Regreso a la casa del placer (5)

Piluca organiza un concurso de belleza masculina. El ganador podrá pedir como premio lo que desee. ¿Queréis saber qué pidió?.

Esta es la quinta entrega de la serie, continuación de "A quién la suerte se la dé…", que muchas lectoras y lectores me pidieron que no dejara en sólo cinco capítulos, y a quienes va dedicada. Gracias por vuestra amabilidad. Una advertencia: seguramente haré de cuando en cuando referencias a la serie original, no puedo evitarlo. Como sería insufrible que volviera a explicar todo a cada paso, quienes no la hayáis leído, hacedlo antes de continuar con ésta. ¡Hasta luego!.

Minutos después, estaba a solas con Miriam. Ella se había recostado sobre una de las columnas del porche, y tenía la planta de uno de sus pies apoyada en el soporte, a su espalda. La postura había dejado al descubierto una porción generosa del otro muslo, pero no lo suficiente como para que yo pudiera conocer la respuesta a una duda que me tenía en vilo: ¿llevaría algo bajo el faldellín?. Me hubiera bastado con introducir mi mano para asegurarme, pero algo me lo impedía, no sé, era un extraño sentimiento de respeto, nada normal teniendo en cuenta que la mujer estaba desnuda de cintura arriba. Creo que acerté al no hacerlo.

  • Tengo una pregunta. ¿Por qué yo?.

  • Besas bien -respondió mirándome fijamente a los ojos-. Tu beso al presentarnos ha sido… diferente. No ha sido el beso ansioso de Pepe, ni el beso experto de Juan, ni el beso hambriento de Rubén, ni el beso flojo de Eduardo. Has atrapado apenas mi labio inferior entre los tuyos, solo un segundo, levemente, y eso… me ha producido una sensación muy agradable.

Bebió un sorbito de su copa de champagne.

  • ¿Estáis casados?.

  • No, y ni siquiera comprometidos -respondí-. Somos buenos amigos, pero no hay entre nosotros compromisos ni ataduras.

No pudimos continuar la conversación. Un revuelo al fondo, y la voz de Andrea que gritaba, dirigiéndose a nosotros.

  • ¡Eh, los tortolitos!. Acercaos, que necesito a todos los hombres.

Con pesar, hubimos de hacerlo, porque éramos los únicos que no estaban a su alrededor, con mirada divertida. De forma natural, pasé el brazo en torno a la cintura de Miriam, que recostó un instante su cabeza en mi hombro.

Andrea estaba sentada en uno de aquellos sillones de mimbre, con las piernas totalmente estiradas y abiertas… pero cubiertas por la falda. Yo no la reconocía, recordando que fue la primera en desnudarse en la anterior ocasión. Pero es que había tenido una idea mejor, aquella vez. Nos explicó el juego:

  • Tengo aquí cinco papeles con un número cada uno (los tenía en la parte del vestido que estaba sobre su sexo). Cada uno de los caballeros tomará un papel, y en el orden fijado por los números, tratará de desabrocharme el botón que elija.

Nos miró con cara de malicia.

  • ¿Fácil?. Pues, para hacerlo un poco más complicado, las manitas estarán atrás, y solo podréis emplear la boca para hacerlo. ¡Ah!, y tenéis treinta segundos. Después de eso, correrá el turno.

Como los demás, tomé uno de los papelitos y lo desdoblé: el 4.

Me abracé a Miriam, arrimado a su espalda, y con las manos colocadas en sus muslos, casi rozando las ingles por encima del faldellín de seda, para contemplar el espectáculo. Las manos de la muchacha se posaron en mis antebrazos.

El número 1 le había correspondido a Pepe, su propia pareja. Se inclinó sobre la mujer, y estuvo forcejeando con el primer botón, en el escote. Sólo consiguió dejar una mancha de saliva sobre el vestido de la chica.

