Regreso a la casa del placer (3)

Ana verdaderamente es experta dando masajes. Después del baño, se dedica a atendernos debidamente a mí y a su señora. ¿Queréis conocer los detalles?.

Esta es la tercera entrega de la serie, continuación de "A quién la suerte se la dé…", que muchas lectoras y lectores me pidieron que no dejara en sólo cinco capítulos, y a quienes va dedicada. Gracias por vuestra amabilidad. Una advertencia: seguramente haré de cuando en cuando referencias a la serie original, no puedo evitarlo. Como sería insufrible que volviera a explicar todo a cada paso, quienes no la hayáis leído, hacedlo antes de continuar con ésta. ¡Hasta luego!.

Unos minutos después, Piluca pareció volver a la vida. Se puso en pie, chorreando, y tomó una esponja y una pastilla de jabón. Me tendió ambas cosas.

  • Me encantaría que me enjabonaras. Luego, ya te devolveré el favor.

Ana se encontraba a un lado de la bañera, con las manos cruzadas sobre el vientre, inmóvil como una estatua griega, aunque no inexpresiva. Le brillaban los ojos, y un suave rubor había vuelto a teñir delicadamente sus mejillas. Ya no me incomodaba su presencia, a la que me había acostumbrado.

Me puse en pie, e impregné la esponja natural de jabón, después de empaparla en la bañera. Mientras recorría con ella el cuerpo de Piluca, con la otra mano descaradamente dejada como al desgaire en la parte inferior de sus nalgas, estuve admirándome de su piel ligeramente tostada, sin una sola imperfección. Sus pechos recibieron la caricia del jabón (y de mi otra mano, por cierto) mientras ella tenía los ojos cerrados con un gesto de satisfacción en su rostro.

Luego fui descendiendo por su vientre, entreteniéndome en la parte superior de su pubis, sin pasar de allí. Finalmente, prescindí de la esponja, y me llené las manos con la rica espuma. Ella suspiró quedo cuando sintió mis manos directamente sobre sus muslos, y entreabrió ligeramente las piernas, mostrándome la herida rosada entre ellas. Pero yo evité tocarla, y me dediqué a sus pantorrillas. Luego le hice levantar alternativamente cada pierna, y estuve masajeando los delicados dedos de sus pies, de uñas muy bien cuidadas como el resto de su persona.

La obligué a darse la vuelta, y repetí las caricias espumosas sobre su espalda y nalgas. Luego, recorrí la cara interior de sus muslos, pero evitando cuidadosamente rozar su vulva, perfectamente visible a menos de veinte centímetros de mi rostro, agachado tras de ella.

Sentí sus estremecimientos cuando, por fin, un dedo cubierto de espuma cremosa acarició circularmente su ano. Y finalmente, posé las dos manos en sus ingles, y enjaboné concienzudamente su vulva, cuyos labios se abrían y cerraban alternativamente con los movimientos de mis dedos sobre ellos.

Luego me puse en pie, y la besé en el hueco del hombro. En ese momento, Ana pareció recuperar la movilidad. Tomó la ducha flexible de su alojamiento en el grifo termostático, probó la temperatura del agua en su muñeca, y dejó resbalar finísimos chorros líquidos sobre el cuerpo de Piluca, arrastrando los últimos restos de jabón.

La mujer se volvió, y pegó sus labios a los míos durante unos segundos.

  • No sólo es Ana la que tiene unas manos divinas. Me ha encantado que me lavaras. Hacía mucho tiempo ya que unas manos de hombre no me enjabonaban, tanto que casi había olvidado este placer.

  • Venga, ahora te toca a ti -urgió-.

Pero no fueron dos manos, sino cuatro, las que recorrieron morosamente mi cuerpo, enjabonando hasta el último resquicio. Aunque el pene y los testículos fueron acariciados exclusivamente por Piluca, que dejó al descubierto completamente el glande, y se entretuvo lavándolo mucho tiempo más de lo necesario, con lo que mi miembro creció aún más entre sus dedos hasta adquirir su máximo tamaño. Luego, Ana dejó correr el agua de la ducha sobre mi cuerpo, y finalmente, nos ofreció dos toallones, con los que nos secamos brevemente.

Piluca estaba mirando descaradamente mi cuerpo:

  • No tienes mucho vello, salvo en la entrepierna.

