Regreso a mi
...Todos esos sentidos que no querían perderse ni un solo detalle de aquella furtiva noche...
Me acerqué para abrazarla. Tenía muchas ganas de sentirla cerca, como antes, como cuando compartíamos algo mas que una relación extraña como la de ahora. Quería que me sintiera ella también, que supiera que, aunque ella tuviera miedo, yo seguía a su lado. Inesperadamente escuche de su boca esas palabras que todos deseamos oír, sin plantearme tan siquiera si las decía de corazón o si tan solo era un impulso suyo por dejarse llevar por aquella bonita situación.
Daba igual si era de una forma u otra. ¿A quién le importaba? Las palabras son solo palabras y, así como vienen, se pueden ir. Lo que si importaba, en aquel cálido momento, era ese sentimiento, esas mariposas que volvieron a nosotras en el instante en el que nuestros labios entraron de nuevo en contacto. Solo hicieron falta trece segundos para que volvieran a unirse otra vez, y otra más.
Que fácilmente se desmoronan todos los muros que uno mismo construye a modo de trinchera. Que sencillo es hacer que vuelva aquella cosita que tienes dentro aletargada por un sin fin de cuestiones que, en ese momento, son disipadas por un gesto, una mirada y unas cuantas palabras agradecidas.
Antes todo parecía más complicado. Y no me refiero a esos meses de atrás, esos ya habían pasado, si no a hace un par de horas, cuando todo era un mundo lleno de obstáculos que veías insalvables. Sin embargo, en este momento, aunque estás aterrorizada por lo que tienes delante, ya no parece tan inalcanzable.
No puedes dejar de mirar esos ojos que conoces tan bien, que has visto hasta en sueños. Notas como su mirada ha cambiado así como notas que tu cuerpo responde de manera diferente ante su presencia. Se ha creado eso que los amantes pasados, actuales y futuros saben crear. Y con las copas en alto nos inventamos ese brindis que, aunque no es el único de la noche, reconocemos que es el más especial.
Dejamos atrás los bares y tomamos de nuevo ese vehículo que nos lleva y nos trae, ese amasijo de hierros y plásticos que tantas y tantas veces nos ha resguardado de nosotras mismas, ese coche que hoy nos conduce a aquello que anhelamos y tememos a partes iguales.
El destino del viaje ha llegado a su fin, y me encontré de nuevo ante las puertas que tan bien conozco, pero que, esta vez, me llevaban hacía algo que no sabía a ciencia cierta. Desconociendo lo conocido, podría ser una buena descripción.
Y seguidamente reconociendo lo conocido. Quien empezó a jugar, quien acarició a quien primero o quien se giró para besar a la otra en aquel momento, da igual ahora. Pero pasó. Y nuestros labios volvieron a juntarse para dar paso a unas lenguas que sentían verdaderos deseos de conectar de nuevo. El sentido del gusto se disparó cuando degustó aquel sabor de sobras conocido por el. Y era tal aquella sensación para mi acelerado cerebro que era incapaz de apartar mi boca de la suya. Su sabor es un vicio.
El sentido del tacto exploró aquellos lugares que tanto había extrañado, aquellos recovecos que recordaba tan bien. Como si no hubiese pasado el tiempo. Y la tela que cubría nuestros cuerpos cayó al suelo. Y todo aquello que creí que no volvería a sentir, entró en mí como por arte de magia. Su piel es un vicio.
El sentido del olfato se agudizó como hacía mucho que no lo hacía. Aquel aroma que emanaba de su ser era un placer que proporcionaba estímulos aletargados en mi interior. Era toda una evocación a un pasado que cada vez se volvía mas presente. Notar como esos olores iban cambiando a medida que transcurrían los minutos Su aroma es un vicio.
El sentido del oído me regaló momentos deliciosamente excitantes e incitantes. Es increíblemente interesante escuchar esos disimulados jadeos, esos profundos suspiros, esas palabras que se escapan sin querer ser dichas. Saberte artífice de esas variantes respiraciones es un orgasmo para el cerebro. Sus suspiros son un vicio.
El sentido de la vista me otorgó el momento inolvidable de guardar en mis retinas la imagen de esa diosa desnuda serpenteando en aquella cama. Aprecié cada lunar, cada peca, cada movimiento, cada gesto de su cara y su mirada fija en mí mientras me apoderaba de su cuerpo con todo mí ser. Era mía en aquel momento y ella me dejó hacer. Su imagen es un vicio.
Utilicé todos y cada uno de mis sentidos, todos y cada uno al mismo tiempo para darle el mejor regalo que le podía dar. Cuando uno se entrega de esa manera solo puede significar una cosa. Y, sin decirlo con palabras, quería que lo sintiera como lo sentía yo. Entonces noté como ella estaba respondiendo a mí dejándose llevar por como la acariciaba, por como la olía, por como la saboreaba, por como la escuchaba y por como la miraba.
Su piel se erizaba a medida que mis manos avanzaban sobre ella. Sus pechos pequeños fueron presas fáciles para mis manos y para mi boca. Su abdomen se vio asaltado también, haciendo las delicias de mi pequeña amante. Y ese cuadro era espiado por mis ojos que no querían apartarse de esa soberbia imagen. Traté de abarcar la mayor parte de su cuerpo con el mío y mi boca volvió a su boca y mi mano
Mi mano invadió su intimidad para que la compartiera conmigo. El escalofrío que recorrió mi cuerpo al notar su humedad en mis dedos era más de lo que podía recordar. El estremecimiento que provocó en mi escuchar ese quejido que emergió de lo más profundo de su ser al volverse ese ser vulnerable que yo conocía. El temblor que causó en mi cabeza el notar sus uñas clavadas en mi espalda, al tiempo en que mis dedos notaban sus contracciones interiores.
Me sentía aturdida por esa cantidad de unidades que me rodeaban en ese momento, todos aquellos deseos que se escondían dentro de mi, salían para desnudarme y entregarme.
Un suspiro tras otro, una contracción tras otra, una búsqueda tras otra, un beso tras otro, una caricia tras otra una avalancha de cosas que se precipitó con la llegada del final deseado y a la vez temido.
Todos esos sentidos que no querían perderse ni un solo detalle de aquella furtiva noche, de aquel momento que no sabía si se volvería a repetir.
Era una situación muy extraña y a la vez muy conocida. Y sin darnos cuenta nos dejamos llevar por el cansancio de los sentidos que tanto habíamos utilizado y nos quedamos dormidas la una en los brazos de la otra como si nunca nos hubiésemos separado, como si nunca hubiese habido un mundo entre nosotras. Nos volvimos a amar como nunca lo habíamos dejado de hacer.