Después le tocó el turno a Rubén. Se puso en cuclillas, y trató de desabrochar el de más abajo. Hubo un momento en que pareció que iba a conseguirlo, pero finalmente su lengua no pudo hacer la fuerza suficiente para extraerlo del ojal. Se encogió de hombros, y se dedicó a lamer las rodillas de Andrea, entre la hilaridad general, hasta que finalizó su tiempo.

Luego fue Eduardo el que con exagerados movimientos luchó unos instantes con la boca en el escote de Andrea, para desistir rápidamente.

Me desprendí a mi pesar de Miriam, y me acerqué, resignado a hacer el ridículo como los demás. Pero en lugar de lanzarme como ellos de inmediato, me dediqué a pensar, mientras miraba uno a uno los botones, en que allí debería haber algún truco. Conociendo solo un poco a Andrea, sabía que la intención de la mujer era quedarse desnuda, así que no podía haberlo puesto tan difícil.

Efectivamente. Todos los botones estaban sujetos tan solo por dos hilos.

Me arrodillé ante ella, y tomé con los dientes el botón situado justamente sobre su sexo. Un decidido tirón, y la pequeña abertura que se había producido en la prenda me permitió contemplar un instante la entrepierna de la mujer, que no llevaba braguitas bajo el vestido. Me incliné, introduciendo la cara por el hueco, y mordí ligeramente su pubis.

Hubo generales aplausos y risas. Uno a uno, los hombres fueron arrancando los botones de la misma forma que yo lo había hecho. Los dos primeros, abrieron el escote hasta el ombligo. Ahora sobraba tiempo, así que Juan, tras tomar su botón, lo escupió para dejar la boca libre, y retiró con los dientes los dos extremos superiores, ahora libres, dejando al descubierto los pechos de Andrea, entre las risas de la mujer.

Los siguientes, como puestos de acuerdo, fuimos quitando por orden los botones restantes, de arriba hacia abajo. Y finalmente, el cuerpo de Andrea quedó completamente al descubierto, aunque conservaba el vestido puesto, pero totalmente abierto. Y puedo asegurar que sin él, no quedaba apenas resquicio de su piel, dada la postura, que se ocultara a nuestros ojos.

Más aplausos. Andrea se levantó, sin molestarse siquiera en cubrirse -que abrocharse no podía porque no quedaba ningún botón-, se acercó a mí y me dio un suave cachete.

  • ¿Cómo lo supiste, cabroncillo?.

  • Me gusta utilizar el cerebro antes que la polla -respondí muy serio-.

Piluca nos llamó la atención con unas palmadas.

  • Chicas, he pensado en algo, a ver que os parece.

Todas se arremolinaron en torno a ella.

  • La mayor parte de las veces, se hacen juegos para solaz de los varones en exclusiva, y creo que esta vez no les vamos a dar gusto. Así que hoy, para variar, vamos a hacer un concurso de belleza masculino, con su premio y todo. Acercaos.

Las chicas estuvieron cuchicheando un rato con las cabezas juntas. Hubo grititos y palmadas. Luego, la anfitriona nos informó:

  • Los chicos haréis cinco pases. El primero, totalmente vestidos. El segundo, sin camisa. El tercero, con solo el bañador, o la prenda que llevéis debajo de los pantalones. El quinto… bien, creo que ya os lo imagináis.

(¡Joder con Piluca!).

Resignadamente, me dirigí con los demás al salón. Ahora ya me quedaba clara la razón por la que no había habido desnudez general desde el principio, como la vez anterior. Piluca Y Juan nos habían reservado esta sorpresa.

Ahora sí miré hacia Norma, que me devolvió una mirada intencionada, con una media sonrisa.