Enredó sus dedos en el pelo ensortijado que me cubría el pubis. Luego prosiguió:

  • ¿Te has rasurado alguna vez?.

Se echó a reír ante mi cara de susto.

  • No, hombre, no. Ponte en manos de Ana, que lo hace sin navaja, con crema depilatoria.

Me tomó de la mano.

  • Ven, tiéndete en la mesa.

Tumbado boca arriba, con mi miembro apuntando al techo, me sometí al capricho. Pero resultó la experiencia más placentera de mi vida. Ana primero estuvo recortando la mata indómita de mi pubis. Luego, tomó delicadamente mi pene, y empezó a pasar un tejido suave y húmedo, aunque un poco frío, por toda la zona, dejándome un triángulo amplio en la parte superior. De vez en cuando, había un pequeño tirón de algún cabello más grueso, pero en general, era como una caricia de las expertas manos de la muchacha. Cuando su mano sobre la toallita empezó a recorrer mis testículos, me sentía a punto de estallar.

Traté de pensar en otra cosa para retrasarlo, pero era imposible. Todos mis sentidos estaban concentrados en la suave presión de los dedos de la chica en mi miembro, el deslizamiento como una caricia sobre mis testículos, luego en las ingles

  • Póngase de espaldas -me pidió suavemente la muchacha-.

(No pensará depilarme también… -pensé con horror-).

Pues sí. Sentí la frescura de la toallita en el sensible espacio que hay más abajo de los testículos, y luego la caricia circular sobre el ano.

  • Si es tan amable de ponerse de nuevo boca arriba… -solicitó-.

Con el rostro a pocos centímetros, hizo una cuidadosa inspección, insistiendo en un par de puntos. Luego se apartó de la mesa, para volver con un tarro de crema de la que tomó una buena porción entre las palmas de sus manos. Y se dedicó a extenderla por mi entrepierna, ahora sin asomo de vello, acariciándome con sus suaves dedos hasta el más recóndito rincón

Sentí que iba a explotar de un momento a otro, y le sujeté la mano.

  • Ana, querida, por favor no continúes

Piluca había estado callada durante todo el tiempo que duró el trabajo de la chica.

  • Ya te había dicho que tenía unas manos… Pero tenemos que solucionar "eso" rápidamente.

Se inclinó sobre mi pene, y se lo introdujo en la boca. Ante mi desilusión, se apartó rápidamente.

  • Perdona, querido, pero sabe a la crema. Aunque, no te apures, que no te voy a dejar en ese estado.

Se subió a los pies de la mesa, arrodillada, sujetando sus pechos con ambas manos, y se las arregló para atrapar mi miembro entre ellos. Luego empezó a deslizarse adelante y atrás, adelante y atrás. Sentía una gloriosa sensación, con la suave piel de sus pechos oprimiendo suavemente mi pene, y su cuerpo reptando sobre mis muslos. Noté venir la eyaculación, imparable, y finalmente brotó como una fuente, en grandes chorros intermitentes que fueron a parar en su mayor parte sobre mi vientre, aunque cuando la mujer se incorporó, tenía gruesos goterones resbalando entre los pechos, y en la barbilla.

  • ¿Has visto, Ana?. El mozo verdaderamente estaba a reventar

Se echó a reír, mientras Ana, solícita, limpiaba a la mujer. Luego, hizo lo mismo conmigo.

  • ¡Hala!, perezoso, levántate que ahora toca mi masaje

Me empujó suavemente, haciéndome descender de la mesa, y se tendió ella boca abajo. Ana se ungió las manos con aceite, y se dedicó a amasar los hombros de la mujer.

  • Está usted muy tensa. Debería relajarse un poco.

Piluca se desmadejó sobre la mesa. Casi se podía ver como distendía cada uno de sus músculos.

Pero yo sólo tenía ojos para el espectáculo del ano y una parte de la vulva de la mujer, visibles entre sus muslos entreabiertos.

Las manos de Ana fueron bajando por su espalda, recorrieron la parte accesible de sus caderas, lego se entretuvieron en sus glúteos, amasándolos lentamente entre sus dedos. Luego se deslizaron por la parte posterior de sus muslos, las pantorrillas, y masajearon brevemente la planta de los pies.

Un instante después, le propinó un suave cachete en las nalgas.

  • Póngase ahora boca arriba.

