río mientras hacíamos planes para el resto de la semana que iba a pasar de vacaciones en el pueblo.