Bueno, para abreviar, los tres primeros "pases" fueron más o menos rápidos. Todos avanzábamos hasta la mitad del porche, despejado por las chicas, entre alegres gritos de "¡tío bueno!", y cosas así. Luego girábamos en redondo, y continuábamos andando hasta llegar a la otra puerta cristalera, por la que entrábamos. Obviamente, Juan tuvo que vestirse completamente, y yo rescaté mi camisa, que había quedado olvidada en la cocina. Y pude ver como dos botellas de champaña pasaban de mano en mano entre las chicas, que bebían directamente del gollete.

En el cuarto pase, las mujeres se desataron. ¡¡Bájate el calzoncillo, que queremos ver lo que nos tienes reservado!!. ¡¡Fíjate que pedazo de paquete!!. Bueno, burradas así, mientras las botellas seguían circulando a buen ritmo.

Y llegó el momento de la verdad. Todos los hombres quedamos como Dios nos trajo al mundo. Y sin que me diera cuenta hasta que fue tarde, fui el primero en atravesar la puerta. Me recibió Andrea, muy cerca de la salida. Había prescindido del vestido abierto y, completamente desnuda, adelantaba hacia mí sus pechos cogidos con ambas manos, riéndose a carcajadas. Claramente se habían puesto de acuerdo. Gladys se levantó la camiseta cuando pasé ante ella, de la que emergieron dos inmensos pechos, que conservaban una forma más o menos cónica, a pesar de su tamaño. Miriam paseó sus manos por mi pecho, las bajó al vientre y se detuvo justo cuando iban a tocar mi pene. Piluca desplazó la tela que cubría en parte sus piernas, obsequiándome con una fugaz visión de su sexo. Norma se volvió de espaldas a mí, sonriente, y se bajó las braguitas hasta poco menos de la mitad de las nalgas. Y finalmente, Patricia acercó su boca a menos de dos centímetros de mi pene, que ahora colgaba flojamente, a pesar de que estaba semierecto cuando salí. Y es que no hay nada que destrempe más, que exhibirse así en público, según pude comprobar. Bueno, todos los varones sufrieron más o menos el mismo "tratamiento".

Pero cuando intenté desaparecer en el interior de la casa, Piluca me lo impidió:

  • ¡Eh, eh, eh!. Nada de eso. Aquí quietecitos todos, que el jurado debe deliberar.

  • ¡Me falta algo para decidir mis puntuaciones! -gritó Andrea-.

Y ese "algo" quedó claro cuando avanzó hacia nosotros con una cinta métrica de costurera en la mano.

En el extremo de la fila, Rubén fue el primero cuyo pene fue agarrado por la mujer con una mano, mientras hacía exagerados gestos de medírselo. Después se encogió de hombros, mientras gritaba:

  • ¡La tienen todos como un niño, y así no hay manera!. ¡A ver, voluntarias para hacer que se les levante!.

Gladys se adelantó rápidamente, se quitó la camiseta, y se bajó el pantalón hasta las rodillas, mostrando unas bragas negras que terminaban por delante en una cinta estrecha, que dejaba al descubierto totalmente sus ingles, y una buena parte de los abultados labios mayores de su sexo. Se introdujo la mano bajo el elástico de las bragas, y empezó a deslizarla arriba y abajo, en un simulacro (o no) de masturbación.

Andrea se había sentado en el suelo, abierta de piernas y con el pubis adelantado, flexionando las rodillas, mientras separaba con dos dedos los labios de su vulva.

Y finalmente, Patricia se acercó a mí, se arrodilló y tomó mi pene, introduciéndoselo sin vacilar en la boca. Las otras mujeres observaban divertidas la escena, pero sin intervenir. Patricia fue dedicando el mismo "tratamiento" uno a uno a todos los varones. Ahora todos teníamos una clara erección, que en mi caso no alcanzó su máximo tamaño, hasta que sufrí el manoseo de Andrea con la cinta métrica.

Finalmente, las mujeres se juntaron de nuevo, cuchicheando. Andrea escribió algo en un papel, se lo entregó a Piluca, que se adelantó hacia nosotros, y todas se volvieron a mirarnos.

  • El ganador es….