Piluca, perezosamente, se dio la vuelta. Y eso me ofreció otra visión de su sexo desde distinto ángulo. La chica se colocó ante la cabeza de la mujer, y se inclinó sobre ella. Y al hacerlo, los senos cónicos de la chica se escaparon del escote. Miró un momento hacia su pecho, y luego a mí con clara malicia, pero no hizo el más leve ademán de cubrirse.

Ahora se dedicó a extender aceite lentamente por todo el cuerpo de la mujer. Sin pudor alguno, amasó sus pechos entre los dedos, y estuvo unos momentos recorriendo con sus dedos brillantes los pezones de la mujer, de nuevo crecidos por la caricia.

  • Mmmmmm. Ana, hermosa, tienes de verdad unas manos milagrosas -ronroneó Piluca, con los ojos cerrados-.

Y las "manos milagrosas" derramaron un chorrito de aceite sobre el pubis de la mujer, que fue deslizándose en hilillos dorados sobre su vulva, introduciéndose en su hendidura, deteniéndose un instante en la ligera depresión de su ano, y perdiéndose entre la separación de sus nalgas.

Mientras me miraba fijamente, las manos de Ana iniciaron una suave caricia sobre el sexo de su señora. Separó los labios con dos dedos, para tener mejor acceso a su clítoris, y lo tomó delicadamente entre el índice y el pulgar, haciendo resbalar los dedos alrededor del botoncito.

Piluca había empezado a estremecerse bajo sus manos.

  • Ahhhhhhh, mmmmmmm, sigue, cariño. Me encanta.

Y "cariño", sin dejar de acariciar la pequeña perla, empezó a recorrer muy lentamente con el dedo índice la abertura. Y cada vez que llegaba hasta la entrada de la vagina, lo introducía ligeramente, para retirarlo, y continuar con sus movimientos, arriba y abajo, arriba y abajo. Y entretanto, seguía con los ojos fijos en mí, y una sonrisa de malicia en su preciosa cara.

Sentí que mi pene crecía lentamente de nuevo. Me había sucedido en raras ocasiones, sólo media hora después de una eyaculación, pero es que el espectáculo era de los que no se olvidan.

Para entonces, Piluca estaba muy abierta de piernas, y su pelvis se elevaba ligeramente, para luego caer, y volver de nuevo a subir al encuentro de las manos de Ana.

  • ¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!, Ana, amorcito, me estoy viniendo. ¡¡No pares ahora, sigue!!!.

Ana cesó en sus caricias al clítoris, aunque la otra mano, ahora con la palma abierta, seguía resbalando lentamente por la vulva de la mujer. Ante mi extrañeza, tomó la botella del aceite, y empezó a derramar un finísimo chorro sobre los pezones de la mujer, su vientre, y de nuevo su pubis.

Luego dejó la botella, y retiró la mano que aún se mantenía entre las piernas de Piluca, que continuaba con sus contracciones de pelvis, y sus gemidos en tono bajo.

La chica se puso frente a mí, y lentamente, muy despacio, desanudó el cordón que le ceñía la túnica. Luego deslizó poco a poco una hombrera de la prenda, hasta que el pecho del mismo lado quedó al aire. Sujetando la prenda sobre su vientre, repitió la operación en el otro lado, quedando desnuda de cintura arriba. Después, dejó resbalar la prenda por sus caderas, muy despacito, hasta que finalmente quedó completamente desnuda. Y en todo ese tiempo, sus ojos no dejaron de estar prendidos en los míos, y su lengua rosada humedecía de continuo sus labios, en su boca entreabierta.

Cuando salí del trance en que me había sumido el sensual striptease de Ana, pude ver que Piluca, incorporada sobre los codos, miraba la escena sonriente, sin haberse enfadado al parecer, porque la chica hubiera interrumpido su orgasmo.

Entonces Ana se dio la vuelta, y se subió ella también en la cama. Se mantuvo un momento con una rodilla a cada lado de las de Piluca, y se volvió hacia a mí con un gesto lúbrico. Yo tenía los ojos muy abiertos, sin poder apartarlos del otro sexo juvenil, del otro ano de color muy claro, que se exhibían pocos centímetros más arriba de otro sexo brillante, y no sólo por el aceite. Y observé que la vulva de Ana también estaba humedecida, aunque el aceite no tenía parte alguna en ello.