Piluca hizo una melodramática pausa. Luego pronunció el nombre, que yo, seguro como estaba de quién sería el agraciado, pronuncié al mismo tiempo, en voz baja:

  • ¡¡¡Juaaaaaaaaaaaan!!!.

Las chicas aplaudieron, excitadísimas. El hombre hizo una exagerada reverencia, y tomó la mano tendida de Andrea, adelantándose.

  • El premio es… -comenzó Piluca-. No tenemos premio, porque no se nos ocurría nada -confesó entre las risas de todos-. Pero hemos llegado a un consenso: que sea el ganador el que lo elija.

  • Adelante, Juan -invitó-.

Juan paseó la vista entre el grupo de mujeres. Yo estaba seguro de cual sería su premio: Norma. Pero lo que no podía suponer, es que el anfitrión había pensado en algo más:

  • Bien, es difícil elegir entre tanta belleza. Pero tengo que decidirme, así que

Larga pausa.

  • Norma, querida, ven hasta aquí.

La chica obedeció, un poco ruborizada, aunque no sé si solo por el pudor o mayormente por el champaña. Yo la había visto al menos tres veces "empinar el codo" durante el "pase de modelos".

Juan la besó en los labios, con las manos acariciando la espalda de la chica, por debajo de la camisa oriental.

Luego tomó la palabra:

  • Pero el premio incluye que Norma va a tener la gentileza de regalarme otro espectáculo: un "striptease" integral, subida sobre la mesa.

El rostro de la pelirroja se puso más o menos del color de su pelo, mientras los demás aplaudían a rabiar. Entre las primeras sombras del crepúsculo, varias manos la tomaron por los brazos y la cintura, ayudándola a subir. La mía se posó descaradamente en su entrepierna, bajo su sexo. Del estéreo brotó una música apropiada, que no tengo idea de quién puso.

Norma se quedó inmóvil durante unos instantes. Luego, ante la general expectación, se agachó, tomando la botella que Gladys tenía entre las manos, y dio un gran trago de la bebida.

Luego, sus manos se dirigieron a la presilla que estaba justo en el borde inferior de su camisa. Sus rodillas se flexionaron, y su trasero comenzó a oscilar a un lado y otro. De una forma deliberadamente lenta, desabrochó la presilla. Luego, echó la cabeza hacia atrás, moviéndola circularmente, y sus cabellos rojos ondearon como una aureola llameante.

La primera presilla estaba liberada. Ahora se puso en cuclillas, muy lentamente, mientras desprendía la segunda. Sus nalgas seguían oscilando, mientras sus dedos se posaron en la tercera. La soltó y se puso en pié con la misma lentitud con que se había agachado. Sus manos fueron deslizándose lentamente por su cuerpo, se posaron en el abultamiento de sus pechos bajo la prenda, y recorrieron muy lentamente su vientre. Y mientras, sus caderas oscilaban a veces lateralmente, otras de adelante atrás, en un movimiento de lo más sensual.

De nuevo, tomó la tercera presilla, y la desabrochó. Ahora, todo su vientre estaba al descubierto, y la ligera depresión de su ombligo destacaba en el centro de la parte de piel que la blusa ya no cubría.

De nuevo se puso en cuclillas, y la cuarta presilla liberó su botón. Las manos de Norma fueron a sus ingles, y luego masajearon muy despacio su pubis.

Yo estaba boquiabierto, preguntándome dónde la discreta y ordenada Norma habría adquirido los modos de una "stripper". Sus movimientos no eran tan fluidos, y no tenía su repertorio de pasos, pero en general estaba realizando una buena imitación de la actuación de una profesional. Dado que se encontraba en una posición más elevada, la entrepierna de sus braguitas quedaba visible en muchas ocasiones, lo que me permitió observar que se estaba formando un círculo húmedo bajo su sexo. ¡Estaba excitada!.

La quinta y sexta presilla quedaron desabrochadas. Los antebrazos de Norma apretados sobre su pecho eran lo único que impedía que la prenda nos permitiera la contemplación de su pecho desnudo. Lentamente, los dos últimos broches fueron liberados. Sin cesar ni por un momento en el movimiento rotatorio de sus caderas, las manos fueron abriendo muy lentamente la blusa. Se detuvo justo cuando sus senos habían empezado a aparecer, para luego cruzarse de nuevo la prenda abrazada a su propio cuerpo, ocultando lo poco que nos había permitido ver.

Hubo un ¡Ohhhhhhhhh! desilusionado que se cortó en seco, cuando Norma se deshizo rápidamente de la blusa, quedando solo vestida con sus braguitas.

Sus manos tomaron el elástico sobre sus caderas, y se movieron en direcciones contrarias. A veces, parecía que iba a deslizar la prenda hacia abajo. Incluso en un momento, una discreta porción del canal entre sus nalgas quedó al descubierto, para ser ocultado inmediatamente. Luego, sus dos manos estiraron de la prenda por delante, hasta que el elástico quedó en el inicio de su vello púbico, pero nuevamente la colocaron en su lugar.

Lentamente, fue agachándose de nuevo hasta quedar en cuclillas, con sus piernas muy juntas. Hizo ondear nuevamente su cabello, tapándose los pechos con las manos. Después se dejó caer sobre la mesa, quedando apoyada en una de sus nalgas, con las piernas flexionadas a un lado. Muy lentamente, fue distendiéndolas, hasta que quedaron totalmente estiradas frente a ella, muy juntas, apuntando en mi dirección.

Sus manos nos permitieron contemplar de nuevo sus pechos. Una de ellas se apoyó sobre la mesa, y su culito se elevó apenas unos centímetros, sostenido sobre los talones. La otra mano tomó el elástico a su espalda, y decididamente tiró de la prenda hasta que esta sobrepasó sus nalgas. Todos los espectadores que antes estaban detrás de ella, ahora se había colocado a mi espalda, para no perderse un detalle.

Mientras su cuerpo se iba doblando por la cintura, sus dos manos hacían deslizar lentamente las braguitas por sus muslos, hasta que quedaron sobre sus rodillas. Se dobló completamente sobre sí misma, y las manos hicieron progresar muy despacio las braguitas por las pantorrillas, las hicieron llegar a los pies, para después lanzarlas en mi dirección. No acertó por poco. Y de alguna forma se las había arreglado para que nadie, en ningún momento, consiguiera ver nada más que el inicio del vello público, entre sus muslos apretados.

Fue incorporando el tronco lentamente, hasta quedar sentada. Apoyó las dos manos tras de ella, y otra vez flexionó las piernas, girándolas hasta quedar arrodillada, con los talones bajo las nalgas. Se elevó ligeramente a pulso con las dos manos apoyadas en la mesa, lo suficiente para que su peso fuera soportado sobre las puntas de los pies. Luego, sus manos fueron retrocediendo poco a poco por detrás de su cuerpo, que se fue inclinando hacia atrás, hasta que sus erectos pezones quedaron apuntando al oscurecido cielo.

Se mantuvo inmóvil así un tiempo interminable. De repente, elevó la pelvis, y se abrió de piernas, permitiéndonos al fin contemplar las sombras entre ellas, porque su sexo era apenas distinguible en la penumbra reinante.

Y entonces, como si formara parte del número, las farolas se iluminaron, y la luz incidió, encendiéndolo, en el vello rojo que enmarcaba la abertura de su sexo, expuesta a la vista de todos.

Hubo un gran silencio, en el que ni siquiera se escuchaban las ruidosas respiraciones de unos momentos antes.

Luego, el delirio.

A.V. Septiembre de 2003.

Me agradaría que me dijerais si os he aburrido, o si os gusta esta continuación y queréis que prosiga. Mi dirección de correo es lachlaiinn@msn.com .