Luego, se tendió sobre la otra mujer, y empezó a moverse sinuosamente sobre ella, en un lúbrico masaje piel contra piel. Sus senos juveniles resbalaban sobre los otros, plenos y maduros, sus pezones se encontraban de tanto en tanto, y dos pubis, uno solo ligeramente velludo, otro absolutamente depilado, mantenían el contacto permanentemente, frotándose uno contra otro.

Me di cuenta de que insensiblemente mi mano había ido a mi pene, y me estaba masturbando muy despacio. Cesé en mis movimientos, porque me pareció una estupidez darme placer yo mismo, teniendo como tenía a mi alcance dos vaginas. Me incorporé, y me acerqué lentamente a las dos mujeres.

Una mano para cada vulva, que comencé a masajear lentamente. Ana cesó en su movimiento reptante sobre Piluca, y sus muslos se abrían y cerraban ligeramente al compás de mis caricias. Piluca se desató:

  • ¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh!!!, ¡¡sigue!!, ¡¡sigue!!, ¡¡sigue!! ¡¡¡Mmmmmmmmmmmmm!!!.

Ahora era ella la que se contorsionaba bajo el cuerpo de Ana, con los ojos muy abiertos, absolutamente perdido el control. Sus gritos se intercalaron con sollozos.

Lo "mío" ya no podía esperar. Otra vez interrumpí su orgasmo, pero sólo el tiempo suficiente para subirme yo también a la mesa, y arrodillarme entre sus piernas, que abrí completamente. Luego le introduje el pene lentamente. Ana había advertido mi intención, y ahora estaba en cuatro un poco más adelante, con sus senos colgando sobre el rostro de Piluca, que aferró uno con ambas manos, mientras se lo introducía en la boca.

  • ¡¡¡¡¡Mmmmmmmmmmmmmm!!!!!, ¡¡así!!, ¡¡así!!, ¡¡asiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!. ¡¡¡¡Dioosssssssssssssss!!!!, ¡¡¡me viene!!!, ¡¡ya!!, ¡¡ya!!, ¡¡yaaaaaaaaaaaaaaa!!.

Se derrumbó completamente, y yo cesé en mis movimientos. Tuve un momento de duda, pero duró poco. Ana me recibió en su vagina, y comenzó a oscilar las caderas en un movimiento circular, que me volvía loco. No pude resistirlo. Eyaculé en el interior de la chica, absolutamente ido, sin tener conciencia más que los espasmos que me estremecían.

Los movimientos de Ana se aceleraron. Ahora movía el culito adelante y atrás, ante la disminución de mi ritmo. Entonces empezó ella también a gemir bajito. Y poco después, sus gritos acallaron completamente la ruidosa respiración de Piluca, que seguía inmóvil, con los ojos cerrados:

  • ¡¡¡Más fuerte!!!. ¡¡¡Metémela todaaaaaa!!!. ¡¡¡Por favor, más, más!!!. ¡¡¡Sí!!!, ¡¡¡síii!!!, ¡¡¡siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!.

Sus caderas cesaron en su movimiento, y su pubis se relajó entre mis manos. Luego, se levantó lentamente, y se dirigió al fondo, a una de las puertas de cristal opaco.

Piluca pareció salir de un sueño. Se abrazó a mi espalda, y me obligó a tenderme sobre ella.

  • ¡Por Dios!, que lo estaba necesitando como el comer.

Luego continuó:

  • Dime la verdad: ¿te ha gustado más la carne joven, o la madura?.

  • Un caballero nunca debe responder a una pregunta así -repliqué-. Pero como no te vas a conformar con eso, te diré que me has obsequiado la primera "cubana" de mi vida, que eres maravillosa, y que tu experiencia y tu ardor me han puesto fuera de mis casillas.

  • Pero… has terminado dentro de Ana.

  • Sí, pero sólo porque tú ya habías tenido tu orgasmo, y me pareció que la muchacha también se merecía una atención.

  • Oye, estoy pensando… -dijo ella-.

  • Quizá, sólo quizá, te llame uno de estos días antes del viernes. ¿Estarás disponible?.

A.V. Septiembre de 2003.

Me agradaría que me dijerais si os he aburrido, o si os gusta esta continuación y queréis que prosiga. Mi dirección de correo es lachlaiinn@msn.com .